JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 1-12
Gloria a ti, Señor.
Por entonces, el rey Herodes oyó hablar de Jesús, y dijo a sus consejeros:
"Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos".
Y es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Pues Juan le decía:
"No te es lícito tenerla por mujer".
Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.
El día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes que éste juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo:
"Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció, pero por no romper el juramento que había hecho ante los invitados, mandó que se la dieran, ordenando que le cortaran la cabeza a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se lallevó a su madre. Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las “palabras de vida eterna” (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=272692
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). “Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso”. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: “quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
sab 17a. Ordinario año Par
Antífona de Entrada
Mírame, Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados, Dios mío.
Oración Colecta
Oremos:
Señor, nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos concedas aquellos beneficios que pueden ayudarnos para la vida presente y la futura.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Es cierto que el Señor me ha enviado a ustedes para predicarles todas estas cosas
Lectura del libro del profeta Jeremías 26, 11-16.24
En aquellos días, los
sacerdotes y los profetas dijeron a los jefes y a todo el pueblo:
"Este hombre merece la muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como acaban de escuchar con sus propios oídos".
Pero Jeremías dijo a todos los jefes y al pueblo:
"El Señor me ha enviado a profetizar contra este templo y contra esta ciudad todo lo que han oído. Así que corrijan su conducta y sus acciones, obedezcan al Señor, su Dios, y el Señor se arrepentirá del castigo con el que los ha amenazado. En cuanto a mí, estoy en sus manos; hagan de mí lo que les parezca bueno y justo. Pero sepan que si me matan, serán responsables de la muerte de un inocente, ustedes, esta ciudad y sus habitantes, porque es verdad que el Señor me ha mandado a que les anuncie todas estas cosas".
Los jefes y el pueblo entero dijeron a los sacerdotes y a los profetas:
"Este hombre no merece la muerte, porque nos ha hablado en nombre del Señor nuestro Dios".
A Jeremías, sin embargo, lo defendió Ajicán, hijo de Safán, y por eso no lo entregaron en manos del pueblo para que lo mataran.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.
Salmo Responsorial
Sal 68, 15-16.30-31.33-34
Defiéndeme y ayúdame, Dios mío.
Sácame del fango, que no me hunda, que me vea libre de los que me odian y de las aguas profundas, que no me arrastre la corriente, ni me trague el remolino, que no cierre el pozo su boca sobre mí.
Defiéndeme y ayúdame, Dios mío.
Pero a mí, humilde y afligido, que tu salvación me restablezca. Yo alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza dándole gracias.
Defiéndeme y ayúdame, Dios mío.
Véanlo ustedes, los humildes, y alégrense, recobren el ánimo, los que buscan Dios. Porque el Señor escucha a los necesitados, y no rechaza sus cautivos.
Defiéndeme y ayúdame, Dios mío.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos, dice el Señor.
Aleluya.
Evangelio
Herodes mandó degollar a Juan, y sus discípulos fueron a avisarle a Jesús
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 14, 1-12
Gloria a ti, Señor.
Por entonces, el rey Herodes oyó hablar de Jesús, y dijo a sus consejeros:
"Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos; por eso actúan en él los poderes milagrosos".
Y es que Herodes había detenido a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Pues Juan le decía:
"No te es lícito tenerla por mujer".
Y, aunque quería matarlo, tuvo miedo al pueblo, que lo tenía por profeta.
El día que se celebraba el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en público y agradó tanto a Herodes que éste juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo:
"Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció, pero por no romper el juramento que había hecho ante los invitados, mandó que se la dieran, ordenando que le cortaran la cabeza a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, la cual a su vez se lallevó a su madre. Después vinieron sus discípulos, recogieron el cadáver, lo sepultaron y fueron a contárselo a Jesús.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Señor, llenos de confianza en el amor que nos tienes, presentamos en tu altar esta ofrenda, para que, tu gracia nos purifique por estos sacramentos que ahora celebramos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
La gloria de Dios es el hombre viviente
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú eres el Dios vivo y verdadero; el universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen.
Tú lo llamas a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación y le das tu Espiritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo.
Por eso,
unidos a los ángeles y a los santos, cantamos con alegría el himno de tu alabanza:
Antífona de la Comunión
Yo te invoco, porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Guía, Señor, por medio de tu Espíritu a los que has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo; y haz que, confesando tu nombre no sólo de palabra y con los labios, sino con las obras y el corazón, merezcamos entrar en el Reino de los cielos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
Dia 4/08 San Juan María Vianney (presbítero, blanco )
Antífona de Entrada
Bendito quien confía en el Señor y pone en él su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el verano no lo secará.
Oración Colecta
Oremos:
Concédenos, Dios todopoderoso, que el ejemplo de los santos nos estimule a una vida más perfecta, para que al celebrar la memoria de san Juan María Vianney le sepamos imitar en las obras.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Te he puesto como centinela del pueblo de Israel
Lectura del profeta Ezequiel
3, 16b-21
El Señor me habló y me dijo a mí, Ezequiel:
"Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela del pueblo de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, se la anunciarás de mi parte.
Si yo le digo al malvado que es reo de muerte, y tú no se lo adviertes para que cambie su mala conducta y conserve la vida, entonces el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré cuentas de su vida. Pero si tú se lo adviertes y no se arrepiente de su maldad y de su mala conducta, entonces él morirá por su culpa y tú salvarás tu vida.
Y si el justo se aparta de su vida justa y comete maldades, yo le pondré un tropiezo y morirá. Porque no se lo advertiste va a morir por su pecado y no se tendrán en cuenta las buenas obras que hizo, pero a ti te pediré cuentas de su vida. Y, por el contrario, si tú le adviertes al justo para que no peque y él no peca, ciertamente conservará su vida, porque se lo advertiste, y tú también salvarás tu vida".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del salmo 116
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Que alaben al Señor todos los pueblos, que todas las naciones lo festejen.
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre.
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos.
Aleluya.
Evangelio
Al ver a la multitud, se compadeció de ella
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo
9, 35-38; 10, 1
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos:
"La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos".
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Al presentar en tu altar nuestros dones en la fiesta de tus santos, te pedimos, Señor, que esta ofrenda sea para tu mayor gloria y nos obtenga a nosotros abundancia de gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
La presencia de pastores santos en la Iglesia
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque nos concedes la alegría de celebrar la memoria de san Juan María Vianney, "Santo Cura de Ars", fortaleciendo a tu Iglesia con el ejemplo de su vida, instruyéndola con su palabra y protegiéndola con su intercesión.
Por eso,
con los ángeles y los santos, te cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:
Antífona de la Comunión
Como el Padre me ha amado, así los he amado yo, dice el Señor; permanezcan en mi amor.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te rogamos, Señor, Dios nuestro, que los sagrados misterios que celebramos en conmemoración de san Juan María Vianney, realicen en nosotros la paz y la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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† Meditación diaria
17ª Semana. Sábado
SABER CALLAR, SABER HABLAR
— El silencio de Jesús.
— Hablar cuando sea necesario, con caridad y fortaleza. Huir del silencio culpable.
— Valentía y fortaleza en la vida ordinaria. Ser coherentes con nuestra fe y con la vocación recibida.
I. Durante treinta años, Jesús llevó una vida de silencio; solo María y José conocían el misterio del Hijo de Dios. Cuando vuelve de nuevo al pueblo donde había vivido, sus paisanos se extrañan de su sabiduría y de sus milagros, pues solo habían visto en Él una vida ejemplar de trabajo.
Durante los tres años de su ministerio público vemos cómo se recoge en el silencio de la oración, a solas con su Padre Dios, se aparta del clamor y del fervor superficial de la multitud que pretende hacerle rey, realiza sus milagros sin ostentación y recomienda frecuentemente a los que han sido curados que no lo publiquen...
El silencio de Jesús ante las voces de sus enemigos en la Pasión es conmovedor: Él permaneció en silencio y nada respondió1. Ante tantas acusaciones falsas aparece indefenso. “Dios nuestro Salvador –comenta San Jerónimo–, que ha redimido al mundo llevado de su misericordia, se deja conducir a la muerte como un cordero, sin decir palabra; ni se queja ni se defiende. El silencio de Jesús obtiene el perdón de la protesta y excusa de Adán”2. Jesús calla durante el proceso ante Herodes y Pilato, y lo contemplamos en pie, sin decir palabra, ante Barrabás y delante de enemigos clamorosos, excitados, vigilantes, sirviéndose de falsos testimonios para tergiversar sus palabras. Está en pie ante el procurador. Y aunque le acusaban los príncipes de los sacerdotes, nada respondió. Entonces Pilato le dijo: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? Y no le respondió a pregunta alguna, de tal manera que el procurador quedó admirado en extremo3.
El silencio de Dios ante las pasiones humanas, ante los pecados que se cometen cada día en la Humanidad, no es un silencio lleno de ira, ni despreciativo, sino rebosante de paciencia y de amor. El silencio del Calvario es el de un Dios que viene a redimir a todos los hombres con su sufrimiento indecible en la Cruz. El silencio de Jesús en el Sagrario es el del amor que espera ser correspondido, es un silencio paciente, en el que nos echa de menos si no le visitamos o lo hacemos distraídamente.
El silencio de Cristo durante su vida terrena no es en modo alguno vacío interior, sino fortaleza y plenitud. Los que se quejan continuamente de las contrariedades que padecen o de su mala suerte, quienes pregonan a los cuatro vientos sus problemas, los que no saben sufrir calladamente una injuria, quienes se sienten urgidos a dar continuamente explicaciones de lo que hacen y lo que dejan de hacer, los que necesitan exponer las razones y motivos de sus acciones, esperando con ansiedad la alabanza o la aprobación ajena..., deberían mirar a Cristo que calla. Le imitamos cuando aprendemos a llevar las cargas e incertidumbres que toda vida lleva consigo sin quejas estériles, sin hacer partícipes de ellas al mundo entero, cuando hacemos frente a los problemas personales sin descargarlos en hombros ajenos, cuando respondemos de los propios actos sin excusas ni justificaciones de ningún tipo, cuando realizamos el propio trabajo mirando la perfección de la obra y la gloria de Dios, sin buscar alabanzas...4.
Iesus autem tacebat. Jesús callaba. Y nosotros debemos aprender a callar en muchas ocasiones. A veces, el orgullo infantil, la vanidad, hacen salir fuera lo que debió quedar en el interior del alma; palabras que nunca debieron decirse. La figura callada de Cristo será un Modelo siempre presente ante tanta palabra vacía e inútil. Su ejemplo es un motivo y un estímulo para callar a veces ante la calumnia o la murmuración. In silentio et in spe erit fortitudo vestra, en el silencio y en la esperanza se fundará vuestra fortaleza, nos dice el Espíritu Santo, por boca del Profeta Isaías5.
II. Pero Jesús no siempre calla. Porque existe también un silencio que puede ser colaborador de la mentira, un silencio compuesto de complicidades y de grandes o pequeñas cobardías; un silencio que a veces nace del miedo a las consecuencias, del temor a comprometerse, del amor a la comodidad, y que cierra los ojos a lo que molesta para no tener que hacerle frente: problemas que se dejan a un lado, situaciones que debieron ser resueltas en su momento porque hay muchas cosas que el paso del tiempo no arregla, correcciones fraternas que nunca se debieron dejar de hacer... dentro de la propia familia, en el trabajo, al superior o al inferior, al amigo y a quien cuesta tratar.
La Palabra de Jesús está llena de autoridad, y también de fuerza ante la injusticia y el atropello: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócrita!, porque exprimís las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones...6. Jamás le importó ir contra corriente a la hora de proclamar la verdad.
San Juan Bautista, cuyo martirio leemos hoy en el Evangelio de la Misa7, era voz que clama en el desierto. Y nos enseña a decir todo lo que deba ser dicho, aunque nos parezca alguna vez que es hablar en el desierto, pues el Señor no permite en ninguna ocasión que sea inútil nuestra palabra, porque es necesario hacer lo que debe hacerse, sin preocuparse excesivamente de los frutos inmediatos, ya que si cada cristiano hablara conforme a su fe, habríamos cambiado ya el mundo. No podemos callar ante infamias y crímenes como el del aborto, la degradación del matrimonio y de la familia, o ante una enseñanza que pretende arrinconar a Dios en la conciencia de los más jóvenes... No podemos callar ante ataques a la persona del Papa o a Nuestra Señora, ante las calumnias sobre instituciones de la Iglesia cuya verdad y rectitud conocemos bien de sobra... Callar cuando debemos hablar por razón de nuestro puesto en la sociedad, en la empresa o en la familia, o sencillamente por la condición de cristianos, podría ser en ocasiones colaborar con el mal, permitiendo que se piense que “el que calla, otorga”. Si los católicos hablasen cuando han de hacerlo, si no contribuyeran con una sola moneda a la difusión de la prensa o de la literatura que causan estragos en las almas, difícilmente podrían sostenerse esas empresas.
Hablar cuando debamos hacerlo. A veces, en el pequeño grupo en el que nos movemos, en la tertulia que se organiza espontáneamente a la salida de una clase, o con unos amigos o vecinos que vienen a nuestra casa a visitarnos; entre los amigos o clientes..., ante un vídeo indecente en el autobús en el que viajamos..., y desde la tribuna, si ese es nuestro lugar dentro de la sociedad. Por carta cuando sea preciso para animar con nuestro aliento o para agradecer un buen artículo aparecido en un periódico o manifestar nuestra disconformidad con una determinada línea editorial o un escrito doctrinalmente desenfocado. Y siempre con caridad, que es compatible con la fortaleza (no existe caridad sin fortaleza), con buenas maneras, disculpando la ignorancia de muchos, salvando siempre la intención, sin agresividad ni formas cerriles o inadecuadas que serían impropias de alguien que sigue de cerca a Jesucristo... Pero también con la fortaleza con que actuó el Señor.
III. Si en los momentos en que el Bautista vio en peligro su vida hubiera callado o se hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, no habría muerto degollado en la cárcel de Herodes. Pero Juan no era así; no era como una caña que a cualquier viento se mece. Fue coherente con su vocación y con sus principios hasta el final. Si hubiera callado, habría vivido algunos años más, pero sus discípulos no serían quienes primero siguieron a Jesús, no habría sido quien preparara y allanara el camino al Señor, como había profetizado Isaías. No habría vivido su vocación y, por tanto, no habría tenido sentido su vida.
A nosotros, muy probablemente, no nos pedirá Jesús el martirio violento, pero sí esa valentía y fortaleza en las situaciones comunes de la vida ordinaria: para cortar un mal programa de televisión, para llevar a cabo esa conversación apostólica que debemos tener y no retrasarla más... Sin quedarse en quejas ineficaces, que para nada sirven, dando doctrina positiva, soluciones..., con optimismo ante el mundo y las cosas buenas que hay en él, resaltando lo bueno: la alegría de una familia numerosa, el profundo gozo que produce realizar el bien, el amor limpio que se conserva joven viviendo santamente la virtud de la pureza...
Existe un silencio cobarde, contra el que debemos luchar: el del que enmudece ante quien Dios ha puesto a su lado para que le ayude y le fortalezca en su caminar hacia Dios. Difícilmente podríamos ser valientes en la vida si no lo fuéramos en primer lugar con nosotros mismos, siendo sinceros con quien orienta nuestra alma.
Muchos de nuestros amigos, al ver que somos coherentes con la fe, que no la disimulamos ni escondemos en determinados ambientes, se verán arrastrados por ese testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al contemplar el martirio –testimonio de fe– de los primeros cristianos.
Pidamos en el día de hoy, que dedicamos especialmente a Nuestra Señora, que Ella nos enseñe a callar en tantas ocasiones en que debemos hacerlo, y a hablar siempre que sea necesario.
1 Mc 14, 61. — 2 San Jerónimo, Comentario sobre el Evangelio de San Marcos, in loc. — 3 Mt 27, 12-14. — 4 F. Suárez, Las dos caras del silencio, en Revista Nuestro Tiempo, nn. 297 y 298. — 5 Is 30, 15. — 6 Mt 23, 14. — 7 Mt 14, 1-12.
4 de agosto
SAN JUAN BAUTISTA M.ª VIANNEY*
Memoria
— Sacerdotes santos, Dignidad incomparable. Amor al sacerdocio.
— Necesidad del sacerdote. Oración y mortificación por los sacerdotes.
— El sacerdote, en nombre del Señor, acompaña la vida del hombre, Aprecio por quienes tanto nos han dado. Confiar mucho en la oración del sacerdote.
I. Cuando Juan Bautista M.ª Vianney iba a ser enviado a la pequeña parroquia de Ars (230 habitantes), el Vicario general de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted procurará introducirlo”1. Y eso fue lo que hizo: encender en el amor al Señor que llevaba en el corazón a todos aquellos campesinos y a incontables almas más. No poseía una gran ciencia, ni mucha salud, ni dinero... pero su santidad personal, su unión con Dios hizo el milagro. Pocos años más tarde una gran multitud de todas las regiones de Francia acude a Ars, y a veces han de esperar días para ver a su párroco y confesarse. Lo que atrae no es la curiosidad de unos milagros que él trata de ocultar. Era más bien el presentimiento de encontrar un sacerdote santo, “sorprendente por su penitencia, tan familiar con Dios en la oración, sobresaliente por su paz y su humildad en medio de los éxitos populares, y sobre todo tan intuitivo para corresponder a las disposiciones interiores de las almas y librarlas de su carga, particularmente en el confesonario”2. Escogió el Señor “como modelo de pastores a aquel que habría podido parecer pobre, débil, sin defensa y menospreciable a los ojos de los hombres (cfr. 1 Cor 1, 27-29). Dios lo premió con sus mejores dones como guía y médico de las almas”3.
En cierta ocasión, a un abogado de Lyon que volvía de Ars, le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”4. Esto mismo hemos de pedir hoy al Señor que se pueda decir de cada sacerdote, por su santidad de vida, por su unión con Dios, por su preocupación por las almas. En el sacramento del Orden, el sacerdote es constituido ministro de Dios y dispensador de sus tesoros, como le llama San Pablo5. Estos tesoros son: la Palabra divina en la predicación; el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que dispensa en la Santa Misa y en la Comunión; y la gracia de Dios en los sacramentos. Al sacerdote le es confiada la tarea divina por excelencia, “la más divina de las obras divinas”, según enseña un antiguo Padre de la Iglesia, como es la salvación de las almas. Es constituido embajador, mediador, entre Dios y los hombres. Entre Dios, que está en el Cielo, y el hombre que todavía se encuentra de paso en la tierra; con una mano toma los tesoros de la misericordia divina, con la otra los distribuye generosamente. Por su misión de mediador, el sacerdote participa de la autoridad con que Cristo construye, santifica y gobierna su Cuerpo6, confecciona el sacramento de la Eucaristía, que es la acción más santa que pueden realizar los hombres sobre la tierra.
¿Qué quieren, qué esperan los hombres del sacerdote? “Nos atrevemos a afirmar señala Mons. Álvaro del Portillo que necesitan, que desean y esperan, aunque muchas veces no razonen conscientemente esa necesidad y esa esperanza, un sacerdote-sacerdote, un hombre que se desviva por ellos, por abrirles los horizontes del alma, que ejerza sin cesar su ministerio, que tenga un corazón grande, capaz de comprender y de querer a todos, aunque pueda a veces no verse correspondido; un hombre que dé con sencillez y alegría, oportunamente y aun inoportunamente (cfr. 2 Tim 4, 2), aquello que él solo puede dar: la riqueza de gracia, de intimidad divina, que a través de él Dios quiere distribuir a los hombres”7.
Hoy es un día muy oportuno para que, a través del Santo Cura de Ars, pidamos mucho por la santidad de los sacerdotes, especialmente de aquellos que de alguna manera están puestos por Dios para ayudarnos en nuestro camino hacia Él.
II. Con frecuencia el Cura de Ars solía decir: “¡Qué cosa tan grande es ser sacerdote! Si lo comprendiera del todo, moriría”8. Dios llama a algunos hombres a esta gran dignidad para que sirvan a sus hermanos. Sin embargo, “la misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no solo por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos”9, cada uno en su propia vocación y en su quehacer en el mundo, siendo como antorchas encendidas10 en la noche, pues estos, “en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, cada uno en su propia medida”11. De ninguna manera su participación en la vida de la Iglesia consiste en ayudar al clero, aunque alguna vez lo hagan. Lo específicamente laical no es la sacristía, sino la familia, la empresa, la moda, el deporte..., que procuran, en su propio orden, llevar a Dios. La misión de los seglares ha de llevarles a impregnar la familia, el trabajo y el orden social con aquellos principios cristianos que lo elevan y lo hacen más humano: la dignidad y primacía de la persona humana, la solidaridad social, la santidad del matrimonio, la libertad responsable, el amor a la verdad, el respeto hacia la Justicia en todos los niveles, el espíritu de servicio, la práctica de la comprensión mutua y de la caridad...
Pero para que puedan ejercer en medio del mundo “este papel profético, sacerdotal y real, los bautizados necesitan el sacerdocio ministerial por el que se les comunica de forma privilegiada y tangible el don de la vida divina recibido de Cristo, Cabeza de todo el Cuerpo. Cuanto más cristiano es el pueblo y cuanta más conciencia toma de su dignidad y de su papel activo dentro de la Iglesia, tanto más siente la necesidad de sacerdotes que sean verdaderamente sacerdotes”12.
Hoy pedirnos al Señor sacerdotes santos, amables, doctos, que traten las almas como joyas preciosas de Jesucristo, que sepan renunciar a sus planes personales por amor a los demás, que amen profundamente la Santa Misa, fin principal de su ordenación y centro de todo su día, y que orienten sus mejores esfuerzos pastorales, “como en el Cura de Ars, en el anuncio explícito de la fe, del perdón, de la Eucaristía”13.
III. Dios ha puesto al sacerdote cerca de la vida del hombre para ser dispensador de la misericordia divina. “Apenas nace el hombre a la vida, el sacerdote lo regenera en el bautismo, le confiere una vida más noble, más preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia de Jesucristo.
“Para fortificarlo y hacerlo más apto para combatir generosamente las luchas espirituales, también un sacerdote, revestido de especial dignidad, lo hace soldado de Cristo por medio de la Confirmación.
“Cuando apenas niño es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Ángeles, don del Cielo, el sacerdote lo alimenta y fortalece con este manjar vivo y vivificante. Si ha tenido la desgracia de caer, el sacerdote lo levanta en nombre de Dios y lo reconcilia con Él por medio del sacramento de la Penitencia. Si Dios lo llama para formar una familia y para cooperar con Él en la transmisión de la vida humana en el mundo y para aumentar el número de fieles sobre la tierra, y después de los elegidos en el Cielo, el sacerdote está allí para bendecir sus bodas y su amor noble. Cuando, finalmente, el cristiano, próximo ya el desenlace de su vida mortal, necesita de fortaleza, necesita de auxilio para presentarse ante el Divino Juez, el ministro de Cristo, inclinándose sobre los miembros doloridos de los moribundos, los conforta y purifica con la unción del sagrado óleo. Así, después de haber acompañado a los cristianos a través de la peregrinación terrena de la vida hasta las mismas puertas de la eternidad, con las plegarias de los sagrados ritos en los que se refleja la esperanza inmortal, el sacerdote acompaña también el cuerpo hasta la sepultura y no abandona a los que participan de la otra vida: antes al contrario, si necesitan expiación y alivio, los alivia con el consuelo de los sufragios. Por lo tanto, desde la cuna hasta la tumba, más aún, hasta el Cielo, el sacerdote es para los fieles guía, consuelo, ministro de salvación, distribuidor de gracias y bendiciones”14.
Es de justicia que los fieles recen cada día, y de modo particular cuando celebramos la fiesta del Santo Cura de Ars, por todos los sacerdotes, y en especial por aquellos que han recibido el encargo de Dios de atenderlos espiritualmente: de quienes reciben el oro de la buena doctrina, el pan de los Ángeles y el perdón de los pecados. Con palabras de San Josemaría Escrivá, nos enseñan a tratar a Cristo, a encontrarnos con Él en el tribunal amoroso de la Penitencia y en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, en la Santa Misa15.
Hemos de confiar en sus oraciones, rogándoles que encomienden nuestras necesidades, y unirnos a sus intenciones, que recogen habitualmente las exigencias más apremiantes de la Iglesia y de las almas. También hemos de venerarlos y tratarlos con todo afecto, “puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como el que ha curado nuestras heridas. Amémosle viendo en él a Nuestro Señor, y querámosle como a nuestro prójimo”16. Así se lo pedimos al Santo Cura de Ars.
1 F. Trochu, El Cura de Ars, Palabra, 6.ª ed., Madrid 1991, p. 141. — 2 Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo, 16-III-1986, 5. — 3 Ibídem. — 4 Cit. por Juan Pablo I, Alocución 7-IX-1978. — 5 Cfr. 1 Cor 4, 1. — 6 cfr. Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 12. — 7 A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, Palabra, 6.ª ed., Madrid 1990, pp. 109-110. — 8 B. Nodet, Jean- Marie Vianney, Curé d’Ars, sa pensée, son coeur, Le Puy, 1958, p. 99. — 9 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988, 23. — 10 Cfr. Flp 2, 15. — 11 Juan Pablo II, loc. cit. — 12 ídem, Retiro en Ars, 6-X-1986, 4. — 13 Ibídem, 14. — 14 Pío XI, Enc. Ad catholici sacerdotii, 20-XII-1935. — 15 Cfr. San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, Palabra, 5.ª ed., Madrid 2004, p. 75 — 16 San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San lucas, 7, 84.
* San Juan M.ª Vianney nació cerca de Lyon el 8 de mayo de 1786. Tuvo que superar muchas dificultades hasta llegar a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, donde estuvo cerca de 42 años. Sobresalió por su labor de almas, espíritu de oración y de mortificación, y sobre todo por su infatigable dedicación a la administración del sacramento de la Penitencia. Murió en el año 1859. Fue canonizado y declarado Patrono del clero universal por Pío XI en 1929.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
San Juan Vianey
4 de Agosto
El Santo Cura de Ars
Párroco Año 1859
Santo Cura de Ars:
Pide a Dios que nos envíe siempre
buenos párrocos como tú.
Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".
Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.
El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.
Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.
Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.
De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
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Fuente: Franciscanos.org
Federico Janssoone, Beato Presbítero franciscano, 4 de agosto
Presbítero Martirologio Romano: En Montreal, en la provincia de Quebec, en Canadá, beato Federico Janssoone, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, para el fomento de la fe, promovió las peregrinaciones a Tierra Santa (1916). |
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Aristarco, Santo Discipulo de San Pablo, 4 de agosto
Discípulo de San Pablo Martirologio Romano: Conmemoración de san Aristarco de Tesalónica, que fue discípulo de san Pablo, fiel compañero en sus viajes y prisionero con él en Roma (s. I). |
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Fuente: www.op.com.ar
Cecilia Cesarini, Beata Religiosa, 4 de agosto
Virgen Dominica Martirologio Romano: En Bolonia, en la Emilia, beata Cecilia, virgen, que recibió el hábito de religiosa de manos de santo Domingo, de cuya vida y espíritu fue testigo fidelísima (1290). Cecilia Cesarini, nacida en Roma a comienzos del siglo XIII, se trasladó en el año de 1221 de Santa María in Tempulo al monasterio de San Sixto, donde conoció a santo Domingo, de cuya fisonomía y espíritu dio un testimonio fidelísimo. |
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Fuente: Franciscanos.org
Enrique Krzysztofik, Beato Presbítero y Mártir, 4 de agosto
Presbítero y Mártir Martirologio Romano: En el campo de concentración de Dachau, cerca de Munich, de Baviera, en Alemania, beato Enrique Krzysztofik, presbítero y mártir. Deportado durante la guerra desde Polonia a una cárcel extranjera por su fe cristiana, acabó entre suplicios su martirio (1942). Sacerdote capuchino, profeso desde 1927. Era guardián y director de estudios del convento de Lublin; religioso de extraordinario celo, fe y entrega a la causa de Dios. Arrestado el 25 de enero de 1940, lo deportaron al campo de Dachau, donde fue sostén espiritual de los que sufrían y de los moribundos. En su última carta a los seminaristas les escribía: “Estoy pavorosamente flaco... Peso 35 kilos. Me duelen todos los huesos. Estoy tirado en la cama como en la cruz con Cristo. Pero estoy contento de estar y sufrir con él. Ruego y ofrezco a Dios estos mis sufrimientos por vosotros”. Murió el 4 de agosto de 1942. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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