J†A
  JMJ
  Pax
  †   Lectura del santo Evangelio según san Mateo (9,   1-8)
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra   orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad. En esto, trajeron a donde él   estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos   hombres, le dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus   pecados".
  Al oír esto, algunos escribas pensaron: "Este hombre está   blasfemando". Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué   piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir 'Se te perdonan tus   pecados', o decir 'Levántate y anda'? Pues para que sepan que el Hijo del hombre   tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, —le dijo entonces al   paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
  El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó   de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los   hombres.
  Palabra del Señor.
  Gloria a ti, Señor Jesús.
  Suplicamos tu   oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus   oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te   salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre   todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre   de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.   Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa! 
  Aclaración:   una relación muere sin comunicación   y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras   de vida eterna"   (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no   basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite   ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han   sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
  Por leer la Palabra, no se debe   dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse   el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al   Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y   nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias   por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en   CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
  Nota: es una película protestante, por eso   falta LA MADRE.
  Lo que no ven tus ojos (2 minutos):   http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
  El Gran Milagro (película completa):   http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
  Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
    "El GRAN tesoro oculto de la Santa   Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc 
  Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo,   tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc   14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y   no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros"   (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre   dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si   comulgamos   en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y   renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero   (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios,   que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos   auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es   ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la   Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo,   pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama   realmente?
  Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el   primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las   fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos   pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana:   0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses"   son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren   baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué   no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que   todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa   grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10;   Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
  Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir   "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir   "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad",   "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la   tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la   Misa?
  Estamos en el mundo para ser felices para siempre,   santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la   Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el   representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes   de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el   Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm   14,23). ¿Otros pecados mortales? no   confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al   menos en tiempo pascual (920),   abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos),   promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación   artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual   fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón,   borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de   venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver   más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
  Si no ponemos los medios para confesamos lo antes   posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al   infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22;   10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.).   Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves,   si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa   (Jn 15,22).
   
    
  † Misal
   
  Nuestro Dios es compasivo
  Feria de la 13a. semana del Tiempo   Ordinario
  Eres justo, Señor, y rectos son tus   mandamientos
  Antífona de Entrada
  Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos. Muéstrate   bondadoso conmigo y ayúdame a cumplir tu voluntad.
  Oración Colecta
  Oremos:
  Señor, que te has dignado redimirnos y hacernos hijos tuyos,   míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo,   obtengamos la verdadera
  libertad y la herencia eterna.
  Por nuestro Señor Jesucristo...
  Amén.
   
  Primera Lectura
  Lectura   del libro del Génesis (22,   1-19)
  En aquel tiempo, Dios le puso una prueba a Abraham y le dijo:   "¡Abraham, Abraham!" El respondió: "Aquí estoy". Y Dios le dijo: "Toma a tu hijo   único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en   sacrificio, en el monte que yo te indicaré".
  Abraham madrugó, aparejó su burro, tomó consigo a dos de sus   criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar   que Dios le había indicado. Al tercer día divisó a lo lejos el lugar. Les dijo   entonces a sus criados: "Quédense aquí con el burro; yo iré con el muchacho   hasta allá, para adorar a Dios y después regresaremos".
  Abraham tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo   Isaac y tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac   dijo a su padre Abraham: "¡Padre!" El respondió: "¿Qué quieres, hijo?" El   muchacho contestó: "Ya tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para   el sacrificio?" Abraham le contestó: "Dios nos dará el cordero para el   sacrificio, hijo mío". Y siguieron caminando juntos.
  Cuando llegaron al sitio que
  Dios le había señalado, Abraham levantó un altar y acomodó la   leña. Luego ató a su hijo Isaac, lo puso sobre el altar, encima de la leña, y   tomó el cuchillo para degollarlo.
  Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y le   dijo:
  "¡Abraham, Abraham!" El contestó: "Aquí estoy". El ángel le dijo:   "No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a   Dios, porque no le has negado a tu hijo único".
  Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los   cuernos en la maleza. Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio, en lugar de   su hijo. Abraham puso por nombre a aquel sitio "el Señor provee", por lo que aun   el día de hoy se dice: "El monte donde el Señor provee".
  El ángel del Señor volvió a llamar a Abraham desde el cielo y le   dijo: "Juro por mí mismo, dice el Señor, que por haber hecho esto y no haberme   negado a tu hijo único, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las   estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistarán las   ciudades enemigas. En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la   tierra, porque obedeciste a mis palabras".
  Abraham volvió a donde estaban sus criados y juntos se pusieron en   camino hacia Berseba. Y Abraham se quedó a vivir ahí.
  Palabra de Dios.
  Te alabamos, Señor.
   
  Salmo   Responsorial Salmo   114
  Nuestro Dios es compasivo.
  Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me   prestó atención cuando mi voz lo llamaba.
  Nuestro Dios es compasivo.
  Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban.   Entonces rogué al Señor que la vida me salvara.
  Nuestro Dios es compasivo.
  El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil,   me salvó y protege a los sencillos.
  Nuestro Dios es compasivo.
  Mi alma libró de la muerte, del llanto los ojos míos, y ha evitado   que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de   los vivos.
  Nuestro Dios es compasivo.
   
  Aclamación antes del Evangelio
  Aleluya, aleluya.
  Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos   ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación.
  Aleluya.
   
  Evangelio
  †   Lectura del santo Evangelio según san Mateo (9,   1-8)
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra   orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad. En esto, trajeron a donde él   estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos   hombres, le dijo al paralítico: "Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus   pecados".
  Al oír esto, algunos escribas pensaron: "Este hombre está   blasfemando". Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué   piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir 'Se te perdonan tus   pecados', o decir 'Levántate y anda'? Pues para que sepan que el Hijo del hombre   tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, —le dijo entonces al   paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
  El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó   de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los   hombres.
  Palabra del Señor.
  Gloria a ti, Señor Jesús.
   
  Oración sobre las Ofrendas
  Dios nuestro, fuente de la paz y del amor sincero, concédenos   glorificarte por estas ofrendas, y unirnos fielmente a ti por la participación   en esta Eucaristía.
  Por Jesucristo, nuestro Señor.
  Amén.
  Prefacio Común II
  La salvación por Cristo
  El Señor esté con ustedes.
  Y con tu espíritu.
  Levantemos el corazón.
  Lo tenemos levantado hacia el Señor.
  Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
  Es justo y necesario.
  En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte   gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.   Pues por amor creaste al hombre, y, aunque condenado justamente, lo redimiste   por tu misericordia.
  Por Cristo nuestro Señor.
  Por él, los ángeles y arcángeles, y todos los coros celestiales   celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces,   cantando humildemente tu alabanza:
  Santo, Santo, Santo...
   
  Antífona de la Comunión
  Como la cierva busca el agua de los ríos, así, sedienta, mi alma   te busca a ti, Dios mío.
  Oración después de la Comunión
  Oremos:
  Tú que nos has instruido con tu palabra y alimentado con tu   Eucaristía, concédenos, Señor, aprovechar estos dones para que vivamos aquí   unidos a tu Hijo y podamos, después, participar de su vida   inmortal.
  Por Jesucristo, nuestro Señor.
  Amén.
    
  
  † Meditación   diaria
  13ª Semana. Jueves
  EL VALOR INFINITO DE LA MISA
  — El sacrificio de Isaac, imagen y figura del Sacrificio de Cristo   en el Calvario. Valor infinito de la Misa.
  — Adoración y acción de gracias.
  — Expiación y propiciación por nuestros pecados; impetración de   todo aquello que necesitamos.
  I. Leemos en el libro del Génesis1 cómo Dios   quiso probar la fe de Abrahán. Le había sido prometido que su descendencia sería   como las estrellas del cielo. El Patriarca ve el paso del tiempo hasta   llegar a una edad muy avanzada; y su mujer era estéril. Pero él siguió creyendo   en la palabra de Dios.
  Yahvé le había anunciado que tendría un hijo, y Abrahán lo creyó   contra toda esperanza; cuando al fin vino al mundo lo llamó Isaac, y   cuando, ya mayor, constituía el premio a su confianza, Dios, señor de la vida y   de la muerte, le mandó que lo sacrificara: Toma a tu hijo único, al que   quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en uno de los montes   que Yo te indicaré. Pero en el momento en que iba a sacrificar al hijo   amado, el Ángel del Señor le detuvo. Y oyó el Patriarca estas palabras llenas de   bendiciones sobreabundantes: Por haber hecho esto, por no haberte reservado a   tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las   estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán   las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo serán   bendecidos en tu descendencia, porque me has obedecido.
  Los Padres de la Iglesia han visto en el sacrificio de Isaac un   anuncio del sacrificio de Jesús. Isaac, el único hijo de Abrahán, el amado,   cargado con la leña hacia el monte donde va a ser sacrificado, es figura de   Cristo, el Unigénito del Padre, el Amado, que camina con la cruz a cuestas hacia   el Calvario, donde se ofrece como sacrificio de valor infinito por todos los   hombres.
  En la Misa, después de la Consagración, el Canon Romano   celebra la memoria de esta oblación de Abrahán, la entrega de su hijo. Él es   nuestro "padre en la fe". Dirige tu mirada serena y bondadosa sobre esta   ofrenda, decimos a Dios Padre: acéptala como aceptaste los dones del   justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura   de tu sumo sacerdote Melquisedec...2.
  La obediencia de Abrahán es la máxima expresión de su fe sin   condiciones a Dios. Por eso, recobró de nuevo a Isaac y, después de haberlo   ofrecido, lo recibió como un símbolo. Pensaba, en efecto, que Dios es poderoso   para resucitar de entre los muertos; por eso lo recobró y fue como una imagen de   lo venidero3.
  Orígenes señala que el sacrificio de Isaac nos hace comprender   mejor el misterio de la Redención. "El hecho de que Isaac llevara la leña para   el holocausto es figura de Cristo que llevó su cruz a cuestas. Pero, al mismo   tiempo, llevar la leña para el holocausto es tarea del sacerdote. Luego Isaac   fue a la vez víctima y sacerdote (...). Cristo es al mismo tiempo Víctima y Sumo   Sacerdote. Según el espíritu, en efecto, ofrece la víctima a su Padre; según la   carne, Él mismo es ofrecido sobre el altar de la Cruz"4. Por eso,   cada Misa tiene un valor infinito, inmenso, que nosotros no podemos comprender   del todo: "alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres almas del   purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a   Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de   todos los santos, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio   del mundo y todo lo que hagan hasta el fin de los   siglos"5.
  II. Aunque todos los actos de Cristo fueron redentores, existe,   sin embargo, en su vida un acontecimiento singular que destaca sobre todos, y al   que todos se dirigen: el momento en que la obediencia y el amor del Hijo   ofrecieron al Padre un sacrificio sin medida, a causa de la dignidad de la   Ofrenda y por el Sacerdote que la ofrecía. Y es Él quien permanece en la Misa   como Sacerdote principal y Víctima realmente ofrecida y sacramentalmente   inmolada.
  En la Santa Misa, los frutos que miran inmediatamente a Dios, como   la adoración y la acción de gracias, se producen siempre en su   plenitud infinita, sin depender de nuestra atención, ni del fervor del   sacerdote. En cada Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una   reparación y una acción de gracias de valor sin límites, porque es Cristo mismo   quien la ofrece y el que se ofrece. Por eso, es imposible adorar mejor a Dios,   reconocer su dominio soberano sobre todas las cosas y sobre todos los hombres.   Es la realización más acabada del precepto: Adorarás al Señor tu Dios y a Él   solo servirás6.
  Es imposible dar a Dios una reparación más perfecta por las faltas   diariamente cometidas que ofreciendo y participando con devoción del Santo   Sacrificio del Altar7. Es imposible agradecerle mejor los bienes   recibidos que a través de la Santa Misa: Quid retribuam Domino pro omnibus   quae retribuit mihi?... ¿Cómo retribuiré a Dios por todos los beneficios que ha   tenido conmigo? Elevaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del   Señor8. Qué gran oportunidad para agradecer a Dios tantos bienes   como recibimos..., pues a veces es posible que nos olvidemos de dar gracias a   Dios por sus dones, tantos y tantos; puede sucedernos como a los leprosos   curados por Jesús...
  "La adoración, la reparación y la acción de gracias son efectos   infalibles del sacrificio de la Misa que miran al mismo Dios"9, ya   que es el mismo el que ofrece y se ofrece. ¡Qué honor tan grande el de los   sacerdotes, al prestarle a Cristo la voz y las manos en el sacrificio   eucarístico! ¡Qué grandeza la de los fieles de poder participar en tan gran   Misterio!
  "Dile al Señor que, en lo sucesivo, cada vez que celebres o   asistas a la Santa Misa, y administres o recibas el Sacramento Eucarístico, lo   harás con una fe grande, con un amor que queme, como si fuera la última vez de   tu vida.
  "—Y duélete, por tus negligencias   pasadas"10.
  III. En el monte Moria no fue sacrificado Isaac, el hijo único y   amado de Abrahán; en el Calvario, Jesús padeció y murió por todos nosotros,   pro peccatis, a causa de nuestros pecados. Este fruto de expiación y   de propiciación alcanza también a las almas de quienes nos precedieron y que   se purifican en el Purgatorio, esperando el traje de bodas11   para entrar en el Cielo.
  El sacrificio eucarístico realiza, por sí mismo y por su propia   virtud, el perdón de los pecados; "pero lo opera de una manera mediata...   Por ejemplo, una persona que pida a Dios sin asistir al sacrificio la gracia de   mudar de vida y de confesarse, la obtendrá solo en virtud de su fervor y de sus   instancias...; pero si oye Misa con este fin es seguro que obtendrá este favor   eficazmente con tal de que no oponga obstáculos a   ello"12.
  Jesucristo, al ofrecerse al Padre, pide por todos. Él vive para   interceder por nosotros13. ¿Qué mejor momento encontraríamos que   este de la Santa Misa para acercarnos a pedir lo que tanto   necesitamos?
  Cada Misa es ofrecida por la Iglesia entera, que suplica a su vez   por todo el mundo. "Cada vez que se celebra una Misa es la sangre de la Cruz la   que se derrama como lluvia sobre el mundo"14. Junto a la Iglesia,   pedimos de modo particular por el Papa, el obispo diocesano, el propio prelado y   todos los demás que, "fieles a la verdad, promueven la fe católica y   apostólica"15. Junto a este fruto general de la Misa, hay también un   fruto especial, de diverso modo, para quienes participan en el Santo Sacrificio:   quienes han procurado que se celebre; para el sacerdote hay un fruto   especialísimo irrenunciable, puesto que depende de su voluntad meritoria el que   se diga la Misa; participan de este fruto especial los acólitos, los cantores...   y todo el pueblo santo que esté presente en el Sacrificio, cada uno según sus   disposiciones: todos los circunstantes, cuya fe y entrega bien conoces... Por   ellos y todos los suyos, por el perdón de sus pecados y la salvación que   esperan, te ofrecemos y ellos mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza a   ti, eterno Dios, vivo y verdadero16.
  Además de los frutos de alabanza y de adoración a   Dios, también produce la Santa Misa, de modo infinito e ilimitados en sí mismos,   los frutos de remisión de nuestros pecados y de impetración de todo aquello que   necesitamos, pero son finitos y limitados según nuestras disposiciones. Por eso   es tan importante la preparación del alma con la que nos acercamos a participar   de este único Sacrificio, y los momentos de recogimiento ya acabada la acción   sagrada. "¿Estáis allí –pregunta el Santo Cura de Ars– con las mismas   disposiciones que la Virgen Santísima en el Calvario, tratándose de la presencia   de un mismo Dios y de la consumación de igual   sacrificio?"17.
  Pidamos a Nuestra Señora que la celebración o la participación del   sacrificio eucarístico sea para nosotros la fuente donde se sacian y se aumentan   nuestros deseos de Dios.
  1 Primera   lectura. Año I. Gen 22, 1-19. — 2 Misal Romano, Plegaria   Eucarística, 1. — 3 Cfr. Heb 11, 19. — 4 Orígenes,   Homilías sobre el Génesis, 8, 6, 9. — 5 Santo Cura de Ars,   Sermón sobre la Santa Misa. — 6 Mt 4, 10. — 7 Conc.   de Trento, Sesión 22, c. 1. — 8 Sal 115, 12. — 9 R.   Garrigou-Lagrange, El Salvador, p. 457 — 10 San Josemaría Escrivá,   Forja, n. 829 — 11 Cfr. Mt 22, 12. — 12 Anónimo,   La Santa Misa, Rialp, Madrid 1975, p. 95. — 13 Cfr. Heb 7,   25. — 14 Ch. Journet, La Misa, Desclée de Brouwer, 2ª ed., Bilbao   1962, p. 182. — 15 Misal Romano, Plegaria Eucarística, I. —   16 Ibídem. — 17 Santo Cura de Ars, Sermón sobre el   pecado.
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  † Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
   
   
    
San   Otón fue obispo de Bamberg y es llamado el Apóstol de Pomerania . Nació   en Suabia, Alemania, y vivió en el siglo XII. Huérfano de padre y madre,   enfrentó muchas dificultades para costear sus estudios en filosofía y ciencias   humanas. Partió a Polonia para ganarse la vida. Poco a poco se estableció y   fundó una escuela que ganó prestigio y le dio buenas ganancias.   
  Se   hizo conocido y estimado en la corte polaca , amigo y consejero del emperador,   que lo nombró obispo de Bomberg. San Otón, sin embargo solamente quedó con la   conciencia tranquila cuando fue consagrado obispo por el papa Pascual, alrededor   del año 1106.
  Es   considerado el evangelizador de la Pomerania; fundó allí numerosos monasterios.   Y apoyado por Boleslao, duque de Polonia que dominaba la región, y por   Vratislao, duque cristiano de Pomerania, recorrió todas las ciudades instruyendo   a los gentiles y bautizando a los que se adherían a la fe, intercediendo ante el   príncipe por la liberación de los prisioneros, exhortando a todos a abandonar   los ídolos y a convertirse al Dios de Jesucristo. Esparció misioneros por toda   la Pomerania. 
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  Fuente: Archidiócesis de Madrid 
Proceso   y Martiniano, Santos Mártires, Julio   2   
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  |                        |                Proceso y Martiniano, Santos  |           Mártires        Debió ser muy ejemplar la presencia de los Apóstoles Pedro y         Pablo en la prisión romana cuando se aproximaba su martirio. Habían         empleado bien el tiempo para la extensión del Evangelio. Tanto el mundo         judío como los gentiles habían tenido ya noticia de la Buena Nueva de la         Salvación, quedaba organizada la Iglesia en sus elementos más firmes y         estaban presentes ya en el mundo los que continuarían hasta que el Señor         de la Historia decida el fin de la presencia del hombre sobre la faz de la         tierra. Ellos intuyen que está próximo el fin de su carrera; el propio         Pablo lo deja por escrito en sus cartas. Sólo queda recorrer la recta         final. 
  El Martirologio Romano, así como el de         Beda, Usuardo y Adón consignan en sus listados de mártires a Proceso y         Martiniano. Resumen la entrega de su vida por Cristo presentándolos como         dos de los principales carceleros que tenían la misión de custodiar la         cárcel Mamertina de Roma en tiempos de Nerón y del encarcelamiento de los         Apóstoles previo a su martirio. 
  Sin         ser muy explícitos sobre su existencia, la áurea de los siglos adornó con         posibilidades lo desconocido de su vida, constituyéndolas en catequesis         devota. Se les presenta como soldados probablemente zafios, algo brutos y         más que ensombrecidos por la escoria de la sociedad que tienen que         soportar cada día en aquella cárcel pestilente. Debió resultarles extraña         la presencia de aquellos dos presos que no aúllan ni vociferan como los         demás; no insultan ni blasfeman, no maldicen ni amenazan. Más bien les         pudieron parecer faltos de razón o trastornados por la sencillez y         ensimismamiento que por tanto rato mantenían; y a lo que no encontraban         ninguna explicación era a la atención que prestaban a sus compañeros de         prisión a los que intentan consolar, atendiéndoles como pueden; hasta han         visto que les daban de su comida y que han ayudado a moverse a los que ya         ni eso pueden. Y les hablan de bondad, de vivir siempre, de resurrección.         Un judío, Cristo, les dará la libertad y la salud. Alguno parece que les         escucha con especial atención y lo incomprensible es que con la última         remesa de presos que ha llegado por haber incendiado nada menos que la         ciudad de Roma, ha cambiado el tono de la cárcel donde empiezan a oírse         cantos y hasta sonrisa en los labios resecos por la fiebre, el contagio y         el temor. 
  Los dos carceleros         comienzan prestando atención a lo que dicen y terminan acercándose a         recibir, en susurros y casi a escondidas, instrucción. Una luz del cielo         se les ha encendido dentro; piden ser discípulos, quieren recibir el         bautismo y se ofrecen como sustitutos de sus puestos dejándoles abierta la         prisión. Una fuente de agua brota de la piedra, signada por Pedro con la         cruz, para poder administrar el bautismo a ellos y a otros cuarenta y         siete más. Esa es la fuente que desde entonces da agua milagrosa a quien         quiere beberla para remedio de algún mal.
  Sabedor el juez Paulino de lo sucedido les llama al orden,         animándoles a dejar lo que incautamente han abrazado e instándoles a         ofrecer culto y reconocimiento a los dioses de siempre. Pero nada puede         remover su decisión y, después de escupir la estatua de Júpiter, son         azotados y atormentados con la pena del fuego en la que no se sabe cómo el         juez se queda ciego, es poseído del demonio y muere en tres días. A los         dos que fueron carceleros les cortaron la cabeza en la Via Aurelia, fuera         de los muros de la ciudad, el día 2 de Julio, dejando sus cuerpos a los         perros.
  Dicen que la piadosa Lucina         -matrona que nunca falta en la recogida de cuerpos de mártires- los mandó         levantar y dar sepultura en su propiedad hasta que pudieron trasladarse a         la iglesia que construyó en su honor. 
  Valga la historia posible de Proceso y Maximiano para         ayudarnos a sus lectores, si no a investigar si en todos los puntos fue         verdad, al menos para fortalecernos en los valores que no fallan y que         ellos supieran elegir frente a la quincallería de esta vida.           | 
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  Fuente: www.mercaba.org 
Bernardino   Realino, Santo Sacerdote, Julio   2   
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  |                        |                Bernardino Realino, Santo  |           Sacerdote Jesuita        Con San Bernardino Realino ocurrió un hecho insólito que tal         vez no se vuelva a narrar en este año cristiano.
  Sin esperar a que traspasase el umbral         de la muerte fue nombrado patrono celestial de la ciudad de Lecce, donde         murió.
  Ocurrió a comienzos de 1616.         Por toda la ciudad corrió el rumor de que el padre Bernardino Realino, que         había sido su apóstol durante cuarenta y dos años, estaba a punto de         muerte. Era por entonces alcalde de la ciudad Segismundo Rapana, hombre         previsor y decidido. Informado de la gravedad del "Santo Bernardino", se         presenta con una comisión del Ayuntamiento en el colegio de los jesuitas.         Los guardias le abren paso entre el gentío que se ha formado en la         portería del colegio. Llegado a la presencia del moribundo, saca de su         casaca un documento que llevaba preparado y lo lee delante de         todos:
  "Grande es nuestro dolor, oh         padre muy amado, al ver que nos dejáis, pues nuestro más ardiente deseo         sería que os quedarais para siempre entre nosotros. No queriendo, sin         embargo, oponernos a la voluntad de Dios, que os convida con el cielo,         deseamos, por lo menos, encomendaros a nosotros mismos y a toda esta         ciudad, tan amada por vos, y que tanto os ha amado y reverenciado. Así lo         haréis, oh padre, por vuestra inagotable caridad, la cual nos permite         esperar que queráis ser nuestro protector y patrono en el paraíso, pues         por tal os elegimos desde ahora para siempre, seguros de que nos         aceptaréis por fieles siervos e hijos, ya que con vuestra ausencia nos         dejáis sumergidos en el más profundo dolor."
  El anciano padre, acabado como estaba por la enfermedad,         hizo un supremo esfuerzo y pudo, al fin, pronunciar un "Sí, señores" que         llenó al alcalde y a toda la ciudad de inmenso júbilo.
  Había nacido San Bernardino Realino en Carpi, ducado de         Módena, el 1 de diciembre de 1530. Su familia pertenecía a la nobleza         provinciana. Su padre, don Francisco Realino, fue caballerizo mayor de         varias cortes italianas. Por este motivo estaba casi siempre ausente de su         casa. La educación del pequeño Bernardino estuvo confiada a su madre,         Isabel Bellantini.
  Dicen que         Bernardino era un niño hermoso, de finos modales, todo suavidad en el         trato, siempre afable y risueño con todos. A su buena madre le profesó         durante toda su vida un cariño y una veneración extraordinarios. Durante         sus estudios un compañero le preguntó: "Si te dieran a escoger entre verte         privado de tu padre o de tu madre. ¿qué preferirlas?" Bernardino contestó         como un rayo: "De mi madre jamás." Dios, sin embargo, le pidió pronto el         sacrificio más grande.
  Su madre se fue         al cielo cuando él todavía era muy joven. Su recuerdo le arrancaba con         frecuencia lágrimas de los ojos. Ella se lo había merecido por sus         constantes desvelos y principalmente por haberle inculcado una tierna         devoción a la Virgen María.
  En Carpi         comenzó el niño Bernardino sus estudios de literatura clásica bajo la         dirección de maestros competentes. "En el aprovechamiento —escribe el         mismo Santo—, si no aventajó a sus discípulos, tampoco se dejó superar por         ninguno de ellos." De Carpi pasó a Módena y luego a Bolonia, una de las         más célebres universidades de su tiempo, donde cursó la         filosofía.
  Fue un estudiante jovial y         amigo de sus amigos. Más tarde se lamentará de "haber perdido muchísimo         tiempo con algunos de sus compañeros, con los cuales trataba demasiado         familiarmente".
  Fue, pues, muchacho         normal. Hizo poesías. Llevó un diario íntimo como todos, y se enamoró como         cualquier bachiller del siglo XX. Hasta tuvo sus pendencias, escapándosele         alguna cuchillada que otra...
  "Habiéndome introducido por senda tan resbaladiza —escribe         el Santo refiriéndose a aquellos días—, vino el ángel del Señor a         amonestarme de mis errores, y, retrayéndome de las puertas del infierno,         me colocó otra vez en la ruta del cielo."
  ¿Quién fue este "ángel del cielo"?
  Un día vio en una iglesia a una joven y quedó prendado de         ella. La amó con un amor maravilloso, "hasta tal punto —son sus palabras—         de cifrar toda mi dicha en cumplir sus menores deseos. No obedecerla me         parecía un delito, porque cuanto yo tenía y cuanto era reconocía debérselo         a ella". Esta joven se llamaba Clorinda. Bellísima, había dominado por sí         misma, sin ayuda de nadie, el vasto campo de la literatura y la filosofía.         Era profundamente piadosa. Frecuentaba la misa y la comunión. Precisamente         la vista de su angelical postura en la iglesia fue lo que prendió en el         corazón de Bernardino aquella llama de amor puro y bello que elevó su         espíritu a lo alto, como lo demuestran las cartas y poesías que se         cruzaron entre los dos y que todavía se conservan. Clorinda y Bernardino         tuvieron una confianza cada día creciente, pero siempre delicada y         noble.
  Bernardino tenía proyectado         graduarse en Medicina. Pero a Clorinda no le gustaba, y él se sometió         dócilmente a los deseos de ella. Había que cambiar de carrera y comenzar         la de Derecho.
  —Grande y ardua empresa         quieres que acometa —le dijo Bernardino.
  —Nada hay arduo para el que ama —fue la respuesta de         Clorinda.
  Dicho y hecho. Bernardino se         sumergió materialmente en los libros de leyes, que le acompañaban hasta en         las comidas, y tan absorto andaba con Graciano y Justiniano, que a veces         trastornaba extrañamente el orden de los platos, Por fin, el 3 de junio de         1546, a los veinticinco años, se doctoró en ambos Derechos, canónico y         civil, coronando así gloriosamente el curso de sus         estudios.
  A los seis meses de terminar         la carrera fue nombrado podestá, o sea alcalde, de Felizzano. Del gobierno         de esta pequeña ciudad pasó al cargo de abogado fiscal de Alessandría, en         el Piamonte. Después se le nombró alcalde de Cassine, De Cassine pasó a         Castel Leone de pretor a las órdenes del marqués de         Pescara.
  En todos estos cargos se         mostró siempre recto y sumamente hábil en los negocios. He aquí el         testimonio —un poco altisonante, a la manera de la época— de la ciudad de         Felizzano al terminar en ella su mandato el doctor         Realino:
  "Deseamos poner en         conocimiento de todos que este integérrimo gobernador jamás se desvió un         ápice de la justicia, ni se dejó cegar por el odio, ni por codicia de         riquezas. No es menos de admirar su prudencia en componer enemistades y         discordias; así es que tanta paz y sosiego asentó entre nosotros, que         creíamos había inaugurado una nueva era la tranquilidad y bonanza. Siempre         tomó la defensa de los débiles contra la prepotencia de los poderosos; y         tan imparcial se mostró en la administración de la justicia que nadie, por         humilde que fuese su condición, desconfió jamás de alcanzar de él sus         derechos."
  El marqués de Pescara quedó         tan satisfecho de las actuaciones de Realino que, cuando tomó el cargo de         gobernador de Nápoles en nombre de España, se lo llevó consigo como oidor         y lugarteniente general.
  En Nápoles le         esperaba a Bernardino la Providencia de Dios.
  La felicidad de este mundo es poca y pasa pronto. Clorinda         se cruzó en la vida de Bernardino rápida y bella como una flor. Ella, que         le había animado tanto en los estudios, murió apenas daba los primeros         pasos en el ejercicio de su carrera. La muerte de Clorinda abrió en el         alma de Bernardino una herida profunda que difícilmente podría curarse.         Fue una lección de la vanidad de las cosas de este         mundo.
  El recuerdo de aquella joven         querida le alentaba ahora desde el cielo, presentándosele de tiempo en         tiempo radiante de luz y de gloria y exhortándole a seguir adelante en sus         santos propósitos.
  Un día paseaba el         oidor por las calles de Nápoles cuando tropezó con dos jóvenes religiosos         cuya modestia y santa alegría le impresionó vivamente. Les siguió un buen         trecho y preguntó quiénes eran. Le dijeron que "jesuitas", de una Orden         nueva recientemente aprobada por la Iglesia.
  Era la primera noticia que tenía Bernardino de la Compañía         de Jesús. El domingo siguiente fue oír misa a la iglesia de los         padres.
  Entró en el momento en que         subía al púlpito el padre Juan Bautista Carminata, uno de los oradores         mejores de aquel tiempo. El sermón cayó en tierra abonada. Bernardino         volvió a casa, se encerró en su habitación y no quiso recibir a nadie         durante varios días. Hizo los ejercicios espirituales, y a los pocos días         la resolución estaba tomada. Dejaría su carrera y se abrazaría con la cruz         de Cristo.
  Su madre había muerto,         Clorinda había muerto. Su anciano padre no tardaría mucho en volar al         cielo. No quería servir a los que estaban sujetos a la muerte. Pero,         ¿cuándo pondría por obra su propósito? ¿Dónde? ¿No sería mejor esperar un         poco?
  Un día del mes de septiembre de         1564, mientras Bernardino rezaba el rosario pidiendo a María luz en         aquella perplejidad, se vio rodeado de un vivísimo resplandor que se rasgó         de pronto dejando ver a la Reina del Cielo con el Niño Jesús en los         brazos. María, dirigiendo a Bernardino una mirada de celestial ternura, le         mandó entrar cuanto antes en la Compañía de Jesús.
  Contaba Bernardino, al entrar en el Noviciado, treinta y         cuatro años de edad. Era lo que hoy decimos una vocación tardía. Por eso         una de sus mayores dificultades fue encontrarse de la noche a la mañana         rodeado de muchachos, risueños sí y bondadosos, pero que estaban muy lejos         de poseer su cultura y su experiencia de la vida y los negocios. Con ellos         tenía que convivir, y el exlugarteniente del virrey de Nápoles tenía que         participar en sus conversaciones y en sus juegos, y vivir como ellos         pendiente de la campanilla del Noviciado, siempre importuna y molesta a la         naturaleza humana. Pero a todo hizo frente Bernardino con audacia y a los         tres años de su ingreso en la Compañía se ordenó de sacerdote. Todavía         continuó estudiando la teología y al mismo tiempo desempeñó el delicado         cargo de maestro de novicios.
  En         Nápoles permaneció tres años ocupado en los ministerios sacerdotales como         director de la Congregación, recogiendo a los pillos del puerto, visitando         las cárceles y adoctrinando a los esclavos turcos de las galeras         españolas. Pero en los planes de Dios era otra la ciudad donde iba a         desarrollar su apostolado sacerdotal.
  Lecce era y es una población de agradable aspecto. Capital         de provincia, a 12 kilómetros del mar Adriático, es el centro de una         comarca rica en viñedos y olivares. Sus habitantes son gentes sencillas         que se enorgullecen de las antiguas glorias de la ciudad, cargada de         recuerdos históricos.
  El ir nuestro         Santo a Lecce fue sin misterio alguno. Desde hacia tiempo la ciudad         deseaba un colegio de Jesuitas, y los superiores decidieron enviar al         padre Realino con otro padre y un hermano para dar comienzo a la fundación         y una satisfacción a los buenos habitantes de la ciudad, que oportuna e         inoportunamente no desperdiciaban ocasión de pedir y suspirar por el         colegio de la Compañía.
  Los tres         jesuitas, con sus ropas negras y sus miradas recogidas, entraron en la         ciudad el 13 de diciembre de 1574. Por lo visto la buena fama del padre         Bernardino Realino le había precedido, porque el recibimiento que le         hicieron más parecía un triunfo que otra cosa. Un buen grupo de         eclesiásticos y de caballeros salió a recibirles a gran distancia de la         ciudad. Se organizó una lucidísima comitiva, que recorrió con los tres         jesuitas las principales calles de Lecce hasta conducirlos a su domicilio         provisional.
  El padre Realino era el         superior de la nueva casa profesa. En cuanto llegó puso manos a la obra de         la construcción de la iglesia de Jesús y a los dos años la tenía         terminada. Otros seis años, y se inauguraba el colegio, del cual era         nombrado primer rector el mismo Santo.
  Desde el primer día de su estancia en Lecce el padre         Realino comenzó sus ministerios sacerdotales con toda clase de personas,         como lo había hecho en Nápoles. Confesó materialmente a toda la ciudad,         dirigió la Congregación Mariana, socorrió a los pobres y enfermos. Para         éstos guardaba una tinaja de excelente vino que la fama decía que nunca se         agotaba. Después de los pobres de bienes materiales, comenzaron a desfilar         por su confesonario los prelados y caballeros, tratando con él los asuntos         de conciencia. "Lo que fue San Felipe Neri en la Ciudad Eterna —dice León         XIII en el breve de beatificación de 1895— esto mismo fue para Lecce el         Beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos         harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no le         conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad." El Papa, el         emperador Rodolfo II y el rey de Francia Enrique IV le escribieron cartas         encomendándose en sus oraciones. Tal era la fama de el "Santo de         Lecce".
  Los superiores de la Compañía         pensaron en varias ocasiones que el celo del padre Realino podría tal vez         dar mejores frutos en otras partes y decidieron trasladarle del colegio y         ciudad de Lecce. Tales noticias ocasionaron verdaderos tumultos populares.         En repetidas ocasiones los magistrados de la ciudad declararon que         cerrarían las puertas e impedirían por la fuerza la salida del padre         Bernardino. Pero no fue necesario, porque también el cielo entraba en la         conjura a favor de los habitantes de Lecce. Apenas se daba al padre la         orden de partir, empeoraba el tiempo de tal forma que hacía temerario         cualquier viaje. Otras veces, una altísima fiebre misteriosa se apoderaba         de él y le postraba en cama hasta tanto se revocaba la orden. De aquí el         dicho de los médicos de Lecce: "Para el padre Realino, orden de salir es         orden de enfermar."
  Pasaron muchos         años y la santidad de Bernardino se acrisoló. Recibió grandes favores del         cielo. Una noche de Navidad estaba en el confesonario y una penitente notó         que el padre temblaba de pies a cabeza a causa del intenso frío. Terminada         la confesión la buena señora fue al que entonces era padre rector a         rogarle que mandara retirarse al padre Bernardino a su habitación y         calentarse un poco. Obedeció el Santo la orden del padre rector. Fue a su         cuarto y mientras un hermano le traía fuego se puso a meditar sobre el         misterio de la Navidad. De repente una luz vivísima llenó de resplandor su         habitación y la figura dulcísima de la Virgen María se dibujó ante él.         Como la otra vez, llevaba al Niño Jesús en sus brazos. "¿Por qué tiemblas,         Bernardino?", le preguntó la Señora. "Estoy tiritando de frío", le         respondió el buen anciano. Entonces la buena Madre, con una ternura         indescriptible, alarga sus brazos y le entrega el Niño Jesús. Sin duda         fueron unos momentos de cielo los que pasó San Bernardino Realino. Lo         cierto es que, al entrar poco después el hermano con el brasero, le oyó         repetir como fuera de sí: "Un ratito más, Señora; un ratito más." En todo         aquel invierno no volvió a sentir frío el padre         Bernardino.
  Llegó el año 1616. La vida         del padre Realino se extinguía. "Me voy al cielo", dijo, y con la         jaculatoria "Oh Virgen mía Santísima" lo cumplió el día 2 de julio. Tenía         ochenta y dos años, de los cuales la mitad, cuarenta y dos, los había         pasado en Lecce, dándonos ejemplo de sencillez y de constancia en un         trabajo casi siempre igual.
  Muerto el         padre, el ansia de obtener reliquias hizo que el pueblo desgarrara sus         vestidos y se los llevara en pedazos, lo cual hizo imposible la         celebración de la misa y el rezo del oficio de difuntos. Y, así, los         funerales de este hombre tan popular y tan querido de todos tuvieron que         celebrarse a puerta cerrada y en presencia de contadísimas         personas.
  Fue canonizado por el Papa         Pío XII en el año 1947.  | 
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  Fuente:   ar.geocities.com/misa_tridentina01   
Liberato   y Compañeros, Santos Máritres, 2 de   julio   
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  |                        |                Liberato y Compañeros, Santos  |           Mártires        Martirologio         Romano: Conmemoración         de los santos mártires Liberato, abad, Bonifacio, diácono, Servo y         Rústico, subdiáconos, Rogato y Septimio, monjes, y el niño Máximo, quienes         en Cartago, durante la persecución desencadenada por los vándalos bajo el         rey arriano Hunnerico, por confesar la verdadera fe católica y un solo         bautismo, fueron sometidos a crueles tormentos, clavados a los maderos con         los que iban a ser quemados y golpeados con remos hasta que sus cabezas         quedaron deshechas, triunfando ellos brillantemente, por lo que merecieron         ser coronados por el Señor (484).                   Grandes fueron los estragos que hizo en África el furor del         rey vándalo llamado Hunnerico, que seguía la secta de los herejes         arrianos; pero en el año séptimo de su reinado, publicó un edicto         sobremanera impío y sacrílego, por el cual mandaba que se arrasasen todos         los monasterios, y se profanasen todas las iglesias con sagradas a honra         de la santísima Trinidad. 
  Vinieron, pues, los soldados de         Hunnerico a un convento de monjes que vivían con gran ejemplo y opinión de         santidad, bajo del gobierno del santo abad Liberato, entre los cuales se         hallaba el diácono Bonifacio, los subdiáconos Servo y Rústico, y los         santos monjes Rogato, Séptimo y el niño Máximo: habiendo los bárbaros         derribado las puertas del monasterio, maltrataron con gran inhumanidad a         aquellos inocentes siervos del Señor, y los llevaron presos a Cartago, y         al tribunal de Hunnerico.
  Ordenóles el         tirano que negasen la fe del bautismo y de la santísima Trinidad; mas         ellos confesaron con gran conformidad, un solo Dios en tres Personas, una         sola fe y un solo bautismo: y añadió en nombre de todos san Liberato:         "Ahora, oh rey impío, ejercita, si quieres, en nuestros cuerpos las         invenciones de tu crueldad; pero entiende que no nos espantan los         tormentos, y que estamos prontos a dar la vida en defensa de nuestra fe         católica". Al oír el hereje estas palabras, bramó de rabia y furor, y         mandó que le quitasen de delante aquellos hombres y los encerrasen en la         más obscura y hedionda cárcel. 
  Pero         los católicos de Cartago hallaron modo de persuadir a los guardas, que         soltasen a los santos monjes; y aunque éstos no quisieron verse libres de         las prisiones que llevaban por amor de Cristo, aprovecharon alguna         libertad que se les concedió en la misma cárcel, para esforzar a otros         muchos cristianos que por la misma fe estaban cargados de cadenas, esta         novedad llegó a oídos del tirano, quien ordenó severo castigo a los         guardas, y despiadados suplicios a los santos monjes. Dio luego orden que         aprestasen un bajel inútil y carcomido, y que habiendo echado en él buena         cantidad de leña, pusiesen sobre ella a los santos confesores atados de         pies y manos, y los quemasen en el mar, Mas aunque los verdugos una y         muchas veces aplicaron teas encendidas en las ramas secas amontonadas en         el barco, nunca pudo prender en ellas el fuego. Atribuyó el bárbaro         monarca aquel soberano prodigio a artes diabólicas y de encantamiento: y         bramando de rabia, mandó que a golpes de remos les quebrasen las cabezas         hasta derramarles los sesos, y los echasen en la mar. Arrojaron las olas a         la playa los sagrados cadáveres de los santos mártires; y habiéndolos         recogido los católicos los sepultaron         honoríficamente.  | 
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  Fuente: www.clairval.com 
Eugenia   Joubert, Beata Monja Francesa, Julio   2   
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  |                        |                Eugenia Joubert, Beata  |           Eugenia nació en Yssingeaux, en las ásperas mesetas del         macizo central (Francia), el 11 de febrero de 1876, día del aniversario de         la primera aparición de la Santísima Virgen en Lourdes. Infancia,         vocación, vida religiosa, apostolado, sufrimiento y muerte; todo en la         vida de Eugenia quedará marcado por la presencia maternal de         María.
  Ingresa de muy joven, junto con su         hermana mayor, en el pensionado de las Ursulinas de Ministrel, donde ambas         niñas son felices y apreciadas. El recuerdo más hermoso que Eugenia         conserva de aquella época es el de su primera comunión y los meses de gran         fervor espiritual que la precedieron. La joven, fuertemente atraída hacia         la Virgen María, experimenta el gran poder y solicitud sin límites de su         Madre del cielo. ¿Acaso quiere obtener alguna gracia? Durante toda una         novena reza el rosario, añadiendo cinco sacrificios de los que más le         cuestan. María siempre lo concede todo. "Cuando hablaba de la Santísima         Virgen, contará más tarde una alumna suya, me parecía ver algo del cielo         en su mirada".
  Pero su fervor no le         impide ser alegre; más bien al contrario. Una de sus maestras describirá a         aquella joven como "muy comunicativa, de ardiente y buen corazón...         Influía mucho sobre sus compañeras y las motivaba con su buen humor".         Eugenia escribe una vez a su hermana: "Dios no prohíbe que riamos y que         nos divirtamos, con tal de que lo amemos de todo corazón y que conservemos         bien blanca nuestra alma, es decir, sin pecado... El secreto para seguir         siendo hija de Dios es seguir siendo hija de la Santísima Virgen. Hay que         amar mucho a la Santísima Virgen y pedirle todos los días que nos llegue         la muerte antes que cometer un solo pecado mortal".
  Aliviar la sed
  El 6 de octubre de 1895, ingresa como postulante en el         convento de las religiosas de la Sagrada Familia del Sagrado Corazón, en         Puy-en-Velay: "Desde que era pequeña -escribe por entonces-, mi corazón,         aunque pobre, rústico y terrenal, intentaba en vano aliviar la sed. Quería         amar, pero solamente a un Esposo hermoso, perfecto, inmortal, cuyo amor         fuera puro e inmutable... María, me has concedido, a mí, que soy pobre y         poca cosa, al más hermoso de los hijos de los hombres, a tu divino hijo         Jesús". En el momento de la despedida, la señora Joubert, su madre, le         dijo a la vez que la besaba: "Te entrego a Dios. No mires atrás y         conviértete en una santa". Ese será el programa de la postulante,         comprendiendo perfectamente que va a "ser toda de Jesús" y no una         religiosa a medias.
  Eugenia ni         siquiera tiene veinte años; su porte es vivo y graciosa su forma de reír.         Pero su jovencísimo rostro, casi infantil, su aspecto impregnado de         virginal pureza, reflejan al mismo tiempo una seriedad muy profunda. Su         recogimiento es admirado y provoca la emulación de sus compañeras de         noviciado. "Si vivo del espíritu de la fe -escribe-, si amo realmente a         Nuestro Señor, me resultará fácil construir soledad en el fondo de mi         corazón y, sobre todo, amar esa soledad y quedarme sola, solamente con         Jesús".
  El 13 de agosto de 1896,         fiesta de San Juan Berchmans, toma el hábito religioso de manos del padre         Rabussier, fundador del instituto. Más tarde expresará los sentimientos         que por entonces la animaban: "Que en el futuro, mi corazón, semejante a         una bola de cera, sencillo como un niño pequeño, se deje revestir por la         obediencia, por cualquier voluntad de virtuoso placer divino, sin oponer         más resistencia que la de querer dar siempre más".
  Para no estar nunca solo
  Durante el noviciado, sor Eugenia realiza varias veces los         Ejercicios Espirituales de San Ignacio, aprendiendo a vivir familiarmente         con Jesús, María y José. Pues los Ejercicios son una escuela de intimidad         con Dios y con los santos. En el transcurso de las meditaciones y         contemplaciones que propone, San Ignacio invita a su discípulo a situarse         en el corazón de las escenas evangélicas para ver a las personas, para         escuchar lo que dicen, para considerar lo que hacen, "como si estuviéramos         presentes". Por ejemplo, el misterio de la Navidad (nº 114): "Veré [...] a         Nuestra Señora, a José, a la sirvienta y al Niño Jesús después de nacer.         Permaneceré junto a ellos, los contemplaré, los serviré en lo que         necesiten con toda la diligencia y con todo el respeto de los que soy         capaz, como si estuviera presente". San Ignacio nos anima a practicar esa         familiaridad incluso en las actividades más triviales del día, como la de         comer: "Mientras nos alimentamos, observemos como si lo viéramos con         nuestros propios ojos a Jesús nuestro Señor tomando también su alimento         con sus Apóstoles. Contemplemos de qué modo come, cómo bebe, cómo mira y         cómo habla; y esforcémonos por imitarlo" (nº 214).
  Eugenia es seducida por la simplicidad de esa práctica,         que tanto encaja con su deseo de vivir en la intimidad de la Sagrada         Familia; y escribe lo siguiente: "Amar esa composición de lugar significa         estar desde muy temprano en el corazón de la Santísima Virgen". O bien:         "Nunca me encuentro sola, sino que estoy siempre con Jesús, María y José".         Un día dirigió esta hermosa plegaria a Nuestro Señor: "¡Oh, Jesús! Dime en         qué consistía tu pobreza, qué buscabas con tanta diligencia en Nazareth...         Concédeme la gracia de abrazar con toda mi alma la pobreza que tu amor         tenga a bien enviarme". También nosotros podemos hablarle a menudo a Jesús         en lo íntimo de nuestro corazón, preguntándole cómo practicó la humildad,         la bondad, el perdón, la mortificación y todas las demás virtudes, y         rogándole a continuación que nos conceda la gracia de         imitarlo.
  Sencillo como un         niño
  El 8 de septiembre de 1897,         sor Eugenia pronuncia sus votos religiosos; en el transcurso de la         ceremonia, el padre Rabussier pronuncia una homilía sobre la infancia         espiritual. La nueva profesa descubre en ello un estímulo para progresar         en esa vía, y se fija en dos aspectos que le parecen esenciales para         alcanzar "la sencillez del niño": la humildad y la         obediencia.
  Para sor Eugenia, la         humildad es el medio de atraer "las miradas de Jesús". En una ocasión, es         reprendida severamente a causa de un trabajo de costura mal hecho, pero la         labor en cuestión no era suya... A pesar de que su naturaleza se rebele         contra ello, sor Eugenia calla; podría justificarse, explicar la         equivocación... pero prefiere unirse al silencio de Jesús, que también fue         acusado en falso. En la humillación encuentra una ocasión de "crecer en la         sumisión", lo que para ella es un verdadero éxito: "La gente del mundo,         escribe, intenta tener éxito en sus deseos de agradar y de hacerse notar.         Pues bien, Nuestro Señor también a mí me permite que tenga éxitos en la         vida espiritual. Cada humillación, por muy pequeña que sea, es para mí un         verdadero éxito en el amor de Jesús, con tal que lo acepte de todo         corazón".
  Ser humilde consiste         igualmente en no desanimarse ante las propias debilidades, las caídas o         los defectos, sino ofrecerlo todo a la misericordia de Dios, especialmente         en el sacramento de la Penitencia, procedimiento habitual para recibir el         perdón de Dios. "¡Bendita miseria! Cuanto más la amo, también más Nuestro         Señor la ama y se rebaja hacia ella para tener piedad y concederle         misericordia", exclama sor Eugenia ante sus         incapacidades.
  La madre de las         virtudes
  La humildad va pareja a         la obediencia. San Pablo nos dice de Jesús que se humilló a sí mismo,         obedeciendo hasta la muerte (Flp 2, 8). Sor Eugenia ve en la obediencia         "el fruto de la humildad y su forma más verdadera", y escribe: "Quiero         obedecer para humillarme y humillarme para amar más". Obedecer a Dios, a         sus mandamientos, a su Iglesia, a quienes tienen un cargo, es en verdad         amar a Dios. Si me amáis, decía Jesús a sus discípulos, guardaréis mis         mandamientos. El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ese es el         que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me         manifestaré a él (Jn 14, 15 y 21). "Más que una virtud, la obediencia es         la madre de las virtudes", escribe San Agustín (PL 62, 613). San Gregorio         Magno aporta esta hermosa frase: "Solamente la obediencia produce y         mantiene las demás virtudes en nuestros corazones" (Morales 35, 28). Y,         como nos enseña San Benito: "Cuando obedecemos a los superiores,         obedecemos a Dios" (Regla, cap. 5).
  Sin embargo, el ejercicio de toda virtud debe estar         dirigido por la prudencia, la cual permite discernir, en particular, los         límites de la obediencia. Así, cuando una orden, una prescripción o una         ley humana se oponen manifiestamente a la ley de Dios, el deber de         obediencia deja de existir: "La autoridad es postulada por el orden moral         y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los         gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y,         consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían         fuerza para obligar en conciencia (Juan XXIII, Pacem in terris, 11 de         abril de 1963). [...] La primera y más inmediata aplicación de esta         doctrina hace referencia a la ley humana que niega el derecho fundamental         y originario a la vida, derecho propio de todo hombre. Así, las leyes que,         como el aborto y la eutanasia, legitiman la eliminación directa de seres         humanos inocentes están en total e insuperable contradicción con el         derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por         tanto, la igualdad de todos ante la ley" (Juan Pablo II, Evangelium vitæ,         72). Ante semejantes prescripciones humanas, recordemos la frase de San         Pedro: Hay que obedecer a Dios más que a los hombres (Hch 5,         29).
  Aparte de las órdenes que no         podríamos cumplir sin cometer pecado, se debe obediencia a las autoridades         legítimas. A fin de seguir más cerca a Jesús y de trabajar para la         salvación de las almas, Sor Eugenia trata de obedecer con gran perfección,         para cumplir en todo momento la voluntad de Dios Padre, imitando a Nuestro         Señor, que dijo: El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve         hacer al Padre: lo que hace él, lo hace igualmente el Hijo (Jn 5, 19). No         hago nada de mí mismo; sino que según me enseñó el Padre, así hablo (Jn 8,         28).
  Al servicio de los         pequeños
  Nada más pronunciar los         votos, la joven religiosa es destinada a Aubervilliers, en las afueras de         París, a una casa dedicada a la evangelización de los obreros. Se encariña         con el corazón de los niños, consiguiendo de ese modo aquietar sus         travesuras, que no faltan en su auditorio. ¿Cuál es su secreto? La         paciencia, la dulzura y la bondad. Los resultados que consigue son         inesperados.
  Como apóstol que es, sor         Eugenia suscita apóstoles. Uno de aquellos pequeños, conquistado por las         clases de catecismo, sueña con ganarse a sus compañeros; consigue reunir a         quienes encuentra por la calle, los hace subir a su habitación y, ante un         crucifijo, les pregunta: "¿Quién crucificó a Jesús?" Y, si la respuesta         tarda demasiado en llegar, añade emocionado: "Nosotros, que lo hemos         matado a causa de nuestros pecados. Hay que pedirle perdón". Entonces,         todos caen de rodillas y recitan desde el fondo de sus corazones actos de         contrición, de agradecimiento y de amor.
  Sor Eugenia hace partícipes a los niños de su amor hacia         María. Un día, su amor encendido por Nuestra Señora le mueve a exclamar:         "Amar a María, amarla siempre cada vez más. La amo porque la amo, porque         es mi Madre. Ella me lo ha dado todo; me lo da todo; es ella la que me lo         quiere dar todo. La amo porque es toda hermosura, toda pureza; la amo y         quiero que cada uno de los latidos de mi corazón le diga: ¡Madre mía         Inmaculada, bien sabes que te amo!".
  ¿ Cuándo vendrá ? ¿ Cuándo ?
  Durante el verano de 1902, sor Eugenia sufre los primeros         efectos de la enfermedad que se la llevaría de este mundo: la         tuberculosis. Empieza entonces un doloroso calvario que durará dos años, y         que acabará santificándola uniéndola mucho más a Jesús crucificado.         Encuentra un gran consuelo meditando sobre la Pasión. "¿Sufre mucho?, le         pregunta un día la enfermera. -Es horrible, responde la enferma, pero lo         quiero tanto... al Sagrado Corazón... ¿cuándo vendrá?... ¿Cuándo?..." En         medio de la oración, Jesús le hace comprender que, para seguir siendo fiel         en medio de los sufrimientos, debe "abrazar la práctica de la infancia         espiritual", "ser un niño pequeño con Él en la pena, en la oración, en el         combate y en la obediencia". Hasta el último momento la guían la confianza         y el abandono. Tras una hemorragia especialmente fuerte, recae agotada,         sintiendo cómo se le escapa la vida y, sin perder ni un momento la sonrisa         en el rostro, dirige la mirada a una imagen del Niño         Jesús.
  El 27 de junio de 1904, sor         Eugenia acoge en medio de una gran paz el anuncio de su partida hacia el         cielo, recibiendo el sacramento de los enfermos y la sagrada Comunión. El         2 de julio, las crisis de asfixia son cada vez más penosas; a una         religiosa se le ocurre la idea de encender en la capilla una pequeña         lámpara a los pies de la estatua del Corazón Inmaculado de María,         consiguiendo que la Madre del cielo otorgue a la moribunda un poco de         alivio. La hora de la liberación está próxima. Alguien le acerca un         retrato del Niño Jesús, ante cuya imagen sor Eugenia exclama: "¡Jesús!...         ¡Jesús!... ¡Jesús!..." y su alma emprende el vuelo hacia el cielo. El         cuerpo de aquella joven evangelizadora parece tener doce años, y una         hermosa sonrisa ilumina su rostro.
  "¡Rezaré por todas en el cielo!", había prometido a sus         hermanas. Pidámosle que nos guíe por el camino de la infancia espiritual         hasta el Paraíso, "el Reino de los Pequeños"; allí nos espera con la         multitud de los santos. A ella le rezamos, así como a San José, por Usted         y por sus seres queridos, vivos y difuntos.
  Fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el 20 de noviembre         de 1994.  | 
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  Fuente:   ar.geocities.com/misa_tridentina01   
Pedro   de Luxemburgo, Beato Obispo, Julio   2   
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  |                        |                Pedro de Luxemburgo,           Beato  |           Obispo de Metz        Pedro, hijo del conde Guy de Luxemburgo y de la condesa         Mahaut de Châtillon, nació en el castillo de Ligny-en-Barrois, en         Lorraine, el 20 de julio de 1369. Quedando huérfano muy pequeño, a los         ocho años fue enviado a estudiar a Paris. Fue un alumno precoz y         brillante, con gusto por el canto y la danza, pero también piadoso y         místico. Se confesaba todos los días, era caritativo con los pobres, y         pacificador en una universidad turbulenta. En 1380, durante varios meses         fue dejado en Calais, como rehén de los ingleses, a cambio de la         liberación de su hermano mayor. 
  Tenía solamente quince años cuando,         por intervención de su hermano fue nombrado obispo de Metz. Acepta par         obediencia, pero con desagrado. Situaciones conflictivas pronto le obligan         a abandonar su diócesis y a regresar a su ciudad natal. Hecho         cardenal-diácono por el pape de Avignon Clemente VII, es ordenado diácono         en la Pascua de 1384 en la catedral de Notre-Dame de Paris en donde era         canónigo. Según los deseos del papa, fue a Avignon para residir en la         corte pontificia. Desde hacía ya seis años, el gran cisma de Occidente         dividía a la Iglesia, y el joven cardenal, que sufría muchísimo ese         desgarramiento, hizo todo lo que estaba en su poder para ponerle fin. Con         este fin, pasaba noches enteras en oración, se imponía ayunos y grandes         mortificaciones, diciendo: "La Iglesia de Dios no puede esperar nada de         los hombres, ni de la ciencia ni de las fuerzas armadas, es por la piedad,         la penitencia y las buenas obras que debe recuperarse y así será. Vivamos         de forma de atraer la misericordia divina" . 
  Marcado por el sufrimiento y por una débil salud,         profesaba tan gran devoción por la Pasión y la Cruz de Cristo, que, en         ocasión de una visita a Châteauneuf-du-Pape, le valió la gracia de una         visión estática de Jesús crucificado. En 1386, su salud provoca muy serias         inquietudes y debe residir en Villeneuve, del otro lado del Rhône.         Relevado desde entonces de toda obligación, pasa largo tiempo orando en la         Chartreuse, cerca de donde se aloja. Pero sus fuerzas declinan         rápidamente, pues el mal se agravaba; sin embargo él se mantenía calmo,         paciente, poco exigente y siempre sonriente. No habiendo cumplido aún los         18años, murió el 2 de julio de 1387, murmurando: "Es en Jesucristo mi         Salvador y en la Virgen María donde yo pongo todas mis esperanzas".         
  A su pedido, fue enterrado en Avignon         en el cementerio Saint-Michel de los pobres. En seguida sobre su tumba se         multiplicaron los milagros y su reputación de santidad no deja de crecer,         ocasionando la apertura del proceso de canonización. Sin embargo, por         diversas vicisitudes históricas, no fue beatificado hasta el 9 de abril de         1527 por el papa Clemente VII. Sus reliquias, conservadas hasta la         Revolución en la iglesia del Convento de los Celestinos edificado para         guardarlas, se veneran desde 1854 en la iglesia Saint-Didier de Avignon,         en Châteauneuf-du-Pape y en Ligny-en-Barrois. Su sombrero de cardenal, su         dalmática y su estola de diácono todavía se pueden ver en la iglesia Saint         Pedro de Avignon. 
  San Francisco de         Sales, que le profesaba una gran devoción desde su infancia, fue a rezar         junto a su tumba en noviembre de 1622, justo un mes antes de su         muerte.  | 
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  Fuentes: IESVS.org; EWTN.com;   hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
   
  Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
   
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