J†A
  JMJ
  Pax
  †   Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
  Gloria a ti, Señor.
  En   aquel tiempo, a unos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los   demás, Jesús les dijo esta parábola:
"Dos hombres subieron al templo a orar;   uno era fariseo, y el otro un recaudador de impuestos. El fariseo, de pie, hacía   interiormente esta oración:
"Dios mío, te doy gracias, porque no soy como el   resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ése que recauda   impuestos para Roma. Ayuno dos veces por semana, y pago los diezmos de todo lo   que poseo".
Por su parte, el recaudador de impuestos, manteniéndose a   distancia, no se atrevía siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se   golpeaba el pecho, diciendo:
"Dios mío, ten compasión de mí, que soy un   pecador".
Les digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el otro   no. Porque el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será   engrandecido".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
  Suplicamos tu   oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus   oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te   salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre   todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre   de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.   Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa! 
  Aclaración:   una relación muere sin comunicación   y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras   de vida eterna"   (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no   basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite   ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han   sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
  Por leer la Palabra, no se debe   dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse   el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al   Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y   nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias   por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en   CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
  Nota: es una película protestante, por eso   falta LA MADRE.
  El Misterio de la Misa en 2 minutos:   https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk
  El que no valora una obra de arte es   porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw
  Lo que no ven tus ojos (2 minutos):   http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
  El Gran Milagro (película completa):   http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
  Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
    San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto   de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc 
  Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58
  Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo,   tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc   14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y   no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros"   (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre   dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si   comulgamos   en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y   renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero   (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios,   que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos   auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es   ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la   Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo,   pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama   realmente?
  Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el   primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las   fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos   pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana:   0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses"   son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren   baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué   no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que   todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa   grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10;   Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
  Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir   "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir   "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad",   "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la   tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la   Misa?
  Estamos en el mundo para ser felices para siempre,   santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la   Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el   representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes   de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el   Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm   14,23). ¿Otros pecados mortales? no   confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al   menos en tiempo pascual (920),   abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos),   promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación   artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual   fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón,   borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de   venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver   más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
  Si no ponemos los medios para confesamos lo antes   posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al   infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22;   10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.).   Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves,   si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa   (Jn 15,22).
   
    
  † Misal
   
  sab 3a. Sem cuaresma
    Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios: él   perdona todas tus culpas.
   
    Oremos: 
Concédenos, Señor, que celebrando con alegría esta   Cuaresma, de tal modo penetremos el significado del misterio pascual, que   obtengamos la plenitud de sus frutos. 
Por nuestro Señor   Jesucristo...
Amén.
   
    Yo   quiero misericordia y no sacrificios
  Lectura del libro del profeta Oseas 5, 15c; 6,   1-6
  Esto dice el Señor:
"En su angustia me buscarán y me   dirán:
"Vengan, regresemos al Señor; él nos ha despedazado y él nos sanará;   él nos ha herido y él nos vendará. Después de dos días nos devolverá la vida, al   tercero nos levantará, y viviremos en su presencia. Esforcémonos en conocer al   Señor; su venida es tan segura como la aurora; como aguacero descenderá sobre   nosotros, como lluvia primaveral que riega la tierra".
¿Qué voy a hacer   contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Tu amor es como nube mañanera,   como rocío que pronto se disipa. Por eso los he herido por medio de los   profetas; los he aniquilado con las palabras de mi boca, y mi juicio resplandece   como la luz. Porque quiero amor, y no sacrificios, y prefiero el conocimiento de   Dios, más que los holocaustos".
Palabra de Dios.
Te alabamos,   Señor.
    Sal   50, 3-4.18-19.20-21ab
  Misericordia quiero y no   sacrificios.
  Ten   piedad de mí, Dios mío, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa;   lava del todo mi maldad, limpia mi pecado.
Misericordia quiero y no   sacrificios.
  No   es el sacrificio lo que te complace, y si ofrezco un holocausto no lo   aceptarías. El sacrificio que Dios quiere es un espíritu arrepentido: un corazón   arrepentido y humillado tú, Dios mío, no lo desprecias.
Misericordia   quiero y no sacrificios.
  Favorece a Sión por tu bondad, reconstruye las murallas de   Jerusalén; entonces te agradarán los sacrificios prescritos, holocaustos y   ofrenda perfecta.
Misericordia quiero y no   sacrificios.
    Honor y gloria a ti, Señor Jesús. 
Hagámosle caso al Señor que nos dice: "No endurezcan su   corazón".
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
    El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo   no
  † Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18,   9-14
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo, a unos que presumían de ser hombres de bien y   despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola:
"Dos hombres subieron   al templo a orar; uno era fariseo, y el otro un recaudador de impuestos. El   fariseo, de pie, hacía interiormente esta oración:
"Dios mío, te doy gracias,   porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni   como ése que recauda impuestos para Roma. Ayuno dos veces por semana, y pago los   diezmos de todo lo que poseo".
Por su parte, el recaudador de impuestos,   manteniéndose a distancia, no se atrevía siquiera a levantar los ojos al cielo,   sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
"Dios mío, ten compasión de mí, que   soy un pecador".
Les digo que éste bajó a su casa reconciliado con Dios, y el   otro no. Porque el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será   engrandecido".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
   
    Tú que nos purificas con tu gracia para que nos acerquemos   dignamente a tu Eucaristía, concédenos, Señor, celebrarla de tal modo que   podamos rendirte una alabanza perfecta. 
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén.
   
    Significado espiritual de la   Cuaresma
  En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación,   darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y   eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Por él concedes a tus hijos anhelar, año   tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para   que dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la   celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con   plenitud hijos de Dios.
Por eso, 
con los ángeles y los arcángeles y con   todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu   gloria:
    El   publicano, manteniéndose a distancia, se golpeaba el pecho y decía: "Señor, ten   piedad de mí, porque soy un pecador".
   
    Oremos:
Dios de misericordia, que no cesas de alimentarnos con   tu santa Eucaristía, concédenos venerarla siempre con respeto y recibirla con fe   profunda. 
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén
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  †   Meditación diaria
  Cuaresma. 3ª semana. Sábado
  EL   FARISEO Y EL PUBLICANO
  —   Necesidad de la humildad. La soberbia lo pervierte todo.
  —   La hipocresía de los fariseos. Manifestaciones de la soberbia.
  —   Aprender del publicano de la parábola. Pedir la humildad.
  I.   Misericordia, Dios mío... Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera   un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un   corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias1. El Señor   se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde.
  Nos   presenta San Lucas en el Evangelio de la Misa de hoy2 a dos hombres   que subieron al Templo a orar: uno fariseo y publicano el otro. Los fariseos se   consideraban a sí mismos como puros y perfectos cumplidores de la ley; los   publicanos se encargaban de recaudar las contribuciones, y eran tenidos por   hombres más amantes de sus negocios que de cumplir con la ley. Antes de narrar   la parábola, el Evangelista se preocupa de señalar que Jesús se dirigía a   ciertos hombres que presumían de ser justos y despreciaban a los   demás.
  En   seguida se pone de manifiesto en la parábola que el fariseo ha entrado al Templo   sin humildad y sin amor. Él es el centro de sus propios pensamientos y el objeto   de su aprecio: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres,   ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por   semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. En vez de alabar a Dios, ha   comenzado, quizá de modo sutil, a alabarse a sí mismo. Todo lo que hacía eran   cosas buenas: ayunar, pagar el diezmo...; la bondad de estas obras quedó   destruida, sin embargo, por la soberbia: se atribuye a sí mismo el mérito, y   desprecia a los demás. Faltan la humildad y la caridad, y sin ellas no hay   ninguna virtud ni obra buena.
  El   fariseo está de pie. Ora, da gracias por lo que hace. Pero hay mucha   autocomplacencia, está "satisfecho". Se compara con los demás y se considera   superior, más justo, mejor cumplidor de la ley. La soberbia es el mayor   obstáculo que el hombre pone a la gracia divina. Y es el vicio capital más   peligroso: se insinúa y tiende a infiltrarse hasta en las buenas obras,   haciéndoles perder su condición y su mérito sobrenatural; su raíz está en lo más   profundo del hombre (en el amor propio desordenado), y nada hay tan difícil de   desarraigar e incluso de llegar a reconocer con claridad.
  ""A   mí mismo, con la admiración que me debo". —Esto escribió en la primera página de   un libro. Y lo mismo podrían estampar muchos otros pobrecitos, en la última hoja   de su vida.
  "¡Qué pena, si tú y yo vivimos o terminamos así! —Vamos a hacer un   examen serio"3. Pedimos al Señor que tenga siempre compasión de   nosotros y no nos deje caer en ese estado. Imploremos cada día la virtud de la   humildad y hagamos hoy el propósito de estar atentos a las diversas y variadas   expresiones en que se pone de manifiesto el pecado capital de la soberbia, y a   rectificar la intención en nuestras obras cuantas veces sea   necesario.
  II.   Algunos fariseos se convirtieron, y fueron amigos y fieles discípulos del Señor,   pero muchos otros no supieron reconocer al Mesías, que pasaba por sus calles y   plazas. La soberbia hizo que perdieran el norte de su existencia y que su vida   religiosa, de la que tanto alardeaban, quedara hueca y vacía. Sus prácticas de   piedad se consumían en formalismos y meras apariencias, realizadas de cara a la   galería. Cuando ayunan, demudan su rostro para que los demás lo   sepan4; cuando oran, gustan de hacerlo de pie y con ostentación en   las sinagogas o en medio de las plazas5; cuando dan limosna, lo   pregonan con trompetas6.
  El   Señor recomendará a sus discípulos: No hagáis como los fariseos. Y les   explica por qué no deben seguir su ejemplo: Todas sus obras las hacen para   ser vistos por los hombres7. Con palabra fuerte, para que   reaccionen, les llama hipócritas, semejantes a sepulcros blanqueados: vistosos   por fuera, repletos de podredumbre por dentro8.
  La   vanagloria "fue la que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para   sus luchas y los perdió. Porque, como se procura agradar a los espectadores que   cada uno tiene, según son los espectadores, tales son los combates que se   realizan"9. Para ser humildes no podemos olvidar jamás que quien   presencia nuestra vida y nuestras obras es el Señor, a quien hemos de procurar   agradar en todo momento.
  Los   fariseos, por la soberbia, se volvieron duros, inflexibles y exigentes con sus   semejantes, y débiles y comprensivos consigo mismos: Atan pesadas cargas a   los demás y ellos ni siquiera ponen un dedo para moverlas10. A   nosotros el Señor nos dice: El mayor entre vosotros ha de ser vuestro   servidor11. Y el Espíritu Santo, por medio de San Pablo:   llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de   Cristo12. Una de las manifestaciones más claras de la humildad es   el servir y ayudar a los demás, no ya en acciones aisladas sino de modo   constante.
  Quizá uno de los reproches más duros que les hace el Señor es   este: Vosotros no habéis entrado y a los que iban a entrar se lo habéis   impedido13. Han cerrado el camino a aquellos a quienes tenían que   guiar. ¡Guías ciegos!14 les llamará en otro lugar. La soberbia   hace perder la luz sobrenatural para uno mismo y para los   demás.
  La   soberbia tiene manifestaciones en todos los aspectos de la vida. "En las   relaciones con el prójimo, el amor propio nos hace susceptibles, inflexibles,   soberbios, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los   propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en   nuestras palabras. Se deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y   experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin   necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad se complace en mirar a los   demás, observarlos y juzgarlos; se inclina a compararse y a creerse mejor que   ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a   atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el   mal. El amor propio (...) hace que nos sintamos ofendidos cuando somos   humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y   obsequiados como esperábamos"15.
  Nosotros hemos de alejarnos del ejemplo y de la oración del   fariseo y aprender del publicano: Dios mío, ten misericordia de mí, que soy   un pecador. Es una jaculatoria para repetirla mucha veces, que fomenta en el   alma el amor a la humildad, también a la hora de rezar.
  III. El Señor está cerca de aquellos que tienen el corazón   contrito, y a los humillados de espíritu los salvará16. El   publicano dirige a Dios una oración humilde, y confía, no en sus méritos, sino   en la misericordia divina: quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a   levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten   compasión de mí que soy un pecador.
  El   Señor, que resiste a los soberbios pero a los humildes da su   gracia17, lo perdona y justifica. Os digo que este bajó a su   casa justificado, y aquel no.
  El   publicano "se quedó lejos, y por eso Dios se acercó más fácilmente... Que   esté lejos o que no lo esté, depende de ti. Ama y se acercará; ama y morará en   ti"18.
  También podemos aprender de este publicano cómo ha de ser nuestra   oración: humilde, atenta, confiada. Procurando que no sea un monólogo en el   que nos damos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos   poseer.
  En   el fondo de toda la parábola late una idea que el Señor quiere inculcarnos: la   necesidad de la humildad como fundamento de toda nuestra relación con Dios y con   los demás. Es la primera piedra de este edificio en construcción que es nuestra   vida interior. "No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por   mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la   obra.
  "—Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo   tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la   casa"19.
  Cuando una persona se siente postergada, herida en detalles   pequeñísimos, debe pensar que todavía no es humilde de verdad: es la ocasión de   aceptar la propia pequeñez y ser menos soberbios: "no eres humilde cuando te   humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por   Cristo"20.
  La   ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir adelante en esta   virtud. "María es, al mismo tiempo, una Madre de misericordia y de ternura, a la   que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en el seno   materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto   apreció; no tengas miedo de no ser atendido, María la pedirá para ti de ese Dios   que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es   omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída"21.   Después de considerar las enseñanzas del Señor, y de contemplar el ejemplo   humilde de Santa María, podemos acabar nuestra oración con esta petición:   "Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer   afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad   sea la identificación contigo"22.
  1 Salmo   responsorial. — 2 Lc 18, 9-14. — 3 San Josemaría   Escrivá, Surco, n. 719. — 4 Cfr. Mt 6, 16. — Cfr. Mt   6, 5. — 6 Cfr. Mt 6, 2. — 7 Mt 23, 5. — 8   Cfr. Mt 23, 27. — 9 San Juan Crisóstomo, Hom. sobre San   Mateo, 72, 1. — 10 Lc 11, 46. — 11 Mt 23, 11. —   12 Gal 6, 2. — 13 Lc 11, 53. — 14 Mt   15, 14. — 15 B. Baur, En la intimidad con Dios, p. 89. — 16   Sal 33. — 17 Sant 4, 6. — 18 San Agustín, Sermón   9, 21. — 19 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 590. — 20   Ibídem, n. 594. — 21 J. Pecci -León XIII-, Práctica de la   humildad, 56. — 22 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa,   31.
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  † Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
   
  Fuente: Archidiócesis de Madrid 
Eusebio Palatino, Santo   Mártir, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Eusebio Palatino, Santo  |           Mártir          Es uno de los innumerables mártires anónimos. Voy a ver si         consigo explicarme. El Martirologio Romano lo menciona junto con Pedro,         Rústico, Herabo, Mario Palatino y ocho compañeros más de martirio cuyos         nombres ni siquiera se mencionan. Le doy el calificativo de "anónimo" o         desconocido por no tener noticia de ninguna circunstancia que nos hable         del lugar, tiempo o clase de padecimientos que tanto él como sus         compañeros sufrieran por la fe. Sólo conocemos sus nombres. A lo más que         podemos llegar -y esto como suposición- es que padecieron por Jesucristo         en África, por el relato concordante, aunque dependientes entre sí por las         fuentes que utilizan, de hagiógrafos que se inclinan por este probable         detalle.
  El Hagiologio lusitano de Pedro Cardoso, la Crónica de         España de Martín Carrillo y Moreno Vargas en su Historia de Mérida         sostienen que sufrieron martirio en la Bética, en un lugar llamado         Medellín, cerca de Mérida.
  En este caso no se ha dado paso a la         fábula; la imaginación popular no pudo poner aditamentos posteriores y         postizos a la figura humana de estos héroes cristianos; el genio no ha         sabido describir minuciosamente, como en otros muchos casos, gestas         sobreaumentadas con afanes ejemplarizantes pero ajenos a la estricta         realidad histórica. Esta influencia de la fantasía disculpable y         bienintencionada hizo mucho bien a generaciones de lectores y de oyentes         cristianos; muchos se sintieron animados a la fidelidad más estrecha a la         fe y a la paciencia en los momentos duros. Otro tipo de lectores no         corrieron la misma suerte; por tener un espíritu más crítico en asuntos         históricos, o por estar imbuidos de una mentalidad racionalista cerrada a         todo lo sobrenatural, el estilo anteriormente descrito les llevó a un         apartamiento de la Iglesia en cualquiera de sus manifestaciones y la         tildaron de arcaica y demasiado crédula. Como sucede en todos los asuntos,         hay para todos los gustos y nunca llueve a gusto de todos.
  A la         muerte de estos mártires, por razones ignotas para nosotros y que sólo         Dios conoce, no siguió un culto martirial posterior que mantuviera viva su         memoria hasta el fin del tiempo; nos queda la noticia escueta de su         entrega hasta la muerte y la heroicidad de la paciencia.
  Hacen bien         las sociedades cultas en mostrar agradecimiento a los héroes -aunque éstos         sean anónimos- que en épocas difíciles fueron quienes sostuvieron la         patria con su cultura, su libertad y las tradiciones de los mayores que,         una vez pasada la situación de crisis, luego siguen disfrutando las         generaciones futuras, cada una "actual" en su época. No se les atribuyen         gestas concretas reconocidas ni están avalados por triunfos personales;         simplemente dieron su vida ¿se les puede pedir más? Juntos forman una masa         anónima y son los más y probablemente los más importantes. Hicieron         posibles los bienes presentes que son su herencia. Probablemente este sea         el lógico y noble intento de las sociedades cultas actuales cuando         levantan en lugares preferentes monumento al "Soldado Desconocido",         queriendo expresar de algún modo -y dejarlo testimoniado a las         generaciones futuras- su agradecimiento.
  Eusebio Palatino fue uno         de estos personajes anónimos que supo personar la fidelidad a Jesucristo y         la fortaleza hasta el fin con el tesón de los que entienden valer la pena         su entrega. Mi testimonio agradecido a él y a sus compañeros anónimos.         
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  Fuente: Oremosjuntos.com 
Adriano (Adrián) de Cesarea,   Santo Mártir, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Adriano (Adrián) de Cesarea, Santo  |           Mártir         Martirologio Romano: En Cesarea de Palestina, san Adriano, mártir, que en la         persecución bajo el emperador Diocleciano, en el día en que solían         celebrarse los festejos de la Fortuna de los Cesarienses, por mandato del         procurador y por su fe de Cristo fue arrojado ante un león y después         degollado a espada (309).
  Etimológicamente: Adriano =         Adrián = Aquel que viene del mar, es de origen         latino.                   En el sexto año de la persecución de Diocleciano, siendo         Firmiliano gobernador de Palestina, Adrián y Eubulo (o Eusebio) fueron de         Batenea a Cesarea para visitar a los confesores de la fe. 
  Cuando         los guardias de la ciudad les interrogaron sobre el motivo de su viaje,         los mártires respondieron sin rodeos que habían ido a visitar a los         cristianos. 
  Inmediatamente fueron conducidos ante el gobernador,         quien los mandó azotar y desgarrar las carnes con los garfios de hierro,         para ser arrojados después a las fieras. 
  Dos días más tarde,         durante las fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado, después de         haber sido atacado por un león. 
  Eubolo corrió la misma suerte, uno         o dos días después. El juez le había prometido la libertad a este último,         con tal de que sacrificara a los ídolos, pero el santo prefirió la muerte.           | 
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  Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa 
Lucio I,   Santo XXII Papa, Marzo 5   
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  |                        |                Lucio I, Santo  |           XXII Papa         Martirologio Romano: En Roma, en la vía Apia, en el cementerio de Calisto,         sepultura de san Lucio, papa, sucesor de Cornelio, que sufrió el exilio         por la fe de Cristo y fue, en tiempos angustiosos, eximio confesor de la         fe, actuando con moderación y prudencia         (254).
  Etimológicamente: Lucio = nacido con la         primera luz, es de origen latino.
  Fue Pontífice de 253-254;         murió en Roma el 5 de marzo de 254. Después de la muerte del Papa San         Cornelio, quien murió en el exilio en el verano del 253, Lucio fue elegido         para tomar su lugar, y fue consagrado Obispo de Roma. Nada se sabe de la         vida temprana de este Papa antes de su elevación. De acuerdo con el libro         "Liber Pontificalis", era romano de nacimiento y su [[padre] se llamaba         Porfirio. No se sabe de dónde el autor obtuvo esta información. Todavía         continuaba la persecución de la Iglesia bajo el Emperador Gallo durante la         cual Cornelio había sido desterrado. Lucio también fue enviado al exilio         pronto después de su consagración, pero en un corto tiempo, presuntamente         cuando Valeriano fue designado emperador, a él le fue permitido regresar a         su rebaño. El Catálogo Feliciano, cuya información se encuentra en el         "Liber Pontificalis", nos informa del exilio y del milagroso retorno de         Lucio: "Hic exul fuit et postea nutu Dei incolumis ad ecclesiam reversus         est." San Cipriano, quien escribió una carta (perdida) de felicitaciones a         Lucio en su elevación a la Santa Sede y sobre su exilio, envió una segunda         carta de felicitaciones para él y sus acompañantes en el exilio, como         también a toda la Iglesia Romana (ep. LXI, ed. Hartel, II, 695 sqq.).         
  La carta comienza: "Querido Hermano, hace muy poco tiempo te         ofrecimos nuestras felicitaciones, cuando Dios te exaltó a gobernar Su         Iglesia y te concedió la doble gloria de confesor y obispo. De nuevo te         felicitamos a ti, a tus acompañantes y a toda la congregación; con esto,         debido a la bondadosa y poderosa protección de nuestro Dios, Él te ha         guiado de regreso con alabanzas y gloria a Sí mismo, de manera que el         rebaño pueda recibir de nuevo a su pastor, el barco a su piloto y la gente         a un director que los gobierne y les muestre abiertamente que fue el         designio de Dios que permitió tu destierro, no para que el obispo exiliado         fuera privado de su Iglesia, sino más bien para que regresara a su Iglesia         con mayor autoridad". 
  Cipriano continúa, refiriéndose a los tres         niños hebreos en el horno ardiente, que el regreso del exilio no aminoraba         la gloria de la confesión, y que la persecución, la cual iba dirigida sólo         contra los confesores de la Iglesia verdadera, comprobaba cuál era la         Iglesia de Cristo. En conclusión, él describe la felicidad de la Roma         cristiana ante la llegada de su pastor. Cuando Cipriano afirma que Dios         por medio de la persecución buscó "hacer avergonzar y silenciar a los         herejes" y así probar dónde estaba la Iglesia, quién era su único obispo         elegido por el designio de Dios, quiénes eran sus presbíteros sujetos al         obispo en la gloria del sacerdocio, quiénes eran la verdadera gente de         Cristo, unidos a Su rebaño por un amor excepcional, quiénes eran los         oprimidos por sus enemigos, y al mismo tiempo dónde estaban aquellos que         el Diablo protege como suyos, refiriéndose obviamente a los novacianos. El         Cisma de Novaciano, a través del cual se presentó como antipapa, en         oposición a Cornelio, todavía continuaba en Roma bajo Lucio. 
  En         referencia a la confesión y a la restauración de los "Lapsi" (caídos),         Lucio se adhirió a los principios de San Cornelio y de San Cipriano. De         acuerdo con el testimonio del último, contenido en una carta al Papa San         Esteban I (ep. LXVIII, 5, ed. Hartel, II, 748), Lucio, así como Cornelio,         había expuesto su opinión por escrito: "Illi enim pleni spiritu Domini et         in glorioso martyrio constituti dandam esse lapsis pacem censuerunt et         poenitentia acta fructum communicationis et pacis negandum non esse         litteris suis signaverunt." (Para ellos, llenos del Espíritu Santo de Dios         y confirmado en glorioso martirio, juzgaron que el perdón debe ser         otorgado a los Lapsi, y dieron a entender en sus cartas que, que cuando         éstos hayan realizado la penitencia, no se les debe negar el gozo de la         comunión y de la reconciliación.) Lucio murió a principios de marzo del         año 254. En el "Depositio episcoporum" el "Cronógrafo de 354" da la fecha         de su muerte como el 5 de marzo, el "Martyrologium Hieronymianum" como el         4 de marzo. La primera fecha es probablemente la correcta. Quizás Lucio         murió el 4 de marzo y fue enterrado el 5 de marzo. De acuerdo al "Liber         Pontificalis" este Papa fue decapitado en tiempos de Valeriano, pero este         testimonio no puede ser comprobado. Es verdad que Cipriano en la antedicha         carta a Esteban (ep. LXVIII, 5) le da a él, como también Cornelio, el         titulo honorario de mártir: "servandus est enim antecessorum nostrorum         beatorum martyrum Cornelii et Lucii honor gloriosus" (pues debe ser         preservada la memoria gloriosa de nuestros predecesores los santos         mártires Cornelio y Lucio); pero probablemente esto fue un relato del         corto destierro de Lucio. Cornelio, quien murió en el exilio, fue honrado         como mártir por los romanos después de su muerte; pero no así Lucio. En el         calendario romano de fiestas del "Cronógrafo de 354" él es mencionado en         el "Depositio episcoporum", y no bajo el encabezado de "Depositio         martyrum". Sin embargo, su memoria fue particularmente honrada, como         aclara la aparición de su nombre en el "Martyrologium Hieronymianum". Es         cierto que Eusebio sostiene (Hist. Eccl., VII, 10) que Valeriano favorecía         a los cristianos al principio de su reinado. El primer edicto de         persecución del emperador apareció sólo en el año 257. 
  Lucio fue         enterrado en un compartimiento de la bóveda papal en las catacumbas de San         Calixto. En la excavación de la bóveda, De Rossi encontró un fragmento         grande del epitafio original, el cual sólo da el nombre del Papa en         griego: LOUKIS. La losa está quebrada justo atrás de la palabra, así que         con toda probabilidad no había nada más escrito excepto el titulo         EPISKOPOS (obispo). Las reliquias del santo fueron trasladadas por el Papa         San Paulo I (757-767) a la Iglesia de San Silvestre en Capita, o por el         Papa San Pascual I (817-824) a la Basílica de San Práxedes [Marucchi,         "Basiliques et eglises de Rome", Roma, 1902, 399 (inscripción en San         Silvestre), 325 (inscripción en San Práxedes)]. El autor del "Liber         Pontificalis" ha atribuido desautorizadamente a San Lucio un decreto, de         acuerdo con el cual dos sacerdotes y tres diáconos deben acompañar siempre         al obispo para ser testigos de su vida virtuosa: "Hic praecepit, ut duo         presbyteri et tres diaconi in omni loco episcopum non desererent propter         testimonium ecclesiasticum." Tal medida debió ser necesaria bajo ciertas         condiciones en un periodo posterior; pero en época de Lucio esto era         increíble. Este supuesto decreto indujo una falsificación posterior para         inventar otro decreto apócrifo y se lo atribuyeron a Lucio. Es también         fabricada la historia en el "Liber Pontificalis" que Lucio, cuando era         llevado a la muerte, dio al archidiácono Esteban poder sobre la         Iglesia.  | 
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  Fuente: Franciscanos.org 
Juan José de la Cruz, Santo   Presbítero Franciscano, Marzo 5   
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  |                        |                Juan José de la Cruz, Santo  |           Presbítero Franciscano         Martirologio         Romano:En         Nápoles, san Juan José de la Cruz (Carlos) Gaetano, presbítero de la Orden         de los Hermanos Menores, que, siguiendo las huellas de san Pedro de         Alcántara, restableció la disciplina de la Regla en muchos conventos de la         provincia de Nápoles.                   CARLOS CAYETANO CALOSINTO         nació el 15 de agosto, día de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, del         año 1654 en el volcánico islote de Isquia, situado a la entrada del golfo         de Nápoles, de suelo muy rico y fértil. En el bautismo recibió el nombre         de Carlos Cayetano. Su familia era noble y piadosísima; sus padres, José         Calosinto y Laura Garguilo, vieron, con santo consuelo, que cinco hijos         suyos se consagraron al Señor. A todos aventajó Carlos en virtud y         santidad de vida.
  Ya en sus tiernos años gustaba sobremanera del         retiro, silencio y oración; apartábase de los juegos y entretenimientos de         sus hermanos y consagraba el tiempo de los recreos a visitar iglesias,         orando en ellas con angelical devoción.
  Tenía especial cariño y         amor a la Virgen nuestra Señora, y cada día rezaba el Oficio Parvo y otras         preces marianas, como el rosario y las letanías, ante un altarcito que él         mismo había aderezado en su aposento a la gloriosa Reina del cielo. Los         sábados y vigilias de sus fiestas solía ayunar a pan y agua.
  Amaba         a los pobres con singular ternura, recordando que el bien que a ellos se         hace lo tiene Jesucristo como hecho a Él mismo. Aunque de muy noble y         opulenta familia, gustaba de llevar vestidos humildes y ordinarios.         Trabajaba y distribuía entre los pobres el fruto de su labor.
  Ya         pequeñito sabía mortificarse y practicar algunas penitencias, y cierto día         en que uno de sus hermanos le dio de bofetadas, él, en vez de vengarse, se         arrodilló a sus pies pidiéndole perdón, y luego rezó por él un         Padrenuestro.
  Carlos Cayetano, religioso
  Cuando tenía         apenas diecisiete años, determinó consagrarse enteramente al servicio         divino, abrazando alguna religión de vida rigurosa y austera; pero no         sabía cuál elegir entre las tres severas órdenes de los Cartujos, Mínimos         y Frailes Menores o Franciscanos.
  Hizo una fervorosa novena al         Espíritu Santo, en la que pidió luz para conocer su camino. Al terminarla         ocurrió que Juan de San Bernardo, franciscano descalzo de la reforma de         San Pedro de Alcántara, llegado de España a Italia para establecer allí         esta nueva rama de la Orden de San Francisco, llegó a Isquia llevado de la         providencia del Señor. Las eminentes virtudes de Juan, su vida santísima y         su hábito austero y humilde, llenaron de admiración a Carlos Cayetano, el         cual desde ese día ya no titubeó más en la elección. Dejó a su familia y         pasó a Nápoles, al convento de Santa Lucía del Monte, pidiendo con         insistencia ser admitido.
  Pasados nueve meses de prueba, comenzó         los santos ejercicios del noviciado, y poco después vistió el hábito         religioso, trocando su nombre por el de Juan José de la Cruz, en honra de         San Juan Bautista, cuya fiesta se celebraba al día siguiente; del glorioso         San José, de quien era devotísimo, y de la sagrada Cruz, por la gran         devoción que tenía a la Pasión de nuestro divino Salvador. Fue el primero         en Italia en ingresar en la Reforma de Observantes Descalzos, y luego el         principal promotor de la Orden en las provincias napolitanas.
  El         tiempo de su noviciado lo pasó entregado a las mayores austeridades, no         excediéndole ningún novicio en la exactitud de la observancia regular.         Ayunaba cada día a pan y agua, dormía breves horas, y consigo llevaba,         como dice San Pablo, la mortificación de Cristo en su espíritu y corazón.         San Francisco de Asís y San Pedro de Alcántara fueron los modelos que         trató de imitar, llegando en breve a ser dechado de novicio.
  Tres         años permaneció en Nápoles después de su profesión, adelantando a grandes         pasos por la senda de la virtud.
  En el año de 1674 y cumplidos los         veinte de su edad, viendo los superiores que, aunque mozo en los años, era         eminente en virtud y santidad, lo enviaron a fundar un convento en         Piedimonte de Afila, al pie de los montes Apeninos, y, con ser ese cargo         de difícil desempeño, lo ejerció perfectamente ayudándose de la gracia del         Señor. Dio fuerte impulso a la edificación del convento, ayudando él mismo         a los albañiles y llevando sobre sus hombros piedras y otros materiales         necesarios.
  De ese modo, al juntarse las muchas fatigas y trabajos         con sus grandes austeridades, le sobrevinieron recios vómitos de sangre         que lo dejaron extenuado, y aun hubiera muerto a no ser por la protección         visible de la Virgen María, merced a la cual cobró en breve la         salud.
  Concluida la fábrica material del convento, dedicóse a hacer         reinar entre los religiosos un profundo silencio y recogimiento, y la         observancia exacta y rigurosa de la santa Regla. Quería que aquella casa,         primera de la Orden en Italia, no sólo rivalizara con la de Pedroso,         fundada en Extremadura por el mismo San Pedro de Alcántara, sino que la         excediera en el rigor de la observancia regular. Como si quisiera el Señor         premiar el celo de su siervo, tuvo aquí fray Juan José el primer         arrobamiento, viéndole los demás religiosos levantado en el aire durante         un oficio que celebraba en la capilla.
  A la edad de veintitrés         años, fue ordenado sacerdote por mandato de los superiores, pues no quería         él aceptar esta dignidad por juzgarse indigno de ella. También por         obediencia consintió en dedicarse al cargo de confesor. Descubrió en el         ejercicio de este santo ministerio su admirable ciencia teológica, que         había aprendido, como Santo Tomás y Santa Teresa, más en la meditación del         crucifijo que en el estudio de los libros. Con el fin de darse de lleno a         la oración y penitencia, se retiró a una pequeña ermita próxima al         convento, y muy en breve se le juntaron algunos religiosos, que bajo su         dirección progresaron en perfección y santidad.
  Maestro de         novicios y provincial
  A los veintisiete años cumplidos, lo         nombraron los superiores maestro de novicios. En su nuevo cargo nunca se         tomó licencia para dispensarse de la observancia regular; asistía         puntualmente al coro y a los ejercicios de comunidad, siendo fidelísimo a         la oración y espejo de virtudes religiosas para sus novicios. Áspero y         riguroso consigo mismo, era muy blando y bondadoso con los demás. Ponía         todo su afán en abrasar en el fuego del divino amor y traer a la imitación         de Cristo y de su santísima Madre a cuantos tenía bajo su         dirección.
  Nombrado luego "guardián" del convento de Piedimonte,         desempeñó con mucho acierto este cargo; pero, como su humildad prefería la         obediencia al mando, hizo tales instancias a los superiores, que a poco le         relevaron del empleo; mas no disfrutó largo tiempo de esa libertad tan         deseada, pues en 1684, el Capítulo provincial volvió a nombrarle guardián.         
  El Señor le probó por entonces con grandes desolaciones         interiores, pues se vio atormentada su alma con tinieblas y dudas que le         hicieron padecer sobremanera. Sufrió esta prueba con mucha paciencia y el         Señor se dignó premiarle con una visión en la que se le apareció el alma         de un religioso muerto hacía poco, asegurándole que ninguno de los         religiosos de San Pedro de Alcántara venidos a Nápoles se había condenado.         Tan consolado quedó con esta revelación, que de muy buen grado aceptó las         obligaciones que su nuevo cargo le imponía.
  También por este tiempo         plugo al Señor manifestar la santidad de su siervo con muchos y         portentosos milagros, multiplicando el pan del monasterio y haciendo         crecer en una noche legumbres recogidas la víspera para darlas a los         pobres.
  Libre ya otra vez del cargo de guardián, fue elegido en         1690 definidor de la Orden y al mismo tiempo repuesto en el cargo de         maestro de novicios, cargo que desempeñó por espacio de cuatro años en         Nápoles y en Piedimonte. Habiendo enfermado gravemente su anciana madre,         acudió a su lado para asistirla en su agonía y muerte, siendo recibido por         los de Isquia con grandes honores y muchas muestras de         veneración.
  En el año de 1702, los religiosos españoles fundadores         de la Reforma de los Observantes Descalzos en Italia, juzgaron haber         cumplido su cometido y regresaron a su patria. Con este motivo, los         religiosos italianos suplicaron al padre Juan José que se encargara de         llevar adelante la constitución de la provincia italiana. Después de         vencer muchas y grandes dificultades, logró el apetecido intento, y el         Capítulo de la nueva provincia le nombró ministro provincial a pesar de         sus ruegos y lágrimas. En verdad fue acertada esta elección, pues él era         el más apto para ocupar y asegurar la prosperidad de la naciente         provincia, mantener el rigor de la observancia de San Pedro de Alcántara y         hacer florecer las virtudes del patriarca San Francisco.
  Cumplido         el tiempo de su mandato y habiendo desempeñado con acierto tan preeminente         cargo, volvió a la obediencia y vida común con gran consuelo y gozo de su         alma, recogiéndose en el convento de Santa Lucía, para consagrar lo que le         quedase de vida a la dirección y salvación del prójimo.
  Virtudes         y prodigios 
  Tenía Juan José ilimitada confianza en el Señor, y         Dios se la premiaba con multitud de milagros y prodigios extraordinarios,         como el que obró ocho años antes de su muerte, sucedido de la manera que         aquí declaramos.
  Al entrar cierto día del mes de febrero en el         convento, se le acercó un comerciante napolitano y le rogó intercediera         por su mujer gravemente enferma, la cual deseaba ardientemente comerse         unos melocotones, cosa imposible de darle en aquella época del año. Díjole         el Santo que tuviese confianza y que, al día siguiente, el Señor, San         Pedro de Alcántara y San Pascual Bailón atenderían sus súplicas; y, como         viera allí cerca unas ramas secas de castaño, dijo a fray Miguel que le         acompañaba:
  - Hermano Miguel, tome tres ramas de ésas y plántelas;         si así lo hace, el Señor, San Pedro de Alcántara y San Pascual remediarán         la necesidad de esa pobre mujer.
  Fray Miguel repuso extrañado:         
  - Pero, Padre, ¿cómo van a dar melocotones estas ramas de         castaño?
  - Eso lo harán el Señor y San Pedro de Alcántara -le         respondió Juan José.
  Obedeció fray Miguel plantando las tres ramas         secas de castaño en una maceta que estaba cerca de la ventana del Santo,         y, cosa maravillosa, al día siguiente aparecieron todas cubiertas de hojas         verdes, y vieron todos que de cada rama colgaba un hermoso melocotón; al         comerlos la mujer enferma, quedó sana.
  Los resplandores del divino         amor que inflamaba su alma, iluminaban su rostro y daban a sus palabras         singular blandura y piedad. Aunque no hubiese cielo ni infierno -decía-,         quisiera yo amar a Dios por toda la eternidad.
  El amor a Dios suele         ir acompañado de grande amor al prójimo y sobre todo a los pobres y         necesitados, y así el padre Juan José miraba como obligación suya socorrer         y alimentar a los menesterosos, no consintiendo nunca que se despidiese         del monasterio a un solo mendigo sin darle limosna. En cierta época de         gran escasez, guardaba su propia comida y la de la comunidad para         sustentar con ella a los necesitados, dejando en manos de la divina         Providencia el cuidado de proveer a las necesidades del         convento.
  Su caridad para con los enfermos le llevaba a desear         padecer los achaques y enfermedades que ellos padecían, y así lo pedía al         Señor, siendo muchas veces oídas sus súplicas. Gustábale asimismo hacer         grandes penitencias para que el Señor perdonase a los pecadores que con él         se confesaban, y a los cuales no imponía sino una leve         satisfacción.
  Tanto a sus penitentes como a los enfermos que         visitaba, les infundía tierna y filial devoción a la Virgen María, a quien         amaba con singular ternura y cariño.
  -- Acudid a la Virgen         Santísima -les decía-; ella os ayudará, os consolará y os librará de         vuestras penas y congojas.
  -- Dale el dulcísimo nombre de madre         -dijo un día a un joven estudiante de su comunidad-; dile Mamá, mamá, mi         dulce y querida madre María!, y tenle grande y filial devoción y amor,         pues ella es tu tierna madre.
  Tenía en su celda un precioso cuadro         de la Virgen que le regaló el famoso pintor Mattœis, y no apartaba de él         sus ojos, consultando con su Madre celestial todas las dificultades.         Aseguran algunos que esta santa imagen le habló repetidas         veces.
  Poseía en grado eminente las virtudes que son propias del         estado religioso. Su obediencia a los mandatos de sus superiores era         perfectísima; su amor a la pobreza era intenso. Durante toda su vida         guardó íntegra la flor de la virginidad; y la humildad, que es fundamento         de todas las virtudes cristianas, le hizo cumplir con alegría los oficios         más bajos del convento. Guardaba riguroso silencio y, si alguna vez se         veía precisado a hablar, lo hacía en voz baja. Iba siempre con la cabeza         descubierta y bajo su hábito llevaba cilicios y cadenas que mudaba con         frecuencia para aumentar sus dolores. Se disciplinaba duramente y, cuando         sus superiores le obligaron a llevar sandalias, que fue a los cuarenta         años, ponía en ellas clavos y piedrecitas. Daba brevísimo tiempo al sueño,         y en los últimos treinta años de su vida no probó vino, agua, ni otra         bebida; y, como en su vejez le aconsejaran moderar un tanto sus rigores a         la vista de las enfermedades que padecía, él respondió:
  -- No         padezco ninguna dolencia que me impida trabajar en la salvación de las         almas; y aun cuando la padeciera, ¿acaso no tendría que sacrificarme con         Jesús crucificado por estas almas tan desgraciadas?
  Éxtasis y         otros favores celestiales
  El divino Maestro suele complacerse         en regalar con las celestiales delicias del Tabor a cuantos le aman lo         bastante para seguirle valerosamente hasta el Calvario.
  El padre         Juan José de la Cruz tuvo frecuentes éxtasis, mereciendo además el insigne         favor de tener al Niño Jesús en sus brazos en varias ocasiones, y         señaladamente en la noche de Navidad. La Virgen María se le apareció y         habló muchas veces, como él mismo lo declaró en ratos de         esparcimiento.
  Tuvo asimismo el don de bilocación. Vino un día al         convento el criado de una duquesa, suplicando al Santo que fuese a         visitarla, pues estaba gravemente enferma y quería confesarse; pero Juan         José se hallaba también acostado sin poder moverse. El criado se volvió         muy afligido y fue a su dueña para contarle la triste noticia. Mas cuál no         sería su asombro cuando, al entrar en el cuarto donde yacía la enferma,         halló en él al padre Juan José. Fuera de sí de gozo, prorrumpió en gritos         de admiración, no pudiendo creer lo que veían sus ojos.
  -- Eres muy         cándido -le dijo el Santo, cuya humildad se vio comprometida-; he pasado a         tu lado y no me has visto.
  El Señor le favoreció con el don de         profecía. Así, predijo un día su destino a tres jóvenes que fueron a         consultarle. Al primero le dijo: "Hijo mío, tu vocación no es la vida         religiosa; tienes cara de tener que morir ahorcado". Al segundo le dio         este consejo: Ten cuidado y está alerta, hijo, pues te amenaza un grave         peligro. Al tercero le dijo: Ruega a la Virgen con fervor, cumple         fielmente todas tus obligaciones y el Señor te protegerá". Estas         predicciones se verificaron a la letra, pues el tercero se hizo religioso         franciscano descalzo. Pasando cerca de Puzzuoli, supo que el segundo había         sido asesinado y ferozmente acuchillado en un monte cercano. Poco después         halló al primero armado como un bandido, el cual le contó cómo se había         escapado de la cárcel para evitar la muerte a que le condenaron por         asesinato, y que ahora le perseguían por un homicidio.
  Llamado otra         vez el Santo para asistir a una religiosa moribunda, acudió al instante y,         mirando a una jovencita, sobrina de la monja que estaba junto a su cama,         dijo: Me habéis llamado para asistir a la muerte de la tía que aún vivirá         largos años; pero la sobrina sí que está al borde de la eternidad. Poco         después sanó la religiosa, y la joven murió repentinamente de         apoplejía.
  Su muerte
  Los señalados premios y favores         otorgados por el Señor a nuestro Santo, sólo consiguieron desprenderle más         y más de las cosas de este mundo y acrecentar el deseo que tenía de las         eternas. Por eso se llenó de santa alegría con la noticia de su próxima         muerte. Una semana antes, o sea, a finales del mes de febrero del año         1734, rogó a su hermano que le encomendase al Señor en sus oraciones del         viernes siguiente, y cabalmente fue ese día el postrero de su         vida.
  Le administraron la Extremaunción hallándose presente la         comunidad y algunas personas honorables de la ciudad. Pasó la noche         entretenido en fervorosos afectos de contrición, amor, agradecimiento y         resignación, y al amanecer dijo al Hermano que le asistía:
  -- Ya         sólo me quedan breves momentos de vida.
  Corrió el Hermano a         decírselo al superior y toda la Comunidad acudió cabe su lecho, y entre         gemidos y lágrimas le leyeron la recomendación del alma. Cuando el padre         Guardián advirtió en el enfermo señales de agonía, le dio la absolución, y         el Santo bajó la cabeza en prueba de agradecimiento. Luego, la levantó y         miró con inefable ternura a la imagen de María, y, sonriendo plácidamente,         cerró los ojos del cuerpo a las cosas visibles y expiró con grande         tranquilidad. Su gloriosa alma voló al cielo para gozar eternamente de la         bienaventurada presencia del Señor. Sucedió tan dichoso tránsito a los         cinco días del mes de marzo del año 1734, cuando Juan José tenía ochenta         de edad.
  En el instante en que el espíritu del siervo de Dios voló         al cielo, Diego Pignatelli, duque de Monte León, vio aparecer, de repente,         delante de sí al Padre Juan José aureolado con luz sobrenatural y muy sano         y robusto. Admiróse de lo que veía, pues unos días antes le había dejado         enfermo en Nápoles, y así le dijo:
  -- Pero ¿qué pasa, Padre Juan         José? ¿De dónde que haya cobrado tan presto salud y fuerzas?
  -- Ya         estoy bueno y soy feliz -le contestó el Santo.
  Y en diciendo estas         palabras, desapareció. También se apareció a Inocencia Vabetta, que estaba         durmiendo cuando murió el Santo, y a otros muchos, entre ellos al padre         Bruno, que era religioso en la misma comunidad que Juan José.
  Este         admirable y santísimo siervo de Dios fue canonizado por Gregorio XVI junto         con San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Jerónimo, San Pacífico         y Santa Verónica de Juliani. Sus sagradas reliquias están en la ciudad de         Nápoles, en la iglesia del convento de Sta. Lucía del         Monte.  | 
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  Fuente: Franciscanos.net 
Cristóbal Macassoli de Milán,   Santo Presbítero Franciscano, Marzo 5   
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  |                        |                Cristóbal Macassoli de Milán, Santo  |           Presbítero Franciscano         Martirologio Romano: En Vigevano, en Lombardía, beato Cristóbal Macassoli,         presbítero de la Orden de Hermanos Menores, insigne por su predicación y         su caridad para con los pobres (1485).
  Etimológicamente:         Cristóbal = Aquel que lleva a Cristo consigo, es de origen         griego.                   Sacerdote de la Primera Orden (1400‑1485). Aprobó su culto         León XIII el 26 de julio de 1890.
  Cristóbal Macassoli nació en         Milán a comienzos del siglo XV. Transcurrió su infancia en la inocencia y         la bondad, bajo los cuidados solícitos de sus padres. Hacia los 20 años se         hizo franciscano, cuando San Bernardino de Siena (1389‑1444) recorría las         ciudades de Italia predicando incansablemente el evangelio, y suscitando         un profundo cambio en las almas, con grandiosas conversiones, y trabajaba         intensamente para volver a la Orden Franciscana a la primitiva observancia         de la regla como la había dictado y practicado San Francisco de         Asís.
  Cristóbal, ardiendo en amor a Dios y a los hermanos,         recorriendo el camino de la virtud, con pureza de corazón, con una viva         confianza en Dios, en la austera observancia de la pobreza, se colocó en         el camino luminoso de San Bernardino, místico sol del siglo XV. Ordenado         sacerdote, fue insigne por su predicación y santidad, y por su entrega         generosa y sin medida al ministerio apostólico. Su fama fue creciendo, ya         por las numerosas conversiones que obró, ya por los poderes taumatúrgicos         que se le atribuyeron. Con el ejemplo y con la palabra edificó la Iglesia         de Cristo.
  Con el Beato Pacífico Ramati de Cerano fundó el convento         de Santa María de las Gracias en Vigevano, cuya admirable iglesia fue         construida por Galeazzo Sforza y consagrada en 1476. Allí fijó su         residencia después de una vida de gran actividad apostólica. Pronto la         fama de su santidad se extendió tan ampliamente, que aun de partes lejanas         llegaban a él numerosos fieles para pedir su oración y escuchar su palabra         siempre llena de caridad y comprensión, para que bendijera a los enfermos         y a los niños. Dios a menudo glorificó la santidad de su siervo fiel con         prodigios. 
  Murió el 5 de marzo de 1485, a los 85 años de edad. Su         cuerpo, rodeado de la veneración de sus devotos, fue sepultado en la         iglesia de Santa María de las Gracias, en la capilla de San Bernardino. En         1810 sus reliquias fueron trasladadas a la catedral de Vigevano. Un         antiguo testimonio del culto que le fue rendido es el cuadro del altar de         Santa María de las Gracias de 1653, en el cual el Beato es representado         junto con San Bernardino al lado de la Virgen. León XIII aprobó su culto         el 25 de julio de 1890. No es raro que del Beato Cristóbal de Milán haya         tomado Manzoni el nombre y la figura del Padre Cristóbal de Pescarenico,         en su novela "Los Novios".  | 
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  Conón   el Hortelano, Santo   Mártir, Marzo 5   
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  |                        |                Conón el Hortelano, Santo  |           Martirologio Romano: En Pamfilia, san Conón,         mártir, hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a         correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de         rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).
  En Pamfilia,         era hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a         correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de         rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).           | 
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  Fuente: Franciscanos.org 
Jeremías de Valaquia, Beato   Religioso Capuchino, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Jeremías de Valaquia, Beato  |           Religioso Capuchino         Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, beato Jeremías de Valaquia         (Juan) Kostistik, el cual, religioso de la Orden de los Hermanos Menores         Capuchinos, con caridad y alegría asistió incesantemente a los enfermos         durante cuarenta años (1625).
  Etimológicamente:         Jeremías = La elevación del Señor, es de origen         hebreo.                             JUAN KOSTISTIK         Hermano profeso capuchino, que nació en el seno de una         familia campesina de Rumania y, en su juventud, emigró a Nápoles (Italia).         Las virtudes aprendidas en el hogar, las desarrolló durante su larga vida         religiosa en el oficio de enfermero, en el que prodigó su entrega, ternura         y amor a los más débiles y desamparados. Lo beatificó Juan Pablo II en         1983, y es el primer rumano elevado oficialmente al honor de los         altares.
  Nací en Rumania allá por el año 1556, y si me hubieran dicho         de pequeño que terminaría siendo capuchino, no me lo hubiera creído; entre         otras cosas porque no sabía qué era eso.
  La culpa de todo la tuvo         mi madre, que me llenaba la cabeza de sueños contándome cosas de Italia,         donde estaban los buenos cristianos y todos los monjes eran santos; y         además estaba el papa.
  Tan bonito me lo pintó que a los 18 años         dejé la familia y me puse en camino en busca de algo que intuía pero que         no sabía concretar.
  El viaje no fue fácil. Hasta llegar a encontrar         lo que pretendía sufrí lo indecible e hice de todo: trabajar en una         fábrica, cavar, guardar animales, servir a un médico y a un farmacéutico.         Probé todos los oficios menos dos: paje y verdugo.
  Después de tres         años de ir deambulando de un sitio a otro llegué, por fin, a Italia; y         cuál no sería mi decepción al comprobar que, de buenos cristianos, nada;         mucho peor que los de mi tierra; hasta el punto que pensé en volverme otra         vez a casa.
  Menos mal que un anciano me hizo caer en la cuenta de         que no podía generalizar mi primera mala experiencia. Me indicó que fuera         a Nápoles y allí encontraría esos buenos cristianos que estaba         buscando.
  Y así fue; no sólo encontré repletas las iglesias, sino         que también descubrí aquellos monjes santos de los que me hablaba mi         madre: los capuchinos.
  Al lado de los últimos 
  Los         primeros años de profeso estuve en distintos conventos ayudando en la         marcha de la casa; pero muy pronto me mandaron al convento de S. Efrén el         Nuevo de Nápoles, donde me pasé cuarenta años como enfermero.
  De mi         madre aprendí a ser atento con los pobres, por eso veía lógico que         entraran en la huerta de nuestro convento a comer lo que necesitaran. Pero         los frailes se hartaron y pusieron una valla. Yo me indigné y, en plan         apocalíptico, empecé a gritarles que ya no tendrían más esas cebollas         gordas y hermosas que se criaban cuando no había valla, y que semejante         avaricia sería causa de una gran carestía.
  La verdad es que me         sentía a gusto entre los pobres y me molestaban las injusticias que se les         hacían. Cuando los notables de la ciudad se unieron para pedirle a S.         Lorenzo de Brindis que se hiciera portavoz ante el rey de España Felipe         III del pueblo oprimido y vejado por el virrey Pedro Girón, yo hice lo         posible para convencer al P. Lorenzo -ya que él se resistía- para que         aceptara esta delicada misión.
  Pero con los pobres que más me         volqué fue con los enfermos. La enfermería contaba con más de setenta, y         aunque procuraba atenderlos a todos, prefería a los frailes sencillos, ya         que los superiores solían estar bien atendidos por los otros         frailes.
  A pesar del trabajo y de los años, siempre mantuve la cara         colorada y fresca. Tal vez fuera por lo mucho que me gustaban las habas;         de ahí que me pidieran y yo las ofreciera pensando menos en la cosmética         que en lo buenas que estaban.
  Los enfermos me llevaban todo el         tiempo, hasta el punto de que no necesitaba tener celda propia. Cuando         alguien me preguntaba el porqué, solía responderle que el sueldo no me         llegaba para pagar la pensión.
  Bromas aparte, la verdad es que el         trabajo era duro; sobre todo cuando tenía que atender a fray Anselmo de         Calabria, que había perdido la cabeza y se ensuciaba continuamente de         arriba a abajo; o a fray Salvador de Nápoles que además de lisiado había         quedado como tonto y tenía que darle la comida en la boca como un         pajarito, tranquilizándolo cuando me llamaba por las noches.
  El         Dios de cada día
  Sin embargo no hay ningún misterio en todo         esto. Si soportaba con alegría la dureza del trabajo era porque confiaba         plenamente en mi Señor, a quien servía en mis hermanos.
  A pesar del         misticismo que envolvía el ambiente, yo siempre preferí el servicio al         éxtasis. Recuerdo que una vez me pareció ver a la Virgen. Yo me atreví a         preguntarle cómo siendo Reina estaba sin corona. Y ella me respondió que         su corona era Jesús.
  Esta experiencia me impresionó tanto, que pedí         al Señor no tener más éxtasis, ya que me habrían impedido servir a los         hermanos. Yo era del parecer que la mejor forma de amar a Dios es ejercer         con responsabilidad el propio oficio, y el tiempo que queda dedicarlo a la         oración.
  Así era mi vida, hasta que el superior me mandó a visitar         a D. Juan de Avalos que estaba gravemente enfermo. Hacía un frío y un         viento terrible. Al volver al día siguiente al convento me sentí mal; era         una pleuropulmonía. A los pocos días el Señor me llamó, y yo me fui         contento de haber obedecido hasta dar la vida por los hermanos.         Era el 5 de marzo de   1625.  | 
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  Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01 
Gerásimo,   Santo Eremita, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Gerásimo, Santo  |           Eremita         Martirologio         Romano:         En Palestina, en la ribera del Jordán, san Gerásimo, anacoreta, que en         tiempo del emperador Zenón, convertido a la fe ortodoxa por obra de san         Eutimio, se entregó a grandes penitencias, ofreciendo a todos los que bajo         su dirección se ejercitaban en la vida monástica, la norma de una         integérrima disciplina y el modo de sustentarse         (475).                   San Gerásimo nació en Licia de Asia Menor, donde abrazó la         vida eremítica. Después pasó a Palestina y, durante algún tiempo cayó en         los errores eutiquianos, pero San Eutimio le devolvió a la verdadera fe.         
  Más tarde, parece que estuvo en varias comunidades de la Tebaida y         finalmente, retornó a Palestina, donde se hizo íntimo amigo de San Juan el         Silencioso, de San Sabas, de San Teoctisto y de San Atanasio de Jerusalén.         Tan numerosos fueron sus discípulos, que el santo fundó una "laura" de         sesenta celdas, cerca del Jordán y un convento para los principiantes. Sus         monjes guardaban silencio casi completo, dormían en lechos de juncos y         jamás encendían fuego dentro de las celdas, a pesar de que las puertas         tenían que estar siempre abiertas. 
  Se alimentaban ordinariamente         de pan, dátiles y agua y dividían el tiempo entre la oración y el trabajo         manual. A cada monje se asignaba un trabajo determinado, que debía estar         listo el sábado siguiente. Aunque la regla ya era de suyo severa, San         Gerásimo la hacía todavía más rigurosa para sí y nunca cesó de hacer         penitencia por su caída en la herejía eutiquiana. Según se cuenta, durante         la cuaresma, su único alimento era la Sagrada Eucaristía. San Eutimio le         profesaba tal estima, que le enviaba, por medio de los discípulos, a         aquellos de sus seguidores a quienes consideraba llamados a la más alta         perfección. La fama de San Gerásimo sólo cedía a la de San Sabas. El año         451, durante el Concilio de Calcedonia, su nombre sonó en todo el oriente.         La "laura" que él había fundado florecía todavía un siglo después de su         muerte.
  En el "Prado Espiritual" Juan Mosco nos ha dejado una         anécdota encantadora. Un día en que el santo se hallaba a orillas del         Jordán, se le acercó cojeando penosamente un león. Gerásimo examinó la         zarpa herida, extrajo de ella una aguda espina y lavó y vendó la pata de         la fiera. El león se quedó desde entonces con el santo y fue tan manso         como cualquier otro animal doméstico. 
  En el monasterio había un         asno, que los monjes utilizaban para ir a traer agua, y éstos hacían que         el león cuidara del asno cuando iba a pastar; pero un día, unos mercaderes         árabes se lo robaron y el león volvió sólo y muy deprimido al convento. A         las preguntas de los monjes, el león respondía con miradas lastimeras. El         abad le dijo: "Tú te comiste al asno. Bendito sea Dios por ello. Pero de         ahora en adelante tú harás el trabajo del asno". El león tuvo que acarrear         agua para la comunidad. Poco tiempo después, los mercaderes árabes pasaron         de regreso con el asno y tres camellos; el león les puso en fuga, cogió         entre los dientes la brida del asno y lo llevó triunfalmente al         monasterio, junto con los camellos. San Gerásimo reconoció su error y dio         al león el nombre de Jordán. 
  Cuando murió el anciano abad, el león         estaba desconsolado. El nuevo abad le dijo: "Jordán, nuestro amigo nos ha         dejado huérfanos para ir a reunirse con el Amo a quien servía; pero tú         tienes que seguir comiendo", pero el león siguió rugiendo tristemente.         Finalmente el abad, que se llamaba Sabacio, condujo al león a la tumba de         Gerásimo y, arrodillándose junto a ella, le dijo: "Aquí está enterrado tu         amo". El león se echó sobre la tumba y empezó a golpearse la cabeza contra         la tierra; nadie pudo apartarle de ahí y pocos días más tarde le         encontraron muerto. Según algunos autores, el león que se ha convertido en         el símbolo de San Jerónimo era en realidad el de San Gerásimo. La         confusión se originó probablemente de la grafía "Geronimus" de ciertos         documentos.  | 
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  Fuente: Martirologio Romano 
Otros Santos y Beatos   Completando santoral de este día, Marzo 5   
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  |                        |                Otros Santos y Beatos  |           San Teófilo, obispo Conmemoración de san Teófilo, obispo de Cesarea, en         Palestina, que en tiempo del emperador Septimio Severo brilló por su         sabiduría e integridad de vida (195).
  San Foca, laico En         Sinope, en el Ponto, san Foca, mártir, labrador de oficio, que sufrió         muchas injurias por el nombre del Redentor (c. s. IV).
  San         Kierano, abad y obispo En Sahigir, en la región de Ossory, en         Hibernia (hoy Irlanda), san Kierano, obispo y abad (530). 
  San         Virgilio, obispo En Arlés, en la Provenza, san Virgilio, obispo,         que recibió como huéspedes a san Agustín y a sus monjes, cuando viajaban         hacia Inglaterra por encargo del papa san Gregorio I Magno (c. 618).           | 
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  Fuentes: IESVS.org; EWTN.com;   hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
   
  Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
   
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