jueves, 23 de agosto de 2012

Viernes 24 de Agosto de 2012. San Bartolomé ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 45-51

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo:
"Hemos encontrado a aquél de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret".
Exclamó Natanael:
"¿De Nazaret puede salir algo bueno?"
Felipe le contestó:
"Ven y lo verás".
Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó:
"Este es un auténtico israelita, en quien no hay doblez alguna".
Natanael le preguntó:
"¿Por qué me conoces?"
Jesús respondió:
"Antes de que Felipe te
llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera".
Entonces Natanael exclamó:
"Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Jesús prosiguió:
"¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas más grandes que ésa!"
Y añadió Jesús:
"Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las “palabras de vida eterna” (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=272692

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). “Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso”. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: “quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

San Bartolomé, Apóstol (24 de ago)

Antífona de Entrada

Anuncia, día tras día, que la salvación viene de Dios; proclama sus maravillas a todas las naciones.

Se dice "Gloria".

Oración Colecta

Oremos:
Fortalece, Señor, nuestra fe para que sigamos a Cristo con la misma sinceridad de san Bartolomé, apóstol; y concédenos, por su intercesión, que la Iglesia sea un instrumento eficaz de salvación para todos los seres humanos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Sobre los doce cimientos estaban escritos los nombres de los apóstoles

Lectura del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan 21, 9b-14

Uno de los ángeles me dijo:
"Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero".
Me llevó en espíritu a una montaña grande y alta y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo enviada por Dios, resplandeciente de gloria.
Su esplendor era como el de una piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles custodiando las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas daban al oriente y tres al norte; tres al sur y tres al occidente. La muralla de la ciudad tenía doce pilares en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 144, 10.11.12-13ab.17-18

Señor, que todos tus fieles te bendigan.

Que tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que proclamen la gloria de tu reinado y hablen de tus hazañas.
Señor, que todos tus fieles te bendigan.

Que den a conocer a los hombres tus hazañas, la gloria y el esplendor de tu reinado. Tu reinado es eterno, tu gobierno permanece para siempre.
Señor, que todos tus fieles te bendigan.

El Señor es fiel en todo lo que hace, leal en todas sus acciones. El Señor está cerca de los que lo invocan, de todos los que lo invocan sinceramente.
Señor, que todos tus fieles te bendigan.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.
Aleluya.

Evangelio

Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 45-51

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo:
"Hemos encontrado a aquél de quien escribió Moisés en el libro de la ley, y del que hablaron también los profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret".
Exclamó Natanael:
"¿De Nazaret puede salir algo bueno?"
Felipe le contestó:
"Ven y lo verás".
Cuando Jesús vio a Natanael, que venía hacia él, comentó:
"Este es un auténtico israelita, en quien no hay doblez alguna".
Natanael le preguntó:
"¿Por qué me conoces?"
Jesús respondió:
"Antes de que Felipe te
llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera".
Entonces Natanael exclamó:
"Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Jesús prosiguió:
"¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Verás cosas más grandes que ésa!"
Y añadió Jesús:
"Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración de los Fieles

Celebrante:
Fundamentados en la fe de los apóstoles y de los mártires, dirijamos a Dios nuestras oraciones:
(Respondemos a cada petición: Escúchanos, Señor).

Por la santa Iglesia de Dios, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, la fe que fue plantada por los apóstoles germine, arraigue y crezca en todas las comunidades cristianas, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Por los que aún no conocen a Cristo, para que el Señor, que envió a los apóstoles a proclamar el Evangelio a todos los pueblos, haga brillar también sobre ellos el mensaje de la salvación, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Por los que sufren tentaciones o abatimiento, para que, al escuchar el anuncio evangélico transmitido por los apóstoles, vean renacer en su espíritu la alegría cristiana, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Para que nosotros, que por naturaleza éramos extranjeros y forasteros, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, vivamos como conciudadanos santos y como miembros de la familia de Dios, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Celebrante:
Escucha, Señor, nuestra oración y derrama sobre nosotros la abundancia de tus dones, para que, fortalecidos por las enseñanzas apostólicas y ayudados por la oración de san Bartolomé, no dudemos nunca de que recibiremos los bienes que te hemos pedido.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas

Señor, que el sacrificio de alabanza que vamos a ofrecerte en la fiesta del apóstol san Bartolomé, nos obtenga, por su intercesión, la gracia de servirte con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

Los apóstoles, pastores del pueblo de Dios

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso, Pastor eterno.
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que por medio de los santos Apóstoles lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio.
Por eso,
con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Antífona de la Comunión

Yo les daré a ustedes el reino que mi Padre me tiene preparado, y en él comerán y beberán

conmigo, dice el Señor.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Que la comunión que hemos recibido, al celebrar la fiesta de san Bartolomé, nos dé fuerza, Señor, para imitar a Cristo aquí en la tierra y alcanzar la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

20ª semana. Viernes

CON TODO EL CORAZÓN

— El principal Mandamiento de la Ley. Amar con todo nuestro ser.

— Amar a Dios también con el corazón.

— Manifestaciones de piedad.

I. Amar a Dios no es simplemente algo muy importante para el hombre: es lo único que importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la tierra y, luego, su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza su felicidad y su plenitud. Sin esto, la vida del hombre queda vacía. Verdaderamente acertadas fueron aquellas palabras que, después de una vida de muchos sufrimientos físicos, dejó escritas un alma que amó mucho al Señor: “lo que frustra una vida –escribió en una pequeña nota– no es el dolor, sino la falta de amor”. Este es el gran fracaso: no haber amado. Haber hecho quizá muchas cosas en la vida, pero no haber llevado a cabo lo que realmente importaba: el Amor a Dios.

Leemos hoy en el Evangelio de la Misa1 que, con ánimo de tentarle, de tergiversar sus palabras, se acercó a Cristo un fariseo y le preguntó: Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Quizá esperaba oír algo que le permitiera acusar a Jesús de ir contra la Escritura. Pero Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. Dios no pide para Sí un puesto más en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente, junto a otros amores: quiere la totalidad del querer. No un poco de amor, un poco de la vida, sino que quiere la totalidad del ser. “Dios es Todo, el Único, lo Absoluto, y debe ser amado ex toto corde, absolutamente”2, sin poner término ni medida.

Cristo, el Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor único y personal, “es un amante celoso” que pide todo nuestro querer. Espera que le demos lo que tenemos, siguiendo la personal vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través de las circunstancias –gratas o no– que suceden en cada jornada. “Dios tiene derecho a decirnos: ¿piensas en Mí?, ¿tienes presencia mía?, ¿me buscas como apoyo tuyo?, ¿me buscas como Luz de tu vida, como coraza..., como todo?

“—Por tanto, reafírmate en este propósito: en las horas que la gente de la tierra califica de buenas, clamaré: ¡Señor! En las horas que llama malas, repetiré: ¡Señor!”3. Toda circunstancia nos debe servir para amarle con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente..., con la existencia entera. No solo cuando vamos al templo a visitarle, a comulgar..., sino en medio del trabajo, cuando llega el dolor, el fracaso, o una buena noticia inesperada. Muchas veces hemos de decirle en la intimidad de nuestro corazón: “Jesús, te amo”, acepto esta contradicción con paz por Ti, terminaré esta tarea acabadamente porque sé que a Ti te agrada, que no Te es indiferente el que lo haga de un modo u otro... Ahora, en nuestra oración, podemos decirle: Jesús, te amo..., pero enséñame a amarte; que yo aprenda a quererte con el corazón y con obras.

II. Dame, hijo mío, tu corazón y pon tus ojos en mis caminos4.

Al comentar el precepto de amar a Dios con todo el corazón, enseña Santo Tomás que el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el hombre no sabe vivir sin aquello que ama. Por el dictado de la razón, cuando ama lo que el entendimiento le dice. Y nosotros debemos amar a Dios de ambos modos: también con nuestro corazón humano, con el afecto con que queremos a las criaturas de la tierra5, con el único corazón que tenemos. El corazón, la afectividad, es parte integrante de nuestro ser. “Siendo hombres –comenta San Juan Crisóstomo contra la secta maniquea, que consideraba los sentimientos humanos esencialmente malos– no es posible carecer por completo de las emociones; podemos dominarlas, pero no vivir sin ellas. Además, la pasión puede ser provechosa, si sabemos usarla cuando es necesaria”6. Humano y sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesucristo cuando leemos el Evangelio: lleno de calor, de vibración, de ternura...; cuando se dirige a su Padre celestial y cuando está con los hombres: se conmueve ante una madre viuda que ha perdido a su único hijo, llora por un amigo que ha muerto, echa de menos la gratitud de unos leprosos que habían sido curados de su enfermedad, se muestra siempre cordial, abierto a todos, incluso en los momentos terribles y sublimes de la Pasión... Nosotros, que ansiamos seguir a Cristo muy de cerca, ser de veras discípulos suyos, hemos de recordar que la vida cristiana no consiste “en pensar mucho, sino en amar mucho”7.

En las emociones y sentimientos experimentamos muchas veces nuestra indigencia, la necesidad de ayuda, de protección, de cariño, de felicidad... Y esos sentimientos, a veces muy profundos, pueden y deben ser cauce para buscar a Dios, para decirle que le amamos, que tenemos necesidad de su ayuda, para permanecer junto a Él. Si nuestra conducta fuera solo fruto de elecciones racionales y frías, o pretendiéramos ignorar la vertiente afectiva de nuestro ser, no viviríamos íntegramente como Dios quiere, y a la larga sería posible que ni siquiera le amáramos de ningún modo. Dios nos hizo con cuerpo y alma, y con nuestro ser entero –corazón, mente, fuerzas– nos dice Jesús Maestro que debemos amarle.

Puede ocurrir que alguna vez nos encontremos fríos y desganados, como si el corazón se hubiera adormecido, pues los sentimientos se presentan y desaparecen de manera a veces imprevisible. No podemos entonces conformarnos con seguir al Señor de mala gana, como quien cumple una obligación onerosa o se toma una medicina amarga. Es necesario entonces poner los medios para salir de ese estado, por si en vez de ser una purificación pasiva, que el Señor puede permitir, fuese únicamente tibieza, falta de amor verdadero. Hemos de amar a Dios con la voluntad firme, y siempre que sea posible con los sentimientos nobles que encierra el corazón; con la ayuda del Señor, la mayor parte de las veces será posible despertar los afectos, encender de nuevo el corazón, aunque falte una resonancia interior de complacencia.

En otras ocasiones, Dios nos trata como una madre cariñosa que, sin el hijo esperarlo, le premia dándole un dulce o, sencillamente, se lo da porque quiere tener una especial manifestación de cariño con el pequeño. Y él, que siempre ha querido a su madre, se vuelve loco de contento e incluso se ofrece voluntario para lo que sea preciso, en su afán de mostrarse agradecido. Pero ese hijo rechazará todo pensamiento que le induzca a considerar que su madre no le quiere cuando no le regale con golosinas, y, si tiene algo de sentido común, sabrá ver el amor de su madre también detrás de una corrección o cuando lo ha de llevar al médico. Así nosotros con nuestro Padre Dios, que nos quiere mucho más. En esas épocas debemos aprovechar esos consuelos más sensibles para acercarnos más al Señor, para corresponder con más generosidad en la lucha diaria, aunque sabemos que no está en los sentimientos la esencia del amor.

III. Mi corazón se vuelve como la cera, se me derrite entre mis entrañas8, dice la Escritura.

Es necesario cultivar el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el amaneramiento, debemos practicar las manifestaciones afectivas de piedad –sin reducir el amor a estas manifestaciones–, poner el corazón al besar un crucifijo o al mirar una imagen de Nuestra Señora..., y no querer ir a Dios solo “a fuerza de brazos”, que a la larga fatiga y empobrece el trato con Cristo. No debemos olvidar que en las relaciones con Dios el corazón es un auxiliar precioso. “Tu inteligencia está torpe, inactiva: haces esfuerzos inútiles para coordinar las ideas en la presencia del Señor: ¡un verdadero atontamiento!

“No te esfuerces, ni te preocupes. -Óyeme bien: es la hora del corazón”9. Es el momento quizá de decirle unas pocas palabras sencillas, como cuando teníamos pocos años de edad; repetir con atención jaculatorias llenas de piedad, de cariño; porque los que andan por los caminos del amor de Dios saben hasta qué punto es importante el hacer todos los días lo mismo: palabras, acciones, gestos que el Amor transfigura diariamente en otros tantos por estrenar10.

Para amar a Dios con todo el corazón hemos de acudir con frecuencia a la Humanidad Santísima de Jesús –y quizá leer durante una temporada una vida de Cristo–: contemplarle como perfecto Dios y como Hombre perfecto. Observar su comportamiento con quienes acuden a Él: su compasión misericordiosa, su amor por todos. De modo particular, meditaremos su Pasión y Muerte en la Cruz, su generosidad sin límites cuando más sufre. Otras veces nos dirigiremos a Dios con las mismas palabras con que se expresa el amor humano, y podremos convertir incluso las canciones que hablan de ese amor limpio y noble en verdadera oración.

El amor a Dios –como todo amor verdadero– no es solo sentimiento; no es sensiblería, ni sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples manifestaciones operativas; es más, debe dirigir todos los aspectos de la vida del hombre. ““Obras son amores y no buenas razones”. ¡Obras, obras! –Propósito: seguiré diciéndote muchas veces que te amo –¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día –con elocuencia muda– las que clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor”11.

1 Mt 22, 34-40. — 2 F. Ocáriz, Amor a Dios, amor a los hombres, Palabra, 4ª ed., Madrid 1979, p. 22. — 3 Cfr. San Josemaría Escrivá, Forja, n. 506. — 4 Prov 23, 26. — 5 Cfr. Santo Tomás, Comentario al Evangelio de San Mateo, 22, 4. — 6 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 16, 7, — 7 Cfr. Juan Pablo II, Homilía, Ávila 1-XI-1982; Santa Teresa de Jesús, Castillo interior, IV, 1, 7. — 8 Sal 21, 15. — 9 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 102. — 10 Cfr. J. M. Escartín, Meditación del Rosario, Palabra, 3ª ed., Madrid 1971, p. 63. — 11 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 498.

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Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

 

 

San Bartolomé, Apóstol
(Siglo I)

 

A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida.
El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le
dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 ).

Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció. 
Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a
conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.

El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".

Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

  Oración
Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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María Micaela del Santísimo Sacramento, Santa Fundadora, 24 de agosto  

María Micaela del Santísimo Sacramento, Santa

Virgen y Fundadora
de la Congregación de las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad

Martirologio Romano: En Valencia, en España, santa María Micaela del Santísimo Sacramento Desmaisières, virgen, fundadora de la Congregación de las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, que con tenaz empeño e inflamada en el deseo de ganar almas para Dios, consagró su vida en volver al buen camino a las jóvenes descarriadas y a las meretrices (1865).

Fecha de canonización: El 7 de junio de 1925 el Papa Pío XI la proclamó beata, el mismo pontífice la canonizó el 4 de marzo de 1934.

 

Micaela Desmaisiéres y López de Dicastillo, vizcondesa de Jorbalán, nació en Madrid el 1 de enero de 1809, en plena Guerra de la Independencia Española, en el seno de una familia de la aristocracia. Micaela se educó en las religiosas Ursulinas de Pau, pero al quedarse huérfana de padre en 1822, regresó al hogar familiar. De su madre recibió una educación piadosa y de acuerdo a la clase social a que pertenecía. De sus ocho hermanos, casi todos murieron prematuramente salvo sus hermanos Dolores y Diego, éste ausente por sus negocios y cargos diplomáticos. Esto la obligó a ocuparse de los intereses familiares, desarrollándose así en ella un carácter enérgico y dotes de gobierno y organización. Aunque la pretendió el hijo del marqués de Villadarias, a la muerte de su madre en 1841, decide consagrar su vida a la caridad y a Dios.

Tras una visita al Hospital de San Juan de Dios, se conciencia de la lacra de la prostitución, y en abril de 1845, funda un colegio para redimir a las prostitutas en una casa en la calle de Dos Amigos de Madrid. El 12 de octubre de 1850, deja los fastos de la corte de Isabel II, para vivir con sus chicas en el colegio. Tras grandes dificultades, para 1856 el colegio ha crecido y ya tiene con ella algunas colaboradoras. Ve la necesidad de formar una comunidad que dé estabilidad a la obra, surge así la Congregación de Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Micaela se ha convertido ya en la Madre Sacramento y ese mismo año escribe unas constituciones de su congregación que serán aprobadas por la Santa Sede en 1861. Al colegio de Madrid le siguen pronto, Zaragoza (1856), Valencia (1858), Barcelona (1861), Burgos (1863), Pinto, filial de Madrid (1864), Santander (1865) y Guadalajara (1915), ésta fundada por su sobrina María Diega Desmaissières. En agosto de 1865, la Madre Sacramento al enterarse de que en Valencia estalla una epidemia de cólera, decide viajar en tren a Valencia para ayudar a las religiosas y colegialas de su casa durante una epidemia de cólera que también acabó con su propia vida el 24 de agosto de dicho año.

APOSTOLADO SOCIAL
La Madre Sacramento dedicó su vida a la fundación de la Congregación de Religiosas Adoratrices y Esclavas de la Caridad, con sus colegios de reeducación, ejerciendo así un notable influjo en la sociedad del siglo XIX. Pero su radio de acción trasciende los límites del Instituto: actúa también en el campo eclesial y social, unas veces a instancias de la jerarquía eclesiástica y otras movida por las circunstancias sociales que la rodean.

También debemos señalar su apostolado con la Familia Real, particularmente con la reina Isabel II, que le ocupó buena parte de su tiempo en los últimos años de su vida, llamada por el confesor de la reina San Antonio María Claret.

Asimismo, las Escuelas Dominicales de España le deben su existencia.

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Fuente: Mercaba.org
Emilia de Vialar, Santa Fundadora, 24 de agosto  

Emilia de Vialar, Santa

Virgen y Fundadora
de la Congregación de las Hermanas de San José de la Aparición

Martirologio Romano: En Marsella, en Francia, santa Emilia de Vialar, virgen, que tras haber trabajado con denuedo por difundir el Evangelio en países lejanos, fundó la Congregación de las Hermanas de San José de la Aparición y la propagó ampliamente (1856).

Etimológicamente: Emilia = Aquella que es amable y gentil, es de origen griego.

Fecha de canonización: Fue canonizada el 24 de junio de 1951 por el papa Pío XII.

 

En agosto de 1835 un navío francés atracaba majestuosamente en el puerto de Argel, “la ciudad blanca". Rompen a tocar las charangas militares, y, entre los vítores guturales que lanza la multitud y el estruendo de la artillería que atruena el espacio, cuatro humildes monjitas descienden al desembarcadero y pasan entre dos filas de soldados que presentan armas. Pero no se vaya a creer que estos honores son precisamente para ellas. Es que han venido en el mismo barco que trae al nuevo gobernador general, mariscal Clauzel. Con él ha hecho también la travesía el barón de Vialar, hermano de Emilia, fundadora de un naciente Instituto —las Hermanas de San José de la Aparición— que, todavía en los primeros balbuceos de su existencia, ya se siente con bríos para llevar a las gentes mahometanas de Africa el mensaje de Cristo, desplegando ante ellas "todas las formas de la caridad".

Emilia Vialar había visto la luz primera en la graciosa ciudad de Gaillac, que baña con sus aguas el Tarn, en el Languedoc. La ceremonia del bautizo se celebró el 12 de septiembre de 1797 en la iglesia parroquial de San Pedro, sin alegría de campanas, toda vez que, por orden del Comité de Salud Pública, durante el Terror habían sido descolgadas para fundirlas, convirtiéndolas en cañones, aunque con el boato y esplendidez que se podían permitir sus acaudalados padres.

Allí, en una de aquellas quintas señoriales coronadas de altas azoteas, desde las que se domina un panorama encantador, se deslizaron suavemente los años de la infancia de Emilia. ¡Con qué bella plasticidad los sintetiza la escena hogareña que nos ofrece una de sus biografías! A la sombra de una espléndida acacia, la niña aprende a leer en el libro que se abre sobre las rodillas de su mamá, la baronesa de Vialar, cuya delicada salud la obliga a pasar frecuentemente los días estivales al aire libre tendida en un canapé. "El buen Dios —dice la solícita educadora a su hijita— nos ha criado. Nos ama. ¿Lo entiendes, querida mía?” "Sí", replica Emilia con todo el fervor de su alma pura.

Pero la baronesa no puede continuar su dulce y duro magisterio, y decide enviar a su hija a la escuela. La elección no es fácil. Pese al concordato que habían firmado conjuntamente Bonaparte y el Papa, aún permanecían cerradas en la ciudad las casas de enseñanza religiosa. La única institutriz de la región era una damisela que había personificado a la diosa Razón en las sacrílegas mascaradas de los pasados tiempos revolucionarios. No hubo otro remedio. Y mañana y tarde, durante seis años las calles tortuosas de Gaillac vieron pasar a una niña de grandes ojos castaños y crenchas doradas, desbordantes de su blanca cofia, que con el cestillo al brazo, se dirigía a la escuela, abierta en la ciudad por aquella infeliz. Dicho se está que entre la nueva maestra y la avisada discípula no pudo establecerse jamás ninguna corriente de simpatía.

Una tarde de septiembre de 1810 la familia de Vialar llegó a París, ebrio a la sazón con el vino espumoso de las últimas victorias imperiales, para presentar a la jovencita Emilia a las religiosas de la Congregación de Nuestra Señora, fundada en el siglo XVIII por San Pedro Fourier, que regentaban el célebre pensionado de l´abbaye-au-Bois, cuya reapertura era reciente. Cabe afirmar que éste fue el gesto postrero de su cristiana madre, quien el 17 de aquel mismo mes expiró, rodeada de los suyos, a la prometedora edad de treinta y cuatro años. Con tan acerbo dolor se inicia el Viacrucis que tendrá que recorrer intrépidamente la futura fundadora. Sin embargo, no escalará sola la cuesta del Calvario.

A los trece años hace su primera comunión en la capilla del convento en que se educa, y Jesús toma posesión del alma de la niña. No transcurren dos sin que su afligido padre reclame la presencia de la pensionista en la morada familiar de Gaillac, tan llena de entrañables recuerdos. La colegiala, hecha ya una mujercita, retorna de París. Pasa del tibio invernadero de l´abbaye-au-Bois a la vida de frivolidad y de chismorreo de la pequeña ciudad, con riesgo de que el céfiro engañador pueda deshojar las flores primerizas de una virtud todavía tierna y de que el jansenismo reinante corte las alas a los más ambiciosos intentos de santificación. Por eso dirá Emilia refiriéndose a esta época: "Apenas si frecuentaba los sacramentos". No importa. Ya se cuidará el Señor de que la muchacha no le olvide completamente aun en medio de las vanidades y fruslerías de una existencia más o menos mundana.

"Un día —escribe—, estando sola en la habitación, de temporada en el campo, fue como transportada en Dios. De súbito me sentí dominada, casi deslumbrada, por una luz brillante que me envolvía. Parecióme que ésta venía del cielo, y allá dirigí mis ojos, poniéndome de rodillas. Esto duró sólo unos instantes, si bien el gran arrobamiento que me produjo este toque de la gracia no me hizo perder en absoluto el uso de mis facultades. El favor señalado que el Señor me concedió me impulsó a tomar la resolución de pertenecerle a Él enteramente..."

La misión solemne predicada por 1816 en la iglesia de San Pedro —la primera que se celebraba después de la revolución— afianzará los generosos propósitos de la jovencita y acabará con todas las bagatelas seductoras del mundo. A partir de este año las gracias del Señor irán cayendo en lluvia incesante sobre el alma de Emilia. Una visión inolvidable pondrá la rúbrica a estos dones maravillosos. "Durante una visita que hice al Santísimo Sacramento —cuenta M. Vialar— de tres a cuatro de la tarde, me hallaba sola en la iglesia, orando con calma y fervor. Tenía, a lo que me parece, la cabeza un poco inclinada, debido al recogimiento. De pronto veo a Jesucristo sobre el altar. Estaba extendido: su cabeza descansaba al lado del Evangelio, y sus pies, al de la Epístola. Los brazos del Salvador se abrían en forma de cruz. Distinguía su figura y su cabellera, que le caía sobre la espalda. Una sombra cubría parte de su sagrado cuerpo; pero el pecho, costado y pies se hacían visibles a los ojos de mi alma y no podría precisar si también a los de mi cuerpo: tan visibles como lo sería una persona que se colocara delante de mí. Mas lo que atraía más fuertemente mis miradas eran las cinco llagas, que yo veía con toda claridad, sobre todo la de su costado derecho. Yo clavaba mis ojos en ella; brotaban de la misma muchas gotas de sangre”.

Tan grabada se le quedó a la vidente esta imagen estremecedora, que, en honor de las cinco llagas, prometió rezar diariamente cinco padrenuestros y otras tantas avemarías, promesa que las hijas de la fundadora continúan cumpliendo fielmente. Con todo, el horizonte de su porvenir no se aclara. Mientras tanto, el nuevo cura de San Pedro, reverendo Mercier, empieza a dirigir aquella alma elegida por los senderos de la paciencia, de la abnegación y de la caridad. De allí en adelante no se contentará con soportar los repentinos accesos de ira de su padre, ni las asperezas y desconsideraciones continuas de Toinon, la antigua sirvienta de la casa, sino que, dejando poco a poco los salones de Gaillac, se entregará al ejercicio de la más heroica caridad. Aquellas tertulias galantes —en que sólo se habla de modas y sucesos políticos— tienen que ceder el puesto a las visitas a los pobres, avecindados en sórdidos y malolientes tugurios. Y, por si esto fuera poco, cada mañana se dan cita en el zaguán del aristocrático hotelito de Emilia todas las miserias de la ciudad a despecho de las protestas exasperadas de la vieja ama de llaves. Ejercicio de la caridad que llega a su grado más alto en el terrible invierno de 1830, cuando las aguas del Tarn quedaron convertidas en una larga cinta de hielo.

Emilia se ha preparado contra cualquier contingencia, y, como la caridad es ingeniosa, ha hecho abrir una puerta con su escalera junto a la calle que bordea el muro de la casa, a fin de que sus pobres puedan tener acceso a la terraza sin pasar por el interior. Otras veces es ella, la señorita de Viallar, la que humildemente vestida, como una muchacha de servicio, recorre trabajosamente las callejas nauseabundas en que se cobijan sus amigos, acarreando pesados sacos de trigo. De seguro estos violentos esfuerzos le causaron la hernia, que, mal cuidada, habría de producirle la muerte años más tarde...

La noche de Navidad de 1832 será siempre una fecha histórica en los anales de la Congregación de Hermanas de San José de la Aparición. Emilia, con otras tres compañeras suyas, se recluye en la casa que había adquirido, contigua a la iglesia parroquial de San Pedro, dentro del más riguroso secreto. Para entonces había muerto su abuelo, el barón de Portal, dejando a su nieta favorita una pingüe herencia de treinta millones de francos. Cabía financiar con tal suma la fundación que proyectaba. Y, al efecto, la hija ejemplar, temiendo la injusta oposición de su irritado padre, deposita sobre la mesa de su escritorio una carta henchida de ternura, con la que se despide definitivamente de aquel hogar tan querido, pero en el que tanto ha tenido que sangrar su corazón.

Desde el primer momento la fundadora se ha puesto bajo el patrocinio del bendito patriarca. En el Museo de Toulouse existe un cuadro de mediano mérito que hirió vivamente la imaginación de Emilia. Representa al arcángel anunciando en sueños a José el gran misterio de la Encarnación: "No temas tomar a María por esposa tuya, porque lo que de ella nazca es obra del Espíritu Santo" (Mt. 1,20). También sus hijas, que ansían practicar la caridad del modo más excelso, llevarán hasta los últimos confines de la tierra el fausto anuncio de la Encarnación. Así viven por dos años, protegidas por monseñor De Gualy, nuevo obispo de Albi, mientras afluyen en gran número las jóvenes "a la Orden de Santa Emilia", como malas lenguas dicen. Es verdad que el Instituto no tiene todavía reglas ni constituciones. Pero para tender el vuelo sobre el mundo infiel le basta con el soplo del Espíritu Santo.

Y es que las misiones habían ejercido, de antiguo, un influjo perenne y avasallador en el ánimo valeroso a toda prueba de Emilia. "Sin que me diese cuenta de ello —escribirá—, notaba yo un sentimiento vivísimo que arrebataba mi corazón a los países infieles." Ya en las frecuentes visitas que solía hacer a su anciano abuelo en París, nunca dejaba de entrar en la iglesia de las Misiones de la calle de Bac. Por otra parte, sin salir de Gaillac, la pensativa joven tenía costumbre de visitar la iglesia del barrio de San Juan de Cartago, en la que había una capilla dedicada a San Francisco Javier. "A la edad de dieciocho años —precisa la Santa— hice el voto de invocar diariamente a este gran santo." ¿Cómo no iba a ser apostólico y misionero el Instituto de Hermanas de San José de la Aparición?

Dios se valió de un desengaño amoroso de Agustín de Vialar, que se trasladó a Argelia, envuelta aún en el halo de la reciente conquista, para que éste llamase a su hermana por encargo del Consejo de la Regencia. Y allá se dirigen audazmente las monjitas para estrenarse, en una lucha desigual, contra la violenta epidemia del cólera que diezma espantosamente la población. Los musulmanes quedan prendidos en las mallas de una caridad tan extraordinaria. ¡Qué mejor premio para tantas fatigas y vencimientos que la frase que uno de ellos dice a Emilia de Vialar, señalando con el dedo la cruz que campea sobre su hábito, mientras siente la blandura de la mano que le venda las llagas!: "¡Sin duda alguna es bueno quien te mueve a hacer estas cosas!" Aquel puñado de almas esforzadas se multiplica. Todo está por hacer. Por eso, no bien desembarcó en Argel la fundadora, se apresuró a adquirir una gran casa, que vino a ser un asilo providencial —la "misericordia"— para los menesterosos y desvalidos. Emilia, como más tarde Carlos de Foucauld, quiere ser, sobre las arenas de Africa, el "hermano universal" de todos sus moradores. ¡Cuántas obras emprendidas y coronadas en dos años! Un noviciado, un hospital, una enfermería-farmacia, una escuela gratuita, un asilo...

Emilia de Vialar interrumpe brevemente su estancia en Argel para conseguir la aprobación de las constituciones y sellar la reconciliación con su apaciguado padre. Sin pérdida de tiempo regresa al continente africano. Ante ella se abre un esperanzador rosario de fundaciones y una cadena ininterrumpida de luchas y sufrimientos. Primero es Bona. "Será la Chantal, la Teresa de nuestros tiempos —escribe, aludiendo a la fundadora, su amiga Eugenia de Guérin—. Veréis las maravillas que obra.” Luego, Constantina. Entre los árabes del interior la Santa se pone a curar al jefe de las tribus del desierto, "Tanta es la confianza que le inspiro —escribirá Emilia—, que, al presentarle un remedio y probarlo yo antes para animarle a beberlo, me dijo con acento de persona ofendida: —¿Por qué haces eso? De tu mano yo lo tomaré sin recelo alguno.”

A fines de 1839 puede añadir a la lista de sus fundaciones dos casas más: una sobre la risueña colina de Mustafá y la otra en Ben Aknou. Al año siguiente prepara la instalación de una comunidad en la regencia de Túnez, fuera de los límites de la protección francesa. Desde esta ciudad, tan populosa entonces como Marsella, sus hijas se derramarán por Susa, Sfax, La Marsa y La Goleta. Emilia de Vialar, andariega incansable —como la virgen de Avila—, después de un largo periplo por Gaillac, París y Roma —donde echa los cimientos de otra fundación—, vuelve de Túnez a Argel. Una desatada tormenta zarandea el navío, que, por fin, de arribada forzosa, fondea en las costas de Malta. Aquí, emulando al apóstol San Pablo, desembarca y da cima a dos fundaciones más. Once meses permanece Emilia en aquella isla, floreciente de prometedoras vocaciones.

La voluntad de Dios se le manifiesta de mil maneras distintas. Unas veces será una tempestad. Otras, una simple carta. Como la llamada epistolar apremiante del reverendo Brunoni, misionero de Chipre, que solicita la ayuda de las Hermanas de San José de la Aparición. Las dos almas apostólicas se saludan en Roma junto a la basílica de San Pablo, y, en la imposibilidad de trasladarse ella personalmente, envía a dos religiosas para la isla, cuyos habitantes —cristianos y musulmanes— se apiñan, ávidos de contemplar a aquellos "ángeles bajados del cielo para bien de la humanidad". Ahora es Grecia la que requiere su presencia, y la fundadora no quiere ceder a nadie la gloria de capitanear la expedición. Parte, pues, con rumbo a Syra, Beyrouth y Jerusalén, la Tierra Santa por excelencia, a la que tan particular devoción profesan las Hermanas de San José de la Aparición por los recuerdos que allí se veneran de la Sagrada Familia. A las fundaciones apuntadas seguirán bien pronto las de Chío, Jaffa, Trebizonda, la isla de Creta y Belén. No se han agotado los nombres que resplandecen, como estrellas, sobre las aguas azules del Mediterráneo, Hay que agregar a ellos Saida, Trípoli, Erzerum. Finalmente Alepo, cuya fundación revistió caracteres de inconcebible odisea, y Atenas. Estas dos fueron las últimas, realizadas por la Santa en 1854.

El Próximo Oriente ha podido admirar ya los raros ejemplos de caridad de las hermanas de la nueva Congregación misionera. Pero la mano de San Francisco Javier, el apóstol de las Indias, les señala el mar de sazonadas mieses que amarillean en los remotos campos de Asia. En 1856 el vicario apostólico de Birmania busca afanosamente, por una y otra parte, religiosas que secunden la ímproba tarea de los misioneros. La madre De Vialar escoge a seis de sus hijas. Viaje épico el suyo. Aún no ha sido horadado el istmo de Suez. Y aquí cabalmente es donde los anales de la Congregación se tiñen con el reflejo de una página dorada, que recuerda la deliciosa ingenuidad de las Florecillas de San Francisco. "Durante el viaje de Alejandría a Suez —cuenta una de las hermanas— un buen anciano se presenta a nuestras hermanas cada vez que se detiene el vehículo, diciéndoles: "Soy yo, hijas mías, no temáis; aquí estoy". Este anciano tenía una luenga barba y un bastón en la mano. Les tomaba los bultos y les ayudaba a bajar. Así hasta su embarco en Suez. Ya en el barco, el anciano dice a las hermanas: "¡Adiós, hijas mías, buen viaje! No temáis. Yo estoy con vosotras."

Africa, Asia..., Oceanía, la última parte del mundo, colmará los anhelos bienhechores de Emilia. En junio de 1854 el integérrimo benedictino español monseñor Serra, obispo de Perth (Australia occidental), viene a Europa con el designio de pedir a la madre De Vialar algunas religiosas para establecer un puesto en Fremantle. La fundadora, accediendo a sus deseos, envía cuatro hermanas a Londres. La Santa ha echado la rúbrica a su obra. Pero ¡a costa de cuántas amarguras! Las fundaciones de Hermanas de San José de la Aparición han ido aprisionando el globo terráqueo como en una red de caridad. Que en el corazón de la madre Emilia ha tenido el cerco trágico de una corona de espinas...

Argel fue la primera y acaso la más acerada. Porque la fundadora tuvo que defender así los derechos de su naciente Instituto, no contra las hordas revolucionarias ni contra las autoridades anticlericales, sino contra el pastor de la diócesis. Monseñor Dupuch trata de inmiscuirse en el régimen interno de la Congregación. La Santa no cede, y su resistencia es calificada de abierta rebeldía. El prelado no perdonará medios para doblegarla: desde las amonestaciones más severas hasta el entredicho y la privación de los sacramentos. Tres años interminables de durísimo forcejeo. "Dios me ha dado un corazón fuerte —escribe con toda sencillez la fundadora a su insigne protector, monseñor De Gualy—; ninguna prueba me ha podido abatir en el pasado, y esta que me aflige ahora no hace otra cosa que redoblar mi fuerza. Si debo pelear hasta la muerte, yo pelearé..." El prelado, empero, no ceja en su actitud, y las Hermanas de San José de la Aparición se ven obligadas a dejar bruscamente Argel. Otro será el comportamiento de Emilia cuando monseñor Dupuch, a su vez, tenga que salir al destierro.

Gran corazón. Lo necesitaba la fundadora. Ya que, años más tarde, el huracán sacudirá, hasta derribarlos, los muros de la casa madre de Gaillac. Esta otra prueba tendrá una acerbidad singularmente dolorosa. Paulina Gineste, una de las cofundadoras, dilapidará los bienes de la comunidad y, en trance de tener que rendir cuentas de su pésima administración, se alzará contra la madre De Vialar y la llevará a los tribunales, terminando por traicionar a la fundadora y sembrar la cizaña entre las religiosas, varias de las cuales seguirán las tristes huellas de la hija pródiga. Es preciso dejar también aquel nido en que la Congregación ensayó sus primeros vuelos. Hay que partir para el exilio.

En 1847 la reducida comunidad se establece en un modestísimo local de Toulouse. Estrecheces, privaciones, sacrificios de todo género. La cruz seguirá proyectando su sombra sobre la casita de las desterradas. Y otra vez se repetirá la historia de Argel, con los mismos caracteres de incomprensión, reserva, entremetimiento. Se hace necesario pensar en otro puerto de refugio. Por fin, en agosto de 1852 la sufrida expedición llega a Marsella, la "tierra prometida”, como la llaman acertadamente los biógrafos de Santa Emilia de Vialar. Dos años más tarde la fundadora, presa en un principio de violentos dolores, efecto no del cólera —como se temió—, sino de la hernia estrangulada, descansará plácidamente en la paz del Señor. Había sido fiel a su lema: "Entregarse y morir".

Más de cuarenta misiones había fundado a su muerte el Instituto de Hermanas de San José de la Aparición. Y la esclarecida misionera —alma gigante que tan a maravilla supo conciliar, como Santa Teresa de Jesús, las dos vidas activa y contemplativa— ascendió a la gloria de los altares el 24 de junio de 1951, juntamente con Santa María Dominica de Mazzarello, la cofundadora de San Juan Bosco. Los sagrados restos de la fundadora fueron trasladados en 1914 desde el cementerio de San Pedro a la casa madre de Marsella. He aquí el homenaje póstumo de la Congregación de Hermanas de San José de la Aparición, que, según el sentido epitafio, "gobernó (la Santa) durante veinte años con una gran suavidad y un celo admirable".

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Fuente: www.filles-de-la-charite.org
Juana Antide Thouret, Santa Fundadora, 24 de agosto  

Juana Antide Thouret, Santa

Virgen y Fundadora
de las Hermanas de la Caridad de Besançon

Martirologio Romano: En Nápoles, en la Campania, santa Juana Antida Thouret, virgen, donde en tiempo de la Revolución Francesa siguió con algunas compañeras la vida religiosa interrumpida, y en Besançon dio comienzo a una nueva sociedad de Hermanas de la Caridad, dedicadas a asegurar la formación civil y cristiana de la juventud, la atención a los niños abandonados, a los pobres y a los enfermos, hasta que murió en el destierro, aquejada de grandes tribulaciones (1826).

Fecha de canonización: Juana Antide Thouret fue beatificada por Pío XI el 23 de Mayo de 1926 y canonizada el 14 de enero de 1934 por el mismo pontífice.

 

La Congregación de las Hermanas de la Caridad de Besançon tienen su origen en la tradición Vicenciana, su fundadora había sido Hija de la Caridad. Juana Antide Thouret nació el 17 de noviembre de 1765 en Sancey-le-Long, Francia.

A los 22 años entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que armoniza oración, vida comunitaria y servicio a los pobres.

Durante la Revolución francesa, todas las Hijas de la Caridad de Francia se dispersaron, regresando a sus lugares de origen, Juana intentó unirse a otros grupos religiosos pero ninguno colmaba sus deseos.

Fue invitada a volver a Beçanson a comenzar el trabajo en la diócesis. Aceptó la invitación y el 11 de abril de 1799 comenzó una pequeña escuela y un comedor para los pobres. También visitaba a los enfermos y abrió un comedor para los pobres. Empezaron a conocerse como Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antide Thouret, una comunidad internacional en la tradición vicenciana (hijas de la caridad de San Vicente de Paúl). Esta herencia continúa hasta hoy respondiendo a los gritos de los pobres.

Actualmente forman la comunidad unas 4.000 Hermanas extendidas en los cinco continentes con gran variedad de servicios a los pobres.

La vida comunitaria, la Eucaristía, y el Misterio Pascual son elementos claves en su vida.

En 1810 el rey de Nápoles, las llamó después de fundar varias casas en Francia, fue a Nápoles, y allí con varias Hermanas comenzando la fundación en Italia.
Juana murió en Nápoles el 24 de agosto de 1826.

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Audeno de Rouen, Santo Obispo, 24 de agosto  

Audeno de Rouen, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Clichy, en la región de París, muerte de san Audeno, obispo de Ruan (Rouen en francés), que desde el cargo de refrendario del rey Dagoberto fue elevado al episcopado y gobernó felizmente su iglesia a lo largo de cuarenta y tres años, fundando muchísimos templos y protegiendo los monasterios (684).

 

Audeno es conocido en Francia como Ouen; en Inglaterra y los países anglo parlantes como Ouen, Owen o Aldwin. El nombre en latín del santo es Audoenus y en italiano es Audeno.

Audeno nació en el año 609 o 610 de Sancy, cerca de Soissons, al noreste de París, en el territorio que entonces formaba parte del reino francés de Neustria. Su padre, Authario, y su madre, Aiga, pertenecía al linaje galo-romano. Inmediatamente después de su nacimiento se trasladaron a Ussy-sur-Marne, donde Audeno pasó su infancia, en la que –según la tradición– tienen lugar una serie de eventos que sorprenden. Recibió una educación cristiana devota y fue bendecido por
San Columbano, huésped de sus padres.

Lo enviaron a la Abadía de San Medardo donde completó su educación, luego por sus cualidades fue muy bien acogido en la corte de Clotario II, poco antes de la muerte de aquel príncipe. Su sucesor, Dagoberto I, por su talento y cultura, lo nombró su secretario jurídico o canciller. Le encargó misiones importantes y le dio la tarea de compilar el código de la ley Sálica (cuerpo de leyes promulgadas a principios del siglo VI que fue la base de la legislación de los reyes francos hasta que en el siglo XII el reino de los francos desapareció).

En la corte conoció y se hizo amigo de Eligio, Sulpizio, Desiderio y todos los demás futuros obispos y santos. Ayudó al hermano Ado en la fundación del monasterio de Jouarre en Meaux, en 634, y con la ayuda de su familia fundó la abadía de Rabais, solicita monjes a Luxeuil para poblar la nueva fundación que fue aprobada por Dagoberto y el obispo de Meaux. Dagoberto intentó persuadirlo de que no se hiciera monje a Mónaco, y pese al hecho de que Audeno era laico, practica y promueve la religión mediante la lucha contra el flagelo de la simonía y pese al desorden moral de su rey, Audeno y Eligio, nunca dejaron de servirle fielmente.

Cuando murió Dagoberto, a pesar de que Clodoveo II había confirmado a Audeno como canciller, decidió abandonar todos los puestos seculares y abandonar la corte, para dedicarse en el aislamiento, a los estudios teológicos que tanto le atraían.

Algún tiempo después –en el año 640– la fama de piedad de Audeno lo hizo, siendo todavía laico, ser elegido obispo de Ruan, sede arzobispal vacante por la muerte de San Romano. Fue consagrado en Ruan el 21 de mayo de 640, junto a su amigo Eligio (que había sido designado obispo adjutor de Moyon). El 13 de mayo 641, después de pasar un año en la profundización del estudio de la doctrina fue ordenado sacerdote por Dieudonne, obispo de Macon.

Después de participar en el Concilio de Chalon-sur-Saone (647-649), Audeno consagró la iglesia de Jumiges, impulsó la vida cristiana y promovió la vida monástica fundando abadías, entre ellas la de Fontanelle, puso especial cuidado en la protección y la promoción de la vida monástica en su diócesis, para lo que contaba con la ayuda de San Filiberto y San Wandrillo, de quienes se había hecho amigo en su paso por la corte. Se hizo conocido por su austeridad personal y su caridad. Apoyó las actividades misioneras en tierras paganas. La diócesis de Ruan, comprendía distritos que eran todavía bárbaros, por la que el paganismo no había desaparecido, esto cambió bajo la administración de San Audeno, quien logró eliminar la costumbre de adorar a dioses paganos. En el año 675 o 676 Audeno hizo una peregrinación a Roma.

En el año 684, regresando de Colonia enfermó y murió el 24 de agosto en el territorio de Clichy, en el lugar que ahora lleva su nombre. Su cuerpo fue trasladado a Ruan y enterrado en la abadía que en aquel entonces se llamaba de San Pedro y que hoy lleva su nombre.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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