viernes, 9 de septiembre de 2011

Lecturas Domingo 11 de Septiembre de 2011

Divina Misericordia

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
"Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?"
Jesús le contestó:
"No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
Y les propuso esta parábola:
"El Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que le debía mucho dinero. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
El rey tuvo lástima de aquel empleado, lo soltó y hasta le perdonó la deuda. Pero, al salir, aquel servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba mientras le decía:
"Págame lo que me debes".
El compañero se le arrodilló y le rogaba:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el rey lo llamó y le dijo:
"Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/swf/l.swf?video_id=v82JVdXAUUs

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

24a. Dom Ord Ciclo A

Antífona de Entrada

A los que esperan en ti, Señor, concédeles tu paz y cumple así las palabras de tus profetas; escúchame, Señor, y atiende a las plegarias de tu pueblo.

 

Se dice "Gloria".

Oración Colecta

Oremos:
Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que
experimentemos vivamente tu amor, para que podamos servirte con todas nuestras fuerzas.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Perdona la ofensa a tu prójimo, para obtener el perdón

Lectura del libro del Eclesiástico 27, 30; 28, 1-7

Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas. El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus pecados. El que le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?
El que no tiene compasión de su semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados? Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados, ¿hallará quién interceda por él?
Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos.
Ten presente los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo. Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice al Señor, alma mía; que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al señor alma mía, y no te olvides de sus beneficios.
El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor, perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestra culpas, ni nos paga según nuestros pecados.
El Señor es compasivo y misericordioso.

Como desde la tierra hasta el cielo, así es grande su misericordia; como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama.
El Señor es compasivo y misericordioso.

Segunda Lectura

En la vida y en la muerte somos del Señor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 14, 7-9

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
Aleluya.

Evangelio

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
"Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?"
Jesús le contestó:
"No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
Y les propuso esta parábola:
"El Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que le debía mucho dinero. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
El rey tuvo lástima de aquel empleado, lo soltó y hasta le perdonó la deuda. Pero, al salir, aquel servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba mientras le decía:
"Págame lo que me debes".
El compañero se le arrodilló y le rogaba:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el rey lo llamó y le dijo:
"Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Se dice "Credo".

Oración de los Fieles

Celebrante:
Imploremos, hermanos y hermanas, la misericordia de Dios y pidámosle que escuche las oraciones de los que hemos puesto nuestra confianza en él:
A cada petición respondemos: Te rogamos, Señor, óyenos.

Pidamos al Señor, para los obispos, los presbíteros y los diáconos una vida santa, tal como corresponde a su ministerio, y el premio abundante de su trabajo, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.

Pidamos al Señor, para los que gobiernan las naciones y tienen bajo su poder el destino de los pueblos, el don de la prudencia y el espíritu de justicia, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.

Pidamos al Señor, para los enfermos e impedidos, la fortaleza necesaria a fin de que no se desanimen ante las dificultades y vivan alegres en la esperanza de los bienes eternos, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.

Pidamos al Señor, para nosotros mismos, para nuestros familiares, amigos y bienhechores, que nos conserve y aumente los bienes que con tanta generosidad nos ha concedido, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.

Celebrante:
Señor, Dios compasivo y misericordioso, que siempre perdonas a los que perdonan a sus hermanos; escucha nuestras oraciones y crea en nosotros un corazón nuevo, que, como reflejo del de Cristo, olvide las ofensas recibidas y recuerde a los demás hasta qué punto tú nos amas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, con bondad, los dones y plegarias de tu pueblo y haz que lo que cada uno ofrece en tu honor, ayude a la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Prendas de la Pascua eterna

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
En ti vivimos, nos movemos y existimos; y, todavía peregrinos en este mundo, no sólo
experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos.
Por eso, Señor,
te damos gracias y proclamamos tu grandeza cantando con los ángeles:

Antífona de la Comunión

Señor Dios, qué valioso es tu amor. Por eso los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Que la gracia de esta comunión nos transforme, Señor, tan plenamente que no sea ya nuestro egoísmo, sino tu amor, el que impulse, de ahora en adelante, nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

Vigésimo cuarto Domingo
ciclo a

EL PERDÓN ILIMITADO

— Perdonar siempre con prontitud y de corazón,

— Si aprendemos a querer a todos y a disculpar, ni siquiera tendremos que perdonar, porque no nos sentiremos ofendidos.

— El Sacramento del perdón nos mueve a ser misericordiosos con los demás.

I. Dios concede su perdón a quien perdona. La indulgencia que empleemos con los demás es la que tendrán con nosotros. Esta es la medida. Y este, el sentido de los textos de la Misa de hoy. La Primera lectura1 nos dice: Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor y pedir la salud al Señor?

El Señor perfecciona esta ley extendiéndola a todo hombre y a cualquier ofensa, porque con su Muerte en la Cruz nos ha hecho a todos los hombres hermanos y ha saldado el pecado de todos. Por eso, cuando Pedro –convencido de que proponía algo desproporcionado– le pregunta a Jesús si debe perdonar hasta siete veces a su hermano que le ofende, el Señor le responde: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete2, es decir, siempre. La caridad de Cristo no es setenta veces superior al comportamiento más esmerado de los mejores cumplidores de la Ley, sino que es de otra naturaleza, infinitamente más alta. Es otro su origen y su fin. Nos enseña Jesús que el mal, los resentimientos, el rencor, el deseo de venganza, han de ser vencidos por esa caridad ilimitada que se manifiesta en el perdón incansable de las ofensas. Él nos alentó a pedir en el Padrenuestro de esta manera: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Por eso, como recuerda hoy la Liturgia de las Horas3, cuando rezamos el Padrenuestro hemos de estar unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros. Solo así atraeremos sobre nosotros la misericordia infinita de Dios.

Para perdonar de corazón, con total olvido de la injuria recibida, hace falta en ocasiones una gran fe que alimente la caridad. Por eso las almas que han estado muy cerca de Cristo ni siquiera han tenido necesidad de perdonar porque, por grandes que hayan sido las injurias, las calumnias..., no se sintieron personalmente ofendidas, pues sabían que el único mal es el mal moral, el pecado; los demás agravios no llegaban a herirles.

Examinemos hoy si guardamos en el corazón algún agravio, algo de rencor por una injuria real o imaginada. Pensemos si nuestro perdón es rápido, sincero, de corazón, y si pedimos al Señor por aquellas personas que, quizá sin darse cuenta, nos hicieron algún daño o nos ofendieron. "Cincuenta mil enojos que te hagan, tantos has de perdonar (...). Más adelante ha de ir tu paciencia que su malicia; antes se ha de cansar el otro de hacerte mal que tú de sufrirlo"4.

II. A veces son cosas pequeñas las que nos pueden herir: un favor que no nos agradecen, una recompensa que esperábamos y nos es negada, una palabra que nos llega en un momento malo o de cansancio... Otras, pueden ser más graves: calumnias sobre lo que más queremos en este mundo, interpretaciones torcidas de aquello que hemos procurado hacer con rectitud de intención... Sea lo que fuere, para perdonar con rapidez, sin que nada quede en el alma, necesitamos desprendimiento y un corazón grande orientado hacia Dios. Esa grandeza de alma nos llevará a pedir por las personas que, de una forma u otra, nos ocasionaron algún perjuicio. "¿No suelen ser amados más tiernamente los enfermos que los sanos?", se pregunta un clásico castellano. Y a continuación aconseja: "Sé médico de tus enemigos y los bienes que les hagas serán brasas que pongas sobre sus cabezas y les enciendan en el amor (Col 3, 13). Piensa en los medios de perfección que te suministra el que te persigue... Más aprovechó Herodes a los niños (Mt 2, 16) con su odio que el amor de sus propios padres, pues los hizo mártires"5. La actitud del perdón cristiano y, cuando sea necesario, la defensa justa y serena de los propios derechos o los de aquellos que nos están encomendados, servirán para acercar a Dios a quienes hayan podido cometer injusticias. Así lo hicieron los primeros cristianos cuando hubieron de soportar calumnias y persecuciones. "Permitidles –aconsejaba San Ignacio de Antioquía a los primeros fieles, mientras él se encaminaba al martirio– que, al menos por vuestras obras, reciban instrucción de vosotros. A sus arrebatos de ira responded con vuestra mansedumbre. Oponed a sus blasfemias vuestras oraciones; a su extravío, vuestra firmeza en la fe; a su fiereza, vuestra dulzura, y no pongáis empeño alguno en comportaros como ellos. Mostrémonos hermanos suyos por nuestra amabilidad; en cuanto a imitar, solo hemos de esforzarnos en imitar al Señor"6. Él está dispuesto a perdonarlo todo de todos. San Pablo, siguiendo al Maestro, exhortaba así a los cristianos de Tesalónica: Estad atentos para que nadie devuelva mal por mal, al contrario, procurad siempre el bien Mutuo7. Y a los de Colosas les apremiaba: Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo también vosotros8. Si aprendemos a disculpar ni siquiera tendremos que perdonar, porque no nos sentiremos ofendidos. Mal viviríamos nuestro camino de discípulos de Cristo si al menor roce –en el hogar, en la oficina, en el tráfico...– se enfriase nuestra caridad y nos sintiéramos ofendidos y separados. A veces –en materias más graves, donde se hace más difícil la disculpa– haremos nuestra la oración de Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen9. Otras veces bastará con sonreír, devolver el saludo, tener un detalle amable para restablecer la amistad o la paz perdida. Las pequeñeces diarias no pueden ser motivo para que –casi siempre por soberbia, por susceptibilidad– perdamos la alegría, que debe ser algo habitual y profundo en nuestra vida.

III. El Señor, después de responder a Pedro sobre la capacidad ilimitada de perdón que hemos de tener, expuso la parábola de los dos deudores para enseñarnos el fundamento de esta manifestación de la caridad. Debemos perdonar siempre y todo, porque es mucho –sin medida– lo que Dios nos perdona, ante lo cual lo que debemos tolerar a los demás apenas tiene importancia: cien denarios (un talento equivalía a unos seis mil denarios). De ahí que solo sepan perdonar las almas humildes, conscientes de lo mucho que se les ha remitido. "Del mismo modo que el Señor está siempre dispuesto a perdonarnos, también nosotros debemos estar prontamente dispuestos a perdonarnos mutuamente. Y ¡qué grande es la necesidad de perdón y reconciliación en nuestro mundo de hoy, en nuestras comunidades y familias, en nuestro mismo corazón! Por esto el sacramento específico de la Iglesia para perdonar, el sacramento de la penitencia, es un don sumamente preciado.

"En el sacramento de la penitencia, el Señor nos concede su perdón de modo muy personal. Por medio del ministerio del sacerdote, vamos a nuestro Salvador con el peso de nuestros pecados. Manifestamos nuestro dolor y pedimos perdón al Señor. Entonces, a través del sacerdote, oímos a Cristo que nos dice: Tus pecados quedan perdonados (Mc 2, 5): Anda y en adelante no peques más (Jn 8, 11). ¿No podemos oír también que nos dice al llenarnos de su gracia salvífica: "Derrama sobre los otros setenta veces siete este mismo perdón y misericordia"?"10. ¡Qué gran escuela de amor y de generosidad es la Confesión! ¡Cómo agranda el corazón para comprender los defectos y errores de los demás! Del confesonario debemos salir con capacidad de querer, con más capacidad de perdonar11. La tarea de la Iglesia y de cada cristiano en todos los tiempos, aunque ahora en nuestros días parece más urgente, es "profesar y proclamar la misericordia en toda su verdad"12, derramar sobre todos los que cada día encontramos en los diversos caminos la misericordia ilimitada que hemos recibido de Cristo.

Pidamos a Nuestra Señora un corazón grande, como el suyo, para no detenernos demasiado en aquello que nos puede herir, y para aumentar nuestro espíritu de desagravio y de reparación por las ofensas al Corazón misericordioso de Jesús.

1 Eclo 27, 33; 28, 1-9. — 2 Cfr. Evangelio de la Misa. Mt 18, 21-35. — 3 Liturgia de las Horas, Preces de las II Vísperas. — 4 San Juan de Ávila, Sermón 25, para el Domingo XXV después de Pentecostés, en Obras Completas, BAC, Madrid 1970, vol. II, p. 352. — 5 F. de Osuna, Ley del amor santo, 40-43, en Místicos franciscanos, BAC, vol. I, pp. 580-610. — 6 San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, X, 1-3. — 7 1 Tes 5, 15. — 8 Col 3, 13. — 9 Lc 23, 34. — 10 Juan Pablo II, Ángelus 16-IX-1984. — 11 Cfr. F. Sopeña, La Confesión, Rialp, Madrid 1957, p. 132. — 12 Juan Pablo II. Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, 13.

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Santoral             (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

El Señor de los Milagros
de Buga

El Señor de los Milagros de Buga.

Antigua tradición narrada por el Franciscano Fray Francisco G. Rodríguez, en la novena que publicó en 1819.

"Allá por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en el valle del Cauca, Colombia. El río de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito".

Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a llevar su dinero al señor Cura párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos. La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada por un pensamiento caritativo se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.

Unos días después, la anciana estaba lavando ropa en el río, cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo y perfectamente tranquila en su conciencia, respecto a su posesión, se dirigió a su choza e improvisó allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo que le había llegado de manera tan misteriosa, guardándolo cuidadosamente en una cajita de madera.

Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde guardaba la imagen y averiguando lo que pasaba se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita habían crecido notablemente, pero se imaginó que eso sería ilusión de sus ojos ya muy debilitados por la edad. Pero pocos días después advirtió que la imagen tenía ya ceca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro les avisó al Sr. Cura Párroco y a los señores más importantes del pueblo, los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, y que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que ella no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, y que por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente y que tenía que ser un milagro.

Y resultó que la sagrada imagen se fue deformando porque los devotos le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia y porque todos la tocaban con sus manos sudorosas, y se fue poniendo tan fea que ya a los muy amigos del arte, más que devoción les causaba repulsión. Entonces un visitador especial llegado de Popayán mandó que la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario obedecer.

Pero lo maravilloso fue que la imagen al ser echada a las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y obtener curaciones. Este milagro fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes, y se le fue lo que anteriormente tenía de desagradable.

La señora Luisa Sánchez que vivió en aquellos tiempos declaró con juramento: "El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros". (Firmado y apoyado con juramento).

Sigue diciendo la crónica de 1819. "Después de estos sucesos extraordinarios el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el nombre con el cual se le conoce desde hace siglos: El Señor de los Milagros".

Después de muerta la ancianita se pensó cual era el mejor lugar para colocar el Cristo. Su ranchito quedaba frente a las aguas y he aquí que el río creció muchísimo y cambió de cauce y se desvió hacia el sur, desde unas tres cuadras más arriba del punto de la aparición, y dejó así el sitio libre para construirle el templo al Santo Cristo, templo que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba la ermita.

Apenas se fueron difundiendo las noticias de los maravillosos milagros que se conseguían junto al Cristo de Buga se desató una corriente de peregrinaciones y devociones (recordemos que quién hace los milagros no es la imagen que es de madera o yeso, y que no puede hacerle milagros a nadie. El que hace los milagros en Nuestro Señor Jesucristo cuya santísima Pasión y Muerte recordamos cuando veneramos la imagen del Santo Cristo).

En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos y se hizo una solemnísima traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo altar.

En 1937 el Papa Pío XII por medio de su secretario el Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica.

Te adoramos oh Cristo y te bendecimos que por tu santa redimiste al mundo.

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Fuente: Archidiócesis de Madrid
Pafnucio, Santo Obispo de Tebaida, 11 de septiembre  

Pafnucio, Santo

Obispo de Tebaida

Martirologio Romano: Conmemoración de san Pafnucio, obispo en Egipto, que fue uno de aquellos confesores que, en tiempo del emperador Galerio Maximino, habiéndoles sacado el ojo derecho y desjarretado la pantorrilla izquierda, fueron condenados a las minas, y después, asistiendo al Concilio de Nicea, luchó denodadamente por la fe católica contra el arrianismo (s. IV).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

 


Fue uno de los anacoretas de su época. Vivía de las verduras que daba la tierra, agua, un poco de sal y poco más. Compartía consigo mismo la soledad del desierto. La oración y la penitencia eran su principal modo de emplear el tiempo. A su cueva acudían las gentes a recibir consejo, escuchar lo que aprendía del Espíritu con sus rezos y a contrastar la vida con el estilo del Evangelio.

Se vió obligado a dejar la soledad contra su gusto porque fue nombrado obispo de Tebaida. Por defender a Cristo sufrió persecución, le amputaron una pierna y le vaciaron un ojo cuya órbita desocupada, según cuenta la historia, gustaba besar con respeto y veneración el convertido emperador Constantino.

Estuvo presente en el Concilio de Nicea, donde se defendió la divinidad de Cristo y se condenó el arrianismo.

En esa ocasión, al tratarse otros temas de Iglesia, tuvo el obispo Pafnucio la ocasión de dar muestras de profunda humanidad. El hombre que venia del más duro rigor del desierto y podía exhibir en su cuerpo la marca de la persecución se mostró con un talante más amplio, abierto, moderado y transigente que los padres que no conocían la dureza de la Tebaida ni los horrores de la amenaza, ni la vejación.

Numerosos padres conciliares pretendieron imponer que los obispos, presbíteros y diáconos casados dejaran a sus esposas para ejercer el ministerio. El obispo curtido en la dura ascesis anacoreta se opuso a tal determinación haciendo que se fuera respetuoso con la disciplina de la época: autorizar el ejercicio del Orden Sacerdotal a los ya casados y no permitir casarse después de la Ordenación.

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Fuente: Clairval.com
Juan Gabriel Perboyre, Santo Presbítero y Mártir, 11 de septiembre  

Juan Gabriel Perboyre, Santo

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).

Fecha de canonización: Beatificado el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo II el 2 de junio de 1996.

 

La misión divina de la Iglesia se hace extensiva a toda la tierra y en todos los tiempos, según la frase de Jesús: Id, pues, y enseñad a todas las naciones. "Nuestra religión debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo", afirmaba con valentía San Juan Gabriel Perboyre, misionero en la China, ante un mandarín encargado de interrogarlo. Y este último agregó: "¿Qué puedes ganar adorando a tu Dios? - La salvación de mi alma, el cielo al que espero subir después de haber muerto".

El 2 de junio de 1996, con motivo de la canonización de San Juan Gabriel Perboyre, el Papa Juan Pablo II decía de él: "Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados; por eso la Iglesia puede proclamar hoy solemnemente su gloria en el coro de los santos del cielo".

En 1817, a los 15 años de edad, Juan Gabriel ingresa, junto con su hermano mayor Luis, en el seminario menor de Montauban (Francia), dirigido por los Padres Lazaristas, hijos espirituales de San Vicente de Paúl. Allí siente el deseo de consagrarse a las misiones en países paganos. Después de terminar el noviciado en Montauban, lo mandan a París para realizar estudios de teología, y luego es ordenado sacerdote. En 1832, su hermano Luis, que se había embarcado como sacerdote lazarista hacia la misión de la China, muere de unas fiebres durante la travesía. Juan Gabriel anuncia inmediatamente a la familia su deseo de ocupar el sitio que la muerte de su hermano ha dejado vacante.

Pero sus superiores no lo consideran conveniente a causa de su frágil salud, y es nombrado vicedirector del seminario parisino de los Lazaristas. Como activo ayudante de un director de seminario ya mayor, sigue el principio de enseñar más con el ejemplo que con la palabra. Comunica de ese modo a los novicios su amor por Jesús: "Cristo es el gran Maestro de la ciencia. Es el único que da la verdadera luz... Solamente existe una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo, pues no sólo es la luz, sino el modelo, el ideal... Así que no basta con conocerle, sino que hay que amarle... Solamente podemos conseguir la salvación mediante la conformidad con Jesucristo". Escribe lo siguiente a uno de sus hermanos: "No olvides que, ante todo, hay que ocuparse de la salvación, siempre y por encima de todo".

Sin embargo, en su corazón guarda el ardiente deseo de partir hacia las misiones; al mostrar a los seminaristas los recuerdos traídos hasta París del martirio de François-Régis Clet, les dice: "He aquí el hábito de un mártir... ¡cuánta felicidad si un día tuviéramos la misma suerte". Y les pide lo siguiente: "Rezad para que mi salud se fortifique y que pueda ir a la China, a fin de predicar a Jesucristo y de morir por Él".

Obtiene finalmente de sus superiores el favor de salir hacia la China, donde llega el 10 de marzo de 1836. Su celo por la salvación de las almas le ayuda a soportar el hambre y la sed para la mayor gloria de Dios. Sea de día o de noche, siempre está dispuesto a acudir donde se solicite su ministerio, de tal forma que las fatigas y las vigilias no cuentan en absoluto. Además, es asaltado por violentas tentaciones de desesperanza, pero Nuestro Señor se le aparece y lo consuela, y el gozo vuelve al alma del apóstol.

Víctima de los sufrimientos

En 1839 se desencadena una persecución contra los cristianos. El 15 de septiembre, el padre Perboyre y su hermano el padre Baldus se hallan en su residencia de Tcha-Yuen-Keou. De repente les avisan de que llega un grupo armado. Los misioneros huyen cada uno por su lado para no caer los dos en manos de los enemigos. Juan Gabriel se esconde en un espeso bosque, pero al día siguiente un desdichado catecúmeno lo traiciona por una recompensa de treinta taeles (moneda china). Los soldados le desgarran las vestiduras, lo visten con harapos, lo amordazan y se van a la posada a celebrar su arresto.

Interrogado por el mandarín de la subprefectura, Juan Gabriel responde con firmeza que es europeo y predicador de la religión de Jesús. Empiezan entonces a torturarlo, pero por temor a que sucumba lo sientan en una banqueta y le atan fuertemente las piernas. Así pasa la noche el piadoso padre, bendiciendo a Jesús por concederle el honor de padecer sus mismos sufrimientos. Trasladado a la prefectura, al cabo de un penosísimo viaje a pie, con grilletes en el cuello, en las manos y en los pies, sufre cuatro interrogatorios. Para obligarlo a hablar, lo ponen de rodillas durante muchas horas sobre cadenas de hierro. A continuación, lo cuelgan de los pulgares y le golpean en la cara cuarenta veces con suelas de cuero para obligarle a renegar de su fe. Pero, reconfortado por la gracia de Dios, lo sufre todo sin quejarse.

Después es trasladado a Ou-Tchang-Fou, ante el virrey, donde debe responder en una veintena de interrogatorios. El virrey quiere obligarlo en vano a caminar sobre un crucifijo. Lo golpean con correas de cuero y con palos de bambú hasta el agotamiento, o bien lo levantan a gran altura con la ayuda de poleas y lo dejan desplomarse hasta el suelo. Pero el alma del piadoso padre permanece unida a Dios. "¿Así que sigues siendo cristiano? - ¡Oh, sí¡ ¡Y me siento feliz por ello!". Finalmente, el virrey lo condena al estrangulamiento; pero como quiera que la sentencia no puede ejecutarse hasta que sea ratificada por el emperador, Juan Gabriel Perboyre sigue en prisión durante algunos meses.

" ¡ Irreconocible ! "

Ningún cristiano había podido llegar junto a él mientras los mandarines lo torturaban; sin duda se vanagloriaban con la esperanza de que, al privarlo de cualquier ayuda, conseguirían vencer su constancia con mayor facilidad. Pero esa severa consigna es suavizada después del último interrogatorio. Uno de los primeros en poder penetrar en la cárcel es un religioso lazarista chino llamado Yang. ¡Qué desgarrador espectáculo aparece ante su mirada! Enmudece, derrama abundantes lágrimas y apenas consigue dirigir unas palabras al mártir. El padre Juan Gabriel desea confesarse, pero dos oficiales del mandarín que se hallan constantemente a su lado se lo impiden. Ante la petición de un cristiano que acompaña al padre Yang, consienten en apartarse un poco, y el misionero puede entonces confesarse.

Los demás prisioneros, encarcelados a causa de delitos comunes, testigos de la piadosa vida del padre Juan Gabriel, no tardan en apreciarlo; ideas hasta entonces desconocidas se abren paso en sus endurecidas almas. Admiradores de tantas virtudes, proclaman que tiene derecho a todo tipo de respeto. Él, por su parte, se halla completamente feliz en medio de los sufrimientos, porque lo vuelven más conforme con su divino modelo.

" Es todo lo que deseaba "

Por fin, el 11 de septiembre de 1840, después de un año entre grilletes y torturas, es conducido hasta el lugar de la ejecución. Le atan brazos y manos a la barra transversal de una horca en forma de cruz, y le sujetan ambos pies a la parte baja del poste, sin que toquen el suelo. El verdugo le pone en el cuello una especie de collar de cuerda en el que introduce un trozo de bambú. Con calculada lentitud, el verdugo aprieta dos veces la cuerda alrededor del cuello de la víctima. Una tercera torsión más prolongada interrumpe la plegaria continua del mártir, haciéndolo entrar en el inmenso y eterno gozo de la corte celestial. Tiene 38 años. Una cruz luminosa aparece en el cielo, visible hasta Pekín. Ante el asombro de todos, contrariamente a lo que sucede con los rostros de los ajusticiados por estrangulamiento, el de Juan Gabriel está sereno y conserva su color natural.

"El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana" (CIC, 2473). El sacrificio de San Juan Gabriel Perboyre produjo muchos frutos espirituales, muchos de los cuales son visibles: al igual que él, muchos cristianos chinos dieron su vida por Cristo, y la religión cristiana se desarrolló en China hasta requerir la construcción de catorce vicarías apostólicas. Más recientemente, las persecuciones del régimen comunista no han conseguido extinguir la fe.

San Juan Gabriel nos recuerda a nosotros mismos que "Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación" (CIC, 2472). Ese testimonio no siempre conduce al martirio de la sangre, pero supone la aceptación de la cruz de cada día. Empeñémonos en llevarla con amor, con la ayuda de la Santísima Virgen, y alcanzaremos el cielo, arrastrando con nosotros multitud de almas: "Más allá de la cruz, no hay otra escala por la que podamos subir al cielo" (Santa Rosa de Lima). Es la gracia que, en este comienzo de año, pedimos a San José, para Usted y para todos sus seres queridos, vivos y difuntos.

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Fuente: Zenit.org
Francesco Giovanni Bonifacio, Beato Presbítero y Mártir, 11 de septiembre  

Francesco Giovanni Bonifacio, Beato

Presbítero y Mártir


El 4 de octubre de 2008 fue inscrito en el libro de los beatos este sacerdote asesinado en 1946 a los 34 años, cuya causa de beatificación fue iniciada en 1957 por el entonces arzobispo de Trieste, monseñor Antonio Santin.

De 1943 a 1945, las tropas yugoslavas de Tito, en colaboración con los comunistas italianos, realizaron una obra de verdadera limpieza étnica con acciones de inaudita ferocidad. Miles de personas fueron ajusticiadas y arrojadas a las llamadas "foibas", las cavidades cársticas con una profundidad de hasta 200 metros. Los historiadores hablan de cuatro mil personas, pero los supervivientes indican un número muy superior, hasta veinte mil.

En aquella época, 350.000 italianos abandonaron Istria, Fiume y Dalmacia. Familias enteras italianas fueron masacradas. Muchos eran atados con alambres de espino a los cadáveres y arrojados vivos a los precipicios. Fueron al menos 50 los sacerdotes asesinados por las tropas comunistas de Tito.
Sólo en la "foiba" de Basovizza, a pocos kilómetros de Trieste, una de las pocas que quedaron en territorio italiano, se han encontrado cuatrocientos metros cúbicos de cadáveres.

Durante decenios, esta barbarie se mantuvo cubierta por el silencio, mientras que en los años noventa aumentó la atención sobre el tema hasta que el Parlamento italiano, con una ley de 2004, instituyó el "Día del Recuerdo", para conservar la memoria de la tragedia de las "foibe".
En ese clima de terror civil llevado adelante a menudo con el instrumento de la persecución religiosa, el padre Bonifacio llevaba consuelo a la gente de las colinas entre Buie y Grisignana, en Croacia, y reunía a los jóvenes, dando vida a una Acción Católica local.
Nacido en Pirano, Istria, en 1912, de una familia humilde y profundamente cristiana, y segundo de siete hijos, Francesco recibió la ordenación sacerdotal el 27 de diciembre de 1936, en la catedral de San Justo en Trieste.

Tras un primer encargo en Cittanova, asumió la responsabilidad de la parroquia de Villa Gardosi, que atendía a diversas aldeas esparcidas por la zona de Buie, sin electricidad. Don Francesco se hizo amar enseguida, promoviendo numerosas actividades, visitando a las familias, a los enfermos, y donando lo poco que tenía a los pobres.

Su empeño lo convirtió en un sacerdote demasiado incómodo para la propaganda antirreligiosa de la Yugoslavia de entonces, pero a pesar de las intimidaciones prosiguió hasta el final por su camino.

La tarde del 11 de septiembre de 1946 don Francesco estaba regresando a su casa desde Grisignana. Fue detenido por dos hombres de la guardia popular. Quien los vio, contó que desaparecieron en el bosque.

Su hermano, que lo buscó inmediatamente, fue encarcelado con la acusación de contar falsedades. El asunto no se conoció durante años, hasta que un director teatral logró contactar a uno de los guardias populares que habían detenido a don Bonifacio.

Éste contó que el sacerdote fue metido en un coche, desnudado, golpeado con una piedra en la cara y rematado con dos cuchilladas antes de ser arrojado en una "foiba". Desde entonces sus restos no han sido encontrados.

El hermano del beato, Giovanni Bonifacio, afirmó en una entrevista a Radio Vaticano que el presbítero "era un sacerdote que vivía el Evangelio con la gente", "siempre en movimiento: entre los enfermos, enseñando catecismo, siempre dando vueltas por los pueblos".

"Cuando se lo llevaron, la gente lo supo en seguida, porque tocaron las campanas", recordó. "Por desgracia, nunca le soltaron. Después supe algo, también cómo le mataron. Pero nunca sentí odio alguno hacia los que le hicieron daño a mi hermano... ¡Aún ahora les perdonamos!".

"Mi hermano -añadió- fue el primero en perdonar, precisamente cuando lo mataban.
Él ya estaba preparado para el martirio".

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Fuente: Franciscanos.org
Buenaventura de Barcelona (Miguel Butista Gran), Beato Religioso Franciscano, 11 de septiembre  

Buenaventura de Barcelona (Miguel Butista Gran), Beato

Religioso Franciscano

Martirologio Romano: En Roma, beato Buenaventura de Barcelona (Miguel) Gran, religioso de la Orden de Hermanos Menores, que, amante de la observancia regular, instituyó conventos para retiros espirituales en muchos lugares del territorio romano, mostrando siempre máxima austeridad de vida y caridad para con los pobres (1648).

Fecha de beatificación: El Sumo Pontífice Pío X beatificó a fray Buenaventura Gran de Barcelona el 10 de junio del año 1906.

 

El Beato Buenaventura Gran vino al mundo en Riudoms, pueblecito de Cataluña cercano a Tarragona, el 24 de noviembre de 1620. Sus padres eran labradores pobres, pero muy temerosos de Dios. Lo llamaron Miguel Bautista, nombre que mudó más adelante en el convento por el de Buenaventura. Al paso que crecía en edad, sus padres le enseñaban las grandes verdades de nuestra fe, y excitaban en su corazón vivos sentimientos de amor a Dios, al par que una tierna y filial devoción a la Virgen María.

Frecuentó algunos años la escuela del pueblo; después, lo emplearon sus padres en las labores del campo. No obstante sus muchas ocupaciones, el piadoso joven hallaba tiempo para cumplir fielmente los ejercicios devotos que se había impuesto para cada día. Antes y después de la tarea cotidiana, solía entrar en la iglesia a visitar al Señor sacramentado, y muchas veces, sobre todo en la víspera de las fiestas principales, permanecía en oración ante el Santísimo toda la noche.

Ya en su juventud hubiera deseado Miguel entregarse de todo en todo al Señor en la vida religiosa; pero tales razones alegó su padre para disuadirle, que Miguel se convenció de que Dios le quería todavía en el siglo. Contrajo matrimonio con una doncella muy virtuosa; pero el día de la boda, después de la ceremonia religiosa, se quedó en la iglesia por espacio de largas horas; cuando fueron a buscarle, lo hallaron totalmente absorto en altísima contemplación, y fue menester hacerle volver en sí.

Ambos esposos determinaron vivir como hermanos guardando virginidad perfecta, y así lo hicieron con la gracia de Dios. A los dieciséis meses de matrimonio, murió la virtuosa compañera de Miguel; antes de morir declaró formalmente a su madre que el Señor le había otorgado la insigne merced de guardar intacta su virginidad.

Lego franciscano

Rotos ya los lazos que le tenían atado al siglo, partió Miguel de casa con licencia de sus padres, y fue a llamar a las puertas del convento franciscano de San Miguel de Escornalbou. Se echó a los pies del Padre Provincial y le suplicó que lo admitiese como fraile converso. El buen Padre se negó a ello, alegando falta de salud y estudios en el pretendiente. Entonces le dijo Miguel: "Razón tenéis de despedirme; pero al fin y al cabo menester será cumplir lo que el Señor ha determinado". Viendo el Superior su constancia, lo admitió en el convento, donde tomó el hábito el día 14 de julio, entonces fiesta de San Buenaventura, cuyo nombre quiso llevar para merecer la protección del seráfico Doctor franciscano.

Recién entrado en la religión, dio muestras del celo con que se proponía observar la pobreza de la Orden. Al hallar en el bolsillo cierta moneda que guardaba sin advertirlo, la tiró por la ventana tan lejos como pudo, exclamando: "Maldígame Dios si en los días que me quedan de vida llego a apropiarme semejante moneda".

El fervor de los principios no se desmintió en todo el tiempo de su noviciado. Tanto sus compañeros como los religiosos antiguos le miraban como a modelo. Al año de probación, profesó con los votos religiosos.

Celo apostólico. Persecuciones del diablo

Los superiores eligieron a fray Buenaventura para que, en compañía de otros religiosos, fuese a fundar en Mora un convento de la Reforma franciscana. En esta nueva residencia llevó el Beato vida todavía más devota y mortificada, a pesar del mucho trabajo que suele acarrear una nueva fundación. Por sus cargos de limosnero y cocinero, tenía trato continuo con el mundo, pero sabía enderezarlo todo a la mayor gloria de Dios.

Lo que más le afligía era ver que el libertinaje se cebaba en poblaciones fieles hasta entonces a su fe y de sanas costumbres. Les llegaba el contagio de los ejércitos franceses que ocuparon Cataluña en el último período de la guerra de los Treinta Años.

Aunque mero fraile converso, llevado de celo ardiente, se presentaba sin temor en medio de los concursos y saraos del mundo, y con sus palabras traía al sendero del bien a los extraviados y trocaba en "Magdalenas" a las mayores pecadoras.

Casi todos los soldados franceses eran calvinistas. Fray Buenaventura intentó convertirlos, y tuvo la dicha de traer a muchos de ellos al seno de la Iglesia Católica. Notable fue la conversión de uno de los principales jefes de aquel ejército. Cierto día se llegó a él fray Buenaventura en ademán de pedirle limosna. El oficial mandó a su ordenanza que le diese algo.

-- No es esa limosna la que te pido -exclamó el siervo de Dios.

-- ¿Pues qué quieres? -preguntó el hereje.

-- La limosna que deseo no es para el convento -repuso el fraile-, sino para la salvación de tu alma.

No se enojó el oficial con las palabras del fraile; al contrario, habiéndose mostrado hasta entonces rebelde a todas las exhortaciones, ahora oyó los consejos de fray Buenaventura con docilidad y mansedumbre y, movido de la gracia, abjuró de la herejía al poco tiempo.

Con malos ojos veía el demonio escapársele tantas almas que creía poseer para siempre. Para vengarse del santo fraile, empezó a aparecérsele de noche en figuras espantosas, amenazándole, persiguiéndole y dándole recios golpes y toda suerte de malos tratos. Pero Buenaventura, confiando en el Señor y escudándose en su fe, menospreciaba la violencia del infierno embravecido. "Nada podrás contra mí, espíritu maligno, porque Dios me ampara y defiende", solía decirle al demonio. Con hacer entonces la señal de la santa Cruz e invocar los sagrados nombres de Jesús y María, ahuyentaba a los espíritus infernales.

Éxtasis y milagros

Frente a las violentas persecuciones del infierno, el Señor solía consolar a Buenaventura con mercedes y dones realmente admirables.

Yendo un día de camino, se paró a hablar con algunos amigos y, en la conversación, vinieron a tratar de las glorias de la Virgen María. De repente, apareció el Beato cercado de extraordinario resplandor; se alzó en el aire y recorrió unos cien pasos gritando con toda su fuerza:

-- ¡Virgen Santísima! ¡Virgen Santísima! ¡Viva la Virgen Santísima!

Un hecho más maravilloso todavía ocurrió un día de fiesta en la iglesia del convento, donde por mandato del superior explicaba la doctrina a los niños. Mientras hablaba con fervor de los misterios de nuestra fe, miró un instante a un cuadro de la Inmaculada colocado en el altar mayor. Lo mismo fue verlo que lanzarse disparado como una flecha por el aire hasta besar con sus labios el purísimo rostro de la Virgen. Los niños empezaron a gritar asustados; acudieron los frailes y muchísimas personas vecinas de la iglesia, y todos contemplaron admirados aquel éxtasis maravilloso, hasta que el padre superior, para acabar con aquel alboroto de la gente, mandó al Beato que bajase. Al punto obedeció fray Buenaventura; pero extrañado y corrido a vista de la muchedumbre, se retiró a su celda para no oír las voces del pueblo, que le aclamaba ya como a santo.

El Señor le favoreció asimismo con el don de milagros. Siendo cocinero, dejó un día la comida en el fogón y se fue a la iglesia a hacer una visita corta. Pero, estando allí, quedó arrobado en éxtasis, y se olvidó totalmente de las ollas y del fogón. Entretanto la comida de la comunidad quedó del todo quemada y echada a perder.

-- ¿Qué hacéis, fray Buenaventura? -le dijo el hermano campanero, antes de tocar a comer-; la comida está totalmente quemada, y así tendrán que contentarse hoy los frailes con pan y agua.

-- No tema, hermano -repuso humildemente el siervo de Dios-, todo se arreglará. Toque a comer como de costumbre, y el Señor proveerá al sustento de sus siervos.

Fue a tocar el campanero, riéndose para sus adentros de la ingenuidad de fray Buenaventura. Pero, ¡cosa maravillosa!, llevaron al comedor aquellos alimentos carbonizados, y los frailes los hallaron tan exquisitos y en su punto, que declararon no haberlos comido nunca tan sabrosos.

Otro día recibió el Beato dos hermosos peces para la comida de los frailes. Se ausentó unos instantes y al volver no halló sino las espinas. Los culpables habían sido los gatitos del convento. Buenaventura los llamó a todos sin enfadarse y, tomando mansamente en sus rodillas al más viejo, le echó un sermoncillo de encantadora sencillez: "¡Ah goloso! -le dijo-; tú, que eres el más viejo y deberías dar buen ejemplo a los gatitos tus compañeros, les enseñas a robar y comerse el pescado de los pobres franciscanos. Mira, no tengo más remedio que castigarte delante de todos tus compañeros para que escarmienten". Diciendo esto, le dio unos golpecitos con la mano, pero con tanta suavidad, que más parecían caricias. Hallábase entonces en la cocina un tal Salmerón; al ver aquella escena, no pudo menos de reírse a carcajada limpia. Pero aquella risa se trocó en admiración cuando al mirar al plato vio, en lugar de las raspas, otros dos peces tan grandes y hermosos como los de antes.

Una señora llamada Isabel Vila criaba gusanos de seda; pero llegó a faltarle hoja de morera, con lo que temió perder el fruto de su labor. Acudió a fray Buenaventura, y éste fue con ella a ver de qué se trataba. Ante aquellos gusanillos muertos de hambre que levantaban sus cabecitas como pidiendo el sustento de que habían menester, dijo a la señora:

-- No os aflijáis, doña Isabel; estos minúsculos hermanitos nuestros están ahora alabando al Señor.

Y mirando a los gusanitos les dijo:

-- Vaya, hermanos gusanos; puesto que ya no hay hojas que comer, haced vuestros capullos.

No en balde les dijo el Beato estas palabras, porque la misma noche hicieron capullos tan grandes y de tan excelente calidad, que la señora logró beneficio mayor que si la hoja no hubiera faltado.

Salió cierto día a pedir limosna, y advirtió de pronto que el Ebro arrastraba a una mujer con su borriquillo. Ya estaban a punto de perecer ahogados, cuando Buenaventura se fue a ellos andando sobre las aguas, y los trajo a la orilla.

-- ¡Prodigio, prodigio! -empezaron a gritar los transeúntes.

-- ¿A esto llamáis prodigio? -les dijo el Beato; y cándidamente añadió-: La prueba de que no es un milagro, es que todos podéis hacer lo mismo si tenéis fe.

En el convento de Tarrasa

Al humilde fray Buenaventura le pareció que no era nada cuanto hasta entonces había hecho en la religión. Pensó reformar su vida, y para ello no vio mejor camino que fundar un convento donde se observase rigurosamente la primitiva Regla de San Francisco. Un día estaba el Beato suplicando a la Virgen María que le diese a conocer cuál era la voluntad divina. La Reina del cielo se le apareció entonces y le dijo:

-- Buscas, hijo, cómo fundar un convento de la perfecta observancia. Yo te lo diré. Parte para Roma. Allí quiere Dios fundar por tu medio un Instituto más austero.

Aquel mismo día se le apareció Nuestro Señor, y le volvió a decir que partiese para Roma, donde podría llevar a efecto la reforma.

Manifestó Buenaventura a sus superiores la orden celestial y, como era modelo de obediencia, aguardó con sosiego que le llegase la licencia de embarcarse para Italia. Mucho le costó al padre Provincial dar el permiso, porque no quería perder un fraile tan virtuoso; y así, en vez de dejarle ir a Roma, lo envió como limosnero al convento de Tarrasa.

Aquí tuvo ocasión de desplegar todo su celo. Cierto día se llegó hasta el puerto de la cercana ciudad de Barcelona. Entró en una galera y, al ver a los cautivos moros que hacían de remeros, movióse a compasión. Empezó a hablarles, y lo hizo con tanta mansedumbre y caridad, que todos ellos, movidos y persuadidos con las palabras de Buenaventura, acabaron pidiendo el bautismo.

Finalmente, le dieron licencia para embarcarse. Pronto cundió la noticia por Tarrasa y sus alrededores, y se afligieron sobremanera todas aquellas gentes. Llegó el día del embarco, y entonces se vio cuánto apreciaban todos al humilde fraile limosnero; porque al llegar al puerto, fue tal la aglomeración de gente que cercó a fray Buenaventura, que no podía dar un paso. Esta demostración popular le conmovió vivamente. "Hermanos míos -les dijo-, si no fuera porque así lo quiere el Señor, nunca me separaría de vosotros. Ofrezcámosle todos el sacrificio de nuestra propia voluntad". Diciendo esto, se levantó en el aire, donde permaneció suspendido una hora a vista de la gente.

Entendieron con este prodigio que no debían oponerse más tiempo a que se embarcase el siervo de Dios y, en cuanto hubo bajado al suelo, se apartaron y le dejaron libre el paso. En medio de las lágrimas y gemidos de los presentes, entró Buenaventura en un navío que se hacía a la vela con rumbo a Italia.

Reformador y apóstol. Su muerte

A punto estuvo el navío de caer en manos de los holandeses, enemigos entonces de España. El Beato lo salvó milagrosamente, porque con el Santo Cristo en la mano gritó a los perseguidores que se acercaban:

-- Deteneos, enemigos de nuestra fe, y no os acerquéis más.

Al punto se levantó un viento huracanado que barrió lejos los cuatro grandes veleros holandeses, y empujó al navío español hacia las costas italianas. También sosegó una furiosa tempestad con sólo una palabra.

Desembarcó en Génova, y prosiguió a pie hasta Roma, pasando por Loreto y Asís. Primero se hospedó en el convento de Ara Coeli. De allí pasó al de San Mauricio, con el cargo de limosnero. Pero, a poco de llegar, se ganó de tal manera el aprecio de las gentes, que en tropel acudían a verle, lo que determinó a los superiores a enviarle a Capránica (Viterbo). Aquí premió el Señor la obediencia de su siervo, permitiendo que la sagrada Hostia volase de los dedos del sacerdote a los labios del Beato después del Dómine non sum dignus.

La noticia de este milagro llegó hasta Roma. Los cardenales Facchinetti y Barberini -este último protector de la Orden-, con intento de asegurarse del hecho y estudiar de cerca el espíritu del Beato, le hicieron ir al convento de San Isidoro, en Roma, del que fue cocinero. Los dos príncipes de la Iglesia acudieron a verle, hablaron con él largo rato y quedaron convencidos de la eminente santidad del humilde lego franciscano. A menudo iban a verle o le llamaban a palacio. Estas amistades fueron de gran provecho a Buenaventura para llevar a efecto la anhelada Reforma.

Merced a la intervención de tan poderosos protectores, tuvo el humilde fraile una larga entrevista con el Sumo Pontífice Alejandro VII, el cual, maravillado de que un hermano lego le hablase con elocuencia tan extraordinaria, encargó al cardenal Barberini que apresurase la ejecución de aquella empresa.

El cardenal llamó a Buenaventura. Le dijo que redactase una súplica a la Congregación de Obispos y Regulares, y el mismo prelado la presentó a los Padres, que la aprobaron. Alejandro VII sancionó, el 8 de marzo de 1662, la fundación de la Reforma, y el Capítulo provincial franciscano celebrado en Roma aquel mismo año cedió al Beato y a sus compañeros el convento de Santa María de las Gracias, sito en Ponticelli (Rieti).

Quince religiosos, entre padres y hermanos legos, acudieron al llamamiento de fray Buenaventura. Su vida fue copia de la del santo Fundador; ni almacenaban provisiones, ni aceptaban estipendios por la predicación, misas u otros ejercicios del santo ministerio, y se contentaban con lo que la Providencia les enviaba por mano de los bienhechores.

Buenaventura no aceptó el cargo de superior sino por imposición del cardenal Barberini; y por cierto que lo ejerció con vigilancia, prudencia y caridad tales, que todos se hacían lenguas ensalzando las virtudes de su amado Guardián.

-- ¿Dónde habéis estudiado, fray Buenaventura? -le preguntó cierto día un hermano.

-- En las llagas de Jesucristo -le contestó el Beato.

Tanto prosperó la Reforma, que fue menester fundar otros conventos para recibir a los muchos que deseaban entrar en ella. El más famoso fue el de Roma, en el Palatino, llamado convento de San Buenaventura, fundado el 8 de diciembre de 1677 con veinticinco frailes.

Durante su estancia en Roma, fue este santo y humilde religioso otro San Felipe Neri. Solía enviar a los padres a dar misiones en todas las iglesias de la ciudad y parroquias vecinas. Enseñaba la doctrina a los niños en el portal del convento; visitaba a los enfermos en los hospitales, y a muchos los curaba milagrosamente con sólo rezar por ellos. Por eso, cuando alguien caía enfermo, solían decir: "Llamemos a fray Buenaventura"; y también: "Llevémosle a fray Buenaventura".

Le agradaba sobremanera dar limosna a los pobres. Quería que cada mañana se les repartiese abundante sopa; cuando los mendigos eran más numerosos, las provisiones se multiplicaban milagrosamente en las manos del Beato. Cierto día que volvía al convento llevando a cuestas el pan de la comunidad, se vio cercado de tantos pobres, que se le llevaron todo el pan.

--Señor -dijo entonces fray Buenaventura-, así como yo atiendo a las necesidades de vuestros pobres, Vos proveeréis a las de mis frailes.

Y así fue, porque, al llegar al convento, el cesto se halló lleno de tanto y mejor pan que antes.

Al conde Tomás Barberini le predijo que tendría pronto un heredero, como así sucedió el mismo año; y al cardenal Francisco Barberini le libró de gravísimo peligro, porque, a pesar de cierta prohibición, entró el Beato en el aposento del prelado y, para despedirse, le acompañó el cardenal hasta la puerta de palacio; y no bien habían salido del aposento, se derrumbó el techo del mismo estrepitosamente.

Llegó el Beato a la edad de sesenta y cuatro años. Previendo ya su próximo fin, solía repetir amorosamente: "¡Paraíso, paraíso! ". El 15 de agosto de 1684, le sobrevino una recia calentura. Los médicos esperaban vencerla, pero Buenaventura aseguraba que no sanaría. El 11 de septiembre recibió los santos Sacramentos con admirable devoción, bendijo a los frailes, y fue arrebatado al éxtasis eterno de la vida perdurable.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

 

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