J†A
  JMJ
  Pax
  †   Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 16-20
  Gloria a ti, Señor.
  En   aquel tiempo, después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo:
"Yo   les aseguro que un siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede   ser superior a quien 
lo envió. Sabiendo esto, serán dichosos si lo ponen en   práctica. No estoy hablando de todos ustedes: yo sé muy bien a quiénes elegí.   Pero hay un texto de la Escritura que debe cumplirse: El que come mi pan, se ha   puesto en contra mía. Les digo estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que   cuando sucedan crean que yo soy.
Les aseguro que todo el que reciba a quien   yo envíe, me recibe a mí mismo y, al recibirme a mí, recibe al que me   envió".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
  Suplicamos tu   oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus   oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te   salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre   todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre   de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.   Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa! 
  Aclaración:   una relación muere sin comunicación   y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras   de vida eterna"   (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no   basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite   ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han   sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
  Por leer la Palabra, no se debe   dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse   el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al   Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y   nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias   por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en   CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
  Nota: es una película protestante, por eso   falta LA MADRE.
  El Misterio de la Misa en 2 minutos:   https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk
  El que no valora una obra de arte es   porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw
  Lo que no ven tus ojos (2 minutos):   http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
  El Gran Milagro (película completa):   http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
  Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
    San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto   de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc 
  Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58
  Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo,   tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc   14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y   no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros"   (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre   dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si   comulgamos   en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y   renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero   (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios,   que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos   auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es   ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la   Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo,   pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama   realmente?
  Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el   primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las   fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos   pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana:   0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses"   son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren   baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué   no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que   todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa   grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10;   Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
  Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir   "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir   "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad",   "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la   tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la   Misa?
  Estamos en el mundo para ser felices para siempre,   santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la   Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el   representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes   de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el   Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm   14,23). ¿Otros pecados mortales? no   confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al   menos en tiempo pascual (920),   abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos),   promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación   artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual   fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón,   borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de   venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver   más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
  Si no ponemos los medios para confesamos lo antes   posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al   infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22;   10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.).   Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves,   si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa   (Jn 15,22).
   
    
  † Misal
   
  jue 4a. Sem Pascua
    Dios nuestro todopoderoso, cuando salías al frente de tu pueblo, y   acampabas con ellos y llevabas sus cargas, la tierra tembló, el cielo se fundió.   Aleluya.
   
    Oremos:
Señor nuestro, que nos has dado la libertad y la   salvación por medio de la Sangre de tu Hijo; concédenos vivir siempre para ti y   en ti encontrar la felicidad eterna.
Por nuestro Señor   Jesucristo...
Amén.
   
    Del   linaje de David Dios hizo nacer un Salvador
  Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13,   13-25
  En aquellos días, Pablo y los suyos se embarcaron en Pafos y   Ilegaron a Perge de Panfilia. Pero Juan los dejó y regresó a Jerusalén. Ellos,   pasando más allá de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia. Allí entraron en la   sinagoga el sábado y se sentaron. Acabada la lectura de la ley y de los   profetas, los jefes de la sinagoga mandaron a decirles: 
"Hermanos, si tienen   algo que decir a la asamblea, hablen".
Pablo entonces se levantó, impuso   silencio con la mano y dijo:
"Israelitas y los que honran a Dios, escuchen:   El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros antepasados y engrandeció al   pueblo durante su permanencia en Egipto; después los sacó de allí con gran   poder, y por espacio de cuarenta años los cuidó en el desierto. Después de   destruir siete naciones en el país de Canaán, les dio su tierra en herencia.   Esto duró unos cuatrocientos cincuenta años. Después les dio jueces hasta   
los tiempos del profeta Samuel.
Pidieron luego un rey, y Dios les dio a   Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, durante cuarenta años. Al destituir   a Saúl de su cargo, nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: He   encontrado a David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, el cual hará   siempre mi voluntad.
De su descendencia, Dios, según su promesa, sacó para   Israel un Salvador, Jesús. Antes de su venida, Juan había predicado a todo el   pueblo de Israel un bautismo de penitencia. El mismo Juan, a punto ya de   terminar su ministerio, decía: 
"Yo no soy el que ustedes creen. Detrás de mí   viene uno a quien no soy digno de desatar las sandalias"".
Palabra de   Dios.
Te alabamos, Señor.
    Proclamaré sin cesar la misericordia del   Señor.
  Cantaré eternamente el amor del Señor, anunciaré por siempre tu   fidelidad, proclamaré: "Tu amor está consolidado para siempre, tu fidelidad está   firme en los cielos".
Proclamaré sin cesar la misericordia del   Señor.
  He   hallado a mi siervo David, y lo he ungido con mi óleo santo; mi mano está   siempre con él, mi brazo lo fortalecerá.
Proclamaré sin cesar la   misericordia del Señor.
  Mi   fidelidad y mi amor estarán con él, en mi nombre triunfará. El me dirá: "Tú eres   mi padre, mi Dios, la roca que me salva".
Proclamaré sin cesar la   misericordia del Señor.
    Aleluya, aleluya.
Señor Jesús, testigo fiel,primogénito de entre los muertos, tu   amor por nosotros es tan grande que has lavado nuestras culpas con tu sangre.   
Aleluya.
    El que recibe al que yo envío, me recibe a   mí
  † Lectura del santo Evangelio según san Juan 13,   16-20
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo, después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús   les dijo:
"Yo les aseguro que un siervo no puede ser mayor que su señor, ni   un enviado puede ser superior a quien 
lo envió. Sabiendo esto, serán   dichosos si lo ponen en práctica. No estoy hablando de todos ustedes: yo sé muy   bien a quiénes elegí. Pero hay un texto de la Escritura que debe cumplirse: El   que come mi pan, se ha puesto en contra mía. Les digo estas cosas ahora, antes   de que sucedan, para que cuando sucedan crean que yo soy.
Les aseguro que   todo el que reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo y, al recibirme a mí,   recibe al que me envió".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
   
    Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu   presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más   dignamente en los sacramentos de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén.
   
    Cristo vive por siempre e intercede por   nosotros
  En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación   glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca en este tiempo en que Cristo,   nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él no cesa de ofrecerse por   nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir;   sacrificado, vive para siempre.
Por eso,
con esta efusión de gozo pascual,   el mundo entero se desborda de alegría, y también los coros celestiales, los   ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu   gloria:
    Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del   mundo. Aleluya.
   
    Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de   Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos   pascuales den en nosotros fruto abundante, y que el alimento de salvación que   
acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas.
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén
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  †   Meditación diaria
  Pascua. 4ª semana. Jueves
  APRENDER A DISCULPAR
  —   Las personas pueden cambiar. No hacer juicios inamovibles sobre las personas,   basados en su actuación externa.
  —   Disculpar y olvidar. Recomponer lazos rotos de amistad.
  — A   pesar de nuestros titubeos y flaquezas, podemos ser buenos instrumentos del   Señor si somos humildes.
  I.   La Primera lectura de la Misa nos narra un incidente entre los colaboradores que   acompañan a San Pablo en la evangelización.
  Pablo y sus compañeros navegaron desde Pafos hasta llegar a Perge   de Panfilia; pero Juan se separó de ellos y volvió a   Jerusalén1. Los demás siguieron su viaje apostólico y llegaron   hasta Antioquía de Pisidia. Juan, también llamado Marcos, era primo de   Bernabé, el apóstol inseparable de Pablo, y una de las columnas en las que se   apoyaba la extensión de la fe entre los gentiles. Marcos, desde muy joven, había   vivido la intensa actividad de los primeros cristianos de Jerusalén en torno a   la Virgen y a los Apóstoles, a los que había conocido en su intimidad: la madre   de Marcos fue de las primeras que ayudaron a Jesús y a los Doce. Parece   razonable que Bernabé se fijase en su primo Juan Marcos, para iniciarle en las   tareas de propagación del Evangelio en su compañía y bajo su dirección y la de   San Pablo2.
  A   Marcos le falló el ánimo y se volvió a su casa, abandonando a sus compañeros. No   se sintió con fuerzas y se volvió atrás. Este hecho debió de pesar bastante en   los demás que siguieron adelante. Pero al preparar el segundo gran viaje   apostólico para visitar a los hermanos que habían recibido la fe, Bernabé   quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; Pablo, en cambio,   consideraba que no debía llevar al que se había apartado de ellos en Panfilia y   no les había acompañado en la tarea3.
  San   Pablo no estaba dispuesto a llevar consigo al que ya les había fallado una vez.   Entonces, se produjo una discrepancia tal entre ambos que se separaron uno del   otro. Bernabé tomó consigo a Marcos y embarcó para Chipre, mientras Pablo   eligió a Silas y partió encomendado por los hermanos a la gracia del   Señor4. La discusión y la disparidad de criterios debió de ser   grande para llegar a causar esa separación. "Pablo más severo y Bernabé más   benigno –comenta San Jerónimo–, cada uno mantiene su punto de vista. Y, sin   embargo, la discusión manifiesta un tanto la fragilidad   humana"5.
  A   pesar de todo, San Pablo, un hombre de corazón inmenso, sacrificado hasta el   extremo por sus hermanos y ferviente apóstol, no mantiene un juicio inamovible   sobre Marcos. Por el contrario, años más tarde encontramos a este como   colaborador íntimo del Apóstol6, al que sirve de profundo   consuelo7: Os saluda Aristarco, mi compañero de prisión, y   Marcos -primo de Bernabé-, acerca del cual ya recibisteis instrucciones:   acogedle si va a veros, y Jesús, el llamado Justo (...), que me sirven de   consuelo8. Más tarde San Pablo pide a Timoteo que vaya con   Marcos, pues este le es muy útil para el ministerio9. En pocos   años, Marcos ha pasado a ser un amigo y un colaborador eficaz, que sirve de   apoyo al Apóstol en momentos difíciles. Quizá un día Pablo pensó que Marcos no   servía; ahora le quiere cerca. Las personas pueden cambiar, y, cuando tenemos   que juzgar su actuación externa -las intenciones solo Dios las conoce-, nunca   debemos hacer juicios fijos e inamovibles sobre ellas. El Señor nos quiere como   somos, también con nuestros defectos cuando luchamos por superarlos, y, para   cambiarnos, cuenta con la gracia y con el tiempo. Ante los defectos de quienes   nos rodean -a veces evidentes, innegables- no debe faltar nunca la caridad que   mueve a la comprensión y a la ayuda. "¿No podríamos desde ahora mirar ya a los   demás de manera que sus defectos no nos descorazonasen? Llegará un momento en   que las heridas serán olvidadas (...). A lo mejor muchas cosas que nos han   entristecido en este día o en estos últimos tiempos van a ser olvidadas. Tenemos   defectos, ¡pero podemos querernos! Porque somos hermanos, porque Cristo nos   quiere de verdad... como somos"10. Esta es la razón fundamental:   Cristo no quiere nuestros defectos, pero nos quiere a nosotros, aunque tenemos   muchos. Que no nos distancien los defectos de aquellos con quienes convivimos,   con quienes cada día nos encontramos en la oficina, en la Universidad..., en   cualquier lugar de trabajo.
  II.   San Pablo nos da ejemplo de saber olvidar, de saber recomponer lazos rotos, de   capacidad de amistad. Por su parte, San Marcos es para nosotros un magnífico   ejemplo de humildad y de esperanza. Aquel suceso que motivó la separación de   Pablo y de Bernabé, en el que él fue la causa de la discusión, le debió de   causar al Evangelista una honda impresión y un gran dolor. Tuvo que sentir en lo   más hondo de su alma el verse rechazado por Pablo, con su gran prestigio bien   ganado de evangelizador incansable, de sabiduría, de santidad. Sin embargo, él   también supo olvidar, y cuando se le necesita allí está él, sirviendo de   consuelo a Pablo y siéndole muy útil para el   ministerio.
  San   Marcos supo olvidar y disculpar porque tenía un alma grande, por eso fue luego   un extraordinario instrumento de la gracia. "¡Qué alma más estrecha la de los   que guardan celosamente su "lista de agravios"!... Con esos desgraciados es   imposible convivir.
  "La   verdadera caridad, así como no lleva cuenta de los "constantes y necesarios"   servicios que presta, tampoco anota, "omnia suffert" –soporta todo–, los   desplantes que padece"11.
  Si   no somos humildes tenderemos a fabricar nuestra lista de pequeños agravios que,   aunque sean pequeños, nos robarán la paz con Dios, perderemos muchas energías y   nos incapacitaremos para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor   preparados para quienes permanecen unidos a Él. La persona humilde tiene el   corazón puesto en Dios, y así se llena de gozo y se hace de alguna manera menos   vulnerable; no le importa tanto lo que habrán dicho, o lo que habrán querido   decir; olvida enseguida y no le da demasiadas vueltas a las humillaciones que   experimenta todo hombre y toda mujer de una forma u otra en los sucesos de la   vida corriente.
  Esa   sencillez, esa humildad, el no enredarse en "puntos de honra" que levanta la   soberbia, el dejar a un lado los posibles agravios dan a la persona una gran   capacidad para recomenzar de nuevo después de una cobardía o de una derrota. A   San Marcos, después de la cobardía o el cansancio en el primer viaje, le vemos   enseguida de nuevo en la tarea con Bernabé, dispuesto a ser fiel sin   condiciones.
  El   que es humilde se siente con facilidad hermano de los demás; por eso busca cada   día la comunicación con quienes se relaciona, y recompone la amistad si por   cualquier motivo se hubiese roto o enfriado, y está dispuesto siempre a prestar   una ayuda fraterna y también a ser ayudado. Así se construyen cada día las   relaciones necesarias de toda convivencia. "Los que están cercanos se sostienen   recíprocamente, y gracias a ellos surge el edificio de la caridad (...). Si yo,   pues, no hago el esfuerzo de soportar tu carácter, y si tú no te preocupas de   soportarme con el mío, ¿cómo podrá levantarse entre nosotros el edificio de la   caridad si el amor mutuo no nos une en la paciencia? En un edificio, ya lo hemos   dicho, cada piedra sostiene y es sostenida"12.
  III. Además de sus tareas apostólicas en la extensión y   consolidación de las nuevas conversiones, San Marcos fue colaborador muy cercano   de San Pedro, de San Pablo y de Bernabé; y, según la tradición más firme,   intérprete de San Pedro en Roma, probablemente traduciendo al griego y al latín   la predicación y las enseñanzas orales del Príncipe de los Apóstoles. Y, sobre   todo, fue un instrumento muy dócil al Espíritu Santo, dejándonos la joya   impagable del segundo de los Evangelios.
  Para nosotros es un gran motivo de consuelo y de esperanza   contemplar la figura de este Evangelista: desde sus pasos primerizos hasta   llegar a ser un instrumento valiosísimo en la primitiva Iglesia, y para siempre.   A pesar de nuestras flaquezas, de las posibles faltas y titubeos de nuestros   años pasados, podemos confiar como él en poder prestar con abnegación un   servicio útil a la Iglesia, con el auxilio de la gracia. A pesar de todo,   podemos también nosotros llegar a ser instrumentos eficaces.
  ¡Cómo ayudaría a San Pablo, ya anciano, preso en Roma! ¡Cuánta   solicitud! Ambos habían hecho vida suya lo que el Apóstol de las gentes   había escrito a los cristianos de Corinto: ... La caridad es paciente, la   caridad es benigna...13. La caridad lo supera   todo.
  La   caridad puede más que los defectos de las personas, que la diversidad de   caracteres, que todo aquello que se pueda interponer en el trato con los demás.   La caridad vence todas las resistencias. ¡Qué distinto hubiera sido todo si San   Pablo se hubiera quedado con el prejuicio de que con Marcos no se podía hacer   nada porque en una ocasión tuvo miedo o cansancio, o unos momentos de   desánimo... y se volvió a su casa a Jerusalén! ¡Qué distinto también si Marcos   se hubiera quedado con el corazón herido, guardando agravios, porque el Apóstol   no quiso que le acompañase en el segundo viaje!
  Pidámosle hoy nosotros a la Virgen, Nuestra Madre, que nunca   guardemos pequeñas o grandes ofensas, que causarían un enorme daño en nuestro   corazón, en nuestro amor al Señor y en la caridad con el prójimo. Aprendamos de   San Marcos a recomenzar, una o mil veces, si por cualquier motivo tenemos un mal   momento de desfallecimiento o de cobardía.
  1 Hech   13, 13. — 2 Cfr. Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, Introd.   al Evangelio según San Marcos. — 3 Hech 15, 37-38. — 4   Hech 15, 39-40. — 5 San Jerónimo, Diálogo contra los   pelagianos, II, 17. — 6 Cfr. Fil 24. — 7 Cfr.   Col 4, 10 ss. — 8 Cfr. Col 4, 10-11. — 9 Cfr. 2   Tim 4, 11. — 10 A. Mª Gª Dorronsoro, Dios y la gente, Rialp,   2ª ed., Madrid 1974, p. 150. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n.   738. — 12 San Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel.   — 13 Cfr. 1 Cor 13, 1 ss.
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  † Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
   
  San Anselmo  
Arzobispo. Doctor de la Iglesia
(1109)
  21 de abril
  
Historia:
  Anselmo significa: Dios en mi defensa.   
  Nació en Aosta del Piamonte (Italia). De noble familia lombarda,   su padre quiso educarle para la política, por lo que nunca aprobó su temprana   decisión de hacerse monje. Recibió una excelente educación clásica, siendo   tenido por uno de los mejores latinistas de su tiempo. Esta educación le llevo   al uso preciso de la palabra y a la necesidad de claridad de su pensamiento.   
  Su padre era muy amigo de las fiestas y de aparecer bien en   público. La mamá en cambio era sumamente piadosa y humilde. Mientras el papá lo   animaba a ser un triunfador en el mucho, la madre le mostraba el bellísimo cielo   azul de Italia y le decía: allá arriba empieza el verdadero reino de Dios. Y   Anselmo se fue inclinando más a ganarse su cielo que la mamá le mostraba, que   las glorias humanas que le ponderaba su padre.
  De jovencito fue encomendado a un profesor muy riguroso, regañón y   humillante y el niño empezó a perder la alegría y a volverse demasiado tímido y   retraído. Entonces lo llevaron a los Padres Benedictinos y estos por medio de la   bondad y de la alegría lo transformaron en un estudiante alegre y entusiasta.   Más tarde Anselmo dirá: "Mis progresos espirituales, después de Dios y mi madre,   los debo a haber tenido unos excelentes profesores en mi niñez, los Padres   Benedictinos".
  El papá le ofrece triunfar en el mundo y lo lleva a fiestas y a   torneos. Pero aunque Anselmo participa con mucho entusiasmo, después de cada   fiesta mundana siente su alma llena de tristeza y desilusión. Y exclama: "El   navío de mi corazón pierde el timón en cada fiesta y se deja llevar por las olas   de la perdición". Toda la vida se arrepentirá de esos años de mundanalidad.   Afortunadamente se decide a aceptar otra propuesta: la de hacerse religioso. Y   allí sí encuentra la paz.
  Ha muerto la mamá y no se entiende bien con el papá. Anselmo huye   del hogar y se va para Francia donde, según le han contado hay un monje famoso,   muy sabio y muy amable que sabe dirigir maravillosamente a la juventud. Ese   monje se llama Lanfranco. El joven Anselmo tiene 27 años y sale de su país   acompañado solamente de un burrito que lleva sus pocas pertenencias. Va a   hacerse monje benedictino.
  Lanfranco recibe a Anselmo con gran amabilidad y se dedica a   dirigirlo y a formarlo. En adelante serán grandes amigos por toda la vida y   Anselmo irá reemplazando a su maestro en sus altos cargos. Cuando a Lanfranco lo   nombran arzobispo, Anselmo es nombrado superior del convento, y aunque se negaba   totalmente a aceptar tan delicado cargo, lo obligaron a aceptar y gobernó con   gran prudencia y con la más exquisita bondad. Exigía exacto cumplimiento del   deber pero sabía gobernar con gran prudencia y amabilidad, por eso lo amaban y   lo estimaban.
  Todos los ratos libres los dedicaba a estudiar y a escribir,   llegando así a ser uno de los autores más leídos en la Iglesia Católica. Durante   siglos los maestros de teología han leído y citado las enseñanzas de este gran   sabio que escribió dos libros muy famosos: El Monologio y el Prosologio, y fue   el verdadero precursor de Santo Tomás, el escritor que más unió las dos grandes   ciencias, la Filosofía y la Teología (El dice que Monologio significa: manera de   meditar en las razones de la fe). Fue el mayor teólogo de su tiempo. Gran   sabio.
  Su amigo Lanfranco, Arzobispo de Cantorbery, murió muy pronto, más   por angustias, por las persecuciones del gobierno, que por viejo o por   enfermedad. Y entonces el Papa nombró para reemplazarlo a San Anselmo. Casi se   desmaya del susto, al recibir el nombramiento, pero tuvo que   obedecer.
  El rey Guillermo quería nombrar él mismo a obispos y sacerdotes.   Anselmo se le opuso diciéndole que esto era un derecho exclusivo de la Iglesia   Católica. El rey entonces expulsó de Inglaterra al arzobispo Anselmo, el cual   aprovechó para dedicarse en Francia y en Italia a estudiar y a   escribir.
  A la muerte de Guillermo regresó Anselmo a Inglaterra pero el   nuevo rey Enrique quería también nombrar él mismo a los obispos y disponer de   los bienes de la Iglesia. Anselmo se le opuso valientemente. Enrique quiso   expulsarlo. El Sumo Pontífice amenazó con excomulgar al rey si expulsaba al   arzobispo. Entonces enviaron delegados a Roma y el Papa le dio toda la razón a   Anselmo. El santo consiguió con sus ruegos en Roma que no fuera sancionado el   rey y así obtuvo que Inglaterra no se separara de la Iglesia Católica todavía.   El era extraordinariamente bondadoso.
  San Anselmo murió el 21 de abril del año   1109.
  Por la gran sabiduría de sus escritos, la Santa Sede lo ha   nombrado Doctor de la Iglesia. Era gran devoto de la Virgen María y decía que no   hay criatura tan sublime y tan perfecta como Ella y que en santidad sólo la   supera Dios. Sus últimas palabras antes de morir fueron estas: "Allí donde están   los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro   corazón".
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  Maximiano   de Constantinopla, Santo Obispo, Abril   21   
                                                        |                 
  |                        |                Maximiano de Constantinopla, Santo  |           Obispo        Etimológicamente: Maximiano =         Aquel que es el más grande, es de origen         latino.                   Hoy nos encontramos con este santo que murió el año 434. Lo         vemos como un luchador valiente contra Nestorio.
  Aunque nació en Roma, se fue a         Constantinopla para seguir sus estudios para el sacerdocio. El propio         patriarca de la gran ciudad lo ordenó de sacerdote. El nombre del         patriarca era Sisinio. Con el tiempo, a la         muerte de Sisinio la sucedió en el cargo Nestorio.
  Este señor – sale mucho en el santoral – era un hereje         porque su doctrina personal y particular a cerca de la persona de         Cristo.
  Maximiano le atacaba dura y         con argumentos basados en la Biblia y en los concilios ya celebrados         anteriormente.
  El concilio de Efeso lo         condenó. Dos años más tarde – para tranquilidad de los fieles y para su         formación cristiana – se proclamaron la total divinidad y la total         humanidad de Jesucristo.
  Y le tocó el         turno de patriarca de Constantinopla a Maximiano. San Celestino, que era         el Papa de Roma, se alegró profundamente.
  San Cirilo, patriarca de Alejandría atribuyó la         restauración de la unidad de la Iglesia a las oraciones y a la actividad         de este obispo prudente y santo.   | 
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  Bartolomé   Cerveri, Beato Sacerdote y Mártir,   Abril 21   
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  |                        |                Bartolomé Cerveri, Beato  |           Presbítero y         Mártir        Martirologio         Romano: En Cervere,         cerca de Fossano, en el Piamonte, beato Bartolomé Cerveri, presbítero de         la Orden de Predicadores y mártir, que luchó por defender la fe católica y         la confirmó al morir atravesado por lanzas de herejes         (1466).
  Etimológicamente: Bartolomé         = Aquel que es hijo de Tolomeo, es de origen         hebreo.                   Nacido en Savigliano (Turín) alrededor de         1420.
  Sacerdote de la Orden de Predicadores         (Dominicos), fue profesor de teología en Turín (1452) y varias veces prior         de Savigliano. Insigne por su magisterio y por su ministerio apostólico         fue encargado del oficio de inquisidor general (1459).
  Luchó eficazmente por la defensa de la fe y selló su         enseñanza con el martirio cuando fue asesinado por los herejes cerca de         Cerveri el 21 de abril de 1466.
  Bartolomé supo de antemano que iba a morir, por lo que         antes de viajar a Cerveri se confesó y luego le comentó a su confesor "Me         llamarán Bartolomé de Cerveri, aunque nunca he puesto un piea allí. Hoy         voy como inquisidor, y allí he de morir".
  Su cuerpo fue trasladado a la iglesia parroquial de         Cerveri.
  Pío IX confirmó su         culto el 22 de septiembre de   1853.  | 
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  Fuente: Arquidiocesisgdl.org.mx 
Román   Adame Rosales, Santo Presbítero y Mártir   Méxicano, 21 de abril   
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  |                        |                Román Adame Rosales, Santo  |           Presbítero y         Mártir        Martirologio         Romano: En         Nochistlán, en el territorio de Guadalajara, en México, san Román Adame,         presbítero y mártir, que en la persecución contra la Iglesia fue         martirizado por confesar a Cristo Rey         (1927).
  Etimológicamente: Román =         Aquel que pertenece a Roma, es de origen         latino.                   Nacido en Teocaltiche, Jalisco, el 27 de febrero de 1859,         fue ordenado presbítero por su obispo, Don Pedro Loza y Pardavé, el 30 de         noviembre de 1890, tras lo cual, le fueron conferidos varios nombramientos         hasta que el 4 de enero de 1914 llegó al que sería su último destino,         Nochistlán, Zacatecas.
  Prudente y ponderado en su ministerio,         fue nombrado Vicario Episcopal foráneo para las parroquias de Nochistlán,         Apulco y Tlachichila.
  Quienes lo         conocieron, lo recuerdan fervoroso; rezaba el oficio divino con particular         recogimiento; todas las mañanas, antes de celebrar la Eucaristía, se         recogía en oración mental. Atendía con prontitud y de buena manera a los         enfermos y moribundos, predicaba con el ejemplo y con la palabra. Evitaba         la ostentación; vivía pobre y ayudaba a los pobres. Su vida y su conducta         fueron intachables y la obediencia a sus superiores constante. Edificó en         su parroquia un templo a Señor San José y algunas capillas en los ranchos;         fundó la asociación Hijas de María y la cofradía Adoración Nocturna del         Santísimo Sacramento.
  En agosto de         1926, viéndose como todos los sacerdotes de su época, en la disyuntiva de         abandonar su parroquia o permanecer en ella aún con la persecución         religiosa, el anciano párroco de Nochistlán se decidió por la segunda,         ejerciendo su ministerio en domicilios particulares y no pasó un año         cuando tuvo que abandonar su domicilio, siendo desde entonces su vida, un         constante andar de la "Ceca a la Meca".
  La víspera de su captura, el 18 de abril de 1927, comía en         la ranchería Veladores; una de las comensales, María Guadalupe Barrón,         exclamó: ¡Ojalá no vayan a dar con nosotros! Sin titubeos, el párroco         dijo: ¡Qué dicha sería ser mártir!, ¡dar mi sangre por la         parroquia!.
  Un nutrido contingente del         ejército federal, a las órdenes del Coronel Jesús Jaime Quiñones, ocupaban         la cabecera municipal, Nochistlán, cuando un vecino de Veladores, Tiburcio         Angulo, pidió una entrevista con el jefe de los soldados para denunciar la         presencia del párroco en aquel lugar.
  El coronel dispuso de inmediato una tropa con 300         militares para capturar al indefenso clérigo. Después de la media noche         del 19 de abril; sitiada la modesta vivienda donde se ocultaba, el señor         cura fue arrancado del lecho, y sin más, descalzo y en ropa interior, a         sus casi setenta años, maniatado, fue forzado a recorrer al paso de las         cabalgaduras la distancia que separaba Veladores de         Yahualica.
  Al llegar a río Ancho, uno         de los soldados, compadecido, le cedió su cabalgadura, gesto que le valió         injurias y abucheos de sus compañeros. El Padre Adame estuvo preso, sin         comer ni beber, sesenta horas. Durante el día era atado a una columna de         los portales de la plaza, con un soldado de guardia y durante la noche era         recluido en el cuartel; conforme pasaban las horas, su salud se         deterioraba.
  A petición del párroco,         Francisco González, Jesús Aguirre, y Francisco González Gallo, gestionaron         su libertad ante el coronel Quiñones, quien, luego de escucharlos, les         dijo: Tengo órdenes de fusilar a todos los sacerdotes, pero si me dan seis         mil pesos en oro, a éste le perdono la vida.
  Con el dinero en sus manos, el coronel quiso fusilar a         quienes aportaron la cantidad, pero intervinieron Felipe y Gregorio         González Gallo, para garantizar que el pueblo no sufriera represalias. El         azoro y el terror impuesto por los militares y la inutilidad de las         gestiones cancelaron las esperanzas de obtener la libertad del         párroco.
  La noche del 21 de abril un         piquete de soldados condujo al reo del cuartel al cementerio municipal.         Muchas personas siguieron al grupo llorando y exigiendo la libertad del         eclesiástico. Junto a una fosa recién excavada, el sacerdote rechazó que         le vendaran los ojos, sólo pidió que no le dispararan en el rostro; sin         embargo antes de fusilarlo uno de los soldados, Antonio Carrillo Torres,         se negó repetidas veces a obedecer la orden de preparen armas, por lo que         se le despojó de su uniforme militar y fue colocado junto al señor cura.         Se dio la orden ¡apunten!, enseguida la voz ¡fuego!; el impacto de las         balas derrumbó al Padre Adame y, acto continuo, a Antonio Carrillo. Quince         minutos después, cuatro vecinos colocaron el cadáver del mártir en un mal         ataúd, y lo sepultaron en la fosa inmediata al lugar de la ejecución,         donde yacía el soldado Carrillo.
  Años         después, fueron exhumados los restos del sacerdote y trasladados a         Nochistlán, Zacatecas, donde se veneran. El párroco de Yahualica, Don         Ignacio Íñiguez, testigo de la exhumación, consignó que el corazón de la         víctima se petrificó, y su Rosario estaba incrustado en         él.
  Fueron muchos los fieles que         sufrieron el martirio por defender su fe, de entre ellos presentamos ahora         a veinticinco que fueron proclamados santos de la Iglesia por Juan Pablo         II.
  Los 25 santos canonizados el 21 de         mayo del 2000 fueron:
  Cristobal Magallanes Jara, Sacerdote Roman Adame Rosales, Sacerdote Rodrigo Aguilar Aleman,         Sacerdote Julio Alvarez Mendoza, Sacerdote Luis Batis Sainz,         Sacerdote Agustin Caloca Cortés, Sacerdote Mateo Correa Magallanes,         Sacerdote Atilano Cruz Alvarado,         Sacerdote Miguel De La Mora De La Mora,         Sacerdote Pedro Esqueda Ramirez,         Sacerdote Margarito Flores Garcia,         Sacerdote Jose Isabel Flores Varela,         Sacerdote David Galvan Bermudez,         Sacerdote Salvador Lara Puente,         Laico Pedro de Jesús Maldonado Lucero, Sacerdote Jesus Mendez Montoya, Sacerdote Manuel Morales, Laico Justino Orona Madrigal,         Sacerdote Sabas Reyes Salazar, Sacerdote Jose Maria Robles Hurtado,         Sacerdote David Roldan Lara,         Laico Toribio Romo Gonzalez,         Sacerdote Jenaro Sanchez         Delgadillo David Uribe Velasco, Sacerdote Tranquilino Ubiarco Robles, Sacerdote
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  Fuente: Franciscanos.org 
Conrado   (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham, Santo Religioso Capuchino,   Abril 21   
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  |                        |                Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham,               Santo  |           Religioso         Capuchino        Martirologio         Romano: En Altötting,         en la región alemana de Baviera, san Conrado de Parzham (Juan) Birndorfer,         religioso de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, que durante más de         cuarenta años ejerció el humilde oficio de portero, siempre generoso con         los pobres, y que nunca dejaba marchar a un menesteroso sin haberle         ofrecido una ayuda cristiana con sus amables palabras (1891).         
  Etimológicamente: Conrado =         Aquel que da consejos inteligentes, es de origen         germánico.                   Hermano religioso que nació en Parzham (Alemania), de padres         labradores, y, después de una juventud ejemplar, profesó en la Orden         capuchina en 1842. Durante cuarenta y tres años ejerció el oficio de         portero en el convento de Altötting (Baviera), célebre santuario mariano,         dando a todos ejemplo de oración, caridad activa y paciencia. Lo canonizó         Pío XI en 1934.
  Este admirable santo capuchino es,         como quien dice, de ayer. El autor de estas líneas recuerda que el día en         que fray Conrado fue beatificado, 15 de junio de 1930, tuvo la dicha de         comentar sus virtudes en compañía de un anciano misionero de la Araucanía         (Chile), que vivió varios años en el mismo convento en que nuestro santo         era portero. Su figura tiene toda la frescura de las flores recién         cortadas; sus ejemplos son de una actualidad que debe hacernos mucho bien,         y esa actualidad añade un nuevo encanto a la vida ejemplar de este santo         capuchino.
  A nadie se le habría         ocurrido pensar jamás que la portería de un convento pueda ser campo         propicio para grandes hazañas, ni pedestal apropiado para conseguir la         inmortalidad. Una puerta y una campana, y junto a ellas un hombre sin         literatura y sin armas, un hombre que va envejeciendo poco a poco, con una         tenue sonrisa en los labios, que no grita, ni escribe, ni pronuncia         discursos, que casi no habla, que se mueve pausadamente atendiendo a los         innumerables llamados de los que llegan al convento. Éste es el hombre,         famoso hoy en todo el mundo, y ése fue el escenario donde se deslizó toda         su vida, recogida y silenciosa. 
  Debo         confesar que los capuchinos fuimos los primeros en sorprendernos al         escuchar las maravillas y portentos que se contaban de aquel humilde         hermanito lego que perteneció a nuestra numerosa familia; los primeros en         asombrarnos ante los rápidos procesos de beatificación y canonización de         aquel religioso que murió hace pocos años, dejando en los libros de su         convento apenas un nombre, desprovisto, al parecer, de todo relieve y de         toda gloria.
  Cuando comenzó a hablarse         de fray Conrado, viose al punto que no era "uno de tantos", uno más entre         esos buenos religiosos que viven y mueren en nuestra compañía, dedicados         al silencio y a la oración. La figura del portero de Altötting empezó a         crecer victoriosa, se agigantó con el estudio minucioso de sus virtudes; y         entonces caímos en la cuenta de que realmente nos encontrábamos ante un         hombre extraordinario, ante un prodigioso santo, digno de figurar entre         las almas más puras y perfectas de la Orden Seráfica.
  Los milagros que siguieron a estos comienzos de gloria         vinieron a demostrarnos que Dios quería fijar la atención del mundo         moderno en este religioso de nuestros días, confundiendo la soberbia de         los grandes, caldeando la frialdad de los tibios, enseñando a todos de         manera admirable los rumbos olvidados de la perfección         cristiana.
  La vida de este santo         moderno es, además, para nosotros los capuchinos, una garantía de que el         primitivo y austero espíritu de nuestra Orden se conserva en su prístino         vigor, de que es posible la perfección en todos los siglos, si seguimos         los excelsos caminos trillados por nuestros mayores.
  Hay también otra lección para todos los cristianos en la         vida sencilla de San Conrado; y es que la santidad no consiste en obras         extraordinarias, ni en penitencias asombrosas, ni en oraciones extáticas,         sino en la simple y pura observancia de los deberes propios de cada uno,         bajo el impulso de la gracia y del amor a Dios.
  Fray Conrado nació en 1818 en la pequeña aldea de Parzham         (Baviera), de padres cristianos. Bartolomé Birndorfer y Gertrudis         Niedermaier, labradores acomodados, eran el tipo de esos fornidos         campesinos alemanes que saben unir la piedad con el trabajo, el tesón con         la dulzura.
  Cuando nacía un hijo en         aquel hogar, no se permitía a los demás hermanos acercarse a él para darle         el beso de la fraternidad, antes de que fuese bautizado. Juan, nuestro         santo, fue hecho cristiano el mismo día de su nacimiento; después de la         ceremonia, llamó Gertrudis a sus ocho hijos, y, presentándoles al nuevo         vástago, les dijo: "Ahora sí, abrazadle, besadle... Juanito es un ángel,         un amigo de Dios".
  La vida de esta         familia es un modelo de honradez y de poesía cristiana. "Rezan todos         juntos, y de rodillas, el Ángelus y el rosario", cuenta un testigo; se         fomenta la devoción a la Virgen; se narran las historias del Antiguo y         Nuevo Testamento, que tanto agradan a los niños; se vive una vida de paz         inalterable; de suerte que un anciano que estuvo muchos años al servicio         de aquella casa ha podido decir al fin de sus días: "En la casa de los         Birndorfer la vida era un idilio sagrado y         patriarcal".
  Una persona que conoció         por aquellos días al pequeño Juan, ha dicho: "Le gustaba orar y oír hablar         de Dios".
  Es fácil imaginarse al         piadoso niño, sentado en su sillita baja, al amor de la lumbre, escuchando         atentamente las enseñanzas de sus padres... Los ojos, iluminados por el         fuego y embellecidos por la inocencia, mirarían fijos y candorosos, ora al         padre, ora a la madre, sin perder una tilde de tan preciosas lecciones. Su         corazón sentiría crecer las santas emociones del amor divino, los nobles         deseos de la santidad, el horror a todo pecado, la simpatía por la virtud.         Un día, le llamaría la atención la vida de un santo, se entusiasmaría con         algún ejemplo de penitencia o de oración, y se recogería interiormente         para decirse con firme esperanza: "Así seré yo".
  Su madre, viéndole tan atento, le hacía con frecuencia         esta pregunta: "Juan, ¿quieres amar a Dios?"; y él contestaba con ansia:         "Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis         fuerzas".
  El párroco del pueblo empezó         a interesarse vivamente por aquel niño que, a los seis años, sabía el         catecismo y hablaba de las verdades religiosas con la seriedad de un         hombrecito, y cuya conducta angelical era un modelo precioso para todos.         Entre sus compañeros de estudio o de juego, la presencia de Juanito         Birndorfer era el más eficaz de los sermones; en la escuela, en la calle o         en el templo, el pequeño era ya considerado como un futuro santo. Un día,         uno de sus compañeros de juego lanzó colérico una blasfemia contra Dios y         la Virgen. Juan palideció repentinamente como herido por un rayo, las         lagrimas saltaron de sus ojos, y cayó de rodillas implorando misericordia         para el blasfemo.
  Según iba creciendo         en edad, se confirmaba en el espíritu de recogimiento y de oración, que         sería más tarde el alimento preferido de su vida religiosa. Todas las         criaturas le hablaban de Dios y le impulsaban al amor y a la alabanza del         Creador: el espíritu de San Francisco de Asís, eminentemente poético,         entraba pleno de encantos en aquel corazón sensible e         inocente.
  Hasta los catorce años, la         vida del joven fue una sucesión continua de las más puras alegrías y de         apacibles goces familiares; pero muy pronto la mano de Dios quiso probarle         también en el áspero camino del dolor. Bartolomé y Gertrudis murieron         santamente, dejando a sus diez hijos el recuerdo de las más altas         virtudes. Las lágrimas de la resignación vinieron a ser el bálsamo         cristiano de aquella familia huérfana. Y la paz siguió inalterable,         presidiendo la vida de todos, gracias a la influencia y exquisito tacto de         Juan a quien todos sus hermanos, a pesar de sus pocos años, obedecían y         respetaban como a jefe moral y representante perfecto de las virtudes de         los padres difuntos. "Los hermanos Birndorfer -dice un testigo- eran muy         piadosos y devotos; y, aunque ricos, sin ambiciones y enemigos de todo         lujo. Se acercaban con frecuencia a los sacramentos; y en la casa, tanto         los amos como los criados, parecían tener un solo corazón y una sola         alma".
  Nuestro santo siguió         practicando cada día con mayor perfección el programa que inició en sus         primeros años: trabajo, obediencia a los mayores, soledad y oración en         todos los momentos libres. Si el día no fue propicio para la vida del         espíritu, aprovecha la noche para sus oraciones y penitencias. Un día, su         hermana Teresa entró en el dormitorio de Juan y vio que la cama estaba         perfectamente arreglada. "¿Qué te pasa? -preguntó solícita a su hermano-.         ¿Por qué no te has acostado esta noche?". "¿Y crees tú -le contestó él         sonriente- que no sé hacer la cama tan bien como cualquiera?". Desde aquel         día, para evitar sospechas, desarregla el lecho con tal arte, que nadie         nota ya sus vigilias y oraciones nocturnas.
  Un amor va creciendo pujante en su alma: es el amor a la         Madre de Dios, cuyo santuario de Altötting, famoso en Alemania, atrae su         corazón con fuerza irresistible. En las frecuentes visitas que hace a su         Señora, le parece que una voz sale de la imagen y le invita con cariñoso         acento: "Quédate aquí; ésta es tu casa".
  También le encanta la vida admirable del Patriarca de         Asís; y para imitar sus virtudes, se hace hijo y discípulo suyo,         inscribiéndose en la Orden Tercera de Penitencia, hoy llamada también         Orden Franciscana Seglar.
  Pero una         inquietud interna le insta a mayores alturas, siente algo extraño,         parecido a un llamamiento de Dios; el mundo le hastía, las riquezas le         repugnan, los peligros le amedrentan. Es la vocación religiosa que no le         dejará sosegar hasta conseguir su total renuncia a la tierra para vivir en         el cielo.
  Consulta con su confesor,         pide a la Virgen de Altötting que le muestre claramente la voluntad del         Señor, redobla las plegarias y las mortificaciones, y un día su director         espiritual le dice sin rodeos: "Dios te quiere capuchino". En pocos días         sus actividades se orientan en derredor de esa única idea: reparte sus         cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia, se presenta al         Provincial de los capuchinos y se fija el día de su ingreso en el         convento. Vuelve a su casa, reúne a todos los miembros de la familia y les         da la gran noticia con la alegría de un triunfador. Uno de sus sobrinitos         recordará, después de sesenta años, aquella emocionante escena de         renunciamiento y de firmeza espiritual, entre las lágrimas de toda la         familia.
  Juan Birndorfer toma el         hábito capuchino en el convento de Laufen, a los treinta y tres años de         edad, el día 17 de septiembre de 1851, fiesta de las llagas de San         Francisco, y recibe su nuevo nombre: Conrado de         Parzham.
  Desde ese día hasta el         momento de la muerte, los cuarenta y tres años de la vida religiosa de         este hermano lego son, a nuestros ojos, de una monotonía desconcertante;         en todo ese tiempo no hay un suceso que pueda llamar nuestra atención,         nada que merezca los honores de un comentario. Pero, a los ojos del         espíritu y de la fe, el alma de fray Conrado era como el águila que ha         emprendido su vuelo y que no lo terminará ni descansará hasta llegar a la         cima de la más excelsa perfección.
  El         padre Maestro de novicios le somete a duras pruebas de obediencia, a         humillaciones y trabajos; le hace pasar, delante de la comunidad, como         hipócrita y presuntuoso, y hasta llega a negarle la sagrada Comunión...         Fray Conrado recibe las reprimendas mejor que si fueran elogios, y aun le         parece que el padre Maestro se queda corto en los castigos. "¿Qué         pensabas? -se dice a sí mismo-; ¿creías que ibas a recibir caricias como         los niños?". 
  No sería exacta la frase         si dijéramos que la oración del nuevo religioso era frecuente; supo         armonizar con tal arte el trabajo y la meditación, su vida interior era         tan intensa, que es más propio asegurar que su oración duró lo mismo que         su vida, sin interrupciones de ninguna clase. Esto es lo que se deduce de         los testimonios de religiosos que vivieron muchos años con fray Conrado, y         eso es lo que él mismo dice en un cuadernito de apuntes que escribió         durante el noviciado y que cumplió fielmente hasta el último suspiro:         "Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios.         Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de         muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi         Dios".
  Apenas hecha la profesión         religiosa, sus superiores le dieron una grata noticia: deberá ir de         portero al convento de Santa Ana de Altötting, a pocos metros del célebre         santuario de su querida Virgen. Y fray Conrado, lleno de gozo, se instala         en aquella portería que no había de abandonar en toda su larga existencia.         
  La portería de Altötting es quizá una         de las más importantes y movidas de los conventos capuchinos. Miles de         peregrinos acuden sin cesar al devoto santuario. Ordinariamente, el cargo         de portero se confía a religiosos maduros, de tacto exquisito, de sólida         piedad y de paciencia inalterable. Los superiores de fray Conrado vieron         en él al portero ideal, y la experiencia demostró con creces el acierto de         aquella elección.
  Así como otros se         han santificado en el vasto terreno de un apostolado multiforme, nuestro         santo comenzó a santificarse en el reducido espacio alrededor de la puerta         de un convento. El Sumo Pontífice Pío XI, en la homilía de la canonización         de San Conrado, sintetizó toda su vida aplicándole las palabras que los         campesinos de Judea decían de Jesucristo: "Todo lo hizo         bien".
  El humilde lego se convenció de         que, en su oficio, cabían todas las virtudes cristianas y toda la         perfección religiosa; y desde el primer momento se esforzó por poner en         práctica su precioso programa.
  El         fundamento de todos sus esfuerzos, el secreto del admirable dominio del         espíritu, fue una oración incesante y ardorosa: era el hombre que vivía         arrobado en el cielo, el serafín que cada día se inflamaba más en el amor         de Dios, el paje fiel de la Reina de los Ángeles, la lámpara siempre         encendida del Sagrario. Es necesaria la gran habilidad de los santos para         saber conservar tan hondo recogimiento en medio del ajetreo mareador de         una portería como aquélla. "La campanilla de la puerta -dice un escritor-         estaba en movimiento todo el día; ya eran los religiosos que iban a sus         trabajos o regresaban del ministerio; ya los peregrinos que a centenares         encargaban misas, o pedían que se les bendijera algún objeto piadoso; ya         los fieles que llamaban a algún padre para confesarse o pedir consejo; ya         los numerosos pobres que a cada instante llegaban a pedir pan, comida o         vestidos". Fray Conrado se asustó los primeros días, creyendo que su         espíritu naufragaría en el vaivén incesante de la puerta que se abría y         cerraba sin descanso. Miraba la quietud de la noche como un puerto seguro,         y aprovechaba las horas del sueño y de la soledad para postrarse en un         rincón de la iglesia, y allí se entretenía largo rato en coloquios con su         Dios, caldeando el espíritu en la hoguera del amor divino, fuente de         consuelos y de energías para su alma. Muy pronto, el miedo de la portería         y de sus trajines se trocó en un sabroso placer; el sonido de la campana         fue para el portero como la voz de Cristo, las peticiones de los         visitantes eran acogidas con una sonrisa de cariño, las idas y venidas por         el claustro eran una oración ferviente que llegaba a las efusiones del         éxtasis.
  Fray Conrado había hallado,         además, un tesoro escondido; junto a la puerta encontró una celdilla         pequeña y oscura, oculta debajo de la escalera, rincón que nadie habitaba         y que era conocido con el nombre de "celda de San Alejo". El corazón de         fray Conrado saltó de gozo al fijarse en la única ventanita que tenía         aquel cuchitril: daba precisamente a la iglesia, y desde allí podría ver,         siempre que lo quisiera, su amado Sagrario. El santo portero bendijo a         Dios por el hallazgo inesperado, subió a la celda del padre Guardián y le         rogó con infantil insistencia que le permitiera habitar en la "celda de         San Alejo". Fray Conrado no la hubiera cambiado por nada del mundo; desde         entonces sería el nido de sus amores, su cielo en la tierra. Al encerrarse         en su rincón todos los momentos libres, nadie notaría sus fervores, sus         plegarias, sus penitencias; allí podría dar rienda suelta a todas las         efusiones de su corazón; y cuando suene la campana, saldrá sin meter         ruido, y estará en la portería antes que puedan impacientarse los         visitantes. ¡Qué poco necesita fray Conrado para estar contento! ¡Cómo se         puede encontrar el paraíso debajo de una escalera! 
  La vida del santo portero, durante los cuarenta años de         permanencia en Altötting, estuvo sujeta a un horario jamás alterado. A las         tres de la mañana, baja a la iglesia, hace una larga oración, prepara la         sacristía, adorna los altares, ayuda las primeras misas en el santuario de         María, mientras el hermano sacristán, enfermo y anciano, puede gozar de un         poco de reposo. En la primera misa, fray Conrado comulga todos los días         con la compostura y el fervor de un serafín; los superiores, en atención a         su angelical pureza y a los evidentes frutos que sacaba del banquete         eucarístico, le concedieron esa gracia, a pesar de que la comunión diaria         era entonces un caso excepcional.
  Uno         de los más grandes amores del santo portero era la devoción a Jesús         Crucificado. "El crucifijo es mi libro -decía-; una mirada a la cruz me         enseña en cada momento el modo de portarme". Cuando fray Conrado hacía el         Vía-crucis, las lágrimas saltaban de sus ojos, y parecía no poder         apartarse de las distintas estaciones; no menos de una hora empleaba en         ese piadoso ejercicio, sacando de él aquella humildad y mansedumbre que         eran sus rasgos más característicos y visibles. La vida penitente de         nuestro santo tuvo en la cruz su origen, su sostén y su poesía.         
  La devoción a la Virgen María es otro         delicado matiz de esta alma llena de perfecciones. Desde los primeros años         de su vida aprendió, de labios de su santa madre, el amor a María. La edad         no hizo sino robustecer y hermosear esta devoción. En el convento de         Altötting es el portero de la Virgen, el celoso propagador de su culto, el         apóstol de sus bondades y el juglar enamorado de la Reina de los cielos.         Los que llamaban a la puerta, ya sabían que las primeras palabras de fray         Conrado serían un saludo cortés mezclado con una invitación al amor de         Jesús y María. En la "celda de San Alejo" rezaba diariamente el oficio         parvo de la Virgen y la corona de la Inmaculada, leía libros que trataban         de sus virtudes y de sus glorias, meditaba en sus perfecciones, dirigía         frecuentes miradas hacia el altar de su Reina.
  Un estudiante de Neutötting cuenta el caso siguiente: "Un         día observé cómo el ardor de su devoción a María se manifestaba de una         manera visible y prodigiosa. Globos resplandecientes, como de fuego,         salían de sus labios y subían hasta la imagen de la Madre de Dios. Después         presencié muchas veces el mismo fenómeno". Otras muchas personas fueron         testigos de parecido espectáculo. No era un secreto para nadie que el         portero de los capuchinos de Altötting estaba enamorado de su celestial         Señora. 
  La mansedumbre y la caridad         de fray Conrado se hicieron proverbiales en toda la comarca. Las pruebas         más crueles llovían sobre él; pero jamás se le vio perder un átomo de         aquellas virtudes. Había en la vecindad una pobre mujer, medio demente,         que, durante más de veinte años, molestó al santo portero con         impertinencias e insultos de la más baja índole. Fray Conrado le daba         todos los días lo mejor de sus limosnas, recibía las palabras de la loca         con una sonrisa de indulgencia, y siempre tenía para ella una frase de         piedad y de simpatía.
  Una vez, después         de haber repartido a numerosos pobres todo lo que tenía a su alcance, se         presentó un pordiosero de feroz catadura. Fray Conrado, compadecido de su         aspecto miserable, le dijo amablemente: "Voy a ver si encuentro algo para         ti". Y a los pocos minutos regresó de la cocina con un plato de sopa,         humeante y apetitosa. El mendigo prueba con avidez la primera cucharada,         pero no la encuentra a su gusto. Levanta el plato en sus manos y, en un         arrebato de ira, lo lanza al suelo gritando fuera de sí: "Cómetela tú si         quieres, frailón". Fray Conrado, sin turbarse, se arrodilla         tranquilamente, recoge los trozos del plato y dice al iracundo mendigo:         "¿No te gusta? Espérame un instante; voy a traerte otra cosa mejor". Y en         efecto, vuelve a la cocina y regresa rápidamente con otro alimento más         sabroso.
  Otras veces, los niños abusan         de su paciencia heroica. Llaman a la puerta, y se esconden en cuanto ven         que el portero aparece. Al minuto, otra llamada y otro chasco; y así         muchas veces, sin conseguir que fray Conrado pierda por un momento su         admirable mansedumbre.
  Desde la         ventanita de su portería, fray Conrado ejecutaba un apostolado intenso y         variado, cuyos frutos se recogían en abundancia por todas partes. En una         ocasión, un Padre vio en la iglesia a un joven con todo el aspecto de un         criminal, pero de un criminal arrepentido, porque estaba llorando         amargamente y sin consuelo. El Padre le preguntó: "¿Por qué lloras?" Y el         joven, avergonzado y tembloroso, le contestó: "Porque soy el mayor pecador         del mundo. Pero quiero confesarme y enmendarme. He ido a pedir un pedazo         de pan a fray Conrado, y al darme la limosna ha fijado en mí su dulce         mirada con tal insistencia y con tan elocuente reproche, que me ha         conmovido y quiero cambiar de vida. Quiero que fray Conrado pueda mirarme         de otro modo".
  Otro día, el portero         comenzó a reprender a una joven vestida con poca decencia, y añadió         proféticamente: "Señorita, vístase mejor, que ese traje que lleva es         indigno de una futura monja". La muchacha, algunos años más tarde, fue una         religiosa ejemplar.
  Otras veces reúne         junto a la puerta a varios granujillas y, adivinando su ignorancia         religiosa, les enseña pacientemente todo el catecismo y les prepara para         la primera comunión. 
  Pero su         apostolado irresistible es el del ejemplo de todas las virtudes. Una         señora que le conoció escribe: "La venerable figura de fray Conrado está         todavía vivamente impresa en mi memoria. Recuerdo hasta el presente su         modo de presentarse en la portería, con los ojos bajos, la cabeza         inclinada, con el rosario o el crucifijo en la mano y moviendo los labios         que no cesaban de rezar".
  "Quienquiera         que lo veía -escribe un sacerdote amigo de nuestro santo-, se sentía lleno         de veneración hacia él y movido a imitarle. Por su rostro se adivinaba la         unión íntima de su corazón con Dios, y se tenía la impresión de hallarse         ante un santo".
  Los vagabundos y         mendigos llegaban a sentir tal emoción ante él, que muchos de ellos         acabaron por hacerse religiosos, movidos por la santidad de fray Conrado,         que era el mejor amigo de los pobres, su consuelo, su maestro y su         padre.
  Sólo él parecía ignorar sus         méritos y virtudes, cuya fama empezaba a divulgarse por toda Alemania; la         humildad le hacía creerse el más grande de los pecadores. Cuando alguien         le pedía el auxilio y valimiento de sus oraciones, el humilde portero         solía decir con deliciosa ingenuidad: "¡Pedirme oraciones a mí! Ya se ve         que usted no me conoce. De todos modos, lo mejor será que nos encomendemos         mutuamente". El padre Victricio, Provincial de Baviera, hombre de eminente         virtud, a quien esperamos ver pronto en los altares, un día alabó         calurosamente la virtud de fray Conrado en presencia de varios religiosos.         El buen hermanito, confuso ante aquellos elogios, rompió en amargo llanto         y exclamó lleno de vergüenza: "¡Qué ocurrencias tienen los santos!",         atribuyendo a una desmesurada bondad del padre Victricio aquellas         alabanzas, que le dolían más que los vituperios.
  Los dones sobrenaturales de profecía y adivinación con que         Dios favoreció a fray Conrado, dieron a veces a los religiosos del         convento sorpresas desagradables. Un Padre, que debía predicar un sermón         de mucho compromiso, se retiró para preparar más tranquilamente su         trabajo. Creíase libre de toda molestia, escondido en lo más alto de la         torre, y empezó a repasar su sermón. A los pocos minutos, siente la voz         del santo portero, que le llama desde la escalera y le dice que una         persona le espera en el confesonario.
  Terminemos este rápido bosquejo de la vida de San Conrado         con algunas frases expresivas de su propia pluma. Son trozos de sus cartas         y de sus apuntes espirituales, que afortunadamente se conservan como         preciosas reliquias. "Mi vida -escribe- consiste en amar y padecer. En el         amor de mi Dios no hallo nunca límite, y no hay cosa en el mundo que me         sea obstáculo para ese amor. Me encuentro unido con mi Amado mucho más de         lo que puede expresarse con palabras; y las mismas ocupaciones, que son         múltiples, no tienen otro efecto que estrecharme más y más a Él. Le hablo         con toda confianza, como un niño a su padre...". "Me asalta el temor -dice         en una carta- de no amar a Dios, ¡yo, que quisiera ser un serafín de amor         e invitar a todas las criaturas para que me ayudasen a amar a mi Dios! Voy         a terminar, porque esto va demasiado largo. El amor no conoce         límites".
  Así, con esa sencillez         encantadora y con esos arrebatos que parecen copiados de una epístola de         San Pablo, expresaba el santo portero sus anhelos de toda la vida. Y en         esa atmósfera de amor divino vivió hasta que su corazón dejó de palpitar         en la tierra.
  Fray Conrado fue         haciéndose viejo sin sentirlo. Llegó a los setenta y seis años con las         mismas aspiraciones de la juventud. Su barba blanca y sus cabellos canos         eran ya una aureola de madurez y de candor. Un día, después de comulgar         con inusitados transportes de fervor, siente el llamamiento del cielo. Las         piernas se niegan a sostenerle en la tierra. Apoyado en su bastón, con el         aliento entrecortado, llama a la puerta del padre Guardián y le dice:         "Padre, ya no puedo más". 
  Tres días         de lenta agonía; nuevos incendios de amor al recibir los últimos         sacramentos; el amor a su Dios, como una llamita temblorosa, en los ojos,         en los labios, en el corazón. La lámpara del sagrario aletea moribunda...         De repente, suena la campana de la portería y vuelve a sonar. El portero         suplente debe de estar ocupado; no hay nadie que acuda al imperioso sonido         que llega a los oídos del enfermo. Fray Conrado se levanta, toma una vela         en la mano, requiere su bastón y sale por el claustro apoyándose en la         pared. Un joven religioso que le vio a punto de caer pudo convencerle de         su temeridad y le ayudó a acostarse.
  El sábado 21 de abril de 1894, día dedicado a la Virgen,         mientras la campana de la torre tocaba el Ángelus, fray Conrado, el         portero de María, se durmió plácidamente, para despertar junto a su         querida Reina. Uno de los presentes, viendo su última mirada de felicidad,         exclamó: "La Santísima Virgen, sin duda, ha venido a llevar al cielo el         alma de fray Conrado". 
  Apenas el         cadáver del humilde lego capuchino descansó en el sepulcro, la fama de sus         virtudes traspasó los límites de su patria y llegó rápidamente hasta los         últimos rincones del mundo. El milagro, sello que suele poner Dios a sus         obras, vino también a glorificar la santidad del desconocido portero de         Altötting.
  Dios quiso manifestar, con         un elocuente prodigio, lo mucho que se había complacido con la devoción de         fray Conrado a su Madre Santísima: el dedo anular de la mano izquierda, en         el cual nuestro santo acostumbraba a sujetar el rosario, se conserva         todavía sin corrupción.
  Los procesos         de beatificación y canonización se terminaron con gran rapidez: el 15         junio de 1930 fray Conrado fue beatificado y el 20 de mayo de 1934         canonizado: la Iglesia Católica proclamaba por boca de Pío XI la gloria de         San Conrado de Parzham.  | 
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  Fuente: Catacombe.Roma.it || Actas de los Mártires: Eusebio de   Cesarea 
Apolonio   de Roma, Santo Mártir, Abril   21   
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  |                        |                Apolonio de Roma, Santo  |           Mártir        Martirologio         Romano: En Roma,         conmemoración de san Apolonio, filósofo y mártir, que, en tiempo del         emperador Cómodo, ante el prefecto Perenio y el Senado defendió con aguda         palabra la causa de la fe cristiana, que confirmó con el testimonio de su         sangre al ser condenado a la pena capital         (185).
  Etimológicamente: Apolonio =         Aquel que brilla, es de origen griego.                   Apolonio, senador romano, era conocido entre los cristianos         de la Urbe por su elevada condición social y profunda cultura. Denunciado         probablemente por un esclavo suyo, el juez invitó a Apolonio a sincerarse         frente al senado.
  El presentó -escribe Eusebio de         Cesarea- una elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente fue         condenado a muerte.
  El procónsul         Perenio, en atención a la nobleza y fama de Apolonio deseaba sinceramente         salvarlo, pero se vio obligado a pronunciar la condena por el decreto del         emperador Cómodo (alrededor del año 185).
  Reproducimos aquí algunos pasajes del proceso, en que el         mártir afirma su amor por la vida, recuerda las normas morales de los         cristianos recibidas del Señor Jesús, y proclama la esperanza en una vida         futura.
  Apolonio: Los decretos         de los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios; más creyentes         ustedes maten, y más se multiplicará su número por obra de Dios. Nosotros         no encontramos duro el morir por el verdadero Dios, porque por medio de él         somos lo que somos; por no morir de una mala muerte, lo soportamos todo         con constancia; ya vivos, ya muertos, somos del Señor. Perenio: ¡Con estas ideas, Apolonio, tú sientes         gusto en morir! Apolonio: Yo         experimento gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no temo en         absoluto la muerte; indudablemente, no hay cosa más preciosa que la vida,         pero que la vida eterna, que es inmortalidad del alma que ha vivido bien         en esta vida terrena. El Logos (= Palabra) de Dios, nuestro Salvador         Jesucristo "nos enseñó a frenar la ira, a moderar el deseo, a mortificar         la concupiscencia, a superar los dolores, a estar abiertos y sociables, a         incrementar la amistad, a destruir la vanagloria, a no tratar de vengarnos         contra aquellos que nos hacen mal, a despreciar la muerte por la ley de         Dios, a no devolver ofensa por ofensa, sino a soportarla, a creer en la         ley que él nos ha dado, a honrar al soberano, a venerar solamente a Dios         inmortal, a creer en el alma inmortal, en el juicio que vendrá después de         la muerte, a esperar en el premio de los sacrificios hechos por virtud,         que el Señor concederá a quienes hayan vivido         santamente.
  Cuando el juez pronunció         la sentencia de muerte, Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios, procónsul         Perenio, juntamente con todos aquellos que reconocen como Dios al         omnipotente y unigénito Hijo suyo Jesucristo y al Espíritu santo, también         por esta sentencia tuya que para mí es fuente de         salvación".
  Apolonio murió decapitado         en Roma el domingo 21 de abril. Eusebio comenta así la muerte de Apolonio:         "El mártir, muy amado por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo, que         fue al encuentro del martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo         su fúlgido ejemplo, vivifiquemos nuestra alma con la fe".  Sabemos también por el mismo Eusebio que el acusador de         Apolonio - como también más tarde el del futuro papa Calixto- fue         condenado a tener las piernas quebradas. En efecto, según una disposición         imperial, que Tertuliano (Ad Scap. IV, 3) atribuye a Marco Aurelio, los         acusadores de los cristianos debían ser condenados a muerte. Las Actas del         martirio de Apolonio, descubiertos en el siglo pasado, existen hoy en         versión original armenia y griega y en varias traducciones modernas (de         las "Actas de los antiguos mártires", incorporadas en Eusebio,"Historia         Eclesiástica", V, 21).  | 
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  Fuente: Santiebeati.it 
Juan   Saziari, Beato Religioso Franciscano,   Abril 21   
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  |                        |                Juan Saziari, Beato  |           Religioso         Franciscano        Martirologio         Romano: En la ciudad         de Cagli, del Piceno, en Italia, beato Juan Saziari, religioso de la         Tercera Orden de San Francisco (c. 1372). 
  Etimológicamente: Juan =         Dios es misericordioso, es de origen hebreo.                   En el 1287, durante una cruenta batalla, la antiquísima         comuna de Cagli fue casi totalmente incendiada. Esta comuna surgió sobre         el Monte Petrano pero dos años después de los habitantes decidieron         desplazar el centro de las actividades ciudadanas a sus faldas. Es aquí,         donde algunas décadas después, vivió el beato Juan         Saziari.
  Nació alrededor del año 1327, llevó         una vida simple, dividiendo su tiempo entre el trabajo en el campo y la         oración. No se casó, no tuvo a hijos, pero fue querido por todo. Tuvo un         carisma ciertamente no ordinario. Se hizo terciario franciscano queriendo         así seguir las enseñanzas y el ideal de vida del santo de Asís. Murió         entre el 1370 y el 1372, dejándoles a sus conciudadanos un extraordinario         ejemplo de santidad vivida en la modestia de la vida cotidiana. El Señor,         por intercesión del piadoso campesino de Cagli, contestó a los ruegos de         sus devotos, concediendo gracias y milagros. Estos tuvieron lugar         enseguida de su muerte y su memoria fue transmitida a través de         inscripciones en la lápida sepulcral. En particular, su celeste ayuda se         hizo sentir durante una terrible peste. La parte frontal del urna         marmórea, elaborada por el maestro Antonio de Cagli, está ahora próxima al         altar donde son custodiadas sus reliquias. Un notario de Imola, en 1374,         registró oficialmente algunos milagros. En un antiguo documento de 1441 ya         era llamado beato. 
  Juan es enterrado         en la iglesia de San Francisco, la más antigua de la orden franciscana en         la región de Marcas, provincia de Piceno. En el 1642 fue puesto en un urna         de madera. A las reliquias se le han realizado dos reconocimientos, en         1764 y en 1849. En la Curia de Cagli, hoy unida con la de Fano, se         conserva la documentación del proceso de beatificación que vio su         culminación 9 de diciembre de 1980 –en el pontificado de Juan Pablo II–         considerando la veneración que le ha sido tributada ininterrumpidamente         por siglos. La fiesta de lo beato, hoy familiarmente llamado beato         Juanino, fue fijada para el 21 de abril.   | 
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  Fuente:   Martirologio Romano 
Otros   Santos y Beatos Completando el   santoral de este día, Abril 21   
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  San Anastasio, abad En el monte Sinaí, san         Anastasio, hegúmeno, que defendió incansablemente la fe ortodoxa ante los         monofisitas y escribió obras destinadas a la salvación de las almas (c.         700). 
  San Maelrubo, abad En el monasterio de Applecroos,         en Escocia, san Maelrubo, abad, el cual, oriundo de Irlanda y monje de         Bangor, fundó un monasterio de misioneros, desde el que distribuyó,         durante cincuenta años, la luz de la fe a la población de aquellas         regiones (722).   | 
   
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  Fuentes: IESVS.org; EWTN.com;   hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
   
  Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
   
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