jueves, 2 de julio de 2015

Viernes de la Pasión y Muerte de Jesucristo: día de penitencia y abstinencia de carne, excepto fiesta de precepto (CDC 1250/3). 03/07/2015. Santo Tomás apóstol ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 24-29)

Gloria a ti, Señor.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".

Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

"El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

Santo Tomás, apóstol

Fiesta

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio

Antífona de Entrada

Te alabaré y te daré gracias siempre, porque tú eres mi salvador, Señor mío y Dios mío.

Se dice Gloria.

Oración Colecta

Oremos:

Padre todopoderoso, tú que concediste a santo Tomás reconocer a Cristo como su Señor y su Dios; por intercesión de este Apóstol, haz que crezcamos en la fe, para que creyendo firmemente en tu Hijo Jesucristo podamos participar de su vida divina.

Por nuestro Señor Jesucristo...

Amén.

 

Primera Lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los efesios (2, 19-22)

Hermanos: Ya no son ustedes extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular.

Sobre Cristo, todo el edificio se va levantando bien estructurado, para formar el templo santo en el Señor, y unidos a él también ustedes se van incorporando al edificio, por medio del Espíritu Santo, para ser morada de Dios.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 116

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos.

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre.

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Tomás, tú crees porque me has visto, dice el Señor; dichosos los que creen sin haberme visto.

Aleluya.

 

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 24-29)

Gloria a ti, Señor.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor".

Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración de los Fieles

Celebrante:

En la fiesta de Santo Tomás, apóstol, presentemos al Padre del cielo muestra oración por las necesidades del mundo entero y por la Iglesia.

Digamos:

Te lo pedimos, Señor.

Por la Iglesia del nuevo milenio: para que Dios robustezca su fe y para que los cristianos demos testimonio de Jesús como nuestro Dios y Señor.

Oremos.

Te lo pedimos, Señor.

 

Por el Pueblo de Dios, edificado sobre la fe de los apóstoles: para que viva en plenitud la misión que se le ha encomendado y predique el Evangelio hasta los confines de la tierra.

Oremos.

Te lo pedimos, Señor.

Por los que gozan de prosperidad material: para que aprendan a compartir sin egoísmo los bienes que de Dios han recibido.

Oremos.

Te lo pedimos, Señor.

Por los que sienten vacilar su fe, por los que se han apartado de ella y por los que viven en la indiferencia: para que la intercesión de Santo Tomás les obtenga convicciones profundas, y una experiencia del amor de Dios que los haga retornar a Él. Oremos.

Te lo pedimos, Señor.

Por los enfermos: para que el Señor les conforte.

 Oremos.

Te lo pedimos, Señor.

Por los que comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nos llamamos discípulos suyos: para que seamos ante los hombres auténticos testigos de nuestra fe en Él. Oremos.

Te lo pedimos, Señor. Celebrante: Señor y Dios de bondad, que nos das tu Espíritu Santo para ayudarnos en nuestro peregrinar hacia Ti; escucha las oraciones que te presentamos en la fiesta de Santo Tomás, apóstol, y concédenos vivir con espíritu de fe todos los acontecimientos de nuestra vida.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, el sacrificio de alabanza que vamos a ofrecerte en esta festividad de santo Tomás, apóstol, y conserva en nosotros los dones de tu redención.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Prefacio de los Apóstoles I

Los apóstoles, pastores del

pueblo de Dios

El Señor esté con ustedes.

Y con tu espíritu.

Levantemos el corazón.

Lo tenemos levantado hacia el Señor.

Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso, Pastor eterno.

Porque no abandonas a tu rebaño, sino que lo cuidas continuamente por medio de los santos Apóstoles, para que sea gobernado por aquellos mismos pastores que le diste como vicarios de tu Hijo.

Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Santo, Santo, Santo...

 

Antífona de la Comunión

Jesús dijo a Tomás: Acerca tu mano, toca las cicatrices dejadas por los clavos y no seas incrédulo, sino creyente.

Oración después de la Comunión

Oremos:

Padre misericordioso, que nos has alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, haz que, junto con el apóstol Tomás, reconozcamos en Cristo a nuestro Señor y a nuestro Dios y demos testimonio con la vida de lo que creemos con la fe.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Meditación diaria

13ª Semana. Viernes

MORTIFICACIONES HABITUALES

— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.

— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.

— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.

I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.

Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. "Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.

"—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo"4.

Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.

Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.

El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues "padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes"6, de las almas que han amado mucho.

La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.

II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.

Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues "despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos"8.

Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.

Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...

Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.

III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.

El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a "pasarlo bien" como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.

En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.

Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. "Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo"11.

1 Mt 9, 9-13. — 2 Os 6, 6. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.; cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, Herder, Barcelona 1960, vol. II, p. 683. — 4 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 992. — 5 Cfr. J. Tissot, La vida interior, Herder, 16.ª ed., Barcelona 1964, p. 397 ss. — 6 San Agustín, Sobre el bien del matrimonio, 21, 25. — 7 Rom 8, 18. — 8 San Juan Crisóstomo, Sobre el sacerdocio, 3, 13. — 9 1 Cor 1, 18. 10 Mt 10, 39. — 11 R. Llull, Libro del amigo y del Amado, 64.

3 de julio

SANTO TOMÁS, APÓSTOL*

Fiesta

— En ausencia de Tomás.

— Su incredulidad.

— Su fe.

I. Cuando Jesús, llamado por las hermanas de Lázaro enfermo, se disponía a ir a Judea, donde le esperaban asechanzas y odio por parte de los judíos, dijo Tomás a los demás discípulos: Vayamos nosotros también y muramos con Él1. El Señor aceptaría con gratitud este gesto valiente y generoso del Apóstol. Son las primeras palabras de él recogidas por San Juan.

Más tarde, durante el discurso de despedida en la Última Cena, Tomás hizo una pregunta al Maestro por la que le debemos estar reconocidos, ya que dio lugar a que Jesús nos legara una de las grandes definiciones de Sí mismo. Preguntó el discípulo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? Jesús respondió con estas palabras tantas veces meditadas: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por Mí2.

La misma tarde del domingo en que resucitó se apareció Jesús a sus discípulos. Se presentó en medio de ellos sin necesidad de abrir las puertas, ya que su Cuerpo había sido glorificado; pero para deshacer la posible impresión de que era solo un espíritu, les mostró las manos y el costado. A los discípulos no les quedó duda alguna de que era Jesús mismo y de que verdaderamente había resucitado. Les saludó por dos veces con la fórmula usual entre los judíos, con el acento propio que tantas veces pondría en estas mismas palabras. Los Apóstoles, poco propensos a admitir lo que excedía los cauces de su experiencia y de su razón, no podían albergar ya duda alguna al ver a Cristo, al que ellos conocían bien, hablando como en otras ocasiones. Con su conversación amigable y cordial quedaban disipados el temor y la vergüenza que tendrían por haber abandonado al Amigo cuando más necesidad tenía de ellos. De esta forma, se creó de nuevo el ambiente de intimidad, en el que Jesús va a comunicar sus poderes trascendentales3. Pero Tomás no estaba con ellos. Es el único que falta. ¿Por qué no estaba allí? ¿Fue solo una casualidad? Quizá San Juan, el Evangelista que nos narra con todo detalle esta escena, calla por delicadeza que Tomás, después de haber visto a Cristo en la cruz, no solo había sufrido como los demás, sino que se encontraba alejado del grupo y sumido en una particular desesperanza4.

Por los relatos de San Mateo y de San Marcos sabemos que los Apóstoles recibieron la indicación de Jesús de marcharse enseguida a Galilea, donde le verían glorioso. ¿Por qué aguardaron ocho días más en Jerusalén, cuando ya nada les retenía allí? Es muy posible que no quisieran marcharse sin Tomás, al que buscaron enseguida e intentaron convencer de mil formas distintas de que el Maestro había resucitado y les esperaba una vez más junto al mar de Tiberíades. Al encontrarle, le dijeron con una alegría incontenible: ¡Hemos visto al Señor!5. Se lo repitieron una y otra vez, con acentos distintos. Intentaron en este tiempo recuperarlo para Cristo por todos los medios. Es seguro que el Señor, que siempre nos busca a cada uno como Buen Pastor, aprobaría esta demora. ¡Cómo agradecería Tomás más tarde todos estos intentos, y que a pesar de su tozudez no le dejaran solo en Jerusalén! Es una lección que nos puede servir hoy a nosotros para que examinemos cómo es la calidad de nuestra fraternidad y de nuestra fortaleza con aquellos cristianos, nuestros hermanos, que en un momento dado pueden caer en el desaliento y en la soledad. No podemos abandonarlos.

II. Trae tu mano y toca la señal de los clavos: y no seas incrédulo, sino creyente6.

El desaliento y la incredulidad de Tomás no eran fácilmente vencibles. Ante la insistencia de los demás Apóstoles, él respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré7. Estas palabras parecen una respuesta definitiva, inconmovible. Es una réplica dura a la solicitud de los amigos. Sin duda la alegría de los demás ¡qué inmenso gozo llenaría su alma! le abrió una ventana a la esperanza. Por eso vuelve y ya no se separa de ellos. Esta oscura tozudez de Tomás contrasta con la grandeza de Jesús y con su amor por todos. El Señor no permite que ninguno de los suyos se pierda; ya había rogado por sus discípulos en la Última Cena, y su oración es siempre eficaz8. Él mismo interviene ante Tomás. San Juan lo relata así: A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. ¡Al menos han conseguido que permanezca unido a ellos! Y estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Se dirigió entonces amablemente a Tomás, y le dijo: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente9.

Es un motivo de esperanza para nosotros considerar que el Señor no nos dejará nunca, si nosotros no le abandonamos, porque también ha rogado por nosotros10. Tampoco nos desampararán los que Dios ha puesto a nuestro lado. Si alguna vez estamos a oscuras, cualquiera que sea nuestra situación interior, podremos apoyarnos en la fe de los demás, en su ejemplaridad y en la fortaleza de su caridad. Nosotros tenemos el deber de "arropar" y cuidar a quienes de alguna manera el Señor nos ha encomendado o comparten con nosotros la misma fe y los mismos ideales, si alguna vez pasaran por un mal momento. La responsabilidad de la fidelidad de los demás será siempre un buen soporte de la propia fidelidad. "Todo iría mejor y seríamos más felices si nos propusiéramos conocer siempre mejor –para poder amar más– esas verdades y esas personas a las que nos hemos vinculado con lazos de responsabilidad permanente. Reflexionar sobre los propios deberes, sobre las circunstancias que afectan la vida y la paz de otros, meditar en las consecuencias de nuestra conducta, evaluar el daño que puede causar la deserción, es la primera garantía de fidelidad. A la que debemos siempre agregar una consideración sobrenatural: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas (1 Cor 10, 13)"11. Nunca nos fallará el Señor. No fallemos nosotros a nuestros hermanos. No olvidemos que todos nosotros también podemos pasar por una etapa de ceguera y de desaliento. Nadie en la familia y entre los amigos es irrecuperable para Dios, porque contamos con la poderosa ayuda de la caridad y de la oración, que adquiere entonces manifestaciones tan diversas, y de la gracia.

III. Cuando Tomás vio y oyó a Jesús expresó en pocas palabras lo que sentía en su corazón: ¡Señor mío y Dios mío!, exclama conmovido hasta lo más hondo de su ser. Es a la vez un acto de fe, de entrega y de amor. Confiesa abiertamente que Jesús es Dios y le reconoce como su Señor. Jesús le contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin ver creyeron12. Y comenta el Papa Juan Pablo II: "Esta es la fe que nosotros debemos renovar, siguiendo la estela de incontables generaciones cristianas que a lo largo de dos mil años han confesado a Cristo, Señor invisible, llegando incluso al martirio. Debemos hacer nuestras, como las hicieron suyas antes otros muchos, las palabras de Pedro en su primera Carta: Vosotros no lo visteis, pero lo amáis; ahora, creyendo en Él sin verlo, sentís un gozo indecible. Esta es la auténtica fe: entrega absoluta a cosas que no se ven, pero que son capaces de colmar y ennoblecer toda una vida"13.

Desde aquel momento, Tomás fue un hombre distinto, gracias en buena parte a la caridad fraterna que tuvieron con él los demás Apóstoles. Su fidelidad al Maestro, que parecía imposible en aquellos días de oscuridad, fue para siempre firme e incondicional. Sus palabras nos han servido quizá para hacer muchas veces un acto de fe ¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios!- al pasar delante de un Sagrario o en el momento de la Consagración en la Santa Misa. Su figura es hoy para nosotros motivo de confianza en el Señor, que nunca nos dejará, y motivo de esperanza si alguna vez aquellos que tenemos más cerca por voluntad divina pasan momentos de desconcierto en su fidelidad a Dios. Nuestro aliento en esa situación y la gracia del Señor harán milagros.

Con la Liturgia pedimos hoy al Señor: ...concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu Apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu Apóstol reconoció como su Señor y su Dios.

La Virgen, que tan cerca de los Apóstoles estaba en aquellos días, seguiría atenta la evolución del alma de Tomás. Quizá fue Ella la que impidió que el Apóstol se alejara definitivamente. Nosotros le confiamos hoy nuestra fidelidad al Señor y la de aquellos que de alguna manera Dios ha puesto a nuestro cuidado. ¡Virgen fiel... ruega por ellos... ruega por mí!

1 Jn 11, 16. — 2 Jn 14, 5-6. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, 2ª ed., Pamplona 1985, nota a Jn 20, 19-20. — 4 Cfr. O. Hophan, Los Apóstoles, Palabra, Madrid 1982, p. 216. — 5 Jn 2, 25. — 6 Antífona de comunión, Cfr. Jn 20, 27. — 7 Jn 20, 25. — 8 Cfr. Jn 17, 9. — 9 Jn 20, 26-27. — 10 Cfr. Jn 17, 20. — 11 J. Abad. Fidelidad, Palabra, Madrid 1987, pp. 66-67. — 12 Jn 20, 29, — 13 Juan Pablo II, Homilía 9-IV-1983.

* Tomás es conocido entre los demás Apóstoles por su incredulidad ante Jesús resucitado, que se desvaneció ante la aparición de Cristo. Su falta de fe da ocasión al Señor para invitarnos a afianzar la nuestra, que tiene su piloto sólido en el hecho histórico de la Resurrección de Cristo. Nada sabemos con certeza acerca de su vida, salvo las breves referencias que se contienen en los Evangelios. Según la Tradición evangelizó la India. Desde el siglo vi se celebra su fiesta el 3 de julio, fecha del traslado de su cuerpo a Edesa.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

 

Santo Tomás Apóstol 
Siglo I

SEÑOR: AUMÉNTANOS LA FE

 

Tomás significa "gemelo"

La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.

De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.

El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.

Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
A
dmirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.

Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.

En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.

En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".

El hecho más famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".

Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.

Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".

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Fuente: www.mercaba.org
Heliodoro, Santo Obispo, Julio 3  

Heliodoro, Santo

Obispo de Altino

Etimológicamente significa "don del sol". Viene de la lengua griega.

Es contemporáneo y amigo de San Jerónimo. Como él, natural de Dalmacia. Acompaña al bíblico doctor en sus correrías por Jerusalén y Belén, viviendo como anacoreta en el desierto de Judea, dedicados al estudio y a la traducción de los textos sagrados.

Enterado de la muerte de su hermano, Heliodoro retorna a Italia donde cuida de su familia e instruye a su pequeño sobrino en la vida cristiana. San Jerónimo le advierte de los peligros del dinero y las riquezas, si acepta la herencia paterna y conculca el voto de pobreza; pero los temores eran infundados: la caridad de Heliodoro es mayor que sus muchos bienes; asegurado el digno sustento de sus familiares lo demás tiene como únicos dueños a los pobres.

La comunidad de Aquileya le elige obispo y Heliodoro resulta un campeón de la verdad y de la interpretación bíblica en contra de tanta herejía, junto a san Ambrosio de Milán o a su entrañable Jerónimo.

Fallece alrededor del año 410.

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Guntier de Bretaña, Santo Ermitaño, Julio 3  

Guntier de Bretaña, Santo

Ermitaño

Para Dios no hay acepción de personas. Todas, sea cual sea la profesión o el rango social al que pertenezcan, están llamadas a la perfección.

Sitúate en el año 500. Gunter era un príncipe del País de Gales. Todas las tierras y posesiones que tenía vio que no eran nada comparadas con el amor y el ansia de perfección que latía dentro de sí.

Y en plena juventud, cuando la vida se abre como primavera, él, en lugar de hacer como los demás, se sentía llamado a la vida de ermitaño.

¡Qué cosa más rara! Pues así es. Sin embargo, cada uno que tenga la cabeza sobre los hombros, busca la felicidad donde puede encontrarla. Se marchó a la isla de Groie. El gobernador le entregó unos terrenos para que construyera un monasterio.

Le hizo la donación con mucho gusto porque se había quedado impresionado por su aspecto de austeridad, su alta santidad y sus deseos inmensos de hacer el bien.

A la abadía se le conoce con el nombre de Kemperle por estar situada entre el Isol y los ríos Wile.

Se cuenta que hubo una vez una gran plaga de insectos que amenazaban con destruir por completo las cosechas del aquel año.

El conde Guerech I de Vannes, temiendo un hambre feroz en los habitantes, envió a tres dignatarios para que tomasen nota de la realidad sobre el terreno, y al mismo tiempo, que le pidiesen a san Gunter que con sus oraciones evitase la catástrofe.

¿Qué hizo el príncipe?

Bendijo agua y ordenó que la esparcieran por todos los campos.

Siguieron, por supuesto, a rajatabla las órdenes del príncipe santo. Y cuando nadie lo esperaba, no quedó ni un insecto.

Durante las invasiones normandas, el cuerpo del príncipe se llevó a la isla Groie. Al descubrirse en el siglo XI, se hizo su traslado a la abadía de Kemperle que pertenece hoy ala Orden de los Benedictinos.
Hay muchas iglesias que llevan su nombre.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Anatolio de Cosntantinopla, Santo Patriarca de Constantinopla, Julio 3  

Anatolio de Cosntantinopla, Santo

Patriarca de Constantinopla

San Flaviano murió a causa de los malos tratos que había recibido en la asamblea conciliar de Efeso. Anatolio, que fue elegido para sucederle en la sede de Constantinopla, fue consagrado por el monofisita Dióscoro de Alejandría.

San Anatolio, que era originario de Alejandría, se había distinguido en el Concilio de Efeso como adversario del nestorianismo. Poco después de su consagración episcopal, San Anatolio reunió en Constantinopla un sínodo, en el que ratificó solemnemente la carta dogmática ("el Tomo") que el Papa San León había enviado a San Flaviano, mandó a cada uno de sus metropolitanos una copia de dicha carta así como una condenación de Nestorio y Eutiques para que las firmasen.

Inmediatamente después, lo comunicó así al Papa, protestó de su ortodoxia y le pidió que le confirmase como legítimo sucesor de Flaviano. San León aceptó, pero no sin hacer notar expresamente que lo hacía "más bien por misericordia que por justicia", dado que Anatolio había admitido la consagración episcopal de manos del hereje Dióscoro. Al año siguiente, en el gran Concilio de Calcedonia, que definió la doctrina católica contra el monofisismo y el nestorianismo y reconoció, en términos precisos, la autoridad de la Santa Sede,

San Anatolio desempeñó un papel de primera importancia; ocupó el primer sitio después de los legados pontificios y secundó sus esfuerzos en favor de la fe católica. Es lástima que en la décima quinta sesión, a la que no asistieron los legados pontificios, el santo se haya unido con los prelados orientales para declarar que la sede de Constantinopla sólo cedía en importancia a la de Roma, haciendo caso omiso de los derechos históricos de las sedes de Alejandría y Antioquía, las cuales, según la tradición habían sido fundadas por los Apóstoles. San León se negó a aceptar ese canon y escribió a Anatolio que "un católico, y sobre todo un sacerdote del Señor, no debería dejarse llevar por la ambición ni caer en el error."

Es muy de lamentar que no poseamos ningún dato sobre la vida privada de Anatolio, ya que su carrera pública presenta ambigüedades que concuerdan mal con su fama de santidad. Baronio reprochaba a Anatolio la forma en que había sido consagrado y le acusaba de ambición, de convivencia con los herejes y de algunos otros errores. Pero los bolandistas le absuelven de tales cargos. Los católicos del rito bizantino han celebrado siempre su fiesta el 3 de julio. El santo murió en esa fecha, el año 458.

Los bolandistas publicaron una biografía griega muy encomiástica, tomada de un manuscrito de París. Dicho documento es de poco peso; pero en la historia general de la Iglesia se encuentran abundantes materiales sobre San Anatolio.
Véase a Hergenrbther en Photius, vol. I, pp, 66 ss; DGH., vol. II, cc. 1497-1500; y las obras de historia referentes a ese período.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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