lunes, 17 de septiembre de 2012

Martes 18 de Septiembre de 2012. PELICULA. San José de Cupertino ¡VUELA por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de una viuda. La acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo:
"No llores".
Y acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Entonces, dijo:
"Joven, yo te lo mando: levántate".
Inmediatamente el muerto se levantó y comenzó a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo:
"Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo".
La noticia del hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las “palabras de vida eterna” (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=272692

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). “Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso”. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: “quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

mar 24a. Ordinario año Par

Antífona de Entrada

Pueblos todos, aplaudan; aclamen al Señor con gritos de júbilo.

Oración Colecta

Oremos:
Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz; concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de él

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
12, 12-14.27-31a

Hermanos: Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así es también Cristo. Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo; y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de él. Y Dios ha asignado a cada uno un lugar en la Iglesia: en primer lugar, los apóstoles; en el segundo, los profetas; en el tercero, los maestros; luego a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos el don de curar?, ¿tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan? Aspiren a los dones más valiosos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Gloria a ti Señor Jesús.

Salmo Responsorial

Sal 99, 2.3.4.5

Sirvamos al Señor con alegría.

Alabemos a Dios todos los seres humanos; sirvamos al Señor con alegría y con júbilo entremos en su templo.
Sirvamos al Señor con alegría.

Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño.
Sirvamos al Señor con alegría.

Entremos por sus puertas dando gracias, crucemos por sus atrios entre himnos, alabando al Señor y bendiciéndolo.
Sirvamos al Señor con alegría.

Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba.
Sirvamos al Señor con alegría.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Aleluya.

Evangelio

Joven, yo te lo mando: Levántate

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 11-17

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de una viuda. La acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo:
"No llores".
Y acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Entonces, dijo:
"Joven, yo te lo mando: levántate".
Inmediatamente el muerto se levantó y comenzó a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo:
"Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo".
La noticia del hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Concédenos, Señor, participar dignamente en esta Eucaristía por medio de la cual tú te dignas hacernos partícipes de los frutos de la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

Alabanza a Dios por la creación y redención del género humano

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque has querido ser, por medio de tu amado Hijo, no sólo el creador del género humano, sino también el autor bondadoso de la nueva creación.
Por eso,
con razón te sirven todas las criaturas, con justicia te alaban todos los redimidos y unánimes te bendicen tus santos.
Con ellos, unidos a los ángeles, nosotros queremos celebrarte y te alabamos diciendo:

Antífona de la Comunión

Alma mía, bendice al Señor y alaba de corazón su santo nombre.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Señor, que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo que hemos ofrecido y recibido en comunión, sean para nosotros principio de vida nueva, a fin de que, unidos a ti por el amor, demos frutos que permanezcan para siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

24ª semana. Martes

LA VUELTA A LA VIDA

— Acudir al Corazón misericordioso de Jesús en todas las necesidades del alma y del cuerpo.

— La misericordia de la Iglesia.

— La misericordia divina en el Sacramento del perdón. Condiciones de una buena confesión.

I. Jesús iba camino de una pequeña ciudad llamada Naín1, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre. Al entrar en la ciudad se encontró con otro grupo numeroso de gentes que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de una mujer viuda. Es muy probable que Jesús y los suyos se detuvieran esperando el paso del cortejo fúnebre. Entonces, Jesús se fijó en la madre y se llenó de compasión por ella. En muchas ocasiones los Evangelistas señalan estos sentimientos del Corazón de Jesús cuando se encuentra con la desgracia y el sufrimiento, ante los que nunca pasa de largo. Al ver a la muchedumbre –escribe San Mateo relatando otro encuentro con la necesidad– se compadeció Jesús de las gentes porque andaban como ovejas que no tienen pastor2, abandonadas de todo cuidado; al leproso que con tanta esperanza ha acudido a Él, lleno de compasión le dijo: Queda limpio3; cuando la muchedumbre le seguía sin preocuparse del alimento y de la dificultad para ir a buscarlo, dijo a sus discípulos: Me da lástima esta gente, y multiplicó para ellos los panes y los peces4; en otra ocasión, lleno de misericordia, tocó los ojos a un ciego y le devolvió la vista5.

La misericordia es “lo propio de Dios”6, afirma Santo Tomás de Aquino, y se manifiesta plenamente en Jesucristo, tantas veces cuantas se encuentra con el sufrimiento. “Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la condición humana histórica que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad, física o moral, del hombre”7. Todo el Evangelio, pero especialmente estos pasajes en que se nos muestra el Corazón misericordioso de Jesús, ha de movernos a acudir a Él en las necesidades del alma y del cuerpo. Él sigue estando en medio de los hombres, y solo espera que nos dejemos ayudar.

Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta Ti; no me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí; cuando te invoco, escúchame enseguida, recitan los sacerdotes en la Liturgia de las Horas de hoy8. Y el Señor, que nos escucha siempre, viene en nuestra ayuda sin hacerse esperar.

II. Al ver Jesús a la mujer, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron; y dijo: Muchacho, a ti te lo digo, levántate. Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre.

Muchos Padres han visto en la madre que recupera a su hijo muerto una imagen de la Iglesia, que recibe también a sus hijos muertos por el pecado a través de la acción misericordiosa de Cristo. La Iglesia, que es Madre, con su dolor “intercede por cada uno de sus hijos como lo hizo la madre viuda por su hijo único”9. Ella “se alegra a diario –comenta San Agustín– con los hombres que resucitan en su alma. Aquel, muerto en cuanto al cuerpo; estos, en cuanto a su espíritu”10. Si el Señor se compadece de una multitud que tiene hambre, ¿cómo no se va a compadecer de quien padece una enfermedad en el alma o lleva ya en sí la muerte para la vida eterna?

La Iglesia es misericordiosa “cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de la que es depositaria y dispensadora”11. Especialmente, “en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación. La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte”. Y es el sacramento de la Penitencia “el que allana el camino a cada uno, incluso cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado”12.

Jesús pasa de nuevo por nuestras calles y ciudades y se compadece de tantos males como padece esta humanidad doliente; sobre todo se compadece de los hombres que cargan con el único mal absoluto que existe, el pecado. A todos nos dice: Venid a Mí... Nos invita a cada uno para quitarnos el pesado fardo del pecado. Ejerce su misericordia sanando y aliviándonos del lastre más pesado, principalmente en la Confesión sacramental, uno de los misterios más gozosos de la misericordia divina. Cuando instituyó este sacramento tenía puestos sus ojos llenos de bondad en cada uno de los que habíamos de venir después, en nuestros errores, en las flaquezas, en las ocasiones en que quizá nos íbamos a mantener alejados de la Casa del Padre. Es este también el sacramento de la paciencia divina, el sacramento de nuestro Padre Dios avistando cada día a las puertas de la eternidad el regreso de los hijos que se marcharon.

Examinemos hoy nosotros cómo apreciamos este sacramento que Cristo instituyó con tanto amor para dar la Vida si se hubiera muerto por el pecado mortal y para fortalecernos si estuviéramos débiles o enfermos por las faltas y pecados veniales.

III. La misericordia de Dios es infinita; inagotable “es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la verdad”13. Solo nosotros podemos impedir que esa mirada de Jesús, que sana y libera, nos llegue al fondo del alma.

En la medida en que vamos conociendo más al Señor y siguiendo sus pasos, sentimos una mayor necesidad de purificar el alma. Para eso debemos cuidar cada una de las confesiones, evitando la rutina, ahondando en el amor y en el dolor. Ahondar como si cada confesión, siempre única, fuera la última; alejándonos de la precipitación y de la superficialidad. Para eso tendremos en cuenta aquellas cinco condiciones necesarias para una buena confesión, que quizá aprendimos cuando éramos pequenos: examen de conciencia, humilde, hecho en la presencia de Dios, descubriendo las causas, y quizá los hábitos, que han motivado esas faltas; el dolor de los pecados, la contrición, fruto de un examen hondo y humilde, con un sentido más profundo de lo que es un pecado: una ofensa al Señor, y no solo un error humano o una falta de eficacia; propósito de la enmienda concreto y firme, que está íntimamente unido al dolor de los pecados y que muchas veces es el índice de una buena confesión; confesión de los pecados, que consiste en una verdadera acusación de la falta cometida, con deseo de que se nos perdone, y no un relato más o menos general de la situación del alma o de las cosas que nos preocupan. El meditar en que es el mismo Señor quien, a través del sacerdote, nos perdona nos llevará a ser muy sinceros, tanto como nos gustaría serlo en el último instante de nuestra vida; cumplir la penitencia, por la que nos asociamos al sacrificio infinito de expiación de Cristo. Esa penitencia que nos impone el sacerdote –tan mitigada maternalmente por la Iglesia– no es simplemente una obra de piedad, sino desagravio, reparación y satisfacción por la culpa contraída.

No dejemos de acudir con frecuencia a esa fuente de la misericordia divina, pues a menudo, quizá en lo pequeño, nos separamos del Señor. Pidamos a Nuestra Señora, refugio de los pecadores –nuestro refugio–, que nos ayude a confesarnos cada vez mejor. Y pensemos también en la gran obra de misericordia que llevamos a cabo cuando facilitamos que un amigo, un pariente o un conocido recobre o aumente, por la recepción de este sacramento, la Vida sobrenatural de su alma.

1 Cfr. Lc 7, 11-17. 2 Mt 9, 36. — 3 Mc 1, 41. — 4 Mc 8, 2. — 5 Mt 18, 27. — 6 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 30, a. 4. — 7 Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 30-XI-1980, II, 3. — 8 Liturgia de las Horas, Oficio de lectura. Sal 102, 2-3. — 9 San Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, V, 92. — 10 San Agustín, Sermón 98, 2. — 11 Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, cit., VII, 13. — 12 Ibídem. — 13 Ibídem.

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Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San José Cupertino
Año 1663

José nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.

Murió el papá, y entonces la mamá, ante la situación de extrema pobreza en que se hallaba, trataba muy ásperamente al pobre niño y este creció debilucho y distraído. Se le olvidaba hasta comer. A veces pasaba por las calles con la boca abierta mirando tristemente a la gente, y los vecinos le pusieron por sobrenombre el "boquiabierta". Las gentes lo despreciaban y lo creían un poca cosa. Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de maneras maravillosas.

A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por inútil lo mandaron para afuera.

Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante "inútil", y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que lo recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres franciscanos.

Sucedió entonces que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.

Lo pusieron a estudiar para presentarse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre".

Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes sí serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: ¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?" y por ahí estaba haciendo turno para que lo examinaran, el José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró de semejante catástrofe por casualidad.

Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y consagración a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).

Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en cantidad semejante con ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de Dios o del cielo para que se volviera insensible a lo que sucedía a su alrededor. Ahora se explicaban por que de niño andaba tan distraído y con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, se lo echó al hombro y al pensar en Jesús, Buen Pastor, se fue elevando por los aires con cordero y todo.

Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por el campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.

Sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos, para contemplar lo que pertenece a la divinidad. San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la Santa Misa, cuando estaba rezando los salmos de la S. Biblia. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de este santo. El más famoso sucedió cuando 10 obreros deseaban llevar una pesada cruz a una montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.

Como estos sucesos tan raros podían producir movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros ahí, y concurrir a otras sesiones públicas de devoción.

Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos ‘ataques de mareo’ que me dan".

En la Iglesia han sucedido levitaciones a más de 200 santos. Consisten en elevar el cuerpo humano desde el suelo, sin ninguna fuerza física que lo esté levantando. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.

Un día llegó el embajador de España con su esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos, y luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación y ya no bajó más ese día.

En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y ahí junto a la Madre y al Niño se quedó un rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.

El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.

Muchos enemigos empezaron a decir que todo eso eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII, el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire. El Duque de Hannover, que era protestante, al ver a José en éxtasis se convirtió al catolicismo.

El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de Cupertino y declaró: "Todos estos hechos no se puede explicar sin una intervención muy especial de Dios".

Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. La gente descubría donde estaba y corrían hacia allá. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio: "Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que pide, recibe".

Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.

Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que Él siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y bendiciones.

Excelente película:

http://es.gloria.tv/?media=36797

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Adriana de Prymnesso, Santa Mártir, Septiembre 18  

Adriana de Prymnesso, Santa

Mártir

Martirologio Romano: En Prymnesso, de Frigia, santa Ariadna, mártir (s. inc.).

Etimología: Adriana = Ariana = Ariadna = castísima o santísima, viene del griego


Se sabe que esta joven fue una mártir del siglo I.

Se cuenta que fue una bella mártir por amor a Cristo en el siglo I. Se ve que asimiló muy pronto la profundidad de la vida encerrada en el Evangelio y, sin la menor duda, no tuvo reparos en entregar la propia existencia por una causa tan clave para toda su vida.

La historia dorada que hay alrededor de ella dice que era una esclava preferida del rey de Frigia. El hecho es que se convirtió al cristianismo y, por esta razón fue procesada.

Los jueces, antes de dictar el juicio premeditado, le permitieron que se fuera a pensar lo bien a solas a la montaña.

Cuando volvió, le preguntaron acerca de su última decisión. Era la misma.
Entonces mandaron ejecutarla.

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Ricarda o Riquilda, Santa Emperatriz, Septiembre 18  

Ricarda o Riquilda, Santa

Emperatriz

Martirologio Romano: En Andlau, de la Baja Lotaringia (Alsacia), santa Ricarda, quien, siendo reina, despreció el poder terreno por servir a Dios en el monasterio fundado por ella misma (c. 895).

Etimología: Ricarda = fuerte en la riqueza. Viene de la lengua alemana.


Nació y murió en Alsacia, Francia, en el año 900. Era hija de Echanger, conde de esta ciudad.

Se casó con el conde Carlos el Grueso en el año 862. Era biznieto de Carlomagno, y en aquel tiempo, rey de los Francos de Renania.

Carlos En el 881, con el apoyo del Papa Juan VIII, llegó a emperador de Occidente y, al mismo tiempo de Alemania, Francia, dueño de una parte de Italia y protector de Papado.

Pese a ello, abandonó al Papa cuando éste le llamó para que le ayudara. Al no acudir, el Papa fue masacrado a martillazos en el palacio de san Juan de Letrán.

Tras veinte años de matrimonio, Ricarda fue acusada de adulterio y repudiada, ella rechazó la acusación y fue sometida a la prueba del fuego para demostrar su inocencia, Dios demostró con un patente milagro su inocencia.

Y así acabó el inmenso imperio carolingio. Sus siete hijos se repartieron cuanto quedaba.

Su padre murió al año siguiente. Y Ricarda no estaba a su lado en esos momentos cruciales para la vida de una persona.

Como no había seguido la vida de Cristo en su estricto cumplimiento, nunca se sintió feliz a pesar de sus riquezas.

Se fue a la abadía de Alsacia, Andlau, para pasar allí sus últimos años.

En 1049, el Papa León IX vino a venerar sus restos y los colocó en el altar.

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Fuente: Vatican.va
David Okelo y Gildo Irwa, beatos Jóvenes mártires, 18 de septiembre  

David Okelo y Gildo Irwa, beatos

Catequistas y Mártires

Martirologio Romano: En la aldea Paimol, cerca de la misión de Kalongi, en Uganda, beatos David Okelo y Gildo Irwa, catequistas y mártires, que habiéndose ofrecido espontáneamente para anunciar el Evangelio al pueblo, fueron atravesados por lanzas, manifestando así en el martirio la fuerza de Cristo (1918).

 

Dos jóvenes catequistas ugandeses, David Okelo, de entre 16 y 18 años, y Gildo Irwa, de entre 12 y 14, fueron martirizados a golpes de lanza y cuchilladas en Palamuku, cerca de Paimol, aldea situada al norte de Uganda, en la cuenca del alto Nilo. Era el año 1918.

El ejemplo dado por estos dos jóvenes, unidos por una profunda amistad y por el entusiasmo de enseñar la religión cristiana a sus compatriotas, permanece como signo de coherencia de vida cristiana, fidelidad a Cristo y compromiso en el servicio misionero entre su pueblo.

La fecha de nacimiento de David y Gildo no se conoce con exactitud. Fueron bautizados el 1 de junio de 1916 y confirmados el 15 de octubre del mismo año. Pertenecían a la tribu Acholi, una rama del gran grupo Lwo, cuyos miembros viven aún en su mayor parte en el norte de Uganda, aunque también están presentes en el sur de Sudán, Kenia, Tanzania y Congo.

Los misioneros combonianos habían llegado en 1915 a la región de Kitgum, donde comenzaron su labor evangelizadora con la ayuda de algunos catequistas. Existían entonces muchas dificultades, algunas creadas por la primera guerra mundial, otras por la peste, la viruela y la situación de carestía. Para los brujos de la zona la llegada de la nueva religión era la causa de todas las desgracias. Por ello, surgieron movimientos anticristianos y anticolonialistas (los Adwi y los Abas) promovidos por los brujos y apoyados por los traficantes de marfil y de esclavos, que veían en el cristianismo un obstáculo para sus negocios. Además eran frecuentes las luchas tribales.

En este contexto de hostilidad y desconfianza se sitúa el testimonio heroico de los dos jóvenes catequistas, que no dudaron en trasladarse a Paimol para cubrir el vacío dejado en la obra de evangelización por la muerte de Antonio, el hermano de David. Cuando este pidió al padre Cesare Gambaretto sustituir a su hermano, juntamente con su amigo Gildo, el misionero intentó disuadirles, no sólo por su juventud, sino también por el peligro que corrían en aquella violenta zona. "¿Y si os matan?", preguntó entonces el misionero. "¡Iremos al paraíso!", fue la respuesta inmediata. "Ya está allí Antonio -añadió David-, no temo la muerte. ¿No murió Jesús por nosotros?".

Llegaron a su destino en noviembre de 1917 y once meses más tarde fueron asesinados por odio a la fe. Su martirio fue documentado por los habitantes de Paimol y ocho testigos oculares, entre los que se encontraba uno de los que les dieron muerte.

En Paimol, David y Gildo se dedicaban sin descanso a su misión de evangelización y ganaban su sustento trabajando duramente en los campos. Un catequista que enseñaba en una aldea dejó este testimonio: "Toda la gente del pueblo sin excepción les amaba por el bien que hacían (...). Murieron en el cumplimiento exacto de su enseñanza".

Al amanecer, David tocaba el tambor para llamar a sus catecúmenos a las oraciones de la mañana. Juntamente con Gildo, rezaba también el rosario. Enseñaba a los catecúmenos a memorizar las oraciones y las preguntas y respuestas del catecismo; durante las clases, para facilitarles el aprendizaje de las verdades fundamentales, les hacía repetir los textos también con la ayuda de cantos. Además, visitaba las aldeas vecinas, desde donde acudían sus catecúmenos, que durante el día ayudaban a sus padres en los campos o con el ganado. Cuando se ponía el sol, David llamaba a la oración en común y a rezar el rosario, concluyendo siempre con una canción a la Virgen. Los domingos, celebraba un servicio de oración, animado a menudo por la presencia de catecúmenos y catequistas de la zona.

Se recuerda a David como un joven de carácter pacífico y tímido, diligente en sus tareas como catequista y querido por todos. Nunca se vio involucrado en disputas tribales o políticas.
El padre Cesare Gambaretto, que había administrado los sacramentos a los dos jóvenes mártires, describía a Gildo como un joven de carácter dulce y alegre, muy inteligente. "Era de gran ayuda para David, y reunía a los niños para recibir la instrucción con su dulzura e insistencia infantil (...).
Había recibido el bautismo recientemente, cuya gracia preservó en su corazón y dejó traslucir con su comportamiento encantador".

Gildo estuvo siempre disponible y fue ejemplar en sus tareas como catequista-asistente. Espontáneamente, se mostró deseoso de ir con David a enseñar la palabra de Dios a Paimol.
Murieron atravesados por las lanzas de Okidi y Opio, dos Adwi (revolucionarios que se habían alzado en armas contra los jefes impuestos por las autoridades coloniales). Antes de matarles, los Adwi intentaron convencer a David y a Gildo para que abandonaran la región y la enseñanza del catecismo. Podrían haber salvado la vida, pero ellos rechazaron la oferta.

A Gildo se le dio la oportunidad de huir, pero él respondió: "Hemos trabajado en la misma obra; si es necesario morir, tendremos que morir juntos". Cuando les sacaron del pueblo para matarles, David lloraba. Fue entonces consolado por el pequeño Gildo: "¿Por qué lloras? Mueres sin motivo; no has hecho mal a nadie". Era poco antes del amanecer del 19 de octubre de 1918.

Los cristianos del lugar, acabada la furia homicida, no olvidaron a sus heroicos catequistas. El lugar del martirio, Palamuku, fue llamado desde entonces Wi-Polo ("En el cielo") para recordar el premio concedido por Dios a los dos adolescentes.

Fueron beatificados el 20 de octubre de 2002 por S.S. Juan Pablo II.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

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