JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san            Lucas 1, 26-38
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue          enviado por Dios a una ciudad de          Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre          llamado José, de          la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel,          entrando a su          presencia, dijo:
          "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú          entre las          mujeres".
          Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo          era aquél. El          ángel le dijo:
          "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.          Concebirás en tu          vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús.          Será grande, se          llamará. hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de          David su padre,          reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no          tendrá fin".
          Y María dijo al ángel:
          "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"
          El ángel le contestó:
          "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te          cubrirá          con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo          de Dios. Ahí          tienes tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido          un hijo, y ya          está de seis meses la que llamaba la estéril, porque para Dios          nada hay          imposible".
          María contestó:
          "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".
          Y la dejó el ángel.
          Palabra del Señor.
          Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su            oración: Esto es          gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos          un Avemaría de          corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres          de Gracia, el          Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y          bendito es el fruto          de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por          nosotros pecadores,          ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus          intenciones y          misas! 
Aclaración: una          relación muere sin comunicación y          comunidad-comunión. Con Dios es          igual: las "palabras          de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son          fuente de vida espiritual          (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es          necesario visitarse,          y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en          la Eucaristía,          que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer          la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO          (Dios) a          Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos          el daño que          hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los          Corazones de Jesús y          de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c)          agradecemos y d)          pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la          salvación del          mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no          ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película          completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295
Explicación:          http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
Si Jesús se            apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús            está aquí y lo            ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del              Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en              vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn            5,12). Si comulgamos            en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión)            con el Amor y            renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas            del Cordero            (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo            que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su            Sangre por nuestros            pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente            sin Amor: si una            novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del            Novio para            siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar.            Idolatramos aquello            que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía,            flojera). Por eso, es            pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y            fiestas (Catecismo            2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).          "Te amo,            pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso".            ¿Qué pensaríamos si            un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en            el mundo para ser felices            para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección            del amor, es            necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide            la Cátedra de            Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar            debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo,              come y bebe su propia              condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados            mortales? no            confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989),            no comulgar al            menos en tiempo pascual (920), abortar (todos            los métodos anticonceptivos            no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a            decidir, derechos            (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación            natural sin causa            grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por            iglesia, demorar en            bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón,            borrachera,            drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de            venganza, ver            pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado,            etc. Si no            ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos            sorprende la muerte            sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno            (Catecismo 1033-41;            Mt. 5,22; 10,            28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados            mortales objetivamente,            pero subjetivamente,            pueden ser menos graves,            si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes,            ya no hay            excusa.
† Misal
vie          20a. Ordinario año Par
      Antífona de Entrada
      Adoremos              a Dios en su santo templo. El nos hace habitar juntos en su              casa. El es la              fuerza y el poder de su pueblo.
Oración            Colecta
      Oremos:
            Padre santo todopoderoso, protector de los que en ti confían;            ten misericordia            de nosotros y enséñanos a usar con sabiduría de los bienes de            la tierra, a fin            de que no nos impidan alcanzar los del cielo.
            Por nuestro Señor Jesucristo...
            Amén.
Primera            Lectura
      El              Señor infundirá su espíritu a los huesos secos y revivirán
Lectura              del libro del profeta Ezequiel 37, 1-14
En aquellos días, se invadió            con su fuerza el Señor y su Espíritu me llevó y me dejó en            medio del valle, que            estaba lleno de huesos. Me hizo caminar entre ellos en todas            direcciones. Había            muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Y me            dijo: 
            "Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?" 
            Yo le respondí: 
            "Señor, tú lo sabes". 
            Y me dijo: 
            "Profetiza sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchen            la palabra            del Señor!. Así dice el Señor a estos huesos: Les voy a            infundir espíritu para            que vivan. Los recubriré de tendones, haré crecer sobre            ustedes la carne, los            cubriré de piel, les infundiré espíritu y vivirán, y            reconocerán que yo soy el            Señor".
            Yo profeticé como me había mandado y, mientras hablaba, se oyó            un estruendo; la            tierra se estremeció y los huesos se unieron entre sí. Mire y            vi cómo sobre            ellos aparecían los tendones, crecía la carne y se cubrían de            piel. Pero no            tenían espíritu. 
            Entonces él me dijo: 
            "Llama al espíritu, hijo de hombre, llámalo y dile: Esto dice            el Señor:            Ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que            vivan". 
            Lo llamé tal como el Señor me había mandado, y el espíritu            penetró en ellos,            revivieron y se pusieron en pie. Era una inmensa muchedumbre.
            Y me dijo:
            "Hijo de hombre, estos huesos son el pueblo de Israel. Andan            diciendo:            "Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra            esperanza,            estamos destrozados". Por eso profetiza y diles: Esto dice el            Señor: Yo            abriré sus tumbas, los sacaré de ellas, pueblo mío, y los            llevaré a la tierra            de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los saque de ellas,            reconocerán que yo            soy el Señor. Infundiré en ustedes mi espíritu y vivirán; los            estableceré en su            tierra y reconocerán que yo, el Señor, lo digo y lo hago.            Palabra del            Señor".
            Palabra de Dios. 
            Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
      Sal              106, 2-3.4-5.6-7.8-9 
Demos              gracias a Dios, porque nos ama. 
Que lo            reconozcan los que el Señor ha rescatado, los que él rescató            del poder del            opresor, los que él entregó de todos los países, del oriente y            occidente, del            norte y el sur.
            Demos gracias a Dios, porque nos ama. 
Anduvieron            errantes por el desierto solitario, sin encontrar el camino            hacia un lugar            donde vivir; estaban hambrientos y sedientos y se agotaban sus            fuerzas.
            Demos gracias a Dios, porque nos ama. 
Pero            clamaron al Señor en su angustia, y él los salvó de la            aflicción. Los condujo            por caminos sin obstáculos, para que llegaran a un lugar donde            vivir.
            Demos gracias a Dios, porque nos ama. 
Que den            gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace por            los hombres.            Porque sació a los sedientos y colmó de bienes a los            hambrientos.
            Demos gracias a Dios, porque nos ama. 
Aclamación            antes del Evangelio 
      Aleluya, aleluya. 
            Descúbrenos, Señor, tus caminos y guíanos con la verdad de tu            doctrina. 
            Aleluya.
Evangelio
      Amarás al Señor, tu Dios, y              a tu prójimo como a ti mismo
Gloria a ti, Señor.
† Lectura del santo              Evangelio según san Mateo 22,            34-40
            
            En aquel tiempo, cuando los fariseos oyeron que Jesús había            tapado la boca a            los saduceos, se reunieron, y uno de ellos, experto en la ley,            le preguntó para            ponerlo a prueba: 
            "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?"
            Jesús le respondió:
            "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma            y con toda            tu mente. Este es el primer mandamiento y el más importante.            El segundo es            semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 
            En estos dos mandamientos se basa toda la Ley y los Profetas".            
            Palabra del Señor.
            Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración            sobre las Ofrendas
      Acepta, Señor, estos dones            que tu generosidad ha puesto en nuestras manos, y concédenos            que este            sacrificio santifique toda nuestra vida y nos conduzca a la            felicidad eterna.
            Por Jesucristo, nuestro Señor. 
            Amén.
Prefacio
      Jesús, buen samaritano 
En verdad es justo darte            gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios            todopoderoso y eterno, en            todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y            en la enfermedad,            en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro            Redentor.
            Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando            a los oprimidos            por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a            todo hombre que            sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el            aceite del            consuelo y el vino de la esperanza. 
            Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos            en la noche del            dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y            resucitado.
            Por eso,
            unidos a los ángeles y a los santos, cantamos a una voz el            himno de tu gloria:
Antífona de la Comunión
      Me has              enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu              presencia.
Oración después de la Comunión
      Oremos:
            Señor, que esta Eucaristía, memorial de la muerte y            resurrección de tu Hijo,            nos ayude a corresponder al don inefable de su amor y a            procurar cada día            nuestra salvación eterna.
          Por            Jesucristo, nuestro Señor. 
            Amén
Dia          22/08 Santa María Reina          (blanco)
      Antífona          de Entrada
      María, nuestra Reina, está de pie, a la            derecha de Cristo, enjoyada de            oro, vestida de perlas y brocado.
Oración          Colecta
      Oremos:
          Dios todopoderoso, que nos has dado como madre y como Reina          Madre de tu          Unigénito; concédenos que, protegidos pos u intercesión,          alcancemos la gloria          de tus hijos en el Reino de los cielos.
          Por nuestro Señor Jesucristo...
          Amén.
Primera          Lectura
      Un hijo se nos ha dado
Lectura del profeta Isaías 9, 2-4. 6-7
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una          luz grande; habitaban en          tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría,          aumentaste el          gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se          alegran al repartirse          el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el          bastón de su          hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
          Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva al          hombro el          principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios          guerrero, Padre          perpetuo, Príncipe de paz. Para dilatar el principado con una          paz sin límites,          sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y          consolidarlo con la          justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del          Señor lo          realizará.
          Palabra de Dios.
          Te alabamos, Señor.
Salmo          Responsorial
      Del Salmo 112
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y            por siempre.
Alaben, siervos del Señor, alaben el nombre          del Señor.
          Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
          Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
Da la salida del sol hasta su ocaso, alabado          sea el nombre del Señor. El          Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el          cielo.
          Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
¿Quién como el Señor Dios nuestro, que se          eleva en su trono, y se abaja          para mirar al cielo y a la tierra?
          Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
Levanta del polvo al desvalido, alza de la          basura al pobre, para          sentarlo con lo príncipes, los príncipes de su pueblo.
          Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
Aclamación          antes del Evangelio
      Aleluya, aleluya.
          Alégrate, María llena de gracia, el Señor está contigo; bendita          tú entre las          mujeres.
          Aleluya.
Evangelio
      Concebirás en tu vientre y darás a luz un            hijo
† Lectura del santo Evangelio según san            Lucas 1, 26-38
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue          enviado por Dios a una ciudad de          Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre          llamado José, de          la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel,          entrando a su          presencia, dijo:
          "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú          entre las          mujeres".
          Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo          era aquél. El          ángel le dijo:
          "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.          Concebirás en tu          vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús.          Será grande, se          llamará. hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de          David su padre,          reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no          tendrá fin".
          Y María dijo al ángel:
          "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"
          El ángel le contestó:
          "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te          cubrirá          con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo          de Dios. Ahí          tienes tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido          un hijo, y ya          está de seis meses la que llamaba la estéril, porque para Dios          nada hay          imposible".
          María contestó:
          "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".
          Y la dejó el ángel.
          Palabra del Señor.
          Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración          sobre la Ofrendas
      Te presentamos, Señor,          nuestra ofrendas en          conmemoración de la Virgen María, y te suplicamos la protección          de Jesucristo,          tu Hijo, que se ofreció a ti en la cruz como historia          inmaculada.
          Por Jesucristo, Señor nuestro.
          Amén.
Prefacio
      La Iglesia alaba a Dios con las palabras            de María
En verdad es justo y necesario, es nuestro          deber y salvación, darte          gracias y proclamar que eres admirable en la perfección de todos          tus santos, y          de un modo singular en la perfección de la Virgen María.
          Por eso, al celebrarla hoy, queremos exaltar tu generosidad          inspirados en su          propio cántico, pues en verdad, has hecho maravillas por toda la          tierra, y          prologaste tu misericordia de generación en generación, cuando,          complacido en          en la humildad de tu sierva, nos diste por su medio al autor de          la vida,          Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
          Por él,
          los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente, gozosos en          tu presencia.          Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza:
Antífona          de la Comunión
      ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo            que te ha dicho el Señor se            cumplirá.
Oración          después de la          Comunión
      Oremos:
          Después de recibir este sacramento celestial, te suplicamos,          Señor, que cuanto hemos          celebrado la memoria de la Santísima Virgen María lleguemos a          participar en el          banquete del cielo.
        Por          Jesucristo,          nuestro Señor.
          Amén
† Meditación          diaria
22 de          agosto
SANTA          MAríA VIRGEN REINA*
Memoria
— Santa          María, Reina de cielos y tierra.
—          Títulos de la realeza de Nuestra Señora.
— El          reinado de María se ejerce en el Cielo, en la tierra y en el          Purgatorio.
I. "La          Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La          que en la          anunciación se definió como esclava del Señor fue          durante toda su vida          terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que          era una verdadera          "discípula" de Cristo, el cual subrayaba intensamente el          carácter de servicio          de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser            servido, sino a            servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt          20, 28). Por esto          María ha sido la primera entre aquellos que, "sirviendo a Cristo          también en los          demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey,          cuyo servicio          equivale a reinar" (Const. Lumen gentium, 36), y ha          conseguido          plenamente aquel "estado de libertad real", propio de los          discípulos de Cristo:          ¡servir quiere decir reinar! (...). La gloria de servir          no cesa de ser          su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel          servicio suyo          salvífico..."1.
El          dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva          de modo          natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María.          Nuestra Señora          subió al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la          Santísima Trinidad          como Reina y Señora de la Creación: "terminado el decurso de su          vida terrena,          fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el          Señor como Reina          universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su          Hijo, Señor            de señores (cfr. Apoc 19, 16) y vencedor del          pecado y de la muerte"2.          Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por la          piedad de los          fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia3.          San Efrén pone          en labios de María estas bellísimas palabras: "El Cielo me          sostenga con sus          brazos, porque soy más honrada que él mismo. Pues el Cielo fue          tan solo tu          trono, no tu madre. Ahora bien, ¡cuánto más digna de honor y          veneración es la          Madre del rey que no su trono!"4.
Fue muy          frecuente expresar este título de María mediante la costumbre de          coronar          las imágenes de la Santísima Virgen de forma canónica, por          concesión expresa de          los Papas5. El arte cristiano, desde los primeros          siglos, ha venido          representando a María como Reina y Emperatriz, sentada en trono          real, con las          insignias de la realeza y rodeada de ángeles. En ocasiones se la          representa en          el momento de ser coronada por su Hijo. Y los fieles han          recurrido a Ella con          esas oraciones: Salve Regina, Ave Regina caelorum, Regina            coeli laetare...,          tantas veces repetidas.
En          muchas ocasiones hemos acudido a Ella recordándole este hermoso          título de su          realeza, y lo hemos considerado en el quinto misterio glorioso          del Santo          Rosario. Hoy, en nuestra oración y a lo largo del día, lo          hacemos de una manera          especial. "Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. Huerto          cerrado eres,          hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni:            coronaberis.          Ven: serás coronada (Cant 4, 7, 12 y 8).
"Si tú          y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina          y Señora de          todo lo creado.
"Una          gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce          estrellas sobre          su cabeza. Vestido de sol. La luna a sus pies (Apoc 12,          1) (...). El          Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz          que es del Universo.
"Y le          rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y los patriarcas y          los profetas y          los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes          y todos los          santos... y todos los pecadores y tú y yo"6.
II. Concebirás            en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre            Jesús. Será grande            y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el            trono de David, su            padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino            no tendrá fin7,          leemos en el Evangelio de la Misa.
La          realeza de María está íntimamente relacionada con la de su Hijo.          Jesucristo es          Rey porque le compete una plena y completa potestad, tanto en el          orden natural          como en el sobrenatural; esta realeza, además de ser plena, es          propia y          absoluta. La realeza de María es plena y participada de la de su          Hijo. Los          términos Reina y Señora aplicados a la Virgen no son una          metáfora; con          ellos designamos una verdadera preeminencia y una auténtica          dignidad y potestad          en los cielos y en la tierra. María, por ser Madre del Rey, es          verdadera y          propiamente Reina, encontrándose en la cima de la creación y          siendo          efectivamente la primera persona humana del universo. Ella,          "bellísima y          perfectísima, tiene tal plenitud de inocencia y santidad que no          se puede          concebir otra mayor después de Dios, y que fuera de Dios nadie          podrá jamás          comprender"8.
Los          títulos de la realeza de María son su unión con Cristo como          Madre como le fue          anunciado por el Ángel y la asociación con su Hijo Rey en la          obra redentora del          mundo. Por el primer título, María es Madre Reina de un Rey que          es Dios, lo          cual la enaltece sobre las demás criaturas humanas; por el          segundo, María Reina          es dispensadora de los tesoros y bienes del Reino de Dios, en          razón de su          corredención.
En la          institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a todos los          cristianos a acercarse          a este "trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y          Madre para pedirle          socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los          dolores y          penas", y alentaba a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a          esforzarse por          aborrecer el pecado, a librarse de su esclavitud, "para poder          rendir un          vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos", a          quien es Reina y          tan gran Madre9. Adeamus ergo cum fiducia ad            thronum gratiae, ut            misericordiam consequamur... Acerquémonos, por tanto,            confiadamente al trono de            la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos            la gracia que nos            ayude en el momento oportuno10. Este trono,          símbolo de la          autoridad, es el de Cristo, pero ha querido que sea en su Madre          trono de            gracia donde más fácilmente alcanzamos la misericordia,          pues nos fue dada          "como abogada de la gracia y Reina del universo"11.
En el          día de hoy contemplamos la gran fiesta del Cielo en la que la          Trinidad          Beatísima sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a los          Cielos por toda          la eternidad. "Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu          Santo coronen a la          Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.
"-¡Aprovéchate          de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del          Cielo. -Yo, a          la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias          purificadas, porque no          tengo piedras preciosas ni virtudes.
"-¡Anímate!"12.          Ella nos espera; quiere que nos unamos a la alegría de los          santos y de los          ángeles. Y tenemos derecho a participar en una fiesta tan          grande, pues es          nuestra Madre.
III. Apareció            en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la            luna debajo de            sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...13.          Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a          María14,          la Madre de Jesús, quien en el Calvario la confió a Juan, a la          que él cuidó con          tanto esmero y contempló tantas veces. Cuando, ya anciano,          escribía estas          visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo. Los tres          rasgos con que el Apocalipsis          describe a María son símbolo de esta dignidad: vestida de            sol,          resplandeciente de gracia por ser Madre de Dios; la luna            bajo sus pies          indica la soberanía sobre todo lo creado; la corona de doce            estrellas es          la expresión de su corona real, de su reinado sobre los ángeles          y los santos          todos15. En las letanías del Santo Rosario recordamos          cada día que          es reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas,            de los            apóstoles, de los mártires, de las vírgenes, de todos los            santos... Es          también nuestra Reina y Señora.
El          reinado de María se ejerce diariamente en toda la tierra,          distribuyendo a manos          llenas la gracia y la misericordia del Señor. A Ella acudimos en          cada jornada,          pidiendo su protección; muchos cristianos los sábados, y cuando          visitan alguno          de sus innumerables santuarios, le cantan o le rezan con          devoción esa          antiquísima oración: Dios te salve, Reina y Madre de            misericordia, vida,            dulzura, esperanza nuestra... Este reinado se ejerce en el          Cielo sobre los          ángeles y sobre todos los bienaventurados, quienes aumentan su          gloria          accidental "por las luces que María les comunica, por la alegría          que          experimentan ante su presencia, por todo cuanto hace por la          salvación de las          almas. Manifiesta a los santos y a los ángeles la voluntad de          Cristo en orden a          la extensión de su Reino"16.
El          reinado de María se ejerce también en el Purgatorio. "Salve          Regina, cantaban          las almas que vi sentadas sobre el verde y entre las flores que          desde fuera del          valle no se veían", declara el poeta italiano17.          Nuestra Madre nos          induce constantemente a pedir y a ofrecer sufragios por quienes          todavía se          purifican y esperan para entrar en el Cielo; presenta a Dios          nuestras          oraciones, lo que hace que aumenten su valor. Aplica en el          nombre de su Hijo a          estas almas el fruto de los méritos que Él nos alcanzó y el de          sus propios          méritos. Nuestra Madre es una buena aliada para ayudar a las          almas del          Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a purificar          nuestras faltas          y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla contemplar          inmediatamente          después de nuestra muerte, sin tener que pasar por ese lugar de          espera y de          purificación, porque ya habremos limpiado aquí nuestra alma de          sus errores y          flaquezas.
Dios            todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la            Madre de tu            Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión,            alcancemos la gloria            de tus hijos en el reino de los cielos18.
1 Juan          Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 41. — 2          Conc. Vat.          II, Const. Lumen gentium, 59. — 3 Cfr Pío XII,          Enc. Ad caeli            Reginam, 11-X-1954. — 4 San Efrén, Himno sobre            la Bienaventurada            Virgen María. — 5 J. Ibáñez-F. Mendoza, La            Madre del Redentor,          Palabra, 2.ª ed., Madrid 1988, p. 293. — 6 San Josemaría          Escrivá, Santo            Rosario, quinto misterio de gloria. — 7 Lc          1, 31-33. — 8          Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. — 9          Pío XII, loc.            cit. — 10 Heb 4, 16. — 11 Misal          Romano, Prefacio          de la Misa de esta fiesta. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja,          n.          285. — 13 Apoc 12, 1. — 14 San Pío X,          Enc. Ad diem ilum,          2-II-1904. — 15 Cfr. L. Castán, Las Bienaventuranzas            de María,          BAC, Madrid 1971, p. 320 — 16 R. Garrigou-Lagrange, La            Madre del            Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 323. — 17 Dante          Alighieri, La            divina comedia, "El purgatorio", 7, 82-84. — 18          Misal Romano, Oración            colecta de la Misa.
* Esta          fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII en 1954,          respondiendo a la          creencia unánime de toda la Tradición que ha reconocido desde          siempre su          dignidad de Reina, por ser Madre del Rey de reyes y Señor de            señores.          Santa María es una Reina sumamente accesible, pues todas las          gracias nos vienen          a través de su mediación maternal. La coronación de María como          Reina de todo lo          creado que contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo          Rosario está          íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.
20ª          semana. Viernes
CON          TODO EL CORAZÓN
— El          principal Mandamiento de la Ley. Amar con todo nuestro ser.
— Amar          a Dios también con el corazón.
—          Manifestaciones de piedad.
I. Amar          a Dios no es simplemente algo muy importante para el hombre: es          lo único que          importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por          tanto, su quehacer          fundamental aquí en la tierra y, luego, su único quehacer eterno          en el Cielo;          aquello en lo que alcanza su felicidad y su plenitud. Sin esto,          la vida del          hombre queda vacía. Verdaderamente acertadas fueron aquellas          palabras que,          después de una vida de muchos sufrimientos físicos, dejó          escritas un alma que          amó mucho al Señor: "lo que frustra una vida –escribió en una          pequeña nota– no          es el dolor, sino la falta de amor". Este es el gran fracaso: no          haber amado.          Haber hecho quizá muchas cosas en la vida, pero no haber llevado          a cabo lo que          realmente importaba: el Amor a Dios.
Leemos          hoy en el Evangelio de la Misa1 que, con ánimo de            tentarle,          de tergiversar sus palabras, se acercó a Cristo un fariseo y le          preguntó: Maestro,            ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Quizá          esperaba oír algo que le          permitiera acusar a Jesús de ir contra la Escritura. Pero Jesús          le respondió: Amarás            al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con            toda tu mente.            Este es el mayor y el primer mandamiento. Dios no pide          para Sí un puesto          más en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente, junto          a otros          amores: quiere la totalidad del querer. No un poco de amor, un          poco de la vida,          sino que quiere la totalidad del ser. "Dios es Todo, el Único,          lo Absoluto, y          debe ser amado ex toto corde, absolutamente"2,          sin poner          término ni medida.
Cristo,          el Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor          único y personal,          "es un amante celoso" que pide todo nuestro querer. Espera que          le demos lo que          tenemos, siguiendo la personal vocación a la que nos llamó un          día y nos sigue          llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través          de las          circunstancias –gratas o no– que suceden en cada jornada. "Dios          tiene derecho a          decirnos: ¿piensas en Mí?, ¿tienes presencia mía?, ¿me buscas          como apoyo tuyo?,          ¿me buscas como Luz de tu vida, como coraza..., como todo?
"—Por          tanto, reafírmate en este propósito: en las horas que la gente          de la tierra          califica de buenas, clamaré: ¡Señor! En las horas que llama          malas, repetiré:          ¡Señor!"3. Toda circunstancia nos debe servir para          amarle con todo          el corazón, con toda el alma, con toda la mente..., con la          existencia entera.          No solo cuando vamos al templo a visitarle, a comulgar..., sino          en medio del          trabajo, cuando llega el dolor, el fracaso, o una buena noticia          inesperada.          Muchas veces hemos de decirle en la intimidad de nuestro          corazón: "Jesús, te          amo", acepto esta contradicción con paz por Ti, terminaré esta          tarea          acabadamente porque sé que a Ti te agrada, que no Te es          indiferente el que lo          haga de un modo u otro... Ahora, en nuestra oración, podemos          decirle: Jesús, te          amo..., pero enséñame a amarte; que yo aprenda a quererte con el          corazón y con          obras.
II. Dame,            hijo mío, tu corazón y pon tus ojos en mis caminos4.
Al          comentar el precepto de amar a Dios con todo el corazón, enseña          Santo Tomás que          el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el          sentimiento          como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el          hombre no sabe          vivir sin aquello que ama. Por el dictado de la razón, cuando          ama lo que el          entendimiento le dice. Y nosotros debemos amar a Dios de ambos          modos: también          con nuestro corazón humano, con el afecto con que queremos a las          criaturas de          la tierra5, con el único corazón que tenemos. El          corazón, la afectividad,          es parte integrante de nuestro ser. "Siendo hombres –comenta San          Juan          Crisóstomo contra la secta maniquea, que consideraba los          sentimientos humanos          esencialmente malos– no es posible carecer por completo de las          emociones;          podemos dominarlas, pero no vivir sin ellas. Además, la pasión          puede ser          provechosa, si sabemos usarla cuando es necesaria"6.          Humano y          sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesucristo cuando          leemos el          Evangelio: lleno de calor, de vibración, de ternura...; cuando          se dirige a su          Padre celestial y cuando está con los hombres: se conmueve ante          una madre viuda          que ha perdido a su único hijo, llora por un amigo que ha          muerto, echa de menos          la gratitud de unos leprosos que habían sido curados de su          enfermedad, se          muestra siempre cordial, abierto a todos, incluso en los          momentos terribles y          sublimes de la Pasión... Nosotros, que ansiamos seguir a Cristo          muy de cerca,          ser de veras discípulos suyos, hemos de recordar que la vida          cristiana no          consiste "en pensar mucho, sino en amar mucho"7.
En las          emociones y sentimientos experimentamos muchas veces nuestra          indigencia, la          necesidad de ayuda, de protección, de cariño, de felicidad... Y          esos          sentimientos, a veces muy profundos, pueden y deben ser cauce          para buscar a          Dios, para decirle que le amamos, que tenemos necesidad de su          ayuda, para          permanecer junto a Él. Si nuestra conducta fuera solo fruto de          elecciones          racionales y frías, o pretendiéramos ignorar la vertiente          afectiva de nuestro          ser, no viviríamos íntegramente como Dios quiere, y a la larga          sería posible          que ni siquiera le amáramos de ningún modo. Dios nos hizo con          cuerpo y alma, y          con nuestro ser entero –corazón, mente, fuerzas– nos dice Jesús          Maestro que          debemos amarle.
Puede          ocurrir que alguna vez nos encontremos fríos y desganados, como          si el corazón          se hubiera adormecido, pues los sentimientos se presentan y          desaparecen de          manera a veces imprevisible. No podemos entonces conformarnos          con seguir al          Señor de mala gana, como quien cumple una obligación onerosa o          se toma una          medicina amarga. Es necesario entonces poner los medios para          salir de ese          estado, por si en vez de ser una purificación pasiva, que el          Señor puede          permitir, fuese únicamente tibieza, falta de amor verdadero.          Hemos de amar a          Dios con la voluntad firme, y siempre que sea posible con los          sentimientos          nobles que encierra el corazón; con la ayuda del Señor, la mayor          parte de las veces          será posible despertar los afectos, encender de nuevo el          corazón, aunque falte          una resonancia interior de complacencia.
En          otras ocasiones, Dios nos trata como una madre cariñosa que, sin          el hijo          esperarlo, le premia dándole un dulce o, sencillamente, se lo da          porque quiere          tener una especial manifestación de cariño con el pequeño. Y él,          que siempre ha          querido a su madre, se vuelve loco de contento e incluso se          ofrece voluntario          para lo que sea preciso, en su afán de mostrarse agradecido.          Pero ese hijo rechazará          todo pensamiento que le induzca a considerar que su madre no le          quiere cuando          no le regale con golosinas, y, si tiene algo de sentido común,          sabrá ver el          amor de su madre también detrás de una corrección o cuando lo ha          de llevar al          médico. Así nosotros con nuestro Padre Dios, que nos quiere          mucho más. En esas          épocas debemos aprovechar esos consuelos más sensibles para          acercarnos más al          Señor, para corresponder con más generosidad en la lucha diaria,          aunque sabemos          que no está en los sentimientos la esencia del amor.
III. Mi            corazón se vuelve como la cera, se me derrite entre mis            entrañas8,          dice la Escritura.
Es          necesario cultivar el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el          amaneramiento,          debemos practicar las manifestaciones afectivas de piedad –sin          reducir el amor          a estas manifestaciones–, poner el corazón al besar un crucifijo          o al mirar una          imagen de Nuestra Señora..., y no querer ir a Dios solo "a          fuerza de brazos",          que a la larga fatiga y empobrece el trato con Cristo. No          debemos olvidar que en          las relaciones con Dios el corazón es un auxiliar precioso. "Tu          inteligencia          está torpe, inactiva: haces esfuerzos inútiles para coordinar          las ideas en la          presencia del Señor: ¡un verdadero atontamiento!
"No te          esfuerces, ni te preocupes. -Óyeme bien: es la hora del corazón"9.          Es el momento quizá de decirle unas pocas palabras sencillas,          como cuando          teníamos pocos años de edad; repetir con atención jaculatorias          llenas de          piedad, de cariño; porque los que andan por los caminos del amor          de Dios saben          hasta qué punto es importante el hacer todos los días lo mismo:          palabras,          acciones, gestos que el Amor transfigura diariamente en otros          tantos por          estrenar10.
Para          amar a Dios con todo el corazón hemos de acudir con frecuencia a          la Humanidad          Santísima de Jesús –y quizá leer durante una temporada una vida          de Cristo–:          contemplarle como perfecto Dios y como Hombre perfecto. Observar          su          comportamiento con quienes acuden a Él: su compasión          misericordiosa, su amor          por todos. De modo particular, meditaremos su Pasión y Muerte en          la Cruz, su          generosidad sin límites cuando más sufre. Otras veces nos          dirigiremos a Dios          con las mismas palabras con que se expresa el amor humano, y          podremos convertir          incluso las canciones que hablan de ese amor limpio y noble en          verdadera oración.
El amor          a Dios –como todo amor verdadero– no es solo sentimiento; no es          sensiblería, ni          sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples          manifestaciones          operativas; es más, debe dirigir todos los aspectos de la vida          del hombre.          ""Obras son amores y no buenas razones". ¡Obras, obras!          –Propósito: seguiré          diciéndote muchas veces que te amo –¡cuántas te lo he repetido          hoy!-; pero, con          tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de          cada día –con          elocuencia muda– las que clamen delante de Ti, mostrándote mi          Amor"11.
1 Mt          22, 34-40. — 2 F. Ocáriz, Amor a Dios, amor a los            hombres,          Palabra, 4ª ed., Madrid 1979, p. 22. — 3 Cfr. San          Josemaría Escrivá, Forja,          n. 506. — 4 Prov 23, 26. — 5 Cfr. Santo          Tomás, Comentario            al Evangelio de San Mateo, 22, 4. — 6 San Juan          Crisóstomo, Homilías            sobre el Evangelio de San Mateo, 16, 7, — 7 Cfr.          Juan Pablo II, Homilía,          Ávila 1-XI-1982; Santa Teresa de Jesús, Castillo interior,          IV, 1, 7. — 8          Sal 21, 15. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino,          n. 102. — 10          Cfr. J. M. Escartín, Meditación del Rosario, Palabra, 3ª          ed., Madrid          1971, p. 63. — 11 San Josemaría Escrivá, Forja,          n. 498.
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† Santoral               (si          GoogleGroups corta el texto,          lo encontrará en www.iesvs.org)
Santa María Virgen, Reina
"La          Virgen Inmaculada ... asunta en cuerpo y alma a la gloria          celestial
          fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de          que 
          se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores 
          y vencedor del pecado y de la muerte". 
          (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59). 
El          pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural,          siempre reconoció          la regia dignidad de la Madre del "Rey de reyes y Señor de          señores".  Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de          ese          reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los          esplendores del arte y          en la elocuente catequesis de la liturgia.
Al          ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las          gracias, prescas y          títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo          creado, de los          hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre          cariñosa,          asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente          mediación y          distribución de las gracias. 
Quiere          la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a          Dios los          singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el          Reino de          Cristo, de donde fluye también el reinado universal de María. 
Esta          fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora          en la octava de          la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe          entre la realeza          de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue          la que comenzó          en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima          Virgen Madre de          Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum;            Reina caeli,            laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y          como Reina a la          Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su          intercesión, alcancemos          la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro          Señor Jesucristo.          Amén. 
           Salve 
Dios          te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura          y esperanza          nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de          Eva; a Tí          suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea,          pues, Señora, abogada          nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y          después de este          destierro múestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh          clementísima, oh          piadosa, oh dulce Virgen María!
V. Ruega          por nosotros, Santa Madre          de Dios.
            R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de          Nuestro Señor
          Jesuscristo. Amén. 
           Himno Reina y Madre, Virgen pura,
          que sol y cielo pisáis,
          a vos sola no alcanzó
          la triste herencia de Adán. 
¿Cómo          en vos, Reina de todos,
          si llena de gracia estáis,
          pudo caber igual parte
          de la culpa original?
De          toda mancha estáis libre:
          ¿y quién pudo imaginar
          que vino a faltar la gracia
          en donde la gracia está?
          Si los hijos de sus padres
          Toman el fuero en que están,
          ¿cómo pudo ser cautiva
          quien dio a luz la libertad? Amén.
           
ORACIÓN 
Dios          todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la          Madre de tu          Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión,          alcancemos la gloria          de tus hijos en el reino de los cielos.
Reina          dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por          nuestra paz y salud,          tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.
Por          nuestro Señor Jesucristo.  Amén.
22 de agosto 
  
  
           
           
María,           Reina del Universo 
Catequesis          de S.S. Juan Pablo II
           Audiencia General de los Miércoles, 
          23 de julio de 1997 
           
1.          La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio,          después de recordar          la asunción de la Virgen "en cuerpo y alma a la gloria del          cielo", explica que          fue "elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para          ser conformada          más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap          19, 16) y          vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59).
          
          En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que          el concilio de          Éfeso la proclama "Madre de Dios", se empieza a atribuir a María          el título de          Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de          su excelsa          dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas,          exaltando su          función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el          mundo.
Pero          ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece          este          comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la          Visitación: "Soy yo          quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima          de todas las          mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora" (Fragmenta:            PG 13, 1.902          D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión "la          madre de mi          Señor" al apelativo "mi Señora", anticipando lo que declarará          más tarde san          Juan Damasceno, que atribuye a María el título de "Soberana":          "Cuando se          convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la          soberana de todas          las criaturas" (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94          1.157).
2.          Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli            Reginam, a la          que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium,          indica como          fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su          cooperación en          la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto          litúrgico: "Santa          María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la          cruz de nuestro          Señor Jesucristo" (MS 46 [1954] 634). Establece, además,          una analogía          entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado          de la realeza          de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino          también porque          es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios,          sino también          porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la          obra de la redención          del género humano (MS 46 [1954] 635).
          
          En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la          Ascensión el Señor          Jesús "fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc          16,          19). En el lenguaje bíblico, "sentarse a la diestra de Dios"          significa          compartir su poder soberano. Sentándose "a la diestra del          Padre", él instaura          su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada          al poder de su          Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la          difusión de la          gracia divina en el mundo.
Observando          la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María,          podemos          concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee          y ejerce sobre          el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.
          
          3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de          Madre: su realeza es          un corolario de su peculiar misión materna, y expresa          simplemente el poder que          le fue conferido para cumplir dicha misión.
Citando          la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice          Pío XII pone de          relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen:          "Teniendo hacia          nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación          ella extiende          a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor          como Reina del          cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de          los ángeles y de          toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra          de su Hijo          único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que          pide con sus          súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede          faltar" (MS          46 [1954] 636-637).
          
          4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y          esto no sólo          no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono          filial en aquella          que es madre en el orden de la gracia.
Más          aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser          plenamente eficaz          precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la          Asunción. Esto lo          destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que          ese estado          asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible          su intercesión          en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso          "tener, por decirlo          así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo,          cumple todos los          deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace,          con su poder          divino, todo lo que le pides" (Hom 1: PG 98, 348).
5. Se          puede concluir que la Asunción          no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino          también con cada          uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado          glorioso le permite          seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos          en san Germán:          "Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu          desvelo por          nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros" (Hom 1:            PG 98, 344).
          
          Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el          estado glorioso          de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce          todo lo que          sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en          las pruebas de          la vida.
          
          Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la          obra de la          salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue          concedida. Es          una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la          vida y el amor          de Cristo.
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Sinforiano            de Autun, Santo          Mártir, Agosto 22   
              
 Mártir Martirologio                    Romano: En Autun, en la Galia Lugdubense, san                    Simfoniano, mártir, que, mientras era llevado al                    suplicio, su madre, desde la muralla de la ciudad, le                    exhortaba con estas palabras: "Hijo, hijo, Simforiano,                    pon tu pensamiento en Dios vivo. Hoy no se te quita la                    vida, sino que se te cambia por una mejor" (s.                    III/IV).  |           
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Fuente:          http://www.franciscanos.org 
          Bernardo de Ofida, Beato Capuchino del siglo XVII, Agosto          22   
              
 Capuchino del                    siglo XVII Martirologio                    Romano: En Ofida, en el Piceno, de Italia,                    beato Bernardo (Domingo) Peroni, religioso de la orden                    de los Hermanos Menores Capuchinos, célebre por su                    sencillez de corazón, inocencia de vida y su admirable                    caridad para con los pobres (1694).   |           
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Fuente:          ar.geocities.com/misa_tridentina01 
          Santiago (Giacomo) Bianconi de Bevagna, Beato Dominico,          Agosto 22          
              
 Dominico Martirologio                    Romano: En Mevania (hoy Bevagna), en la Umbría                    (Italia), beato Giacomo Bianconi, presbítero de la                    Orden de Predicadores, que fundó allí un convento y                    rebatió los errores de los nicolaítas (1301).  |           
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Fuentes:          IESVS.org; EWTN.com;          Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es ,          misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/ 
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