miércoles, 1 de junio de 2016

Miércoles de San José. 01/06/2016. San Justino ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano.
Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda, y murió también, sin dejar hijos. Lo mismo el tercero.
Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".
Jesús les contestó:
"Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando resuciten los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, pues serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza que ardía? Dios le dijo a Moisés: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob". Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están, pues, muy equivocados".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

mie 9a. Ord. año Par desp Pentecostés

Antífona de Entrada

Sálvanos, Señor y Dios nuestro; reúnenos de entre las naciones, para que podamos agradecer tu poder santo y sea nuestra gloria alabarte.

Oración Colecta

Oremos:
Concédenos, Señor, Dios nuestro, amarte con todo el corazón y, con el mismo amor, amar a nuestros prójimos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Reaviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-3. 6-12

Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, conforme a la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, te escribo esta carta Timoteo, hijo querido.
Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Cuando de noche y de día te recuerdo en mis oraciones, le doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia pura, como lo aprendí de mis antepasados.
Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.
Pues el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor; ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. El nos ha salvado y nos ha llamado a llevar una vida santa, no por nuestros méritos, sino por su propia determinación y por la gracia que nos ha sido dada en Cristo Jesús, desde toda la eternidad. Esta gracia es la que se ha manifestado ahora con el advenimiento de nuestro salvador Jesucristo, quien ha destruido la muerte e irradiado la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio, del que he sido nombrado predicador, apóstol y maestro.
Por este motivo soporto esta prisión; pero no me da vergüenza, porque sé en quién he puesto mi confianza; y estoy seguro de que él con su poder cuidará, hasta el último día, lo que me ha encomendado.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 122

Ten piedad de nosotros, ten piedad.

En ti, Señor, que habitas en lo alto, fijos los ojos tengo, como fijan sus ojos en las manos de su señor, los siervos.
Ten piedad de nosotros, ten piedad.

Así como la esclava en su señora tiene fijos los ojos, fijos en el Señor están los nuestros, hasta que Dios se apiade de nosotros.
Ten piedad de nosotros, ten piedad.

Ten piedad de nosotros, ten piedad, porque estamos, Señor, hartos de injurias; saturados estamos de desprecios, de insolencias y burlas.
Ten piedad de nosotros, ten piedad.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, Aleluya.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí no morirá para siempre.
Aleluya.

Evangelio

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano.
Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda, y murió también, sin dejar hijos. Lo mismo el tercero.
Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".
Jesús les contestó:
"Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando resuciten los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, pues serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza que ardía? Dios le dijo a Moisés: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob". Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están, pues, muy equivocados".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, estos dones que te presentamos en señal de sumisión a ti, y conviértelos en el sacramento de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La salvación por Cristo

En verdad es justo y necesario,es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues por amor creaste al hombre, y, aunque condenado justamente, lo redimiste por tu misericordia, por Cristo, nuestro Señor.
Por él,
los ángeles y arcángeles, y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces, cantando humildemente tu alabanza:

Antífona de la Comunión

Ven, Señor, en ayuda de tu siervo y sálvame por tu misericordia. Que no me arrepienta nunca de haber invocado.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Que el sacramento del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo que acabamos de recibir , nos ayude, Señor, a vivir más profundamente nuestra fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 1/06 San Justino (mártir, blanco)

Antífona de Entrada

Me han cavado fosas los insolentes ignorando tu voluntad; comentaré tus preceptos ante los reyes y no me avergonzaré.

 

Oración Colecta

Oremos:
Señor, tú que enseñaste a san Justino a encontrar en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Cristo; concédenos, por intercesión de tu mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos firmes en la fe.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la predicación de la locura del Evangelio

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,17-25

Hermanos: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y eso, no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. En efecto, la predicación de la cruz es una locura para los que van por el camino de la perdición; en cambio, para los que van por el camino de la salvación, para nosotros, es fuerza de Dios. Por eso dice la Escritura: "Anularé la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes".
¿Acaso hay entre ustedes algún sabio, algún erudito, algún filósofo? ¿Acaso no ha demostrado Dios que tiene por locura la sabiduría de este mundo? En efecto, puesto que mediante su propia sabiduría, el mundo no reconoció a Dios en las obras de su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la predicación de la locura del Evangelio.
Por su parte, los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 33

El Señor me libró de todos mis temores.

Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor; que se alegre su pueblo al escucharlo.
El Señor me libró de todos mis temores.

Proclamemos qué grande es el Señor y alabemos su nombre. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores.
El Señor me libró de todos mis temores.

Vuélvanse a él y quedarán radiantes, jamás se sentirán decepcionados. El Señor siempre escucha al afligido, de su tribulación lo pone a salvo.
El Señor me libró de todos mis temores.

A quien teme al Señor, el ángel del Señor lo salva y cuida. ¡Prueben! Verán qué bueno es el Señor; dichoso quien en él confía.
El Señor me libró de todos mis temores.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Que brille la luz de ustedes ante los hombres, dice el Señor, para que, viendo las buenas obras que ustedes haces, den gloria a su Padre, que está en los cielos.
Aleluya.

Evangelio

Ustedes son la luz del mundo.

+ Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-19

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre que está en los cielos.
No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Concédenos, Señor, celebrar dignamente estos misterios que defendió con valentía tu mártir san Justino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Testimonio y ejemplo de los mártires

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque la sangre del glorioso mártir san Justino, derramada, como la de Cristo, para confesar tu nombre, manifiesta las maravillas de tu poder; pues en su martirio, Señor, has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso,
como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros en la tierra te aclamamos diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

Nunca entre ustedes me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Tú que nos has reconfortado con el pan del cielo, concédenos, Señor, que, siguiendo fielmente las enseñanzas del mártir san Justino, nos mantengamos en continua acción de gracias por los dones que de ti recibimos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

9ª semana. Miércoles

RESUCITAREMOS CON NUESTROS PROPIOS CUERPOS

— Una verdad de fe expresamente enseñada por Jesús.

— Cualidades y dotes de los cuerpos gloriosos.

— Unidad entre el cuerpo y el alma.

I. Los saduceos, que no creían en la resurrección, se acercaron a Jesús para intentar ponerle en un aprieto. Según la ley antigua de Moisés1, si un hombre moría sin dejar hijos, el hermano debía casarse con la viuda para suscitar descendencia a su hermano, y al primero de los hijos que tuviera se le debía imponer el nombre del difunto. Los saduceos pretenden poner en ridículo la fe en la resurrección de los muertos, inventando un problema pintoresco2. Si una mujer se casa siete veces al enviudar de sucesivos hermanos, ¿de cuál de ellos será esposa en los cielos? Jesús les responde poniendo de manifiesto la frivolidad de la objeción. Les contesta reafirmando la existencia de la resurrección, valiéndose de diversos pasajes del Antiguo Testamento, y al enseñar las propiedades de los cuerpos resucitados se desvanece el argumento de los saduceos3.

El Señor les reprocha no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, pues esta verdad estaba ya firmemente asentada en la Revelación. Isaías había profetizado4: las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán: unos para eterna vida, otros para vergüenza y confusión; y la madre de los Macabeos confortaba a sus hijos en el momento del martirio recordándoles que el Creador del universo (...) misericordiosamente os devolverá la vida si ahora la despreciáis por amor a sus santos lugares5. Y para Job, esta misma verdad será el consuelo de sus días malos: Sé que mi Redentor vive, y que en el último día resucitaré del polvo (...); en mi propia carne contemplaré a Dios6.

Hemos de fomentar en nuestras almas la virtud de la esperanza, y concretamente el deseo de ver a Dios. "Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados solo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram, buscaré, Señor, tu rostro"7. Ese deseo se saciará, si permanecemos fieles, porque la solicitud de Dios por sus criaturas ha dispuesto la resurrección de la carne, verdad que constituye uno de los artículos fundamentales del Credo8, pues si no hay resurrección de los muertos, tampoco resucitó Cristo. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es también nuestra fe9. "La Iglesia cree en la resurrección de los muertos (...) y entiende que la resurrección se refiere a todo el hombre"10: también a su cuerpo.

El Magisterio ha repetido en numerosas ocasiones que se trata de una resurrección del mismo cuerpo, el que tuvimos durante nuestro paso por la tierra, en esta carne "en que vivimos, subsistimos y nos movemos"11. Por eso, "las dos fórmulas resurrección de los muertos y resurrección de la carne son expresiones complementarias de la misma tradición primitiva de la Iglesia", y deben seguirse usando los dos modos de expresarse12.

La liturgia recoge esta verdad consoladora en numerosas ocasiones: En Él (en Cristo) brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo13. Dios nos espera para siempre en su gloria. ¡Qué tristeza tan grande para quienes todo lo han cifrado en este mundo! ¡Qué alegría saber que seremos nosotros mismos, alma y cuerpo, quienes, con la ayuda de la gracia, viviremos eternamente con Jesucristo, con los ángeles y los santos, alabando a la Trinidad Beatísima!

Cuando nos aflija la muerte de una persona querida, o acompañemos en su dolor a quien ha perdido aquí a alguien de su familia, hemos de poner de manifiesto, ante los demás y ante nosotros mismos, estas verdades que nos inundan de esperanza y de consuelo: la vida no termina aquí abajo en la tierra, sino que vamos al encuentro de Dios en la vida eterna.

II. Toda alma, después de la muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que, por toda la eternidad, estará en el Cielo, cerca de Dios, o en el Infierno, lejos de Él. Nuestros cuerpos en el Cielo tendrán características diferentes, pero seguirán siendo cuerpos y ocuparán un lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y el de la Virgen. No sabemos dónde está, ni cómo se forma ese lugar: la tierra de ahora se habrá transfigurado14. La recompensa de Dios redundará en el cuerpo glorioso haciéndolo inmortal, pues la caducidad es signo del pecado y la creación estuvo sometida a ella por culpa del pecado15. Todo lo que amenaza e impide la vida desaparecerá16. Los resucitados para la Gloria –como afirma San Juan en el Apocalipsis– no tendrán hambre, ni tendrán ya sed ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno17: esos sufrimientos que enumera el Apocalipsis fueron los que más dañaron al pueblo de Israel mientras atravesaba el desierto: los abrasadores rayos del sol caían como dardos, se desencadenaba con rapidez la corrupción, y el viento seco del desierto consumía las fuerzas18. Estas mismas tribulaciones son símbolo de los dolores que tendría que soportar el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, mientras dure su peregrinación hasta la Patria definitiva.

La fe y la esperanza en la glorificación de nuestro cuerpo nos harán valorarlo debidamente. El hombre "no debe despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día"19. Sin embargo, qué lejos está de esta justa valoración el culto que hoy vemos tributar tantas veces al cuerpo. Ciertamente tenemos el deber de cuidarlo, de poner los medios oportunos para evitar la enfermedad, el sufrimiento, el hambre..., pero sin olvidar que ha de resucitar en el último día, y que lo importante es que resucite para ir al Cielo, no al Infierno. Por encima de la salud está la aceptación amorosa de la voluntad de Dios sobre nuestra vida. No tengamos preocupación desmedida por el bienestar físico. Sepamos aprovechar sobrenaturalmente las molestias que podamos sufrir –poniendo con serenidad los medios ordinarios para evitarlas–, y no perderemos la alegría y la paz por haber puesto el corazón en un bien relativo y transitorio, que solo será definitivo y pleno en la gloria.

En ningún momento debemos olvidar hacia dónde nos encaminamos y el valor verdadero de las cosas que tanto nos preocupan. Nuestra meta es el Cielo; para estar con Cristo, con alma y cuerpo, nos creó Dios. Por eso, aquí en la tierra "la última palabra solo podrá ser una sonrisa... un cántico jovial"20, porque más allá nos espera el Señor con la mano extendida y el gesto acogedor.

III. Aunque sea grande la diferencia entre el cuerpo terreno y el transfigurado, hay entre ellos una estrechísima relación. Es dogma de fe que el cuerpo resucitado es específica y numéricamente idéntico al cuerpo terreno21.

La doctrina cristiana, basándose en la naturaleza del alma y en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, muestra la conveniencia de la resurrección del propio cuerpo y la unión de nuevo con el alma. En primer lugar, porque el alma es solo una parte del hombre, y mientras esté separada del cuerpo no podrá gozar de una felicidad tan completa y acabada como poseerá la persona entera. También, por haber sido creada el alma para unirse a un cuerpo, una separación definitiva violentaría su modo de ser propio; pero, sobre todo otro argumento, es más conforme con la sabiduría, justicia y misericordia divinas que las almas vuelvan a unirse a los cuerpos, para que ambos, el hombre completo –que no es solo alma, ni solo cuerpo–, participen del premio o del castigo merecido en su paso por la vida en la tierra; aunque es de fe que el alma inmediatamente después de la muerte recibe el premio o el castigo, sin esperar el momento de la resurrección del cuerpo.

A la luz de la enseñanza de la Iglesia vemos con mayor profundidad que el cuerpo no es un mero instrumento del alma, aunque de ella recibe la capacidad de actuar y con ella contribuye a la existencia y desarrollo de la persona. Por el cuerpo, el hombre se halla en contacto con la realidad terrena, que ha de dominar, trabajar y santificar, porque así lo ha querido Dios22. Por él, el hombre puede entrar en comunicación con los demás y colaborar con ellos para edificar y desarrollar la comunidad social. Tampoco podemos olvidar que a través del cuerpo el hombre recibe la gracia de los sacramentos: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?23.

Somos hombres y mujeres de carne y hueso, pero la gracia ejerce su influjo incluso sobre el cuerpo, divinizándolo en cierto modo, como un anticipo de la resurrección gloriosa. Mucho nos ayudará a vivir con la dignidad y el porte de un discípulo de Cristo considerar frecuentemente que este cuerpo nuestro, templo ahora de la Santísima Trinidad cuando vivimos en gracia, está destinado por Dios a ser glorificado. Acudamos hoy a San José para pedirle que nos enseñe a vivir con delicado respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos. Nuestro cuerpo, el que tenemos en la vida terrena, también está destinado a participar para siempre de la gloria inefable de Dios.

1 Dt 24, 5 ss. 2 Mt 12, 18-27. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, 2ª ed., Pamplona 1985, comentarios a Mac 12, 18-27 y lugares paralelos. — 4 Is 26, 19. — 5 2 Mac 7, 23. — 6 Job 19, 25-26. — 7 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa, n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5. — 8 Cfr. Symbolo Quicumque, Dz 40; Benedicto XII, Const. Benedictus Deus, 29-I-1336. — 9 1 Cor 15, 13-14. — 10 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 17-V-1979. 11 Conc. XI de Toledo, año 675, Dz 287 (540); cfr. Conc. IV de Letrán, cap. I, Sobre la fe católica, Dz 429 (801), etc. — 12 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de la traducción del artículo "carnis resurrectionem" del Símbolo Apostólico, 14-XII-1983. — 13 Misal Romano, Prefacio I de Difuntos. — 14 Cfr. M. Schmaus, Teología Dogmática, vol VII, Los Novísimos, p. 514. 15 Rom 8, 20. — 16 Cfr. M. Schmaus. o. c., vol. VII, p. 225 ss. 17 Apoc 7, 16. — 18 Cfr. Eclo 43, 4; Sal 121, 6; Sal 91, 5-6. — 19 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 14. — 20 L. Ramoneda Molins, Vientos que jamás ha roto nadie, Danfel, Montevideo 1984, p. 41. — 21 Cfr. Dz 287, 427, 429, 464, 531. — 22 Gen 1, 28. — 23 1 Cor 6, 15.

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Meditaciones sobre la Sagrada Eucaristía. 3

COMO EL LADRÓN ARREPENTIDO

— Los Sagrarios de nuestro camino habitual.

— Imitar al Buen Ladrón.

— Purificación de nuestras faltas.

I. In Cruce latebat sola Deitas... En la Cruz se escondía solo la divinidad, pero aquí se esconde también la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

El Buen Ladrón supo ver en Jesús moribundo al Mesías, al Hijo de Dios. Su fe, por una gracia extraordinaria de Dios, venció la dificultad que representaban aquellas apariencias, que solo hablaban de un ajusticiado. La divinidad se había ocultado a los ojos de todos, pero aquel hombre podía al menos contemplar la Humanidad Santísima del Salvador: su mirar amabilísimo, el perdón derramado a manos llenas sobre quienes le insultaban, su silencio conmovedor ante las ofensas. Jesús, también en la Cruz, en medio de tanto sufrimiento, derrocha amor.

Nosotros miramos a la Hostia santa y nuestros ojos nada perciben: ni la mirada amable de Jesús, ni su compasión... Pero con la firmeza de la fe, le proclamamos nuestro Dios y Señor. Muchas veces, expresando la seguridad de nuestra alma y nuestro amor, le hemos dicho: Creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes... Tu mirada es tan amable como la que contempló el Buen Ladrón y tu compasión sigue siendo infinita. Sé que estás atento a la menor de mis peticiones, de mis penas y de mis alegrías.

Jesús, de distinto modo, está igualmente presente en el Cielo y en la Hostia consagrada. "No hay dos Cristos, sino uno solo. Nosotros poseemos, en la Hostia, al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo y de la Samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la diestra del Padre (...). Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida (...); está aquí con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo"1. Todos los días, quizá al transitar por la calle, pasamos cerca, a pocos metros de donde Él se encuentra. ¿Cuántos actos de fe se habrán hecho a esa hora de la mañana o de la tarde delante de ese Sagrario, desde la misma calle o entrando unos instantes donde Él está? ¿Cuántos actos de amor?... ¡Qué pena si nosotros pasáramos de lago! Jesús no es indiferente a nuestra fe y a nuestro amor. "No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. —Él te espera"2. ¡Cuánto bien nos hace este consejo lleno de sabiduría y de piedad!

Jesús escuchó emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Era la voz de un ladrón que, aun estando Dios tan oculto, le supo ver y le confesó en voz alta, y además le dio a conocer a su compañero. El encuentro con Jesús le llevó al apostolado.

El amor rechaza la ceguera y el atolondramiento, la tibieza. Ese amor vivo –quizá expresado en una jaculatoria encendida– hemos de tener nosotros cuando queden ya pocos instantes para recibir a Jesús en la Sagrada Comunión y cuando pasemos cerca de un Sagrario, camino del trabajo. Y nuestra alma se llenará de gozo. "¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?"3. ¡Es la alegría de todo encuentro deseado! Si nos late el corazón más de prisa cuando divisamos a una persona amada a lo lejos, ¿vamos a pasar indiferentes ante un Sagrario?

II. Pido lo que pidió el ladrón arrepentido... Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino4.

Con una jaculatoria –¡tan grande fue su fe!– mereció el Buen Ladrón purificar toda su vida. Llamó a Jesús por su nombre, como hemos hecho nosotros tantas veces. Y Él "siempre da más de lo que se le pide. Aquel pedía que el Señor se acordara de él cuando estuviera en su Reino, y el Señor le contestó: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso; y es que la vida verdadera consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está su reino"5. Es tan grande el deseo del Maestro de tenernos con Él en la gloria, que nos da su Cuerpo como anticipo de la vida eterna.

Hemos de imitar a aquel hombre que reconoció sus faltas6 y supo merecer el perdón de sus culpas y su completa purificación. "He repetido muchas veces aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido!

"Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz... Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo"7. ¡Si nosotros, delante del mismo Jesús, consiguiéramos aborrecer sinceramente todo pecado venial deliberado y purificar ese fondo del alma en el que hay tantas cosas que oscurecen la imagen de Jesús: egoísmos, pereza, sensualidad, apegamientos desordenados...! "Jesús en el Sacramento es esta fuente abierta a todos, donde siempre que queramos podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos"8.

La Comunión frecuente, realizada con las debidas disposiciones, nos llevará a desear una Confesión también frecuente y contrita, y esta mayor pureza de corazón crea, a su vez, unos vivos deseos de recibir a Jesús Sacramentado9. El mismo sacramento eucarístico, recibido con fe y amor, purifica el alma de sus faltas, debilita la inclinación al mal, la diviniza y la prepara para los grandes ideales que el Espíritu Santo inspira en el alma del cristiano.

Pidamos al Señor un gran deseo de purificarnos en esta vida para que podamos librarnos del Purgatorio y estar cuanto antes en la compañía de Jesús y de María: "¡Ojalá, Jesús mío, fuera verdad que yo nunca os hubiera ofendido! Pero ya que el mal está hecho, os ruego que os olvidéis de los disgustos que os he causado y, por la muerte amarga que por mí habéis padecido, llevadme a vuestro reino después de la muerte; y mientras la vida me dure haced que vuestro amor reine siempre en mi alma"10. Ayúdame, Señor, a aborrecer todo pecado venial deliberado; dame un gran amor a la Confesión frecuente.

III. El Santo Cura de Ars recoge en sus sermones la piadosa leyenda de San Alejo, y saca unas consecuencias acerca de la Eucaristía. Se cuenta de este Santo que un día, oyendo una particular llamada del Señor, dejó su casa y vivió lejos como un humilde pordiosero. Pasados muchos años, regresó a su ciudad natal flaco y desfigurado por las penitencias y, sin darse a conocer, recibió albergue en el mismo palacio de sus padres. Diecisiete años vivió bajo la escalera. Al morir y ser amortajado el cuerpo, la madre reconoció al hijo y exclamó llena de dolor: "¡Oh, hijo mío, qué tarde te he conocido...!".

El Santo Cura de Ars comentaba que el alma, al salir de esta vida, verá por fin a Aquel que poseía cada día en la Sagrada Eucaristía, a quien hablaba, con el que se desahogaba cuando ya no podía con sus penas. Ante la vista de Jesús glorioso, el alma poco enamorada, de fe escasa, tendrá que exclamar: ¡Oh Jesús, que pena haberte conocido tan tarde...!, habiéndote tenido tan cerca.

Cuando estemos delante del Sagrario o miremos la Hostia Santa sobre el Altar hemos de ver a Cristo allí presente, el mismo de Belén y de Cafarnaún, el que resucitó al tercer día de entre los muertos y ahora está glorioso a la diestra de Dios Padre. Tantum ergo Sacramentum // veneremur cernui... Adoremos de rodillas este Sacramento -nos invita la liturgia-; y el Antiguo Testamento ceda el lugar al nuevo rito: la fe supla la flaqueza de nuestros sentidos11. Una fe firme y llena de amor.

Jesús nos reveló que los limpios de corazón verán a Dios12. Esta visión comienza ya aquí en la tierra y alcanza su perfección y plenitud en el Cielo. Cuando el corazón se llena de suciedad, se oscurece y desdibuja la figura de Cristo y se empobrece la capacidad de amar. "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... —Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!"13. Le reconoceremos, como el Buen Ladrón, en cualquier circunstancia.

¡Qué alegría tener a Cristo tan cerca!... y verle... y amarle... y servirle. Él nos escucha cuando en la intimidad de nuestra oración le decimos: Señor, acuérdate de mí, desde el Cielo y desde ese Sagrario más cercano donde estás también realmente presente. Para que purifiquemos en esta vida la huella dejada por los pecados, Él nos mueve a una mayor penitencia y a un amor más grande al sacramento del Perdón, a aceptar los dolores y contrariedades de la vida con espíritu de reparación, a buscar esas pequeñas mortificaciones que vencen el propio egoísmo, que ayudan a los demás, que permiten una mayor perfección en nuestra tarea diaria.

Si somos fieles a estas gracias, el día último de nuestra vida aquí en la tierra, quizá dentro de no mucho tiempo, oiremos a Jesús que nos dice: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Y le veremos y le amaremos con un gozo sin fin.

Al terminar nuestra oración le decimos a Jesús Sacramentado: Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine... Salve, verdadero Cuerpo, nacido de María Virgen... Haz que te gustemos en el trance de la muerte. Al Ángel Custodio le pedimos que nos recuerde la cercanía de Cristo, para que jamás pasemos de largo. Y nuestra Madre Santa María, si acudimos a Ella, acrecentará la fe y nos enseñará a tratarle con más delicadeza, con más amor.

1 M. M. Philipon, Los sacramentos en la vida crisitiana, p. 1-16. — 2 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 269. — 3 Ibídem, n. 270. — 4 Lc 23, 42. — 5 San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, in loc. — 6 Cfr. Lc 23, 41. — 7 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, XII, n. 4. — 8 San Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 20. — 9 Cfr. Juan Pablo II, Alocución a la Adoración Nocturna, Madrid 31-X-1982. — 10 San Alfonso Mª de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión, Meditación XII, para el Miércoles Santo, 1. — 11 Himno Tantum ergo. — 12 Cfr. Mt 5, 8. — 13 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 212.

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1 de junio

SAN JUSTINO, MÁRTIR*

Memoria

— Defensa de la fe en los momentos de incomprensiones.

— Más apostolado cuanto mayores sean las adversidades.

— Vivir la caridad siempre; también con quienes no nos aprecian.

I. En los comienzos, la fe prendió entre gentes de profesiones sencillas: bataneros, cardadores de lana, soldados de tropa, herreros... Las numerosas inscripciones encontradas en las catacumbas nos muestran la variedad de oficios y de trabajos: bodegueros, barberos, sastres, marmolistas, tejedores... Una de estas inscripciones representa a un auriga, de pie sobre su cuadriga, que lleva en la mano derecha una corona y en la izquierda la palma del martirio.

Muy pronto, el Cristianismo llegó a todas las clases sociales. En el siglo ii hubo senadores cristianos, como Apolonio; altos magistrados, como el cónsul Liberal; abogados del foro romano, como Tertuliano; filósofos, como San Justino, cuya fiesta celebramos hoy, convertido a la fe cristiana entrado ya en años.

Los cristianos no se separan de sus conciudadanos, visten como los hombres de su tiempo y de su región, ejercitan sus derechos civiles y cumplen con sus deberes. Como los demás, asisten a las escuelas públicas, sin avergonzarse de su fe, a pesar de que durante largo tiempo el ambiente pagano fuera muy adverso a la Buena Nueva. La defensa de la fe –el derecho a vivirla siendo a la vez ciudadanos romanos iguales a los demás– será llevada a cabo con una constancia admirable: desde la conversación normal en el mercado o en el foro, hasta quienes hacen una defensa con las armas de la inteligencia, como hicieron San Justino y otros en sus apologías del Cristianismo.

Todos, cada uno en su lugar, supieron dar un testimonio sereno de Jesucristo, que fue la mejor apología de la fe. Uno de estos ejemplos vivos de la fe nos ha llegado a través de un grafito que aún se conserva. En el Palatino, la colina ocupada por el palacio del emperador y por las villas nobiliarias romanas, existía una escuela en la que se formaban los pajes de la corte imperial. Entre los alumnos debía de contarse un cristiano llamado Alexamenos, pues alguien hizo un dibujo sobre la pared en el que se representaba a un hombre con cabeza de asno, clavado en una tosca cruz, con una figura humana a su lado. Junto al dibujo se puede leer esta inscripción: Alexamenos adora a su dios. El joven cristiano, con valentía y orgullo por su fe, escribió allí mismo como respuesta: Alexamenos es fiel1.

Este grafito es también un eco de las calumnias que circulaban frecuentemente en torno a los cristianos. Entre las gentes del pueblo abundaban rumores, chismes, trivialidades, historias increíbles... Entre las clases más cultivadas se repetían con desdén frases como las que nos ha transmitido Tertuliano: «Es un buen hombre ese Cayo Sexto, ¡lástima que sea cristiano!». Otro personaje dice: «Estoy verdaderamente sorprendido de que Lucio Ticio, un hombre tan inteligente, se haya hecho cristiano de repente». Y Tertuliano comenta: «No se le ocurre preguntarse si Cayo es un buen hombre y Lucio inteligente precisamente porque son cristianos; o si se han hecho precisamente cristianos porque el uno es un buen hombre y el otro es inteligente»2.

San Justino sabe dar razón de la grandeza de la fe cristiana en comparación de todos los pensamientos e ideologías en boga: «Porque a Sócrates –señala– nadie le creyó hasta el punto de dar la vida por su doctrina; pero a Cristo no solo le han creído filósofos y hombres cultos, sino también artesanos y gentes totalmente ignorantes, que han sabido despreciar la opinión del mundo, el miedo y hasta la muerte»3. El propio Justino moriría más tarde atestiguando su fe. Esa misma firmeza nos pide el Señor a nosotros en cualquier situación en la que nos hallemos. También si alguna vez tenemos que enfrentarnos a un ambiente completamente adverso a la doctrina de Jesús.

II. En los momentos de persecución o de mayores tribulaciones, los cristianos seguían atrayendo a otros a la fe. Las mismas dificultades eran ocasión para un apostolado más intenso, avalado por la ejemplaridad y la fortaleza. Las palabras cobraban entonces una particular fuerza: la de la Cruz. El martirio era un testimonio lleno de vigor sobrenatural y de gran eficacia apostólica. A veces, hasta los mismos verdugos abrazaban la fe cristiana4.

Si somos de verdad fieles a Cristo es posible que encontremos dificultades de distinto género: desde la calumnia y la persecución abierta hasta ver que se nos cierra alguna puerta que debería permanecer abierta, el ser relegados a un trabajo menos preeminente, la ironía o el comentario superficial... No es el discípulo mayor que el Maestro5. La vida del cristiano y su sentido de la existencia –queramos o no– chocará con un mundo que ha puesto su corazón en los bienes materiales.

Esos momentos de dificultad son especialmente aptos para ejercitar un apostolado eficaz: enseñando la verdadera naturaleza de la Iglesia, difundiendo aquellos escritos que dan luz sobre los temas más controvertidos, hablando con claridad de Cristo y de la vida cristiana... Los primeros cristianos vencieron en su empeño y nos enseñaron el camino: su fidelidad incondicional a Cristo pudo más que la atmósfera pagana que los rodeaba. «Sumergidos en la masa hostil, no buscaron en el aislamiento el remedio al contagio y la garantía de supervivencia; se sabían levadura de Dios, y su callada y eficaz operación acabó por informar aquella misma masa. Supieron, sobre todo, estar serenamente presentes en su mundo, no despreciar sus valores ni desdeñar las realidades terrenas»6.

Si en momentos de incomprensión, de calumnias..., seguimos firmes y constantes en el apostolado personal que como cristianos hemos de llevar a cabo, vendrán frutos a la Iglesia desde los lugares más lejanos; donde parecía imposible lograr ningún resultado. El apostolado es más eficaz cuando la Cruz se manifiesta con más claridad.

III. Ni las murmuraciones y calumnias, ni el mismo martirio pudieron lograr que los cristianos se replegaran sobre sí mismos y se resignasen a separarse de los demás ciudadanos y a sentirse exiliados del propio medio social. Aun en los momentos más duros de la persecución, la presencia cristiana en el mundo fue viva y operante. Los cristianos defendieron su derecho a ser consecuentes con su fe: los intelectuales, como Justino, con sus escritos llenos de ciencia y de sentido común; las madres de familia lo harían con su conversación amable y con su ejemplo de vida... Y es en medio de este vendaval de la contradicción donde los cristianos vivieron con especial empeño el mandamiento nuevo de Jesús7: «fue con amor como se abrieron paso en aquel mundo pagano y corrompido»8. «Esta práctica de la caridad es, sobre todo, lo que a los ojos de muchos nos imprime un sello peculiar. Ved -dicen- cómo se aman entre sí, ya que ellos se odian mutuamente. Y cómo están dispuestos a morir unos por otros, cuando ellos están más bien preparados a matarse los unos a los otros»9, nos ha dejado escrito Tertuliano.

Los cristianos no reaccionaron con rencor ante quienes de una forma u otra los maltrataban10. Y como nuestros primeros hermanos en la fe, también nosotros hemos procurado siempre ahogar el mal en abundancia de bien11.

Juan Pablo I, en la catequesis que llevó a cabo en su corto pontificado, hizo mención de la ejemplar historia de las dieciséis carmelitas mártires durante la Revolución francesa, beatificadas por Pío X. Parece que durante el proceso se pidió que fueran condenadas «a muerte por fanatismo». Una de ellas preguntó al juez: «¿qué quiere decir fanatismo?», y él le contestó: «Vuestra boba pertenencia a la religión». Pronunciada la sentencia, mientras las conducían hacia el cadalso, cantaban himnos religiosos; llegadas al lugar de la ejecución, una tras otra se arrodillaron ante la Priora para renovar su voto de obediencia. Después entonaron el Veni Creator; el canto se iba haciendo cada vez más débil a medida que las cabezas de las religiosas caían bajo la guillotina. Quedó en último lugar la Priora, cuyas últimas palabras fueron estas: «El amor saldrá siempre victorioso, el amor lo puede todo»12. Siempre ha sido así.

Con todo, la mejor caridad de los primeros cristianos se dirigía a fortalecer en la fe a los hermanos más débiles, a los que se habían convertido recientemente y a todos los que estaban más necesitados de ayuda. Las Actas de los Mártires13 recogen casi en cada página detalles concretos de esta preocupación por la fidelidad de los más débiles. No dejemos nosotros de hacer lo mismo en momentos de contradicción, de calumnias, de persecución: amparar, «arropar», a quienes, por edad o circunstancias particulares, más lo necesiten. Nuestra firmeza y alegría en esos momentos será de gran ayuda para otros.

Al terminar este rato de oración nos dirigimos a Nuestra Señora con una oración que los primeros cristianos recitaron muchas veces: Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix... Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita14.

1 Cfr. A. G. Hamman, La vida cotidiana de los primeros cristianos, Palabra, 2ª ed., Madrid 1986, p. 108. — 2 Cfr. Tertuliano, Sobre la idolatría, 20. — 3 San Justino,Apología, II, 10. — 4 Cfr. D. Ramos, El testimonio de los primeros cristianos, Rialp, Madrid 1969, p. 32. — 5 Mt 10, 24. — 6 J. Orlandis, La visión cristiana del hombre de hoy, Rialp, 3ª ed., Madrid 1973, p. 48. — 7 Jn 13, 34.— 8 San Josemaría Escrivá,Amigos de Dios, 172. — 9 Tertuliano, Apologético, 39. — 10 Cfr. Didaché, I, 1-2. —11 Cfr. Rom 12, 21. — 12 Cfr. Juan Pablo II, Ángelus 24-IX-1978. — 13 Cfr. Actas de los Mártires, BAC, Madrid 1962. — 14 A. G. Hamman, Oraciones de los primeros cristianos, Rialp, Madrid 1956, n. 107 y nota 60.

* Nació en la región de Samaria a comienzos del siglo ii. Como otros pensadores de la época, abrió una escuela de filosofía en Roma. Después de su conversión, ejerció desde ella un fecundo apostolado. Defendió la fe cristiana con su saber en momentos difíciles para el cristianismo. Se han conservado las apologías dirigidas a los emperadores Antonino y Marco Aurelio. Murió mártir en Roma durante la persecución de este último emperador. Por el empeño que puso en defender con su ciencia la fe, y por el valor ejemplar que tiene para todos, León XIII extendió su fiesta litúrgica a la Iglesia universal.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San Justino

Martir

Año 165

 

No fue sacerdote, sino simplemente un laico, y fue el primer apologista cristiano. Se llama apologista al que escribe en defensa de algo. Y Justino escribió varias apologías o defensas del cristianismo. Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes para saber cómo era la vida de los cristianos antes del año 200 y cómo celebraban sus ceremonias religiosas.

El mismo Justino cuenta que él era un Samaritano, porque nació en la antigua ciudad de Siquem, capital de Samaria (ciudad que en su tiempo se llamaba Naplus). Sus padres eran paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.

Durante algún tiempo se dedicó a estudiar la ciencia que enseñaban los que seguían la corriente llamada "estoicismo", pero luego dejó esa religión porque se dio cuenta de que no le enseñaban nada seguro acerca de Dios.

Un día que paseaba junto al mar, meditando acerca de Dios, vio que se le acercaba un venerable anciano, el cual le dijo: - Si quiere saber mucho acerca de Dios, le recomiendo estudiar la religión cristiana, porque es la única que habla de Dios debidamente y de manera que el alma queda plenamente satisfecha. El anciano le recomendó que le pidiera mucho a Dios la gracia de lograr saber más acerca de El, y le recomendó la lectura de la S. Biblia.

Justino se dedicó a leer la S. Biblia y allí encontró maravillosas enseñanzas que antes no había logrado encontrar en ningún otro libro. Tenía unos treinta años cuando se convirtió, y en adelante el estudio de la Sagrada Escritura fue para él lo más provechoso de toda su existencia.

El santo cuenta que cuando todavía no era cristiano, había algo que lo conmovía profundamente y era ver el valor inmenso con el cual los mártires preferían los más atroces martirios, con tal de no renegar de su fe en Cristo, y que esto lo hacia pensar: "Estos no deben ser criminales porque mueren muy santamente y Cristo en el cual tanto creen, debe ser un ser muy importante, porque ningún tormento les hace dejar de creer en El".

Los paganos conocían poco del cristianismo porque había pocos escritos que defendieran nuestra santa religión. Y Justino se convenció de que muchos paganos llegarían a ser cristianos si leían un libro donde se les comprobara filosóficamente que el cristianismo es la religión más santa de la tierra. Y se convenció de que es una grave obligación de los que están convencidos de la santidad de nuestra religión, tratar de animar a otros para que lleguen también a pertenecer al cristianismo. A él le llamaban la atención aquellas palabras del Libro del Eclesiástico en la S. Biblia: "Tener sabiduría y guardársela para uno mismo sin comunicarla a los demás, es una infidelidad y una inutilidad". Por eso se propuso recoger todas las pruebas que pudo y publicar Biblia sus "Apologías" en favor de la religión de Jesucristo.

Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países y muchas ciudades, discutiendo con los paganos, con los herejes y los judíos, tratando de convencerlos de que el cristianismo es la religión verdadera y la mejor de todas las religiones.

En Roma tuvo Justino una gran discusión filosófica con un filósofo cínico llamado Crescencio, en la cual le logró demostrar que las enseñanzas de los cínicos (que no respetan las leyes morales) son de mala fe y demuestran mucha ignorancia en lo religioso. Crescencio, lleno de odio al sentirse derrotado por los argumentos de Justino, dispuso acusarlo de cristiano, ante el alcalde de la ciudad. Había una ley que prohibía declararse públicamente como seguidor de Cristo. Y además en el gobierno había ciertos descontentos porque Justino había dirigido sus "Apologías" al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio, exigiéndoles que si en verdad querían ser piadosos y ser justos tenían que respetar a la religión cristiana que es mejor que las demás.

En sus famosos libros de Apologías (o defensa del cristianismo) nuestro santo les decía a los gobernantes de ese tiempo: ¿Por qué persiguen a los seguidores de Cristo? ¿Porque son ateos? No lo son. Creen en el Dios verdadero. ¿Porque son inmorales? No. Los cristianos observan mejor comportamiento que los de otras religiones. ¿Porque son un peligro para el gobierno? Nada de eso. Los cristianos son los ciudadanos más pacíficos del mundo. ¿Porque practican ceremonias indebidas? Y les describe enseguida cómo es el bautismo y cómo se celebra la Eucaristía, y de esa manera les demuestra que las ceremonias de los cristianos son las más santas que existen.

Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo emocionante:

Alcalde. ¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?

Justino. Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión.

Alcalde. Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.

Justino. Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.

Alcalde. ¿Y qué es lo que enseña esa religión?

Justino. La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.

Alcalde. ¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?

Justino. Sí declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte.

El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser amigos de Cristo.

Alcalde. Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?

Justino. No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo.

Alcalde. Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.

Justino. Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.

Los otros cristianos gritaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir.

Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.

Y el antiquísimo documento termina con estas palabras: "Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amen".

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Fuente: Franciscanos.org
Félix de Nicosia, Santo Religioso Capuchino, Junio 1  

Félix de Nicosia, Santo

Religioso Capuchino

Martirologio Romano: En Nicosia, en Sicilia, san Félix (Jacobo) Amoroso, religioso, que después de haber sido rechazado durante diez años, finalmente ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, desempeñando humildísimos oficios con sencillez e inocencia de corazón (1787).

Etimológicamente: Félix = Aquel que se considera Feliz o afortunado, es de origen latino.

 

Nació el año 1715 en Nicosia (Sicilia), en el seno de una familia humilde y muy religiosa. Pronto tuvo que trabajar en el oficio de su difunto padre, que era zapatero, para subvenir a los suyos. Tras recibir varias negativas, consiguió ser admitido en la Orden capuchina. Hecha la profesión, lo enviaron al convento de su pueblo, donde por espacio de más de cuarenta años ejerció el oficio de limosnero, desarrollando un intenso apostolado popular e itinerante, entre gentes de todas las clases. Era analfabeto, pero tenía la ciencia de la caridad y de la humildad. Sus mayores devociones fueron la pasión de Cristo, la Eucaristía y la Virgen de los Dolores. Realizó siempre trabajos humildes y destacó por su obediencia y paciencia, espíritu de sacrificio y amor a los niños y a los pobres y enfermos. Murió el 31 de mayo de 1787 en Nicosia. Lo canonizó Benedicto XVI el año 2005, y su fiesta se celebra el 1 de junio.

San Félix (en el siglo, Filippo Giacomo Amoroso) nació en Nicosia el 5 de noviembre de 1715. Su padre era zapatero remendón y él mismo trabajó desde joven en una zapatería. Muy piadoso y religioso desde su infancia, aspiraba a la vida religiosa y, cuando murieron sus padres, acudió a los capuchinos solicitando el ingreso, pero no fue admitido. Perseveró en su pretensión durante años hasta que fue admitido en 1743 en el convento de Mistretta, donde hizo la profesión religiosa como hermano lego y tomó el nombre de fray Félix de Nicosia.

Enviado al convento de Nicosia, acompañó primero al hermano limosnero por las calles de la ciudad y luego fue hortelano, cocinero, zapatero, enfermero, portero y sobre todo, durante más de cuarenta años, limosnero, oficio éste que le permitió ponerse en contacto con mucha gente a la que edificó e hizo mucho bien. Su exquisita espiritualidad y grandes virtudes, como la humildad, la mansedumbre, la caridad, atrajeron hacia él la atención de los fieles, que se encomendaban a sus oraciones y decían recibir de Dios por medio de ellas grandes favores, incluso milagros. El guardián del convento sometió muchas veces a prueba su obediencia y humildad, comprobando que fray Félix era en efecto tan santo como parecía. Llevaba una vida austerísima, con grandes ayunos y mortificaciones. Devotísimo de la eucaristía, se pasaba no pocas horas de la noche ante el sagrario, y era asimismo muy fervorosa su devoción a la Virgen María.

Lleno de méritos murió en su convento de Nicosia el 31 de mayo de 1787. Fue beatificado por el papa León XIII el 12 de febrero de 1888, y canonizado por el papa Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005.

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Fuente: Vatican.va
Aníbal María Di Francia , Santo Presbítero y Fundador, Junio 1  

Aníbal María Di Francia , Santo

Presbítero y Fundador de
la Congregación de los Rogacionistas del Corazón de Jesús
y de las Hijas del Celo Divino

Insigne apóstol de la oración por las vocaciones

Martirologio Romano: En Messina, de Sicilia, en Italia, san Aníbal María Di Francia, presbítero, que fundó la Congregación de los Rogacionistas del Corazón de Jesús y las Hijas del Celo Divino, para rogar al Señor que dé santos sacerdotes a su Iglesia (1927).

Etimológicamente: Anibal = Aquel que es beneficiado con la gracia de Baal1, es de origen fenicio-cartaginés.

 

Aníbal María Di Francia nació en Messina el 5 de julio de 1851 de la noble señora Anna Toscano y del caballero Francisco, marqués de S. Caterina dello Ionio, Vicecónsul Pontificio y Capitán Honorario de la Marina. Tercero de cuatro hijos, Aníbal quedó huérfano, tan sólo a los quince meses por la muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundió en su ánimo la particular ternura y el especial amor a los huérfanos, que caracterizó su vida y su sistema educativo.

Desarrolló un grande amor hacia la Eucaristía, tanto que recibió el permiso, excepcional para aquellos tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa Comunión. Jovencísimo, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recibió lo que se puede definir "inteligencia del Rogate": es decir, descubrió la necesidad de la oración por las vocaciones, que, más tarde, encontró expresada en el versículo del Evangelio: "La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad (Rogate) pues al dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38: Lc 10, 2). Estas palabras del Evangelio constituyeron la intuición fundamental a la que dedicó toda su existencia.

De ingenio alegre y de notables capacidades literarias, apenas sintió la llamada del Señor, respondió generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algún mes antes, un encuentro "providencial" con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la triste realidad social y moral del barrio periférico más pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone y le abrió el camino de aquel ilimitado amor hacia los pobres y los huérfanos, que llegará a ser una característica fundamental de su vida.

Con el consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel "gueto" y se comprometió con todas sus fuerzas en la redención de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista, según la imagen evangélica, como "ovejas sin pastor". Fue una experiencia marcada por fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que él superó con grande fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando lo que definía: "Espíritu de doble caridad: la evangelización y la ayuda a los pobres".

En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque puestos bajo la protección de San Antonio de Padua. Su preocupación no sólo fue la de dar pan y trabajo, sino y, sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el proyecto de Dios. Hubiera querido abrazar a los huérfanos y a los pobres de todo el mundo con espíritu misionero. Pero,
)cómo hacerlo? La palabra del Rogate le abría esta posibilidad. Por eso escribió: " ¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a millones que se pierden y están abandonados como rebaño sin pastor?... Buscaba un camino de salida y lo encontré amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Señor Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareció haber hallado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las almas".

Aníbal había intuido que el Rogate no era una simple recomendación del Señor, sino un mandado explícito y un "remedio inefable". Motivo por el cual su carisma es de valorar como el principio animador de una fundación providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante para hacer resaltar es que él precede a los tiempos en el considerar vocaciones también aquellas de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.

Para realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostólicos, fundó dos nuevas familias religiosas: en 1887 la Congregación de las Hijas del Divino Celo y diez años después la Congregación de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados canónicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con un cuarto voto. Tanto que el Di Francia escribió en una súplica del 1909 a S. Pío X: "Me he dedicado desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo. En mis mínimos Institutos de beneficencia se eleva una oración incesante, cotidiana de los huérfanos, de los pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vírgenes, con la que se suplican a los Corazones Santísimos de Jesús y María, al Patriarca S. José y a los Santos Apóstoles para que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y santos, de obreros evangélicos de la mística mies de las almas".

Para difundir la oración por las vocaciones promovió numerosas iniciativas, tuvo contactos epistolares y personales con los Sumos Pontífices de su tiempo; instituyó la Sagrada Alianza para el clero y la Pía Unión de la Rogación Evangélica para todos los fieles. Creó el periódico con el significativo título "Dios y el Prójimo" para implicar a los fieles a vivir los mismos ideales.

"Es toda la Iglesia — escribe él — que oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la misión de la oración para obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a cada fiel, a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a los obispos, los pastores del místico rebaño, a los cuales fueron confiadas las almas y que son los apóstoles vivientes de Jesucristo". La anual Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964, puede considerarse la respuesta de la Iglesia a esta intuición suya.

Grande fue el amor que tuvo por el sacerdocio, convencido que sólo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometió fuertemente en la formación espiritual de los seminaristas, que el arzobispo de Messina confió a sus cuidados. A menudo repetía que sin una sólida formación espiritual, sin oración, "todos los esfuerzos de los obispos y de los rectores de los seminarios se reducen generalmente a una cultura artificial de sacerdotes...". Fue él mismo, el primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote según el corazón de Dios. Su caridad, definida "sin cálculos y sin límites", se manifestó con connotaciones particulares también hacia los sacerdotes en dificultad y las monjas de clausura.

Ya durante su existencia terrenal fue acompañado por una clara y genuina fama de santidad, difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleció en Messina, confortado por la presencia de María Santísima, que tanto había amado durante su vida terrenal, la gente decía: "Vamos a ver el santo que duerme". Los funerales fueron una verdadera y propia apoteosis, que los periódicos de la época puntualmente registraron con artículos y con fotografías. Las autoridades fueron solícitas en otorgar el permiso de enterrarlo en el Templo de la Rogación Evangélica, que él mismo había querido y que está dedicado precisamente al "divino mandato": "Rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies".

Las Congregaciones religiosas fundadas por el Padre Aníbal están hoy presentes en los cinco Continentes comprometidas, según los ideales del Fundador, en la difusión de la oración por las vocaciones a través de centros vocacionales y editoriales y en la actividad de los institutos educativos asistenciales a favor de niños y muchachos necesitados y de sordomudos, centros nutricionales y de salud; casas para ancianos y para madres solteras; escuelas, centros de formación profesional, etc.

La santidad y la misión de Padre Aníbal, declarado "insigne apóstol de la oración por las vocaciones", son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado de las necesidades vocacionales de la Iglesia.

El Sumo Pontífice, Juan Pablo II, el 7 de octubre de 1990 proclamó a Anibal Di Francia Beato y al día siguiente lo definió: "Auténtico precursor y celoso maestro de la moderna pastoral vocacional". La canonización fue el 16 de mayo de 2004.


1Baal: un dios de la religión púnica.

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Fuente: VidasEjemplares.org
Juan Pelingotto, Beato Terciario Franciscano, Junio 1  

Juan Pelingotto, Beato

Laico Franciscano

Martirologio Romano: En Urbino, del Piceno, en Italia, beato Juan Pelingotto, de la Tercera Orden de San Francisco, que, siendo comerciante, procuraba favorecer más a los otros que a sí mismo, y viviendo recluido en una celda, solamente salía para atender a pobres y enfermos (1304).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo.

 

Su culto fue aprobado por S.S. Bendedicto XV el 13 de noviembre de 1918.

Juan Pelingotto nació en Urbino en 1240, hijo de un rico mercader de telas que bien pronto, si bien de mala gana, hubo de permitirle dedicarse libremente a los ejercicios de piedad. A los once años ya lo había iniciado en el comercio.

Vistió el hábito de la Tercera Orden de la penitencia en la iglesia de Santa María de los
Ángeles, la primera iglesia franciscana de Urbino, y como fiel imitador del Seráfico Padre, vivía austeramente. El amor por los pobres lo movía a privarse aun de lo necesario para socorrerlos; humildísimo, al caer en la cuenta de que sus conciudadanos lo tenían en grande estima, para despistarlos se hizo el loco, pero mientras más procuraba ocultarse, más manifiestas hacía Dios sus virtudes.

En 1300 fue a Roma para ganar el jubileo decretado por Bonifacio VIII. Era la primera vez
que iba a la ciudad eterna y no era conocido por nadie; sin embargo, un desconocido al
encontrarse con él, lo señaló a sus compañeros diciendo: "¿No es este aquel santo hombre de Urbino?". Otros varios hechos manifestaron claramente que el Señor quería hacer conocer su santidad. De regreso a su ciudad natal, intensificó su vida espiritual deseando ardientemente la patria celestial. Fue atacado por una gravísima enfermedad que lo redujo pronto a las últimas, y lo hizo perder hasta el habla, que recuperó completamente sólo en los últimos días de su vida terrena. Supo ser imitador del Seráfico Padre incluso en el dolor.

El demonio no cesaba de molestar con horribles tentaciones a este terciario penitente que siempre había guardado intacta la pureza de su alma. Andaba repitiendo: "¿Por qué me molestas? ¿Por qué me echas en cara cosas que nunca he cometido y en las cuales nunca he consentido?". Y abandonándose confiado en los brazos de la misericordia divina, con voz fuerte dijo: "Y ahora, vamos con toda confianza!". Uno de los presentes dijo: "Padre, ¿a
dónde vas?". "Al Paraíso!", respondió. Dicho esto, su rostro se puso bellísimo, sus miembros se distensionaron y, poco después expiró serenamente. Era el primero de junio de 1304; tenía 64 años de edad.

Juan había pedido que se le sepultara en la iglesia de San Francisco, pero en un primer
tiempo no se cumplió su voluntad: tuvo solemnes funerales y fue sepultado en el cementerio franciscano, en el claustro del convento. Dios glorificó bien pronto a su fiel servidor. Tantas fueron las gracias que se decían obtenidas por su intercesión, tanto era el concurso de los fieles a su sepulcro, que los hermanos exhumaron sus restos y los llevaron a la iglesia de San Francisco. Aumentándose los prodigios se erigió un altar sobre su tumba, donde se celebraron misas en su honor.

Su culto continuó a través de los siglos.

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Fuente: Vatican.va
Juan Bautista Scalabrini, Beato Obispo y Fundador, 1 de junio  

Juan Bautista Scalabrini, Beato

Fundador de las Congregaciones de
Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos) y de las
Hermanas Misioneras de San Carlos Boromeo (Scalabrinianas)

Martirologio Romano: En Piacenza, en Italia, beato Juan Bautista Scalabrini, obispo, quien trabajó incansable por el bien de su iglesia, mostrado un especial interés por los sacerdotes, agricultores y obreros. En favor de los emigrantes a los países de América fundó las Congregaciones de Misioneros y de Hermanas Misioneras de San Carlos (1905).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordioso, es de origen hebreo.

 

Juan Bautista Scalabrini nació y fue bautizado el 8 de julio de 1839 en Fino Monasco (Como, Italia). Era el tercero de ocho hijos de una familia muy religiosa, de clase media. Estudió en el instituto "Volta de Como". Ingresó en el seminario diocesano, donde realizó sus estudios de filosofía y teología. Recibió la ordenación sacerdotal el 30 de mayo de 1863. Durante sus primeros años de sacerdocio fue profesor y luego rector del seminario comasco de San Abundio; en 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé.

Nombrado obispo de Piacenza por el Papa Pío IX, recibió la consagración episcopal el 30 de enero de 1876. Desarrolló una actividad pastoral y social muy amplia: visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis, a la mitad de las cuales sólo se podía llegar a caballo o a pie; celebró tres sínodos, uno de ellos dedicado al culto eucarístico, difundiendo entre todos los fieles la comunión frecuente y la adoración perpetua; reorganizó los seminarios y reformó los estudios eclesiásticos, anticipando la reforma tomista de León XIII; consagró doscientas iglesias; fue incansable en la administración de los sacramentos y en la predicación; impulsó al pueblo a profesar un amor activo a la Iglesia y al Papa, fomentando la verdad, la unidad y la caridad.

Practicó de forma heroica la caridad asistiendo a enfermos del cólera, visitando a los enfermos y a los encarcelados, socorriendo a los pobres y a las familias en desgracia, y siendo generoso en el perdón. Salvó del hambre a miles de campesinos y obreros, despojándose de todo, vendiendo sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral que le regaló el Papa Pío IX.

Fundó un instituto para sordomudas, sociedades de mutua ayuda, asociaciones obreras, cajas rurales, cooperativas y otras formas de Acción católica.

Pío IX lo definió "apóstol del catecismo ", porque hizo lo posible para que lo enseñaran en todas las parroquias bajo forma de escuela, incluso para los adultos. Ideó y presidió el primer Congreso catequístico nacional de 1889 y fundó el primer periódico catequístico italiano.

Ante el desarrollo dramático de la emigración italiana, que se convirtió en fenómeno de masas, desde el comienzo de su episcopado se hizo apóstol de millones de italianos, que vivían en otros países, a menudo en condiciones de semi-esclavitud, y corrían el peligro de abandonar su fe o la práctica religiosa.

El 28 de noviembre de 1887, fundó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), aprobada por León XIII, para proporcionar asistencia religiosa, moral, social y legal a los emigrantes. Impulsó a santa Francisca Javier Cabrini, la madre de los emigrantes, a partir rumbo a América en 1889 para encargarse de los niños, los huérfanos y los enfermos italianos. Él mismo fundó, el 25 de octubre de 1895, la congregación de Hermanas Misioneras de San Carlos Boromeo (Scalabrinianas). De sus enseñanzas nacieron en 1961 las Misioneras Seglares Escalabrinianas.

Su intensa actividad episcopal tenía su origen e inspiración profunda en una fe ilimitada en Jesucristo. Su programa era: "Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo". Estaba profundamente enamorado de la Eucaristía: pasaba horas en adoración delante del Santísimo; durante la jornada le hacía muchas visitas y hasta quiso ser sepultado con todo lo necesario para la celebración de la santa misa.

Sentía gran pasión por la cruz y una tierna devoción a la Virgen, que se manifestaba en sus homilías y peregrinaciones a santuarios marianos. Este amor le llevó a entregar las joyas de su madre para la corona de la Virgen.

Falleció el 1 de junio de 1905, fiesta de la Ascensión del Señor. Sus últimas palabras fueron: "¡Señor, estoy listo. Vamos!".

Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997.

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Fuente: www.op.org.ar
Alfonso Navarrete, Beato Mártir en Japón, Junio 1  

Alfonso Navarrete, Beato

Mártir

Martirologio Romano: En Omura, en Japón, beatos mártires Alfonso Navarrete, de la Orden de Predicadores, Fernando de San José de Ayala, de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, y León Tanaka, religioso de la Compañía de Jesús, que fueron degollados a causa de la fe cristiana, por decisión del supremo mandatario Hideta (1617).

Etimológicamente: Alfonso = Aquel guerrero totalmente preparado para el combate, es de origen germánico.

 

Nace en Logroño, España, el 21 de septiembre de 1571.

Es hijo del convento de San Pablo de Valladolid. Embarca para Manila en 1598 y vuelve a España en 1602, pero vuelve a Filipinas al frente de una expedición misionera en 1611.

Fue enviado inmediatamente al Japón, siendo allí vicario provincial de la misión. El mismo se presentó voluntariamente a confesar su fe y a sufrir el martirio, muriendo decapitado, después de numerosos tormentos, en la isla de Tokasima el 1 de junio de 1617.

Sus virtudes más salientes fueron la piedad, la misericordia, la gratitud y la devoción al rosario.

Encabeza la lista de los numerosos mártires beatificados por Pío IX el 7 de julio de 1867.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Iñigo de Oña, Santo Abad, Junio 1  

Iñigo de Oña, Santo

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Enecón (o Iñigo), abad, varón pacífico, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes (c. 1060).

Etimológicamente: Iñigo = Ignacio = Aquel que es ardiente, es de origen latino.

 

San Iñigo, decoroso ornamento de la Orden de San Benito, nació en Calatayud, ciudad antiquísima y muy noble de la corona de Aragón.

Sus padres fueron mozárabes, esto es, cristianos mezclados con los árabes, los cuales dieron a Iñigo una educación con forme a las piadosas máximas del Evangelio. Llegado el ilustre joven a edad competente, dejó su patria, sus padres y sus cuantiosos bienes, y se retiró a los montes Pirineos, donde pasó algún tiempo. en la contemplación de las grandezas divinas; mas llegando a su noticia la santidad de los monjes que vivían en el célebre monasterio de san Juan de la Peña, establecido en lo alto de las montañas de Jaca, resolvió abrazar la regla de san Benito.

Hecha ya su solemne profesión, cuando era amado y venerado de todos los monjes por sus eminentes virtudes, alcanzó licencia del esclarecido abad, llamado Paterno, para retirarse a un espantoso desierto de las montañas de Aragón, donde resucitó con sus austeridades las imágenes de penitencia que se leen de los solitarios de la Tebaida, de la Nitria y de la Siria; y donde atraía a gran número de gentes que aprovechaban sus saludables instrucciones.

Mas habiendo fallecido por este tiempo el primer abad del monasterio de Oña, llamado García, y desean do el rey Sancho nombrar un digno sucesor del difunto, envió tres veces embajadores al santo para que aceptase aquel cargo y aun pasó el mismo rey personal mente al desierto y logró al fin rendirle y traerlo consigo a aquel monasterio.

En su gobierno practicó con gran eminencia todas las virtudes del más perfecto prelado, a los pobres oprimidos pagaba sus créditos, buscábales para mantenerlos y vestirlos, libró a muchos presos de las cárceles, redimió cautivos y obró esclarecidos milagros.

Cuando le acometió su última enfermedad en un pueblo llamado Solduengo y tomó al anochecer el camino para Oña a fin de consolar a sus hijos, se le aparecieron dos ángeles en figura de dos hermosísimos niños vestidos de blanco con sus hachas encendidas, los cuales le acompañaron hasta el monasterio. Era el 1 de junio de 1057.

En la hora de su muerte se llenó el ámbito de su celda de un resplandor celestial y se oyó una voz que dijo: Ven, alma dichosa, a gozar de la bienaventuranza de tu Señor.

Celebráronse con gran pompa sus funerales, y no sólo los cristianos, sino también los judíos y los moros concurrieron a sus exequias y rasga ron sus vestiduras con grandes muestras de sentimiento.

Fue canonizado por el Papa Alejandor IV el año 1259.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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