lunes, 13 de agosto de 2012

Martes 14 de Agosto de 2012. PELICULA. Dibus. Comic. San Maximiliano Kolbe ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Gloria a ti, Señor.

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
"¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?"
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo:
"Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así, pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las “palabras de vida eterna” (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=272692

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). “Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso”. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: “quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

mar 19a. Ordinario año Par

Antífona de Entrada

Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque él es nuestro Dios.

Oración Colecta

Oremos:
Señor, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que has puesto en tu gracia toda su esperanza.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

Primera Lectura

Me dio a comer el libro y me supo dulce como la miel

Lectura del libro del profeta Ezequiel 2, 8-3 ,4

Esto dice el Señor:
"Hijo de hombre, escucha lo que voy a decirte y no seas rebelde como la casa rebelde. Abre la boca y come lo que voy a darte".
Vi entonces una mano tendida hacia mí, con un libro enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito por dentro y por fuera; tenía escritas lamentaciones y amenazas. Y me dijo:
"Hijo de hombre, come lo que tienes aquí; cómete este libro y vete a hablar a los hijos de Israel".
Abrí la boca y me dio a comer el libro, diciéndome:
"Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este libro que te doy".
Me lo comí y me supo dulce como la miel. Y me dijo:
"Hijo de hombre, anda; dirígete a los hijos de Israel y diles mis palabras".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 118

Tus mandamientos, Señor, son mi alegría.

Me gozo más cumpliendo tus preceptos que teniendo riquezas. Tus mandamientos, Señor, son mi alegría; ellos son también mis consejeros.
Tus mandamientos, Señor, son mi alegría.

Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar son tus promesas, más que miel en la boca!
Tus mandamientos, Señor, son mi alegría.

Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría en mi corazón. Hondamente suspiro, Señor, por guardar tus mandamientos.
Tus mandamientos, Señor, son mi alegría.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Tomen mi yugo sobre ustedes dice el Señor, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Aleluya.

Evangelio

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Gloria a ti, Señor.

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
"¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?"
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo:
"Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así, pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Señor, Dios nuestro, tú que nos has dado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, conviértelos para nosotros en sacramento de vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La salvación por Cristo

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Pues por amor creaste al hombre, y, aunque condenado justamente, lo redimiste por tu misericordia. por Cristo nuestro Señor.
Por Él, los ángeles y arcángeles, y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces, cantando humildemente tu alabanza:

Antífona de la Comunión

Demos gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace por su pueblo; porque da de beber al que tiene sed y les da de comer a los hambrientos.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Señor, tú que has querido hacernos participar de un mismo pan y de un mismo cáliz, concédenos vivir de tal manera unidos en Cristo, que nuestro trabajo sea eficaz para la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

 

 

Dia 14/08 San Maximiliano María Kolbe (presbítero y mártir, rojo)

Antífona de Entrada

Este santo luchó hasta la muerte en defensa de la ley de Dios; no temió las palabras de los malvados, porque estaba afianzado sobre roca firme.

Oración Colecta

Oremos:
Dios de poder y de misericordia, que infundiste tu fuerza en san Maximiliano María Kolbe para que pudiera soportar el dolor del martirio; concede, a los que celebramos su victoria, vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo tu protección amorosa.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan
3, 13-18

Hermanos: No se sorprendan de que el mundo los odie. Nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien saben ustedes que ningún homicida tiene la vida eterna.
Conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros.
Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos. Si alguno, teniendo con qué vivir, ve a su hermano pasar necesidad, y sin embargo, no lo ayuda, ¿cómo habitará el amor de Dios en él?
Hijos míos, no amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 115

En medio de la desgracia confío en el Señor.

No dejé de confiar, aunque exclamaba: "Qué grande es mi desdicha". Y en mi aflicción pensaba: "Los hombres son un saco de mentiras".
En medio de la desgracia confío en el Señor.

¿Cómo pagaré al Señor por todos sus favores? El cáliz alzaré de salvación invocando su nombre.
En medio de la desgracia confío en el Señor.

Porque soy siervo tuyo, tu servidor e hijo de tu sierva, por eso tú, Señor, rompiste mis cadenas. Voy a hacer sacrificios de alabanza, invocando tu nombre.
En medio de la desgracia confío en el Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
El que se ama a sí mismo se pierde, dice el Señor, el que se aborrece a sí mismo en este mundo se asegura para la vida eterna.
Aleluya.

Evangelio

Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos

† Lectura del santo Evangelio según san Juan
15, 12-16

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido; soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Te presentamos, Señor, nuestros dones, pidiéndote humildemente que, a ejemplo de san Maximiliano María Kolbe, sepamos ofrecerte nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

Significado y ejemplaridad del martirio

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque la sangre del glorioso mártir san Maximiliano María Kolbe, derramada, como la de Cristo, para confesar tu nombre, manifiesta las maravillas de tu poder; pues en su martirio, Señor, has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso,
como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros en la tierra te aclamamos diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, dice el Señor.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Alimentados con tu Cuerpo y tu Sangre, te pedimos, Señor, encendernos con aquel fuego de amor que recibió de este banquete san Maximiliano María Kolbe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

19ª semana. Miércoles

EL PODER DE PERDONAR LOS PECADOS

— Promesa e institución del sacramento de la Penitencia. Dar gracias por este sacramento.

— Razones para este agradecimiento.

— Solo el sacerdote puede perdonar los pecados. La Confesión, un juicio de misericordia.

I. Jesús conoce bien nuestra flaqueza y debilidad. Por eso instituyó el sacramento de la Penitencia. Quiso que pudiéramos enderezar nuestros pasos, cuantas veces fuera necesario; tenía el poder de perdonar los pecados y lo ejerció repetidas veces: con la mujer sorprendida en adulterio1, con el buen ladrón suspendido en la cruz2, con el paralítico de Cafarnaún3... Vino a buscar y salvar lo que estaba perdido4, también ahora, en nuestros días.

Los Profetas habían preparado y anunciado esta reconciliación del todo nueva, del hombre con Dios. Así se refleja en las palabras de Isaías: Venid y entendámonos –dice Yahvé–. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana5. Fue esta también la misión del Bautista, que vino a predicar un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados6. ¿Cómo se extrañan algunos de que la Iglesia predique la necesidad de la Confesión?

Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. “Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción (Jer 29, 11), declaró Dios por boca del profeta Jeremías. La liturgia aplica esas palabras a Jesús, porque en Él se nos manifiesta con toda claridad que Dios nos quiere de este modo. No viene a condenarnos, a echarnos en cara nuestra indigencia o nuestra mezquindad: viene a salvarnos, a perdonarnos, a disculparnos, a traernos la paz y la alegría”7. Y no solo quiso que alcanzasen el perdón aquellos que le encontraron por los caminos y ciudades de Palestina, sino también cuantos habrían de venir al mundo a lo largo de los siglos. Para eso dio la potestad de perdonar los pecados a los Apóstoles y a sus sucesores a lo largo de los siglos. De modo solemne prometió el Señor a Pedro el poder de perdonar los pecados, cuando este le reconoció como Mesías8. Poco tiempo después –se lee en el Evangelio de la Misa de hoy9– lo extendió a los demás Apóstoles: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo. La promesa se hizo realidad el mismo día de la Resurrección: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retuviereis les serán retenidos10. Fue el primer regalo de Cristo a su Iglesia.

El sacramento de la Penitencia es una expresión portentosa del amor y de la misericordia de Dios con los hombres. “Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Solo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón”11. Demos gracias al Señor en nuestra oración de hoy por el don tan grande que significa poder ser perdonados de errores y miserias; ahora, en la oración ante Él, podemos preguntarnos: ¿son hondas y bien preparadas nuestras confesiones?

II. El incomparable bien que el Señor nos otorgó al instituir el sacramento de la Penitencia se desprende de muchas razones, que nos mueven a ser agradecidos con Él y a amar cada vez más este sacramento. Su consideración nos ayudará también a cuidar mejor la frecuencia con la que lo recibimos.

En primer lugar, la Confesión no es un mero remedio espiritual que el sacerdote posee para sanar el alma enferma o incluso muerta a la vida de la gracia. Esto es mucho, pero a nuestro Padre Dios le pareció poco. Y lo mismo que el padre de la parábola no concedió el perdón a su hijo a través de un emisario, sino que corrió él en persona a su encuentro, así el Señor, que anda buscando al pecador, se hace presente en la persona del confesor y nos acoge. Cristo mismo, por medio del sacerdote, nos absuelve, porque cada sacramento es acción de Cristo.

En la Confesión encontramos a Jesús12, como le encontró el buen ladrón, o la mujer pecadora, o la samaritana, y tantos otros...; como el mismo Pedro, después de sus negaciones. Por ser la remisión de los pecados una acción de Cristo, es a la vez una acción de su Cuerpo Místico inseparable, que es la Iglesia.

También hemos de dar gracias por la universalidad de este poder otorgado a la Iglesia, en la persona de los Apóstoles y de sus sucesores. El Señor está dispuesto a perdonarlo todo, de todos y siempre, si encuentra las debidas disposiciones. “La omnipotencia de Dios –dice Santo Tomás– se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente”13.

Jesús nos dice: he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia14. En la Confesión nos da la oportunidad de vaciar el alma de toda inmundicia, de limpiarla bien: “Imagina que Dios te quiere hacer rebosar de miel: si estás lleno de vinagre, ¿dónde va a depositar la miel?, pregunta San Agustín. Primero hay que vaciar lo que contenía el recipiente (...): hay que limpiarlo aunque sea con esfuerzo, a fuerza de frotarlo, para que sea capaz de recibir esta realidad misteriosa”15. De este modo, con ese pequeño esfuerzo que supone la delicada recepción frecuente del sacramento, el examen diligente, el dolor y el propósito bien hechos, el Espíritu Santo va logrando en nuestra alma la delicadeza de conciencia: no la conciencia escrupulosa, que ve pecado donde no lo hay, sino la finura interior que afianza una fuerte decisión de tener horror al pecado mortal y de huir de las ocasiones de cometerlo, a la vez que hace crecer el empeño sincero de detestar el pecado venial. De este modo, la Confesión nos llena de confianza en la lucha, y quienes la practican experimentan que es ciertamente “el sacramento de la alegría”16. ¿Cómo no agradecer al Señor esa muestra patente de su misericordia? ¿Cómo no valorar –y dar a conocer a otros– cada vez más este sacramento?

Con la eficacia silenciosa de su acción incesante, en el sacramento de la Penitencia el Espíritu Santo nos va dando el “sentido del pecado”, nos enseña a dolernos más, a valorar con más profundidad la ofensa a Dios, e infunde en nosotros un espíritu filial de desagravio y de reparación. Por eso, la Confesión puntual, contrita, bien preparada, es manifestación inequívoca de espíritu de penitencia. Agradezcamos al Espíritu Santo haber inspirado a los Pastores de la Iglesia el fomento de la Confesión frecuente17: con ella progresamos en la humildad, combatimos con eficacia las malas costumbres –hasta desarraigarlas–, podemos hacer frente a la tibieza, robustecemos nuestra voluntad y aumenta en nosotros la gracia santificante, en virtud del sacramento mismo18. ¡Cuántos beneficios nos concede el Señor a través de este sacramento!

III. La potestad de perdonar los pecados fue entregada a los Apóstoles y a sus sucesores19. Solo tiene facultad de perdonar los pecados quien haya recibido el Orden sacramental. San Basilio comparaba la Confesión con el cuidado a los enfermos, comentando que así como no todos conocen las enfermedades del cuerpo, tampoco las enfermedades del alma las puede curar cualquiera20. Pero, a diferencia de los médicos, al sacerdote no le viene su poder de su ciencia, ni de su prestigio, ni de la comunidad, sino que le llega directa y gratuitamente de Dios, a través del sacramento del Orden.

Por disposición divina, para mejor ayudar al penitente a ser sincero y a profundizar en las raíces de su conducta, así como para defender la pureza del Cuerpo Místico de Cristo, el confesor, que hace las veces de Cristo, debe juzgar las disposiciones del pecador –el dolor y propósito de la enmienda– antes de admitirle por la absolución a una más plena comunión con la Iglesia. Por eso, el sacramento de la Penitencia es un verdadero juicio al que se somete el pecador21; pero es un juicio que se ordena al perdón del que se declara culpable. “¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! —Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona.

“¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!”22.

El sacerdote no podría absolver a quien no está arrepentido de su pecado; a los que, pudiendo, se niegan a restituir lo robado; a quienes no se deciden a abandonar la ocasión próxima de pecado; y, en general, a quienes no se proponen seriamente apartarse de los pecados y enmendar su vida. Ellos mismos se excluyen de esta fuente de misericordia.

El juicio del sacramento de la Penitencia es, en cierto modo, adelanto y preparación del juicio definitivo, que tendrá lugar al final de la vida. Entonces comprenderemos en toda su profundidad la gracia y la misericordia divina en el momento en que se nos perdonaron los pecados. Nuestro agradecimiento no tendrá entonces límites, y se manifestará en dar gloria a Dios eternamente por su gran misericordia. Pero el Señor nos quiere también agradecidos en esta vida. Demos gracias a Dios y pidamos que nunca falten en su Iglesia sacerdotes santos, dispuestos a impartir este sacramento con amor y dedicación.

1 Jn, 8, 11. — 2 Lc 23, 43 — 3 Mc 2, 1-12. — 4 Lc 19, 10. — 5 Is 1, 18. — 6 Mt 1, 4. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 165. — 8 Mt 16, 17-19. — 9 Mt 18, 18. — 10 Jn 20, 23. — 11 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 5. — 12 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 7. — 13 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3. — 14 Jn 10, 10. — 15 San Agustín, Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4. — 16 Cfr. Pablo VI, Audiencia general 23-III-1977. — 17 Cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943, 39. — 18 Ibídem. — 19 Cfr. Ordo Paenitentiae, 9. — 20 San Basilio, Regla breve, 288. — 21 Cfr. Conc. de Trento, ses. XIV, cap. 5; Dz 899. — 22 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 309.

 

 

14 de agosto

VÍSPERA DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

— La Virgen Nuestra Señora, Arca de la Nueva Alianza.

— La esperanza del Cielo.

— Vale la pena ser fieles.

I. ¡Qué pregón tan glorioso para Ti, Virgen María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles y con Cristo triunfas para siempre1.

La Primera lectura de la Misa2, en la Vigilia de esta Solemnidad, nos recuerda el pasaje del Antiguo Testamento que narra el traslado del Arca de la Alianza a su lugar definitivo. David convocó a todo Israel, ordenó a los sacerdotes que se purificasen para el traslado, nombró cantores y músicos para que la procesión tuviera el mayor realce posible y, en medio de una alegría incontenible, el Arca fue trasladada y colocada en medio del Tabernáculo preparado para tal fin en la ciudad de David. Encontró su reposo en el monte Sión, que Dios mismo había elegido para su perpetua morada3.

El Arca era el signo de la presencia de Dios en medio de su Pueblo; en su interior se guardaba su Palabra, reseñada en las Tablas de la Ley4. Se menciona hoy este pasaje porque María es el Arca de la Nueva Alianza, en cuyo seno habitó el Hijo de Dios, el Verbo, la Palabra de Dios hecha carne, durante nueve meses5, y con su Asunción a los Cielos encontró su morada definitiva en el seno de la Trinidad Santísima. Allí, “llevada en medio de aclamaciones de alegría y de alabanza, fue conducida junto a Dios, colocada en un trono de gloria, por encima de todos los santos y ángeles del Cielo”6.

El Arca del Antiguo Testamento estaba construida con materiales preciosos, revestida de oro en su interior; en el caso de María, Dios la llenó de dones incomparables, y su belleza externa era reflejo de esta plenitud de gracia con que había sido adornada7. Así correspondía a la nueva morada de Dios en el mundo.

No olvidemos hoy que el Arca era para los judíos un lugar privilegiado donde Dios escuchaba sus oraciones: mi Nombre estará allí, se lee en el Libro de los Reyes8. María, Arca de la Nueva Alianza, es también el lugar privilegiado donde Dios escucha nuestras plegarias. Con la ventaja de que Ella suma su voz a la nuestra. Acudir a Nuestra Señora no solo es el mejor medio para ser atendidos por Dios, sino que Ella misma, desde el Cielo, intercede y endereza nuestras súplicas cuando no andan del todo bien encaminadas: “asunta a los Cielos (...), continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna”9, reafirma el Concilio Vaticano II.

“En cuerpo y alma ha subido a los Cielos nuestra Madre. Repítele que, como hijos, no queremos separarnos de Ella... ¡Te escuchará!”10. Madre nuestra, Tú que estás en cuerpo y alma tan cerca de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, no nos dejes de tu mano... No me dejes... no los dejes, Madre mía. ¡Qué seguridad tan grande nos da en todo momento la devoción a la Virgen Santísima! Ella nos escuchará siempre en cualquier circunstancia en que nos encontremos.

II. Cuando Jerusalén fue destruida por los ejércitos de Babilonia, el profeta Jeremías se llevó el Arca, según cuenta una antigua tradición judía, y la escondió en algún lugar secreto. Ninguna noticia se tuvo jamás del Arca. Solo San Juan nos dice que la vio en el Cielo, según recoge una de las Lecturas de la Misa de mañana, con clara referencia al cuerpo santísimo de Nuestra Señora: Se abrió el templo de Dios en el Cielo y el Arca de su Testamento fue vista en su templo11. “Nadie puede decirnos con seguridad cuándo y dónde, ni de qué manera, dejó la tierra la Virgen. Pero sabemos dónde está. Cuando Elías fue llevado al Cielo, los hijos de los profetas de Jericó preguntaron a Eliseo si podían salir a buscarle. “Es posible le dijeron que el espíritu del Señor le haya transportado a lo alto de una colina o le haya dejado en alguna hendidura de los valles”. Eliseo consintió a regañadientes, y cuando volvieron de su búsqueda infructuosa, les recibió con estas palabras: ¿No os había dicho que no fuerais? (2 Rey 2, 16-18). Lo mismo sucede con el cuerpo de la Santísima Virgen. En ningún lugar de la cristiandad oiréis ni siquiera un rumor acerca de él. Hay tantas iglesias en todas partes del mundo que afirman con entusiasmo que poseen las reliquias de este o aquel santo... ¿Quién puede decirnos si San Juan Bautista descansa en Amiens o en Roma? Pero nunca de Nuestra Señora. Y si alguno de vosotros confiaba aún en encontrar tan inestimable tesoro, el Santo Padre hace un tiempo ordenó terminar la búsqueda. Sabemos dónde está su cuerpo: en el Cielo.

“Naturalmente, lo sabíamos ya antes”12. El Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definía como dogma de fe que “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”13. Pero desde los comienzos de la fe, los cristianos tuvieron el convencimiento de que Santa María no experimentó la corrupción del sepulcro, sino que había sido llevada en cuerpo y alma a los Cielos. Como escribe un antiguo Padre de la Iglesia, “convenía que Aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que Aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas”14.

La Asunción de Nuestra Señora nos llena de alegría y nos alienta en ese camino que nos falta por recorrer hasta llegar al Cielo. Ella nos da ánimo y fuerzas para alcanzar la santidad a la que por vocación hemos sido llamados. Para eso, es necesario que luchemos para ser buenos hijos de Dios, “que procuremos mantener el alma limpia, por la Confesión sacramental frecuente y por la recepción de la Eucaristía. De esta manera, también llegará para nosotros el momento de subir al Cielo. No del mismo modo que la Santísima Virgen María, porque nuestros cuerpos conocerán la corrupción del sepulcro debida al pecado. Sin embargo, si morimos en la gracia de Dios, nuestras almas irán al Cielo, quizá pasando antes por el Purgatorio para adquirir el traje nupcial que es indispensable para entrar en el banquete de la vida eterna, la limpieza necesaria para ser dignos de ver a Dios sicuti est (1 Jn 3, 2), tal como es. Después, en el momento de la resurrección universal de los muertos, también nuestros cuerpos resucitarán y se unirán a nuestras almas, glorificados, para recibir el premio eterno”15. Y estaremos junto a Jesús y a su Madre Santísima, con una alegría sin término.

III. Mirando ese final feliz en la vida de la Virgen, comprendemos la alegría de ser fieles cada día. Nos damos cuenta de que “vale la pena luchar, decir al Señor que sí; vale la pena en este ambiente pagano en el que vivimos, y en el que por vocación divina tenemos que santificarnos y santificar a los demás, vale la pena rechazar con decisión todo lo que nos pueda apartar de Dios, y responder afirmativamente a todo lo que nos acerque a Él. El Señor nos ayudará, porque no pide imposibles. Si nos manda que seamos santos, a pesar de nuestras innegables miserias y de las dificultades del ambiente, es porque nos concede su gracia. Por lo tanto, possumus! (Mc 10, 39), ¡podemos! Podemos ser santos, a pesar de nuestras miserias y pecados, porque Dios es bueno y todopoderoso, y porque tenemos por Madre a la misma Madre de Dios, a la que Jesús no puede decir que no.

“Vamos, pues, a llenarnos de esperanza, de confianza: a pesar de nuestras pequeñeces, ¡podemos ser santos!, si luchamos un día y otro día, si purificamos nuestras almas en el Sacramento de la penitencia, si recibimos con frecuencia el pan vivo que ha bajado del Cielo (cfr. Jn 6, 41), el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, realmente presente en la Sagrada Eucaristía.

“Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. Vita mutatur, non tollitur (Prefacio I de difuntos) (...). La vida se cambia, no nos la arrebatan. Empezaremos a vivir de un modo nuevo, muy unidos a la Santísima Virgen, para adorar eternamente a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el premio que nos está reservado”16. Mientras tanto, Nuestra Madre nos ayuda desde el Cielo, cada día, en todos nuestros apuros y dificultades. No dejemos de acudir a Ella; de modo particular, en sus grandes fiestas.

1 Antífona de entrada de la Misa vespertina. — 2 Primera lectura. Cr 15, 3-4: 15-16; 16, 1-2. — 3 Sal 131, 4. — 4 Dt 10, 15. — 5 Cfr. C. Pozo, María en la Escritura y en la fe de la Iglesia, BAC, 3.ª ed., Madrid 1985. p. 160. — 6 San Amadeo de Lausana, Ocho homilías marianas, coed., Cistercienses y Claretiana, Buenos Aires 1980, Homilías 7, p. 250. — 7 Cfr. Pablo VI, Alocución 17-V-1975. — 8 1 Rey 8, 29. — 9 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 62. — 10 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 898. — 11 Segunda lectura del día 15. Apoc. 11, 119. — 12 R. A. Knox. Tiempos y fiesta del Año litúrgico, Rialp, Madrid 1964, p. 243 — 13 Pío XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1-XI-1950. — 14 San Juan Damasceno, Homilía II en la Dormición de la Bienaventurada Virgen María, 14. — 15 A. del Portillo, Homilía en el Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad, 15-VIII-1989, en Romana, nº 9. — 16 Ibídem.

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Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San Maximiliano Kolbe
Mártir
Año 1941

San Maximiliano KolbeMaximiliano significa: "El más importante de la familia".

Es este uno de los mártires modernos.

Murió en la Segunda Guerra Mundial. Había sido llevado por los nazis al terrorífico campo de concentración de Auschwitz.

Un día se fugó un preso. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Hicieron el sorteo 1-2-3-4...9...10 y al que le iba correspondiendo el número 10 era puesto aparte para echarlo a un sótano a morirse de hambre. De pronto al oírse un 10, el hombre a quien le correspondió ese número dio un grito y exclamó: "Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?".

En ese momento el padre Kolbe dice al oficial: "Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha sido señalado para morir de hambre".

El oficial le responde: ¿Y por qué?

- Es que él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita.

El oficial duda un momento y enseguida responde: Aceptado.

Y el prisionero Kolbe es llevado con sus otros 9 compañeros a morirse de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días son de angustias y agonías continuas. El santo sacerdote anima a los demás y reza con ellos. Poco a poco van muriendo los demás. Y al final después de bastantes días, solamente queda él con vida. Como los guardias necesitan ese local para otros presos que están llegando, le ponen una inyección de cianuro y lo matan. Era el 14 de agosto de 1941.

Su familia, polaca, era inmensamente devota de la Sma. Virgen y cada año llevaba a los hijos en peregrinación al santuario nacional de la Virgen de Chestokowa. El hijo heredó de sus padres un gran cariño por la Madre de Dios.

Cuando era pequeño tuvo un sueño en el cual la Virgen María le ofrecía dos coronas, si era fiel a la devoción mariana. Una corona blanca y otra roja. La blanca era la virtud de la pureza. Y la roja, el martirio. Tuvo la dicha de recibir ambas coronas.

Un domingo en un sermón oyó decir al predicador que los Padres Franciscanos iban a abrir un seminario. Le agradó la noticia y con su hermano se dirigió hacia allá. En 1910 fue aceptado como Franciscano, y en 1915 obtuvo en la Universidad de Roma el doctorado en filosofía y en 1919 el doctorado en teología. En 1918 fue ordenado sacerdote.

Maximiliano gastó su vida en tratar de hacer amar y venerar a la Sma. Virgen. En 1927 fundó en Polonia la Ciudad de la Inmaculada, una gran organización, que tuvo mucho éxito y una admirable expansión. Luego funda en Japón otra institución semejante, con éxito admirable.

El padre Maximiliano fundó dos periódicos. Uno titulado "El Caballero de la Inmaculada", y otro "El Pequeño diario". Organizó una imprenta en la ciudad de la Inmaculada en Polonia, y después se trasladó al Japón y allá fundó una revista católica que pronto llegó a tener 15,000 ejemplares. Un verdadero milagro en ese país donde los católicos casi no existían. En la guerra mundial la ciudad de Nagasaki, donde él tenía su imprenta, fue destruida por una bomba atómica. A su imprenta no le sucedió nada malo.

San Maximiliano KolbeLos nazis durante la guerra, al invadir Polonia, bombardearon la ciudad de la Inmaculada y se llevaron prisionero al padre Maximiliano, con todos los que colaboraban. El ya había fundado una radiodifusora y estaba dirigiendo la revista "El caballero de la Inmaculada", con gran éxito y notable difusión. Todo se lo destruyó la guerra, pero su martirio le consiguió un puesto glorioso en el cielo.

Cuando el Santo Padre Pablo VI lo declaró beato, a esa gran fiesta asistió, el hombre por el cual él había ofrecido el sacrificio de su propia vida. Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos.

En este gran santo sí se cumple lo que dijo Jesús: "Si el grano de trigo cae en tierra y muere, produce mucho fruto. Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos".

Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de sacrificarnos como Cristo y Maximiliano, por el bien de los demás.

Película

Maximiliano Kolbe, sacerdote que murió en un campo de concentración nazi:

Online: http://www.gloria.tv/?media=55185

MAXIMILIANO KOLBE

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Historieta

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Dibujos animados

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Documental

http://www.gloria.tv/?media=31126

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Fuente: ACIprensa.com
Arnulfo de Soissons, Santo Obispo, 14 de agosto  

Arnulfo de Soissons, Santo

Arnulfo de Soissons, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Aldemburgo, en Flandes, muerte de san Arnulfo, obispo de Soissons. Monje después de haber sido soldado, fue elevado al episcopado, desde donde se esforzó en buscar la paz y la concordia, y, finalmente, murió en el monasterio que él mismo había fundado (1087).

 

Nació en Flándes hacia 1040. En su juventud, se distinguió en los ejércitos de Roberto y Enrique I de Francia. Pero Dios le llamó a una batalla más noble, por lo que decidió responder al llamado consagrando su vida al sevicio de los hombres. Ingresó entonces al monasterio de San Medardo de Soissons. Después de ejercitarse en la virtud, con la ayuda de la vida comunitaria, se enclaustró en una estrecha celda en la más estricta soledad, entregándose a la oración y la penitencia.

Fue nombrado abad del monasterio y en 1081, un concilio le eligió obispo de Soissons. Más tarde, renunció a su cargo y fundó un monasterio en Aldenburgo, en Flándes, donde murió en 1087. En un sínodo que tuvo lugar en Beauvais en 1120, el obispo que ocupaba entonces la sede de Soissons presentó una biografía de San Arnulfo a la asamblea y pidió que su cuerpo fuese trasladado a la iglesia.
Finalmente, así se hizo.

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Fuente: Vatican.va
Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco Shoyemon, Santos Mártires, agosto 14  

Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco                            Shoyemon, Santos

Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco Shoyemon, Santos

Mártires en Japón

Martirologio Romano: En Nagasaki, de Japón, santos mártires Domingo Ibáñez de Erquicia, presbítero de la Orden de Predicadores, y Francisco Shoyemon, novicio en la misma Orden y catequista, que, en tiempo del Emperador Tokugawa Yemitsu, recibieron la muerte por odio al nombre cristiano (1633).

 

DOMINGO IBÁÑEZ DE ERQUICIA, español, sacerdote dominico. Nace en Régil (San Sebastián), hijo de la Provincia de España hasta su afiliación a la Provincia del Rosario. En Manila enseña en el Colegio de Santo Tomás y predica el Evangelio en diferentes lugares de Filipinas. Pasa a Japón en 1623, donde trabaja clandestinamente. Denunciado por un cristiano apóstata, es encarcelado y ajusticiado. Desempeñó un importante papel, como Vicario provincial de la misión. Se conserva una parte de su epistolario. Edad, 44 años.

FRANCISCO SHOYEMON, japonés, cooperador dominico. Compañero de apostolado del P. Ibáñez de Erquicia. Arrestado en 1633, toma el hábito dominicano en la cárcel. Es ajusticiado junto a su padre espiritual.

Los dos forman parte de los
16 mártires en Japón que fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 18 de febrero de 1981 y luego canonizado el 18 de octubre de 1987.

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Fuente: Franciscanos.org
Sante de Urbino Brancoisini, Beato Laico Franciscano, 14 de agosto  

Sante de Urbino Brancoisini, Beato

Sante de Urbino Brancoisini, Beato

Laico Franciscano

Martirologio Romano: Cerca de Montebaroccio, en el Piceno, en Italia, beato Sante de Urbino Brancoisini, hermano converso de la Orden de los Hermanos Menores (1390).

 

Hermano profeso franciscano, del que no sabemos con exactitud el año en que nació ni el año en que murió. En su juventud, noble estudiante y militar; luego, en el convento, maestro de postulantes y hermanos laicos, cocinero y hortelano, o dedicado a otros humildes menesteres. Destacó por su vida penitente y oculta a los ojos de los hombres, en la intimidad del retiro y en el trato continuo con Dios.

La vida del Beato Sante de Urbino ofrece admirables contrastes. Noble retoño de la ilustre familia de los Brancaccini, conocida más tarde con el nombre de Giuliani, morirá como humilde hermano lego en el seno de la familia franciscana; y el hombre que en los umbrales de la vida manejó la espada para ejercer el derecho de legítima defensa, no conocerá, al final de su carrera, más armas que una pobre cruz de palo que le recuerde la Pasión del divino Redentor.

Nació en el pueblo de Monte Fabbri, diócesis de Urbino (Italia). Ilustre por su sangre, no lo fue menos por la piedad e inocencia de costumbres, a la par que por su inteligencia despejada y por los rápidos progresos que hizo en las ciencias y en las artes humanas.

Sintió especial atractivo por la carrera de las armas y se prometía brillante porvenir, cuando quiso Dios que cambiara radicalmente de idea y de género de vida; la Providencia le tenía destinado un lugar humanamente más humilde, pero de realidades mucho más espléndidas: la vocación religiosa. Aquel cambio repentino le sobrevino a consecuencia de un desagradable suceso que imprevistamente le ocurrió cuando contaba unos veinte años de edad.

Penitencia por un homicidio involuntario

Un día, por motivos y en circunstancias que la historia desconoce, se encontró frente a frente con su padrino que, armado de espada, le amenazó de muerte. Puesto nuestro joven en trance de legítima defensa, echó rápidamente mano de su propia espada, y más ágil sin duda que su contrario, trató de reducirlo, para lo cual le hirió en la pierna. Sin embargo, a consecuencia de la herida, murió el padrino pocos días después.

En realidad, nuestro joven no era culpable, pues se había limitado a rechazar al injusto agresor; sin embargo, experimentó por ello tales remordimientos que determinó abandonar el mundo y el brillante y lisonjero porvenir que la vida le ofrecía, para consagrarse enteramente al servicio del Señor, lejos de aquellos peligros que suelen acarrear las pasiones.

La Orden Franciscana le pareció la más conforme con las aspiraciones de su alma, que no eran otras que vivir vida penitente y desconocida de los hombres, en la intimidad del retiro y en el trato continuo con Dios.

El hermano converso

Nadie ignora que en las órdenes religiosas, especialmente en las antiguas, hay religiosos sacerdotes dedicados a las funciones de su ministerio y otros religiosos, llamados conversos o legos, que no reciben las órdenes sagradas, y viven ocupados en los diferentes empleos y trabajos manuales propios del monasterio.

San Francisco de Asís dispuso que entre sus religiosos no hubiera categorías, y que, por consiguiente, tanto los miembros investidos de la dignidad sacerdotal, como los simples hermanos legos, vistieran el mismo sayal, se sentaran a la misma mesa y tuvieran igual lecho. Sin embargo, es natural que, debido a sus ocupaciones, el religioso sacerdote lleve vida más ostensible que el simple lego; y por lo mismo, puede ocurrir que las virtudes de éste permanezcan más fácilmente ignoradas o que sean menos conocidas, como consecuencia de aquella vida más retirada y humilde.

Esto era cabalmente lo que deseaba Santos; y a pesar de la nobleza de su familia y haciendo caso omiso de los estudios cursados y de los conocimientos adquiridos, pidió y obtuvo ser admitido en calidad de hermano lego. Pensaba valerse de la humildad de aquella vida para realizar los anhelos de santidad que el Señor le infundía. Temía el peligro de lo exterior y por nada del mundo hubiera dejado la seguridad que a sus inquietudes espirituales ofrecía aquel retraimiento conventual.

Ardientes deseos de austeridad

Al hablar del hermano Santos, nos dicen sus historiadores que desde los comienzos se distinguió por su santísima vida y que muy presto adelantó en perfección a los más fervorosos. Se ha dicho que ayunar a pan y agua es llevar la penitencia al último grado; pues bien, Santos fue más lejos, si cabe, ya que pasó largos años sin probar un bocado de pan, contentándose con tomar algunas legumbres y frutas en la cantidad absolutamente indispensable para conservar la existencia.

Llevado de los ardientes deseos de austeridad que llenaban su alma, suplicó a Dios que le hiciera sentir vivos dolores en su cuerpo, y en el preciso lugar en que había herido a su adversario, el recuerdo de cuya muerte no se apartaba de su memoria. Oyó el Señor el ruego de su siervo, el cual tuvo que soportar, hasta la muerte, las molestias de una dolorosísima úlcera, aparecida en el muslo, sin que, humanamente hablando, nadie pudiera explicar su origen. Cuantos medios tomaron los superiores para curarle o al menos aliviar al paciente, resultaron inútiles.

Cinco siglos han pasado desde entonces, y todavía puede observarse, en el cuerpo incorrupto del siervo de Dios, la señal de aquella llaga que fue para él señal pesadísima, pero muy gloriosa y amada cruz.

El maestro de los novicios legos

Generalmente, ya antes lo hemos apuntado, la vida del hermano lego se desliza en la oscuridad y en el silencio del claustro; incluso sus virtudes parecen tener menos brillo. Sin embargo, Dios quiere a veces colocar la luz sobre el candelero a fin de que su fulgor irradie a todas partes; y fue de su divino beneplácito hacerlo así con fray Santos, cuya magnitud espiritual no podía pasar fácilmente inadvertida.

Fue fácil ver desde el principio que era hombre de Dios, a quien una profunda humildad ponía al abrigo de muchos peligros. Considerándole sus superiores con sólida virtud y suficiente capacidad, no quisieron reparar en la costumbre hasta allí seguida de no conferir cargos a los simples hermanos, y le confiaron la difícil misión de formar en la vida y costumbres religiosas a los postulantes legos en calidad de maestro.

“Así como la verdadera sencillez rehúsa humildemente los cargos -dice San Francisco de Sales-, la verdadera humildad los ejerce sin jactancia”. Esta sentencia del santo obispo de Ginebra tuvo exacta realidad en la persona de fray Santos. La confianza que en él habían depositado los superiores, no salió fallida, y lo hubieran dejado en el cargo mucho más tiempo, si su humildad no se hubiera resistido ante el espanto que tal responsabilidad le producía. Suplicó, pues, encarecidamente a los que le habían impuesto aquella obligación, le aliviaran de ella y la depositaran en otros hombros más fuertes y robustos, ya que él quería trabajar en oficios más adecuados a su condición y a la vida de oración y silencio que, guiado por luz superior, había venido a buscar en el claustro.

Un cocinero prodigioso

Pocos pormenores de la vida del Beato nos dan sus biógrafos, aunque nos lo muestran empleado en el humilde oficio de cocinero. Sin reparar en trabajos y fatigas, Santos se entregó de lleno a su ocupación, convencido de que “trabajar es rezar”, como afirma el doctor seráfico San Buenaventura. Por lo demás, los trabajos manuales no le impedían el ejercicio de la oración, y su gran espíritu de fe le ayudaba a sobrenaturalizar todas las obras. Esta intensa vida espiritual constituía el secreto de los favores que recibía de Dios. Hubiérase dicho que el Todopoderoso había abandonado en manos del humilde hermano su dominio sobre la naturaleza, hasta el punto de permitirle obrar estupendos milagros, siempre que las necesidades del convento o la conveniencia lo demandaban.

Cierto día en que la santa pobreza, tan amada de San Francisco, visitó el convento con la más completa penuria, era llegada ya la hora de preparar la comida y no había en la cocina ninguna provisión de boca. Recogióse el santo cocinero en la presencia de Dios por breves momentos, y luego, con la mayor naturalidad del mundo, mandó al religioso ayudante que fuera a buscar hortalizas a la huerta. El sumiso hermano se abstuvo de hacer la menor observación, pero no pudo reprimir una sonrisa pensado en la candidez del cocinero, que le mandaba traer lo que habían sembrado juntos el día anterior.

Pero su sorpresa fue enorme al ver que las hortalizas ofrecían hermosísimo aspecto. La comida de la comunidad fue aquel día excelente, al decir del padre Waddingo, célebre cronista de la Orden Franciscana.

Una mañana, después de poner la olla al fuego, se retiró a un rincón de la huerta para entregarse a la oración. Como se acercara la hora de comer, se volvió a la cocina, pero halló la marmita rota. Puesto de rodillas suplicó al Señor le socorriera en aquel aprieto; luego, se levantó y vio que en uno de los trozos quedaba como media escudilla de caldo. Sólo Aquel que en el desierto sació el hambre de cinco mil personas con cinco panes y dos peces, puede decirnos cómo pudieron alimentarse, con caldo, los dieciocho religiosos y varios forasteros que fueron comensales aquel día.

Sus devociones favoritas

Dice el Breviario Romano-Seráfico el día 14 de agosto [ó 6 de septiembre], que el siervo de Dios honraba con culto particular a la Santísima Virgen. Siempre ha sido la devoción a María Santísima una tradición en la Orden Franciscana. “Su amor más intenso -se ha dicho de San Francisco-, después del profesado a Nuestro Señor, era para su benditísima Madre”; como él solía decir, “al Dios de majestad, la Virgen lo ha hecho nuestro hermano...”. Francisco la había constituido patrona de la Orden, y a medida que avanzaba en edad aumentaba en deseos de ver a sus religiosos protegidos por el cariñoso manto de la celestial Madre.

No menor era la devoción del seráfico Padre a la Pasión del Salvador; a su ejemplo, su fiel discípulo fray Santos, meditaba asiduamente los sufrimientos del Hombre Dios, y en esa meditación profunda encontraba los medios de crecer en el amor divino con extraordinario aprovechamiento.

Su amor a la Sagrada Eucaristía

Nuestro Beato honraba también de un modo especial a la Sagrada Eucaristía, centro donde convergen los amores de todos los santos. A ello contribuyó no poco el ejemplo de su Fundador, el Estigmatizado de Alvernia, gran amante e inflamado apóstol del Dios sacramentado.

No le fue dado al humilde lego permanecer al pie de los altares largos ratos, como puede hacerlo, por regla general, el religioso sacerdote con la celebración y administración de los sacrosantos misterios, ni siquiera el acercarse a ellos con la frecuencia de otros legos, por ejemplo, el sacristán; antes al contrario, ¡cuántas veces, con gran dolor de su alma, tuvo que alejarse del santuario durante la celebración de algún oficio! ¡Cuántas otras hubiera prolongado sus adoraciones profundas y sus fervientes plegarias de no habérselo impedido la voz del deber que le llamaba a otra parte! Pero la obediencia era para él expresión de la voluntad de Dios, y acudía gozoso doquiera el deber le esperaba. Mas si su cuerpo se alejaba del Sagrario, su corazón no se apartaba de allí ni interrumpía los amorosos coloquios con el Divino Prisionero. Dios recompensó aquella obediencia y sacrificio con favores maravillosos, tales como el siguiente.

Era un día de fiesta. En la iglesia del convento se celebraba una misa solemne; pero, retenido en la cocina para el servicio de la comunidad, no podía fray Santos contemplar la pompa y magnificencia de las ceremonias ni repetir sus coloquios con el Señor, que iba a descender de nuevo al altar. Sin embargo, el recuerdo del Dios tres veces Santo le acompañaba en medio de sus quehaceres. Súbitamente oye el tañido de la campanilla que anuncia el solemne momento de la elevación; en seguida se postra vuelto del lado del altar y adora... Mas, ¡oh prodigio!, en aquel instante se entreabren las paredes, y puede ver en las manos del celebrante la Sagrada Hostia, imán de sus amores. La visión no duró mucho, pero fue lo suficiente para inundar el alma del cocinero de consuelos inefables.

El lobo que acarrea leña

No siempre tuvo que responder fray Santos de los trabajos de la cocina, sino que fue empleado en otros menesteres.

Durante un tiempo había sido encargado de proveer de leña al convento, y para transportarla desde las casas de los bienhechores o desde el bosque, tenía a su disposición un borriquillo. En cierta ocasión, al declinar de la tarde, dejó la acémila al raso, pues se presentaba una noche tranquila y serena, y además tenía que volver al bosque muy de mañana para proseguir su trabajo. Acudió, en efecto, a primera hora conforme a sus propósitos; pero en vez del borrico se encontró con un lobo que acababa de darle muerte y se refocilaba devorando satisfecho los despojos de su víctima. Huyó la fiera a la vista del hermano, pero éste la llamó como si de un ser racional se tratara; le recriminó el perjuicio y daño que había ocasionado a la comunidad, le puso el ronzal al cuello, cargó sobre sus lomos la leña y se la hizo llevar al convento. Dícese que el lobo, más o menos domesticado, siguió en adelante prestando buenos servicios a los religiosos. Caso éste muy semejante a otros varios de santos.

Un cerezo con fruto en invierno

Algunos se figuran que los santos desconocen en esta vida las dificultades y molestias propias de todos los hijos de Adán. Los santos no se ven exentos de los dolores, enfermedades y demás pruebas que pesan sobre todos los mortales; pero saben soportarlas con paciencia y por amor de Dios, y así sobrenaturalizadas, se les tornan más llevaderas, y acaban por amarlas y abrazarlas cual si de verdaderos regalos se tratase.

El mismo cronista padre Waddingo nos muestra a fray Santos en el crisol del sufrimiento. Ya hemos visto con qué espíritu de sacrificio soportaba la misteriosa llaga del muslo. En otra circunstancia, y sólo cediendo a los ardores de la fiebre, tuvo que guardar cama muy a pesar suyo; sentía, además, extremada inapetencia. En tan triste situación manifestó sencillamente al enfermero que quizás comiendo cerezas muy maduras se apagaría la ardiente sed que le devoraba; en consecuencia le rogaba que le procurase algunas que le sería fácil encontrar en el mismo convento.

El enfermero le advirtió que en aquella época era de todo punto imposible acceder a su demanda. Como insistiera fray Santos, bajó el enfermero al huerto, y con gran asombro vio un árbol del que pendían cerezas hermosísimas. No dudó que Dios había obrado un milagro para aliviar los dolores de su fiel siervo. Añade Waddingo que, para perpetuar el recuerdo de ese prodigio, los religiosos que fueron testigos de él pusieron en un frasco algunas de aquellas frutas y las guardaron por espacio de largos años.

Preciosa muerte

Trabajosa y mortificada en sumo grado había sido la vida del hermano Santos, que nunca regateó sacrificios cuando se los exigía el servicio de Dios; además, la llaga de la pierna, fruto de ardientes plegarias, le fatigaba mucho. Todos cuantos esfuerzos se hacían para mejorar su salud y fortalecerle, resultaban inútiles. Dios nuestro Señor lo quería para sí, y las humanas medicinas carecían de verdadera eficacia. Fue, pues, debilitándose gradualmente hasta sentirse agotado.

Tendría unos cuarenta años cuando, a mediados de agosto de 1390, se durmió en la paz del Señor, en el convento de Santa María de Scotaneto, sito en las cercanías de Montebaraccio, diócesis de Pésaro en las Marcas, lugar apacible donde había pasado casi toda su vida religiosa. A pesar de la fama y general reputación de santidad de que gozaba mientras vivió, fue inhumado, después de muerto, en el cementerio común de los religiosos.

Un lirio sobre su tumba

Un lirio de extraordinaria hermosura, que floreció espontáneamente sobre su tumba, atrajo la atención de los fieles, que en ello vieron un signo patente del valimiento de que ante Dios gozaba. Muchos recurrieron a su intercesión y experimentaron muy pronto los efectos de su poder y patrocinio. Ante pruebas de santidad tan manifiestas, se preparó un sepulcro de piedra junto al altar dedicado a la Natividad de Nuestra Señora en la iglesia del convento, para llevar el cuerpo allí.

Cuando se quiso trasladar a dicho sepulcro el santo cadáver, hallaron que estaba intacto y sin la menor traza de corrupción. Este hecho sorprendente sirvió para acrecentar la devoción popular al bendito lego, y Dios recompensó la confianza de los fieles obrando por intercesión de su siervo innumerables prodigios que hicieron del sepulcro lugar de piadosa romería.

El cuerpo del Beato Sante de Urbino se conserva todavía incorrupto y tan flexible, que aún después de más de cinco siglos, se pueden mover fácilmente sus miembros para revestirlo de ropas nuevas. En su tumba se conservan dos botellas que contienen bálsamo del que servía para aliviar a nuestro Santo. Hay, además, una cruz de madera labrada por él mismo y enriquecida con preciosas reliquias, un trozo del cilicio con que afligía sus carnes y una estera que le servía de lecho.

Seríamos excesivamente prolijos si nos pusiésemos a contar sus milagros. Sólo referimos dos que relatan los historiadores franciscanos sin entrar en pormenores.

Una pobre mujer recibió de un caballo fogoso tan tremenda coz en la cara, que quedó tendida en el camino como muerta. Sus parientes, que acudieron prestos a socorrerla, invocaron confiados a fray Santos, y la mujer se levantó completamente curada y sin rastro de la herida.

El segundo milagro lo realizó a favor de un pobre hombre que padecía fortísimos dolores de cabeza; había perdido un ojo y corría peligro de perder el otro. En tan grave aprieto tuvo la feliz idea de acercarse al sepulcro del santo, apoyó en él la cabeza y quedó instantáneamente curado.

El papa Clemente XIV aprobó, el 18 de agosto de 1770, el culto que desde largo tiempo atrás se le tributaba.
Celebrase la fiesta el 14 de agosto.

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Fuente: chiesa.espressonline.it
Antonio Primaldo y casi ochocientos compañeros, Beatos Casi 800 mártires, 14 de agosto  

Antonio Primaldo y casi ochocientos                            compañeros, Beatos

Antonio Primaldo y casi ochocientos compañeros, Beatos

Mártires

Martirologio Romano: En Otranto, en la Apulia, beatos mártires, ochocientos casi en número. Llegada una incursión de soldados otomanos, se les conminó a renegar de su fe, pero exhortados por el beato Antonio Primaldo, un anciano tejedor, a perseverar en la fe de Cristo, recibieron la corona del martirio al ser decapitados (1480).

 

Antonio Primaldo es el único del que ha sido trasmitido el nombre. Los otros compañeros suyos de martirio son ochocientos desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una pequeña ciudad, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos.

La ejecución en masa tiene un prólogo, el 29 de julio de 1480. Son las primeras horas de la mañana: desde las murallas de Otranto comienza a distinguirse en el horizonte haciéndose cada vez más visible una flota compuesta de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a bordo. La armada es guiada por el bajá Agometh; quien está a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos, que a su vez se había impuesto sobre el mosaico de los emiratos islámicos un siglo y medio antes.

En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II había conquistado Bizancio, la “segunda Roma”, y desde ese momento cultivaba el proyecto de expugnar la “primera Roma”, la Roma verdadera, y de transformar la basílica de San Pedro en establo para sus caballos.

En junio del 1480 juzga maduro el tiempo para completar la obra: quita el asedio a Rodi, defendida con coraje por sus caballeros, y dirige la flota hacia el mar Adriático. La intención es tocar tierra en Brindisi, cuyo puerto es amplio y cómodo: desde Brindisi proyecta ascender por Italia hasta alcanzar la sede del papado. Pero un fuerte viento contrario obliga las naves a tocar tierra 50 millas más al sur, y a desembarcar en una localidad llamada Roca, a algunos kilómetros de Otranto.

Otranto era -y es- la ciudad más oriental de Italia. La importancia de su puerto la había hecho asumir el rol de puente entre oriente y occidente, consolidado en el plano cultural y político por la presencia de un importante monasterio de monjes basilianos, el de san Nicola en Casole, del que hoy restan un par de columnas en el camino que conduce a Leuca.

Cuando desembarcaron los otomanos, la ciudad pudo contar con una guarnición de sólo 400 hombres armados, y para esto los capitanes de la guarnición se apresuraron a pedir ayuda al rey de Nápoles, Ferrante de Aragón, enviándole una misiva.

Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, el bajá Agometh, a través de un mensajero, propone que se rindan con condiciones ventajosas: si no resisten, los hombres y las mujeres serán dejados libres y no recibirán ninguna injuria. La respuesta llega de uno de los notables de la ciudad, Ladislao De Marco: hace saber que si los asediantes quieren Otranto deberán tomarla con las armas.

Al embajador se le ordena no regresar más, y cuando llega el segundo mensajero con la misma propuesta de que se rindan, es atravesado por las flechas. Para despejar toda equivocación, los capitanes toman las llaves de las puertas de la ciudad y en modo visible, desde una torre, las lanzan al mar, en presencia del pueblo. Durante la noche, buena parte de los soldados de la guarnición se descuelga de los muros de la ciudad con sogas y escapa. Para defender Otranto quedan sólo sus habitantes.

El asedio que sigue es un martilleo: las bombardas turcas derriban la ciudad, centenares de gruesas piedras (muchas son todavía hoy visibles por las calles del centro histórico de la ciudad). Después de quince días, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponga a tiro, llegan a la catedral, en la cual muchos se han refugiado. Derriban la puerta y se esparcen en el templo, alcanzan al arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en mano. A ser intimado de no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo responde exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le corta la cabeza con una cimitarra.

Así lo cuenta Saverio de Marco en la "Compendiosa historia de los ochocientos mártires de Otranto" publicada en el 1905:

“En número de cerca ochocientos fueron presentados al bajá que tenía a su lados a un cura miserable, nativo de Calabria, de nombre Giovanni, apostata de la fe. Este empleó su satánica elocuencia con el fin de persuadir a los cristianos que, abandonando a Cristo abrasaran el islamismo, seguros de que la buena gracia de Agometh, quien los habría dejado con vida, con el sostenimiento y todos los bienes de los que gozaban en la patria; en caso contrario serían todos asesinados. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, pero lleno de religión y de fervor. Este respondió a nombre de todos: “Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios, y estar dispuestos a morir mil veces por Él´".

Agrega el primero de los cronistas, Giovanni Michele Laggetto, en la “Historia de la guerra de Otranto del 1480” transcrita de un antiguo manuscrito y publicada en 1924:

“Y volteándose a los cristianos Primaldo dijo estas palabras: ‘Hermanos míos, hasta hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del martirio’. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que renegar de Cristo”.


Agometh decreta la condena a muerte de todos los ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad. Sigue escribiendo De Marco:

“Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso, porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del palo”.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

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