miércoles, 21 de agosto de 2013

Jueves del Santísimo Sacramento. 22/08/2013. FIESTA. Santa María Reina ¡reina en mi corazón!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
"El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir. Envió de nuevo a otros criados que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda".
Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego les dijo a sus criados:
"La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren".
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.
Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó:
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?"
Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados:
"Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación".
Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

jue 20a. Ordinario año impar

Antífona de Entrada

Llegue hasta ti mi súplica, Señor, presta oído a mis plegarias.

Oración Colecta

Oremos:
Ayúdanos, Señor, a dejar en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a tu servicio. 
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

El primero que salga de mi casa a recibirme, lo ofreceré en holocausto al Señor

Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a

En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que recorrió la región de Galaad y de Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de allí marchó contra los amonitas. Jefté le hizo una 
promesa al Señor, diciendo:
"Si me entregas a los amonitas, al primero que salga a la puerta de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto".
Jefté partió contra los amonitas y el Señor se los entregó. Los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit, donde hay veinte ciudades. La derrota de los amonitas fue grandísima y fueron humillados por los israelitas. 
Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, lo salió a recibir su hija, bailando al son de las panderetas. Jefté no tenía más hijos que ella. Al verla, Jefté rasgó sus vestidos y gritó:
"¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Por qué tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Le hice una promesa al Señor y no puedo retractarme".
Ella le dijo:
"Padre mío, si le has hecho una promesa al Señor, haz conmigo lo que le prometiste, ya que el Señor te ha concedido la victoria sobre tus enemigos".
Y añadió:
"Concédeme tan sólo este favor: déjame andar por las montañas durante dos meses para llorar con mis amigas la desgracia de morir sin tener hijos".
El le respondió:
"Vete".
Y le concedió lo que le había pedido. Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por las montañas. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 39

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Dichoso quien ha puesto su confianza en el Señor y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Sacrificios y ofrendas no quisiste; abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy".
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón".
Aleluya.

Evangelio

Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
"El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir. Envió de nuevo a otros criados que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda".
Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego les dijo a sus criados:
"La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren".
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.
Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó:
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?"
Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados:
"Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación".
Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos, a fin de que el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo nos alcance de ti la vida verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La salvación por Cristo

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, que por amor creaste al hombre, y, aunque condenado justamente, lo redimiste por tu misericordia, por Cristo, Señor nuestro.
Por él, 
los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza:

Antífona de la Comunión

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y te rogamos que la fuerza del Espíritu Santo, que nos has comunicado en este sacramento, permanezca en nosotros y transforme toda nuestra vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 22/08 Santa María Reina (blanco)

Antífona de Entrada

María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de Cristo, enjoyada de oro, vestida de perlas y brocado.

Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso, que nos has dado como madre y como Reina Madre de tu Unigénito; concédenos que, protegidos pos u intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Un hijo se nos ha dado

Lectura del profeta Isaías
9, 2-4. 6-7

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor lo realizará.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del Salmo 112

Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Alaben, siervos del Señor, alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.


Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Da la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

¿Quién como el Señor Dios nuestro, que se eleva en su trono, y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con lo príncipes, los príncipes de su pueblo.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Alégrate, María llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
Aleluya.

Evangelio

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo

Ý Lectura del santo Evangelio según san Lucas
1, 26-38

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo:
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres".
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará. hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".
Y María dijo al ángel:
"¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"
El ángel le contestó:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaba la estéril, porque para Dios nada hay imposible".
María contestó:
"Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre la Ofrendas

Te presentamos, Señor, nuestra ofrendas en conmemoración de la Virgen María, y te suplicamos la protección de Jesucristo, tu Hijo, que se ofreció a ti en la cruz como historia inmaculada.
Por Jesucristo, Señor nuestro.
Amén.

Prefacio

La Iglesia alaba a Dios con las palabras de María

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias y proclamar que eres admirable en la perfección de todos tus santos, y de un modo singular en la perfección de la Virgen María.
Por eso, al celebrarla hoy, queremos exaltar tu generosidad inspirados en su propio cántico, pues en verdad, has hecho maravillas por toda la tierra, y prologaste tu misericordia de generación en generación, cuando, complacido en en la humildad de tu sierva, nos diste por su medio al autor de la vida, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Por él,
los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza:

Antífona de la Comunión

¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Después de recibir este sacramento celestial, te suplicamos, Señor, que cuanto hemos celebrado la memoria de la Santísima Virgen María lleguemos a participar en el banquete del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

20ª semana. Jueves

LLAMADOS AL BANQUETE DE BODAS

— Es el mismo Cristo quien nos invita.

— Preparar bien la Comunión; huir de la rutina.

— Amor a Jesús Sacramentado.

I. Muchas parábolas del Evangelio encierran una insistente llamada de Jesús a todos los hombres, a cada uno según unas circunstancias determinadas. Hoy nos habla el Señor de un rey que preparó un banquete para celebrar las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados1.

La imagen del banquete era familiar al pueblo judío, pues los Profetas habían anunciado que Yahvé prepararía un festín extraordinario para todos los pueblos cuando llegara el Mesías: dispondrá para todosun convite de manjares suculentos, convite de vendimia, de manjares enjundiosos, de vino sin posos2. Significa este banquete, en primer lugar, la plenitud de bienes que nos reportaría la Encarnación y la Redención, y el don inestimable de la Sagrada Eucaristía.

Nos señala Jesús en la parábola cómo a la generosidad de Dios muchas veces correspondemos con frialdad e indiferencia: envió a sus criados a llamar a los invitados; pero estos no quisieron acudir. Jesús relataría con pena esta parábola, considerando las muchas excusas que habría de recibir a lo largo de los siglos. Los alimentos con tanto esmero preparados se quedan en la mesa y la sala permanece vacía, porque Jesús no coacciona.

El rey envió de nuevo a sus criados: Decid a los invitados: mirad que ya tengo preparado mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero los invitados no hicieron el menor caso: se marcharon uno a sus campos, otro a su negocio. Otros, no solo rechazaron la invitación: se revuelven contra él. Por eso, echaron mano de los siervos del rey, los ultrajaron y les dieron muerte. Reaccionaron con violencia a los requerimientos del Amor.

Jesús nos invita a una mayor intimidad con Él, a una mayor entrega y confianza. Y cada día nos llama para que acudamos a la mesa que nos tiene preparada. Él es quien invita, y Él mismo se da como manjar, pues este gran banquete es figura también de la Comunión.

Jesús mismo es el alimento sin el cual no podemos subsistir, es «el remedio de nuestra necesidad cotidiana»3, sin el que nuestra alma se debilita y muere. Oculto bajo los accidentes del pan, Jesús nos espera cada día para que nos acerquemos, llenos de amor y agradecidos, a recibirle: el banquete está preparado, nos dice a cada uno..., y son muchos los ausentes, los que no valoran el bien supremo de la Sagrada Eucaristía. Dejan de acudir a la llamada del Señor por cuatro insignificancias, porque no aprecian el amor de Cristo en cada Comunión.

«Considera qué gran honor se te ha hecho –nos exhorta San Juan Crisóstomo–, de qué mesa disfrutas. A quien los ángeles ven con temblor, y por el resplandor que despide no se atreven a mirar de frente, con Ese mismo nos alimentamos nosotros, con Él nos mezclamos, y nos hacemos un mismo cuerpo y carne de Cristo»4.

Son muchos los ausentes, y por eso también espera que no faltemos nosotros. Desea, con una intensidad que ni siquiera podemos imaginar, que vayamos a recibirle con mucho amor y alegría. Y nos envía a llamar a otros: Id a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Espera a muchos, y nos envía para que con un apostolado amable, paciente, eficaz, enseñemos a tantos amigos y conocidos la inconmensurable dicha de haber encontrado a Cristo. Así hicieron quizá con nosotros: «Escuchad de dónde fuisteis llamados: de un cruce de caminos. ¿Y qué erais entonces? Cojos y mutilados del alma, que es mucho peor que serlo del cuerpo»5. Pero el Señor tuvo misericordia y quiso llamarnos a su intimidad.

II. Ante el Señor no podemos presentarnos de cualquier manera.Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de bodas; y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí, sin llevar el traje de bodas?6.

Nos llega la invitación –cada día– para acercarnos al banquete eucarístico, con tanto esmero preparado. Conocemos hábitos, actitudes, errores, facetas de nuestro carácter, que tal vez no se corresponden con el alto honor que Jesucristo nos hace.

Hemos de hacer examen; no vayamos a presentarnos ante el Señor vestidos de harapos, porque tenemos el peligro de disfrazar los defectos y justificar las acciones. «Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?»7. Pasaríamos la noche en vela, sabríamos bien qué le diríamos, qué peticiones le formularíamos..., todos los preparativos nos parecerían pocos... Así debemos recibirle todos los días.

El convidado que no tenía el vestido nupcial ciertamente escuchó la invitación, fue a las bodas con alegría, pero no tuvo en cuenta lo que exigía esta llamada. Al Señor no le podemos recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que hacemos. Toda buena Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia. Nuestra Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que «nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental»8.

Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir al Señor, etc.

«Amor con amor se paga... Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor»9. Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza, el que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. «Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma»10.

III. Preparaste la mesa delante de mí...11. ¡Qué alegría pensar que el Señor nos da tantas facilidades para recibirle! ¡Qué alegría saber que Él desea que le recibamos!

La Confesión frecuente es un gran medio de preparar la Comunión frecuente. También podemos siempre aumentar los deseos de purificación y de tratar cada vez con más fe y con más delicadeza a Jesús presente en este santo sacramento. Nos ayuda a comulgar con más amor la lucha por vivir en presencia de Dios durante el día y el hecho mismo de procurar cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos; sintiendo, cuando cometemos un error, la necesidad de desagraviar al Señor; llenando la jornada de acciones de gracias y de comuniones espirituales, de tal modo que cada vez sea más continuo vivir el trabajo, la vida en familia y todo cuanto hacemos, con el corazón puesto en el Señor.

Al terminar la oración, podemos hacer nuestra esta plegaria que una noche dirigiera el Papa Juan Pablo II al mismo Jesús presente en la Hostia Santa: «¡Señor Jesús! Nos presentamos ante Ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos. Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios (Jn 6, 69). Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la Última Cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres. Aumenta nuestra fe (...). Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro Mediador, hermano y amigo. Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives siempre intercediendo por nosotros (Heb 7, 25). Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.

»Queremos sentir como Tú y valorar las cosas como las valoras Tú. Porque Tú eres el centro, el principio y el fin de todo. Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos, por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.

»Queremos amar como Tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres. Quisiéramos decir como San Pablo: Mi vida es Cristo (Flp1, 21). Nuestra vida no tiene sentido sin Ti. Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir" (...).

»Nos has dado a tu Madre como nuestra, para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre»12.

1 Mt 22, 1-14. — 2 Is 25, 6. — 3 San Ambrosio, Sobre los sagrados misterios del altar, 4, 44. — 4 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 82, 4. — 5 Ibídem, 69, 2. — 6 Mt 22, 11-12. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 91. — 8 Dz880, 693. — 9 Juan Pablo II, Alocución, Madrid 31-X-1981. — 10 San Gregorio Magno, Homilía 30 sobre los Evangelios. — 11 Salmo responsorial. Sal 22. — 12Juan Pablo II, loc. cit.

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22 de agosto

SANTA MARÍA VIRGEN REINA*

Memoria

— Santa María, Reina de cielos y tierra.

— Títulos de la realeza de Nuestra Señora.

— El reinado de María se ejerce en el Cielo, en la tierra y en el Purgatorio.

I. «La Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la anunciación se definió como esclava del Señor fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera "discípula" de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, "sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar" (Const. Lumen gentium, 36), y ha conseguido plenamente aquel "estado de libertad real", propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! (...). La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico...»1.

El dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva de modo natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María. Nuestra Señora subió al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la Santísima Trinidad como Reina y Señora de la Creación: «terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo,Señor de señores (cfr. Apoc 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte»2. Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por la piedad de los fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia3. San Efrén pone en labios de María estas bellísimas palabras: «El Cielo me sostenga con sus brazos, porque soy más honrada que él mismo. Pues el Cielo fue tan solo tu trono, no tu madre. Ahora bien, ¡cuánto más digna de honor y veneración es la Madre del rey que no su trono!»4.

Fue muy frecuente expresar este título de María mediante la costumbre de coronar las imágenes de la Santísima Virgen de forma canónica, por concesión expresa de los Papas5. El arte cristiano, desde los primeros siglos, ha venido representando a María como Reina y Emperatriz, sentada en trono real, con las insignias de la realeza y rodeada de ángeles. En ocasiones se la representa en el momento de ser coronada por su Hijo. Y los fieles han recurrido a Ella con esas oraciones: Salve Regina, Ave Regina caelorum, Regina coeli laetare..., tantas veces repetidas.

En muchas ocasiones hemos acudido a Ella recordándole este hermoso título de su realeza, y lo hemos considerado en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario. Hoy, en nuestra oración y a lo largo del día, lo hacemos de una manera especial. «Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni: coronaberis. Ven: serás coronada (Cant4, 7, 12 y 8).

»Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado.

»Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza. Vestido de sol. La luna a sus pies (Apoc 12, 1) (...). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que es del Universo.

»Y le rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos... y todos los pecadores y tú y yo»6.

II. Concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin7, leemos en el Evangelio de la Misa.

La realeza de María está íntimamente relacionada con la de su Hijo. Jesucristo es Rey porque le compete una plena y completa potestad, tanto en el orden natural como en el sobrenatural; esta realeza, además de ser plena, es propia y absoluta. La realeza de María es plena y participada de la de su Hijo. Los términos Reina y Señora aplicados a la Virgen no son una metáfora; con ellos designamos una verdadera preeminencia y una auténtica dignidad y potestad en los cielos y en la tierra. María, por ser Madre del Rey, es verdadera y propiamente Reina, encontrándose en la cima de la creación y siendo efectivamente la primera persona humana del universo. Ella, «bellísima y perfectísima, tiene tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede concebir otra mayor después de Dios, y que fuera de Dios nadie podrá jamás comprender»8.

Los títulos de la realeza de María son su unión con Cristo como Madre como le fue anunciado por el Ángel y la asociación con su Hijo Rey en la obra redentora del mundo. Por el primer título, María es Madre Reina de un Rey que es Dios, lo cual la enaltece sobre las demás criaturas humanas; por el segundo, María Reina es dispensadora de los tesoros y bienes del Reino de Dios, en razón de su corredención.

En la institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a todos los cristianos a acercarse a este «trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas», y alentaba a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarse por aborrecer el pecado, a librarse de su esclavitud, «para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos», a quien es Reina y tan gran Madre9. Adeamus ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur... Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno10. Este trono, símbolo de la autoridad, es el de Cristo, pero ha querido que sea en su Madre trono de gracia donde más fácilmente alcanzamos la misericordia, pues nos fue dada «como abogada de la gracia y Reina del universo»11.

En el día de hoy contemplamos la gran fiesta del Cielo en la que la Trinidad Beatísima sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a los Cielos por toda la eternidad. «Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo coronen a la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.

»-¡Aprovéchate de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del Cielo. -Yo, a la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias purificadas, porque no tengo piedras preciosas ni virtudes.

»-¡Anímate!»12. Ella nos espera; quiere que nos unamos a la alegría de los santos y de los ángeles. Y tenemos derecho a participar en una fiesta tan grande, pues es nuestra Madre.

III. Apareció en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...13. Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María14, la Madre de Jesús, quien en el Calvario la confió a Juan, a la que él cuidó con tanto esmero y contempló tantas veces. Cuando, ya anciano, escribía estas visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo. Los tres rasgos con que el Apocalipsis describe a María son símbolo de esta dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos todos15. En las letanías del Santo Rosario recordamos cada día que es reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes, de todos los santos... Es también nuestra Reina y Señora.

El reinado de María se ejerce diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos llenas la gracia y la misericordia del Señor. A Ella acudimos en cada jornada, pidiendo su protección; muchos cristianos los sábados, y cuando visitan alguno de sus innumerables santuarios, le cantan o le rezan con devoción esa antiquísima oración:Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra... Este reinado se ejerce en el Cielo sobre los ángeles y sobre todos los bienaventurados, quienes aumentan su gloria accidental «por las luces que María les comunica, por la alegría que experimentan ante su presencia, por todo cuanto hace por la salvación de las almas. Manifiesta a los santos y a los ángeles la voluntad de Cristo en orden a la extensión de su Reino»16.

El reinado de María se ejerce también en el Purgatorio. «Salve Regina, cantaban las almas que vi sentadas sobre el verde y entre las flores que desde fuera del valle no se veían», declara el poeta italiano17. Nuestra Madre nos induce constantemente a pedir y a ofrecer sufragios por quienes todavía se purifican y esperan para entrar en el Cielo; presenta a Dios nuestras oraciones, lo que hace que aumenten su valor. Aplica en el nombre de su Hijo a estas almas el fruto de los méritos que Él nos alcanzó y el de sus propios méritos. Nuestra Madre es una buena aliada para ayudar a las almas del Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a purificar nuestras faltas y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla contemplar inmediatamente después de nuestra muerte, sin tener que pasar por ese lugar de espera y de purificación, porque ya habremos limpiado aquí nuestra alma de sus errores y flaquezas.

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos18.

1 Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 41. — 2 Conc. Vat. II, Const.Lumen gentium, 59. — 3 Cfr Pío XII, Enc. Ad caeli Reginam, 11-X-1954. — 4 San Efrén, Himno sobre la Bienaventurada Virgen María. — 5 J. Ibáñez-F. Mendoza, La Madre del Redentor, Palabra, 2.ª ed., Madrid 1988, p. 293. — 6 San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, quinto misterio de gloria. — 7 Lc 1, 31-33. — 8 Pío IX, BulaIneffabilis Deus, 8-XII-1854. — 9 Pío XII, loc. cit. — 10 Heb 4, 16. — 11 Misal Romano, Prefacio de la Misa de esta fiesta. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 285. — 13 Apoc 12, 1. — 14 San Pío X, Enc. Ad diem ilum, 2-II-1904. — 15 Cfr. L. Castán, Las Bienaventuranzas de María, BAC, Madrid 1971, p. 320 — 16 R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 323. — 17 Dante Alighieri, La divina comedia, «El purgatorio», 7, 82-84. — 18 Misal Romano, Oración colecta de la Misa.

* Esta fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia unánime de toda la Tradición que ha reconocido desde siempre su dignidad de Reina, por ser Madre del Rey de reyes y Señor de señores. Santa María es una Reina sumamente accesible, pues todas las gracias nos vienen a través de su mediación maternal. La coronación de María como Reina de todo lo creado que contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

Santa María Virgen, Reina

"La Virgen Inmaculada ... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial
fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que 
se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores 
y vencedor del pecado y de la muerte". 
(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre del "Rey de reyes y Señor de señores".  Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia.

Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las gracias, prescas y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias. 

Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el reinado universal de María. 

Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

  Salve

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro múestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesuscristo. Amén.

  Himno Reina y Madre, Virgen pura,
que sol y cielo pisáis,
a vos sola no alcanzó
la triste herencia de Adán.

¿Cómo en vos, Reina de todos,
si llena de gracia estáis,
pudo caber igual parte
de la culpa original?

De toda mancha estáis libre:
¿y quién pudo imaginar
que vino a faltar la gracia
en donde la gracia está?
Si los hijos de sus padres
Toman el fuero en que están,
¿cómo pudo ser cautiva
quien dio a luz la libertad? Amén.

 

ORACIÓN

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.

Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.

Por nuestro Señor Jesucristo.  Amén.

22 de agosto

 

 

 

 

María,  Reina del Universo

Catequesis de S.S. Juan Pablo II
 Audiencia General de los Miércoles, 
23 de julio de 1997

 

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen "en cuerpo y alma a la gloria del cielo", explica que fue "elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama "Madre de Dios", se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: "Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora" (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión "la madre de mi Señor" al apelativo "mi Señora", anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de "Soberana": "Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas" (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: "Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús "fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, "sentarse a la diestra de Dios" significa compartir su poder soberano. Sentándose "a la diestra del Padre", él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: "Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar" (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso "tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides" (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: "Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros" (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

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Sinforiano de Autun, Santo Mártir, Agosto 22  

Sinforiano de Autun, Santo

Mártir

Martirologio Romano: En Autun, en la Galia Lugdubense, san Simfoniano, mártir, que, mientras era llevado al suplicio, su madre, desde la muralla de la ciudad, le exhortaba con estas palabras: "Hijo, hijo, Simforiano, pon tu pensamiento en Dios vivo. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por una mejor" (s. III/IV).

Etimología: Sinforiano = lleno de gracia. Viene de la lengua griega.

Este joven francés nació en Autun en el siglo II y murió en el tercero.

Tenían lugar las grandes celebraciones en honor de la diosa Cibeles, mujer del Tiempo, madre de Júpiter, de la tierra y de la a agricultura. Se la sacaba en procesión por las bellas calles de Autun. Sinforiano se mondaba de risa al ver este espectáculo.

Al ver que llamaba la atención y turbaba el normal desenvolvimiento de la procesión , el juez le mandó llamar.

El juez no sabía que era un joven muy instruido y que pertenecía a una de las familias cristianas de la ciudad.

El juez, llevado de su envidia e ira, le condenó por doble crimen: el de sacrilegio y desobediencia a las leyes imperiales. El joven le dijo que la estatua de la Cibeles era simplemente un demonio disfrazado.

Se sintió tan ofendido el juez Heraclio que mandó azotarlo y meterlo en la cárcel. Intentó, de buenas formas, convencerle. No fue posible el arreglo. Entonces, sin razón alguna, lo envió a ser decapitado.

Mientras iba al suplicio, escuchó a su madre que le decía:"¡Animo, hijo mío. No eches de menos este mundo ya que vas al paraíso".

Sinforiano volvió la cabeza hacia ella con la cara alegre. La madre tuvo el valor de ver morir a su hijo siendo coherente con su fe.

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Fuente: http://www.franciscanos.org
Bernardo de Ofida, Beato Capuchino del siglo XVII, Agosto 22  

Bernardo de Ofida, Beato

Capuchino del siglo XVII

Martirologio Romano: En Ofida, en el Piceno, de Italia, beato Bernardo (Domingo) Peroni, religioso de la orden de los Hermanos Menores Capuchinos, célebre por su sencillez de corazón, inocencia de vida y su admirable caridad para con los pobres (1694).

Hermano profeso capuchino, admirable ejemplo de caridad evangélica y de atrayente simplicidad, gran devoto de la Virgen. Ya de joven, cuando trabajaba en el campo y pastoreaba, era notable su espíritu de oración y de penitencia. En el convento ejerció diversos oficios: enfermero, portero, limosnero..., en los que realizó a la vez un eficaz apostolado popular con el ejemplo y la palabra, por la bondad y espiritual unción que lo animaban.

En los claustros de casi todos los conventos capuchinos nos hemos detenido muchas veces ante un cuadro imponente y severo: un fraile decrépito, malhumorado, con unas barbas enormes que le caen hasta la cintura, sosteniendo una calavera en la mano izquierda y apoyando en la otra la majestuosa cabeza calva; los ojos semicerrados, el color pálido, los dedos como manojos de sarmientos secos, el hábito de mil colores descoloridos; al frente, un crucifijo de fiera mirada, y sobre una mesa, disciplinas y cilicios de alambres puntiagudos. Las únicas notas simpáticas de ese cuadro son una vara de azucenas frescas y el pedacito de cielo azulino que se recorta en la ventana.

Tal es la estampa tradicional y terrorífica del más amable y candoroso de los hombres, del Beato Bernardo de Offida. Nos parece que los pintores de esos cuadros han manejado unos pinceles demasiado tétricos, que no corresponden a la realidad encantadora del modelo. El Beato Bernardo no es un fantasma para espantar a los espíritus tímidos, sino un admirable ejemplo de caridad evangélica y de atrayente simplicidad, que debiera tener entusiastas devotos entre los niños, los pobres y los enfermos.

Todo es poético en la vida de este capuchino: su infancia graciosa en el campo, su austeridad monástica aureolada de amor, su vejez risueña con noventa años a la espalda.

* * *

Su pueblo natal es Offida, en la Marca de Ancona (Italia), cuna de la Reforma Capuchina. Nace en 1604, el mismo año en que muere su coterráneo San Serafín de Montegranario, lego capuchino, cuya vida será para el Beato Bernardo un modelo que tratará de copiar con absoluta exactitud.

La infancia del Beato Bernardo es parecida a la de muchos santos: cuidar las ovejas, rezar entre los árboles, dibujar anagramas de Jesús y María, pensar en el cielo más que en la tierra, ayunar y disciplinarse.

Se llama Domingo Peroni y es hijo de padres labradores y cristianos. La familia posee una pequeña grey de veinte o treinta ovejas, un pedazo de terreno y una casita pobrísima, donde se cuelan libremente los vientos, la lluvia o el sol, según lo disponga la divida Providencia.

Nuestro santo creció en este hogar pacífico, respirando una atmósfera sana de piedad y de pureza. Se dice que las primeras palabras que balbucieron sus labios fueron los nombres de Jesús y de María, dichos espontáneamente, sin esfuerzo, como los primeros gorjeos de un pajarillo en su nido.

Se adivinaba en su rostro vivaz una inteligencia ágil y una memoria feliz; pero todas estas aptitudes se consagrarán solamente al servicio de la virtud, porque Domingo Peroni no cursará estudios, ni recorrerá universidades, ni leerá gruesos infolios en todos los días de su vida. Sólo las breves páginas del catecismo le bastarán para aprender la ciencia de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo; y en estas virtudes llegará a ser maestro y modelo incomparable.

El niño Domingo es de naturaleza robusta, no tiene miedo a los trabajos más fuertes, y va creciendo rápidamente, gracias a su buen apetito y al constante ejercicio corporal. A los doce años, ya parece un hombre; y sus padres están orgullosos, tanto de su férrea salud como de su piedad extraordinaria. El muchacho, al frente de su rebaño, sale por los campos y no vuelve a casa hasta la noche; en las fértiles praderas, teniendo por testigos a los ángeles, reza sin descanso, medita en la Pasión de Cristo, llora la ingratitud de los pecadores, habla con una estampa de la Virgen; y más de una vez se le ha visto en actitud extática, rodeado de las ovejas que le acompañan con sus balidos, hablando misteriosas palabras con la Reina de su corazón que, invisible para los demás, parece se deja ver del pastorcillo y de su pequeño y blanco rebaño.

Poco a poco, Domingo fue adelantando en la virtud y en la destreza para el trabajo; y su padre le confió una tarea difícil y peligrosa: el cuidado de unos novillos furiosos que arremetían a todo el que se ponía por delante. Nuestro amigo salió al campo con los indómitos animales, y a los pocos momentos, los novillos, amansados por la virtud y por la voz dulcísima de su dueño, triscaban juguetones a sus pies y pacían tranquilamente entre las ovejas.

Este hecho extraordinario enseñó al joven una lección que había de practicar durante toda su larga vida: el dominio de las pasiones bajo el imperio de una voluntad enérgica, sostenida por la gracia de Dios. En el mismo día, con santa decisión, se declaró una guerra tenaz, refrenó su amor propio y, según la expresión de San Pablo, "castigó su cuerpo y lo redujo a servidumbre".

La virtud de Domingo Peroni, madura y varonil, conocía también todos los encantos de la amistad y de la dulzura. Los jóvenes del pueblo veían en él un compañero excelente, de paciencia ilimitada, y sabían que su ingenio y su caridad estaban siempre al servicio de todos los pobres de la comarca. Domingo sabía dar los consejos más oportunos y delicados, las limosnas más abundantes y el ejemplo más acabado de todas las virtudes.

Pero no todo es poesía en esta vida de caridad; también hay rayos y truenos cuando es necesario. La murmuración, los chistes procaces, la blasfemia y las riñas tienen en Domingo Peroni un terrible enemigo que no vacila en hacer uso de sus pesados puños cuando la ocasión lo pide; y los jóvenes de Offida saben que, por cualquiera de estos desmanes, se exponen a recibir una bofetada, o por lo menos una reprimenda, que no dejan ganas de repetir la hazaña.

Nuestro robusto y simpático jayán, de tan temible bravura ante el desenfreno, es respetado y querido unánimemente en la ciudad; sus ejemplos se imitan, sus palabras se reciben como dichas por un santo, y hasta sus cóleras y rabietas tienen el prestigio de una voluntad de oro. Domingo es, además, un modelo de piedad cristiana, sin alardes sin hipocresías: comulga todos los días de fiesta en la iglesia de los capuchinos, aunque para ello tenga que permanecer en ayunas hasta la tarde; hace diariamente un buen rato de meditación, vive de continuo con el pensamiento elevado en Dios, y apenas habla sino cosas espirituales y divinas.

Los capuchinos de Offida, silenciosos y recogidos, se llenan de alborozo cuando Domingo entra en los claustros para charlar unos minutos sobre la vida espiritual. Se le quedan pasmados cuando le oyen decir que su sueño dorado sería vivir y morir en un convento como aquél, y que pide todos los días a la Virgen esta gracia singular. Los buenos frailes le explican la regla de San Francisco, su vida, su amable y poética santidad; le hablan de los famosos capuchinos que se han distinguido por su virtud; le entusiasman contándole anécdotas de fray Serafín de Montegranario, a quien casi todos han conocido, y de fray Félix de Cantalicio, el primer santo de la Orden, que había sido beatificado por aquellos días; traen a colación las aventuras del padre José de Leonisa, del padre Lorenzo de Brindis y del mártir alemán Fidel de Sigmaringa, todos los cuales acaban de morir hace unos pocos años; y poco a poco el joven queda cautivo en las redes de la admiración y en una especie de santa envidia.

No, él no será sabio, ni predicador, ni misionero, ni literato, como ese padre Brindis que iluminó a toda Europa con su talento; ni recorrerá los campos y ciudades arrastrando multitudes frenéticas con la fuerza de la oratoria; pero santificarse calladamente en un convento, ser humilde como el santo hermanito de Cantalicio y caritativo y fervoroso corno el buen fray Serafín, eso sí que le gustaría, y lo hará con el favor de Dios y de la Virgen. Para eso no se necesita saber teología ni matemáticas; basta un corazón puro y muchos deseos de amar a Dios...

* * *

Y una mañana de febrero, fría y nevada, el joven Peroni llegó al noviciado de Corinaldo para hacerse capuchino. El hábito pobrecito que le dieron le pareció de seda; las sandalias ásperas y durísimas se ajustaban perfectamente a sus pies; y su nuevo nombre, fray Bernardo de Offida, será muy hermoso si consigue adornarlo con la humildad y con todas las virtudes propias de su estado.

¿Para qué quería él muchos libros en la celda? Ya tenía más que suficientes: el crucifijo le hablaba elocuentemente de obediencia, de amor y de pobreza; las estampas de la Inmaculada le enseñaban castidad; los religiosos le daban ejemplo de vida abnegada; y en los claustros había unos cuadros viejos y apolillados con las figuras de San Francisco de Asís y de otros santos franciscanos. Además, el padre Maestro, en sus pláticas a los novicios, contaba cosas muy bellas del Beato Félix y ejemplos encantadores de fray Serafín. Con todo ese caudal de conocimientos, fray Bernardo tendrá pasto abundante para su alma, y podrá santificarse si no se deja dominar por la pereza o por la cobardía.

Y empezó a trabajar con tal ahínco y con tales deseos de perfección, que por espacio de sesenta y ocho años no se detuvo un momento en el camino comenzado. Él no quería una santidad a medias, aquí caigo y allí me levanto; no podía vivir en una cómoda tibieza, porque, como dicen, "el agua estancada fácilmente se corrompe"; quería la impetuosidad arrolladora de los torrentes que no se detienen ante ningún obstáculo hasta que se sumergen en el mar.

La vida de fray Bernardo es, en efecto, como un río caudaloso, de curso largo y rectilíneo, de influencia bienhechora por dondequiera que pasa, alegre, fecundo, lleno de gracia y de majestad.

Ya en el noviciado, en ese año que es fundamental y decisivo en la vida religiosa, fray Bernardo dio pruebas patentes de lo que había de ser en su vida futura. Rígido asceta y místico admirable, la aspereza de la vida capuchina se adaptaba de manera especial a su naturaleza y a sus ambiciones espirituales. Fray Bernardo hallaba una delicia extraordinaria en la penosa costumbre capuchina de interrumpir el sueño a medianoche para rezar los maitines: costumbre inventada por el amor, que siempre está en vela. A las doce en punto, cuando el mundo profano duerme, cuando el pensamiento de los hombres está alejado de Dios, las almas delicadas deben sentir un placer misterioso al oír que un coro de voces viriles y solemnes entona aquellas palabras de súplica: "Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza". Fray Bernardo no espera a que la bulliciosa matraca recorra los claustros despertando a los frailes; mucho antes de las doce, ya está él en un rincón de la iglesia, esperando el concierto de bendiciones que resonará potente en todos los ámbitos del templo. Y durante todo el oficio, lo mismo en invierno que en verano, se le ve inmóvil, a veces tiritando de frío, siempre ardiendo de amor; y allí continúa largas horas, como saboreando las últimas palabras de la oración nocturna.

* * *

Después de la profesión, el alma de fray Bernardo no hizo otra cosa que cumplir al pie de la letra el programa del noviciado. Vivió en los conventos de Camerino, Áscoli, Fermo, Offida y otros; conoció y practicó todos los oficios de su estado; y siempre sus pensamientos eran rectos, sin doblez, anhelando la santidad como la conquista de un tesoro, alegre en los trabajos, riguroso en las penitencias, afable en las conversaciones, efusivo en la oración y caritativo hasta el heroísmo con grandes y pequeños.

Era devoto de los trabajos más humildes y de menos brillo, en los cuales podía ejercitar sus deseos de ser despreciado y de pasar inadvertido por el mundo. Luego veremos que no consiguió lo que quería, sino precisamente todo lo contrario.

No se parece a San Serafín de Montegranario que tan poca maña se daba para los quehaceres y oficios; fray Bernardo es diestro de manos y vivo de inteligencia, tiene el huerto como un jardín, la cocina como un salón, la portería como un altar y en la enfermería parece que le ayudaran los mismos ángeles. Pero todo eso dentro de un culto estricto a la santa pobreza capuchina.

Para los enfermos tiene manos y corazón de madre: nadie prepara las medicinas como él; nadie le aventaja en curar heridas y calmar dolores; los caldos y sopas que él hace se comen como si fueran hechos en el cielo; pero mejor que todo eso es su presencia junto al lecho de los pacientes, su rostro simpático, sus palabras optimistas, la agilidad de sus movimientos, y el verle siempre solícito, sin descansar un minuto de día ni de noche, para que los enfermos vivan alegres en medio de sus dolores.

Con el permiso del superior, fray Bernardo guarda unas botellas de excelente vino para los enfermos, vino "para casos reservados", como él dice; y con ese licor consigue reanimar a los más débiles; y a uno de sus confesores, que se burlaba maliciosamente de aquel "vino reservado", fray Bernardo le da un traguito y le devuelve instantáneamente la salud perdida.

En la enfermería es el propagandista de la devoción al nuevo Beato fray Félix de Cantalicio, aplica a las llagas y a los padecimientos más rebeldes el aceite de la lámpara de su altar, con excelente resultado, y no se cansa de encomendar al Beato Félix la salud de todos los religiosos. Esas aplicaciones de aceite producen con frecuencia la curación milagrosa y súbita; pero el humildísimo fray Bernardo lo atribuye todo a la intercesión de fray Félix, que es un admirable curandero cuando se le pide la salud con mucha fe y devota confianza.

Un día se presentó a fray Bernardo una buena mujer trayendo en brazos a un hijito moribundo. Postrándose de rodillas ante el humilde fraile, le rogaba que tuviese compasión de su angustia y que salvara al enfermito. Aún estaba hablando la madre, cuando el niño, dando un débil quejido, murió. La mujer, enloquecida por el dolor, agarró a fray Bernardo por el hábito y le aseguró que no le soltaría hasta que devolviera la vida al pequeño. Fray Bernardo pugnaba por desasirse, mas la mujer no aflojaba; en tan grave aprieto, el capuchino dirigió sus ojos a un cuadro del Beato Félix y le dijo: "Mi querido fray Félix: éste es el momento en que debes asistirme". Después, tomando la manecita del cadáver y bendiciéndolo, se lo devolvió vivo y sano a la importuna mujer.

Cuando los enfermos eran sacerdotes, las manos de fray Bernardo parecían más suaves, corno si tocaran un cáliz sagrado y precioso; les hacía una inclinación reverente antes de aplicarles los medicamentos y, si era posible, trabajaba de rodillas.

Para los pobres fray Bernardo es un protector, un hermano y un padre: les da abundantes limosnas, separando de su propia comida la porción más apetitosa; pide de puerta en puerta no sólo para los religiosos, sino también para las familias desvalidas; multiplica milagrosamente el pan y otros alimentos, y con ellos socorre a una multitud de mendigos que se agolpan a las puertas del convento. A unos albañiles que trabajan en una casa cercana, les ve sudorosos bajo un sol de justicia y les manda un cántaro de agua fresca para que puedan trabajar sin molestias; pero en el trayecto el agua se convierte en vino generoso que alegra y conforta a los sedientos operarios.

A fray Bernardo se le parte el corazón de pena por no poder remediar todas las necesidades, y ha decidido pedir al padre Guardián un rincón del huerto para cultivar legumbres y plantas medicinales en beneficio exclusivo de los pobres. Al principio todo va bien: el jardincillo de fray Bernardo es el granero milagroso de la caridad. Pero, a los pocos días, el hermano hortelano se llena de envidia por el éxito del santo, y consigue del superior el permiso para terminar con aquel abuso: pasa el arado en todas las direcciones y arranca todas las plantas, dejando el terreno de fray Bernardo sin una brinza y sin una flor. Nuestro santo mira aquellos destrozos sin perder la paciencia; sube a la celda del padre Guardián y vuelve a pedirle su bendición para cultivar el pedacito de huerto. Obtenida la licencia, baja sonriente al jardín, planta de nuevo las hierbas medicinales y las legumbres que estaban amontonadas y secas; y antes de una hora, el huertecito de los pobres se ve frondoso y lleno de vida, como si nada hubiera sucedido. El hermano hortelano, testigo del prodigio, no volverá a molestar a fray Bernardo, y aun le ayudará muy contento siempre que el santo se lo pida.

* * *

Fray Bernardo fue adquiriendo, muy a su pesar, una fama extraordinaria de taumaturgo y de profeta. Sólo él podía decir con certidumbre dónde se encontraría un animal extraviado, cuándo sanaría o moriría un enfermo, cuándo se arrepentiría un pecador; sólo él podía dar consejos a los recalcitrantes, resolver las dudas de los doctos, hacer que prosperase un negocio difícil.

El señor obispo de la diócesis viene con frecuencia hasta la celda del lego capuchino y se sienta en las tablas desnudas de la cama, porque fray Bernardo no tiene una mala silla que ofrecerle. Allí el sabio prelado habla con el lego, que le escucha de rodillas; se discuten los asuntos de la curia y se toman resoluciones disciplinarias para el buen gobierno del clero, se proponen altas cuestiones de teología dogmática y moral; y fray Bernardo, siempre inspirado por Dios, dice tales cosas y con tan prodigiosa sabiduría, que el señor obispo no puede prescindir de sus luces y de sus consejos.

Fray Bernardo vive absorto, embebido en Dios. Se le conoce en el rostro, que pálido y amarillo de ordinario, al sonar la campana para la oración se le enciende y hermosea con una luz de felicidad; se ve su fervor en aquellas jaculatorias que dice en voz alta, en la portería, en los claustros, en las calles de la ciudad y en las casas de sus amigos, jaculatorias que se le escapan y saltan sin poderlo remediar, como chispas de una hoguera, y que hacen un bien indecible a todos los que las oyen. Unas veces son actos de amor a Dios o saludos a la Virgen María, otras veces son suspiros amargos en presencia de un pecador, o anhelos de mayor perfección, o reproches de humildad contra sí mismo.

Por donde quiera que pasa, va esparciendo "el buen olor de Cristo", perfume que tiene una eficacia de apostolado. Cuando está de portero, nadie se marcha sin un consejo o sin una palabra consoladora; a los pobres, antes de darles la limosna, les hace rezar ante una imagen de María y prometerle portarse como buenos cristianos; a los niños, primero les enseña el catecismo, y después les da frutas, golosinas y medallas.

Todo el mundo le quiere y le reverencia; no puede salir a la calle sin que el pueblo corra tras él, aclamándole y pidiéndole su bendición. Éste es el gran martirio de fray Bernardo, y los superiores, accediendo a sus deseos, le prohíben salir del convento para que la gente le deje en paz. Júzganse dichosos los que pueden conseguir de él una oración o un recuerdo; y se cuenta que hasta de Alemania y Francia le han llegado cartas de personajes importantes pidiéndole el auxilio de su intercesión.

Los pecadores no resisten mucho tiempo a las dulces reconvenciones del siervo de Dios; generalmente basta una palabra dicha con esa fuerza de persuasión que le es propia, para que los más duros de corazón se postren a sus pies y le prometan corregirse.

Con mucha razón dice el obispo que fray Bernardo, con su ejemplo y con sus palabras humildes, hace más provecho en las almas que todos los misioneros de la diócesis.

* * *

La figura clásica del Beato Bernardo es la de su vejez venerable, al acercarse a los noventa años. De alta y corpulenta estatura, se mueve pausadamente, pero sin tropiezos ni fatigas; tiene una hermosa cabeza calva coronada de cabellos blanquísimos; blanca también y majestuosa la barba, como la del Moisés de Miguel Ángel, que describió un excelso poeta: "...y la barba larguísima, ondulante, / desciende semejante / a las cascadas que formó el diluvio".

Sus manos son fuertes, grandes y duras, y están esculpidas prolijamente con relieves de nervios y venas; los pies le desbordan de las sandalias, y se ven agrietados por los surcos profundos que hicieron el frío y el mucho caminar; la piel del rostro es un pergamino amarillento, curtido por los años; los ojillos hundidos, vivaces, como dos estrellitas; la sonrisa perenne en los labios descoloridos.

Es un anciano que no infunde temor, sino cariño y simpatía; juega con los gatos de la cocina y con los niños que vienen a visitarle; tiene siempre y para todos una palabra edificante y oportuna; es una reliquia preciosa que los religiosos quisieran conservar por tiempo indefinido.

Es un encanto verle cuando está en oración, o cuando ayuda a las misas, o cuando comulga; y es una pena indecible oírle cuando se azota con las disciplinas, ver los cilicios monstruosos que le llenan el cuerpo de llagas, y saber que todos los días ayuna con exagerado rigor, como si tuviera mucha prisa por dejar este mundo y subir al cielo. Y en efecto, los frailes le han visto muchas veces en la iglesia elevado en los aires, con los ojos luminosos y fijos en la altura, como escapándose de la tierra en un salto prodigioso de su amor anhelante. Ya nadie se puede hacer ilusiones; fray Bernardo se morirá el día menos pensado; es el fruto maduro que se desprenderá del árbol sin esfuerzo.

Un golpe repentino y gravísimo vino a aumentar los temores de todos: el santo anciano cayó en cama, abatido por la parálisis. Aun pudo levantarse algunos días y bajar a la iglesia; y fue maravilla ver al perfecto religioso, sin querer eximirse de ninguna obligación de la vida común, obedeciendo prontamente como en sus días de novicio.

Rápidamente corrió por la ciudad de Offida la triste noticia de la enfermedad de fray Bernardo; y comenzó a desfilar por el convento la interminable procesión de todos sus amigos que querían verle por última vez. Los obispos, los magistrados, los nobles y ricos caballeros, se confundían con la gente del pueblo; y el anciano moribundo, con todas sus facultades en plena lucidez, daba a uno un consejo, a otros una palabra de agradecimiento o un saludo amistoso.

El santo Viático le sorprendió en uno de sus largos éxtasis de amor. Al volver en sí, llamó al padre Guardián y le dijo: "Padre, por amor de Dios, déme su santa bendición para ir al cielo". Los religiosos que rodeaban el lecho rompieron en sollozos, y el superior contestó con suprema emoción: "Fray Bernardo, no te daré la licencia que pides, si antes no nos bendices a todos los presentes". El anciano se incorporó levemente y trazó la señal de la cruz con el crucifijo que tenía en sus manos. Después él mismo recibió la bendición del padre Guardián, murmuró una palabra de gratitud y expiró plácidamente.

Era el día 22 de agosto de 1694, octava de la Asunción de María a los cielos. Tenía casi noventa años de edad y había pasado sesenta y ocho en la Orden Capuchina. El cadáver fue custodiado por hombres armados durante tres días y tres noches, para evitar que los ciudadanos de Áscoli, entusiastas admiradores del siervo de Dios, robaran los sagrados despojos. Su sepulcro, en la iglesia de los capuchinos de Offida, ha sido hasta el día de hoy un lugar de peregrinaciones continuas y de milagros incesantes.

Fue beatificado por el papa Pío VI el 25 de mayo de 1795.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Santiago (Giacomo) Bianconi de Bevagna, Beato Dominico, Agosto 22  

Santiago (Giacomo) Bianconi de Bevagna, Beato

Dominico

Martirologio Romano: En Mevania (hoy Bevagna), en la Umbría (Italia), beato Giacomo Bianconi, presbítero de la Orden de Predicadores, que fundó allí un convento y rebatió los errores de los nicolaítas (1301).

El nacimiento de Santiago Bianconi fue precedido y acompañado de signos milagrosos. El más asombroso fue la aparición de fúlgidos astros en el cielo, algunos de los cuales llevaba la figura de un dominico y no sólo brillaron toda la noche, sino también durante la mañana siguiente, día de su nacimiento. Ante estas apariciones, algunos comenzaron a gritar: "¡A la escuela, a la escuela, porque ya han nacido los maestros!"

En efecto, en aquélla misma época nacieron tres santos Dominicos: Santiago de Brevagna, Ambrosio Sansedoni y Tomás de Aquino.

Santiago, todavía joven, a los dieciseis años, vistió el hábito dominico en el convento de Spoleto. Sus pasos hacia la santidad y la doctrina, fueron de gigante. La penitencia y la adoración fueron las fuentes genuinas a que atizaban el foco de caridad que hizo de él uno de los más grandes apóstoles y predicadores de su tiempo.

Fundó el Convento de Bevagna, y lo gobernó más con su ejemplo que con autoridad. Al extenderse en la Umbría la secta de los Nicolaiti, que esparcía innumerables errores, obtiene con su santa palabra la abjuración de su jefe. Escribió dos obras: "Espejo de la Humanidad de Jesús" y "Espejo de los pecadores o último juicio universal".

Próximo a morir, se hizo llevar agua fresca para edificar a sus cofrades con un último milagro. Al bendecirla, el agua se convirtió en vino generoso y, cuando todos hubieron bebido, expiró dulcemente. Era el 15 de agosto agosto de 1301.

Su cuerpo reposa en la iglesia San Jorge de la ciudad. Nuestro Señor le había garantizado su eterna salvación mediante una milagrosa aspersión de su preciosísima sangre.

El Papa Clemente X, el 18 de mayo de 1672 confirmó su culto culto.

 

 

Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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