domingo, 18 de agosto de 2013

Lunes por las almas del Purgatorio. 19/08/2013. San Juan Eudes ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercó un joven a Jesús y le preguntó: 
"Maestro, ¿qué debo hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" 
Le respondió Jesús: 
"¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los 
mandamientos". 
El replicó: 
"¿Cuáles?"
Jesús le dijo: 
"No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo".
Le dijo entonces el joven: 
"Todo eso lo he cumplido desde mi niñez. ¿Qué más me falta?" 
Jesús le dijo: 
"Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y 
sígueme". 
Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

lun 20a. Ordinario año impar

Antífona de Entrada

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; atiéndeme y escucha mis palabras. Cuídame como a las niñas de tus ojos, cúbreme bajo la sombra de tus alas.

Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra voluntad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un corazón sincero.
Por nuestro Señor Jesucristo....
Amén.

Primera Lectura

El Señor instituyó jueces, pero los israelitas ni a ellos los quisieron escuchar

Lectura del libro de los Jueces 2, 11-19

En aquellos días, los israelitas ofendieron con su conducta al Señor, dando culto a los ídolos. Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados, que los había sacado de Egipto, y siguieron a dioses de los pueblos vecinos y los adoraron irritando al Señor. Abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y Astarté.
Entonces el Señor se encolerizó contra Israel; los puso en manos de salteadores, que los despojaron, los entregó a sus enemigos de alrededor, y no fueron capaces de resistirlos. En todas sus campañas la mano del Señor intervenía contra ellos para castigarlos, como él les había dicho y jurado, y los puso en una situación desesperada. 
Entonces el Señor instituyó jueces, que salvaron a los israelitas de quienes los saqueaban, pero ellos tampoco escucharon a los jueces: se prostituyeron dando culto y adorando a otros dioses; se desviaron muy pronto de la conducta de sus antepasados, que habían cumplido los mandamientos del Señor, pero no los imitaron.
Cuando el Señor les instituyó jueces, él estaba con el juez y los salvaba de sus enemigos, pues se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, en cuanto moría el juez, volvían a pecar y se portaban todavía peor que sus antepasados; seguían a otros dioses, les daban culto, los 
adoraban y volvían a sus prácticas y a su conducta obstinada.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 105

Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

No exterminaron nuestros padres a los pueblos que el Señor les había mandado. Se unieron con paganos y aprendieron sus prácticas.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Dieron culto a los ídolos y éstos fueron para ellos como una trampa. Entonces entregaron a sus hijos e hijas en sacrificio a los demonios.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Se contaminaron con sus obras y se prostituyeron con sus acciones; por eso el Señor renegó de su pueblo y estalló su enojo.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

¡Cuántas veces los libró, pero ellos se obstinaron en su actitud! Entonces el Señor miró su angustia y escuchó sus gritos.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Aleluya.

Evangelio

Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en el cielo

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 19, 16-22

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se acercó un joven a Jesús y le preguntó: 
"Maestro, ¿qué debo hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" 
Le respondió Jesús: 
"¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los 
mandamientos". 
El replicó: 
"¿Cuáles?"
Jesús le dijo: 
"No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo".
Le dijo entonces el joven: 
"Todo eso lo he cumplido desde mi niñez. ¿Qué más me falta?" 
Jesús le dijo: 
"Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y 
sígueme". 
Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Santifica, Señor, estos dones tuyos que con sincera voluntad te presentamos, y por medio de esta Eucaristía dígnate purificarnos y renovarnos. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

Jesús, buen samaritano

En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor.
Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal.
También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado.
Por eso,
unidos a los ángeles y santos, cantamos a una voz el himno de tu gloria:

Antífona de la Comunión

Los ojos del Señor están puestos en sus hijos que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Oración después de la Comunión

Oremos: 
Que esta celebración eucarística nos comunique, Señor, nuevas fuerzas para cumplir tu voluntad en esta vida y nos 
confirme en la esperanza de tu Reino. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 19/08 San Juan Eudes (presbítero, blanco)

Antífona de Entrada

El Espíritu de del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados.

Oración Colecta

Oremos:
Señor, luz de tu pueblo y pastor de los hombres, que, dentro de la Iglesia, has confiado a san Juan Eudes la misión de apacentar a tu pueblo con su vida y su ejemplo; concédenos, por su intercesión, guardar íntegro el don de la fe que nos legó su palabra y seguir el camino que nos marcó su ejemplo.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
3, 14-19

Hermanos: Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, les conceda por medio de su Espíritu: robustecerlos en lo profundo de su ser; que Cristo habite por la fe en sus corazones; que el amor sea su raíz y su cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograrán abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegarán a su plenitud, según la plenitud total de Dios.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del Salmo 130

Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad.
Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.
Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
Aleluya.

Evangelio

Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla

Ý Lectura del santo Evangelio según san Mateo
11, 25-30

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús exclamó:
"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Dios todopoderoso, humildemente imploramos de tu divina Majestad que estos dones, que ofrecemos en honor de tus santos y que testimonian tu poder y tu gloria, le alcancen a tu pueblo los frutos de la eterna salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

prefacio

Los santos pastores siguen presentes en la Iglesia

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque permites que tu Iglesia se alegre hoy con la festividad de san Juan Eudes, para animarnos con el ejemplo de su vida, instruirnos con su palabra y protegernos con su intercesión.
Por eso,
con los ángeles y los santos, te cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, dice el Señor.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Señor, que estos sacramentos que hemos recibido nos hagan dignos de los gozos eternos que mereció san Juan Eudes, tu servidor bueno y fiel.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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Meditación diaria

20ª semana. Lunes

ALEGRÍA Y GENEROSIDAD

— El joven rico. La alegría de la entrega.

— El Señor pasa y pide.

— La tristeza hace mucho daño al alma. Buscar la alegría a través de la generosidad.

I. Después de bendecir a unos niños, Jesús partió de aquel lugar, y cuando estaba en camino llegó un joven, se postró de rodillas1 y le preguntó: Maestro, ¿qué cosas buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús, de pie, contempla a aquel joven con una gran esperanza; los discípulos, que se han detenido, callan y miran. La escena, recogida en el Evangelio de la Misa2, es de una gran belleza. Quizá el joven ha escuchado a Jesús en alguna otra ocasión, y hasta ahora no se ha atrevido a comunicarse directamente con Él; en su alma hay deseos de entrega, de amar más..., quizá está insatisfecho con su vida. Por eso, cuando el Señor le dice que debe guardar los Mandamientos, él dice que ya los cumple, y pregunta: Quid adhuc mihi deest? ¿Qué me falta aún? Es la pregunta que tantos y tantas se han hecho al comprobar que no les llena la vida que llevan.

Jesús, tan atento a los menores movimientos de las almas, se conmovió al contemplar los deseos y la limpieza de aquel corazón. Fue entonces cuando le dirigió la mirada de la que nos habla San Marcos, y lo amó3. La mirada de Jesús, una mirada honda, imborrable, es por sí sola una llamada. Y le invitó a seguirle dejando atrás todos sus tesoros. Es una invitación a dejar libre el corazón para llenarlo todo de Dios. Se trata de cambiar el amor a los bienes por el amor a Jesús, se trata de dejar las posesiones materiales para enriquecerse, de una manera real y efectiva, con bienes eternos4.

No fue generoso este joven: se quedó con sus riquezas, de las que disfrutaría unos años, y perdió a Jesús, a quien tenemos para siempre, tesoro infinito, en este mundo y en la eternidad. En su egoísmo, el joven rico no esperaba esta respuesta del Maestro. Los planes de Dios no coinciden generalmente con los nuestros, con los que proyectamos en la imaginación, con aquellos que fabrica la vanidad o el egoísmo. Los planes divinos, forjados desde la eternidad para nosotros, son los más bellos que nunca pudimos imaginar, aunque alguna vez nos desconcierten.

Al oír el joven estas palabras de Jesús se marchó triste, pues tenía muchas posesiones. Todos vieron cómo resistía aquella amable y amorosa invitación del Señor y se marchaba con la huella de la tristeza en la cara. Posiblemente, más tarde, este joven encontraría falsas justificaciones a su falta de generosidad, que le devolverían al menos la tranquilidad perdida (nunca la paz, que es fruto de la entrega): quizá pensó que era muy joven, o que más tarde vería todo con más claridad y buscaría al Maestro... ¡Qué fracaso! ¡Qué ocasión desaprovechada!, pues a Jesús, o se le sigue o se le pierde. Cada encuentro con Él lleva consigo unas claras exigencias, y también un gran enriquecimiento de toda la persona. Jesús nunca nos deja indiferentes.

Una vez que alguien ha sentido posarse sobre él la mirada del Señor, ya nunca la olvida, ya no es posible vivir como antes. La alegría es fruto de la generosidad, de responder a las sucesivas llamadas que a cada uno en su estado dirige Cristo que pasa. La vida se llena de gozo y de paz en esa disponibilidad absoluta ante la voluntad de Dios que se manifiesta en momentos bien precisos de nuestra vida; quizá ahora.

II. «Aquel muchacho rechazó la insinuación, y cuenta el Evangelio queabiit tristis (Mt 19, 22), que se retiró entristecido (...): perdió la alegría porque se negó a entregar su libertad a Dios»5. Libertad que, si no le había servido para llegar a la meta, a Cristo que pasaba por su vida, para bien poco habría ya de servirle.

La tristeza nace en el corazón, como una planta dañina, cuando nos alejamos de Cristo, cuando le negamos aquello que de una vez, o poco a poco, nos va pidiendo, cuando nos falta generosidad. Esta mala enfermedad del alma «es un vicio causado por el amor desordenado de sí Mismo»6. Puede haber enfermedad, puede existir cansancio y dolor, pero la tristeza del corazón es distinta. En su origen encontramos siempre la soberbia y el egoísmo: detrás de esa desgana, sin causa aparente, en el propio quehacer, puede estar la imposibilidad de afirmar el propio criterio, la propia personalidad, la vanidad; detrás de ese dolor puede esconderse la rebeldía de no querer aceptar la voluntad de Dios; en ese desaliento, al ver una y otra vez las propias faltas, puede ocultarse más la humillación sufrida que el dolor por haber ofendido al Señor... «Si Dios me ha perdonado, si su amor misericordioso, siempre presente, se vuelca en mí, ¿cómo puedo estar yo triste? Si alguien alimentara su tristeza en el dolor de sus pecados, agarrado a su culpa, ese hombre debe saber que se trata posiblemente de un pretexto y, siempre, de un error»7. Las mismas faltas y pecados nos deben llevar a la alegría del arrepentimiento y del amor que nace de nuevo con más fuerza aún.

El Señor pasa cerca de nuestra vida en incontables ocasiones. Alguna vez nos pedirá mucho, para darnos más; otras, cosas pequeñas: el cumplimiento del deber, llevar a cabo en la hora prevista las prácticas de piedad que tenemos señaladas en nuestro plan de vida, sin dar cabida a la pereza; mortificar la imaginación y el recuerdo en asuntos banales; vivir con esmero la caridad con quienes están a nuestro lado; indicar con afabilidad la dirección que nos han pedido... Quizá se presente el Señor –tal vez cuando menos lo esperábamos– para invitarnos a seguirle aún más de cerca, quizá sin abandonar nuestros quehaceres en medio del mundo, pero con la plena entrega del corazón, según el propio estado, sin poner límites ni condiciones. «Hay que saber entregarse, arder delante de Dios como esa luz, que se pone sobre el candelero, para iluminar a los hombres que andan en tinieblas; como esas lamparillas que se queman junto al altar, y se consumen alumbrando hasta gastarse»8. Y esto nos lo pide a todos: cada uno en su lugar y en el estado al que es llamado, en la peculiar vocación que de Dios ha recibido. Esta vocación es el asunto más importante de la vida, y, una vez conocida, el negocio en el que debemos empeñarnos con tenacidad, con la ayuda de la gracia, hasta el último instante de nuestros días.

III. Se marchó triste. Nada más sabemos de él. Su historia termina envuelta en un manto de tristeza; quizá podría haber sido uno de losDoce. Pero no quiso; y Jesús respetó su libertad. Una libertad que no supo emplear. «El mercader –comenta San Basilio– no se entristece gastando en las ferias lo que posee para adquirir sus mercancías; pero tú (hace referencia a este joven rico) te entristeces dando polvo a cambio de la vida eterna»9: prefirió conservar el polvo –eso son todas las posesiones y riquezas– en vez de elegir la vida perdurable que le ofrecía Cristo, prefirió quedarse con el polvo en que se convirtieron estas al cabo de unos años, no demasiados.

La tristeza hace mucho daño al alma. Como la polilla al vestido y la carcoma a la madera, así la tristeza daña el corazón del hombre10, y predispone al mal. Por eso hemos de luchar enseguida, si alguna vez hiciera su aparición en el alma: Anímate, pues, y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mató la tristeza. Y no hay utilidad alguna en ella11. De ese estado solo cabe esperar males.

Si nuestra vida consiste realmente en seguir a Cristo, es lógico que siempre estemos alegres: es la única alegría verdadera del mundo, sin límite y sin medida; compatible, por otra parte, con el dolor, con la enfermedad, con el fracaso... «La alegría cristiana excluye de modo definitivo y combate implacablemente toda tristeza enfermiza o imaginaria: la envidia, el desaliento, el repliegue sobre sí mismo no pueden emparejarse con ella, y uno de sus beneficios es el de excluir todas esas penas, llenas de veneno y fuentes de muerte»12.

Un alma triste está a merced de muchas tentaciones. ¡Cuántos pecados han tenido su origen en la tristeza! ¡Cuántos ideales ha roto! Si alguna vez sentimos el zarpazo de la tristeza, examinemos su causa con sinceridad en la oración. Muchas veces encontraremos falta de generosidad con Dios o con los demás. «"Laetetur cor quaerentium Dominum" —Alégrese el corazón de los que buscan al Señor.

»—Luz, para que investigues en los motivos de tu tristeza»13. Preguntémonos, si esa situación llegara, y ahora, porque siempre podemos crecer en alegría, si estamos buscando seriamente al Señor en lo que cada día nos sucede, en la oración, en el empeño por mantener la presencia de Dios. Examinemos nuestra generosidad con los demás: a la hora de interesarnos por su salud, por sus ilusiones, en el sacrificio pequeño pero continuo que exige una fraternidad bien vivida, en los bienes y talentos que poseemos...

Si alguna vez nos sentimos con el alma entristecida, preguntémonos: ¿en qué no estoy yo siendo generoso con Dios?, ¿en qué no soy desprendido con los demás?, ¿me preocupo excesivamente de mí mismo, de mis cosas, de mi salud, de mi futuro, de mis pequeñeces?... Es posible que encontremos enseguida la causa y el remedio. Mientras tanto, procuremos afinar en el trato con el Señor, intentemos darnos sin cálculo a quienes están cerca, aunque sea en pequeños servicios; abramos el corazón a quien nos conoce y aprecia, a quien tenemos encomendada la dirección espiritual del alma.

Con la alegría que Cristo nos da, hacemos mucho bien a nuestro alrededor. Comunicarla a los demás será frecuentemente una de las mayores muestras de caridad hacia ellos. Muchas personas pueden encontrar a Dios en esa alegría honda; procuremos no perderla. Santa María, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros, concédenos seguir a Cristo de cerca, danos la gracia de no volverle nunca la espalda, ni siquiera en lo pequeño de todos los días.

1 Cfr. Mc 10, 17. — 2 Mt 19, 16-22. — 3 Mc 10, 21. — 4 Cfr. M. J. Indart, Jesús en su mundo, p. 251. — 5 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 24. — 6 Santo Tomás,Suma Teológica, 2-2, q. 28, a. 4, ad 1. — 7 C. López Pardo, Sobre la vida y la muerte, Rialp, Madrid 1973, p. 157. — 8 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 44. — 9 San Basilio, en Catena Aurea, vol. VI, p. 313. — 10 Prov 25, 20. — 11 Ecl 30, 24-25. —12 J. M. Perrin, El evangelio de la alegría, Rialp, Madrid 1962, pp. 59-60. — 13 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 666.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

San Juan Eudes
Fundador
Año 1680

San Juan Eudes: no dejes de rogar cada día 
por esas tres clases de personas 
que tanto ayudaste durante tu vida de apostolado: 
los seminaristas, los sacerdotes, 
y las mujeres en peligro. 
Tu oración les puede hacer inmenso bien.


Este santo compuso una frase que se ha hecho famosa entre los creyentes. Dice así: "Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias".

Nació en un pueblecito de Francia, llamado Ri (en Normandía) en el año 1601. Sus padres no tenían hijos e hicieron una peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y Dios les concedió este hijo, y después de él otros cinco.

Ya desde pequeño demostraba gran piedad, y un día cuando un compañero de la escuela lo golpeó en una mejilla, él para cumplir el consejo del evangelio, le presentó la otra mejilla.

Estudio en un famoso seminario de París, llamado El Oratorio, dirigido por un gran personaje de su tiempo, el cardenal Berulle, que lo estimaba muchísimo.

Al descubrir en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar misiones populares, el Cardenal Berulle lo dedicó apenas ordenado sacerdote, a predicar por los pueblos y ciudades. Predicó 111 misiones, con notabilísimo éxito. Un escritor muy popular de su tiempo, Monseñor Camus, afirmaba: "Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y puedo asegurar que ninguno de ellos conmueve tanto a las multitudes, como este buen padre Juan Eudes".

Las gentes decían de él: "En la predicación es un león, y en la confesión un cordero".

San Juan Eudes se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran muy esmerada preparación. Por eso se propuso fundar seminarios en los cuales los futuros sacerdotes fueran esmeradamente preparados para su sagrado ministerio. En Francia, su patria, fundó cinco seminarios que contribuyeron enormemente al resurgimiento religioso de la nación.

Con los mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación.

En sus misiones lograba el padre que muchas mujeres se arrepintieran de su vida de pecado, pero desafortunadamente las ocasiones las volvían a llevar otra vez al mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy, que había dado albergue a varias de esas convertidas, le dijo al santo al final de una misión: "Usted se vuelve ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres se volverán a su vida de pecado; es necesario que les consiga casas donde se puedan refugiar y librarse de quienes quieren destrozar su virtud". El santo aceptó este consejo y fundó la Comunidad de las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio para encargarse de las jóvenes en peligro. De esta asociación saldrá mucho después la Comunidad de religiosas del Buen Pastor que tienen ahora en el mundo 585 casas con 7,700 religiosas, dedicadas a atender a las jóvenes en peligro y rehabilitar a las que ya han caído.

Este santo propagó por todo su país dos nuevas devociones que llegaron a ser sumamente populares: La devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Y escribió un hermoso libro titulado: "El Admirable Corazón de la Madre de Dios", para explicar el amor que María ha tenido por Dios y por nosotros. Él compuso también un oficio litúrgico en honor del corazón de María, y en sus congregaciones celebraba cada año la fiesta del Inmaculado Corazón.

Otro de sus Libros se titula: "La devoción al Corazón de Jesús". Por eso el Papa San Pío X llamaba a San Juan Eudes: "El apóstol de la devoción a los Sagrados Corazones".

Redactó también dos libros que han hecho mucho bien a los sacerdotes: "El buen Confesor", y "El predicador apostólico".

Murió el 19 de agosto de 1680. Su gran deseo era que de su vida y de su comportamiento se pudiera repetir siempre lo que decía Jesús: "Mi Padre celestial me ama, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".

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Fuente: Archidiócesis de Madrid
Sixto III, Santo XLIV Papa, 19 de agosto  

Sixto III, Santo

XLIV Papa

Martirologio Romano: En Roma, en la vía Tiburtina, junto a san Lorenzo, sepultura de san Sixto III, papa, que restableció la concordia entre el Patriarcado de Antioquía y el de Alejandría, y en la Ciudad eterna erigió para el pueblo de Dios la basílica de Santa María, en el monte Esquilino (440).

Fecha de canonización: Fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, por lo que su culto fue aprobado por un obispo como consecuencia de la devoción popular.

 

Fue elegido papa a la muerte de san Celestino I, en el año 432, y ocupó la sede de Pedro por ocho años que fueron muy llenos de exigencias.

Durante su vida se vió envuelto casi de modo permanente en la lucha doctrinal contra los pelagianos, siendo uno de los que primeramente detectó el mal y combatió la herejía que había de condenar al papa Zósimo. De hecho, Sixto escribió dos cartas sobre este asunto enviándolas a Aurelio, obispo que condenó a Celestio en el concilio de Cartago, y a san Agustín. Se libraba en la Iglesia la gran controversia sobre la Gracia sobrenatural y su necesidad tanto para realizar buenas obras como para conseguir la salvación.

Pelagio fue un monje procedente de las islas Británicas. Vivió en Roma varios años ganándose el respeto y la admiración de muchos por su vida ascética y por su doctrina de tipo estoico, según la cual el hombre es capaz de alcanzar la perfección por el propio esfuerzo, con la ayuda de Dios solamente extrínseca -buenos ejemplos, orientaciones y normas disciplinares, etc.,- ¡era un voluntarista! Además, la doctrina llevaba anexa la negación del pecado original. Y consecuentemente rechaza la necesidad de la redención de Jesucristo. De ahí se deriva a la ineficacia sacramentaria. Todo un monumental lío teológico basado en principios falsos que naturalmente Roma no podía permitir.

Y no fue sólo esto. El Nestorianismo acaba de ser condenado en el concilio de Éfeso, en el 431, un año antes de ser elegido papa Sixto III; pero aquella doctrina equivocada sobre Jesucristo había sido sembrada y las consecuencias no desaparecerían con las resoluciones conciliares. Nestorio procedía de Antioquía y fue obispo de Constantinopla. Mantuvo una cristología imprecisa en la terminología y errónea en lo conceptual, afirmando que en Cristo hay dos personas y negando la maternidad divina de la Virgen María; fue condenada su enseñanza por

Sixto III, Santo

contradecir la fe cristiana; depuesto de su sede, recluido o desterrado al monasterio de san Eutropio, en Antioquía, muriendo impenitente fuera de la comunión de la Iglesia. El papa Sixto III intentó con notable esfuerzo reducirlo a la fe sin conseguirlo y a pesar de sus inútiles esfuerzos tergiversaron los nestorianos sus palabras afirmando que el papa no les era contrario.

Llovieron al papa las calumnias de sus detractores. El propio emperador Valentiniano y su madre Plácida impulsaron un concilio para devolverle la fama y el honor que estaba en entredicho. Baso -uno de los principales promotores del alboroto que privaba injustamente de la fama al Sumo Pontífice- muere arrepentido y tan perdonado que el propio Sixto le atiende espiritualmente al final de su vida y le reconforta con los sacramentos.

Como todo santo ha de ser piadoso, también se ocupó antes de su muerte -en el año 440 y en Roma-, de reparar y ennoblecer la antigua basílica de Santa María la Mayor que mandó construir el papa Liberio, la de San Pedro y la de San Lorenzo.

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Ezequiel Moreno y Díaz, Santo Obispo, 19 de agosto  

Ezequiel Moreno y Díaz, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Monteagudo, de Navarra, en España, tránsito de san Ezequiel Moreno Díaz, obispo de Pasto, en Colombia, de la Orden de los Recoletos de San Agustín, que trabajó y, por anunciar el Evangelio, dio su vida tanto en las Islas Filipinas como en América del Sur (1906).

Fecha de canonización: Juan Pablo II lo canonizó en la ciudad de Santo Domingo el 11 de octubre de 1992, presentándolo al mundo como ejemplo de pastor y de misionero en el V Centenario de la evangelización de América.

 

Ezequiel Moreno nació en Alfaro (La Rioja, España), el 9 de abril de 1848. Siguiendo el ejemplo de su hermano Eustaquio, el 21 de septiembre de 1864 vistió el hábito en el convento de los agustinos recoletos de Monteagudo (Navarra) y tomó el nombre de fray Ezequiel de la Virgen del Rosario.

En 1869, después de sus estudios de teología, fue enviado a las islas Filipinas, tierras de sus sueños, con 17 hermanos. Llegó a Manila el 10 de febrero de 1870. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de junio de 1871 y fue destinado enseguida a la isla de Mindoro, con su hermano Eustaquio. Como capellán demostró su celo apostólico en la colonia militar y sus anhelos misioneros en la búsqueda de pueblos que no conocían a Dios. Las fiebres le obligaron a volver a Manila. Poco después fue nombrado párroco de Calapan y vicario provincial de los agustinos recoletos de la isla de Mindoro; de 1876 a 1880 ocupó los cargos de párroco de Las Piñas y de Santo Tomás en Batangas y de 1880 a 1885 ejerció los oficios de predicador del convento de Manila, párroco de Santa Cruz y administrador de la casahacienda de Imus.

El capítulo provincial de 1885 nombró a fray Ezequiel prior del convento de Monteagudo, donde se modelaban les conciencias de los futuros misioneros. Terminado su mandato de superior de ese convento, se ofreció como voluntario para restaurar la orden en Colombia. Nombrado jefe de una expedición, partió de España a finales de 1888 con otros seis religiosos voluntarios, llegando a Bogotá el 2 de enero de 1889. Su primer objetivo fue restablecer la observancia religiosa en las comunidades.

En 1893 fray Ezequiel fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de Casanare; recibió la ordenación episcopal en mayo de 1894. Habría preferido acabar sus días en medio de sufrimientos y privaciones—como manifiesta en una de sus cartas—, pero Dios lo había destinado a una misión más ardua y delicada. En 1895 fue nombrado obispo de Pasto. Cuando se le comunicó la noticia, le vino a la mente una pregunta angustiante: "¿Me habré hecho indigno de sufrir por Dios, mi Señor?". En su nueva misión le esperaban situaciones mucho más difíciles y amargas: humillaciones, burlas, calumnias, persecuciones e incluso el abandono de parte de sus superiores inmediatos.

En 1905 se vio afectado por una grave enfermedad—cáncer en la nariz—, que le hizo saborear hasta la última gota el cáliz del dolor. Los médicos le animaron a volver a Europa para operarle, pero él se negaba a abandonar su grey. Aconsejado por los fieles y los sacerdotes, en diciembre de aquel mismo año regresó a España para someterse a varias operaciones. Con el fin de conformarse más con Cristo, rechazó la anestesia. Soportó las dolorosas operaciones sin un lamento y con una fortaleza tan heroica que conmovió al quirurgo y a sus asistentes.

Sabiendo que estaba herido de muerte, quiso pasar los últimos días de su vida en el convento de Monteagudo, junto a la Virgen. El 19 de agosto de 1906, después de de haber padecido acérrimos dolores, con los ojos clavados en el crucifijo, entregó su alma al Señor.
Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Jordán de Pisa, Beato Dominico, 19 de agosto  

Jordán de Pisa, Beato

Presbítero Dominico

Martirologio Romano: En Piacenza, en la Emilia, beato Jordán de Pisa, presbítero de la Orden de Predicadores, que en lenguaje popular expuso al pueblo la más alta doctrina con la máxima sencillez (c. 1311).

Fecha de beatificación: Su culto fue confirmado en 1833.

 

Jordán de Pisa ha pasado a la historia como uno de los creadores del italiano moderno.

Era un predicador de gran elocuencia y saber, contemporáneo de Dante y uno de los primeros en usar el dialecto toscano en vez del latín. Su contribución al enriquecimiento y consolidación del italiano hablado puede compararse con la de Dante y Petrarca respecto del italiano escrito.

No sabemos nada sobre el nacimiento y los primeros años del beato. De un pasaje de sus sermones parece desprenderse que, en 1276, se hallaba estudiando en París. "Imaginad a un hombre -dijo-, que se haya ganado el favor del rey de Francia. ¿No recibirá acaso grandes honores? Yo tuve la ocasión de ver, con mis propios ojos, a un hombre así, a un hombre de humilde origen que había llegado a ganarse el favor del rey. Toda la corte y los barones se inclinaban ante él y le honraban desmensuradamente, sólo porque era amigo del rey." Esta frase se refiere ciertamente a Pedro de la Brosse, barbero y cirujano de San Luis de Francia, que fue más tarde íntimo amigo de su hijo, el rey Felipe.

El primer dato cierto que poseemos sobre Jordán es que tomó el hábito de Santo Domingo, en Pisa, en 1280 y que más tarde fue a la Universidad de París a completar sus estudios.

El capítulo de la Orden de Santo Domingo, que tuvo lugar en Rietti en 1305, le nombró profesor en Florencia. Durante los tres años que desempeñó ese cargo, el alto nivel de su enseñanza hizo famoso en toda Italia el convento de Santa María Novella. Puesto que pertenecía a la Orden de Predicadores Jordán encontraba tiempo para predicar e impartir la enseñanza.

Pronto se convirtió en uno de los más grandes oradores de su época; en ocasiones llegó a predicar cincuenta veces al día. A veces empezaba a predicar sobre un tema, por la mañana, en una iglesia y continuaba a mediodía en otra, para terminar por la noche en una tercera iglesia. Los florentinos le seguían de una a otra, ávidos de escucharle. Muchos de sus oyentes tomaban notas, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros y constituyen verdaderos tesoros lingüísticos. La predicación del beato era tan sencilla como avasalladora: hablaba de Cristo crucificado e ilustraba la doctrina con ejemplos tomados de la Sagrada Escritura y de las vidas de los santos.

Con frecuencia se refería a la necesidad e importancia de la predicación y del valor de la obra de Santo Domingo, antes del cual, según las palabras del beato, "apenas si había escuelas de Teología; en cambio, ahora abundan en toda la Cristiandad y todas las comunidades importantes tienen su propia cátedra, lo cual es muy útil. Antes de Santo Domingo, sólo los obispos predicaban la Palabra de Dios; éste era su oficio distintivo; los sacerdotes, los monjes y los ermitaños sólo predicaban con el ejemplo".

El efecto de la predicación del beato, sobre todo en Florencia, fue extraordinario y elevó el nivel de la moral en la ciudad. Jordán trataba de asegurar la perseverancia de sus penitentes, aconsejándoles, como principales medios, la asistencia diaria a la misa, el uso frecuente de los sacramentos, las oraciones de la mañana y de la noche, el recuerdo de la presencia de Dios, la lectura espiritual y la meditación sobre la vanidad de este mundo y la eternidad del venidero.

El beato acababa exhausto, después de dos o tres horas de predicación; su discípulo Ventura, que más tarde sería conocido con el nombre de Beato Silvestre de Valdevise, le esperaba, algunas veces, al pie de la escalera del púlpito para darle un poco de vino. Ambos siervos de Dios eran muy amigos y Ventura ingresó, algo más tarde, como hermano lego en el convento de los camaldulenses de Florencia. Muchos otros penitentes de Jordán llegaron también a ser famosos por su santidad. La crónica del convento de Santo Domingo de Pisa afirma que el beato conocía de memoria "el breviario, el misal, la mayor parte de la Biblia con las notas marginales, la segunda parte de la Suma de Santo Tomás y muchos otros libros. La Cofradía del Divino Redentor, una de las que el beato fundó en Pisa, conserva todavía las constituciones primitivas. En 1311, Jordán fue profesor de Teología del convento de San Jacques, en París; pero en el camino le sorprendió una enfermedad de la que murió en Piacenza.

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Fuente: Franciscanos.org
Luis (Ludovico) de Anjou, Santo Obispo, 19 de agosto  

Luis (Ludovico) de Anjou, Santo

Obispo

Martirologio Romano: En Brignoles, en la Provenza, de Francia, muerte de san Luis, obispo. Sobrino del rey san Luis, prefirió la pobreza evangélica a las alabanzas y honores del mundo, y joven en años, pero maduro en virtud, fue elevado a la sede de Tolosa. Debido a su delicada salud, descansó piadosamente en el Señor (1297).

Fecha de canonización: El papa Juan XXII lo canonizó el año 1317.

 

San Luis de Anjou-Sicilia, que murió siendo obispo de Toulouse a los veintitrés años, nació el año 1274 en Brignoles, hermosa villa de Provenza. Su madre, María de Hungría, era sobrina de Santa Isabel y hermana de tres príncipes que también llegaron a ser reyes y santos: Esteban, Ladislao y Enrique. Su padre, Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, Sicilia, Jerusalén y Hungría, era el propio sobrino de San Luis de Francia. El príncipe don Luis brilló desde su infancia por la seguridad de su juicio, su piedad sólida, el desprecio de los honores del siglo y una gravedad que le conciliaban el amor y el respeto de todos. Desde luego, Dios le llamaba para más alto destino que el que la historia política de su tiempo parecía reservarle.

Fue testigo, en sus primeros años, de las sangrientas luchas que oponían su familia a los reyes de Aragón. Su abuelo Carlos, al que el papa Inocencio IV había adjudicado el reino de Nápoles, había soñado con reinar en Italia entera. Fue víctima del odio de los sicilianos, sublevados contra su tiranía en las terribles matanzas ocurridas en Palermo conocidas en la historia por Vísperas Sicilianas, el 31 de marzo de 1282. Fracasados los planes de conquista de su abuelo, dos años más tarde, cuando don Luis no tenía más que diez años, su padre, que trataba de resistir en Nápoles, era hecho prisionero. Durante tres años iba a permanecer en Barcelona encarcelado en el castillo Siurana por orden del rey Don Pedro III. Cuando fue puesto en libertad le llegaba a don Luis la hora de los trabajos y sufrimientos más duros: Don Alfonso III de Aragón consentía en libertar a su padre, pero a condición de que sus tres hijos fuesen mandados a Barcelona como rehenes.

El cautiverio de los tres príncipes, don Luis, don Roberto y don Raimundo, hubo de durar siete años. El príncipe don Luis, el mayor de los hermanos, tenía entonces trece años; fue tratado con aspereza, tanto más cuanto que tuvo que pagar el rencor que animaba al rey de Aragón contra la política del Papa, que se negaba a revocar la donación e investidura de los reinos de Aragón, Valencia y condado de Barcelona a Carlos de Valois, el hijo segundo del rey de Francia, y acabó coronando al padre de los príncipes encarcelados como rey de Sicilia, absolviéndole de todas las garantías que había dado al rey de Aragón cuando le puso en libertad. El príncipe don Luis aguantó los sufrimientos de su larga prisión con admirable paciencia. Estaba acostumbrado desde hacía años a una vida penitente. La reina Doña María, su madre, declaró que desde la edad de siete años se salía de noche de su cama para echarse a dormir en el suelo de su habitación.

En los años transcurridos en Barcelona se acrisoló la santidad del joven príncipe. Sus guardianes le trataban duramente, pero él se estimaba feliz sobremanera en padecer algo a imitación de Jesucristo, su Señor. Les solía decir a sus hermanos que, según el espíritu del Evangelio, la adversa fortuna valía más que la próspera, y que tenían que amar su prisión y alegrarse de que Dios les proporcionara el medio de darle prueba del amor que le tenían sufriendo algo por Él. Palabras éstas de verdadero amor iluminado por el divino sentido de la cruz. Aprovechó su cautiverio para dedicarse también al estudio, aconsejándose con dos varones sabios y piadosos de la Orden de San Francisco, especialmente con el padre Jacques Deuze, que había de ser más tarde Papa bajo el nombre de Juan XXII. Frecuentaba la meditación de las cosas de Dios y los misterios de Cristo Nuestro Señor. Confesaba casi todos los días antes de oír misa y no dejaba de rezar el oficio divino. Era especialmente devoto de la cruz y de la Virgen Santísima. Cuando le concedían libertad la empleaba en visitar a los pobres enfermos de la Ciudad Condal. Cierto día reunió a los leprosos para lavarles los pies y servirles la comida; dicen que uno de éstos estaba tan llagado que a su vista se desmayaron los otros príncipes. Al día siguiente, queriendo volverle a ver, resultó imposible encontrarle en toda la ciudad, de donde se creyó que el mismo Señor se les había aparecido para recibir los amorosos servicios del joven don Luis, su fiel discípulo. Entre estas obras de misericordia se deslizaban los años de su adolescencia, dedicada al estudio y a la meditación divina, hasta que cayó gravemente enfermo. Entendió que el Señor le llamaba y le quería todo para sí en el momento en que se aproximaba el fin de su cautividad. Entonces hizo voto de ingresar en la seráfica Orden de San Francisco si se reponía.

Pronto Dios iba a permitir que realizara su voto. Después de una larga enfermedad curó como de milagro. Seguidamente llegó la hora de su liberación: Don Jaime II de Aragón, hijo y sucesor de Don Alfonso III, buscando la paz con el Papa y con las casas de Francia y Nápoles decidió poner en libertad a los hijos de Carlos II, a condición de que la hija de éste, doña Blanca, casase con él. Se habló igualmente en estas conversaciones de Anagni (junio de 1295) de casar al príncipe don Luis con la princesa Violante, hermana del aragonés. Pero Luis, deseoso de realizar su promesa de entrar en religión, se negó, a pesar de las instancias de su padre y de las dos cortes interesadas en que se cumpliera el enlace que robusteciera la unión y la paz entre los dos Estados. Entonces fue cuando pronunció estas palabras en las que se retrata su alma santa: "Jesucristo –dijo– es mi reino. Poseyéndole a Él, lo tengo todo. Desposeído de Él, lo pierdo todo".

De vuelta a Italia con su padre, renunció a la corona de Nápoles a favor de su hermano Roberto (enero de 1296), con ganas de realizar cuanto antes sus deseos de vida retirada, después de recibir las sagradas órdenes. Pensaba vivir escondido en un convento de la Orden franciscana en Alemania. Pero la Providencia divina le tenía preparada otra prueba. Pronunció, efectivamente, sus votos en el convento de Ara Coeli, de los padres franciscanos de Roma, recibiendo seguidamente las sagradas órdenes en Nápoles (20 de mayo de 1296). Pero cuando volvió a Roma, el papa Bonifacio VIII le había designado para ocupar el obispado de Toulouse. El día de Santa Águeda, habiendo revestido el hábito de su Orden, atravesó las calles de Roma descalzo desde el Capitolio hasta San Pedro, donde predicó y fue consagrado. En Toulouse su administración fue cortísima, pero muy provechosa: reformó el clero, poniendo todo su cuidado en examinar con esmero a sus sacerdotes; predicaba a menudo dos veces al día y su palabra encendida, que convertía las almas, era acompañada de prodigios que curaban los cuerpos; llevaba una vida austera de ayunos y disciplinas; visitaba, por fin, a los pobres enfermos, recibiendo a diario veinticinco de ellos en su casa. A pesar de su santo celo apostólico, al joven obispo le atemorizaba la dignidad de su cargo. Llevado de su profunda humildad parece que pensó pedir su dimisión e implorar del Papa que le diera permiso para llevar una vida retirada lejos de los hombres. Otra vez tenían que cumplirse sus anhelos de perfección de manera impensada, por divina disposición de la Providencia.

Camino de Roma, donde iba a presenciar los solemnes actos de la canonización de su pariente San Luis de Francia, cayó enfermo en Brignoles, donde había nacido veintitrés años antes. Tuvo pronto la revelación de que allí mismo se le iban a abrir las puertas del cielo. Veía aproximarse la muerte sin temor, preparándose a rendir su alma al Señor, como suelen hacerlo los varones santos, por una profunda meditación de los misterios sagrados y un abandono total y confiado a la divina voluntad: "Voy a morir –decía a su compañero de viaje–, voy a morir, y me alegro como el marinero que vuelve a divisar la tierra y se prepara a abordar al puerto después de una larga navegación. Ya voy a dejar un cargo demasiado pesado para mis hombros, que no me permitía consagrarme a mí mismo y a Dios". El día de la Asunción recibió los santos óleos y, a pesar de que estaba muy débil por la enfermedad y las austeridades, cuando vio a su Señor que entraba a visitarle se levantó de su lecho y, adelantándose a él, puesto de rodillas, recibió por última vez al huésped amado que le tenía preparada una unión eterna en los cielos. Sus labios repetían sin parar: "Te adoramos, Jesucristo Señor nuestro, y te damos gracias por haber querido rescatar el mundo por tu santa cruz". Pronunciaba también las palabras de la salutación angélica, y contestaba a su compañero que le preguntaba por qué: "No tardaré en morir; la Virgen Santísima acudirá a mi amparo".

Murió el 19 de agosto de 1297. Su santidad, su pureza heroica fueron puestas de manifiesto por los milagros que acompañaron su tránsito: uno de los religiosos que le asistían vio a su alma subir al cielo en medio de los espíritus bienaventurados que cantaban: "Así suele tratar el Señor a los que han vivido con tanta inocencia y pureza". El prodigio más sonado fue el de la rosa que se le apareció en la boca para pública manifestación de su pureza y encendida caridad. Fue sepultado en el coro de la iglesia de los padres franciscanos de Marsella, multiplicándose los milagros en su sepulcro. Fueron tantos los enfermos curados por su intercesión, que el papa Juan XXII no tardó en canonizarle (1317). El día 11 de noviembre del año siguiente, los padres del convento de Marsella levantaron el cuerpo del Santo del coro de la iglesia, y lo depositaron en un relicario de plata puesto en el altar mayor. Presenciaba el acto el rey de Nápoles y Sicilia, su hermano menor Roberto, al que había cedido sus derechos a la corona. La devoción que el pueblo cristiano tributaba al santo príncipe se extendió a los mismos reinos de la casa de Aragón, secularmente enemistada con la suya. En 1443, don Alfonso V, que acababa de conquistar el reino de Nápoles, tomaba la ciudad de Marsella. Dicen que en ella no hizo ningún botín, contentándose con llevar en su galera las preciosas reliquias del Santo. Depositó su tesoro en Valencia, donde la memoria de San Luis de Anjou fue objeto de gran veneración. Por fin, el año 1862, el arzobispo de Valencia concedió a la Iglesia de Toulouse una reliquia del que había sido su obispo.

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Fuente: www.op.org.ar
Luis Flores y compañeros, Beatos Mártires, 19 de agosto  

Luis Flores y compañeros, Beatos

Mártires

Martirologio Romano: En Nagasaki, en Japón, beatos mártires Luis Flores, presbítero de la Orden de Predicadores, Pedro de Zúñiga, presbítero de la Orden de los Eremitas de San Agustín, y trece compañeros, marineros japoneses, que, llevados a puerto y detenidos al punto, sufrieron juntos un mismo martirio, entre variadas torturas, por la fe cristiana (1622).

Sus compañeros: Beatos Joaquín Hirayama, León Sukeyemon, Miguel Diaz, Antonio Yamada, Marcos Takenoshima Shinyemon, Tomás Koyanagi, Jacobo Matsuo Denshi, Lorenzo Rokuemon, Pablo Sankichi, Juan Yago, Juan Nagata Matakichi y Bartolomé Mohioye.

Fecha de beatificación: Fueron beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.

 

Nació en Amberes y recibió la primera educación en Gante (Bélgica), pero aún niño vino con sus padres a España y luego pasaron a México. Es hijo del convento de Santo Domingo de México donde hizo profesión en 1592.

En 1598 pasa a Filipinas donde trabaja muchos años con eficacia y gran virtud. Cuando en 1620 pide ir de misionero a Japón, viajando con el agustino B. Pedro de Zúñiga, fueron apresados en el mar por piratas, de los que sufrieron grandes tormentos y finalmente padecieron el martirio a fuego lento por la fe católica en Nagasaki el 17 de agosto de 1622.

Era modelo de gran piedad y afabilidad.

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Fuente: Archivalencia.org
Elvira de la Natividad de Nuestra Señora y compañeras, Beatas Mártires, 19 de agosto  

Elvira de la Natividad de Nuestra Señora y compañeras, Beatas

Mártires Carmelitas

Martirologio Romano: En el lugar llamado El Saler, en la región valenciana (España), beatas Elvira de la Natividad de Nuestra Señora Torrentallé Paraire y sus compañeras, vírgenes del Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad y mártires, que en la prueba de la fe por Cristo, su Esposo, obtuvieron el fruto eterno (1936).

Fecha de beatificación: Fueron beatificadas junto a otros
232 mártires, por S.S. Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.

Sus compañeras: María de Nuestra Señora de la Providencia Calaf Miracle, Francisca de Santa Teresa de Amezúa Ibaibarriaga, María de los Abandonados del Santísimo Sacramento Giner Líster, Teresa de la Madre del Divino Pastor Chambó Palés, Águeda de Nuestra Señora de las Virtudes Hernández Amorós, María de los Dolores de San Francisco Javier Vidal Cervera, María de las Nieves de la Santísima Trinidad Crespo López y Rosa de Nuestra Señora del Buen Consejo Pedret Rull.

 

Elvira Torrentallé Paraire nació en Balsareny (Barcelona) el día 29 de Junio de 1883. A los 23 años ingresó en el noviciado de Vic (Barcelona)

En 1908 fue destinada a la Casa — Asilo de Cullera, donde hizo la profesión perpetua y en Abril de 1925 fue destinada al Colegio del Sagrado Corazón de Valencia.

El 13 de enero de 1933 vuelve al su primer destino: Cullera pero en esta ocasión de Superiora de la Comunidad. En 1936, a pesar de las presiones de la familia para que marchara con ellos, no consintió dejar ni a las HH. ni a las niñas huérfanas. Murió en el Saler en la madrugada del 19 de agosto de 1936.

El rasgo fundamental de su espiritualidad era una caridad sin limites. El amor a Dios manifestado en el amor a los hermanos.

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Fuente: JesuitasAntillas.org
Tomás Sitjar Fortiá, Beato Presbitero y Mártir, 19 de agosto  

Tomás Sitjar Fortiá, Beato

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Gandía, de Valencia, España, beato Tomás Sitjar Fortiá, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que, persecución contra la Iglesia, derramó su sangre por Cristo (1936).

Fecha de beatificación: El Papa Juan Pablo II lo agregó al número de los beatos proclamados el 11 de marzo del 2001, en la ceremonia en que beatificaba en la Plaza de San Pedro a
233 víctimas de la guerra civil española.

 

Tomás Sitjar Fortiá nació el 21 de marzo de 1866 en Girona (Cataluña), e ingresó en la Compañía en el noviciado de Veruela (Zaragoza), el 21 de julio de 1880. Estudió Filosofía en Tortosa, y durante ocho años hizo su magisterio enseñando Filosofía en el Seminario Diocesano de Montevideo (Uruguay).

Volvió a Tortosa para estudiar Teología y recibió el sacerdocio en 1900, enseñando luego Filosofía durante nueve años en el mismo lugar y luego en Sarriá. Acto seguido fue nombrado superior de la residencia de Tarragona (1923-1929), y hasta la supresión de la Compañía en España, sería rector de Gandía (1929-1932). Desde entonces hasta el estallido de la guerra en julio de 1936 vivió en un apartamento con el H. Pedro Gelabert.

Una semana después (25 julio 1936), se oyeron fuertes golpes en la puerta, pero el P. Sitjar no abrió hasta que su compañero no saltó por una ventana. Le apresaron y llevaron a una escuela convertida en cárcel. A la mañana siguiente se le unieron los H. Gelabert y Ramón Grimaltos Monllor y el P. Constantino Carbonell Sempere.


Algunos amigos les visitaron y les facilitaron comida y ropa, hasta que el día 17 y 18 de agosto desfilaron ante un tribunal, sólo para esperar que uno o dos días más tarde, prometiéndole que le pondrían en libertad, llevaron a Sitjar con otros dos presos cerca de Palma de Gandía, y allí a las tres de la madrugada les ejecutaron. Los otros jesuitas fueron fusilados camino de Valencia el 23 de agosto, mientras un total de 12 jesuitas (7 sacerdotes y cinco coadjutores), cayeron de modo similar entre el 19 de agosto y el 29 de diciembre.

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Guerrico de Igny, Beato Abad, 19 de agosto  

Guerrico de Igny, Beato

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Igny, en Francia, beato Guerrico, abad. Verdadero discípulo de san Bernardo, al no poder dar ejemplo en el trabajo a sus hermanos por la debilidad de su cuerpo, los fortalecía en la humildad y caridad con reiteradas exhortaciones espirituales (1151/1157).

Fecha de beatificación: Su culto fue confirmado en 1889.

 

Guerrico vivió entre los siglos XI y XII, no se cuenta con información sobre sus primeros años, los detalles que tenemos son gracias a la biografía de Hugo abad de Marchiennes conocemos que llevó vivió solo en una casa cercana al monasterio de Tournai, que siendo inicialmente agustino pasa a ser benedictino bajo el episcopado de Odón de Cambrai. Fue San Bernardo quien lo conquisto para Claraval, y en 1138 llegó a ser abad de Igny (diócesis de Reims) sucediendo al Beato Humberto que fue el primer Abad, el monasterio mientras él lo regento llegó a ser muy prospero, murió en "su" monasterio posiblemente un 19 de agosto, entre los años 1151 y 1157.

Cultivó un tierno amor a Jesús y su Madre. Se conservan 54 sermones de Guerrico, todos llenos de una gran inspiración bíblica, patrística y sacramental.

 

 

Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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