JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (3, 7-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto
de aplastarlo.
En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Escucha, Señor, mi voz y mis clamores
Feria de la 2a. semana del Tiempo Ordinario
En el Señor confío y nada temo
Antífona de Entrada
Escucha, Señor, mi voz y mis clamores y ven en mi ayuda; no me rechaces, ni me abandones, Dios, salvador mío.
Oración Colecta
Oremos:
Dios nuestro, fuerza de todos los que en ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que podamos serte fieles en la observancia de tus mandamientos.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
Primera Lectura
Lectura del primer libro
de Samuel (18, 6-9; 19, 1-7)
En aquellos días, cuando David regresaba de haber matado al filisteo, las mujeres de todos los poblados salieron a recibir al rey Saúl, danzando y cantando al son de tambores y panderos, y dando grandes gritos de alegría. Al danzar,
las mujeres cantaban a coro:
"Mató Saúl a mil, pero David a diez mil".
A Saúl le cayeron muy mal esas palabras y se enojó muchísimo y comentó: "A David le atribuyen diez mil, y a mí tan sólo mil. Lo único que le falta es ser rey". Desde entonces
Saúl, miraba a David con rencor.
Un día, Saúl comunicó a su hijo Jonatán y a sus servidores que había decidido matar a David. Pero Jonatán quería mucho a David y le dijo a éste:
"Mi padre Saúl, trata de matarte. Cuídate, pues, mucho, mañana por la mañana. Retírate a un lugar seguro y escóndete. Yo saldré con mi padre por el campo donde tú estés y le hablaré de ti; veré que piensa y te lo avisaré".
Habló entonces Jonatán a su padre en favor de David y le dijo:
"No hagas daño, señor mío, a tu siervo David, pues él no te ha hecho ningún mal, sino grandes servicios. Arriesgó su vida para matar al filisteo, con lo cual el Señor dio una gran victoria a todo Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste. ¿Por qué, pues, quieres hacerte reo de sangre inocente, matando a David sin motivo?" Al oír esto, se aplacó Saúl y dijo: "Juro por Dios que David no morirá".
Entonces Jonatán llamó a David y le contó lo sucedido. Luego lo condujo ante Saúl, y David continuó a su servicio, como antes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial Salmo 55
En el Señor confío
y nada temo.
Tenme piedad, Señor, porque me acosan, me persiguen y atacan todo el día; me pisan sin cesar mis enemigos; innumerables son los que me hostigan.
En el Señor confío
y nada temo.
Toma en cuenta, Señor, todos mis pasos y recoge mis lágrimas. Que cuando yo te invoque, el enemigo se bata en retirada.
En el Señor confío
y nada temo.
Yo sé bien que el Señor está conmigo; por eso en Dios, cuya promesa alabo, sin temor me confío. ¿Qué hombre ha de poder causarme daño?
En el Señor confío
y nada temo.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo, nuestro Salvador, ha vencido a la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (3, 7-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto
de aplastarlo.
En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Dios nuestro, que en estos dones que te presentamos has otorgado al hombre el pan que lo alimenta y el sacramento que le da nueva vida, haz que nunca llegue a faltarnos este sustento del cuerpo y del espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Común VI
El misterio de nuestra salvación en Cristo
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas; tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor.
Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección extendió sus brazos en la cruz y así adquirió para ti un pueblo santo.
Por eso, con los ángeles y los santos, proclamamos tu gloria,
diciendo:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
Una sola cosa he pedido al Señor y es lo único que busco: habitar en su casa todos los días de mi vida.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Que nuestra participación en este sacramento signo de la unión de los fieles en ti, contribuya, Señor, a la unidad de tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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† Meditación diaria
19 de enero. 2º Día del Octavario
UNIDAD INTERNA DE LA IGLESIA
— La unión con Cristo fundamenta la unidad de los hermanos entre sí.
— Fomentar lo que une, evitar lo que separa.
— El orden de la caridad.
I. El Señor quiso asociarnos a su Persona con los más apretados lazos, con nudos tan fuertes como aquellos que atan las diversas partes de un cuerpo vivo. Para expresar la relación que han de mantener sus discípulos con Él, fundamento de toda otra unidad, el Señor nos habló de la vid y de los sarmientos: Yo soy la vid verdadera1. En el vestíbulo del Templo de Jerusalén se encontraba una inmensa vid dorada, símbolo de Israel. Al afirmar Jesús que Él es la vid verdadera, nos dice cómo era de provisional y figurativa la que entonces simbolizaba al pueblo de Dios. Permaneced en Mí y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada2. "Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: solo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente (cfr. Sal 103, 15), aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad"3.
La unión con Cristo fundamenta la unidad viva de los hermanos entre sí; una misma savia recorre y fortalece a todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo. En los Hechos de los Apóstoles leemos cómo los primeros cristianos, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración4, y los creyentes vivían unidos entre sí... vendían sus posesiones y demás bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno5. La fe en Cristo llevaba –y lleva– consigo unas consecuencias prácticas respecto a los demás: una misma comunión de sentimientos y una disposición de desprendimiento que se manifiesta, en su momento, en la renuncia generosa de los propios bienes en beneficio de aquellos que se encuentran más necesitados. La fe en Jesucristo nos mueve –como a los primeros cristianos– a tratarnos fraternalmente, a tener cor unum et anima una6, un solo corazón y una sola alma.
En otra ocasión escribe San Lucas: perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones7. Nuestra diaria oración y, sobre todo, la unión con Cristo en la Eucaristía –la fracción del pan– "debe manifestarse en nuestra existencia cotidiana: acciones, conducta, estilo de vida, y en las relaciones con los demás. Para cada uno de nosotros, la Eucaristía es llamada al esfuerzo creciente para llegar a ser auténticos seguidores de Jesús: verdaderos en las palabras, generosos en las obras, con interés y respeto por la dignidad y derechos de todas las personas, sea cual sea su rango o sus posesiones, sacrificados, honrados y justos, amables, considerados, misericordiosos (...). La verdad de nuestra unión con Jesucristo en la Eucaristía queda patente en si amamos o no amamos de verdad a nuestros compañeros (...), en cómo tratamos a los demás y en especial a nuestra familia (...), en la voluntad de reconciliarnos con nuestros enemigos, en el perdón a quienes nos hieren u ofenden"8, en el ejercicio de la corrección fraterna cuando sea necesaria, en la disponibilidad para ayudar a otros, en el empeño amable por acercarlos más al Señor, en el interés verdadero por su salud, por su formación...
La intimidad con Cristo crea un alma grande, capaz de fomentar la unión con todos aquellos que vamos encontrando en el camino de la vida y, de modo muy particular, con quienes estamos ligados con vínculos más fuertes.
II. Una garantía cierta del espíritu ecuménico es ese amor con obras por la unidad interna de la Iglesia, porque, "¿cómo se puede pretender que quienes no poseen nuestra fe vengan a la Iglesia Santa, si contemplan el desairado trato mutuo de los que se dicen seguidores de Cristo?"9.
Este espíritu se manifestará en la caridad con que tratamos a los demás católicos, en el esmero que ponemos en guardar la fe, en la delicada obediencia al Romano Pontífice y a los Obispos, en evitar todo aquello que separa y aleja. "No basta llamarse católicos: es necesario estar efectivamente unidos. Los hijos fieles de la Iglesia deben ser los constructores de la unidad concreta, de su trabazón social (...). Hoy se habla mucho de rehacer la unidad con los hermanos separados, y está bien; esta es una empresa muy meritoria, a cuyo progreso debemos colaborar todos con humildad, con tenacidad y con confianza. Pero no debemos olvidar -alertaba Pablo VI el deber de trabajar aún más por la unidad interna de la Iglesia, tan necesaria para su vitalidad espiritual y apostólica"10.
El Señor nos dejó un distintivo por el que el mundo había de distinguir a sus seguidores, la mutua caridad: en esto conocerán que sois mis discípulos11. Y este amor constituye como la argamasa que une fuertemente las piedras vivas del edificio de la Iglesia12, en expresión de San Agustín. Y San Pablo exhortaba así a los cristianos de la Iglesia de Galacia: mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe13. San Pedro escribe en términos muy parecidos: Honrad a todos, amad a los hermanos14, y el Príncipe de los Apóstoles utiliza aquí un término que abarca a todos los que pertenecen a la Iglesia.
Cuando comenzaron las persecuciones, el término hermano adquirió una fuerza conmovedora y entrañable, y la petición por quienes estaban más atribulados se hizo una necesidad urgente; ante las dificultades externas, la unión se hizo más fuerte. También en nuestros días nosotros debemos sentir necesidad de "alimentar aquel sentido de solidaridad, de amistad, de mutua comprensión, de respeto al patrimonio común de doctrina y de costumbres, de obediencia y de univocidad en la fe que debe distinguir al catolicismo; eso es lo que constituye su fuerza y su belleza, lo que demuestra su autenticidad"15. Si hemos de amar a quienes aún no están plenamente incorporados a la lglesia, ¿cómo no vamos a querer a quienes están dentro, a los que estamos ligados por tantos lazos sobrenaturales?
El amor a Cristo nos debe llevar a evitar radicalmente todo lo que, aun de lejos, puedan parecer juicios o críticas negativas sobre los hermanos en la fe, y especialmente sobre aquellas personas que por su misión o su condición en la Iglesia están constituidos en autoridad o tienen el deber de vivir con una ejemplaridad específica. Si alguna vez nos encontramos con un mal ejemplo o con una conducta que nos parece equivocada, procuraremos comprender las razones que han llevado a esa persona a una desacertada actuación y la disculparemos, rezaremos por ella y, cuando sea oportuno, le haremos, con delicadeza que no hiere, la corrección fraterna, como nos mandó el Señor. Hemos de pedir a Santa María que jamás se pueda decir de nosotros que, por la murmuración o la crítica, hemos contribuido a dañar esa unidad profunda del Cuerpo Místico de Cristo. "Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios.
"Y cuando no sea posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar en la murmuración o en la difamación"16.
III. Ante el peligro, existe en el hombre como un instinto de proteger la cabeza; y esa misma actitud debemos tener también como cristianos. Amparar, en el ámbito en que nos movemos, al Romano Pontífice y a los Obispos cuando surgen críticas y calumnias, cuando son menospreciados... El Señor se alegra y nos bendice siempre que, en la medida en que está a nuestro alcance, salimos en defensa de su Vicario en la tierra y de quienes, como los Obispos, comparten la tarea pastoral. Y, porque la unidad es algo positivo que se construye día a día, rezaremos todos los días por el Papa y los Pastores, con amor y piedad: Dominus conservet eum et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra... Que el Señor lo conserve y lo vivifique y lo haga dichoso en la tierra...
El amor a la unidad nos ayudará a mantener la concordia fraterna, a evitar lo que separa y fomentar aquello que une: la oración, la cordialidad, la corrección fraterna, la petición por aquellos hermanos que en ese día pueden estar más necesitados de ayuda, por quienes viven en países donde la fe es perseguida o impedida.
El orden de la caridad –que mira a los que están más cerca de Dios– nos lleva también a amar con obras a quienes el Señor ha querido que estén más próximos a nuestras vidas. Los vínculos de la fe, el parentesco, la afinidad, el trabajo, la vecindad..., originan deberes de caridad que hemos de atender particularmente. Difícilmente sería auténtica una caridad que se preocupara por los más lejanos y olvidara a quienes el Señor nos ha puesto cerca para que nuestro cuidado y oración los proteja y ayude. San Agustín afirmaba que, sin excluir a nadie, se entregaba con mayor facilidad a los que eran más íntimos y familiares. Y añadía: "en esta caridad descanso sin preocupación alguna, porque allí siento que está Dios, a quien me entrego seguro y en quien descanso seguro..."17. Y San Bernardo pedía al Señor que le ayudara a cuidar bien de la parcela que le había sido encomendada18.
La unidad interna de la Iglesia, fundamentada en la caridad, es el mejor medio para atraer a los que aún se encuentran lejos y a los que ya, muchas veces sin darse cuenta ellos mismos, se encuentran en camino hacia la casa paterna. Debe ser tal nuestra manera de vivir que los demás, al ver la alegría, el cariño mutuo, el afán de servicio, se enciendan en deseos de pertenecer a la misma familia. La oración y el empeño por la unidad han de ir acompañados por el ejemplo vivo en medio de nuestra vida cotidiana. Ese mismo ejemplo atraerá con fuerza también a quienes, siendo miembros de la Iglesia Católica, se encuentran muertos en la caridad o dormidos, al estar alejados de los sacramentos, del trato íntimo con Jesucristo.
1 Jn 15, 1. — 2 Jn 15, 4-6. — 3 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Rialp, 2ª ed., Madrid 1987, 254. — 4 Hech 1, 14. — 5 Hech 2, 44-45. — 6 Hech 4, 32. — 7 Hech 2, 42. — 8 Juan Pablo II, Homilía en Phoenix Park, 29-IX-1979. — 9 San Josemaría Escrivá, Surco, Rialp, 3ª ed., Madrid 1986, n. 751. — 10 Pablo VI, Alocución 31-III-1965. — 11 Cfr. Jn 13, 35. — 12 Cfr. San Agustín, Comentario sobre el Salmo 44. — 13 Gal 6, l0. — 14 1 Pdr 2, 17. — 15 Pablo VI, loc cit. — 16 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 902. — 17 San Agustín, Carta 73. — 18 San Bernardo, Sermón 49 sobre el Cantar de los Cantares.
2ª semana. Jueves
UNA TAREA URGENTE: DAR DOCTRINA
— Necesidad apremiante de este apostolado.
— Formación en las verdades de la fe. Estudiar y enseñar el Catecismo. Transmitir las verdades que se reciben.
— La oración y la mortificación deben acompañar a todo apostolado. Solo la gracia puede mover a la voluntad a asentir a las verdades de la fe. Con la ayuda del Señor superamos los obstáculos.
I. En numerosas ocasiones nos dice el Evangelio que las gentes se agolpaban junto al Señor para ser curadas1. Hoy leemos en el Evangelio de la Misa2 que seguía a Jesús una gran muchedumbre de Galilea y de Judea; también de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán, y de los alrededores de Tiro y de Sidón. Es tanta la gente que el Señor manda a sus discípulos que preparen una barca por causa de la muchedumbre; porque sanaba a tantos, que se le echaban encima para tocarle todos los que tenían enfermedades. Es gente necesitada la que acude a Cristo. Y les atiende, porque tiene un corazón compasivo y misericordioso. Durante los tres años de su vida pública curó a muchos, libró a endemoniados, resucitó a muertos... Pero no curó a todos los enfermos del mundo, ni suprimió todas las penalidades de esta vida, porque el dolor no es un mal absoluto –como lo es el pecado–, y puede tener un incomparable valor redentor, si se une a los sufrimientos de Cristo.
Jesús realizó milagros, que fueron remedio, en casos concretos, de dolores y de sufrimientos, pero eran ante todo un signo y una muestra de su misión divina, de la redención universal y eterna. Y los cristianos continuamos en el tiempo la misión de Cristo: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolos... y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo3. Antes de su Ascensión al Cielo nos dejó el tesoro de su doctrina, la única doctrina que salva, y la riqueza de los sacramentos, para que nos acerquemos a ellos en busca de la vida sobrenatural.
Las muchedumbres andan hoy tan necesitadas como entonces. También ahora las vemos como ovejas sin pastor, desorientadas, sin saber a dónde dirigir sus vidas. La humanidad, a pesar de todos los progresos de estos veinte siglos, sigue sufriendo dolores físicos y morales, pero sobre todo padece la gran falta de la doctrina de Cristo, custodiada sin error por el Magisterio de la Iglesia. Las palabras del Señor siguen siendo palabras de vida eterna que enseñan a huir del pecado, a santificar la vida ordinaria, las alegrías, las derrotas y la enfermedad..., y abren el camino de la salvación. Esta es la gran necesidad del mundo. Y las muchedumbres, ¡tantas veces lo hemos comprobado!, "están deseando oír el mensaje de Dios, aunque externamente lo disimulen. Quizá algunos han olvidado la doctrina de Cristo; otros –sin culpa de su parte– no la aprendieron nunca, y piensan en la religión como en algo extraño. Pero, convenceos de una realidad siempre actual: llega siempre un momento en el que el alma no puede más, no le bastan las explicaciones habituales, no le satisfacen las mentiras de los falsos profetas. Y, aunque no lo admitan entonces, esas personas sienten hambre de saciar su inquietud con la enseñanza del Señor"4. En nuestras manos está ese tesoro de doctrina para darla a tiempo y a destiempo5, con ocasión y sin ella, a través de todos los medios a nuestro alcance. Y esta es la tarea verdaderamente apremiante que tenemos los cristianos.
II. Para dar la doctrina de Jesucristo es necesario tenerla en el entendimiento y en el corazón: meditarla y amarla. Todos los cristianos, cada uno según los dones que ha recibido –talento, estudios, circunstancias...–, necesita poner los medios para adquirirla. En ocasiones, esta formación comenzará por conocer bien el Catecismo, que son esos libros "fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al método, capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos"6, de los que habla Juan Pablo II.
La vida de fe de un cristiano corriente lleva, en muchas ocasiones, a un flujo continuo de adquisición y transmisión de la fe: Tradidi quod accepi... Os entrego lo que recibí7, decía San Pablo a los cristianos de Corinto. La fe de la Iglesia es fe viva, porque es continuamente recibida y entregada. De Cristo a los Apóstoles, de estos a sus sucesores. Así, hasta hoy: resuena siempre idéntica a sí misma en el Magisterio vivo de la Iglesia8. La doctrina de la fe es "recibida y entregada" por la madre de familia, por el estudiante, por el empresario, por la empleada de comercio... ¡Qué buenos altavoces tendría el Señor si nos decidiéramos todos los cristianos –cada uno en su sitio– a proclamar su doctrina salvadora, como hicieron nuestros hermanos en la fe! Id y enseñad..., nos dice a todos el mismo Cristo. Se trata de la difusión espontánea de la doctrina, de modo a veces informal, pero extraordinariamente eficaz, que realizaron los primeros cristianos: de familia a familia; entre compañeros del mismo trabajo, entre vecinos, entre los padres de un colegio; en los barrios, en los mercados, en las calles. El trabajo, la calle, el colegio profesional, la Universidad, la vida civil... se convierten entonces en el cauce de una catequesis discreta y amable, que penetra hasta lo más hondo de las costumbres de la sociedad y de la vida de los hombres. "Créeme, el apostolado, la catequesis, de ordinario, ha de ser capilar: uno a uno. Cada creyente con su compañero inmediato.
"A los hijos de Dios nos importan todas las almas, porque nos importa cada alma"9. ¡Cómo conmoverán el corazón de Dios esas madres, sin tiempo muchas veces, que pacientemente explican las verdades del Catecismo a sus hijos... y quizá a los hijos de sus vecinas y amigas! ¡O el estudiante que se traslada al barrio, quizá lejano, para explicar las mismas verdades..., aunque tenga que esforzarse para preparar el examen que tiene a los pocos días y en el que ha de sacar buena calificación!
Ahora, cuando en tantos lugares y con tantos medios se ataca la doctrina de la Iglesia, es necesario que los cristianos nos decidamos a poner todos los medios para adquirir un conocimiento hondo de la doctrina de Jesucristo y de las implicaciones de estas enseñanzas en la vida de los hombres y en la sociedad. Amar a Dios con obras significará en muchos casos dedicar el tiempo oportuno a esa formación: estudio, esmero en la lectura espiritual, estar atentos en las charlas de formación que oímos... Aprovechar también esos días de descanso, en los que se puede disponer de más tiempo. Amar a Dios con obras será apreciar esas verdades, que tienen su origen en el mismo Cristo, como un tesoro que hemos de amar y meditar con frecuencia. Nadie da lo que no tiene: y para dar doctrina hay primero que tenerla.
III. "Ante tanta ignorancia y tantos errores acerca de Cristo, de su Iglesia... de las verdades más elementales, los cristianos no podemos quedarnos pasivos, pues el Señor nos ha constituido sal de la tierra (Mt 5, 13) y luz del mundo (Mt 5, 14). Todo cristiano ha de participar en la tarea de formación cristiana. Ha de sentir la urgencia de evangelizar, que no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone (1 Cor 9, 16)"10. Nadie puede desentenderse de este urgente quehacer. "Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser atinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen.
"—Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad"11, iniciativas, deseos de dar a conocer a todos el rostro amable del Señor.
Al advertir la extensión de esta tarea –difundir la doctrina de Jesucristo– hemos de empezar por pedirle al Señor que nos aumente la fe: fac me tibi semper magis credere, haz que yo crea más y más en Ti, suplicamos en el Adoro te devote, ese himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino. De este modo podremos decir, también con palabras de este himno: "creo todo lo que me ha dicho el Hijo de Dios; nada es más verdadero que esta Palabra de verdad". Con una fe robustecida, nos dispondremos a ser instrumentos en manos del Señor, que concede la luz a las mentes oscurecidas por la ignorancia y el error. Solo la gracia de Dios puede mover la voluntad para asentir a las verdades de la fe. Por eso, cuando queremos atraer a alguno a la verdad cristiana, debemos acompañar ese apostolado con una oración humilde y constante; y, junto a la oración, la penitencia: una mortificación, quizá en detalles pequeños referentes al trabajo, a la vida familiar..., pero sobrenatural y concreta.
Ante las barreras que algunas veces encontraremos en ambientes difíciles, y ante obstáculos que puedan parecer insuperables, nos llenará de optimismo recordar que la gracia del Señor puede remover los corazones más duros, que es mayor la ayuda sobrenatural cuanto mayores sean las dificultades que encontremos.
Señor, ¡enséñanos a darte a conocer! También hoy las muchedumbres andan perdidas y necesitadas de Ti, ignorantes y tantas veces sin luz y sin camino. Santa María, ¡ayúdanos a no desaprovechar ninguna ocasión en la que podamos dar a conocer a tu Hijo Jesucristo!, ¡guíanos para que sepamos ilusionar a otros muchos en esta noble tarea de difundir la Verdad!
1 Cfr. Lc 6, 19; 8, 45, etc. — 2 Mc 3, 7-12. — 3 Mt 28, 19-20. — 4 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 260. — 5 Cfr. 2 Tim 4, 2. — 6 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Catechesi tradendae, 16-X-1979, 50. — 7 Cfr. 1 Cor 11, 23. — 8 Cfr. P. Rodríguez, Fe y vida de fe, p. 164. — 9 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 943. — 10 Juan Pablo II, Discurso en Granada, 15-XI-1982. — 11 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 864.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
San Macario de Alejandría
De las manchas del alma, líbranos Señor.
Macario significa: un hombre feliz.
La historia de este hombre que vivió en Egipto hacia el año 400, la narra el historiador Paladio.
Hasta los 40 años fue fabricante de dulces y vendedor de frutas. Los pasteleros lo tienen como su Patrono. A los 40 años se fue al desierto a rezar y hacer penitencia y allí estuvo casi 60 años santificándose. Vivió del 310 al 408, probablemente.
Deseoso de conseguir la santidad, Macario se fue a un desierto de Egipto y por un tiempo se puso bajo la dirección de un antiguo monje para que lo instruyera en el modo de progresar en la santificación. Estuvo en algunos de los grupos de monjes dirigidos por San Antonio Abad y luego se fue a vivir a otro sitio del desierto, con un grupo de monjes que hacían grandes penitencias. Toda la semana estaban en silencio, rezando y trabajando (tejiendo canastos). Solamente se reunían el domingo para asistir a la celebración de la Santa Misa. Aquellos hombres solamente comían raíces de árboles y ayunaban casi todo el año. Pero vivían alegremente y gozaban de excelente salud. Su único deseo era agradar a Dios a quien se habían consagrado por completo.
El racimo de uvas. Un día en aquel desierto tan caluroso le llevaron de regalo a Macario un bello racimo de uvas. El por mortificación no lo quiso comer y lo regaló al monje que vivía por allí más cerca. Este tampoco lo quiso comer, por hacer sacrificio, y lo llevó al monje siguiente, y así fue pasando de monje en monje hasta volver otra vez a Macario. Este bendijo a Dios por lo caritativos y sacrificados que eran sus compañeros.
Dios le había dado a Macario un cuerpo muy resistente y entre todos los monjes, era él quien más fuertes mortificaciones hacía y el que más ayunaba y más rezaba. Durante los ardientes calores del sol a 40 grados, no protestaba por el bochorno ni tomaba agua, y durante los más espantosos fríos de la noche, con varios grados bajo cero, no buscaba cobijarse. Todo por la salvación de los pecadores.
Disfrazado de campesino se fue al monasterio de San Pacomio para que este santo tan famoso le enseñara a ser santo. San Pacomio le dijo que no creía que fuera capaz de soportar las penitencias de su convento. Y le dejó afuera. Allí estuvo siete días ayunando y rezando, hasta que le abrieron las puertas del convento y lo dejaron entrar. Entonces le dijeron que ensayara a ayunar, para ver cuántos días era capaz de permanece ayunando. Los monjes ayunaban unos tres días seguidos, otros cuatro días, pero Macario estuvo los 40 días de la cuaresma ayunando, y sólo se alimentaba con unas pocas hojas de coles y un poquito de agua, al anochecer. Todos se admiraron, pero los monjes le pidieron al abad que no lo dejara allí porque su ejemplo podría llevar a los más jóvenes a ser exagerados en la mortificación. San Pacomio oró a Dios y supo por revelación que aquel era el célebre Macario. Le dio gracias por el buen ejemplo que había dado a todos y le pidió que rezara mucho por todos ellos, y él se fue.
Una vez le vino la tentación de dejar el encierro de su celda de monje e irse a viajar por el mundo. Y era tanto lo que le molestaba esta tentación que entonces se echó a las espaldas un pesado bulto de tierra y se fue a andar por el desierto. Cuando ya muy fatigado, un viajero lo encontró y le preguntó qué estaba haciendo, le respondió: "Estoy dominando a mi cuerpo que quiere esclavizar a mi alma". Y al fin el cuerpo se fatigó tanto de andar por esos caminos con semejante peso a las espaldas, que ya la tentación de irse a andar por el mundo no le llegó más.
Un día viajando en barca por el Nilo, con cara muy alegre, se encontró con unos militares muy serios que le preguntaron: ¿Cómo se llama? - Me llamo Macario, que significa el hombre feliz. Y el jefe de los militares al verlo tan contento le dijo: ¡En verdad que usted parece muy feliz! Y él le respondió: ¡Si, sirviendo a Dios me siento verdaderamente feliz, mientras otros sirviendo al mundo si sienten tan infelices! Estas palabras impresionaron tanto al comandante, que dejó su vida militar y se fue de monje al desierto a servir a Dios.
Se presentó ante Macario un sacerdote con la cara manchada y el santo no lo quiso ni siquiera saludar. Le preguntaron por qué lo despreciaba por tener la cara manchada, y él respondió: Es que lo que tiene manchada es el alma. El sacerdote comprendió lo que le quería decir. Confesó un pecado que tenía sin perdonar, y fue perdonado, y al írsele la mancha del alma se le desapareció también la mancha de la cara y entonces sí Macario lo aceptó como amigo.
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Germánico, Santo Mártir, Enero 19
MártirMartirologio Romano: En Esmirna, de Asia (hoy en Turquía), pasión de san Germánico, mártir de Filadelfia en tiempo de los emperadores Marco Antonino y Lucio Aurelio. Fue discípulo de san Policarpo, al que precedió en el martirio, y condenado por el juez en el vigor de la primera juventud, por gracia de Dios superó el miedo de la fragilidad corporal, llegando a provocar él mismo al animal que le destinaron para su sacrificio (c. 167). |
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Mario, Marta, Audifax y Abaco, Santos Mártires, Enero 19
Mártires Martirologio Romano: En la vía Cornelia, en el decimotercer miliario antes de Roma, en el cementerio de Ninfa, santos Mario, Marta, Audifax y Abaco, mártires (c. s. IV). |
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Basiano, Santo Obispo, Enero 19
ObispoMartirologio Romano: En la ciudad de Lodi, en la Liguria (hoy Italia), conmemoración de san Basiano, obispo, que luchó enérgicamente, junto con san Ambrosio de Milán, para proteger a su grey de la herejía de los arrianos, que aún persistía en su diócesis (409). |
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Marcelo Spínola y Maestre, Beato Obispo y Fundador, Enero 19
Obispo y |
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Fuente: Martirologio Romano
Otros Santos y Beatos Completando el santoral de este día, Enero 19
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: www.iesvs.org
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