JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 24-29)
Gloria a ti, Señor.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".
Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
"El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?
Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?
Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).
† Misal
Santo Tomás, apóstol
Fiesta
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio
Antífona de Entrada
Te alabaré y te daré gracias siempre, porque tú eres mi salvador, Señor mío y Dios mío.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Padre todopoderoso, tú que concediste a santo Tomás reconocer a Cristo como su Señor y su Dios; por intercesión de este Apóstol, haz que crezcamos en la fe, para que creyendo firmemente en tu Hijo Jesucristo podamos participar de su vida divina.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los efesios (2, 19-22)
Hermanos: Ya no son ustedes extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular.
Sobre Cristo, todo el edificio se va levantando bien estructurado, para formar el templo santo en el Señor, y unidos a él también ustedes se van incorporando al edificio, por medio del Espíritu Santo, para ser morada de Dios.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 116
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos.
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre.
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Tomás, tú crees porque me has visto, dice el Señor; dichosos los que creen sin haberme visto.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 24-29)
Gloria a ti, Señor.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".
Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
En la fiesta de Santo Tomás, apóstol, presentemos al Padre del cielo muestra oración por las necesidades del mundo entero y por la Iglesia.
Digamos:
Te lo pedimos, Señor.
Por la Iglesia del nuevo milenio: para que Dios robustezca su fe y para que los cristianos demos testimonio de Jesús como nuestro Dios y Señor.
Oremos.
Te lo pedimos, Señor.
Por el Pueblo de Dios, edificado sobre la fe de los apóstoles: para que viva en plenitud la misión que se le ha encomendado y predique el Evangelio hasta los confines de la tierra.
Oremos.
Te lo pedimos, Señor.
Por los que gozan de prosperidad material: para que aprendan a compartir sin egoísmo los bienes que de Dios han recibido.
Oremos.
Te lo pedimos, Señor.
Por los que sienten vacilar su fe, por los que se han apartado de ella y por los que viven en la indiferencia: para que la intercesión de Santo Tomás les obtenga convicciones profundas, y una experiencia del amor de Dios que los haga retornar a Él. Oremos.
Te lo pedimos, Señor.
Por los enfermos: para que el Señor les conforte.
Oremos.
Te lo pedimos, Señor.
Por los que comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nos llamamos discípulos suyos: para que seamos ante los hombres auténticos testigos de nuestra fe en Él. Oremos.
Te lo pedimos, Señor. Celebrante: Señor y Dios de bondad, que nos das tu Espíritu Santo para ayudarnos en nuestro peregrinar hacia Ti; escucha las oraciones que te presentamos en la fiesta de Santo Tomás, apóstol, y concédenos vivir con espíritu de fe todos los acontecimientos de nuestra vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Acepta, Señor, el sacrificio de alabanza que vamos a ofrecerte en esta festividad de santo Tomás, apóstol, y conserva en nosotros los dones de tu redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio de los Apóstoles I
Los apóstoles, pastores del
pueblo de Dios
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso, Pastor eterno.
Porque no abandonas a tu rebaño, sino que lo cuidas continuamente por medio de los santos Apóstoles, para que sea gobernado por aquellos mismos pastores que le diste como vicarios de tu Hijo.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de la Comunión
Jesús dijo a Tomás: Acerca tu mano, toca las cicatrices dejadas por los clavos y no seas incrédulo, sino creyente.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Padre misericordioso, que nos has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, haz que, junto con el apóstol Tomás, reconozcamos en Cristo a nuestro Señor y a nuestro Dios y demos testimonio con la vida de lo que creemos con la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
† Meditación diaria
13ª Semana. Viernes
MORTIFICACIONES HABITUALES
— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.
— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.
— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.
I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.
Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. "Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.
"—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo"4.
Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.
Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.
El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues "padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes"6, de las almas que han amado mucho.
La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.
II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.
Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues "despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos"8.
Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.
Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...
Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.
III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.
El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a "pasarlo bien" como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.
En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.
Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. "Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo"11.
1 Mt 9, 9-13. — 2 Os 6, 6. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.; cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, Herder, Barcelona 1960, vol. II, p. 683. — 4 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 992. — 5 Cfr. J. Tissot, La vida interior, Herder, 16.ª ed., Barcelona 1964, p. 397 ss. — 6 San Agustín, Sobre el bien del matrimonio, 21, 25. — 7 Rom 8, 18. — 8 San Juan Crisóstomo, Sobre el sacerdocio, 3, 13. — 9 1 Cor 1, 18. — 10 Mt 10, 39. — 11 R. Llull, Libro del amigo y del Amado, 64.
3 de julio
SANTO TOMÁS, APÓSTOL*
Fiesta
— En ausencia de Tomás.
— Su incredulidad.
— Su fe.
I. Cuando Jesús, llamado por las hermanas de Lázaro enfermo, se disponía a ir a Judea, donde le esperaban asechanzas y odio por parte de los judíos, dijo Tomás a los demás discípulos: Vayamos nosotros también y muramos con Él1. El Señor aceptaría con gratitud este gesto valiente y generoso del Apóstol. Son las primeras palabras de él recogidas por San Juan.
Más tarde, durante el discurso de despedida en la Última Cena, Tomás hizo una pregunta al Maestro por la que le debemos estar reconocidos, ya que dio lugar a que Jesús nos legara una de las grandes definiciones de Sí mismo. Preguntó el discípulo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? Jesús respondió con estas palabras tantas veces meditadas: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por Mí2.
La misma tarde del domingo en que resucitó se apareció Jesús a sus discípulos. Se presentó en medio de ellos sin necesidad de abrir las puertas, ya que su Cuerpo había sido glorificado; pero para deshacer la posible impresión de que era solo un espíritu, les mostró las manos y el costado. A los discípulos no les quedó duda alguna de que era Jesús mismo y de que verdaderamente había resucitado. Les saludó por dos veces con la fórmula usual entre los judíos, con el acento propio que tantas veces pondría en estas mismas palabras. Los Apóstoles, poco propensos a admitir lo que excedía los cauces de su experiencia y de su razón, no podían albergar ya duda alguna al ver a Cristo, al que ellos conocían bien, hablando como en otras ocasiones. Con su conversación amigable y cordial quedaban disipados el temor y la vergüenza que tendrían por haber abandonado al Amigo cuando más necesidad tenía de ellos. De esta forma, se creó de nuevo el ambiente de intimidad, en el que Jesús va a comunicar sus poderes trascendentales3. Pero Tomás no estaba con ellos. Es el único que falta. ¿Por qué no estaba allí? ¿Fue solo una casualidad? Quizá San Juan, el Evangelista que nos narra con todo detalle esta escena, calla por delicadeza que Tomás, después de haber visto a Cristo en la cruz, no solo había sufrido como los demás, sino que se encontraba alejado del grupo y sumido en una particular desesperanza4.
Por los relatos de San Mateo y de San Marcos sabemos que los Apóstoles recibieron la indicación de Jesús de marcharse enseguida a Galilea, donde le verían glorioso. ¿Por qué aguardaron ocho días más en Jerusalén, cuando ya nada les retenía allí? Es muy posible que no quisieran marcharse sin Tomás, al que buscaron enseguida e intentaron convencer de mil formas distintas de que el Maestro había resucitado y les esperaba una vez más junto al mar de Tiberíades. Al encontrarle, le dijeron con una alegría incontenible: ¡Hemos visto al Señor!5. Se lo repitieron una y otra vez, con acentos distintos. Intentaron en este tiempo recuperarlo para Cristo por todos los medios. Es seguro que el Señor, que siempre nos busca a cada uno como Buen Pastor, aprobaría esta demora. ¡Cómo agradecería Tomás más tarde todos estos intentos, y que a pesar de su tozudez no le dejaran solo en Jerusalén! Es una lección que nos puede servir hoy a nosotros para que examinemos cómo es la calidad de nuestra fraternidad y de nuestra fortaleza con aquellos cristianos, nuestros hermanos, que en un momento dado pueden caer en el desaliento y en la soledad. No podemos abandonarlos.
II. Trae tu mano y toca la señal de los clavos: y no seas incrédulo, sino creyente6.
El desaliento y la incredulidad de Tomás no eran fácilmente vencibles. Ante la insistencia de los demás Apóstoles, él respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré7. Estas palabras parecen una respuesta definitiva, inconmovible. Es una réplica dura a la solicitud de los amigos. Sin duda la alegría de los demás ¡qué inmenso gozo llenaría su alma! le abrió una ventana a la esperanza. Por eso vuelve y ya no se separa de ellos. Esta oscura tozudez de Tomás contrasta con la grandeza de Jesús y con su amor por todos. El Señor no permite que ninguno de los suyos se pierda; ya había rogado por sus discípulos en la Última Cena, y su oración es siempre eficaz8. Él mismo interviene ante Tomás. San Juan lo relata así: A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. ¡Al menos han conseguido que permanezca unido a ellos! Y estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Se dirigió entonces amablemente a Tomás, y le dijo: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente9.
Es un motivo de esperanza para nosotros considerar que el Señor no nos dejará nunca, si nosotros no le abandonamos, porque también ha rogado por nosotros10. Tampoco nos desampararán los que Dios ha puesto a nuestro lado. Si alguna vez estamos a oscuras, cualquiera que sea nuestra situación interior, podremos apoyarnos en la fe de los demás, en su ejemplaridad y en la fortaleza de su caridad. Nosotros tenemos el deber de "arropar" y cuidar a quienes de alguna manera el Señor nos ha encomendado o comparten con nosotros la misma fe y los mismos ideales, si alguna vez pasaran por un mal momento. La responsabilidad de la fidelidad de los demás será siempre un buen soporte de la propia fidelidad. "Todo iría mejor y seríamos más felices si nos propusiéramos conocer siempre mejor –para poder amar más– esas verdades y esas personas a las que nos hemos vinculado con lazos de responsabilidad permanente. Reflexionar sobre los propios deberes, sobre las circunstancias que afectan la vida y la paz de otros, meditar en las consecuencias de nuestra conducta, evaluar el daño que puede causar la deserción, es la primera garantía de fidelidad. A la que debemos siempre agregar una consideración sobrenatural: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas (1 Cor 10, 13)"11. Nunca nos fallará el Señor. No fallemos nosotros a nuestros hermanos. No olvidemos que todos nosotros también podemos pasar por una etapa de ceguera y de desaliento. Nadie en la familia y entre los amigos es irrecuperable para Dios, porque contamos con la poderosa ayuda de la caridad y de la oración, que adquiere entonces manifestaciones tan diversas, y de la gracia.
III. Cuando Tomás vio y oyó a Jesús expresó en pocas palabras lo que sentía en su corazón: ¡Señor mío y Dios mío!, exclama conmovido hasta lo más hondo de su ser. Es a la vez un acto de fe, de entrega y de amor. Confiesa abiertamente que Jesús es Dios y le reconoce como su Señor. Jesús le contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin ver creyeron12. Y comenta el Papa Juan Pablo II: "Esta es la fe que nosotros debemos renovar, siguiendo la estela de incontables generaciones cristianas que a lo largo de dos mil años han confesado a Cristo, Señor invisible, llegando incluso al martirio. Debemos hacer nuestras, como las hicieron suyas antes otros muchos, las palabras de Pedro en su primera Carta: Vosotros no lo visteis, pero lo amáis; ahora, creyendo en Él sin verlo, sentís un gozo indecible. Esta es la auténtica fe: entrega absoluta a cosas que no se ven, pero que son capaces de colmar y ennoblecer toda una vida"13.
Desde aquel momento, Tomás fue un hombre distinto, gracias en buena parte a la caridad fraterna que tuvieron con él los demás Apóstoles. Su fidelidad al Maestro, que parecía imposible en aquellos días de oscuridad, fue para siempre firme e incondicional. Sus palabras nos han servido quizá para hacer muchas veces un acto de fe ¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios!- al pasar delante de un Sagrario o en el momento de la Consagración en la Santa Misa. Su figura es hoy para nosotros motivo de confianza en el Señor, que nunca nos dejará, y motivo de esperanza si alguna vez aquellos que tenemos más cerca por voluntad divina pasan momentos de desconcierto en su fidelidad a Dios. Nuestro aliento en esa situación y la gracia del Señor harán milagros.
Con la Liturgia pedimos hoy al Señor: ...concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu Apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu Apóstol reconoció como su Señor y su Dios.
La Virgen, que tan cerca de los Apóstoles estaba en aquellos días, seguiría atenta la evolución del alma de Tomás. Quizá fue Ella la que impidió que el Apóstol se alejara definitivamente. Nosotros le confiamos hoy nuestra fidelidad al Señor y la de aquellos que de alguna manera Dios ha puesto a nuestro cuidado. ¡Virgen fiel... ruega por ellos... ruega por mí!
1 Jn 11, 16. — 2 Jn 14, 5-6. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, 2ª ed., Pamplona 1985, nota a Jn 20, 19-20. — 4 Cfr. O. Hophan, Los Apóstoles, Palabra, Madrid 1982, p. 216. — 5 Jn 2, 25. — 6 Antífona de comunión, Cfr. Jn 20, 27. — 7 Jn 20, 25. — 8 Cfr. Jn 17, 9. — 9 Jn 20, 26-27. — 10 Cfr. Jn 17, 20. — 11 J. Abad. Fidelidad, Palabra, Madrid 1987, pp. 66-67. — 12 Jn 20, 29, — 13 Juan Pablo II, Homilía 9-IV-1983.
* Tomás es conocido entre los demás Apóstoles por su incredulidad ante Jesús resucitado, que se desvaneció ante la aparición de Cristo. Su falta de fe da ocasión al Señor para invitarnos a afianzar la nuestra, que tiene su piloto sólido en el hecho histórico de la Resurrección de Cristo. Nada sabemos con certeza acerca de su vida, salvo las breves referencias que se contienen en los Evangelios. Según la Tradición evangelizó la India. Desde el siglo vi se celebra su fiesta el 3 de julio, fecha del traslado de su cuerpo a Edesa.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Santo Tomás Apóstol
Siglo I
SEÑOR: AUMÉNTANOS LA FE
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Fuente: www.mercaba.org
Heliodoro, Santo Obispo, Julio 3
Obispo de AltinoEtimológicamente significa "don del sol". Viene de la lengua griega. |
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Guntier de Bretaña, Santo Ermitaño, Julio 3
ErmitañoPara Dios no hay acepción de personas. Todas, sea cual sea la profesión o el rango social al que pertenezcan, están llamadas a la perfección. |
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Anatolio de Cosntantinopla, Santo Patriarca de Constantinopla, Julio 3
Patriarca de ConstantinoplaSan Flaviano murió a causa de los malos tratos que había recibido en la asamblea conciliar de Efeso. Anatolio, que fue elegido para sucederle en la sede de Constantinopla, fue consagrado por el monofisita Dióscoro de Alejandría. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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