jueves, 2 de febrero de 2012

Lecturas Viernes 03 de Febrero de 2012. Asegúrate un año de salud: se bendicen las gargantas en Misa. San Blas, ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (6, 14-29)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: "Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado".

Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía:

"No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré".

Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".

Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?"

Su madre le contestó:

"La cabeza de Juan el Bautista".

Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te quiero, pero no te quiero ver todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

Bendito sea Dios, mi salvador

Feria de la 4a. semana del T. O. o memoria libre de san Oscar, obispo o de San Blas, obispo y mártir

Adoremos a Dios en su santo templo

Antífona de Entrada

Adoremos a Dios en su santo templo. El nos hace habitar juntos en su casa. El es la fuerza y el poder de su pueblo.

Oración Colecta

Oremos:

Padre santo y todopoderoso, protector de los que en ti confían, ten misericordia de nosotros y enséñanos a usar con sabiduría de los bienes de la tierra, a fin de que no nos impidan alcanzar los del cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo…

Amén.

 

Primera Lectura

Lectura del libro del

Eclesiástico (Sirácide) (47, 2-13)

Como se aparta la grasa para los sacrificios, así fue escogido David entre los hijos de Israel. El jugaba con leones, como si fueran cabritos y con osos, como si fueran corderos. Joven aún, mató al gigante y lavó la deshonra de su pueblo:

hizo girar su honda y de una pedrada derribó la soberbia de Goliat. Porque invocó al Dios altísimo, él le dio fuerza a su brazo para aniquilar a aquel poderoso guerrero y restaurar el honor de su pueblo. Por eso celebraban con canciones su victoria sobre diez mil enemigos, y lo bendecían en nombre del Señor.

Ya cuando era rey, peleó con todos sus enemigos y los derrotó. Aniquiló a los filisteos y quebrantó su poder para siempre.

Por todos sus éxitos daba gracias al Dios altísimo y lo glorificaba. Amaba con toda el alma a su creador y le entonaba canciones de alabanza. Instituyó salmistas para el servicio del altar, que con sus voces hicieron armoniosos los cantos.

Celebró con esplendor las fiestas y organizó el ciclo de las solemnidades. El santuario resonaba desde el alba con alabanzas al nombre del Señor.

El Señor le perdonó sus pecados y consolidó su poder para siempre. Le prometió una dinastía perpetua y le dio un trono glorioso en Israel. Por sus méritos le sucedió un hijo sabio,que vivió en paz:

Salomón fue rey en tiempos tranquilos, porque Dios pacificó sus fronteras; le construyó un templo al Señor y le dedicó un santuario eterno.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 17

Bendito sea Dios, mi salvador.

Perfecto es el camino del Señor y firmes sus promesas. Quien al Señor se acoge en él halla defensa.

Bendito sea Dios, mi salvador.

Bendito seas, Señor, que me proteges; que tú, mi salvador seas bendecido. Te alabaré, Señor, ante los pueblos y elevaré mi voz, agradecido.

Bendito sea Dios, mi salvador.

Tú concediste al rey grandes victorias y con David, tu ungido, y con su estirpe siempre has mostrado, Señor, misericordia.

Bendito sea Dios, mi salvador.

 

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero,

y perseveran hasta dar fruto.

Aleluya.

 

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (6, 14-29)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: "Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado".

Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía:

"No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré".

Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".

Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?"

Su madre le contestó:

"La cabeza de Juan el Bautista".

Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Oremos:

Acepta, Señor, estos dones que tu generosidad ha puesto en nuestras manos, y concédenos que este sacrificio santifique toda nuestra vida y nos conduzca a la felicidad eterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Prefacio Común III

Alabanza a Dios por la creación

y la redención del hombre

El Señor esté con ustedes.

Y con tu espíritu.

Levantemos el corazón.

Lo tenemos levantado hacia el Señor.

Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Pues por medio de tu amado Hijo, eres el creador del género humano, y también el autor bondadoso de la nueva creación.

Por eso, con razón te sirven todas las criaturas, con justicia te alaban todos los redimidos, y unánimes te bendicen tus santos. Con ellos, también nosotros, a una con los ángeles, cantamos tu gloria gozosos diciendo:

Santo, Santo, Santo…

 

Antífona de la Comunión

Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus muchos beneficios.

Oración después de la Comunión

Oremos:

Señor, que esta Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, nos ayude a corresponder al don inefable de su amor y a procurar cada día nuestra salvación eterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

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Meditación diaria

 

4ª semana. Viernes

FORTALEZA EN LA VIDA ORDINARIA

— El ejemplo de los mártires. Nuestro testimonio de cristianos corrientes. La virtud de la fortaleza.

— Fortaleza para seguir a Cristo, para ser fieles en lo pequeño, para vivir el desprendimiento efectivo de los bienes, para ser pacientes.

— Heroísmo en la vida sencilla y normal del cristiano. Ejemplaridad.

I. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista1, que fue fiel, hasta dar la vida, a la misión recibida de Dios. Si en los momentos difíciles hubiera callado o se hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, no habría muerto degollado en la cárcel de Herodes. Pero Juan no era como caña que se mueve con cualquier viento. Fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia.

La sangre que derramó Juan, junto a la de los mártires de todos los tiempos, se uniría a la Sangre redentora de Cristo para darnos un ejemplo de amor y de firmeza en la fe, de valentía y de fecundidad. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. El ejemplo del mártir "nos trae a la memoria que a la fe se debe un testimonio (...) personal, preciso, y –si llega el caso– costoso, intrépido; y nos recuerda, en fin, que el mártir de Cristo no es un héroe extraño, sino que es para nosotros, es nuestro"2: nos enseña que todo cristiano debe estar dispuesto a entregar su propia vida, si fuera necesario, en testimonio de su fe.

Los mártires no son solo un ejemplo incomparable del pasado; nuestra época actual es también tiempo de mártires, de persecución, incluso sangrienta. "Las persecuciones por la fe son hoy muchas veces semejantes a las que el martirologio de la Iglesia ha registrado ya durante los siglos pasados. Ellas asumen formas diversas de discriminación de los creyentes, y de toda la comunidad de la Iglesia (...).

"Hoy hay centenares y centenares de miles de testigos de la fe, muy frecuentemente desconocidos u olvidados por la opinión pública, cuya atención está absorbida por otros hechos; frecuentemente solo Dios los conoce. Ellos soportan privaciones diarias, en las más diversas regiones de cada uno de los continentes.

"Se trata de creyentes obligados a reunirse clandestinamente porque su comunidad religiosa no está ya autorizada. Se trata de obispos, de sacerdotes, de religiosos a los que les está prohibido ejercer el santo ministerio en sus iglesias o en sus reuniones públicas (...).

"Se trata de jóvenes generosos, a los que se impide entrar en un seminario o en un lugar de formación religiosa para realizar allí su propia vocación (...). Se trata de padres a los que se niega la posibilidad de asegurar a sus hijos una educación inspirada en la propia fe.

"Se trata de hombres y mujeres, trabajadores manuales, intelectuales y de todas las profesiones, los cuales, por el simple hecho de profesar su fe, afrontan el riesgo de verse privados de un porvenir brillante para sus carreras o sus estudios"3. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de la fe que confiesan. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida: es la senda que deberán recorrer la mayoría de los cristianos, que han de santificarse siendo heroicos en los deberes y circunstancias de cada día. El cristiano de hoy tiene necesidad de modo particular de la virtud de la fortaleza, que, además de ser humanamente tan atractiva, resulta imprescindible dada la mentalidad materialista de muchos, la comodidad, el horror a todo lo que suponga mortificación, renuncia o sacrificio...: todo acto de virtud incluye un acto de valentía, de fortaleza; sin ella no se puede ser fiel a Dios.

Enseña Santo Tomás4 que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. En el primer caso encuentran su campo propio de actuación la valentía y la audacia; en el segundo, la paciencia y la perseverancia. Todos los días se nos presentan muchas ocasiones para vivir estas virtudes: para superar los estados de ánimo, para evitar las quejas inútiles, para perseverar en el trabajo cuando comienza el cansancio, para sonreír cuando nos encontramos con menos facilidad de hacerlo, para corregir lo que sea necesario, para comenzar cada labor en su momento, para ser constante en el apostolado con nuestros familiares y amigos...

II. Poner la meta de nuestra vida en seguir de cerca a Jesucristo y en progresar siempre en ese seguimiento ya requiere fortaleza, porque nunca fue empresa cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión está la de cada tiempo, la de cada día. Fuerte ha de ser el cristiano para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo en cada una de sus etapas, para perseverar sin amilanarse a pesar de todos los obstáculos, internos y externos, que se presentan.

Tenemos necesidad de la fortaleza para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. Esta actitud de firmeza se manifiesta en el trabajo, en la vida familiar, ante el dolor y la enfermedad, ante los posibles desánimos que quitarían la paz si no hubiera una lucha decidida por superarlos, apoyados siempre en la consideración de que Dios es nuestro Padre y permanece junto a cada uno de sus hijos.

Necesitamos la virtud de la fortaleza para evitar el descamino, para dejar a un lado las baratijas de la tierra y no permitir que el corazón se apegue a ellas en una época en la que muchos las tienen como el fin de su vida y olvidan que su corazón lo creó Dios de manera que solo Él puede saciar su ansia de felicidad. Muchos cristianos parecen haber olvidado que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa5, por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos, pues "el que conoce las riquezas de Cristo Señor nuestro, por ellas desprecia todas las cosas; para este son basuras las haciendas, las riquezas y los honores. Porque nada hay que pueda compararse con aquel tesoro supremo, ni que pueda ponerse en su presencia"6, Para estar efectivamente desprendidos de los bienes que debemos utilizar, para no convertirlos en fines, debemos ser fuertes.

Esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos y noticias desagradables y ante los obstáculos que cada día se presentan, a saber esperar el momento oportuno para hacer una corrección. No es propio de un cristiano que vive en la presencia de su Padre Dios el andar con un gesto agrio, malhumorado o triste ante una espera que se prolonga, ante planes imprevistos que ha de cambiar a última hora, o frente a los pequeños (o grandes) fracasos que lleva consigo toda vida normal. La paciencia nos lleva también a ser comprensivos con los demás, cuando parece que no mejoran o no ponen todo el interés en corregirse, y a tratarlos siempre con caridad, con aprecio humano y sentido sobrenatural. Quien tiene a su cargo la formación de otras personas (padres, maestros, superiores...) necesita particularmente de la paciencia, porque "gobernar, muchas veces, consiste en saber "ir tirando" de la gente, con paciencia y cariño"7. A todos nos puede ayudar este consejo para hacer hoy examen en nuestra oración personal: "Has de conducirte cada día, al tratar a quienes te rodean, con mucha comprensión, con mucho cariño, junto –claro está– con toda la energía necesaria: si no, la comprensión y el cariño se convierten en complicidad y en egoísmo"8. La caridad nunca es debilidad, y la fortaleza no debe tomar una actitud desabrida, áspera y malhumorada.

III. Son pocos, efectivamente, en comparación a todos los fieles que componen la Iglesia, los hombres a los que pide el Señor un testimonio de la fe derramando su sangre, dando su vida en el martirio (mártir significa testigo), pero sí nos pide a todos la entrega de la vida, poco a poco, con heroísmo escondido, en el cumplimiento fiel del deber: en el trabajo, en la familia, en la lucha por ser siempre coherentes con la fe cristiana, con un ejemplo que arrastra y estimula. Por esto, no basta con que vivamos interiormente la doctrina de Cristo: falsa fe sería aquella que careciera de manifestaciones externas. Por pasividad, por afán de no comprometerse, no pueden dar a entender los cristianos que no estiman su fe como lo más importante de su vida o no consideran las enseñanzas de la Iglesia como un elemento vital de su conducta. "El Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes"9. En ocasiones, pueden existir graves razones de caridad para confortar con el testimonio de nuestra fe a los que andan vacilantes: una confesión decidida como la del Bautista, sin complejos, que arrastre y remueva.

El honor de Dios está por encima de las conveniencias personales. No podemos permanecer pasivos cuando se quiere poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando hombres sectarios pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos estar callados cuando hay tantas personas a nuestro lado que esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. Ese testimonio consistirá unas veces en la ejemplaridad en el trabajo profesional, en la caridad y la comprensión con todos, en la alegría que revela la paz que nace del trato con Dios...; otras, en el silencio ante una injusta acusación, o en la defensa serena pero firme del Romano Pontífice o de la jerarquía de la Iglesia, en la refutación de una doctrina errónea o confusa... Siempre con serenidad y sin intemperancias, que no hacen bien y no son propias de un cristiano, pero con firmeza.

La fortaleza de Juan y su vida coherente es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos en los acontecimientos diarios, corrientes y sencillos, muchos de nuestros amigos verán el temple de nuestra vida y se moverán por ese testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al contemplar el martirio –el testimonio de fe– de los primeros cristianos.

1 Mc 6, 14-29. — 2 Pablo VI, Alocución 3-XI-1965. — 3 Juan Pablo II, Meditación-plegaria, Lourdes, 14-VIII-1983. — 4 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 123, a. 6. — 5 Cfr. Mt 13, 44-46. — 6 Catecismo Romano, IV, 11, n. 15. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 405. — 8 Ibídem, n. 803. — 9 Ibídem, n. 416.

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Santoral             (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San Blas (año 316)

Blas significa: "arma de la divinidad".(año 316)
S
an Blas fue obispo de Sebaste, Armenia (al sur de Rusia).

Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba de la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico, para hablarles a sus pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y conseguir así muchos adeptos para el cristianismo.

Al conocer su gran santidad, el pueblo lo eligió obispo.

Cuando estalló la persecución de Diocleciano, se fue San Blas a esconderse en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a escondidas a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.

Cuenta la tradición que a la cueva donde estaba escondido el santo, llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente. Pero un día él vio que por la cuesta arriba llegaban los cazadores del gobierno y entonces espantó a las fieras y las alejó y así las libró de ser víctimas de la cacería.

Entonces los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue una verdadera apoteosis, o paseo triunfal, pues todas las gentes, aun las que no pertenecían a nuestra religión, salieron a aclamarlo como un verdadero santo y un gran benefactor y amigo de todos.

El gobernador le ofreció muchos regalos y ventajas temporales si dejaba la religión de Jesucristo y si se pasaba a la religión pagana, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta el último momento de su vida.

Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron con garfios su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los cristianos perseveraran en la fe.

El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio iba bendiciendo por el camino a la inmensa multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de muchos.

Pero hubo una curación que entusiasmó mucho a todos. Una pobre mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él. Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El pueblo lo aclamó entusiasmado.

Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo tan popular que en sólo Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.

En la Edad Antigua era invocado como Patrono de los cazadores, y las gentes le tenían gran fe como eficaz protector contra las enfermedades de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en honor de San Blas y las colocaban en la garganta de las personas diciendo: "Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta". Cuando los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: "San Blas bendito, que se ahoga el angelito".

A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor, Jesucristo.

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San Oscar (año 865)

Este gran misionero fue el evangelizador y primer obispo de los países escandinavos, o sea: Dinamarca, Suecia y Noruega. Murió muy joven, agotado de tanto misionar y de tanto trabajar por extender el reino de Cristo. Su muerte sucedió el 3 de febrero del año 865.

Propósito: Pediré a Dios que me conceda su gran fortaleza para ser fiel creyente hasta el final de la vida. Si no pido esta gracia quizás no la reciba, pero si la pido muchas veces la voy a conseguir, porque Jesús prometió: "Todo el que pide, recibe".

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Fuente: Vatican.va
María de San Ignacio (Claudina) Thévenet, Santa Virgen y Fundadora, Febrero 3  

María de San Ignacio (Claudina) Thévenet, Santa

Virgen y Fundadora

Martirologio Romano: En Lyon, en Francia, santa María de San Ignacio (Claudina) Thévenet, virgen, quien, movida por la caridad y con ánimo esforzado, fundó la Congregación de las Hermanas de Jesús y María, para la formación espiritual de las jóvenes, especialmente las de condición humilde (1837).

CLAUDINA THÉVENET, la segunda de una familia de siete hijos, nace en Lyon el 30 de marzo de 1774. " Glady ", como se la llama familiarmente, ejerce muy pronto una bienhechora influencia sobre sus hermanos y hermanas porque su bondad, delicadeza y olvido propio la llevan a complacer siempre a los demás.

Tiene 15 años cuando estalla la Revolución Francesa. En 1793 vive las horas trágicas del asedio de Lyon por las fuerzas gubernamentales y, en enero de 1794, llena de horror y de impotencia, asiste a la ejecución de sus hermanos, condenados a muerte por represalia, después de la caída de la ciudad. Sus últimas palabras: "Perdona, Glady, como nosotros perdonamos" las hace muy suyas, las graba en su corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había producido. Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por hacer conocer y amar a Jesús y a María.

El encuentro con un santo sacerdote, el Padre Andrés Coindre, le ayudará a conocer la voluntad de Dios sobre ella y será decisivo en la orientación de su vida. En el atrio de la iglesia de San Nizier, el Padre Coindre había encontrado dos niñas pequeñas abandonadas y temblando de frío. Las condujo a Claudina quien no vaciló en ocuparse de ellas.

La compasión y el amor hacia las niñas abandonadas son el origen de la Providencia de San Bruno en Lyon (1815). Algunas compañeras se unen a Claudina. Se reúnen en Asociación. Elaboran y experimentan un Reglamento y pronto la eligen como Presidenta.

El 31 de julio de 1818 el Señor se deja oír por la voz del Padre Coindre: "hay que formar una comunidad. Dios te ha elegido" dijo a Claudina. Y así, el 6 de octubre de ese mismo año, se funda la Congregación de Religiosas de Jesús-María, en Pierres-Plantées, sobre la colina de la Croix Rousse. En 1820 la naciente Congregación se instalará en Fourviére (frente al célebre santuario) en un terreno adquirido a la familia Jaricot. En 1823 obtiene la aprobación canónica para la Diócesis del Puy y en 1825 para la de Lyon.

El fin inicial del joven Instituto era recoger las niñas pobres hasta los 20 años de edad. Se las enseñaba un empleo y los conocimientos propios de la escuela primaria, todo ello desde una sólida formación religiosa y moral. Pero querían hacer más, y Claudina y sus hermanas abrieron también sus corazones a niñas de clases acomodadas construyendo para ellas un pensionado. El fin apostólico de la Congregación será pues, la educación cristiana de todas las clases sociales con una preferencia por las niñas y jóvenes, y entre ellas, las más pobres.

Los dos tipos de obras se desarrollan simultáneamente a pesar de las pruebas que acompañarán a la Fundadora a lo largo de los últimos doce años de su peregrinación en esta tierra: la muerte dolorosamente repentina del Padre Coindre (1826) y de las primeras hermanas (1828); la tenacidad para impedir la fusión de su Congregación con otra también recién fundada; los movimientos revolucionarios de Lyon en 1831 y 1834 con todas las consecuencias que debieron sufrir los habitantes de Fourviére, por ser la colina punto estratégico de los dos bandos antagónicos.

El insigne valor de la Fundadora no se deja intimidar por la adversidad, al contrario, emprende con audacia nuevas construcciones, entre ellas la de la Capilla de la Casa Madre, al mismo tiempo que se entrega a la redacción de las Constituciones de la Congregación. Las estaba ultimando cuando, a sus 63 años, la muerte llamó a su puerta. Era el 3 de febrero de 1837.

"Hacer todas las cosas con el único deseo de agradar a Dios" fue el hilo conductor de toda su vida. Esta búsqueda constante de la voluntad de Dios, "llevar una vida digna del Señor agradándole en todo", le dio una fina sensibilidad para leer los signos de los tiempos, discernir los designios de Dios sobre ella y dar una respuesta íntegra y total. Ese camino le ha merecido "compartir la suerte de los santos en la Luz" (Col. 1, 10-11).

"Encontrar a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios" es vivir en espíritu de alabanza. En un mundo en que está demasiado ausente la esperanza, redescubrir la bondad del Creador, presente en la creación y en las personas, reafirma el sentido de vivir e invita a la acción de gracias. Claudina hizo de su vida religiosa apostólica "un himno de gloria al Señor". Sus últimas palabras: "Qué bueno es Dios" fueron la exclamación admirativa de la bondad de Dios que había sabido descubrir aún en los momentos más dolorosos de su vida.

Claudina imprimió en su Congregación su fuerte personalidad. Dotada de una grandeza de alma poco común, de prudente inteligencia y buena organización, fue, sobre todo, una mujer de gran corazón. Y quería que sus hijas fueran verdaderas madres de las niñas confiadas a su cuidado: "Es necesario ser madres de las niñas - les decía - sí, verdaderas madres, tanto del alma como del cuerpo". Ninguna parcialidad, ninguna preferencia, "las únicas que os permito son para las más pobres, las más miserables, las que tienen más defectos. A estas sí, amadlas mucho".

La solidez de una construcción se revela al paso del tiempo. Cinco años apenas de la muerte de la Fundadora sus hijas llegaban a la India (1842). En 1850 entran en España y en 1855 van al Nuevo Mundo, a Canadá.

175 años después de la fundación de la Congregación, son más de mil ochocientos las Religiosas de Jesús-María repartidas hoy en ciento ochenta comunidades por los cinco continentes. Todas acogen con grande gozo y gratitud la canonización de esta humilde y generosa hija de Francia que el Señor escogió para hacerla su Fundadora.

Fue canonizada el 21 de marzo de 1993 por S.S. Juan Pablo II.

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Fuente: svdargentina.org.ar
María Elena Stollenwerk, Beata Co-fundadora, Febrero 3  

María Elena Stollenwerk, Beata

Virgen y Co-fundadora
de la Congregación Misionera Siervas del Espíritu Santo.

Martirologio Romano: En la población de Steyl, en los Países Bajos, beata María Elena Stollenwerk, virgen, que colaboró con el beato Arnoldo Janssen en la fundación de la Congregación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo y, habiendo abandonado la función de superiora, se entregó a la adoración (1900).

Nació el 28 de noviembre de 1852 en Alemania, hija y heredera de un acomodado agricultor. Su deseo de unirse a la obra misionera emprendida por el sacerdote Arnoldo Janssen, la llevó a ingresar a la Casa Misional de Steyl en 1882.

En 1889, participa -junto con Josefa Hendrina Stenmanns- en la fundación de las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo.

En 1898, el P. Arnoldo Janssen le pide que ingrese a la Congregación de las Hermanas Siervas del Espíritu Santo de la Adoración Perpetua, fundada el 8 de diciembre de 1896. obra que iba a ser consolidada definitivamente por su sucesora: María Micaela Tönnies.

El llamado que recibe Elena y que la marca desde su niñez, es el llamado a la misión. Se siente convocada a llevar calor, luz y la seguridad del amor de Dios a los niños abandonados de China. Sus anhelos de ir a la misión no se cumplieron jamás, pero hoy sus hermanas están repartidas por todo el mundo.

El 3 de febrero de 1900 partió de esta tierra a su destino definitivo.

Su vida religiosa se caracterizó por una relación viva y profunda con el Espíritu Santo y su entrañable amor a Jesús Sacramentado.

El 7 de mayo de 1995, la Hermana María Elena fue proclamada Beata, por Juan Pablo II.

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Fuente: clairval.com
María Ana Rivier, Beata Fundadora, Febrero 3  

María Ana Rivier, Beata

Fundadora

Martirologio Romano: En Bourg-Saint-Andéol, en la región de Viviers, en Francia, beata María Ana Rivier, virgen, la cual, durante la Revolución Francesa, que suprimió todas las órdenes y congregaciones religiosas, instituyó la Congregación de las Hermanas de la Presentación de María, para educar en la fe al pueblo cristiano (1838).

Nació el 19 de diciembre de 1768 en Montpezat-sous-Bauzon, Ardeche, Francia.

Una mujercita de un metro treinta y dos

En 1770, cuando todavía no ha cumplido los dos años, Ana María sufre un grave accidente al caerse de la parte superior de la litera donde duerme. A consecuencia de esa caída se fractura la cadera, por lo que en adelante no puede mantenerse de pie, ni siquiera con ayuda de muletas. Ese dramático episodio tuvo lugar en su tierra natal, en Montpezat, en las montañas de la región francesa de Ardèche.

Ana María padece igualmente de raquitismo: tiene el torso y la cabeza normalmente desarrollados, pero los brazos y las piernas son flacos y, una vez adulta, no sobrepasará un metro treinta y dos de estatura. Se arrastra por el suelo a causa de su invalidez, y su madre la lleva todos los días a la capilla de los Penitentes, donde se venera una antiquísima estatua de la Piedad. Durante aquellas visitas, explica a la niña quién es esa Madre en llanto que lleva en brazos a su Hijo yaciente bajado de la Cruz. El amor de Cristo y de su Madre, el deseo de hacer algo por ellos, el horror de los pecados que son la causa de sus sufrimientos y, sobre todo, una confianza absoluta en María, penetran poco a poco en el generoso y tierno corazón de la niña. Un día declara sin rodeos a su madre: "¡La Señora de la capilla me curará!". Así que espera imperturbable el milagro que no llega, y suplica: "Virgen Santa, si me curáis os traeré todos los días ramos y coronas de flores. Pero si no me curáis, ya no volveré más... ¡Si no me curáis, me enfadaré con vos!".

Sin embargo, la pobre inválida sigue acudiendo todos los días ante la estatua, pues sabe que en el cielo María sigue ocupándose de la salvación eterna de los hombres. Mediante sus palabras y sus ejemplos, contados en los Evangelios, contribuye a nuestra educación espiritual: nos invita a la pureza perfecta, a preocuparnos únicamente por complacer a Dios, a la fidelidad, a la docilidad ante todas las mociones del Espíritu Santo, a la práctica de las virtudes y a la unión íntima con Jesús. María es un corazón que ama, que canta, que asciende y que resplandece. La Virgen interviene igualmente en nuestra vida con su plegaria, que puede llegar -si lo considera oportuno- hasta conseguirnos milagros, y sus buenas inspiraciones son más frecuentes de lo que pensamos. En cuántas ocasiones nos sentimos preocupados ante el hecho de tener que elegir o ante un deber difícil de cumplir; entonces, basta con una llamada de socorro para que la luz brille y vuelva la alegría. A veces hay también palabras más precisas o consignas más explícitas para quienes solicitan filialmente una línea de conducta. "La Virgen nunca deja de protegerme cuando la invoco, escribe Santa Teresa del Niño Jesús. Cuando me surge una inquietud, una preocupación, enseguida me vuelvo hacia ella y, como la más tierna de las madres, siempre se ocupa de mis intereses" (Ms C, folio 26r°). También Ana María sentirá los efectos de esa protección maternal.

En casa, cuenta historias edificantes a los niños del pueblo, y sabe captar maravillosamente la atención de su pequeño auditorio para mantenerlo tranquilo. Enseña el catecismo y a rezar a todos esos pequeños. Poco a poco, siente en su interior el deseo de consagrarse a Dios y a la instrucción de los niños. Más tarde dirá: "También experimentaba más que nunca un vivo deseo de curarme".

En 1774, su padre es llamado por Dios. La inhumación tiene lugar el 8 de septiembre, festividad de la Natividad de la Santísima Virgen. Ese mismo día, Ana María pide las muletas. Estaban extraviadas, pero las encuentran y se las dan; y he aquí que, ante el asombro de todos, las utiliza y consigue dar tres vueltas a la habitación. Es la Virgen María, que ha querido concederle, en el día de su fiesta, el regalo de un hermoso milagro, permitiéndole que camine con la ayuda de las muletas.

Ahora más que nunca se encarga de los demás niños, organizando pequeñas procesiones en las que las niñas llevan un velo y los muchachos una cruz, todos rezando el Rosario.

Una dosis doble de milagros

El 31 de julio de 1777, Ana María, que entonces cuenta con nueve años, cae por la escalera y se fractura un muslo. El cirujano, al que han llamado con urgencia, vuelve a poner el hueso en su sitio. Después de irse el médico, la señora Rivier, animada por la fe que mueve montañas, le quita el vendaje y frota la pierna herida con el aceite de la lámpara de Nuestra Señora de Pradelles. Al día siguiente, el miembro se ha deshinchado. El 15 de agosto siguiente, uno de sus tíos le dice a la niña: "Levántate e intenta caminar". Se produce el segundo milagro, más notorio que el primero: ¡Ana María se levanta y camina sin las muletas! Y grita de alegría: "¡La Virgen me ha curado!... ¡La Virgen me ha curado!...". En medio de su alegría, cuenta por todas partes las maravillas realizadas en su favor por María.

Su amor de Dios se acrecienta con las gracias recibidas. En una ocasión, alguien la encuentra en un bosque y le pregunta: "¿Dónde vas así? - Al desierto, para rezar al Señor". Es conducida a casa, pero su deseo de soledad y de oración no disminuye, y su caridad para con los pobres la mueve a dar todo lo que puede. Incluso ayuda a mendigar a una ciega, tomándola de la mano para indicarle el camino. Toma la primera comunión a los once años: "Era tan pequeña, nos contará más tarde, que para llegar a la santa mesa tuve que poner mi sombrero de lana bajo las rodillas". Su madre le enseña entonces a leer y a escribir, enviándola después para perfeccionarse con las religiosas de Nuestra Señora, en Pradelles. Cuando regresa a casa, su celo la lleva a realizar numerosas obras pastorales y caritativas: da catequesis, encamina a los jóvenes a la Misa y al confesionario, cuida a los enfermos y asiste a los moribundos. Su vida interior se sustenta con la comunión diaria, el rezo del Rosario y el oficio parvo de la Inmaculada Concepción. Su influencia es tan grande que la solicitan para que haga novenas con diferentes intenciones.

A los diecisiete años, solicita su ingreso en las religiosas de Nuestra Señora, pero el consejo de las hermanas rechaza esa admisión a causa de su mala salud. ¡Qué penosa sorpresa! "Aquellos rechazos no hicieron sino inflamar mis deseos -nos confiará-, ¡ya que no quieren que entre en el convento, yo misma haré un convento!". Una fe a toda prueba, una confianza ciega en la Santísima Virgen y una caridad desbordante cubren el alma de nuestra "pequeña" Ana María.

" Todas al Paraíso "

En 1786, regresa a Montpezat. Tiene dieciocho años, pero sigue siendo de corta estatura. Aunque ello no es impedimento para que le pida a su párroco que la ponga al frente de una escuela. El párroco encuentra ridícula su petición, pues considera que no será respetada ni obedecida por los niños. Ana María insiste y sigue insistiendo... No solamente quiere reunir a las jóvenes, sino que desea formar buenas madres de familia, convencida como está de la función evangelizadora de las familias y de la importancia de la iniciación religiosa desde la más tierna infancia: "¡La vida se halla por entero en las primeras impresiones!", dirá. El párroco acaba cediendo, así que obtiene permiso para montar una escuela en una casa que pertenece a religiosas dominicas. La escuela abre sus puertas al principio de curso de 1786, poblada por hijas de gente notable, pero sobre todo por niñas pobres acogidas gratuitamente.

La joven maestra es exigente, pero recibe ánimos por parte de sus alumnas, que comprenden que su firmeza redunda en beneficio suyo y que procede de su amor hacia ellas. Su método pedagógico es simple y lleno de sentido común. Es consciente de que la formación integral de un niño debe comprender una formación espiritual y doctrinal sólida y profunda. Su deseo de llevar a la beatitud eterna a las almas que le son confiadas le mueve a repetir con frecuencia: "Hijas mías, quiero conduciros al Paraíso".

Con aquellas criaturas consigue éxitos alentadores. ¿Su secreto? Audacia, tenacidad, una alegría comunicativa y mucho coraje. He aquí algunos consejos que dará más tarde a sus religiosas:

Para la enseñanza: "No destaquéis por vuestro talento, ni siquiera para atraer a las niñas a la escuela... Si éstas aprueban con facilidad, que no se crean genios ni intenten deslumbrar. Nada de términos eruditos para hablarles. No admiréis su indumentaria, sino que, por el contrario, inculcadles el horror por los aderezos y las modas".

Advierte a las nuevas maestras: "A veces las niñas tienen la suficiente malicia para poner a prueba el carácter de una hermana recién llegada, para averiguar si es enérgica y vigilante, o si podrán burlarse de ella impunemente. Así pues, que quienes sean tutoras de un curso muestren un aspecto severo y serio que dé a entender que habrá que cumplir con los deberes sin rechistar, y también un tono de bondad y de educación para ganarse a las niñas".

"Velad por la limpieza y la abundancia de los alimentos, pues los jóvenes deben comer suficientemente. El sueño y el ejercicio son necesarios. Que no tengan los pies húmedos. Si tienen frío, dadles de beber algo caliente. Si están enfermas, llamad al médico sin darles "remedios de viejas". No les impongáis alimentos hacia los cuales muestren una irresistible repugnancia...".

En la tormenta

1789: la revolución estalla. Ana María hace todo lo que está en su mano para ayudar a ejercer su ministerio a los sacerdotes rebeldes, perseguidos por la ley a causa de su fidelidad al Papa. De día o de noche, según las circunstancias, reúne a los fieles para confesarse, oír Misa y comulgar. Cuando el sacerdote no puede acudir, es ella quien realiza la instrucción. En aquel tiempo en que la guillotina no para de trabajar, hay que utilizar un lenguaje realista. Por eso no duda en hablar con fuerza: de Jesús Crucificado, modelo de coraje y de constancia, del fin último, del pecado mortal que conduce a la condenación eterna, del paraíso prometido a quienes hayan sido fieles al Evangelio y a la Iglesia romana. Y luego interroga a su auditorio: "¿Me prometéis morir por Jesucristo?". Y, con lágrimas en los ojos, todos responden: "¡Sí!".

No tarda en ser convocada ante el comisario revolucionario, quien le prohíbe presidir tales asambleas, bajo pena de ser encerrada en prisión y de ir a juicio. Pero aquella mujercita de un metro treinta y dos se mantiene firme y, sin desconcertarse, indica a personas de confianza que en adelante el lugar de reunión será la casa Rivier.

En Montpezat, la casa dominica no ha sido vendida, a pesar de haber sido declarada bien nacional. Ana María continúa dirigiendo allí su escuela. Pronto consigue media docena de internas, a quienes intenta dar forma de comunidad religiosa, pues su idea de convento la sigue persiguiendo. Su celo por la salvación de las almas le inspira grandes audacias. "Dios me sostuvo hasta tal punto, nos cuenta, que en lugar de pensar en abandonar los trabajos que había iniciado, se me ocurrían aún otros mayores. Aquí, me decía a mí misma, los niños reciben educación, las mujeres y las jóvenes son socorridas, pero en otros lugares, ¿quién se encarga de tantas pobres almas?... Y ardía en deseos de multiplicarme...". Estamos en 1793, en lo más fuerte de la revolución. Tres jóvenes quedan prendadas de su ideal y acuden a ella. Ana María les asigna a cada una de ellas un pueblo de los alrededores para impartir el catecismo y para ayudar a la juventud a vivir conforme al Evangelio.

De nuevo la Virgen

En 1794, el gobierno revolucionario vende la casa de las dominicas de Montpezat. Ana María y sus compañeras, que deben mudarse, piden a la Virgen una señal de ánimo: la estatua de María cobra vida y les sonríe. Reconfortadas por aquel milagro, se instalan en el pueblo de Thueyts, en otra casa también de las dominicas, fundando allí una escuela. La afluencia es tal que Ana María debe confiar a los muchachos a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Su ejemplo atrae a otras dos jóvenes, que aceptan ayudarla. Un día, reúne a sus cinco primeras compañeras y les declara de entrada: "¡Juntémonos y haremos un convento!". Todas lo aceptan, así que la fundación se pone en marcha. El obispo concede las primeras autorizaciones y, el 21 de noviembre de 1796, en la festividad de la Presentación de María en el templo, Ana María y sus hijas se consagran a Dios y a la juventud, bajo el patrocinio de Nuestra Señora de la Presentación. "No éramos nada, no teníamos nada, no podíamos hacer nada, dirá más tarde. Después de eso, ¿acaso dudáis que fue Dios quien condujo las cosas?". La espiritualidad de la fundadora está basada, efectivamente, en las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad, con una nota apostólica. Para ella se trata de proseguir con Cristo la obra de la Redención. Por eso escribe: "Nuestra vocación es Jesucristo".

A principio de curso de 1798, la escuela Thueyts cuenta con 62 internas, y es necesario comprar una nueva casa, claro está que sin disponer de dinero... Pero la Providencia, que nunca falta a quienes confían en ella, provee, y los fondos necesarios son reunidos rápidamente. En 1801, el arzobispo Monseñor d´Aviau aprueba las reglas provisionales que la madre Ana María le ha presentado. Ésta es confirmada como superiora de por vida y doce religiosas quedan consagradas. En 1815, la mayor parte de la comunidad se traslada de Thueyts a Bourg-Saint-Andéol, al enorme convento de las salesas, adquirido con dificultades por la fundadora. "Siempre he buscado el dinero mediante la oración, y siempre ha llegado", confesará mostrando una estatua de la Santísima Virgen.

Las escuelas se multiplican prodigiosamente. En el momento de abandonar esta tierra para ver por fin a la Virgen María a la que tanto ha amado en la fe en este mundo, su congregación cuenta con 300 religiosas repartidas en 141 centros. Hoy en día, las hermanas de la Presentación son alrededor de 3000, repartidas en 9 provincias, 3 de las cuales se encuentran en Europa y 6 en los Estados Unidos. Son a la vez enseñantes, hospitalarias y educadoras parroquiales.

El 3 de febrero de 1838, mientras está rezando la segunda parte del "Ave María": "... Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte", la madre Ana María se apaga apaciblemente. Nuestra Señora había acudido a la cita.

Al pedir a María que interceda por nosotros, reconocemos nuestra condición de pecadores e imploramos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Que infunda en nuestros corazones la certeza de que Dios nos ama, y que se encuentre cerca de nosotros en los momentos de soledad, cuando sentimos la tentación de bajar los brazos ante las dificultades de la vida. Que nuestra confianza se ensanche para entregarle desde ahora "la hora de nuestra muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.

Fue beatificada el 23 de mayo de 1982 por S.S. Juan Pablo II.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Celerino de Cartago, Santo Mártir, Febrero 3  

Celerino de Cartago, Santo

Lector y Mártir

Martirologio Romano: En Cartago, ciudad de África, san Celerino, lector y mártir, que confesó denodadamente a Cristo en la cárcel, entre azotes, cadenas y otros suplicios, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, anteriormente coronada por el martirio, y de sus tíos Lorenzo, paterno, e Ignacio, materno, los cuales, habiendo servido en campamentos militares, llegaron a ser soldados de Dios, obteniendo del Señor palmas y coronas con su gloriosa pasión (s. III).

Celerino era originario de Roma y pertenecía a una familia de mártires.

En el comienzo de la persecución de Decio y siendo aún muy joven, fue detenido como soldado de Cristo. Le llevaron al tribunal donde el mismo Decio debía de juzgarlo, por lo que se esperaba una sentencia muy severa. Sin embargo, el emperador, conmovido tal vez por la juventud, el valor y la audaz franqueza de Celerino, le concedió la libertad, después de diecinueve días de prisión y de torturas. El joven llevaba sobre su cuerpo las señales imborrables de sus tormentos.

En la primavera del año 250, Celerino marchó a Cartago para llevar a Cipriano nuevas de los confesores de la Iglesia en Roma. A su regreso, tuvo la pena de constatar la defección de su hermana Numeria. Para mitigar su dolor, lo compartió con uno de sus amigos, Lucianno, que estaba prisionero en Cartago, escribiéndole una extensa carta con la funesta noticia. Esto aconteció poco después de Pascua. Hacia la mitad del otoño, cuando recibió la respuesta de su amigo, Celerino regresó a Cartago, donde Cipriano le ordenó lector de su iglesia, con otro confesor de la fe llamado Aurelio. En una de sus cartas, Cipriano hace el más sentido elogio de Celerino: se ve en ella la intención del obispo de elevar al sacerdocio a un atleta del cristianismo: su gloriosa confesión había probado que, a pesar de su juventud, ya estaba consumado en la virtud.

Probablemente Celerino permaneció siempre al lado del obispo de Cartago, sin que pueda decirse si fue elevado al diaconado. Sin embargo, casi todos los martirologios lo consideran como diácono.

Después de la muerte de Cipriano, Celerino se mostró siempre tan firme y piadoso, como había sido desde el comienzo de su vida.

El día 3 de febrero, la Iglesia honra su memoria como la de un santo confesor de Jesucristo.

Algunos han confundido a nuestro santo con otro Celerino, uno de los clérigos romanos, enredado en el cisma Novaciano. Pero esta defección no habría pasado inadvertida al obispo Cipriano y seguramente habría provocado las reconvenciones del prelado, en vez de los elogios que se le tributaron.

Se puede considerar a Celerino como mártir, en razón de los tormentos que soportó en la prisión.

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Fuente: Martirologio Romano
Otros Santos y Beatos Completando el santoral de este día, Febrero 3  

Otros Santos y Beatos

San Leonio, presbítero
En Poitiers, en Aquitania, san Leonio, presbítero, que fue discípulo de san Hilario (s. IV).

Santos Teridio y Remedio, obispos
En Gap, de la Provenza, en la Galia, santos Teridio y Remedio, obispos (s. IV/V).

San Lupicino, obispo
En Lyon, en la Galia, san Lupicino, obispo, que vivió en la época de la persecución bajo los vándalos (s. V ex.).

San Adelino, abad
En el monasterio de Celle, en Hanonia, san Adelino, presbítero y abad (c. 696).

Santa Wereburga, abadesa
En Chester, en la región de Mercia, en Inglaterra, santa Wereburga, abadesa de Ely, que fundó varios monasterios (c. 700).

Santa Berlinda, virgen
En Meerbeke, en Brabante, santa Berlinda, virgen, que se distinguió en esa ciudad por su vida religiosa de pobreza y caridad (s IX-X).

Beato Helinando, monje
En el monasterio cisterciense de Froidemont, en la región de Beauvais, en Francia, beato Helinando, monje, el cual, después de haber vivido como trovador itinerante, abrazó la vida humilde y escondida en el claustro (post 1230).

Beato Juan Nelson, religioso presbítero y mártir
En Londres, en Inglaterra, beato Juan Nelson, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que por haber negado la suprema potestad de la reina Isabel I en lo referente a la vida del espíritu, fue condenado a muerte y ahorcado en Tyburn (1578).

Santos Simeón y Ana, santos del NT
En Jerusalén, conmemoración de los santos Simeón, anciano honrado y piadoso, y Ana, viuda y profetisa, que merecieron saludar a Jesús niño como el Mesías y Salvador, esperanza y redención de Israel, en el momento en que, según la ley, fue presentado en el Templo.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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