†
JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "
"Mujer, ahí está tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "
"Ahí está tu madre".
Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/swf/l.swf?video_id=v82JVdXAUUs
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Dia 15/09 Nuestra Señora, virgen de los Dolores (blanco)
Antífona de Entrada
Simeón dijo a María: "Mira, este niño está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te atravesará el alma".
Oración Colecta
Oremos:
Señor, tú que has querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; has que la Iglesia, asociándose con María a la Pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Aprendió a obedecer y se convirtió en la causa de nuestra salvación eterna
Lectura de la carta a los Hebreos
5, 7-9
Hermanos: Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y suplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegando a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del Salmo 30
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado; Señor, tú que eres justo, ponme a salvo.
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
Ven a rescatarme sin retardo, sé tú mi fortaleza y mi refugio. Pues eres mi refugio y fortaleza, por tu nombre, Señor, guía mis pasos.
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
Sácame de la red que me han tendido, pues eres tú mi amparo. En tus manos encomiendo mi espíritu y tu lealtad me librará, Dios mío.
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
Pero yo en ti confío; "tú eres mi Dios", Señor, siempre te digo; mi suerte está en tus manos, líbrame del poder de mi enemigo que viene tras mis pasos.
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
Qué grande es la bondad que has reservado, Señor, para tus fieles. Con quien se acoge a ti, Señor, y a la vista de todos, ¡qué bueno eres!
Señor, por tu amor tan grande ponme a salvo.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, Aleluya.
Dichosa la Virgen María, que, sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor.
Aleluya.
Evangelio
¿Y cuál hombre no llorara si a la Madre contemplara de Cristo en tanto dolor?
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "
"Mujer, ahí está tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "
"Ahí está tu madre".
Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Dios de misericordia, recibe los dones y raciones que ofrecemos, a gloria de tu nombre, en esta fiesta de la virgen María, a quién tú nos entregaste como madre amorosa cuando estaba junto a la cruz de tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Prefacio
María, signo de consuelo y de esperanza.
En verdad es justo darte gracias, es bueno cantar tu gloria, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Te alabamos y te bendecimos, por Jesucristo, tu Hijo, en esta fiesta de la bienaventurada Virgen María. Ella, como humilde sierva, escuchó tu palabra y la conservó en su corazón; admirablemente unida al misterio de la redención, perseveró con los apóstoles en la plegaria, mientras esperaban al Espíritu Santo, y ahora brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza.
Por este don de tu benevolencia, unidos a los ángeles y a los santos, entonamos nuestro canto y proclamamos tu alabanza:
Antífona de la Comunión
Estén alegres cuando compartan los sufrimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, rebosen de gozo.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Después de recibir el sacramento de la eterna redención, te pedimos, Señor, que, al recordar los dolores de la Virgen María, completemos en nosotros, en favor de la Iglesia, lo que falta a a la Pasión de Jesucristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
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jue 24a. Ordinario año impar
Antífona de Entrada
Sálvanos, Señor y Dios nuestro; reúnenos de entre las naciones, para que podamos agradecer tu poder santo y sea nuestra gloria alabarte.
Oración Colecta
Oremos:
Concédenos, Señor, Dios nuestro, amarte con todo el corazón y, con el mismo amor, amar a nuestros prójimos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Preocúpate de ti mismo y de tu enseñanza, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 12-16
Querido hermano: Que nadie te desprecie por tu juventud. Procura ser un modelo para los fieles en tu modo de hablar y en tu conducta, en el amor, en la fe y en la castidad. Mientras llego, preocúpate de leer públicamente la Palabra de Dios, de exhortar a los hermanos y de enseñarlos.
No descuides el don que posees. Recuerda que se te confirió cuando, a instancias del Espíritu, los presbíteros te impusieron las manos. Pon interés en todas estas cosas y dedícate a ellas, de modo que todos vean tu progreso.
Cuida de tu conducta y de tu enseñanza y sé perseverante, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del salmo 110
Los mandamientos del Señor son dignos de confianza.
Justas y verdaderas son las obras del Señor; son dignos de confianza sus mandatos, pues nunca pierden su valor y exigen ser fielmente ejecutados.
Los mandamientos del Señor son dignos de confianza.
El redimió a su pueblo y estableció su alianza para siempre. Dios es santo y terrible.
Los mandamientos del Señor son dignos de confianza.
El temor del Señor es el principio de la sabiduría, y los que viven de acuerdo con él son sensatos. La gloria del Señor perdura eternamente.
Los mandamientos del Señor son dignos de confianza.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré, dice el Señor.
Aleluya.
Evangelio
Sus pecados le han quedado perdonados, porque ha amado mucho
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 36-50
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso a los pies de Jesús.
Y comenzó a llorar y con sus lágrimas bañaba sus pies; luego los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar:
"Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando: sabría que es una pecadora".
Entonces Jesús le dijo:
"Simón, tengo algo que decirte".
El fariseo contestó:
"Dímelo, Maestro".
El le dijo:
"Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?"
Simón le respondió:
"Supongo que aquél a quien le perdonó más ".
Entonces Jesús le dijo:
"Has juzgado bien".
Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón:
"¿Ves a esta mujer? Entré a tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.
Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho; en cambio, al que poco se le perdona, poco ama".
Luego le dijo a la mujer:
"Tus pecados te han quedado perdonados".
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos:
"¿Quién es éste, que hasta los pecados perdona?""
Jesús le dijo a la mujer:
"Tu fe te ha salvado; vete en paz".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor, Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Acepta, Señor, estos dones que te presentamos en señal de sumisión a ti, y conviértelos en el sacramento de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Proclamación del misterio de Cristo
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo Señor nuestro.
Cuya muerte celebramos unidos en caridad, cuya resurrección proclamamos con viva fe, y cuyo advenimiento glorioso aguardamos con firmísima esperanza.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos proclamando sin cesar:
Antífona de la Comunión
Ven, Señor, en ayuda de tu siervo y sálvame por tu misericordia. Que no me arrepienta nunca de haberte invocado.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Que el sacramento del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo que acabamos de recibir, nos ayude, Señor, a vivir más profundamente nuestra fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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† Meditación diaria
24ª semana. Jueves
RECIBIR BIEN A JESúS
— Jesús es invitado a comer por un fariseo.
— El Señor viene a nuestra alma.
— Preparación de la Comunión.
I. El Evangelio de la Misa relata la invitación hecha a Jesús por un fariseo rico llamado Simón1. Comenzado ya el banquete, y de modo inesperado para todos, se presentó una mujer pecadora que había en la ciudad. Es una ocasión más para que Jesús muestre la grandeza de su Corazón y de su misericordia; desde el primer momento esta mujer se sintió, a pesar de su mala vida, comprendida, acogida y perdonada. Quizá ya había escuchado antes a Jesús, y los propósitos de un cambio de vida que surgieron entonces llegan ahora a su culminación. El amor a Cristo le ha dado la audacia para presentarse en medio de esta comida, hecho más sorprendente si se tienen en cuenta las costumbres judías de aquella época, Los comensales se debieron de sentir confusos y asombrados. La pecadora pública es el centro de sus miradas y pensamientos. Quizá por esto no repararon en el descuido de las normas tradicionales de hospitalidad.
Jesús sí es consciente de estos olvidos de Simón. Las palabras del Señor dejan entrever que los echa de menos, como echó en falta el agradecimiento de aquellos leprosos que después de curados ya no volvieron más. La tosquedad de Simón se pone particularmente de manifiesto en contraste con las muestras de amor de la mujer, que llevó un vaso de alabastro con perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, se puso a bañarlos con sus lágrimas y los ungía con el perfume. La delicadeza de esta mujer con el Señor es como el espejo donde se reflejan con más claridad las faltas de hospitalidad y de atención que se debían tener con Él, como huésped de honor.
Ante los juicios negativos y mezquinos de los comensales para con la mujer, Jesús no tiene ningún reparo en mostrar la verdadera realidad –la realidad ante Dios, que es la que cuenta– de las personas allí presentes. Vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso; pero ella, desde que entró no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Y, enseguida, la recompensa más grande que puede recibir un alma: Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Después, unas palabras inmensamente consoladoras para los pecadores –para nosotros– de todos los tiempos: aquel a quien menos se le perdona menos ama. Las flaquezas diarias –las mismas caídas, si el Señor las permitiera– nos deben llevar a amar más, a unirnos más a Cristo mediante la contrición y el arrepentimiento.
Entonces le dijo a ella: Tus pecados te son perdonados. Y la mujer se marchó con una gran alegría, con el alma limpia y una vida nueva por estrenar.
II. En las palabras de Jesús a Simón se nota –como cuando preguntó por los leprosos curados2– un cierto acento de tristeza: entré en tu casa y no me has dado agua con que lavar mis pies. El Señor, que cuando se trata de padecer por la salvación de las almas no pone límites a sus sufrimientos, echa de menos ahora esas manifestaciones de cariño, esa cortesía en el trato. ¿No tendrá que reprocharnos hoy algo a nosotros por el modo como le recibimos?
El ejemplo sencillo de un catequista a unos niños que se preparaban para recibir al Señor por vez primera nos puede ayudar a nosotros hoy. Les decía que donde habitó un personaje ilustre, para que no se borre la memoria del acontecimiento, se coloca una placa con una inscripción: "Aquí habitó Cervantes"; "En esta casa se alojó el Papa X."; "En este hotel se hospedó el emperador Z."... Sobre el pecho del cristiano que ha recibido la Santa Comunión podría escribirse: "Aquí se hospedó Jesucristo"3.
Si queremos, cada día el Señor viene a nuestra casa, a nuestra alma. Te adoro con devoción, Dios escondido4, le diremos en la intimidad de nuestro corazón. Y procuraremos hacerle un recibimiento mejor que a cualquier persona importante de la tierra, de tal manera que nunca tenga que decirnos: Entré en tu casa y no me diste agua para los pies... No has tenido demasiados miramientos conmigo, has estado con la mente puesta en otras cosas, no me has atendido... "Hernos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!: con adornos, luces, trajes nuevos...
"—Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has de tener, te contestaré: limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma"5. Hagamos hoy el propósito de acogerlo bien, lo mejor que podamos. "¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?
"Cuando yo era niño –recordaba San Josemaría Escrivá–, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... Eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor"6. Y enseguida, recomendaba vivamente: "comulgad con hambre, aunque estéis helados, aunque la emotividad no responda: comulgad con fe, con esperanza, con encendida caridad". Así lo procuramos hacer, alegrándonos con inmenso gozo porque Jesús nos visita y se pone a nuestra disposición.
III. En un sermón sobre la preparación para recibir al Señor, exclama San Juan de Ávila: "¡Qué alegre se iría un hombre de este sermón si le dijesen: "El rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes"! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: "El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?". Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz"7. ¡Es una realidad muy grande! ¡Es una noticia para estar llenos de alegría!
Cristo mismo, el que está glorioso en el Cielo, viene sacramentalmente al alma. "Con amor viene, recíbelo con amor"8. El amor supone deseos de purificación –acudiendo a la Confesión sacramental cuando sea necesario o incluso conveniente–, aspirando a estar el mayor tiempo posible con Él.
Jesús desea estar con nosotros, y repite para cada uno aquellas memorables palabras de la Última Cena: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros...9. "La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo. Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido"10, no con tibieza o distraído. ¡Es el acontecimiento más grande del día y de la vida misma! Los ángeles se llenan de admiración cuando nos acercamos a comulgar. Cuanto más próximo esté ese momento, más vivo ha de ser nuestro deseo de recibirlo.
Junto a las disposiciones del alma, las del cuerpo: el ayuno que la Iglesia ha dispuesto en señal de respeto y reverencia, las posturas, el vestir, que nos llevan a presentarnos como dignos hijos al banquete que el Padre ha preparado con tanto amor. Y cuando esté en nuestro corazón le diremos: Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria11.
La Virgen Nuestra Señora nos enseñará a darle buena acogida a su Hijo en esos momentos en que le tenemos con nosotros. Ninguna criatura ha sabido tratarle mejor que Ella.
1 Lc 7, 36-50. — 2 Cfr. Lc 17, 17-18. — 3 Cfr. C. Ortúzar, El Catecismo explicado con ejemplos. — 4 Himno Adoro te devote. — 5 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 834. — 6 Ídem, Es Cristo que pasa, 91. — 7 San Juan de Ávila, Sermón 2 para el III Domingo de Adviento, vol. II, p. 59. — 8 ídem, Sermón 41, en la infraoctava del Corpus, vol. II. p. 654. — 9 Lc 22, 15. — 10 San Juan de Ávila, loc. cit. — 11 Himno Adoro te devote.
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15 de septiembre
NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES*
Memoria
— El dolor de María se une al de Jesús.
— Corredención de Nuestra Señora.
— Santificar nuestros dolores y sufrimientos. Acudir a Santa María, Consoladora de los afligidos.
I. ¡Oh Madre, fuente de amor!, // hazme sentir tu dolor // para que llore contigo: // y que, por mi Cristo amado, // mi corazón abrasado // más viva en Él que conmigo1.
Quiso el Señor asociar a su Madre a la obra de la Redención, haciéndola partícipe de su dolor supremo. Al celebrar hoy este sufrimiento corredentor de María, nos invita la Iglesia a ofrecer, por la salvación propia y la ajena, los mil dolores, casi siempre pequeños, de la vida, y las mortificaciones voluntarias. María, asociada a la obra de salvación de Jesús, no sufrió solo como una buena madre que contempla a su hijo en los mayores sufrimientos y en la misma muerte. Su dolor tiene el mismo carácter que el de Jesús: es un dolor redentor. El sufrimiento de María, la esclava del Señor, purísima y llena de gracia, eleva sus actos hasta el punto de que todos ellos, en unión profundísima con su Hijo, tienen un valor casi infinito.
Nunca comprenderemos del todo la inmensidad de su amor por Jesús, causa de sus dolores. Por eso, la Liturgia aplica a la Virgen dolorosa, como al mismo Jesús, las palabras del profeta Jeremías: Oh vosotros, cuantos por aquí pasáis, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada2.
El dolor de Nuestra Señora era mayor por su eminente santidad. Su amor a Jesús le permitió sufrir los padecimientos de su Hijo como propios: "Si hieren con golpes el cuerpo de Jesús, María siente todas estas heridas; si atraviesan con espinas su cabeza, María se siente desgarrada por las puntas; si le presentan hiel y vinagre, María apura toda su amargura; si extienden su cuerpo sobre la cruz, María sufre toda esta violencia"3. Cuanto más se ama a una persona, más se siente su pérdida. "Más aflige la muerte de un hermano que la de un irracional, más la de un hijo que la de un amigo. Ahora bien (...), para comprender cuán grande fue el dolor de María en la muerte de su Hijo, habría que conocer la grandeza del amor que le tenía. Y ¿quién podrá nunca medir tal amor?"4.
El mayor dolor de Cristo, el que le sumió en profunda agonía en Getsemaní, el que le hizo sufrir como ningún otro, fue el conocimiento profundo del pecado como ofensa a Dios y de su maldad frente a la santidad de Dios. Y la Virgen penetró y participó más que ninguna otra criatura en este conocimiento de la maldad y de la fealdad del pecado, que fue la causa de la Pasión. Su corazón sufrió una mortal agonía causada por el horror al pecado, a nuestros pecados. María se vio anegada en un mar de dolor. "Y dado que cada uno de nosotros hemos contribuido en gran parte a acrecentarlos, ¿no debe acaso agradarnos el meditarlos detenida y afectuosamente para compadecernos y reparar así las heridas infligidas al Corazón de María y al Corazón de Jesús?"5.
II. Desde el comienzo, parece como sí el Señor nos hubiera querido enseñar a través de las criaturas que más amó en esta vida, María y José, que la felicidad y la eficacia redentora no están nunca lejos de la Cruz. Y aunque toda la vida de Nuestra Señora estuvo, junto con la de su Hijo, dirigida al Calvario, hay un momento especial en que le es revelada con particular claridad su participación en los sufrimientos del Mesías, su Hijo. María, acompañada de José, había venido al Templo para purificarse de una mancha legal que no había contraído y a ofrecer a su Hijo al Altísimo. En esta inmolación que hacía de su Hijo, María vislumbró la inmensidad de su sacrificio redentor, como había sido profetizado. Pero Dios quiso además revelarle la profundidad de este sacrificio y su propia participación en él por medio de un hombre justo, Simeón, que movido por el Espíritu Santo dijo a María: Mira, este ha sido puesto para ruina y salvación de muchos en Israel, y para signo de contradicción y tu misma alma la traspasará una espada, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones6.
Las palabras dirigidas a María anuncian con claridad que su vida habría de estar íntimamente unida a la obra de su Hijo. "El anuncio de Simeón comenta Juan Pablo II- parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor (...). Le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa"7. El Señor no quiso evitar a su Madre la zozobra de una huida precipitada a Egipto cuando, con el Niño y con José, ya quizá estaba instalada en una casa modesta en Belén y comenzaba a gozar de una vida familiar en torno a Jesús. Dios no la dispensó del exilio en una tierra extraña para Ella, ni de tener que recomenzar de nuevo con lo poco que pudieron llevarse en aquel viaje apresurado... Y luego, instalados de nuevo en Nazareth, la inquietud de aquellos días, buscando a Jesús en Jerusalén, a la edad de doce años. ¡Qué momentos de angustia para el Corazón de la Madre! Y más tarde, durante los años del ministerio público del Señor, los rumores y calumnias que llegarían a sus oídos, las asechanzas por parte de los judíos de las que tendría conocimiento, las incomprensiones... Luego, las noticias, una a una, cada vez más terribles, que se van sucediendo en la noche de la traición, los gritos que piden su muerte en la mañana siguiente, la soledad y el abandono en que ve a su Hijo, el encuentro camino del Calvario... ¿Quién podrá comprender jamás la inmensidad del dolor que anega el corazón de la Virgen Santísima?... Allí está Nuestra Señora... Ve cómo clavan a su Hijo en la cruz... Y luego los insultos, la larga agonía de un crucificado... ¡Oh qué triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito! // Se angustiaba y se dolía la Madre piadosa, viendo las penas de su Hijo. // ¿Quién podría no llorar viendo a la Madre de Cristo en tan cruel suplicio? // ¿Quién podría no entristecerse contemplando a la Madre de Cristo sufrir con su Hijo?8.
Al considerar que nuestros pecados no son ajenos, sino parte activa, en este dolor de Nuestra Madre, le pedimos hoy que nos ayude a compartir su dolor, a sentir un profundo horror a todo pecado, a ser más generosos en la reparación por nuestros pecados y por los que todos los días se cometen en el mundo.
III. La fiesta de hoy nos invita a aceptar los sufrimientos y contrariedades de la vida para purificar nuestro corazón y corredimir con Cristo. La Virgen nos enseña a no quejarnos de los males, pues Ella jamás lo hizo; nos anima a unirlos a la Cruz redentora de su Hijo y convertirlos en un bien para la propia familia, para la Iglesia, para toda la Humanidad.
El dolor que habremos de santificar consistirá frecuentemente en las pequeñas contrariedades diarias: esperas que se prolongan, cambios de planes, proyectos que no se realizan... Otras veces se presentará en forma de pobreza, de carencia incluso de lo necesario, en la falta quizá de un empleo con el que sacar la familia adelante. Y esta pobreza será un gran medio para unirnos más a Cristo, para imitarle en su desprendimiento absoluto de las cosas, incluso de las necesarias. Miraremos a la Virgen que contempla a su Hijo desposeído hasta de aquella túnica que Ella conocía bien por haberla tejido con sus manos. Y hallaremos consuelo y fuerzas para seguir adelante con paz y serenidad.
También puede llegar la enfermedad, y pediremos la gracia de verla como un tesoro, una caricia de Dios, y de dar gracias por el tiempo en el que quizá no supimos apreciar del todo el don de la salud. La enfermedad, en cualquiera de sus formas, también la psíquica, puede ser la piedra de toque que muestre la solidez del amor al Señor y de la confianza en Él. Mientras estamos enfermos podemos crecer más rápidamente en las virtudes, principalmente en las teologales: en la fe, pues aprendemos a ver también en ese estado la mano providente de nuestro Padre Dios; en la esperanza, pues siempre estamos en sus manos, pero especialmente cuando más débiles y necesitados nos encontramos; en la caridad, ofreciendo el dolor, siendo ejemplares en la alegría con que amamos ese estado que Dios quiere o permite para nuestro bien.
Frecuentemente, lo más difícil de la enfermedad es la forma en que se presenta: "su inusitada duración, la impotencia a que nos reduce, la dependencia a que nos obliga, el malestar que proviene de la soledad, la imposibilidad de cumplir los deberes de estado y para un sacerdote, por ejemplo, la imposibilidad de continuar sus obras de apostolado; para un religioso seguir la regla; para una madre de familia ocuparse de sus hijos. Todas estas situaciones son duras y angustiosas a nuestra naturaleza. A pesar de todo, y después de haber empleado todos los medios que aconseja la prudencia para recuperar la salud, es preciso repetir con los santos: "¡Oh Dios mío! Acepto todas esas modalidades: lo que quieras, cuando quieras y como quieras""9. Le pediremos más amor y le diremos despacio, con un completo abandono: "¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!"10, como tantas veces y en circunstancias tan diversas quizá le hemos dicho.
Cuando sintamos que la carga se nos hace demasiado pesada para nuestras pocas fuerzas, recurriremos a Santa María en demanda de auxilio y de consuelo, "pues Ella sigue siendo la amorosa consoladora de tantos dolores físicos y morales que afligen y atormentan a la humanidad. Ella conoce bien nuestros dolores y nuestras penas, pues también Ella ha sufrido desde Belén hasta el Calvario: una espada te traspasará el corazón. María es nuestra Madre espiritual, y la madre comprende siempre a sus hijos y les consuela en sus necesidades.
"Por otro lado, Ella ha recibido de Jesús en la Cruz la misión específica de amarnos, solo y siempre amarnos para salvarnos. María nos consuela sobre todo mostrándonos el crucifijo y el paraíso (...).
"Oh Madre Consoladora, consuélanos a todos, haz que todos comprendamos que la clave de la felicidad está en la bondad y en el seguimiento fiel de tu Hijo Jesús"11. Él sabe siempre cuál es el camino mejor para cada uno, en el que debemos seguirle.
1 Secuencia de la Misa. Himno Stabat Mater. — 2 Lament 1, 12. — 3 A. Tanquerey, La divinización del sufrimiento, p. 108. — 4 San Alfonso Mª. de Ligorio, Las glorias de María, 2, 9. — 5 A. Tanquerey, o. c., p. 110. — 6 Lc 2, 34-35. — 7 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 16 — 8 Secuencia de la Misa. Himno Stabat Mater. — 9 A. Tanquerey, o. c., p. 168. — 10 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 762. — 11 Juan Pablo II, Homilía 13-IV-1980.
* La fiesta de hoy, inmediatamente después de la Exaltación de la Santa Cruz, nos recuerda la especial unión y participación de María en el Sacrificio de su Hijo en el Calvario. La piedad cristiana ha meditado desde el principio los relatos que los Evangelios nos han transmitido sobre la presencia de Nuestra Señora junto a la Cruz. En el siglo xiv aparece ya la Secuencia de la Misa Stabat Mater Dolorosa, de la que Lope de Vega hizo una traducción versificada al castellano. Esta traducción es la que se ha incluido en los textos litúrgicos oficiales. El Papa Pío VII, en el año 1814, extendió esta devoción a toda la Iglesia, y en 1912 San Pío X la fijó en esta fecha, 15 de septiembre, octava de la Natividad de María. Nuestra Señora nos enseña en el día de hoy el valor de corredención que pueden tener nuestros dolores y sufrimientos.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Nuestra Señora,
Virgen de los Dolores
15 de septiembre
Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34).
El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.
No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
La Palabra de Dios
"Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.
Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca." Lc 2, 34-45
"Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando." Lc 2, 48
"Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta," Lam 1, 12
Oraciones
Oración propia de la Novena
¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu Hijo.
Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores. Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu Corazón herido.
Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que desea).
¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti, Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este valle de lágrimas.
Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios.
Señor Jesucristo, te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos de tu Pasión y Muerte.
Ofrecimiento
María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón, traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme. Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.
Himno – Stabat Mater
Ante el hórrido Madero
Del Calvario lastimero,
Junto al Hijo de tu amor,
¡Pobre Madre entristecida!
Traspasó tu alma abatida
Una espada de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente
Ver en tosca Cruz pendiente
Al Amado de tu ser!
Viendo a Cristo en el tormento,
Tú sentías el sufrimiento
De su amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría
Contemplando la agonía
De María ante la Pasión?
¿Habrá un corazón humano
Que no compartiese hermano
Tan profunda transfixión?
Golpeado, escarnecido,
Vio a su Cristo tan querido
Sufrir tortura tan cruel,
Por el peso del pecado
De su pueblo desalmado
Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente,
Haz mi espíritu ferviente
Y haz mi corazón igual
Al tuyo tan fervoroso
Que al buen Jesús piadoso
Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida
Haz renacer cada herida
De mi amado Salvador,
Contigo sentir su pena,
Sufrir su mortal condena
Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío,
Llorar por mi Rey tan pío
Cada día de mi existir:
Contigo honrar su Calvario,
Hacer mi alma su santuario,
Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada,
De todas predestinada,
Partícipe en tu pesar
Quiero ser mi vida entera,
De Jesús la muerte austera
Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas,
Con Sangre de sus heridas
Satura mi corazón
Y líbrame del suplicio,
Oh Madre en el día del juicio
No halle yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora,
Sea María mi defensora,
Tu Cruz mi palma triunfal,
Y mientras mi cuerpo acabe
Mi alma tu bondad alabe
En tu reino celestial.
Amén, Aleluya.
Oración
Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión, estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
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uente: preguntasantoral.blogia.com
Rolando de Medici, Beato Ermitaño, 15 de septiembre
EremitaMartirologio Romano: En Busseto, en la región de Fidenza, de la Emilia, beato Rolando de Medicis, anacoreta, que pasó una vida solitaria por los duros Alpes, viviendo en gran penitencia y conversando sólo con Dios (1386). San Rolando, fue un ermitaño, nacido dentro de la noble familia de los Medicis (Italia). Vivió toda su vida en soledad y no lo hubiéramos conocido si no fuera porque en 1386, cuando la marquesa Antonia Pallavicini, que iba un día de caza por el bosque, lo encontró ya muy anciano y con apariencia más bien cadavérica, consecuencia de tantas penitencias y austeridades en las que había vivido. |
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Fuente: Corazones.org
Catalina (Fieschi) de Génova, Santa Viuda, 15 de septiembre
Esposa, Viuda, Modelo de Cristiandad y MísticaMartirologio Romano: En Génova, en la Liguria, de Italia, santa Catalina Fieschi, viuda, insigne por el desprecio de lo mundano, por sus frecuentes ayunos, amor de Dios y caridad para con los necesitados y enfermos. (1510)
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Fuente: Vatican.va
Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, Beatos Mártires, 15 de septiembre
Indígenas MártiresMartirologio Romano: En la localidad de Santo Domingo de Xagacia, en México, beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires, que, siendo catequistas, al pretender remover los ídolos para servir a Cristo, fueron apaleados cruelmente, imitando la pasión de Cristo y alcanzando el premio eterno (1700). Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, indígenas zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca, nacieron en el año de 1660 en S.Francisco Cajonos. Juan Bautista se casó con Josefa de la Cruz, con quien tuvo una hija llamada Rosa. Jacinto de los Ángeles se casó con Petrona de los Ángeles, con quien tuvo dos hijos llamados Juan y Nicolasa. Los dos pertenecían a la Vicaría de S. Francisco Cajonos, atendida por los padres dominicos Gaspar de los Reyes y Alonso de Vargas. |
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Fuente: Misioneros de la Consolata
Pablo Manna, Beato Presbítero y Fundador, 15 de septiembre
Martirologio Romano: En Nápoles, en Italia, beato Pablo Manna, presbítero del Pontificio Instituto para Misiones Extranjeras, que fue misionero en Birmania, pero por razón de su salud hubo de dejarlo, dedicándose a la evangelización, a la predicación de la palabra de Dios y a favorecer la unión de los cristianos (1952). El 16 de enero de 1872, en Avellino, nace Pablo Manna, quinto hijo de Vicente y de Lorenza Ruggeri. La familia Manna pertenece a la pequeña burguesía de la Campania y cuenta entre sus miembros con empresarios, comerciantes y políticos. En 1874 fallece su madre Lorenza y Pablo es enviado a Nápoles con sus tíos. A los 10 años vuelve a Avellino y encuentra en casa una nueva madre, pues su padre Vicente había contraído nuevas nupcias. La vida del joven Pablo se desliza serena, aunque el ambiente familiar haya adquirido cierta rigidez en la educación moral y espiritual. |
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Nicetas el Godo, Santo Mártir, 15 de septiembre
MártirMartirologio Romano: A orillas del Danubio, san Nicetas Godo, mártir, a quien el rey arriano Atanarico mandó quemar en odio a la fe católica (c. 370). San Sabas y San Nicetas fueron los dos mártires más renombrados entre los godos. Al segundo, a quien los griegos colocan en la categoría de los "grandes mártires", se lo recuerda en la fecha de hoy. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: www.iesvs.org
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