miércoles, 28 de agosto de 2013

Miércoles de San José. 28/08/2013. San Agustín ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 23, 27-32

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los escribas y fariseos: 
"¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. 
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros antepasados, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas!" Con esto ustedes están reconociendo que son hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus antepasados comenzaron!"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

mie 21a. Ordinario año impar

Antífona de Entrada

Que se postre ante ti, Señor, la tierra entera; que todos canten himnos en tu honor y alabanzas a tu nombre.

Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que con amor gobiernas cielos y tierra, escucha paternalmente las súplicas de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida transcurran en tu paz.
Por nuestro Señor Jesucristo... 
Amén.

Primera Lectura

Trabajando día y noche les hemos predicado el Evangelio de Dios

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 9-13

Hermanos: Sin duda se acuerdan de nuestros esfuerzos y fatigas, pues, trabajando de día y de noche, a fin de no ser una carga para nadie, les hemos predicado el Evangelio de Dios.
Ustedes son testigos y Dios también lo es, de la forma tan santa, justa e irreprochable como nos hemos portado con ustedes, los creyentes. Como bien lo saben, a cada uno de ustedes lo hemos exhortado con palabras suaves y enérgicas, como lo hace un padre con sus hijos, a vivir de una manera digna de Dios, que los ha llamado a su Reino y a su gloria.
Ahora damos gracias a Dios continuamente, porque al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios, que sigue actuando en ustedes, los creyentes.
Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 138

Condúcenos, Señor, por tu camino.

¿A dónde iré yo lejos de ti, Señor? ¿Dónde escaparé de tu mirada? Si subo hasta el cielo, allí estás tú; si bajo al abismo, allí te encuentras.
Condúcenos, Señor, por tu camino.

Si voy en alas de la aurora o me alejo hasta el extremo del mar, también allí tu mano me conduce y tu diestra me sostiene.
Condúcenos, Señor, por tu camino.

Si digo: "Que me cubran las tinieblas, que la luz se convierta en noche para mí", las tinieblas no son oscuras para ti y la noche es tan clara como el día.
Condúcenos, Señor, por tu camino.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
En aquel que cumple la palabra de Cristo, el amor de Dios ha llegado a su plenitud. 
Aleluya.

Evangelio

Ustedes son hijos de los asesinos de los profetas

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 23, 27-32

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los escribas y fariseos: 
"¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad. 
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros antepasados, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas!" Con esto ustedes están reconociendo que son hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus antepasados comenzaron!"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobare las Ofrendas Concédenos, Señor, participar dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos el memorial del sacrificio de tu Hijo, se lleva a cabo la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La gloria de Dios es el hombre viviente

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú eres el Dios vivo y verdadero; el universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombreo, creado a tu imagen.
Tú lo llamas a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo.
Por eso, 
con todos los ángeles y santos, te alabamos proclamando sin cesar:

Antífona de la Comunión

Para mí, Señor, has preparado la mesa y has llenado la copa hasta los bordes.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Infúndenos, Señor, el espíritu de tu amor; para que, alimentados del mismo pan del cielo, permanezcamos siempre unidos por el mismo amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 28/08 San Agustín (obispo y doctor de la Iglesia, blanco)

Antífona de Entrada

Buscaré a mis ovejas, dice el Señor, y suscitaré un pastor que las apaciente: yo, el Señor, seré su Dios.

Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que has puesto al obispo san Agustín al frente de tu pueblo; te rogamos que por la eficacia de su méritos concedas a tu pueblo tu amor y tu perdón.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan
4, 4-16

Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene, se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito para que vivamos por él.
El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.
Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. A Dios nadie lo ha visto nunca; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor en nosotros es perfecto.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Nosotros hemos visto y de ello damos testimonio, que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo. Quien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios y Dios en él.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 118

Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Sólo cumpliendo todos tus mandatos puede un joven vivir honestamente.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Con todo el corazón te estoy buscando, de tu ley no permitas que me aleje.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Guardo tus mandamientos en mi pecho para nunca ofenderte.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Bendito eres, Señor, enséñale a tu siervo lo que ordenas.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Todos los mandamientos de tu boca mis labios enumeran.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Me gozo más cumpliendo tus preceptos, que teniendo riquezas.
Enséñame, Señor, a gustar tus mandamientos.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Su maestro es uno solo, Cristo, y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el Señor.
Aleluya.

Evangelio

Que el mayor de ustedes sea su servidor

Ý Lectura del santo Evangelio según san Mateo
23, 8-12

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"No dejen que los llamen "maestros", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen "padre", porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar "guías", porque el guía de ustedes es solamente Cristo.
Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Señor, dirige tu mirada propicia sobre las ofrendas que te presentamos en la festividad de san Agustín; que ellas nos merezcan tu perdón y glorifiquen tu piedad y tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La presencia de los santos pastores en la Iglesia

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque nos concedes la alegría de celebrar hoy la fiesta de san Agustín, fortaleciendo a tu Iglesia con el ejemplo de su vida, instruyéndola con su palabra y protegiéndola con su intercesión.
Por eso,
como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros en la tierra te aclamamos diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

No son ustedes los que me han elegido, dice el Señor; soy yo quien los he elegido, y os he destinado para que vayan y den fruto, y sus fruto dure.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Reanimados por estos sacramentos te rogamos, Señor, humildemente que, a ejemplo de san Agustín, nos esforcemos en dar testimonio de aquella misma fe que él profesó en su vida, y en llevar a la práctica todas sus enseñanzas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

21ª semana. Miércoles

AMAR EL PROPIO TRABAJO PROFESIONAL

— El ejemplo de San Pablo.

— La calidad humana del trabajo.

— Amar el propio quehacer profesional.

I. El trabajo es un don de Dios, un gran bien para el hombre, aunque lleve consigo «el signo de un bien arduum, según la terminología de Santo Tomás (...). Y es no solo un bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta»1. Una vida sin trabajo se corrompe, y en el trabajo el hombre «se hace más hombre»2, más digno y más noble, si lo lleva a cabo como Dios quiere.

El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra3 dado por Dios a la humanidad, que se volvió penoso por el pecado original4, pero que constituye el «quicio de nuestra santidad y el medio sobrenatural y humano apto para que llevemos con nosotros a Cristo y hagamos el bien a todos»5. Es como la columna vertebral del hombre, en la que se sostiene su vida entera, y medio a través del cual hemos de alcanzar la propia santidad y la de los demás. Un descentramiento en el trabajo ordinario, en el quehacer profesional, puede repercutir en toda la vida del hombre; también en sus relaciones con Dios. Por esto, comprendemos bien los males que llevan consigo la pereza, el trabajo mal hecho, la chapuza, las tareas a medio terminar... «El hierro que yace ocioso, consumido por la herrumbre, se torna blando e inútil; mas si se lo emplea en el trabajo, es mucho más útil y hermoso y apenas si le va en zaga por su brillo a la misma plata. La tierra que se deja baldía no produce nada sano, sino malas hierbas, cardos y espinas y árboles infructuosos; mas la que goza de cultivo se corona de suaves frutos. Y, para decirlo en una palabra, todo ser se corrompe por la ociosidad y se mejora por la operación que le es propia»6; el hombre, por su trabajo.

San Pablo, como leemos en la Primera lectura de la Misa7, señala a los primeros cristianos de Tesalónica su manera de comportarse con ellos, mientras les predicaba la Buena Nueva de Jesús: Recordad -les dice- nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie...8». Y más tarde, en la segunda Carta: Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: no viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie9. El Espíritu Santo, con este ejemplo, nos ha inculcado un principio práctico bien claro a seguir: el que no trabaje, que no coma.

Hoy, en nuestra oración serena y sosegada, hemos de tener presente que este mismo espíritu de laboriosidad, de trabajo intenso, que se vivió entre los primeros cristianos, lo espera también el Señor de nosotros. Uno de los escritos más antiguos nos ha dejado este admirable testimonio: «Todo el que llegue a vosotros en nombre del Señor, sea recibido; luego, examinándole, le conoceréis (...). Si el que llega es un caminante, no permanecerá entre vosotros más de dos días o, si hubiera necesidad, tres. Pero si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Mas si no tiene oficio, proveed según vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quiere hacerlo así, es un traficante de Cristo; estad alerta contra los tales»10.

II. El Señor nos dio, en sus años de Nazaret, un ejemplo admirable de la importancia del trabajo y de la perfección humana y sobrenatural con que hemos de realizar la tarea profesional. «Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol»11. Su misma manera de hablar, las parábolas e imágenes que utilizará después en su predicación revelan a un hombre que ha conocido muy de cerca el trabajo; habla siempre para quien se «afana, para una vida ordinaria en la que rige siempre la ley de la normalidad, la aparición previsible de los mismos problemas para las mismas personas. Este es el ambiente de la predicación de Cristo; sus enseñanzas han quedado gráficamente conectadas con este clima. No era el "filósofo", ni el "visionario", sino el artesano. Uno que trabaja, como todos»12.

En San José, nuestro Padre y Señor, encontramos una existencia también llena de trabajo, una vida corriente como la nuestra, y al que en el día de hoy podemos encomendar nuestras tareas profesionales. Él inició a Jesús en su oficio y le enseñó hasta adquirir la maestría de un verdadero profesional en el manejo de la sierra, del escoplo, de la garlopa y del cepillo.

Durante su vida pública, el Maestro llamó a personas habituadas al trabajo: San Pedro, pescador de oficio, volverá de nuevo a sus tareas de pesca apenas se le ofrezca la primera oportunidad13; San Mateo recibirá la llamada para seguir al Señor mientras ejercía su oficio de recaudador de impuestos, y así todos los demás.

Cuando San Pablo se retiró de Atenas y vino a Corinto, encontró allí a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, y a su esposa Priscila. Se juntó con ellos. Y como era del mismo oficio, se hospedó en su casa y trabajaba en su compañía, pues eran ambos fabricantes de lonas14. Durante esta estancia de año y medio en Corinto, San Pablo escribe esas exhortaciones exigentes a los cristianos de Tesalónica, convencido de que muchos de los males que se estaban originando en aquella comunidad cristiana se debían a que algunos eran más dados a hablar y a corretear de casa en casa que a ocuparse de su propio trabajo.

Nosotros debemos examinar con frecuencia la calidad humana de nuestro quehacer: si lo comenzamos y lo terminamos según el horario previsto, aunque alguno de nuestros compañeros, o todos, por las razones que sea, no lo vivieran; si lo hacemos con orden, no dejando para el final, sin razón, lo más costoso, lo menos grato; si trabajamos con intensidad, aprovechando las horas, procurando evitar conversaciones, llamadas por teléfono inútiles o menos necesarias; si tenemos afán de mejorar en ese trabajo con el estudio oportuno, procurando estar al día en las nuevas cuestiones que surgen en toda profesión; si nos excedemos, como ocurre con aquello que amamos, pero con temple y rectitud, sin detrimento del tiempo que debemos a la familia, a los hermanos, al apostolado, a la propia formación... Pensemos también si cuidamos los instrumentos que utilizamos, sean nuestros o de la empresa. Contemplemos a Jesús en su taller de Nazaret, pidamos al Señor entrar allí con los ojos de la fe, y veremos entonces si nuestro trabajo tiene la calidad y la hondura que Él pide a quienes le siguen.

III. Hemos de amar y cuidar la propia tarea porque es un mandato de nuestro Padre Dios. Con el trabajo ordinario se desarrolla la personalidad, se gana lo necesario para las necesidades de la familia y de uno mismo, y para ayudar a obras buenas de apostolado, de formación, etc. Hemos de amarlo, y ha de ser a la vez materia de oración, porque, además, el trabajo es uno de los más altos valores humanos, medio con el que cada uno debe contribuir al progreso de la sociedad y, sobre todo, porque es camino de santidad. Cada día podemos llevar al Señor tantas cosas que procuramos estén bien hechas: el estudiante podrá ofrecer horas de estudio intensas y completas; la madre de familia presentará el desvelo eficaz por sus hijos, por el marido, el cuidado de los mil detalles que hacen de su casa un verdadero hogar; el médico, junto a la competencia profesional, el trato amable y acogedor con los pacientes; la enfermera, esas horas llenas de un continuo servicio, como si cada uno de los enfermos fuera el mismo Cristo... En la realización del trabajo surgirán con frecuencia peticiones de ayuda al Señor, acciones de gracias, deseos de dar gloria a Dios con aquello que tenemos entre manos...

Los cristianos corrientes, los laicos, no nos santificamos a pesar del trabajo, sino a través del trabajo; encontramos al Señor en las variadas incidencias que lo componen, unas agradables y otras menos, el campo en el que se ejercitan las virtudes humanas y las sobrenaturales.

El amor al propio quehacer profesional nos llevará frecuentemente a permanecer, quizá muchos años o toda la vida, en la misma tarea. Ello no achica la sana ambición de procurar ascender y conseguir una situación o un puesto de trabajo mejor. Pero ese deseo legítimo, que forma parte de la buena mentalidad profesional, no debe ocasionar intranquilidad ni desasosiego, como si el éxito profesional y ganar dinero fueran los móviles únicos o predominantes. Los cristianos no debemos medir los trabajos solo por el dinero, como si esto fuera lo único que en definitiva importara. La profesión es el lugar donde se desarrolla y perfecciona la propia personalidad, es un modo de servir a otras personas, el medio para colaborar al progreso social y donde encontramos a Dios15. Y todo eso hay que valorarlo al juzgar el propio trabajo profesional.

San Pablo, como otros muchos hombres, dedicaba un tiempo a trabajar para ganarse el pan. En su trabajo profesional seguía siendo el Apóstol de las gentes, el elegido por Dios, y se servía de su misma profesión para acercar a otros a Cristo. Así hemos de hacer nosotros, cualquiera que sea nuestro oficio y nuestro lugar en la sociedad. Y si nos tocara estar impedidos o enfermos, esas mismas circunstancias deben ser luz, quizá incluso más brillante, para que otros muchos vean el camino que lleva a Dios y se sientan movidos a seguirlo.

1 Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, I, 9. — 2 Ibídem. — 3 Cfr. Gen1, 28. — 4 Cfr. Gen 3, 17. — 5 San Josemaría Escrivá, Carta 14-II-1950. — 6 San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Priscila y Aquila. — 7 Primera lectura. Año 1. 1 Tes 2, 9-13; Año II. 2 Tes 3, 6-10, 16-18. — 8 1 Tes 2, 9. — 9 2 Tes 3, 7-8. — 10 Didaché oDoctrina de los Doce Apóstoles, en Padres Apostólicos griegos, BAC, Madrid 1950, 12, 2-4 — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 14. — 12 R. Gómez Pérez,La fe y los días, Palabra, Madrid 1973, p. 20. — 13 Cfr. Jn 21, 3. — 14 Cfr. Hech 18, 1-3. — 15 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 34.

 

 

28 de agosto

SAN AGUSTÍN*

Memoria

— La vida, una continua conversión.

Comenzar y recomenzar.

— Valorar lo pequeño que nos separa del Señor. La Virgen y la conversión.

I. San Agustín había sido educado cristianamente por su madre, Santa Mónica. Como consecuencia de este desvelo materno, aunque hubo unos años en que estuvo lejos de la verdadera doctrina, siempre mantuvo el recuerdo de Cristo, cuyo nombre "había bebido", dice él, "con la leche materna"1. Cuando, al cabo de los años, vuelva a la fe católica afirmará que regresaba "a la religión que me había sido imbuida desde niño y que había penetrado hasta la médula de mi ser"2. Esa educación primera ha sido, en innumerables casos, el fundamento firme de la fe, a la que muchos han vuelto después de una vida quizá muy alejada del Señor.

El amor a la verdad que siempre estuvo en el alma de Agustín, y especialmente el leer algunas obras de los clásicos3, no le libró de caer en errores graves y en llevar una vida moral lejos de Dios. Sus errores consistieron principalmente "en el planteamiento equivocado de las relaciones entre la razón y la fe, como si hubiera que escoger necesariamente entre una y otra; en el presunto contraste entre Cristo y la Iglesia, con la consiguiente persuasión de que para adherirse plenamente a Cristo hubiera que abandonar la Iglesia; y en el deseo de verse libre de la conciencia de pecado no mediante su remisión por obra de la gracia, sino mediante la negación de la responsabilidad humana del pecado mismo"4.

Después de años de buscar la verdad sin encontrarla, con la ayuda de la gracia que su madre imploró constantemente llegó al convencimiento de que solo en la Iglesia católica encontraría la verdad y la paz para su alma. Comprendió que fe y razón están destinadas a ayudarse mutuamente para conducir al hombre al conocimiento de la verdad5, y que cada una tiene su propio campo. Llegó al convencimiento de que la fe, para estar segura, requiere la autoridad divina de Cristo que se encuentra en las Sagradas Escrituras, garantizadas por la Iglesia6.

Nosotros también recibimos muchas luces en la inteligencia para ver claro, para conocer con profundidad la doctrina revelada, y abundantes ayudas en la voluntad para mantener en nuestra alma un estado de continua conversión, para estar cada día un poco más cerca del Señor, pues "para un hijo de Dios, cada jornada ha de ser ocasión de renovarse, con la seguridad de que, ayudado por la gracia, llegará al fin del camino, que es el Amor.

"Por eso, si comienzas y recomienzas, vas bien. Si tienes moral de victoria, si luchas, con el auxilio de Dios, ¡vencerás! ¡No hay dificultad que no puedas superar!"7. El Señor nunca niega su ayuda. Y si tuviéramos la desgracia de separarnos de Él gravemente, nos esperará cada instante como el padre del hijo pródigo, como aguardó durante tantos años la vuelta de San Agustín.

II. Aunque Agustín veía claro dónde estaba la verdad, su camino no había terminado. Buscaba excusas para no dar ese paso definitivo, que para él significaba, además, una entrega radical a Dios, con la renuncia, por predilección a Cristo, de un amor humano8. "No es que le estuviera prohibido casarse -esto lo sabía muy bien Agustín, lo que no quería era ser cristiano solamente de esta manera: renunciando al ideal acariciado de la familia y dedicándose con toda su alma al amor y a la posesión de la Sabiduría (...). Con gran rubor se preguntaba a sí mismo: ¿No podrás tú hacer lo que hicieron estos jóvenes y estas jóvenes? (Conf. 8, 11, 27). De ello se originó un drama interior, profundo, lacerante, que la gracia divina condujo a buen desenlace"9. Dio ese paso definitivo en el verano del año 386, y nueve meses más tarde, en la noche del 24 al 25 de abril del año siguiente, durante la vigilia pascual, tuvo su encuentro para siempre con Cristo, al recibir el Bautismo de manos de San Ambrosio. Así cuenta el Santo la serena pero radical decisión que cambiaría completamente su vida: "Fuimos (él, su amigo Alipio y su hijo Adeodato) donde mi madre y le revelamos la decisión que habíamos tomado. Ella se alegró. Le contamos el desarrollo de los hechos. Se alegró y triunfó. Y empezó a bendecir porque Tú, Señor, concedes más de lo que pedimos y comprendemos (Ef 3, 20). Veía que le habías otorgado, con relación a mí, más de lo que había pedido con sus gemidos y lágrimas conmovedoras. De hecho, me volviste a Ti tan absolutamente, que ya no buscaba ni esposa ni carrera en este mundo"10. Cristo llenó por entero su corazón.

Nunca olvidó San Agustín aquella noche memorable. "Recibirnos el bautismo recuerda al cabo de los años y se disipó en nosotros la inquietud de la vida pasada. Aquellos días no me hartaba de considerar con dulzura admirable tus profundos designios sobre la salvación del género humano". Y añade: "Cuántas lágrimas derramé oyendo los acentos de tus himnos y cánticos, que resonaban dulcemente en tu Iglesia"11.

La vida del cristiano nuestra vida está acompañada de frecuentes conversiones. Muchas veces hemos tenido que hacer de hijo pródigo y volver a la casa del Padre, que siempre nos espera. Todos los santos saben de esos cambios íntimos y profundos, en los que se han acercado de una manera nueva, más sincera y humilde, a Dios. Para volver al Señor es necesario no excusar nuestras flaquezas y pecados, no hacer componendas con aquello que no va según el querer de Dios. ¡Cómo recordaría San Agustín su conversión cuando años más tarde, siendo ya Obispo, predicaba a sus fieles!: "Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón"12.

Fiados de la misericordia divina, no nos debe importar estar siempre comenzando. "Me dices, contrito: "¡cuánta miseria me veo! Me encuentro, tal es mi torpeza y tal el bagaje de mis concupiscencias, como si nunca hubiera hecho nada por acercarme a Dios. Comenzar, comenzar: ¡oh, Señor, siempre en los comienzos! Procuraré, sin embargo, empujar con toda mi alma en cada jornada".

"Que Él bendiga esos afanes tuyos"13.

III. "Buscad a Dios, y vivirá vuestra alma. Salgamos a su encuentro para alcanzarle, y busquémosle después de hallarlo. Para que le busquemos, se oculta, y para que sigamos indagando, aun después de hallarle, es inmenso. Él llena los deseos según la capacidad del que investiga"14.

Esta fue la vida de San Agustín: una continua búsqueda de Dios; y esta ha de ser la nuestra. Cuanto más le encontremos y le poseamos, mayor será nuestra capacidad para seguir creciendo en su amor.

La conversión lleva siempre consigo la renuncia al pecado y al estado de vida incompatible con las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia, y la vuelta sincera a Dios. Hemos de pedir con frecuencia a Nuestra Madre Santa María que nos conceda la gracia de prestarle importancia aun a lo que parece pequeño, pero que nos separa del Señor, para apartarlo y arrojarlo lejos de nosotros. Este camino de conversión parte siempre de la fe: el cristiano mira la infinita misericordia de Dios, movido por la gracia, y reconoce su culpa o su falta de correspondencia a lo que Dios esperaba de él. Y, a la vez, nace en el alma una esperanza más firme y un amor más seguro.

Al terminar hoy nuestra oración, no olvidemos que "a Jesús siempre se va y se "vuelve" por María"15. Dirígete a Ella, "pídele que te haga el regalo prueba de su cariño por ti de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor.

"Y, con esa disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano... y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.

"Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús"16. No olvidemos que también Dios, pacientemente, nos espera a nosotros. Nos llama a una vida de fe y de entrega más plenos. No retrasemos nuestra llegada.

1 San Agustín, Confesiones, 3, 4, 8. — 2 ídem, Tratado contra los Académicos, 2, 2, 5. — 3 ídem, Confesiones, 3, 4, 7. — 4 Juan Pablo II, Carta Apost. Agustinum hipponensem, 28-VIII-1986. — 5 San Agustín Tratado contra los Académicos, 3, 20, 43. — 6 ídem, Confesiones, 6, 5, 7; 7, 7, 11. — 7 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 344. — 8 Cfr. San Agustín, Confesiones, 6, 15, 25. — 9 Juan Pablo II, loc. cit. — 10 San Agustín, Confesiones, 8, 12, 30. — 11 Ibídem, 8, 9, 14. — 12 ídem, Sermón 19. — 13 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 378. — 14 San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 61, 1. — 15 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 495. — 16 ídem, Forja, n. 161.

* San Agustín nació en Tagaste (África) el año 354. Después de una juventud azarosa se convirtió a los 33 años en Milán, donde fue bautizado por el Obispo San Ambrosio. Vuelto a su patria y elegido Obispo de Hipona, desarrolló una enorme actividad a través de la predicación y de sus escritos doctrinales en defensa de la fe. Durante treinta y cuatro años, en los que estuvo al frente de su grey, fue un modelo de servicio para todos y ejerció una continua catequesis oral y escrita. Es uno de los grandes Doctores de la Iglesia. Murió el año 430.

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Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

San Agustín
Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia

"Doctor de la Gracia"
"La Gran Lumbrera de Occidente"

 


"Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo,
conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad
para llegar a la eternidad" .

"Tarde te amé, hermosura tan antigua  y tan nueva...¡Tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí y yo fuera..., y por fuera te buscaba...".

 "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón
estará insatisfecho hasta que descanse en Tí...".

 "La medida del amor es el amor sin medida...".

 


San Agustín de Hipona (354-430), es el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia occidental, nació en el año 354 en Tagaste (Argelia actual).

Sus padre, Patricio, un pagano de cierta estación social acomodada, que luego de una larga y virulenta resistencia a la fe, hacia el final de su vida se convierte al cristianismo. Mónica, su madre, natural de África, era una devota cristiana, nacida a padres cristianos. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de su hijo Agustín. Lo primero que enseñó a su hijo Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas santas lecciones sufrió al ver como iba apartándose de la Verdad hasta que su espíritu se infectó con los errores maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma."Noche y día oraba y gemía con más lágrimas que las que otras madres derramarían junto al féretro de sus hijos", escribiría después Agustín en sus admirables Confesiones. Pero Dios no podía consentir se perdiese para siempre un hijo de tantas lágrimas. Mónica murió en Ostia, puerto de Roma, el año de 387, asistida por su hijo.

Juventud y estudios
Agustín se educó como retórico en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con quien tuvo un hijo en el año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa regalo de Dios.

Contienda intelectual
Inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, Agustín se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a estudiar varias corrientes filosóficas. Durante nueve años, del 373 al 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy extendida en aquella época por el imperio romano. Su principio fundamental es el conflicto entre el bien y el mal, y a Agustín el maniqueísmo le pareció una doctrina que parecía explicar la experiencia y daba respuestas adecuadas sobre las cuales construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones: "Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo". Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios, Agustín, abandona la doctrina y decide por el escepticismo. En el año 383 se traslada de Cartago a Roma, y un año más tarde se va a Milán como profesor de retórica. Allí se mueve en círculos neoplatónicos. Allí también conoce al obispo de la ciudad, al gran Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por santidad y conocimiento de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con bondad y le ilustró en las ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en Agustín un nuevo interés por el cristianismo. Su mente, tan prodigiosa, inquita y curiolsa, va descubriendo la Verdad que hasta ahora le había eludido, sin embargo, vacilaba en su compromiso por debilidades de la carne, temía comprometerse porque sabía que tendría que reformar su vida disoluta, y dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le atraían. Rezaba a menudo, "Señor, dame castidad, pero no ahora. "Pero un día, según su propio relato, escuchó una voz, como la de un niño, que le decía:  Tolle et legge (toma y lee). Pero, al darse cuenta que estaba completamente solo, le pareció inspiración del cielo y una exhortación divina a leer las Santas Escrituras. Abrió y leyó el primer pasaje que apareció al azar: "…no deis vuestros miembros, como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estaís bajo la Ley, sino bajo la gracia" (Rom 13, 13-14). Es entonces cuando Agústín se decide, y sin reserva, se entrega en alma y cuerpo a Dios, siguiendo su ley y explicandola a otros. A los 33 años de edad recibe el santo bautismo en la Pascua del año 387. Su madre que se había trasladado a Italia para estar cerca de él, se llenó de gran gozo.

Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila. Sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada : "¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco días después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los 55 años de edad.

Obispo y teólogo
Agustín regresó al norte de África y fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado obispo de Hipona (ahora Annaba, Argelia) en el 395, a los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte. Fue un periodo de gran agitación política y teológica; los bárbaros amenazaban el imperio romano llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y el cisma y la herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con entusiasmo la batalla teológica y refutó brillantemente los argumentos paganos que culpaban al cristianismo por los males que afectaban a Roma. Combatió la herejía maniqueísta y participó en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas, secta que sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados por eclesiásticos en pecado. El otro, contra las creencias pelagianos, seguidores de un monje británico de la época que negaba la doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que duró por mucho tiempo, Agustín desarrolla sus doctrinas sobre el pecado original y la gracia divina, soberanía divina y predestinación. Sus argumentos sobre la gracia divina, le ganaron el título por el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia. La doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvos por el Don de la Gracia Divina. Contra el maniqueísmo defendió con energía el papel del libre albedrío en unión con la gracia.

Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año 430.

Obras
La importancia de San Agustín entre los Padres y Doctores de la Iglesia es comparable a la de San Pablo entre los Apóstoles. Como prolífico escritor, apologista y brillante estilista. Su obra más conocida es su autobiografía Confesiones (400), donde narra sus primeros años y su conversión. En su gran obra apologética La Ciudad de Dios (413-426), formula una filosofía teológica de la historia, y compara en ella la ciudad de Dios con la ciudad del hombre. De los veintidós libros de esta obra diez están dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los doce libros restantes se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que considera como oportuna sucesora del paganismo. Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición benedictina, fechadas entre el año 386 y el 429; sus tratados De libero arbitrio (389-395), De doctrina Christiana (397-428), De Baptismo, Contra Donatistas (400-401), De Trinitate (400-416), De natura et gratia (415), Retracciones (428) y homilías sobre diversos libros de la Biblia.

(información recopilada de varias fuentes)

  San Agustín y el niño
La historia de San Agustín con el niño es por muchos conocida. La misma surge del mucho tiempo que dedicó este gran santo y teólogo a reflexionar sobre el misterio de la Santísima Trinidad, de cómo tres personas diferentes podían constituir un único Dios.

Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la arena. Viendo esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso era imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible hacer, más imposible aún era el tratar de decifrar el misterio de la Santísima Trinidad.

  Oración
Renueva, Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en San Agustín para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de Tí, fuente de sabiduría, te busquemos como el único amor verdadero y sigamos los pasos de tan gran santo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

Oración por las Vocaciones
Glorioso Padre San Agustín, que abriste un camino de entrega a Dios 
al descubrir la hermosura de la vida religiosa; concédeme a mí, que me creo también llamado por Él, a  ver claramente mi camino; ayúdame a ser fiel a esa vocación divina; que la estime en todo su valor, que huya de las personas y cosas que me la pueden arrebatar; que sea desde hoy muy generoso para decir sí el día de mi total entrega.
Amén.

¡San Agustín! ¡ruega por nosotros! Y por todos los agustinos, agustinas (monjas como www.emmerick.org) y por los agustines y agustinas (los que se llaman así)

Obras completas de San Agustín, doctor de la Iglesia (se recomienda comenzar por "Confesiones"):

Castellano:

http://www.augustinus.it/spagnolo/index.htm

Latín:

http://www.augustinus.it/latino/index.htm

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Fuente: Franciscanos.org
Junípero Serra, Beato Presbítero, 28 de agosto  

Junípero Serra, Beato

Apóstol de California

Martirologio Romano: En Monterrey, en California, beato Junípero (Miguel) Serra, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que pasó por muchas dificultades y pesares predicando el Evangelio entre las tribus todavía paganas de aquella región, en su propia lengua, y defendió con gran valentía los derechos de los pobres y de los humildes (1784).

Fecha de beatificación: Juan Pablo II lo beatificó solemnemente en Roma, el 25 de septiembre de 1988.

 


Nacido en Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1713, Miguel José fue hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Después de la enseñanza primaria en los Franciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma, la Capital, e ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de Junípero en honor de uno de los primeros seguidores de San Francisco. Ordenado de sacerdote en 1737, Serra fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad del Beato Ramón Llull en 1742, Serra continuó enseñando filosofía y teología y adquirió gran fama como predicador.

En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San Fernando, en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus padres su próxima partida, Serra pidió a un fraile compañero suyo que les informara sobre el particular. "Yo quisiera poder infundirles la gran alegría que llena mi corazón", decía. "Si yo pudiera hacer esto, seguro que ellos me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca". Les pedía que comprendieran su vocación misionera y prometía recordarlos en la oración.

Poco después de su llegada a México, Serra sufrió la picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la pierna de la que le resultó una cojera para el resto de su vida. Tras unos meses en el Colegio de San Fernando, Serra fue destinado a las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho años, tres de ellos como presidente de las misiones. Llamado a la Ciudad de México, fue maestro de novicios durante nueve años y continuó su predicación en las zonas alrededor de la capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de México y sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio de San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones, cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.

En 1769, la Corona de España decidió colonizar la Alta California (hoy Estado de California en los EE.UU.). Serra fue nombrado nuevamente presidente; supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776). Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782).

En 1773 Junípero fue a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California. La Representación de Serra (1773) ha sido llamada "Carta de los Derechos" de los indios; una parte decretaba que "el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados pertenecerían exclusivamente a los misioneros". Durante esta visita a la Ciudad de México Serra escribió a su sobrino, el Padre Miguel Ribot Serra diciéndole: "En California está mi vida y allí, si Dios quiere, espero morir".

Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión de San Diego (1775) apagó el deseo de Serra de añadir nuevas misiones a la cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California. En todas estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la alimentación y el transporte. Cuando fue capturado el indio que dirigía a los rebeldes en la Misión de San Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que perdonara la vida del indio. Los que fueron capturados, fueron eventualmente perdonados. En la misma carta al Virrey, Serra pedía que "en el caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran matarme, deberían ser perdonados". Serra explicaba: "Debe darse a entender al asesino, después de un moderado castigo, que ha sido perdonado y así cumpliremos la ley cristiana que nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su salvación eterna".

Serra pasó los últimos años de su vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras misiones y a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México, y con el ansia de fundar las misiones necesarias. Sin embargo, trabajó con gran fe y tenacidad, aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron de apodo "el viejo", porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California, pero Serra trabajó constantemente hasta su muerte el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general y se convirtió en el lugar de su descanso definitivo. Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra y lo llamaban "Bendito Padre". Muchos se llevaban un trozo de su hábito como recuerdo; otros tocaban medallas y rosarios a su cuerpo.

Poco tiempo después de la muerte de Serra, el Guardián del Colegio de San Fernando escribía al Provincial de los Franciscanos en Mallorca: "Murió como un justo, en tales circunstancias que todos los que estaban presentes derramaban tiernas lágrimas y pensaban que su bendita alma subió inmediatamente al cielo a recibir la recompensa de su intensa e ininterrumpida labor de 34 años, sostenido por nuestro amado Jesús, al que siempre tenía en su mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos por nuestra redención. Fue tan grande la caridad que manifestaba, que causaba admiración no sólo en la gente ordinaria, sino también en personas de alta posición, proclamando todos que ese hombre era un santo y sus obras las de un apóstol".

El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo II tuvo un encuentro con los Indios nativos americanos en Fénix, Arizona, durante el cual alabó los esfuerzos de Serra para proteger a los indios contra la explotación. Tres días más tarde el Papa visitó la tumba de Serra en la Misión de S. Carlos Borromeo y recordó la Representación de Serra en 1773 en favor de los indios de California. Juan Pablo II dijo que Serra y sus misioneros compartían la convicción de que "el Evangelio es un asunto de vida y de salvación. Ellos estimaban que al ofrecer a Jesucristo a la gente, estaban haciendo algo de un valor, importancia y dignidad inmensos". Esta convicción los sostenía "frente a cualquier vicisitud, desazón y oposición".

El mismo Juan Pablo II beatificó solemnemente en Roma a Fray Junípero el 25 de septiembre de 1988.

En los Estados Unidos se lo festeja el 1 de julio, el resto del mundo lo recuerda el 28 de agosto

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Florentina de Cartagena, Santa Abadesa, 28 de agosto  

Florentina de Cartagena, Santa

Abadesa

Martirologio Romano: En Sevilla, en la región hispánica de Andalucía, santa Florentina, virgen, a la que, por su gran conocimiento de las disciplinas eclesiásticas, sus hermanos Isidoro y Leandro le dedicaron tratados de alta doctrina (s. VII).

Etimológicamente: Florentina = floreciente. Viene de la lengua latina.

 

Florentina. Nació en el seno de una familia visigoda en Cartagena, España, fue la tercera de cinco hermanos, cuatro de los cuales (entre ellos Florentina) fueron considerados santos por la Iglesia Católica. Los otros hermanos canonizados son San Isidoro, San Leandro y San Fulgencio. Todos ellos son conocidos como los Cuatro Santos de Cartagena.

A mediados de siglo se trasladan a Sevilla, donde San Leandro y San Isidoro llegan a ser arzobispos y donde San Fulgencio es Obispo de Écija y de Cartagena

Leandro fue el maestro de Florentina tanto en los estudios clásicos como en los sagrados.

Y ella fue, a su vez, la maestra de su hermano menor, el gran sabio san Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia universal.

Al ser mujer, la vida religiosa de Santa Florentina no puede ser similar a la de sus hermanos, y así se recluiría en un monasterio de San Benito, que unos ubican cerca de la localidad sevillana de Écija y otros en Talavera de la Reina. Considerada una mujer de gran cultura, fundaría más de cuarenta monasterios, siguiendo la Regla escrita para ella por su hermano San Leandro. Algunas interpretaciones ven en este texto no una regla monástica propiamente, sino un simple elogio de la virginidad

Gracias a sus dotes de gobierno, a su santidad y ejemplaridad para todas las hermanas, la eligieron abadesa.

Fue entonces cuando su hermano Leandro le escribió un precioso y profundo libro sobre "La institución de la vírgenes".

Es una gozada la lectura de este libro porque ensalza la virtud de la virginidad como algo que Cristo exige libremente a quienes quieren seguirle más de cerca.
Murió en el año 633.

La mayor parte de sus restos mortales descansan en una urna de plata, expuesta en el altar mayor de la Catedral de Murcia, aunque también se conservan reliquias de la santa en la parroquia de Berzocana de la Diócesis de Plasencia.

Recibe especial veneración en una localidad del Campo de Cartagena, La Palma.

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Fuente: clairval.com
Celia Guerin, Beata Madre y Esposa, 28 de agosto  

Celia Guerin, Beata

Madre de Santa Teresita de Lisieux

Martirologio Romano: En Burdeos, Francia, beatos Celia Guérin y Luis Martin, matrimonio cristiano, fallecidos respectivamente el 28 de agosto de 1877 y el 29 de julio de 1894.

Fecha de beatificación: S.S. Benedicto XVI la declararó beata de la Iglesia, junto a su esposo Luis Martin, el día 19 de Octubre de 2008.

 

Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823, segundo hijo de una familia de cinco hermanos. Su padre, militar de carrera, se encuentra por esa época en España; los primeros años de infancia de los hermanos Martin transcurren a merced de las guarniciones de su padre: Burdeos, Aviñón y Estrasburgo (Francia). Llegada su jubilación, en diciembre de 1830, el capitán Martin se establece en Alençon, en Normandía. Durante su actividad de militar había destacado por su piedad ejemplar. En una ocasión, al decirle el capellán de su regimiento que, entre la tropa, se extrañaban de que, durante la Misa, permaneciera tanto tiempo de rodillas después de la consagración, él respondió sin pestañear: "¡Dígales que es porque creo!". Tanto en el seno de su familia como con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Luis recibe una fuerte educación religiosa. Al contrario de la tradición familiar, no escoge el oficio de las armas, sino el de relojero, que casa mejor con su temperamento meditabundo y silencioso, y con su gran habilidad manual. Primeramente aprende el oficio en Rennes y, luego, en Estrasburgo.

En el umbral del otoño de 1845, Luis toma la decisión de entregarse por completo a Dios, por lo que se encamina al Hospicio de San Bernardo el Grande, en el corazón de los Alpes, donde los canónigos consagran su vida a la oración y a rescatar a los viajeros perdidos en la montaña. Se presenta ante el prior, quien le insta a que regrese a su casa a fin de completar sus estudios de latín antes de un eventual ingreso en el noviciado. Tras una infructuosa tentativa de incorporación tardía al estudio, Luis, muy a pesar suyo, renuncia a su proyecto. Para perfeccionar su instrucción, se marcha a París, regresando e instalándose a continuación en Alençon, donde vive con sus padres. Lleva una vida tan ordenada que sus amigos dicen : "Luis es un santo".

Tantas son sus ocupaciones que Luis ni siquiera piensa en el matrimonio. A su madre le preocupa, pero en la escuela de encajes, donde ella asiste a clase, se fija en una joven, hábil y de buenos modales. ¿Y si fuera la "perla" que ella desea para su hijo? Aquella joven es Celia Guérin, nacida en Gandelain, en el departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre de 1831, la segunda de tres hermanos. Tanto el padre como la madre son de familia profundamente cristiana. En septiembre de 1844 se instalan en Alençon, donde las dos hermanas mayores reciben una esmerada educación en el internado de las Religiosas del Sagrado Corazón de Picpus.

Celia piensa en la vida religiosa, al igual que su hermana mayor, que llegará a ser sor María Dositea en la Visitación de Le Mans. Pero la superiora de las Hijas de la Caridad, a quien Celia solicita su ingreso, le responde sin titubear que no es ésa la voluntad de Dios. La joven se inclina ante tan categórica afirmación, aunque no sin tristeza. Pero un hermoso optimismo sobrenatural la hace exclamar: "Dios mío, accederé al estado de matrimonio para cumplir con tu santa voluntad. Te ruego, pues, que me concedas muchos hijos y que se consagren a ti". Celia entra entonces en una escuela de encajes con objeto de perfeccionarse en la confección del punto de Alençon,

técnica de encaje especialmente célebre. El 8 de diciembre de 1851, festividad de la Inmaculada Concepción, tiene una inspiración: "Debes fabricar punto de Alençon". A partir de ese momento se instala por su cuenta.

Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, de semblante reservado y de dignos modales, se siente fuertemente impresionada, y una voz interior le dice: "Este es quien he elegido para ti". Pronto se entera de su identidad; se trata de Luis Martin. En poco tiempo los dos jóvenes llegan a apreciarse y a amarse, y el entendimiento es tan rápido que contraen matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Luis y su esposa se proponen vivir como hermano y hermana, siguiendo el ejemplo de San José y de la Virgen María. Diez meses de vida en común en total continencia hacen que sus almas se fundan en una intensa comunión espiritual, pero una prudente intervención de su confesor y el deseo de proporcionar hijos al Señor les mueven a interrumpir aquella santa experiencia. Celia escribirá más tarde a su hija Paulina: "Sentía el deseo de tener muchos hijos y educarlos para el Cielo". En menos de trece años tendrán nueve hijos, y su amor será hermoso y fecundo.

En las antípodas

"Un amor que no es "hermoso", es decir, un amor que queda reducido a la satisfacción de la concupiscencia, o a un "uso" mutuo del hombre y de la mujer, hace que las personas lleguen a ser esclavas de sus debilidades" (Carta a las familias, 13). Desde ese punto de vista, las personas son utilizadas como si fueran cosas: la mujer puede llegar a ser un objeto de deseo para el hombre, y viceversa; los hijos, una carga para los padres; la familia, una institución molesta para la libertad de sus miembros. Nos encontramos entonces en las antípodas del verdadero amor. "Al buscar sólo el placer, podemos llegar a matar el amor, y a matar sus frutos, dice el Papa. Para la cultura del placer, el fruto bendito de tu seno" (Lc 1, 42) se convierte en cierto sentido en un "fruto maldito", es decir, no deseado, que se quiere suprimir mediante el aborto. Esa cultura de muerte se opone a la ley de Dios: "Respecto a la vida humana, la Ley de Dios carece de equívocos y es categórica. Dios nos ordena: No matarás (Ex 20, 13). Así pues, ningún legislador humano puede afirmar: Te está permitido matar, tienes derecho a matar, deberías matar" (Ibíd., 21).

"Sin embargo, añade el Papa, constatamos cómo se está desarrollando, sobre todo entre los jóvenes, una nueva conciencia por el respeto a la vida a partir de la concepción... Es un germen de esperanza para el futuro de la familia y de la humanidad" (Ibíd.). Así es; pues en el recién nacido se realiza el bien común de la familia y de la humanidad. Los esposos Martin experimentan esa verdad al recibir a sus numerosos hijos: "No vivíamos sino para nuestros hijos; eran toda nuestra felicidad y solamente la encontrábamos en ellos", escribirá Celia. Sin embargo, su vida conyugal no está carente de pruebas. Tres de sus hijos mueren prematuramente, dos de ellos eran los varones; después fallece de repente María Helena, de cinco años y medio. Plegarias y peregrinaciones se suceden en medio de la angustia, en especial en 1873, durante la grave enfermedad de Teresa y la fiebre tifoidea de María. En medio de los mayores desasosiegos, la confianza de Celia se ve fortificada por la demostración de fe de su esposo, en particular por su estricta observancia del descanso dominical: Luis nunca abre la tienda los domingos. Es el día del Señor, que se celebra en familia; primero con los oficios de la parroquia y luego con largos paseos; los niños disfrutan en las fiestas de Alençon, jalonadas de cabalgatas y de fuegos artificiales.

La educación de los hijos es a la vez alegre, tierna y exigente. En cuanto tienen uso de razón, Celia les enseña a ofrecer su corazón al Señor cada mañana, a aceptar con sencillez las dificultades diarias "para contentar a Jesús". Esta será la marca indeleble y la base de la "pequeña vía" que enseñará su benjamina, la futura Santa Teresita. "El hogar es así la primera escuela de vida cristiana", como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo, 1657). Luis ayuda a su esposa en sus tareas con los niños: sale a las cuatro de la madrugada en busca de una nodriza para uno de los más pequeños, que está enfermo; acompaña a su mujer a diez kilómetros de Alençon durante una noche helada hasta la cabecera de su primer hijo, José; cuida a su hija mayor, María, cuando padece la fiebre tifoidea, a la edad de trece años, etc.

El dinamismo que da el amor

El gran dinamismo de Luis Martin no recuerda en nada a aquel "dulce soñador", como se le ha descrito a veces. Para ayudar a Celia, que se encuentra desbordada por el éxito de su empresa de encajes, abandona la relojería. El encaje se trabaja en piezas de 15 a 20 centímetros, empleándose hilos de lino de una gran calidad y de una finura extrema. Una vez ejecutado el "trazo", el "pedazo" pasa de mano en mano según el número de puntos de que se compone – existen nueve, que constituyen otras tantas especialidades. A continuación se procede a su encajadura, una delicada labor que se consigue mediante agujas e hilos cada vez más finos. Es la propia Celia quien une de manera invisible las piezas que le traen las encajeras que trabajan a domicilio. Pero hay que buscar salidas para el producto, y Luis destaca en el aspecto comercial y hace que aumenten considerablemente los beneficios de la empresa. Sin embargo, también sabe encontrar momentos de descanso y de ir a pescar.

Además, los esposos Martin forman parte de varias asociaciones piadosas: Orden Tercera de San Francisco, adoración nocturna, etc. La fuerza que necesitan la obtienen de la observancia amorosa de las prescripciones y de los consejos de la Iglesia: ayunos, abstinencias, Misa diaria y confesión frecuente. "La fuerza de Dios es mucho más poderosa que vuestras dificultades – escribe el Papa Juan Pablo II a las familias. La eficacia del sacramento de la Reconciliación es inmensamente mayor que el mal que actúa en el mundo... Incomparablemente mayor es, sobre todo, el poder de la Eucaristía... En este sacramento, Cristo se entrega a sí mismo como alimento y como bebida, como fuente de poder salvífico... La vida que de Él procede es para vosotros, queridos esposos, padres y familias. Recordad que instituyó la Eucaristía en un contexto familiar, en el transcurso de la Última Cena... Y las palabras que entonces pronunció conservan todo el poder y la sabiduría del sacrificio de la Cruz" (Ibíd., 18).

Unos frutos duraderos

Del manantial eucarístico, Celia obtiene una energía superior a la media de las mujeres, y su esposo una ternura superior a la media de los hombres. Luis gestiona la economía y consiente de buen grado ante las peticiones de su esposa: "En cuanto al retiro de María en la Visitación, escribe Celia a Paulina, sabes que a papá no le gusta nada separarse de vosotras, y había dicho primero formalmente que no iría... Anoche María se estaba quejando de ello y yo le dije: "Déjalo de mi cuenta; siempre consigo lo que quiero, sin forzar demasiado; todavía falta un mes; es suficiente para convencer diez veces a tu padre". No me equivocaba, pues apenas una hora después, cuando regresó, se puso a hablar amistosamente con tu hermana (María)... "Bien, me dije, este es el momento oportuno", e hice una insinuación al respecto. "¿Así que deseas de verdad ir a ese retiro?", dijo papá a María: "Sí, papá. – ¡Pues bien, puedes ir!"... Creo que yo tenía una buena razón para que María fuera a aquel retiro. Si bien suponía un gasto, el dinero no es nada cuando se trata de la santificación de un alma; y el año pasado María regresó completamente transformada. Los frutos todavía duran, aunque ya es hora de que renueve su provisión".

Los retiros espirituales producen frutos de conversión y de santificación, porque, bajo el efecto de su dinamismo, el alma, dócil a las iluminaciones y a los movimientos del Espíritu Santo, se purifica siempre más de los pecados y practica las virtudes, imitando al modelo absoluto que es Jesucristo, para conseguir una unión más íntima con él. Por eso dijo el Papa Pablo VI: "La fidelidad a los ejercicios anuales en un medio apartado asegura el progreso del alma". Entre todos los métodos de ejercicios espirituales "existe uno que obtuvo la completa y reiterada aprobación de la Sede Apostólica... el método de San Ignacio de Loyola, de quien Nos complace llamar Maestro especializado en ejercicios espirituales" (Pío XI, Encíclica Mens Nostra).

La vida profundamente cristiana de los esposos Martin se abre naturalmente a la caridad para con el prójimo: limosnas discretas a las familias necesitadas, a las que se unen sus hijas, según su edad; asistencia a los enfermos, etc. No tienen miedo de luchar justamente para reconfortar a los oprimidos. Así mismo, realizan juntos las gestiones necesarias para que un indigente pueda entrar en el hospicio, cuando éste no tiene derecho al no tener suficiente edad para ello. Son servicios que sobrepasan los límites de la parroquia y que dan testimonio de un gran espíritu misionero: espléndidas ofrendas anuales para la Propagación de la Fe, participación en la construcción de una iglesia en Canadá, etc.

Pero la intensa felicidad familiar de los Martin no debía durar demasiado tiempo. A partir de 1865, Celia se percata de la presencia de un tumor maligno en el pecho, surgido después de una caída contra el borde de un mueble. Tanto su hermano, que es farmacéutico, como su marido no le conceden demasiada importancia; pero a finales de 1876 el mal se manifiesta y el diagnóstico es concluyente: "tumor fibroso no operable" a causa de su avanzado estado. Celia lo afronta hasta el final con toda valentía; consciente del vacío que supondrá su desaparición, le pide a su cuñada, la señora Guérin, que, después de su muerte, ayude a su marido en la educación de los más pequeños.

Su muerte acontece el 28 de agosto de 1877. Para Luis, de 54 años de edad, supone un abatimiento, una profunda llaga que sólo se cerrará en el Cielo. Pero lo acepta todo, con un espíritu de fe ejemplar y con la convicción de que su "santa esposa" está en el Cielo. Y cumplirá con la labor que había empezado en la armonía de un amor intachable: la educación de sus cinco hijas. Para ello, escribe Teresita, "aquel corazón tierno de papá había añadido al amor que ya poseía un amor realmente maternal". La señora Guérin se ofrece para ayudar a la familia Martin, invitando a su cuñado a trasladar su hogar a Lisieux. Para aquellas pequeñas huérfanas, la farmacia de su marido será su segunda casa y la intimidad que une a ambas familias crecerá con las mismas tradiciones de sencillez, labor y rectitud. A pesar de los recuerdos y de las fieles amistades que podrían retenerlo en Alençon, Luis se decide a sacrificarlo todo y a mudarse a Lisieux.

Un gran honor

La vida en los "Buissonnets", la nueva casa de Lisieux, resulta más austera y retirada que en Alençon. La familia mantiene pocas relaciones, y cultiva el recuerdo de la persona a la que el señor Martin sigue designando con el nombre de "vuestra santa mamá". Las más jovencitas son confiadas a las Benedictinas de Nuestra Señora del Prado. Pero Luis sabe procurarles distracciones: sesiones teatrales, viajes a Trouville, estancia en París, etc., intentando que, a través de todas las realidades de la vida, encuentren la gloria de Dios y la santificación de las almas.

Su santidad personal se revela sobre todo en la ofrenda de todas sus hijas, y después de sí mismo. Celia ya preveía la vocación de las dos mayores, pues Paulina ingresaba en el Carmelo de Lisieux en octubre de 1882, y María en octubre de 1886. Al mismo tiempo, Leonina, de difícil temperamento, inicia una serie de infructuosos intentos; en primer lugar en las Clarisas, y luego en la Visitación, donde, tras dos intentos fallidos, acabará ingresando definitivamente en 1899. Teresa, la benjamina, la "pequeña reina", conseguirá vencer todos los obstáculos hasta ingresar en el Carmelo a los 15 años, en abril de 1888. Dos meses después, el 15 de junio, Celina revela a su padre que también ella siente la llamada de la vida religiosa. Ante aquel nuevo sacrificio, la reacción de Luis Martin es espléndida: "Ven, vayamos juntos ante el Santísimo a darle gracias al Señor por concederme el honor de llevarse a todas mis hijas".

A imitación del señor Martin, los padres deben acoger las vocaciones como un don de Dios, escribe el Papa Juan Pablo II: "Vosotros, padres, dad gracias al Señor si ha llamado a la vida consagrada a alguno de vuestros hijos. ¡Debe ser considerado un gran honor – como lo ha sido siempre– que el Señor se fije en una familia y elija a alguno de sus miembros para invitarlo a seguir el camino de los consejos evangélicos! Cultivad el deseo de ofrecer al Señor a alguno de vuestros hijos para el crecimiento del amor de Dios en el mundo. ¿Qué fruto de vuestro amor conyugal podríais tener más bello que éste?" (Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, nº 107).

La vocación es ante todo una iniciativa divina, pero una educación cristiana favorece la respuesta generosa a la llamada de Dios: "En el seno de la familia, los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (Catecismo, 1656). Por lo tanto, "si los padres no viven los valores evangélicos, será difícil que los jóvenes y las jóvenes puedan percibir la llamada, comprender la necesidad de los sacrificios que han de afrontar y apreciar la belleza de la meta a alcanzar. En efecto, es en la familia donde los jóvenes tienen las primeras experiencias de los valores evangélicos, del amor que se da a Dios y a los demás. También es necesario que sean educados en el uso responsable de su libertad, para estar dispuestos a vivir de las más altas realidades espirituales según su propia vocación" (Vita consecrata, ibíd.).

"Soy demasiado feliz"

Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz dará testimonio de la manera concreta en que su padre vivía el Evangelio: "Lo que más me llamaba la atención eran los progresos en la perfección que hacía papá; a imitación de San Francisco de Sales, había conseguido dominar su natural vivacidad, hasta el punto que parecía que poseía la naturaleza más dulce del mundo... Las cosas de este mundo apenas parecían rozarle, y se recuperaba con facilidad de las contrariedades de la vida". En mayo de 1888, en el transcurso de una visita a la iglesia donde se había celebrado su boda, a Luis se le representan las etapas de su vida, y enseguida se lo cuenta sus hijas: "Hijas mías, acabo de regresar de Alençon, donde he recibido tantas gracias y consuelos en la iglesia de Nuestra Señora que he hecho la siguiente plegaria: Dios mío, ¡esto es demasiado! Sí, soy demasiado feliz, no es posible ir al Cielo de este modo, quiero sufrir algo por ti. Así que me he ofrecido...". La palabra "víctima" desaparece de sus labios, no se atreve a pronunciarla, pero sus hijas lo han comprendido.

Así pues, Dios no tarda en satisfacer a su siervo. El 23 de junio de 1888, aquejado de accesos de arteriosclerosis que le afectan en sus facultades mentales, Luis Martin desaparece de su domicilio. Tras muchas tribulaciones, lo encuentran en Le Havre el día 27. Es el principio de una lenta e inexorable degradación física. Poco tiempo después de que Teresa tomara los hábitos, momento en que se había mostrado "tan apuesto y tan digno", es víctima de una crisis de delirio que hace necesario su internamiento en el hospital del Salvador de Caen; es una situación humillante que acepta con extraordinaria fe. Cuando consigue expresarse repite sin cesar: "Todo sea para la mayor gloria de Dios"; o también: "Nunca había sufrido una humillación en la vida, por eso necesitaba una". En mayo de 1892, cuando ya las piernas sufren de parálisis, lo devuelven a Lisieux. "¡Adiós, hasta el Cielo!", consigue decir a sus hijas con motivo de su última visita al Carmelo. Se apagará dulcemente como consecuencia de una crisis cardíaca el 29 de julio de 1894, asistido por Celina, que había demorado su entrada en el Carmelo para dedicarse a él.

Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz llegará a decir: "El Señor me concedió un padre y una madre más dignos del Cielo que de la tierra". Que podamos llegar también nosotros, siguiendo su ejemplo, a la Morada eterna que la santa de Lisieux denomina "el hogar Paterno de los Cielos".

Beatificación

La Santa Sede admitió la "inexplicable curación" de un niño nacido en 2002 con grave e incurable insuficiencia pulmonar en Monza (Italia) por intercesión del matrimonio de Martín y Celia Guérin.

El niño nació el 25 de mayo del año 2002, y el 2 de junio, cuando lo bautizaron, a sus padres se les informó que su muerte era inminente.

Los padres dedicaron una novena a Louis y Zelie Martin pidiendo por su hijo y en pocas semanas la condición del niño mejoró notablemente. Hace poco cumplió un año y es un niño sano sin síntomas ni signos de su prematura gravedad.

Los médicos que analizaron el caso sostienen que no hay explicación científica para justificar la curación del niño.

S.S. Benedicto XVI los declararó beatos de la Iglesia el día 19 de Octubre de 2008.

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Moisés el Etíope, Santo Mártir, 28 de agosto  

Moisés el Etíope, Santo

Mártir

Martirologio Romano: En Egipto, san Moisés Etíope. Después de haber sido un conocido ladrón, se hizo anacoreta, convirtió a muchos de los suyos y los llevó con él al monasterio (c. 400).

Etimología: Moisés = salvado de las aguas. Viene de la lengua hebrea.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

 

Moisés, que era originario de Etiopía, fue el más pintoresco de los Padres del Desierto. En sus primeros años era criado o esclavo de un cortesano egipcio. Su amo se vio obligado a despedirle a causa de la inmoralidad en la que vivía y de los robos que había cometido.

Entonces, Moisés se hizo bandolero. Era un hombre de gran estatura y ferocidad. Pronto organizó una banda y se convirtió en el terror de la región, durante muchos años recorrieron, (él y su banda), las márgenes del Nilo robando y saqueando a las caravanas y navíos. Tras despojar a sus víctimas, a menudo las asesinaba para que no los denunciasen.

Desgraciadamente no sabemos cómo se convirtió. Tal vez fue a refugiarse entre los solitarios del desierto cuando huía de la justicia, y el ejemplo de éstos acabó por conquistarle. El hecho es que se hizo monje en el monasterio de Petra, en el desierto deEsquela.

Un día, cuatro bandoleros asaltaron su celda. Moisés luchó con ellos y los venció. En seguida los ató, se los echó a la espalda, los llevó a la iglesia, los echó por tierra y dijo a los monjes, que no cabían en sí de sorpresa: "La regla no me permite hacer daño a nadie. ¿Qué vamos a hacer de estos hombres?" Según se cuenta, los bandoleros se arrepintieron y tomaron el hábito.

Pero el pobre Moisés no conseguía vencer sus violentas pasiones y, para lograrlo, fue un día a consultar a San Isidoro. El abad le condujo al amanecer a la terraza del monasterio y le dijo: "Mira: la luz vence muy lentamente a las tinieblas. Lo mismo sucede en el alma." Moisés fue venciéndose poco a poco, a fuerza del rudo trabajo manual, de caridad fraterna, de severa mortificación y de perseverante oración. Llegó a ser tan dueño de símismo, que Teófilo, arzobispo de Alejandría, le ordenó sacerdote.

Después de la ordenación, cuando se hallaba todavía revestido del alba, el arzobispo le dijo: "Ya lo veis, padre Moisés, el hombre negro se ha trasformado en blanco." San Moisés replicó sonriendo: "Sólo exteriormente. Dios sabe cuan negra tengo el alma todavía".

Cuando los berberiscos se aproximaban a atacar el monasterio, San Moisés prohibió a sus monjes que se defendiesen y les mandó huir, diciendo: "El que a hierro mata a hierro muere." El santo se quedó en el monasterio con otros siete monjes. Sólo uno de ellos escapó con vida. San Moisés tenía entonces setenta y cinco años. Fue sepultado en el monasterio llamado Dair al-Baramus, que todavía existe.

Es Patrón del continente africano.

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Alfonso María del Espíritu Santo (Jósé Mazurek), Beato Presbítero y Mártir, 28 de agosto  

Alfonso María del Espíritu Santo (Jósé Mazurek), Beato

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Nawojowa Góra, en Polonia, beato Alfonso María Mazurek, presbítero y mártir, que durante la guerra, por su confesión cristiana, recibió la muerte a manos de los invasores de su patria (1944).

Fecha de beatificación: El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II, en Polonia, beatificó a
108 mártires de la segunda guerra mundial, víctimas de la persecución nazista.

 

Jósef Mazurek nació el 1 de marzo de 1891 en Baranówka, diócesis de Lublin, en Polonia. En 1908 recibió el hábito carmelitano en Wadowice, con el nombre de Alfonso María del Espíritu Santo. En Viena (Austria) recibe la ordenación sacerdotal el 16 de julio de 1916.

Conocido por sus dotes organizativas y estimado como educador de la juventud, fue hasta 1930 prefecto y profesor en el Seminario Menor de Wadowice. Elegido, en 1930, Prior del convento de Czerna, cumplió este oficio hasta la muerte, a excepción del trienio 1936-1939, durante el cual fue ecónomo del mismo convento. Organizó particulares devociones conforme al carisma del Carmelo y se dedicó a la dirección del coro del Carmelo Seglar.

Al acercarse el fin de la segunda guerra mundial, se incrementaron notablemente la hostilidad de los nazistas y sus represalias en Polonia., El 28 de agosto de 1944, a los 53 años, es asesinado martirialmente.El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II, en Polonia, beatificó a 108 mártires de la segunda guerra mundial, víctimas de la persecución nazista. Dentro del grupo estaba nuestro hermano, el P. Alfonso Mª Mazurek, O.C.D.

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Fuente: Franciscanos.org
Aurelio de Vinalesa (José Ample Alcaide), Beato Presbítero y Mártir, 28 de agosto  

Aurelio de Vinalesa (José Ample Alcaide), Beato

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: Cerca de la localidad de Vinalesa, en la región de Valencia, España, beato Aurelio (José) Ample Alcaide, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que, en la persecución religiosa en España, dio un fruto de gloria a través de la prueba de su fe (1936).

Fecha de beatificación: El 11 de marzo del año 2001, el papa Juan Pablo II beatificó a
233 mártires de la persecución religiosa en España.

 

Beato Aurelio de Vinalesa (en el siglo, José Ample Alcaide), sacerdote, nació en Vinalesa (Valencia) el 3 de febrero de 1896, y fue fusilado en el cercano Barranco del Carraixet el 28 de agosto de 1936. Profesó en la Orden Capuchina el 10 de agosto de 1910, y fue ordenado sacerdote en Roma el 26 de marzo de 1921. A lo largo de su vida religiosa fue Director del Estudio filosófico-teológico que los capuchinos tenían en Orihuela (Alicante), profesor en el Seminario, director de la Tercera Orden Franciscana, confesor y predicador. Bien pudo decir: "¡Siempre he cumplido mi misión, como religioso y como sacerdote!" Cuando las circunstancias le obligaron a dejar el convento, se refugió en casa de sus padres, donde fue detenido por los milicianos el 28 de agosto de 1936. Conducido de madrugada al Barranco del Carraixet, confortó y exhortó a los laicos compañeros de martirio a morir en paz, les impartió la absolución sacramental y luego añadió: "Gritad fuerte: ¡Viva Cristo Rey!"

Antecedentes e Historia

La II República española, proclamada el 14 de abril de 1931, llegó impregnada de fuerte anticlericalismo. Apenas un mes más tarde se produjeron incendios de templos en Madrid, Valencia, Málaga y otras ciudades, sin que el Gobierno hiciera nada para impedirlos y sin buscar a los responsables para juzgarles según la ley. Los daños fueron inmensos, pero el Gobierno no los reparó ni material ni moralmente, por lo que fue acusado de connivencia. La Iglesia había acatado a la República no sólo con respeto, sino también con espíritu de colaboración por el bien de España. Estas fueron las instrucciones que el Papa Pío XI y los obispos dieron a los católicos. Pero las leyes sectarias crecieron día a día. En este contexto fue suprimida la Compañía de Jesús y expulsados los jesuitas.

Durante la revolución comunista de Asturias (octubre de 1934), derramaron su sangre muchos sacerdotes y religiosos, entre ellos los diez Mártires de Turón, 9 Hermanos de las Escuelas Cristianas y un Pasionista, canonizados el 21 de noviembre de 1999.

Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados más graves, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias.

Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la de la Revolución Francesa.

Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939, que se debe recordar fielmente para que no se pierda la memoria histórica.

A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron su vida por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe. Sí, hoy los veneramos en los altares como mártires de la fe cristiana, porque la Iglesia ha reconocido oficialmente que entregaron sus vidas por Dios durante la persecución religiosa de 1936.

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Fuente: ArchiValencia.org
Juan Bautista Faubel Cano, Beato Mártir Laico, 28 de agosto  

Juan Bautista Faubel Cano, Beato

Mártir

Martirologio Romano: En la región de Valencia, España, beatos mártires Juan Bautista Faubel Cano y Arturo Ros Montalt, padres de familia que, durante la persecución contra la Iglesia, recibieron la muerte por parte de los hombres, pero la vida eterna por parte de Dios (1936).

Fecha de beatificación: El 11 de marzo del año 2001, el papa Juan Pablo II beatificó a
233 mártires de la persecución religiosa en España.

 

Nació el 3 de enero de 1889 en la ciudad de Liria, provincia y diócesis de Valencia, y fue bautizado en la iglesia parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de la ciudad de Liria. Recibió el sacramento de la Confirmación y el sacramento de la Eucaristía en la iglesia arciprestal de Liria. Frecuentó la escuela nacional y aprendió la profesión de pirotécnico de sus padres y completó su formación estudiando privadamente. Estaba considerado uno de los mejores pirotécnicos de la región. Obtuvo premios en Valencia y Zaragoza. Contrajo matrimonio con Patrocinio Beatriz Olba Martínez. De dicho matrimonio nacieron tres hijos: Patrocinio, Josefina y Juan Bautista.

Vivió auténticamente su vocación laical, tratando de impregnar de espíritu evangélico las realidades temporales en las cuales vivió su condición de esposo y padre de familia y su profesión de pirotécnico, destacándose siempre por su integridad moral en la profesión y como excelente ciudadano católico. Hombre de fe profunda, participaba a la Misa y recibía la comunión diaria. Tenía su momento de meditación, rezaba el Rosario en familia, era devoto del Sagrado Corazón de Jesús y de la Madre de Dios.

En esta intensa vida de piedad fue disponiendo su persona a una respuesta generosa a la acción Espíritu Santo que la lanzó al apostolado organizado siendo desde su juventud miembro de las asociaciones católicas locales, participando en ellas de una manera activa. En ellas se formó y esta condición cristiana tuvo a gala confesarla en los momentos más graves de su vida.

Pertenecía a la Acción Católica, a la Cofradía del Santísimo Sangre, a la Corte de María, a las Cofradías de la Virgen de los Dolores, de la Virgen del Remedio, de San Vicente Ferrer, a la Orden Terciaria Franciscana y a la Adoración Nocturna. Apóstol social ejercía la caridad ayudando a los pobres en sus necesidades. Era presidente de la Derecha llevando una sección de socorro de pobres.

Por la intensa actividad apostólica que realizaba, era considerado por los enemigos de la Iglesia como un católico ferviente, por ello lo arrestaron y asesinaron.

El 6 de Agosto de 1936, a medianoche, llegaron a su casa milicianos armados de pistolas a detenerle. En este momento, después de tranquilizar a su esposa, tomó el crucifijo y salió de su casa. Los milicianos lo llevaron, junto con otros detenidos, a una zona del término de Liria llamado 'Els Olivarets' y allí lo atormentaron pinchándolo con una aguja y disparando al aire para aterrorizarlos. Después lo llevaron a la cárcel de Liria donde estuvo un par de días, y posteriormente fue trasladado a la prisión de San Miguel de los Reyes; así lo testimonian su esposa y su hija.

La vida en prisión estuvo caracterizada por malos tratados y vejaciones morales que él supo llevar con entereza cristiana. Pocos días después de su detención, cuando su familia le visitó en la cárcel, les dijo que le habían hecho sufrir mucho en 'Los Olivarets'; así lo testimonia la hija y el primo del Beato, Sr. José María Cano Novella. La hija de Juan Bautista, afirma: "Tanto en Liria como en San Miguel de los Reyes, vi a mi padre muy sereno. He oído decir que en San Miguel de los Reyes recibió la comunión varias veces".

El Sr. Luis Soler Pérez, compañero de prisión, llegó a encontrarse ante el pelotón para ser fusilado, afirma: "El día 28 de agosto de 1936, a la una de la madrugada estando durmiendo, los milicianos llamaron al Beato Juan Bautista y a once más, entre ellos dos sacerdotes, un diputado republicano llamado Angel Puig y a mí. Subimos a un autobús y custodiados por tres coches con milicianos rojos. Desde el penal de San Miguel de los Reyes nos condujeron por la carretera de Liria a la Cañada y frente a la misma Cañada en un montículo nos colocaron en fila para fusilarnos. El citado Angel Puig se destacó de la fila haciendo protestas de republicanismo y distrajo la atención de los asesinos y cuando fueron a darle el tiro de gracia aproveché esa circunstancia para escapar aprovechando la obscuridad de la noche".

La Sra. Carmen Silvestre Izquierdo, vecina de Juan Bautista, relata "Estando yo limpiando la acera de mi casa un miliciano que salía del local de la CNT situado enfrente y a quien no conozco me dijo: 'Liriana, esta noche han matado a cuatro paisanos tuyos, uno es el pirotécnico, el otro un cura con una mano enguantada', yo pensé que sería el Beato Juan Bautista y el sacerdote D. Miguel Aliaga... mi padre me confirmó que cuando los llevaban al martirio iban gritando: '¡Viva Cristo Rey!'".

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Fuente: EWTN.com
Joaquina de Vedruna, Santa Viuda y Fundadora, 28 de agosto  

Joaquina de Vedruna, Santa

Viuda y Fundadora
de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

Martirologio Romano: En Barcelona, en España, santa Joaquina de Vedruna. Madre de familia, educó piadosamente a sus nueve hijos y, una vez viuda, fundó el Instituto de las Carmelitas de la Caridad, soportando con tranquilidad de ánimo toda clase de sufrimientos hasta su muerte, que ocurrió por contagio del cólera (1854).

Fecha de canonización: Fue declarada santa por el Papa Juan XXIII en 1959 (siendo ella la primera persona que canonizó este Pontífice).

 

Esta es una santa que duró casada hasta los 33 años. Tuvo ocho hijos y bastantes nietos. A los 47 años fundó la Comunidad de las hermanas Carmelitas de la Caridad, y al morir a los 61 años había fundado conventos, escuelas y hospitales en diversos sitios de España.

Nació en Barcelona, España, en 1773. Su padre, Don Lorenzo de Vedruna, era rico y alto empleado del gobierno. Su familia era muy católica.

La niña desde muy pequeña tuvo mucha devoción al Niño Jesús y a las benditas almas.

Algo que la caracterizó desde sus primeros años fue un gran amor a la limpieza. No toleraba ninguna mancha de mugre en sus vestidos. Y esto la fue llevando a no tolerar tampoco manchas de pecado en su alma.

A los doce años sintió un gran deseo de ser religiosa carmelita. Pero las monjitas no la aceptaron porque les parecía muy niña todavía para decidirse por la vocación religiosa.

A los 26 años, en 1799, contrae matrimonio con un rico hacendado, don Teodoro de Mas, muy amigo de su padre, y empleado oficial como él. Teodoro estimaba mucho a las tres hijas de Don Lorenzo y para decidirse por una de ellas les llevó un pequeño paquetico de dulces de regalo. Las dos primeras lo rechazaron como un regalo demasiado infantil, pero Joaquina lo aceptó con alegría exclamando: "Me encantan las almendras". Este gesto de humildad decidió al joven a elegirla como esposa.

Al principio de su matrimonio sentía a veces serios escrúpulos por no haber seguido la vocación de religiosa que de niña tanto le llamaba la atención, pero su esposo la consolaba diciéndole que en la vida de hogar se puede llegar a tan alta santidad como en un convento y que con sus buenas obras de piedad iría reemplazando las que iba a hacer en la vida religiosa. Esto la tranquilizó. 16 años vivió con su esposo, y Dios le regaló ocho hijos. Y como premio a su sacrificios, cuatro hijas se hicieron religiosas, y varias de sus nietas también.

Cuando Napoleón invadió España; el esposo de Joaquina se fue al ejército a defender la patria y participó valerosamente en cinco batallas contra los invasores. Joaquina y sus niños tuvieron que abandonar la ciudad de Barcelona y huir hacia la pequeña ciudad de Vich.

Cuando Joaquina y sus hijos andaban por la llanura huyendo, de pronto apareció una misteriosa señora y la condujo hasta Vich a casa de una familia muy buena, que los recibió con gran cariño. Enseguida la Señora desapareció y nadie pudo dar razón de ella. Joaquina creyó siempre que fue la Sma. Virgen quien llegó a auxiliarla.

Un día mientras estaba rodeada de su familia, le pareció oír una voz que le decía: "Pronto te vas a quedar viuda". Ella se preparó a aceptar la voluntad de Dios, y a los dos meses, aunque su esposo gozaba de buena salud, y apenas tenía 42 años, murió imprevistamente. Joaquina quedaba viuda a los 33 años, y encargada de ocho hijitos.

Desde aquel día dejó todos sus vestidos de señora rica. Y se dedicó por completo a ayudar a los pobres y a asistir a los enfermos en los hospitales. Al principio la gente creía que se había vuelto loca por la tristeza de la muerte de su esposo, pero pronto se dieron cuenta de que lo que se estaba volviendo era una gran santa. Y admiraban su generosidad con los necesitados. Ella vivía como la gente más pobre, pero todas sus energías eran para ayudar a los que padecían miseria o enfermedad.

Durante diez años estuvo dedicada a penitencias, muchas oraciones y continuas obras de caridad, pidiéndole a Dios que le iluminara lo que más le convenía hacer para el futuro. Cuatro de sus hijas se fueron de religiosas y los otros cuatro hijos se fueron casando, y al fin ella quedó libre de toda responsabilidad hogareña. Ahora iba a poder realizar su gran deseo de cuando era niña: ser religiosa.

Se encontró providencialmente con un sacerdote muy santo, el Padre Esteban, capuchino, el cual le dijo que Dios la tenía destinada para fundar una comunidad de religiosas dedicada a la vida activa de apostolado. El sabio Padre Esteban redacta las constituciones de la nueva comunidad, y en 1826, ante el Sr. Obispo de Vich, que las apoya totalmente, empieza con ocho jovencitas su nueva comunidad a la cual le pone el nombre de "Carmelitas de la Caridad".

Pronto ya las religiosas son trece y más tarde cien. Su comunidad, como el granito de mostaza, empieza siendo muy pequeña, y llega a ser un gran árbol lleno de buenos frutos. Ella va fundando casas de religiosas por toda la provincia.

Tuvo Santa Joaquina la dicha de encontrarse también con el gran apóstol San Antonio María Claret cuyos consejos le fueron de gran provecho para el progreso de su nueva congregación.

Vino luego la guerra civil llamada "Guerra Carlista" y nuestra santa, perseguida por los izquierdistas, tuvo que huir a Francia donde estuvo desterrada por tres años. Allí recibió la ayuda muy oportuna de un joven misteriosos que ella creyó siempre haber sido San Miguel Arcángel, y Dios le preparó en estas tierras a una familia española que la trató con verdadera caridad.

Al volver a España, quizás como fruto de los sufrimientos padecidos y de tantas oraciones, empezó a crecer admirablemente su comunidad y las casas se fueron multiplicando como verdadera bendición de Dios.

En 1850 empezó a sentir los primeros síntomas de la parálisis que la iba a inmovilizar por completo. Aconsejada por el Vicario Episcopal renunció a todos sus cargos y se dedicó a vivir humildemente como una religiosa sin puesto ninguno. Aunque conservaba plenamente sus cualidades mentales, sin embargo dejó a otras personas que dirigieran la Congregación. Dios le suscitó un nuevo y santo director para su comunidad, el Padre Bernardo Sala, benedictino, quien se propuso dirigir a las religiosas según el espíritu de la santa fundadora.

Durante cuatro años la parálisis se fue extendiendo y la fue inmovilizando por completo hasta quitarle también el habla. Vino luego una epidemia de cólera, la cual acabó con su vida y el 28 de agosto de 1854 pasó santamente a la eternidad.

Antes había tenido el gusto de ver aprobada su Comunidad religiosa por la Santa Iglesia en 1850. Y desde entonces ha venido ayudando de manera prodigiosa a sus religiosas que se han extendido por muchos países.

La Comunidad de Carmelitas de la Caridad tiene ahora 290 casas en el mundo con 2,724 religiosas. 40,079 niñas son educadas en sus colegios y 4,443 personas soln atendidas en sus hospitales.

Fue declarada santa por el Papa Juan XXIII en 1959 (siendo ella la primera persona que canonizó este Pontífice).

Santa Joaquina: sin hacer milagros en vida, y siendo una sencilla madre de familia, una esposa afectuosa, y una mujer que tuvo que sufrir mucho en la tierra, y que dedicó sus grandes energías en ayudar a los necesitados, sea para nosotros un modelo para imitar, y una poderosa protectora que ruegue por nuestra santificación y la salvación. Que Dios nos mande muchas santas como ésta, muchas Joaquinas más.

La orden carmelita la recuerda el 22 de mayo.

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Fuente: CPALSJ.org
Edmundo Arrowsmith, Santo Presbítero y Mártir, 28 de agosto  

Edmundo Arrowsmith, Santo

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En Lancaster, Inglaterra, san Edmundo Arrowsmith, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, oriundo del mismo ducado, que, después de pasar muchos años entregado al cuidado pastoral en su patria, por ser sacerdote y haber llevado a muchos a la fe católica, con la oposición de los mismos protestantes del lugar, murió en la horca durante el reinado de Carlos I (1628).

Fecha de canonización: El 25 de octubre de 1970, el papa Pablo VI, en Roma, canonizó solemnemente a
cuarenta mártires de Inglaterra y Gales. De ellos, diez pertenecen a la Compañía de Jesús, veinticuatro al clero diocesano, tres laicos y tres son mujeres. Entre los jesuitas, figura San Edmundo Arrowsmith.

 

Edmundo nace en Haydock, cerca de St. Helens, en Inglaterra, el año 1585. En el bautismo católico recibe el nombre de Brian.

A los 20 años, pasa al continente y se inscribe en el célebre Colegio Inglés de Douai, fundado por Sir William Allen para formar a los sacerdotes que necesita Inglaterra.

En el día de la Confirmación, él mismo agrega a su nombre bautismal el de Edmundo, en honor y recuerdo de San Edmundo Campion, el primero de los mártires ingleses de la Compañía de Jesús.

En el Colegio de Douai, es un buen estudiante y recibe el grado en Arte y Divinidad. Esto lo prepara para un mejor trabajo sacerdotal en la patria. Es ordenado en la ciudad de Arrás, Francia, en diciembre de 1612.

Al año siguiente, es destinado a Inglaterra. Ejercita el ministerio apostólico en Lancaster y en toda la zona ubicada en sus alrededores: Salmesbury, Brindle, Clayton Green y Blackburn.

Usa el nombre de Rigby como seudónimo. Sin embargo, por sospechas, es llevado a los tribunales y sufre en la cárcel. Es obligado a tener una discusión teológica con John Bridgeman, el obispo de Chester. Con valentía y erudición, defiende la religión católica y la autoridad de la Santa Sede. Logra ocultar, eso sí, su sacerdocio.

Una vez en libertad, completa su discernimiento vocacional iniciado en el continente. Ingresa a la Compañía de Jesús, en 1624. Hace el noviciado en Clerkenwell, Inglaterra.

Después de la controversia con el obispo de Chester, los superiores de la Compañía de Jesús toman conciencia del peligro que puede presentarse. Es cierto, su calidad de sacerdote no es conocida, pero deciden que debe permanecer en un segundo y oculto plano. Su apostolado es serio, pero debe ejercitarlo con extremada prudencia.

Prisión y Muerte

¡Qué tonto soy!, se dijo el P. Edmundo, sentado en su prisión. Confío demasiado en las personas. ¿Cuándo voy a aprender a desconfiar?

Y apoyado en el marco de la ventana, contempla el cielo de esa calurosa noche de agosto. Un incidente muy desgraciado lo ha hecho caer en la cárcel.

Él iba a caballo con su pariente, Mr. Holden, el ahora ministro anglicano. Había estado con él, unos días, como su huésped en el castillo de Walton. Los dos se conocían bien, desde los años en que Holden era católico. Este le había consultado, como a sacerdote, acerca de su proyectado matrimonio con su sobrina. Edmundo, por supuesto, le había señalado los impedimentos canónicos de la Iglesia. Eso era todo. Es cierto, Mr. Holden no había querido escuchar. Pero Edmundo no creía haberse ganado un enemigo.

En el castillo de Walton, la madre de Mr. Holden había sido descortés. Edmundo lo atribuye ahora a que ella hizo causa común con su hijo. Pero jamás pensó que ambos podrían denunciarlo al juez de paz, pasando por encima de las normas ancestrales de la hospitalidad y del parentesco.

Durante un buen rato, Edmundo permanece inclinado apretando su frente en la ventana. Siente una profunda pena por Mr. Holden. Después, se endereza y repasa, una vez más, el momento de la detención.

Los dos iban a caballo. El, con sus libros y ropa en las alforjas y el bastón de paseo en la mano. Mr. Holden, con gallardía y fuerza, en un vigoroso animal. A Edmundo le extrañó que nada hiciera cuando llegó el policía armado. Nada hizo Mr. Holden. Él podía hacerlo, porque era el señor del castillo y, además, un ministro de la Iglesia protestante.

Mr. Holden aceptó que se acusara a Edmundo de no querer pronunciar el Juramento de Supremacía y el Juramento de Fidelidad. Nada dijo Mr. Holden cuando el policía afirmó que el juez de paz de Lancaster tenía la sospecha de que Edmundo era sacerdote y además jesuita.
Edmundo decide escribir una carta a sus amigos jesuitas. Es su obligación y ha tenido mucho tiempo para orar.

Anota en paz sus pensamientos: "Todo ha contribuido a mi aprehensión, y esto me hace pensar y discernir que hay en ella algo más que una ordinaria providencia del Señor".

Es cierto, lo ha pensado muchas veces. El rey Carlos tiene aversión a derramar sangre por causas religiosas. Pero sabe también que el monarca es débil e incapaz de contener a sus ministros. Edmundo no siente miedo y decide prepararse para la muerte.

En la cárcel, Edmundo se entrega al trabajo que sabe hacer. Con paciencia y caridad, recuerda a los presos los deberes cristianos. Entre sus compañeros de prisión hay católicos y anglicanos. Las palabras de Edmundo hacen amigos. Explica el Evangelio con tanto fervor, que un prisionero se convierte. Más tarde lo seguirá en la muerte.

Ante el tribunal

El 26 de agosto de 1628, Edmundo recibe la orden de comparecer ante el tribunal. El Juez, Sir Henry Yelverton, ha llegado a la ciudad de Lancaster y tiene prisa. Edmundo solamente dice: "Que se haga la voluntad de Dios".

En los días anteriores Edmundo ha pensado mucho. No se cree digno del martirio. Pero sabe que el Señor quiere de él un testimonio muy valiente.

¿Será capaz de darlo? Ha pedido mucha fuerza para no ser cobarde. No debe defraudar a los católicos que creen en él. Pero debe ser inteligente. Sus respuestas serán sinceras. No debe exponer a nadie. La prudencia, que tantas veces le ha aconsejado la Compañía de Jesús, debe tenerla siempre presente.

Ante el jurado, el Juez inicia el interrogatorio: ¿Es Ud. sacerdote?

Edmundo hace el signo de la cruz y contesta con extrema prudencia: "Yo quisiera que Dios me considerara digno".

No está afirmando nada. No está mintiendo. Edmundo se admira de haber sido prudente.

El Juez, molesto, nuevamente repite la pregunta. Esta vez, Edmundo con voz más firme dice: "Yo quisiera serlo".

El Juez, de inmediato, acota: "Sí, señor. Aunque Ud. no lo afirme, está diciendo que desea ser un traidor".

Edmundo se calla y piensa que ha hablado más de la cuenta. Recuerda, una vez más, que la Compañía de Jesús le ha pedido ser prudente.

El Juez, entonces, decide cambiar de método. Le pregunta si es laico. Edmundo guarda silencio, sorprendido por la astucia del magistrado. No contesta, porque no quiere mentir.

Entonces el Juez, dejando a un lado su papel neutral, se dirige al jurado: "Uds. pueden ver fácilmente que el prisionero es sacerdote. Yo les aseguro que él no podrá negar su condición, ante ningún tribunal de Inglaterra".

Edmundo repasa, entonces, todas las instrucciones que ha recibido de parte de la Iglesia y de la Compañía. En la persecución, los sacerdotes jamás deben afirmar que han sido ordenados. El guardar silencio no es mentir. Esto es necesario porque existe el peligro de comprometer a los católicos que los han protegido. Por lo demás, los sacerdotes no están obligados a ser sus propios acusadores. Conforme a la ley, el cargo debe ser probado por la justicia y no debe ser tomada en cuenta la confesión propia. Si no hay pruebas, la Justicia debe considerar al prisionero como inocente.

Pero el derecho no se da en el juicio de Edmundo. El señor Leigh, el clérigo que actúa en el doble papel de pastor y Juez de paz, toma la palabra. Se dirige al tribunal y da comienzo a un discurso lleno de injurias.

Edmundo se sorprende, porque apenas ha visto alguna vez al señor Leigh. Este afirma que Edmundo es un seductor y, si no se tiene buen cuidado de él, bien podría hacer papista a media ciudad de Lancaster. Entretanto, Edmundo piensa su respuesta. Le gustaría ser tan buen sacerdote como dice el señor Leigh.

Con modestia, Edmundo insinúa que se le podría dar permiso para defender su fe en una discusión. Él indica que, con la gracia de Dios, podría vencer a su oponente. El Juez rechaza la petición. Entonces Edmundo parece perder la prudencia, tantas veces meditada. Con vigor, afirma que él es capaz de defender su fe, no sólo con la palabra sino también sellarla con su sangre.

El Juez se enfurece. Pierde toda compostura y grita con todas sus fuerzas: "Sí, señor, Ud. la sellará con su propia sangre".

Y fuera de control, el Juez jura, por todo lo que considera más sagrado, que no se irá de Lancaster antes de la ejecución de Edmundo y sin ver, con sus propios ojos, que sus huesos sean quemados. De una manera furiosa, repite su amenaza varias veces: "Sí, Ud. va a morir".

Apenas puede, Edmundo contesta, esta vez con más calma: "Sí, mi Lord, pero Ud. también va a morir algún día".

Con verdadera exasperación, el Juez ordena a Edmundo que conteste directamente cómo puede justificar el que haya podido ir al continente y recibir la ordenación sacerdotal en desobediencia a las leyes del reino.

A esto, Edmundo, con toda paz, da su respuesta: "Si alguien quiere legalmente acusarme, estoy pronto a contestar". Él sabe que el Juez está consciente de que no hay pruebas suficientes. El tribunal tiene indicios, pero no evidencias.

Al fin, el Juez declara, con firmeza, que Edmundo es sacerdote y jesuita. Así lo dice al jurado que escucha atentamente. La evidencia estaría en la carta de Mr. Holden y su madre, quienes lo acusan de ser un hombre religioso convencido.

El Juez señala los crímenes: haber celebrado misa y estar consagrado con votos religiosos. Y como testigo, hace comparecer a un muchacho de doce años, hijo del juez de paz de Lancaster que detuvo a Edmundo.

Sin pronunciar el juramento prescrito, el niño afirma que Edmundo quiso convertirlo a la fe católica. El detenido habría dicho que la fe actual de Inglaterra es herejía y que tuvo comienzos en los tiempos de Lutero. Todo esto lo habría dicho Edmundo, contra los deseos expresos del muchacho.

La defensa de Edmundo

Cuando Edmundo oye la acusación, solicita ser escuchado. Es su derecho. El Juez le permite hablar.

"Mi Lord, yo estaba en el camino, cuando un hombre me atacó desde la ladera y me amenazó con una espada. Él estaba armado y montado en su caballo. Yo hice lo que pude por defenderme, pero siendo débil y enfermo, él me hizo caer a tierra. Dejé mi caballo y huí con toda la prisa que pude. No me sirvió de mucho, porque yo iba vestido con ropas pesadas y portaba libros y otras cosas. Al fin él me alcanzó junto a una zanja sucia. Se arrojó sobre mí. Yo no tenía cómo defenderme. Solamente llevaba mi pequeño bastón y una espada que no saqué de la vaina. De un tirón él arrancó el bastón que estaba atado a mi muñeca y me hizo una herida. Yo entonces le pregunté si su propósito era tomar mi bolsa o mi vida. Él me contestó con evasivas.

De nuevo huí, pero muy pronto fui detenido. Entonces llegaron este hombre, el juez de paz, el que ha ofrecido dar evidencias en contra mía, y también otros que lo ayudaron. Me trataron muy mal y me llevaron primero a una posada. Tocaron mi cuerpo y me ofrecieron hacer cosas indignas que el pudor me impide relatar. Yo resistí con todas mis fuerzas. Después ellos fueron a beber. Gastaron, en una hora, nueve chelines de mi dinero. Me dijeron que la Justicia, con cuya autorización yo había sido apresado, eran ellos. Pero yo fui incapaz de creerles.

En esa ocasión, mis Lores, yo consideré falsas la conducta y la violencia de este hombre. Yo le supliqué por el amor de Jesucristo que ordenara su vida, pues bebiendo y hablando disolutamente, ofendía al Dios todopoderoso. Sobre mi palabra y sobre mi vida, esto es todo lo que yo le dije. Déjenlo venir aquí y que en mi presencia me contradiga si es capaz de hacerlo. En cuanto al niño, yo no niego que haya hablado con él. Le manifesté mi esperanza de que en sus años adultos él pudiera mirar en su interior y llegar a ser un buen católico, pues esto solamente puede salvar el alma. A mis palabras, él no dio respuesta. Yo estoy seguro, mis Lores, de que ellos, y cualquier otro, no pueden probar algo torcido en mi contra".

Después de oír la declaración de Edmundo, el Juez de la Corte da comienzo a una amarga invectiva. Trata al detenido como a peligroso seductor y formalmente declara que no se le hará ningún favor.

Por el contrario, afirma que si el tribunal concediera en este caso la libertad, la Justicia temería más bien estar haciendo un verdadero daño al acusado. Ante estas increíbles palabras, Edmundo no puede hacer otra cosa que sonreír.

El Juez continúa: "Nosotros tenemos el cometido de mirar por los prisioneros y protegerlos con el alcance que permite la ley. Pero reprobamos a este descarado, pues él no conoce otra mejor manera de comportarse sino la de despreciar y reírse de los que estamos aquí en lugar del rey".

El P. Edmundo, sin mucha prudencia, le suplica que no cambie esa opinión sobre él. Pero de inmediato, se arrodilla y eleva una oración pidiendo por el rey, por el tribunal y por todos sus miembros. Ruega para que Dios, en su misericordia, aleje la herejía y los haga a todos vivir en la misma fe.

"Miren Uds., señores del jurado", dice el Juez de la Corte. "Este hombre desea que Dios nos confunda y arranque la herejía. Con esto se está refiriendo a nuestra religión".

El veredicto y la sentencia

El jurado se retira entonces a deliberar, y el prisionero es nuevamente enviado a la cárcel en espera de la sentencia.

Impresionado por el Juez, el jurado logra muy pronto un acuerdo y solicita que Edmundo regrese para oír su veredicto. Cuando el jurado pronuncia la declaración de culpabilidad, el Juez se sienta muy tranquilo en la cátedra.

Según la costumbre, éste pregunta al prisionero si tiene algo que decir en su defensa y cuál podría ser el argumento que lo excluyera de morir conforme a la ley. Esta vez, Edmundo no contesta la pregunta.

Entonces el Juez, después de deliberar con su colega, pronuncia la sentencia.

"Ud. irá, desde aquí, a la cárcel de donde vino. Desde ahí Ud. será conducido al sitio de la ejecución, en una rastra de cañas. Allí será colgado por el cuello hasta que esté medio muerto. Sus miembros serán cortados ante sus ojos y echados al fuego, donde también serán quemadas sus entrañas. Su cabeza será cortada y colocada en una estaca. Su cuerpo será dividido en cuatro partes y cada cuarto quedará expuesto en cada una de las esquinas del castillo. Y Dios tenga piedad de Ud.".

Edmundo, lejos de conmoverse por la atroz injusticia de la sentencia, inclina la cabeza. Reza un momento, adorando a Dios, y pide con toda el alma la bendición del Señor.

Después de la oración, Edmundo muestra una cara alegre y en voz alta dice: "Deo gratias". Inmediatamente traduce las palabras latinas al inglés: "A Dios le doy las gracias".

En espera de ejecutar la sentencia, el Juez agrega una crueldad adicional. El carcelero recibe, de él, órdenes especiales.

Edmundo debe permanecer encadenado. Además, el Juez exige que el prisionero quede en un calabozo sin luz. Cuando el carcelero indica que un lugar así no existe en la prisión, el magistrado ordena que Edmundo sea colocado en el peor sitio disponible.

Después de ser encadenado, Edmundo recita, con una voz bastante fuerte, el salmo Miserere, ofreciéndose a Dios y rogando ser recibido en el número de los elegidos. Fue confinado en un pequeño lugar y de poca luz. Allí él no puede tenderse. Solamente puede sentarse en un pequeño piso que el carcelero tiene la amabilidad de entregarle, porque lo ve muy débil.

La noticia de la condenación conmueve a todos los compañeros de prisión, entre los cuales hay muchos malhechores. Reprueban la crueldad del Juez, convencidos de la inocencia de Edmundo. Este es vigilado día y noche por tres o cuatro hombres. A nadie le está permitido tener acceso a él, según las órdenes de Juez.

La ejecución

La conducta de los ciudadanos de Lancaster es admirable. Para demostrar que se detesta el crimen, nadie se deja convencer para ejercer el papel de verdugo.

Un carnicero obliga a su ayudante a reemplazarlo por cinco libras esterlinas. El sirviente, cuando conoce el contrato que ha hecho su patrón, huye y no se sabe más de él. Ningún prisionero de la cárcel quiere salvar la propia vida a cambio de ese acto injusto.

Finalmente un desertor, que tiene pena de muerte, se ofrece para ejecutar la sentencia, por cuarenta chelines, la ropa del prisionero y su propia libertad. Este es rechazado por la buena gente de Lancaster, de tal manera que nadie presta a ese verdugo el hacha que necesita.

Es necesario anotar que este pobre hombre, después de ejecutar la sentencia, fue llevado nuevamente a la cárcel, a pesar de que se le había prometido la libertad. Allí los prisioneros quisieron cobrar venganza contra él. Tuvo que ser protegido de una manera muy especial. Algún tiempo después, fue dejado en libertad con las ropas del mártir: el premio de su servicio.

El día jueves 28 de agosto, se comunicó a Edmundo que debía morir dentro de cuatro horas.

Edmundo recibe la noticia con mucha calma y solamente dice: "Suplico a mi Redentor que me haga digno". El Juez desea, entonces, frustrar al pueblo, que podría edificarse con la vista del martirio. Propone ejecutar a Edmundo en las primeras horas de la mañana. Pero se atrasan las cosas necesarias para la ejecución. Entonces el Juez decide que se haga a la hora del almuerzo, con la esperanza de que la gente esté en sus casas.

La curiosidad del pueblo, o la confianza que tienen los católicos en su virtud, o tal vez la esperanza de los protestantes de verlo vacilar, hacen que una inmensa multitud se congregue en el lugar de la ejecución.

En la plaza de Lancaster hay gente de toda edad, sexo o religión, que espera la última escena de esa tremenda tragedia.

Cuando el P. Edmundo Arrowsmith es conducido a través del patio de la prisión, el venerable y digno sacerdote
John Southworth lo acompaña desde la ventana de su celda. También él ha sido condenado, por su sacerdocio, y espera la ejecución. Será canonizado el mismo día que Edmundo.

El P. Arrowsmith lo divisa, le hace señas, con el gesto acordado para pedir la absolución. El P. John Southworth lo absuelve a la vista de todo el pueblo, y Edmundo se siente feliz. Un joven católico que es testigo no puede contenerse. Se abre paso, abraza fuertemente a Edmundo y besa sus manos con verdadera devoción. El capitán da orden de separar, por la fuerza, a ese católico.

Edmundo es entonces atado en la rastra de cañas, con la cabeza dirigida a la cola de los caballos como signo de mayor afrenta.

Es arrastrado a través de las calles hacia el patíbulo ubicado a unos quinientos metros de la cárcel. A ninguno de sus amigos le es permitido acercarse. Todos son mantenidos alejados por los hombres del capitán y sus lanceros.

El verdugo va delante de los caballos y la rastra, con un estandarte negro en la mano; mientras que Edmundo, atado, tiene dos papeles en los que, con el título de "Las dos llaves que abren el cielo", ha escrito un acto de amor a Dios y otro de contrición. Hasta en el camino hacia la muerte desea predicar la fe.

Cuando llegan al lugar de la ejecución, Mr. Leigh, el clérigo cojo y también juez de paz, le muestra a Arrowsmith el caldero hirviente y el enorme fuego, y le dice:

"Mira lo que se ha preparado para tu muerte. ¿Te resignarás a ella, o te dejarás llevar por la misericordia del rey?

Edmundo sonríe al tentador y le dice: "Buen señor, no se moleste en tentarme. La misericordia que yo espero está en el cielo por la pasión y la muerte de Jesucristo. Yo humildemente a Él le suplico me haga digno de esta muerte".

Oración ante la muerte

Entonces, es arrastrado al pie de la escalera. Cuando lo desatan, él se arrodilla y reza por un largo cuarto de hora.

"Yo, con libertad y aceptación, te ofrezco, dulce Jesús, mi muerte en satisfacción de mis ofensas. Deseo que esta pobre sangre mía sea un sacrificio por mis pecados".

Aquí lo interrumpe un clérigo protestante afirmando que Edmundo dice blasfemias. Este lo refuta con muy pocas palabras y con gran paciencia.

Después continúa: "Jesús, mi vida y mi gloria, alegremente te devuelvo la vida que recibí. Es una gracia tuya el que yo pueda devolverla. Yo siempre he deseado, Señor, entregarte mi vida. La pérdida de ella, por tu causa, es ganancia; el conservarla, sin Ti, es mi ruina.

Yo muero por tu amor, por nuestra Fe. Muero por sostener la autoridad de tu Vicario en la tierra, el sucesor de Pedro, cabeza verdadera de la Iglesia que Tú fundaste y estableciste. Mis pecados, Señor, fueron la causa de tu muerte. En la mía, yo sólo te deseo a Ti, que eres verdadera vida. Permíteme, Jesús, por tu misericordia, que yo me libre de estar sin Ti. La vida no sirve para nada si Tú no estás. Dame, Jesús, constancia en el último momento. No me dejes vivir un instante sin Ti; pues ya que eres la verdadera vida, yo no puedo vivir a no ser que Tú vivas en mí. Cuando pienso que te he ofendido, sufro por haber perdido la vida. Oh Vida, te he ofendido tanto. Sin embargo, con verdadero dolor me entrego a Ti. Te pido, con todo el corazón, que olvides mis pecados. Dame la oportunidad de entregarme en tus manos".

Varias veces lo interrumpen. Pero él continúa, inconmovible. Al fin, el capitán le ordena terminar.

Edmundo obedece. Se levanta y dice: "Que se haga lo que Dios quiera". Besa la escalera y empieza a caminar con valor y envidiable firmeza. Al subir los escalones, suplica a los católicos que unan sus oraciones para que él pueda tener la gracia necesaria en el último momento. Mr. Leigh, clérigo y juez de paz, le indica, falsamente, que no hay católicos presentes, pero que él dirá las oraciones. Edmundo le contesta: "Señor, no busco sus plegarias y tampoco debo rezar con Ud. Yo no puedo participar con su fe. Si es verdad, como Ud. dice, que aquí no hay católicos, yo deseo morir muchas muertes para que todos lo sean".

Terminado este diálogo, Edmundo reza por Inglaterra y por el rey. Perdona a sus perseguidores y, humildemente, les pide perdón por si en algo los hubiere ofendido.

Entonces el verdugo le pone la soga al cuello. Edmundo está preparado. Sin embargo, en ese supremo momento, Mr. Leigh, clérigo y juez, se atreve a decir: "Le suplico, señor. Acepte la merced del rey. Preste el juramento de supremacía. Buen señor, acepte su vida. Yo deseo que Ud. viva. Aquí ha venido un emisario de parte del Rey, que ha venido para ofrecer este favor. Ud. puede vivir, señor, si acepta la religión protestante".

Edmundo suavemente mueve su cabeza. Con firmeza responde: Oh señor, estoy muy lejos de todo eso. Por favor, no continúe. Soy un moribundo. Yo no haré lo que Ud. me propone, en ningún caso y bajo ninguna condición. Llegará un día en el que, lejos de arrepentirse por el retorno a la Iglesia católica, Uds. se sentirán felices de haber ganado la paz".

Entonces, un grupo de clérigos protestantes comienza a gritar: "Basta. No más sermones. Terminen con él".

Edmundo se recoge un instante. Cierra los ojos, sus labios pronuncian el nombre de Jesús. Retiran la escalera, y Edmundo queda suspendido en el aire.

El resto de la cruel sentencia es ejecutado inmediatamente.

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Fuente: /www.comune.sarsina.fo.it
Vicinio de Sarsina, Santo Obispo, 28 de agosto  

Vicinio de Sarsina, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Sarsina, de la Romagnola, san Vicinio, primer obispo de esta ciudad (s. IV/V).

 

Hacia finales del III siglo y el comienzo del IV , con las persecuciones de Diocleciano, Vicinio salió desde Liguria y llegó a la ciudad de Sarsina donde lo ordenaron obispo.
Rigió la diócesis de Sarsina durante 27 años y 3 meses. Poesía y leyenda adornan la biografía del primer obispo: en Musella, una localidad a 10 km de Sarsina, el anacoreta vivía rezando cuando la iglesia de Sarsina se iluminó. Dos ángeles blancos, llevando en la mano la ínfula episcopal, lo llamaron a ser obispo.

El funeral del Santo fue también extraordinario: según la leyenda, una altísima encina se inclinó reverente al pasar del carro funebre y los dos becerros que tiraban del carro, por el dolor, se echaron en el agua tumultuosa del Savio.

Sin embargo, los prodigios, que llamaron y siguen llamando a una multitud de peregrinos, continuan a exaltar la fama taumatúrgica de San Vicinio, dispensador de gracia y curandero de endemoniados.

Elemento fundamental de este culto ultramilenario es la así-llamada "cadena", una especie de collar de hierro que habría sido el incómodo cilicio de San Vicinio (que rezaba encorvado con una pesada piedra atada a la cadena) y que, desde hace siglos, es puesto al cuello de los creyentes.

Para mayor información acerca de la vida de San Vicinio y del culto a este santo, visiten el sitio internet del
Santuario (en italiano).

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Fuente: misa_tridentina.t35.com
Alejandro de Constantinopla, Santo Obispo, 28 de agosto  

Alejandro de Constantinopla, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Constantinopla, san Alejandro, obispo, cuyas apostólicas súplicas, según escribe san Gregorio Nazianceno, lograron vencer al jefe de la herejía arriana (c. 336).

 

Alejandro contaba ya con setenta y tres años cuando fue elegido obispo de Constantinopla. Ejerció ese cargo durante doce años, en los días turbulentos de Arrio el hereje.

Poco después de su elección, el emperador Constantino organizó una reunión de teólogos cristianos y filósofos paganos: pero, como todos los filósofos quisiesen hablar al mismo tiempo, la reunión se convirtió en una desorden. Entonces, San Alejandro les aconsejó que eligiesen a los más autorizados de entre ellos para exponer su doctrina. Cuando uno de los oradores estaba en la tribuna, el santo exclamó: "En el nombre de Jesucristo, te mando que te calles". Según se dice, el pobre filósofo perdió el habla hasta que San Alejandro se la devolvió. Este prodigio impresionó más a los filósofos que todos los argumentos de los cristianos.

El año 336, Arrio entró triunfalmente en Constantinopla. Llevaba una orden del emperador para que San Alejandro le admitiese a la comunión. Se cuenta que el santo patriarca se encerró entonces en la iglesia a orar, junto con San Jacobo de Nísibis, para que Dios lo ilumine en el momento en que aquel hereje se aproxime a comulgar. Como quiera que haya sido, la víspera de la recepción de Arrio en la iglesia, el heresiarca falleció repentinamente. Los cristianos vieron en ello una intervención divina debida a las oraciones de San Alejandro.

El Santo Murió en paz alrededor del año 340.

 

 

Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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