JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Gloria a ti, Señor.
Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.
Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.
Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y piadoso, que aguardaba el
consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor. Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
"Mira, este niño hará que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de muchos".
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven, y después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones. Se presentó en aquel momento y se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel.
Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía llenándose de sabiduría, y contaba con la gracia de Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Bendición de las velas y procesión
Primera forma: Procesión
1. A una hora conveniente, se reúnen los fieles en algún lugar adecuado, fuera del templo donde va a efectuarse la procesión. Los fieles sostienen en sus manos las velas apagadas.
2. El sacerdote, revestido de blanco, como para la misa, se acerca, junto con los ministros, al lugar donde el pueblo está congregado. En lugar de la casulla, puede usar la capa pluvial durante la bendición de las velas y la procesión.
3. Mientras se encienden las velas, se canta la antífona siguiente u otro cántico apropiado.
Nuestro Señor vendrá con gran poder, e iluminará los ojos de sus siervos, aleluya.
4. El sacerdote, después de saludar a los fieles en la forma acostumbrada, les explica brevemente el significado del rito y los exhorta a participar en él activa y conscientemente. Lo puede hacer con estas palabras u otras parecidas:
Hermanos, hace cuarenta días, celebramos con júbilo el nacimiento del Señor. Hoy también la Iglesia está de fiesta al celebrar el día en que Jesús fue presentado en el templo por María y José.
El Señor quiso sujetarse a este rito para cumplir con las exigencias de la ley, pero, sobre todo, para manifestarse al pueblo que lo esperaba.
Impulsados por el Espíritu Santo, fueron al templo aquellos dos ancianos, Simeón y Ana, e iluminados por el mismo Espíritu, reconocieron al Señor y lo anunciaron a todos con entusiasmo.
También nosotros, que formamos el pueblo de Dios por la gracia del Espíritu Santo, vayamos al encuentro de Cristo en la casa de Dios.
Hallaremos al Señor en la Eucaristía mientras esperamos su venida gloriosa.
5. Después de la exhortación, el sacerdote bendice las velas, diciendo con las manos juntas:
Oremos:
Dios nuestro, fuente y principio de toda luz, que
concediste al justo Simeón contemplar a Cristo,
luz destinada a iluminar a todas las naciones,
† bendice estas velas con las que tus fieles van a ir
a tu encuentro en medio de himnos de alabanza, y
escucha su oración a fin de que por el camino del
bien puedan llegar a la luz inextinguible.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
o bien:
Oremos:
Dios nuestro, Padre de la verdad y de la luz, haz
brillar en el corazón de tus fieles la luz que jamás se
extingue, y concede a quienes vana a llevar encendidas
estas velas llegar a la plenitud de tu gloria.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Y rocía las velas con agua bendita, sin decir nada.
6. El sacerdote toma entonces la vela destinada a él e inicia la procesión, diciendo:
Vayamos ahora alegres al encuentro del Señor.
7. Durante la procesión se canta la antífona siguiente, o algún canto apropiado.
Ant. Cristo es la luz enviada para iluminar a las naciones
y para gloria de Israel.
Ahora, Señor, ya puede morir en paz tu siervo,
según tu promesa.
Ant. Cristo es la luz enviada para iluminar a las naciones
y para gloria de Israel.
Porque mis ojos han visto a tu salvador.
Ant. Cristo es la luz enviada para iluminar a las naciones
y para gloria de Israel.
Al salvador a quien has puesto a la vista
de todos los pueblos.
Ant. Cristo es la luz enviada para iluminar a las naciones
y para gloria de Israel.
8. Al entrar la procesión en el templo, se canta la Antífona de entrada de la misa. Al llegar al altar, el sacerdote hace la debida reverencia y, si se cree conveniente, lo inciensa. Luego se dirige a la sede, en donde se quita la capa pluvial (si la usó en la procesión) y se pone la casulla. Ahí mismo, después de que se ha cantado el Gloria, dice la Oración Colecta como de ordinario.
Prosigue luego la misa de la manera acostumbrada.
Presentación del Señor (2 de feb)
Puede hacerse la bendición y procesión de las candelas
Antífona de Entrada
iOh Dios!, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Como tu renombre, ¡oh Dios!, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia.
Oración Colecta
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así como tu Hijo único revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser
presentados delante de ti con el alma limpia.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan
Lectura del libro del profeta Malaquías 3, 1-4
Esto dice el Señor:
"He aquí que yo envío mi mensajero a prepararme el camino, y de pronto entrará en su santuario el Señor a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien tanto desean; he aquí que ya viene, dice el Señor
todopoderoso.
¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá de pie en su presencia? Será como fuego de fundición y como blanqueador de ropa. Se pondrá a refinar la plata. Limpiará a los hijos de Leví y los purificará como el oro y la plata, para que presenten al Señor ofrendas legítimas. Entonces agradarán al Señor las ofrendas de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos".
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.
Salmo Responsorial
Sal 23, 7.8.9.10
El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, levanten sus dinteles, elévense compuertas eternas, para que entre el rey de la gloria!
El Señor es el rey de la gloria.
¿Quién es el rey de la gloria? El Señor, héroe poderoso; el Señor, héroe de las batallas.
El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, levanten sus dinteles, elévense compuertas eternas, para que entre el rey de la gloria!
El Señor es el rey de la gloria.
¿Quién es el rey de la gloria? El Señor todopoderoso, él es el rey de la gloria.
El Señor es el rey de la gloria.
Segunda Lectura
Tenía que asemejarse en todo a sus hermanos
Lectura de la carta a los Hebreos 2, 14-18
Hermanos: Puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús las compartió, para poder destruir con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo, y librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida.
Porque ciertamente no ha venido en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la raza de Abrahán. Por eso tenía que ser hecho en todo semejante a sus hermanos, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y digno de confianza en las cosas de Dios, capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo.
Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo Israel.
Aleluya.
Evangelio
Mis ojos han visto al Salvador
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Gloria a ti, Señor.
Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor.
Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.
Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y piadoso, que aguardaba el
consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor. Vino, pues, al templo, movido por el Espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo muera en paz. Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, como luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
"Mira, este niño hará que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de muchos".
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya muy anciana. Había estado casada siete años, siendo aún muy joven, y después había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo dando culto al Señor día y noche con ayunos y oraciones. Se presentó en aquel momento y se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel.
Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía llenándose de sabiduría, y contaba con la gracia de Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Oremos, hermanos y hermanas, a Jesús, el Señor, que, para cumplir la ley de Moisés, quizo ser presentado en el templo, y pidámosle que, como sacerdote compasivo, ruegue por nosotros y con nosotros, sus hermanos.
(Respondemos a cada petición: Escúchanos, Señor).
Para que Cristo, luz que resplandece sobre la faz de la Iglesia, conceda a sus fieles convertirse en luz del mundo y en sal de la tierra, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Para que el Salvador del mundo sea anunciado y presentado ante todos los pueblos y se revele como luz de todas las naciones, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Para que los ancianos y moribundos, al ver que se acerca el fin de sus días, dejen este mundo en paz, seguros de que, terminada su carrera, verán al Salvador, roguemos al Señor
Escúchanos, Señor.
Para que Cristo, luz que alumbra a todo ser humano venido al mundo, no sea para nosotros causa de caída, sino de levantamiento y de resurrección, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Celebrante:
Señor, Dios todopoderoso, que, en el final de su camino, realizaste los deseos santos de los ancianos Simeón y Ana, escucha nuestra oración y haz que también nuestros ojos puedan contemplar al Salvador en el templo eterno de tu gloria. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Sea grata a tus ojos, Señor, la ofrenda que la Iglesia te presenta llena de alegría, a ti que has querido que tu Hijo unigénito se inmolara como cordero inocente por la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
La presentación del Señor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque hoy, tu Hijo es presentado en el templo y es proclamado por el Espíritu: Gloria de Israel y luz de las naciones.
Por eso, nosotros, llenos de alegría, salimos al encuentro del Salvador, mientras te alabamos con los ángeles y los santos cantando sin cesar:
Antífona de la comunión
Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Por estos sacramentos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente la esperanza de Simeón; y así como a él no le dejaste morir sin haber tenido en sus brazos a Cristo, concédenos a nosotros, que caminamos al encuentro del Señor, merecer el premio de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
___________________________________________________________________________________________
† Meditación diaria
2 DE FEBRERO
16. PURIFICACION DE NUESTRA SEÑORA
- Cuarto Misterio del Santo Rosario.
- La Virgen nos presenta a Jesús, luz de las naciones, nuestra luz. Necesidad de purificar la vida.
- Ofrecer todo lo nuestro a través de Nuestra Señora. Acudir a Ella con más confianza cuanto mayores sean las flaquezas o las tentaciones.
I. La Ley de Moisés prescribía no solamente la ofrenda del primogénito, sino también la purificación de la madre. Esta ley no obligaba a María, que es purísima y concibió a su Hijo milagrosamente. Pero la Virgen no buscó nunca a lo largo de su vida razones que la eximieran de las normas comunes de su tiempo. "Piensas -pregunta San Bernardo- que no podía quejarse y decir: "¿Qué necesidad tengo yo de purificación? ¿Por qué se me impide entrar en el templo si mis entrañas, al no conocer varón, se convirtieron en templo del Espíritu Santo? ¿Por qué no voy a entrar en el templo, si he engendrado al Señor del templo? No hay nada impuro, nada ilícito, nada que deba someterse a purificación en esta concepción y en este parto; este Hijo es la fuente de pureza, pues viene a purificar los pecados. ¿Qué va a purificar en mí el rito, si me hizo purísima en el mismo parto inmaculado?"" (1).
Sin embargo, como en tantas ocasiones, la Madre de Dios se comportó como cualquier mujer judía de su época. Quiso ser ejemplo de obediencia y de humildad: una humildad que la lleva a no querer distinguirse por las gracias con las que Dios la había adornado. Con sus privilegios y dignidad de ser la Madre de Dios, se presentó aquel día, acompañada de José, como una mujer más. Guardaba en su corazón los tesoros de Dios. Podría haber hecho uso de sus prerrogativas, considerarse eximida de la ley común, mostrarse como un alma distinta, privilegiada, elegida para una misión extraordinaria, pero nos enseñó a nosotros a pasar inadvertidos entre nuestros compañeros, aunque nuestro corazón arda en amor a Dios, sin buscar excepciones por el hecho de ser cristianos:somos ciudadanos corrientes, con los mismos derechos y deberes de los demás.
Contemplamos a María, en la fiesta de hoy, en el cuarto misterio de gozo del Santo Rosario. Vemos a María, purísima, someterse a una ley de la que estaba exenta... Nos miramos a nosotros mismos y vemos tantas manchas, ingratitudes, omisiones tan numerosas en el amor a Dios como las arenas del mar. "¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! -Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. -Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón" (2) y que lo disponga para poder presentarlo a Dios a través de Santa María.
II. Inesperadamente entrará en el Santuario el Señor a quien vosotros buscáis... Será un "fuego de fundidor", una "lejía de lavandero": se sentará como un fundidor que refina la plata, como a la plata y al oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido (3), leemos en la Primera lectura de la Misa.
"La Liturgia de hoy presenta y actualiza de nuevo un "misterio" de la vida de Cristo: en el templo, centro religioso de la nación judía, en el cual se sacrificaban continuamente animales para ser ofrecidos a Dios, entra por primera vez, humilde y modesto, Aquel que, según el profeta Malaquías, deberá sentarse para fundir y purificar (...). Hace su entrada en el templo Aquel que tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo y pontífice fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo" (4), como se expresa en la Segunda lectura (5). Jesucristo viene a purificarnos de nuestros pecados por medio del perdón y de la misericordia.
Esta profecía se refiere en primer lugar a los sacerdotes de la casa de Leví, y en ellos estamos prefigurados todos los cristianos que, por el Bautismo, participamos del sacerdocio regio de Cristo. Si nos dejamos limpiar y purificar, podremos presentar la ofrenda de nuestro trabajo y de la propia vida, como es debido, según había anunciado Malaquías.
Hoy es fiesta del Señor, que es presentado en el Templo y que, a pesar de ser un Niño, es ya luz para alumbrar a las naciones (6). Pero "es también la fiesta de Ella: de María. Ella lleva al Niño en sus brazos. También en sus manos es luz para nuestras almas, la luz que ilumina las tinieblas del conocimiento y de la existencia humana, del entendimiento y del corazón.
"Se desvelan los pensamientos de muchos corazones, cuando sus manos maternales llevan esta gran luz divina, cuando la aproximan al hombre" (7).
Nuestra Señora, en la fiesta de hoy, nos alienta a purificar el corazón para que la ofrenda de todo nuestro ser sea agradable a Dios, para que sepamos descubrir a Cristo, nuestra Luz, en todas las circunstancias. Ella quiso someterse al rito común de la purificación ritual, sin tener necesidad alguna de hacerlo, para que nosotros llevemos acabo la limpieza, ¡tan necesaria!, del alma.
Desde los comienzos de la Iglesia, los Santos Padres enseñaron con toda claridad su pureza inmaculada, con títulos llenos de belleza, de admiración y de amor. Dicen de Ella que es lirio entre espinas, virgen, inmaculada, siempre bendita, libre de todo contagio del pecado, árbol inmarcesible, fuente siempre pura, santa y ajena a toda mancha del pecado, más hermosa que la hermosura, más santa que la santidad, la sola santa que, si exceptuamos a solo Dios, fue superior a todos los demás; por naturaleza más bella, más hermosa y más santa que los mismos querubines, más que todos los ejércitos de los ángeles... (8). Su vida inmaculada es una llamada para que nosotros desechemos de nuestro corazón todo aquello que, aunque sea pequeño, nos aleja del Señor.
La contemplamos ahora, en este rato de oración, purísima, exenta de toda mancha, y miramos a la vez nuestra vida, las flaquezas, las omisiones, los errores, todo aquello que ha dejado un mal poso en el fondo del alma, heridas sin curar... "Tú y yo sí que necesitamos purificación!".
"Pide al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y a tu Madre, que te hagan conocerte y llorar por ese montón de cosas sucias que han pasado por ti, dejando -¡ay!- tanto poso... -Y a la vez, sin querer apartarte de esa consideración, dile: "dame, Jesús, un Amor como hoguera de purificación, donde mi pobre carne, mi pobre corazón, mi pobre alma, mi pobre cuerpo se consuman, limpiándose de todas las miserias terrenas... Y, ya vacío todo mi yo, llénalo de Ti: que no me apegue a nada de aquí abajo; que siempre me sostenga el Amor"" (9).
III. Cada hombre, enseña la Sagrada Escritura, es como un vaso de barro que contiene un tesoro de gran valor (10). Una vasija de ese frágil material se puede romper con facilidad, pero también se puede recomponer sin un excesivo trabajo. Por la misericordia divina, todas las fracturas tienen arreglo. El Señor sólo nos pide ser humildes, acudir cuando sea necesario a la Confesión sacramental, y recomenzar de nuevo con deseos de purificar las señales que haya dejado en el alma la mala experiencia pasada. Las flaquezas -pequeñas o grandes- son un buen motivo para fomentar en el alma los deseos de reparación y de desagravio. Así como pedimos perdón por una ofensa a una persona querida y procuramos mostrarle de algún modo nuestro arrepentimiento, mucho mayores deben ser nuestros deseos de reparación si hemos ofendido al Señor. Él nos espera entonces con mayores muestras de amor y de misericordia. "Los hijos, si acaso están enfermos, tienen un título más para ser amados por la madre. Y también nosotros, si acaso estamos enfermos por malicia, por andar fuera de camino, tenemos un título más para ser amados del Señor" (11).
En cada momento de la vida, pero particularmente cuando no nos hemos comportado como Dios esperaba, nos dará gran paz pensar en los medios sobreabundantes que Él nos ha dejado para purificar y recomponer la vida pasada cuando sea necesario: se ha quedado en la Sagrada Eucaristía como especial fortaleza para el cristiano; nos ha dado la Confesión sacramental para recuperar la gracia, si la hubiéramos perdido, y para aumentar la resistencia al mal y la capacidad para el bien; ha dispuesto un Angel Custodio que nos guarde en todos los caminos; contamos con la ayuda de nuestros hermanos en la fe, a través de la Comunión de los Santos; tenemos el ejemplo y la corrección fraterna de aquellos buenos cristianos que nos rodean... De modo especialísimo contamos con la ayuda de Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, a la que hemos de acudir siempre, pero con mayor urgencia cuando nos sintamos más cansados, más débiles o se multipliquen las tentaciones y, sobre todo, en las caídas si, para nuestra humildad, Dios las permitiera.
Recordando la fiesta de hoy, San Alfonso Mª de Ligorio exponía con una vieja leyenda el poder de intercesión de María. Se cuenta -explica San Alfonso Mª- que Alejandro Magno recibió una carta con una larga lista de acusaciones contra su madre. El emperador, después de haberla leído, respondió: "Hay acaso alguno que ignore aún que basta una sola lágrima de mi madre para lavar mil cartas de acusación?". Y pone el Santo estas palabras en boca de Jesús: "¿No sabe el diablo que una simple oración de mi Madre, hecha en favor de un pecador, es suficiente para que me olvide de las acusaciones que sus faltas levantan contra él?". Y concluye: "Dios había prometido a Simeón que no había de morir antes de ver al Mesías (...). Pero esta gracia la alcanzó sólo por medio de María, porque sólo en sus brazos halló al Salvador. Por consiguiente, el que quiera hallar a Jesús, debe buscarlo por medio de María. Acudamos a esta divina Madre, y acudamos con gran confianza, si deseamos hallar a Jesús" (12). A Ella le pedimos hoy que limpie y purifique nuestra alma, y nos ponemos en sus manos para ofrecer a su Jesús y ofrecernos con Él: ¡Padre Santo!, por el corazón Inmaculado de María os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado, y me ofrezco yo mismo en Él y por Él a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas (13).
(1) SAN BERNARDO, Sermón en la Purificación de Santa María, III, 2.- (2) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Santo Rosario, Rialp, 24 1ª ed., Madrid 1979, Cuarto misterio gozoso.- (3) Mal 3, 1-4.- (4) JUAN PABLO II, Homilía 2-II-1981.- (5) Heb 2, 14-18.- (6) Lc 2, 32.- (7) JUAN PABLO II, Homilía 2-II-1979.- (8) Cfr. PIO XII, Enc. Fulgens corona, 8-X-1953.- (9) J. ESCRIVA DEBALAGUER, Forja, n. 41.- (10) Cfr. 2 Cor 4, 7.- (11) JUAN PABLO I, Angelus 10-IX-1978.- (12) SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Las glorias de María, II, 6.- (13) P. M. SULAMITIS, Oración de la Ofrenda al Amor Misericordioso, Madrid 1931.
FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Sábado 2 de febrero de 2002
VI Jornada de la vida consagrada
1. "Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor" (Lc 2, 22).
Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia revive hoy el misterio de la presentación de Jesús en el templo. Lo revive con el estupor de la Sagrada Familia de Nazaret, iluminada por la revelación plena de aquel "niño" que, como nos acaban de recordar la primera y la segunda lectura, es el juez escatológico prometido por los profetas (cf. Ml 3, 1-3), el "sumo sacerdote compasivo y fiel" que vino para "expiar los pecados del pueblo" (Hb 2, 17).
El niño, que María y José llevaron con emoción al templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del hombre y de la historia.
Hoy, conmemorando lo que sucedió aquel día en Jerusalén, somos invitados también nosotros a entrar en el templo para meditar en el misterio de Cristo, unigénito del Padre que, con su Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el primogénito de la humanidad redimida.
Así, en esta fiesta se prolonga el tema de Cristo luz, que caracteriza las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía.
2. "Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 32). Estas palabras proféticas las pronuncia el anciano Simeón, inspirado por Dios, cuando toma en brazos al niño Jesús. Al mismo tiempo, anuncia que el "Mesías del Señor" cumplirá su misión como "signo de contradicción" (Lc 2, 34). En cuanto a María, la Madre, también ella participará personalmente en la pasión de su Hijo divino (cf. Lc 2, 35).
Por tanto, en esta fiesta celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, y consagración de todos lo que siguen a Jesús por amor al Reino.
3. A la vez que saludo con fraterna cordialidad al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, que preside esta celebración, me alegra poder encontrarme con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que un día, cercano o lejano, os habéis entregado totalmente al Señor en la opción de la vida consagrada. Al dirigiros a cada uno mi afectuoso saludo, pienso en las maravillas que Dios ha realizado y realiza en vosotros, "atrayendo a sí" toda vuestra existencia. Alabo con vosotros al Señor, porque es Amor tan grande y hermoso, que merece la entrega inestimable de toda la persona en la insondable profundidad del corazón y en el desarrollo de la vida diaria a lo largo de las diversas edades.
Vuestro "Heme aquí", según el modelo de Cristo y de la Virgen María, está simbolizado por los cirios que han iluminado esta tarde la basílica vaticana. La fiesta de hoy está dedicada de modo especial a vosotros, que en el pueblo de Dios representáis con singular elocuencia la novedad escatológica de la vida cristiana. Vosotros estáis llamados a ser luz de verdad y de justicia; testigos de solidaridad y de paz.
4. Sigue vivo el recuerdo de la Jornada de oración por la paz, que vivimos hace diez días en Asís. Sabía y sé que para esa extraordinaria movilización en favor de la paz en el mundo puedo contar de modo particular con vosotros, amadísimas personas consagradas. A vosotros, también en esta ocasión, os expreso mi profunda gratitud.
Gracias, ante todo, por la oración. ¡Cuántas comunidades contemplativas, dedicadas totalmente a la oración, llaman noche y día al corazón del Dios de la paz, contribuyendo a la victoria de Cristo sobre el odio, sobre la venganza y sobre las estructuras de pecado!
Además de la oración, muchos de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, construís la paz con el testimonio de la fraternidad y de la comunión, difundiendo en el mundo, como levadura, el espíritu evangélico, que hace crecer a la humanidad hacia el reino de los cielos. ¡Gracias también por esto!
No faltan tampoco religiosos y religiosas que, en múltiples fronteras, viven su compromiso concreto por la justicia, trabajando entre los marginados, interviniendo en las raíces de los conflictos y contribuyendo así a edificar una paz fundamental y duradera. Dondequiera que la Iglesia está comprometida en la defensa y en la promoción del hombre y del bien común, allí también estáis vosotros, queridos consagrados y consagradas. Vosotros, que, para ser totalmente de Dios, sois también totalmente de los hermanos. Toda persona de buena voluntad os lo agradece mucho.
5. El icono de María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el templo, prefigura el de la crucifixión, anticipando también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo de contradicción. En efecto, en el Calvario se realiza la oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf. Lc 2, 35). El mismo dolor. El mismo amor.
A lo largo de este camino, la Mater Jesu se ha convertido en Mater Ecclesiae. Su peregrinación de fe y de consagración constituye el arquetipo de la de todo bautizado. Lo es, de modo singular, para cuantos abrazan la vida consagrada.
¡Cuán consolador es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro itinerario de consagración! No sólo nos acompaña en el plano simplemente afectivo, sino también, más profundamente, en el de la eficacia sobrenatural, confirmada por las Escrituras, la Tradición y el testimonio de los santos, muchos de los cuales siguieron a Cristo por la senda exigente de los consejos evangélicos.
Oh María, Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la solicitud con que nos acompañas a lo largo del camino de la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios, nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por el Amor, sea sacrificio vivo, santo y agradable a él. Así sea.
___________________________________________________________________________________________
† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Fiesta de la Candelaria Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús
|
Juana de Lestonnac Fundadora, 2 de febrero
Febrero 2 |
___________________________________________________________________________________________
Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
Si NO desea el evangelio, santoral y meditación diaria y sólo artículos interesantes censurados por la prensa (la mayoría), unos 4 por semana escriba a: ave-maria-purisima+subscribe@googlegroups.com (responder el mensaje de confirmación).
Para de-suscribirse escribir desde su casilla de email a:
Evangelio+unsubscribe@googlegroups.com
Si no se desuscribe es porque recibe el mensaje en su otro email que le reenvía al actual: debe escribir desde ese otro email.