martes, 30 de mayo de 2017

[ † ] Martes por los ángeles custodios. 30/05/2017. Santa Juana de Arco ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

Padre, glorifica a tu Hijo

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11a

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo:
"Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. Tú le diste poder sobre todos los hombres, para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado. Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado. Yo te he glorificado aquí en el mundo, cumpliendo la obra que me encomendaste. Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.
Yo te he dado a conocer a los hombres que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han puesto en práctica tu enseñanza. Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti. Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos lo han aceptado. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo salí de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.
Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado; porque te 
pertenecen. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

mar 7a. Sem Pascua

Antífona de Entrada

Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo para siempre. 
Aleluya.

 

Oración Colecta

Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso, envíanos tu
Espíritu Santo para que habite en nosotros y nos transforme en templos de tu gloria.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 20, 17-27

En aquellos días, hallándose Pablo en Mileto, mandó venir a los responsables de la iglesia de Efeso. Cuando llegaron les dijo: 
"Saben bien cómo me he comportado con ustedes todo el tiempo desde el primer día de mi llegada a la provincia de Asia. He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, en medio de las pruebas que me han ocasionado las insidias de los judíos; y no he omitido nada de cuanto les podía ser útil. Les he dado avisos y enseñanzas en público y en privado, he tratado de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús, nuestro Señor.
Ahora, como ven, forzado por el Espíritu, voy a Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí. Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por las que paso, que me esperan prisiones y sufrimientos. Pero nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el 
ministerio que he recibido del Señor Jesús: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
Ahora sé que ninguno de ustedes, entre quienes pasé anunciando el reino de Dios, volverá a verme. Por eso, quiero decirles hoy que no me hago responsable de lo que les suceda en adelante. Porque nunca dejé de anunciarles todo el plan de Dios".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 67, 10-11.20-21

Reyes de la tierra, canten al Señor.

Tú derramaste, oh Dios, una lluvia abundante, reanimaste tu heredad extenuada, y tu rebaño habitó en el hogar que en tu bondad, oh Dios, preparaste al humilde.
Reyes de la tierra, canten al Señor.

Bendito sea el Señor día tras día. El nos alivia, Dios es nuestra salvación. Nuestro Dios es un Dios que nos salva, al Señor se debe que escapemos de la muerte.
Reyes de la tierra, canten al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador que se quedará para siempre con ustedes, dice el Señor. 
Aleluya.

Evangelio

Padre, glorifica a tu Hijo

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11a

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo:
"Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. Tú le diste poder sobre todos los hombres, para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado. Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado. Yo te he glorificado aquí en el mundo, cumpliendo la obra que me encomendaste. Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.
Yo te he dado a conocer a los hombres que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han puesto en práctica tu enseñanza. Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti. Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos lo han aceptado. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo salí de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.
Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado; porque te 
pertenecen. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, nuestras ofrendas y concédenos que esta Eucaristía, celebrada con amor, nos lleve a la gloria del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

En la espera de la venida del Espíritu Santo

En verdad es justo y necesario que todas las criaturas, en el cielo y en la tierra, se unan en tu alabanza, Dios todopoderoso y eterno, por Jesucristo, tu Hijo, Señor del universo.
El cual, habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros, como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu. 
Pastor y obispo de nuestras almas, nos invita a la plegaria unánime, a ejemplo de María y los apóstoles, en la espera de un nuevo Pentecostés.
Por este misterio de santificación y de amor, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Antífona de la Comunión

El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, los intuirá en todo y les recordará lo que yo he dicho, dice el Señor. Aleluya.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Te suplicamos, Señor, que esta Eucaristía que tu Hijo nos mandó celebrar en memoria suya y en la cual hemos participado, nos una cada vez más con el vínculo de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 30/05 San Fernando (santo, blanco)

Antífona de Entrada

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor; que te bendigan tus santos; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

 

Oración Colecta

Oremos:
Dios nuestro, que elegiste al rey san Fernando como defensor de tu Iglesia en la tierra; escucha las súplicas de tu pueblo, que te pide tenerlo como protector en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, y ven

Lectura del libro de Génesis 12, 1-4a

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán:
"Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan. Maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo". Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Palabra de Dios .
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 14

El justo habitará en tu monte santo, Señor.

El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua.
El justo habitará en tu monte santo, Señor.

El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor.
El justo habitará en tu monte santo, Señor.

El que no presta dinero a usura ni acora soborno contra el inocente.
El justo habitará en tu monte santo, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Aleluya.

Evangelio

Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 17-20

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús:
"Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre".
El les contestó:
"Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren les he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no no les hará daño alguno. Sin embargo, no estén alegres porque se les someten los espíritus; estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Señor, escucha con bondad nuestra súplica y protégenos con la intercesión de tus santos, para que tributemos siempre un culto digno a tu divina Majestad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Acción de los santos en la Iglesia

En verdad es justo y necesario, nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque con la vida de tus santos, enriqueces a tu Iglesia con formas siempre nuevas de admirable santidad, y nos das pruebas indudables de tu amor por nosotros; y también, porque su ejemplo nos impulsa y su intercesión nos ayuda a colaborar en el misterio de la salvación.
Por eso,
ahora nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y santos diciendo:

Antífona de la Comunión

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios rebosando de alegría.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, Padre del consuelo y de la paz, concede a tu pueblo, reunido en la fiesta de los santos, para alabar tu nombre, recibir de tu misericordia, por el misterio de Cristo en que ha participado, la prenda de la eterna redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

Pascua. 7ª semana. Martes
Decenario al Espíritu Santo

EL DON DE PIEDAD

— Este don tiene como efecto propio el sentido de la filiación divina. Nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el afecto de un buen hijo hacia su padre.

— Confianza filial en la oración. El don de piedad y la caridad.

— El espíritu de piedad hacia la Virgen Santísima, los santos, las almas del Purgatorio y nuestros padres. El respeto hacia las realidades creadas.

I. El sentido de la filiación divina, efecto del don de piedad, nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el cariño de un buen hijo con su padre, y a los demás hombres como a hermanos que pertenecen a la misma familia.

El Antiguo Testamento manifiesta este don de múltiples formas, particularmente en la oración que constantemente el Pueblo elegido dirige a Dios: alabanza y petición; sentimientos de adoración ante la infinita grandeza divina; confidencias íntimas, en las que expone con toda sencillez al Padre celestial las alegrías y angustias, la esperanza... De modo particular encontramos en los salmos todos los sentimientos que embargan el alma en su trato confiado con el Señor.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Jesucristo nos enseñó el tono adecuado en el que debemos dirigirnos a Dios. Cuando oréis habéis de decir: Padre...1. En todas las circunstancias de la vida debemos dirigirnos a Dios con esta filial confianza: Padre, Abba... En diversos lugares del Nuevo Testamento el Espíritu Santo ha querido dejarnos esta palabra aramea: abba, que era el apelativo cariñoso con que los niños hebreos se dirigían a sus padres. Este sentimiento define nuestra postura y encauza nuestra oración ante Dios. Él «no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones»2.

Dios quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos pequeños y necesitados. Toda nuestra piedad se alimenta de este hecho: somos hijos de Dios. Y el Espíritu Santo, mediante el don de piedad, nos enseña y nos facilita este trato confiado de un hijo con su Padre.

Mirad qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos3. «Parece como si después de las palabrasque seamos llamados hijos de Dios, San Juan hubiera hecho una larga pausa, mientras su espíritu penetraba hondamente en la inmensidad del amor que el Padre nos ha dado, no limitándose a llamarnos simplemente hijos de Dios, sino haciéndonos sus hijos en el más auténtico sentido. Esto es lo que hace exclamar a San Juan: ¡y lo somos!»4. El Apóstol nos invita a considerar el inmenso bien de la filiación divina que recibimos con la gracia del Bautismo, y nos anima a secundar la acción del Espíritu Santo que nos impulsa a tratar a nuestro Padre Dios con inefable confianza y ternura.

II. Esta confianza filial se manifiesta particularmente en la oración que el mismo Espíritu suscita en nuestro corazón. Él ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene hacerlo, el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos que son inenarrables5. Gracias a estas mociones, podemos dirigirnos a Dios en el tono adecuado, en una oración rica y variada de matices, como es la vida. En ocasiones, hablaremos a nuestro Padre Dios en una queja familiar: ¿Por qué escondes tu rostro...?6; o le expondremos los deseos de una mayor santidad: a Ti te busco solícito, sedienta está mi alma, mi carne te desea como tierra árida, sedienta, sin aguas7; o nuestra unión con Él:fuera de Ti nada deseo sobre la tierra8; o la esperanza inconmovible en su misericordia: Tú eres mi Dios y mi Salvador, en Ti espero siempre9.

Este afecto filial del don de piedad se manifiesta también en rogar una y otra vez como hijos necesitados, hasta que se nos conceda lo que pedimos. En la oración, nuestra voluntad se identifica con la de nuestro Padre, que siempre quiere lo mejor para sus hijos. Esta confianza en la oración nos hace sentirnos seguros, firmes, audaces; aleja la angustia y la inquietud del que solo se apoya en sus propias fuerzas, y nos ayuda a estar serenos ante los obstáculos.

El cristiano que se deja mover por el espíritu de piedad entiende que nuestro Padre quiere lo mejor para cada uno de sus hijos. Todo lo tiene dispuesto para nuestro mayor bien. Por eso la felicidad está en ir conociendo lo que Dios quiere de nosotros en cada momento de nuestra vida y llevarlo a cabo sin dilaciones ni retrasos. De esta confianza en la paternidad divina nace la serenidad, porque sabemos que aun las cosas que parecían un mal irremediable contribuyen al bien de los que aman a Dios10. El Señor nos enseñará un día por qué fue conveniente aquella humillación, aquel desastre económico, aquella enfermedad...

Este don del Espíritu Santo permite que los deberes de justicia y la práctica de la caridad se realicen con prontitud y facilidad. Nos ayuda a ver a los demás hombres, con quienes convivimos y nos encontramos cada día, como hijos de Dios, criaturas que tienen un valor infinito porque Él los quiere con un amor sin límite y los ha redimido con la Sangre de su Hijo derramada en la Cruz. El don de piedad nos impulsa a tratar con inmenso respeto a quienes nos rodean, a compadecernos de sus necesidades y a tratar de remediarlas. Es más, el Espíritu Santo hace que en los demás veamos al mismo Cristo, a quien rendimos esos servicios y ayudas: en verdad os digo, siempre que lo hicisteis con algunos de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis11.

La piedad hacia los demás nos lleva a juzgarlos siempre con benignidad, «que camina de la mano con un filial afecto a Dios, nuestro Padre común»12; nos dispone a perdonar con facilidad las posibles ofensas recibidas, aun las que nos pueden resultar más dolorosas. Así nos lo indicó el Señor: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores13. Si el Señor se refiere aquí a ofensas graves, ¿cómo no vamos a perdonar y disculpar los pequeños roces que lleva consigo toda convivencia? El perdón generoso e incondicionado es un buen distintivo de los hijos de Dios.

III. Este don del Espíritu Santo nos mueve y nos facilita el amor filial a nuestra Madre del Cielo, a la que procuramos tratar con el más tierno afecto; la devoción a los ángeles y santos, particularmente a aquellos que ejercen un especial patrocinio sobre nosotros14; a las almas del Purgatorio, como almas queridas y necesitadas de nuestros sufragios; el amor al Papa, como Padre común de los cristianos... La virtud de la piedad, a la que perfecciona este don, inclina también a rendir honor y reverencia a las personas constituidas legítimamente en alguna autoridad, y en primer lugar a los padres.

La paternidad de la tierra viene a ser una participación y un reflejo de la de Dios, del cual proviene toda paternidad en el cielo y sobre la tierra15. «Ellos nos dieron la vida, y de ellos se sirvió el Altísimo para comunicarnos el alma y el entendimiento. Ellos nos instruyeron en la religión, en el trato humano y en la vida civil, y nos enseñaron a llevar una conducta íntegra y santa»16.

El sentido de la filiación divina nos impulsa a querer y a honrar cada vez mejor a nuestros padres, a respetar a los mayores (¡cómo premiará el Señor el cuidado de los que ya son ancianos!) y a las legítimas autoridades.

El don de piedad se extiende y llega más allá que los actos de la virtud de la religión17. El Espíritu Santo, mediante este don, impulsa todas las virtudes que de un modo u otro se relacionan con la justicia. Su campo de acción abarca nuestras relaciones con Dios, con los ángeles y con los hombres. Incluso con las cosas creadas, «consideradas como bienes familiares de la Casa de Dios»18; el don de piedad nos mueve a tratarlas con respeto por su relación con el Creador.

Movido por el Espíritu Santo, el cristiano lee con amor y veneración la Sagrada Escritura, que es como una carta que le envía su Padre desde el Cielo: «En los libros sagrados, el Padre, que está en el Cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos»19. Y trata con cariño las cosas santas, sobre todo las que pertenecen al culto divino.

Entre los frutos que el don de piedad produce en las almas dóciles a las gracias del Paráclito se encuentra la serenidad en todas las circunstancias; el abandono confiado en la Providencia, pues si Dios se cuida de todo lo creado, mucha más ternura manifestará con sus hijos20; la alegría, que es una característica propia de los hijos de Dios. «Que nadie lea tristeza ni dolor en tu cara, cuando difundes por el ambiente del mundo el aroma de tu sacrificio: los hijos de Dios han de ser siempre sembradores de paz y de alegría»21.

Si muchas veces cada día consideramos que somos hijos de Dios, el Espíritu Santo irá fomentando cada vez más ese trato filial y confiado con nuestro Padre del Cielo. La caridad con todos también facilitará el desarrollo de este don en nuestras almas.

1 Lc 11, 2. — 2 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 84. — 3 1 Jn 3, 1. — 4B. Perquin, Abba, Padre, Rialp, Madrid 1986, p. 9. — 5 Rom 8, 26. — 6 Cfr. Sal 43, 25. — 7 Sal 62, 2. — 8 Sal 72, 25. — 9 Sal 24, 5. — 10 Cfr. Rom 8, 28. — 11 Mt 25, 40. — 12 R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 4ª ed., Madrid 1982, vol I, p. 191. — 13 Mt 5, 44-45. — 14 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 121. — 15 Ef 3, 15. — 16 Catecismo Romano, III, 5, 9. — 17 Cfr. M. M. Philipon, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid 1983, p. 300.  18 Ibídem. — 19 Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, 21.  20 Cfr. Mt 6, 28.  21 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 59.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

San Fernando III
Rey de Castilla y de León

Santo seglar, que "no conoció el vicio ni el ocio", Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de san Luis IX, rey de Francia. Guerreó  con los moros, que ocupaban gran parte de España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.

En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mi reino que a todos los moros del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta fuera llamada tierra de María Santísima.

La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad. Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos después de haberles dado sabios consejos.

Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de 1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la paz".

Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.

Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre de Alfonso el Sabio.

 

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy:  Santos:  Félix I, papa; Gabino, Críspulo, Sico, Palatino, mártires; Exuperancio, Ausonio, Anastasio, presbíteros; Juana de Arco, virgen; Venancio, Isaac, Basilio, Emilia, confesores; Uberto, Gamo, monjes; Urbicio, abades.

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Juana de Arco, Santa Patrona de Francia y Doncella de Orleáns, Mayo 30  

Video de 2 minutos sobre su vida: https://youtu.be/PvEd0RTf1-U

Patrona de Francia y Doncella de Orleáns

Una jovencita de 13 años, de Domremy (Francia), llamada Juana de Arco, mientras rezaba en la iglesia de su pueblo, oyó voces misteriosas que la invitaban a liberar a Francia que estaba dominada en gran parte por los ingleses. Cuatro años después el gobernador de la provincia, a quien Juana de Arco le había contado lo que le había sucedido, la llevó donde el Delfín a Chinon. Al hablar con el futuro rey Carlos, ella demostró que conocía cosas secretísimas que solamente el cielo había podido revelarle. El Delfín, al principio, desconfió pero después se convenció de que la joven era enviada de Dios; entonces le confió el mando de las tropas que sitiaban a Orleáns, y en poco tiempo reconquistaron casi todo el territorio francés.

El Delfín fue coronado rey de Francia en Reims, pero, celoso de la popularidad de Juana, pactó una tregua con los ingleses. La joven, convencida de que esta tregua anulaba los esfuerzos y las victorias de su ejército, indignada, recomenzó la lucha con los pocos soldados que estaban de su parte.

 

En una emboscada cayó prisionera en manos del conde de Luxemburgo, que la entregó a los ingleses por un rescate digno de un rey. Ahora había que demostrar que Juana era una bruja, para poder declarar a Carlos VII como usurpador, pues había llegado a ser rey gracias a "diabólicas maquinaciones de una hereje". Sólo los jueces eclesiásticos tenían la autoridad de llevar a cabo este proceso.

El obispo Cauchon se prestó para esta intriga política. La ilegalidad del proceso era tal que Juana de Arco rechazó la legitimidad y apeló al Papa.

La heroica joven, encerrada en una cárcel militar contra toda ley eclesiástica, no pudo hacer llegar su voz a Roma y sus enemigos triunfaron y la condenaron a la hoguera. El atroz suplicio tuvo lugar en Rouen el 30 de mayo de 1431. Juana tenía 19 años.

Los actos del proceso fueron sometidos a revisión entre el 1450 y el 1456, y con la absolución de la imputada comenzó un irresistible desarrollo de veneración de la valiente Juana de Arco, por su fe pura y su genuino amor por la justicia y la verdad, llevados hasta el extremo sacrificio. En 1920 el Papa Benedicto XV la elevó al honor de los altares.

De todas las histories de los santos, la de Santa Juana de Arco es sin duda la más extraordinaria e increíble: una joven, campesina y sin estudios, a la cabeza de un ejército derrota a un aguerrido ejército, derriba fortalezas, corona a un rey y termina en la hoguera. Y todo en cuestión de dos años.

Un acontecimiento unido a la historia de toda una Nación, coloreada con fuertes tintes patrióticos y místicos.

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Fuente: Franciscanos.org
María Celina de la Presentación, Beata Clarisa, Mayo 30  

María Celina de la Presentación, Beata

María Celina de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María (en el siglo, Jeanne Germaine Castang) nació en Nojals, aldea de Dordoña (Francia), el 24 de mayo de 1878. Sus padres, Germain Castang y Marie Lafage, humildes campesinos pero testigos ejemplares del Evangelio, tuvieron doce hijos.

Fue bautizada el mismo día de su nacimiento y puesta bajo la protección de la Madre del Señor. A la edad de cuatro años, mientras jugaba con sus hermanos, cayó en las aguas heladas de un arroyo. El accidente le causó poliomielitis, privándola del uso de la pierna izquierda. A pesar de esa discapacidad, la niña no se encerró en sí misma, sino que colaboraba en los quehaceres domésticos. Frecuentó la escuela de su aldea, dirigida por las Hermanas de San José de Aubenas, y se destacó por su inteligencia y jovialidad. Se integró, además, en las actividades parroquiales.

En 1887 la familia, por una grave crisis económica, se vio obligada a abandonar su hermosa casa y trasladarse a vivir en una casucha en el campo. En la situación de indigencia de la familia, Jeanne Germaine, a sus diez años, dando muestras de humildad y disponibilidad, llegó incluso a ir al pueblo a pedir limosna para que sus padres y sus hermanos pudieran comer. Tuvo que abandonar la escuela y dejar de frecuentar diariamente la parroquia, porque le quedaba muy lejos.

En febrero de 1891, en el hospital infantil de Burdeos, se sometió a la operación de la pierna. Permaneció cinco meses en este centro de salud, soportando el dolor con "paciencia angélica", como testimoniaron las enfermeras del hospital, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. En julio de ese mismo año, aún convaleciente, entró en el Instituto "Nazaret" de Burdeos, dirigido por las Hermanas de Jesús María de Le Dorat, que acogía muchachas con dificultades, para recibir los cuidados que su familia no podía proporcionarles. Fue un período fecundo de su vida, porque allí comenzó a discernir con mayor claridad la voluntad de Dios para ella.

El 12 de junio de 1892 recibió, con extraordinaria devoción, la primera Comunión; y en julio sucesivo la Confirmación. Ya entonces daba la impresión de vivir constantemente en la presencia de Dios. El 29 de diciembre de ese año murió su madre y ocho días después su hermano mayor; por eso, Jeanne Germaine tuvo que encargarse de sus dos hermanas pequeñas, a las que se llevó al Instituto "Nazaret" de Burdeos.

Para entonces ya pensaba en consagrarse a Dios. Cuando las religiosas de San José de Aubenas, congregación a la que pertenecía su hermana mayor, acogieron a sus dos hermanas pequeñas, ella por fin pudo llevar adelante su plan de consagración total al Señor. Primero solicitó el ingreso en las clarisas de Burdeos y luego en las Religiosas de Jesús María de Le Dorat, pero no la aceptaron por su cojera y porque aún no tenía quince años. Tuvo que esperar.

Por fin, a los 18 años, el 12 de junio de 1896 pudo ingresar como postulante en el cercano monasterio "Ave María" de las clarisas, y el 21 de noviembre de ese mismo año vistió el hábito franciscano, tomando el nombre religioso de María Celina de la Presentación de la Santísima Virgen María.

En el convento conservó la actitud de caridad y servicio que la había caracterizado en su familia, y progresó sobre todo en el camino de la humildad, la mortificación y el ocultamiento. Su salud comenzó a empeorar. La enfermedad, que se manifestó en una grave forma de tuberculosis, reveló la grandeza de su fe y la firme voluntad de completar en su frágil cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo.

Pocos días antes de su muerte, escribió en su diario: "No te complacen los holocaustos ni las víctimas. ¡Heme aquí! He venido para tomar mi cruz. Me ofrezco como víctima, como Jesús... Hasta ahora he sacrificado todo: afectos, pensamientos... ¿Deberé ser ahora menos generosa? No. ¡Heme aquí! Corta, quema, amputa, haz de mí lo que quieras, con tal de que mi amor a ti aumente siempre más y más. Sólo pido esto".

El 30 de mayo de 1897, ciento noventa días después de ingresar en el noviciado, tras emitir la profesión religiosa "in artículo mortis", María Celina entregó su alma a Dios.

La beatificó el papa Benedicto XVI, y presidió la ceremonia de la beatificación, celebrada en Burdeos el 16 de septiembre de 2007, el cardenal José Saraiva, Prefecto de la Congregación para las causas de los santos.

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San José Marello

 

Nació en Turín el 26 de diciembre de 1844. A los 8 años su padre Vincenzo lo llevó a San Martino Alfieri junto a su hermano, donde fueron criados por sus abuelos que se hicieron cargo de ellos tras la muerte de su madre. José comenzó su formación bajo la tutela del maestro Silvestro Ponzo y del párroco Giovanni Battista Torchio. El buen sacerdote hizo una espléndida labor con el muchacho, aunque era extraordinariamente receptivo. Tan aplicado en el estudio que en el estío de 1856, para recompensar su esfuerzo y las excelentes calificaciones que obtuvo, su padre le premió con una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de la Misericordia, en Savona. Cosas de la providencia. Vincenzo podía haber elegido otro lugar para gratificar la dedicación de su hijo, pero tenía que ser precisamente el santuario. Y es que María esperaba al futuro santo con sus maternales brazos abiertos, y allí mismo le señaló la senda sacerdotal con un apremiante: «¡Hazte sacerdote, entra al seminario!». José acogió esta petición sin dudarlo. En el mes de octubre de ese año 1856, lo más pronto que pudo, ingresó en el seminario de Asti, preparándose concienzudamente para ser un buen sacerdote.

Su progenitor hubiese preferido que se dedicara a los negocios familiares. Y, en principio, la historia se convirtió en aliada suya. José solo pudo permanecer en el seminario tres años que fueron suficientes para mostrar su tesón, inteligencia, y otras muchas virtudes que se abrían paso sin quedar ahogadas en su fuerte carácter. Pero la segunda guerra de independencia del reino de Cerdeña en pugna con Austria, que se inició en 1859, introdujo un paréntesis en su vida, ya que el seminario de Asti fue tomado para destinarlo a los militares. Primeramente estuvo acogido en el domicilio de una familia local, hasta que en el verano de 1862, una vez culminados los estudios filosóficos en la curia diocesana, regresó a Turín. Vincenzo no ocultó su gozo ante esta nueva opción para la vida de su hijo que comenzó a especializarse en temas comerciales con el fin de llevar la rienda de las posesiones, como él deseaba. Sin embargo, se presentó un inesperado escollo; otro gesto de la providencia para salirse con la suya. En 1863 José contrajo el tifus y su salud se agravó peligrosamente. Ante tal impedimento fue rotundo: «Papá yo hubiera querido continuar con los estudios para hacerme sacerdote. Tú no has querido y yo te he obedecido. Pero la Virgen viendo los peligros en los que me encuentro, ha escuchado mi oración y está por liberarme. Si tú consientes que yo siga mi camino, me curaré rápidamente, de otro modo, la Virgen me llamará a sí». Al año siguiente, recuperado de la enfermedad y la crisis que había sufrido por mediación de la Virgen de la Consolación, reingresó en el seminario de Asti. Fue ordenado en septiembre de 1868. Mons. Carlo Savio que había reparado en sus cualidades lo escogió como secretario; fue un juicio acertadísimo. José puso todo su empeño en la formación moral y religiosa de la juventud, dedicaba largas horas a las confesiones y a la dirección espiritual en Michelerio, organizó cursos para los jóvenes obreros, y compaginaba su labor volcado también en las necesidades del clero. Fue canónigo de la catedral y se ocupó de una casa de reposo que no tenía medios para atender a los desvalidos; además, asistía a los ancianos. Todo ello le permitió conocer desde dentro los entresijos de la labor pastoral, pero en el fondo de su corazón se sentía llamado a la vida contemplativa. Trabajador infatigable, advertía: «El ruido no hace bien, y el bien no hace ruido». Mons. Savio le aseguró que Dios tenía para él otra misión. En 1869 acompañó al prelado al Concilio Vaticano I. Entre otros cardenales conoció al futuro papa León XIII. En 1873 murió Vincenzo. Dos años más tarde, hallándose en Roma, José mantuvo una audiencia privada con Pío IX.

El 14 de marzo de 1878, en la sede del Instituto Michelerio donde se propuso crear la Compañía de San José, fundó la Congregación de Oblatos de San José. Les dio como modelo al Santo Patriarca encomendándoles de forma particular que difundieran su culto, que formasen a la juventud y que estuviesen al servicio de las Iglesias locales, parroquias, orfanatos, escuelas... «Cartujos en casa y apóstoles fuera de casa»«Sed extraordinarios en las cosas ordinarias»,aconsejaba. En 1884 trasladó a los primeros Oblatos al hospicio de Santa Clara, que se convirtió en la casa madre de la congregación. El 23 de noviembre de 1888 fue designado obispo de Acqui; León XIII no había olvidado al joven virtuoso que conoció en el palacio del Quirinale. Desde el mes de junio de 1889 hasta su muerte en 1895, José ejerció su fecundo ministerio pastoral. Seguía persiguiendo la santidad como la deseaba para todos: «La unión con Dios debe ser ya desde aquí en la tierra nuestro único trabajo como noviciado de aquella unión perfecta que se consumará en el cielo. Todo lo demás debe ir ordenado a esta sola». Su consigna era: «Todos cuiden los intereses de Jesús». Sus visitas pastorales le permitieron conocer directamente las parroquias a las que accedió con los medios de la época, algunos precarios: tren, carro y caballo. En todas ellas fue ganándose el afecto de los fieles. El 30 de mayo de 1895 el superior de los padres escolapios le invitó a participar en Savona en la celebración del tercer centenario de la muerte de Felipe Neri. Siempre había tenido una salud precaria, y en ese instante no se hallaba precisamente en buen estado, pero dijo: «se celebra la fiesta de san Felipe Neri y si Dios quiere se muere». Así fue. Ese día al terminar de celebrar la Eucaristía en la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia de Savona, en plena visita pastoral entregó su alma a Dios. Pablo VI lo beatificó el 12 de junio de 1978. Juan Pablo II lo canonizó el 25 de noviembre de 2001. León XIII lo denominó «lumbrera del episcopado».

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Isaac, Santo Abad y Fundador, Mayo 30  

Isaac, Santo

Asceta

Etimológicamente significa "sonriente". Viene de la lengua hebrea.

Este santo dio un salto capital en su vida. Pasaba sus años felices como ermitaño en el desierto de Siria.

Pero, ante la voz del emperador, tuvo que abandonar su soledad, su mortificación y su penitencia, para trasladarse a Constantinopla. Nadie se podía imaginar que un ermitaño pudiese desempeñar el papel que llevó a cabo junto al emperador.

Se sabe que esta metrópolis quedó sin monasterios por causa de la herejía arriana. Y en aquel tiempo –como ocurre hoy– no se concebía una vida cultural, moral y religiosa sana sin la existencia de estos lugares santos.

Por eso, el cometido fundamental de Isaac consistió en restaurar los monasterios.

Su influencia en este terreno fue muy grande. Tan es así que los monjes le honraban como a su padre.

Era un asceta ejemplar. Pero cometió el error de ponerse en contra de san Juan Crisóstomo, arzobispo de la capital.

Arrepentido por lo que había hecho, se retiró a un monasterio, para nunca más en su vida inmiscuirse en asuntos políticos y eclesiásticos.

Murió en el año 406.

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Fuente: servidimaria.org
Santiago Felipe Bertoni, Beato Servita, Mayo 30  

Santiago Felipe Bertoni, Beato

Se aplicaba con sumo interés al estudio de las enseñanzas evangélicas y de la sagrada Escritura

Santiago Felipe nació en Faenza de padres virtuosos y de modesta condición, llamados Miserino de la Cella y Dominga. Él antes de abrazar la vida religiosa, se llamaba Andrés.

Acometido de ataques epilépticos a la edad de dos años, el padre hizo voto, si el hijo sanaba, de consagrarlo al Señor como fraile. Andrés desde tierna edad acudía con frecuencia a la iglesia. No se entregaba a los juegos y diversiones propios de su edad. Por temperamento fue más bien tímido y retraído y aficionado a la soledad.

En torno a los nueve años, el padre, en cumplimiento de su voto, lo agregó a la Orden de los Siervos de la Bienaventurada Virgen María. En esta nueva vida recibió el nombre de fray Santiago Felipe. Una vez iniciado en la vida religiosa, siendo aún niño, empezó a sobresalir por la obediencia y exacta observancia de la Regla; llegado a la edad adulta practicaba a menudo ayunos y vigilias. Se aplicaba con sumo interés al estudio de las enseñanzas evangélicas y de la sagrada Escritura. Parece que su alimento era la lectura asidua de la vida de los santos Padres y de los ejemplos de castidad, de obediencia, de humildad, de los santos. Desde muy joven se dedicó con tanto esmero a los estudios literarios, que logró comprender con facilidad y exactitud las obras de autores cristianos y latinos de más fama. Conocía a la perfección las ceremonias rituales de la Iglesia y de la Orden y las rúbricas del breviario, y las observaba cuidadosamente.

Cubrió algunos cargos conventuales con plena satisfacción de los frailes. Era, en efecto, de temperamento afable, manso y servicial. Nunca se le vio alterado o airado. Cuando alguien lo ofendía, soportaba con ánimo sereno las injurias; él, por su parte, nunca ofendía a nadie. Fue siempre parco en el hablar: no sólo evitaba las palabras inconvenientes, sino también las inútiles; si alguna vez conversando, escuchaba expresiones obscenas, se le ensombrecía el rostro, corregía al importuno con breve admonición , y se alejaba.

Ordenado sacerdote, celebraba los divinos misterios con devoción y veneración incomparables, hasta llegar a derramar lágrimas; ninguno como él contemplaba tan profundamente el misterio de la cruz cuando tenía entre las manos el Cuerpo de Cristo. Fue enemigo declarado del ocio, al que llamaba receptáculo de todos los vicios. Se reunía con los demás frailes para la celebración y el canto de la oración coral; el tiempo que le quedaba lo pasaba en la celda ocupado en la oración o en la lectura; a veces recreaba su mente con trabajos manuales de bordado o taraceado: siempre estaba ocupado en algo. Paseaba por los corredores casi siempre solo, meditabundo y cabizbajo. Leía con avidez los libros sagrados y las obras de san Jerónimo, en especial se enfrascaba con la lectura del opúsculo [del Pseudo Eusebio] sobre la muerte de este santo. Llegó un momento en que ya sólo pensaba en las realidades eternas y se alimentaba más de las cosas celestiales que de los manjares corporales, puesto que comía una sola vez al día y se contentaba con un alimento parco y frugal; pero cuando lo llamaba el superior comía lo que estaba preparado para toda la comunidad. Los viernes, en memoria de la pasión del Señor, llevaba un cilicio y comía solo verduras.

Nada rehuía tanto como las alabanzas: aunque todos lo tenían en gran aprecio, fue más estimado de Dios que de los hombres. A ejemplo del Salvador, quiso ser tenido en nada y despreciado: lo que más deseaba en su interior era agradar a Dios, su Padre y creador, y seguir las huellas de nuestro Redentor.

Pasó los últimos días de su vida enfermo; ´le no lo decía, pero en su semblante se manifestaba su precario estado; en efecto, cuando le preguntaban cómo se encontraba, siempre respondía: "Bien, porque así lo quiere el Señor". Nunca se impacientó ni se quejó, ni siquiera al afrontar la muerte, y esa conducta observó toda su vida. Aunque estaba enfermo, no guardaba cama, sino que iba de un lado para otro. La vigilia de su muerte asistió al coro con los demás frailes para el canto de maitines; el día anterior por la mañana había celebrado la misa.

La tarde anterior al día de su muerte visitó a cada uno de los frailes para pedirles humildemente perdón y para que lo recordaran en sus oraciones del días siguiente. Porque estaba convencido que se acercaba su fin.

A la edad de veinticinco años tornó victorioso a la patria celestial, el veinticinco de mayo hacía las tres de la tarde: era el domingo de la santísima Trinidad. Su estatura era algo más que mediana; era tan macilento que su piel estaba adherida a los huesos; tenía el rostro afilado, la nariz algo larga, los ojos hundidos, el cuello erguido, los dedos alargados; su tez era notablemente pálida.

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Fuente: Vatican.va
Marta Wiecka, Beata Religiosa, 30 de mayo  

Marta Wiecka, Beata

Hija de la Caridad

Nació el 12 de enero de 1874 en Nowy Wiec al noroeste de Polonia. Fue bautizada seis días después con los nombres de Marta Ana. Era la tercera de los 13 hijos de Marcelino y Paulina. Sus padres, dueños de un campo de cien hectáreas, vivían un ambiente de fe profunda. En la casa de Marta se rezaba el Rosario en familia todos los días, se leían las biografías de los santos u otros libros religiosos, y se compartía el contenido de la homilía dominical.

El Estado polaco había desaparecido del mapa de Europa en el año 1795 después de las tres reparticiones sucesivas de su territorio entre Austria, Prusia y Rusia. Nowy Wiec se hallaba en la región prusiana cuyas autoridades, aplicando métodos impositivos y a veces brutales, sometían a la población a una germanización forzosa. La familia Wiecka, juntamente con otras muchas, constituyeron la base de la oposición ante la invasión germánica.

A la edad de dos años Marta cayó tan gravemente enferma, que estuvo a las puertas de la muerte. La mejoría radical sucedió tras una insistente oración a la Virgen en su santuario de Piaseczno. La familia interpretó este hecho como milagro, e impulsó a Marta a mantener siempre una relación cercana y filial con la santísima Virgen. Toda su vida estuvo marcada por la devoción mariana. Ella misma afirmaba que recurría a la Virgen en todas sus necesidades y María jamás le había negado nada de lo que pedía.

Desde su infancia, Marta ayudaba en casa cuanto podía. Los vecinos testimoniaron que era una chica piadosa, amable y humilde de corazón, de carácter recto; sobre todo, irradiaba serenidad y alegría. Su familia y sus vecinos conocían también su honda devoción a san Juan Nepomuceno. Siendo niña encontró una estatua de este santo y organizó su restauración, tras la cual fue colocada frente a su casa. Muchas veces se la podía ver rezando ante ella; y durante toda la vida conservó la devoción a este santo.

El 3 de octubre de 1886, a los 12 años de edad, recibió la primera Comunión. A partir de esta fecha, su unión con Jesucristo Eucaristía se fortaleció y su vida de oración se centró totalmente en él. Cuando podía, se dirigía a la iglesia parroquial, a 12 kilómetros de Nowy Wiec, para participar en la Eucaristía. En su casa dedicaba frecuentemente su tiempo a la oración. Cuando su madre se enfermó, la reemplazó en algunos trabajos de la casa, sobre todo en el cuidado de los niños más pequeños.

A los dieciséis años pidió el ingreso en la Compañía de las Hijas de la Caridad. La visitadora la hizo esperar dos años, hasta alcanzar la edad exigida. En el año 1892, a los 18 años lo solicitó de nuevo con su amiga Mónica Gdaniec, pero no fue admitida en Chelmno porque había exceso de postulantes. Entonces el número de admisiones estaba restringido por las autoridades prusianas. Ambas amigas, viajaron a Cracovia, que estaba entonces bajo el dominio austriaco, y allí, el 26 de abril de 1892, fueron admitidas en el postulantado. Después de cuatro meses, el 12 de agosto, entraron en el noviciado. Allí, durante ocho meses de formación inicial, asimiló el ideal de las Hijas de la Caridad que iba a desarrollar en los años posteriores.

Después de la toma de hábito, el 21 de abril de 1893, sor Marta fue destinada al Hospital general de Lvov, que se hallaba en la parte austriaca, y pertenecía a la provincia de Cracovia. Muy pronto se ganó la estima de una hermana por su amor y servicio a los enfermos con gran entrega y abnegación. La estancia en Lvov duró año y medio. Luego fue trasladada al pequeño hospital de Podhajce, donde durante cinco años también dio testimonio de devoción y cariño en el cuidado de los pacientes. En este hospital emitió los primeros votos, el 15 de agosto de 1897, ratificando su entrega total a Dios para servirle en los más pobres.

En 1899 fue destinada al hospital de Bochnia, ciudad cercana a Cracovia. En ese tiempo sor Marta tuvo una visión de la cruz, desde la cual le habló el Señor animándola a soportar todas las contrariedades y le prometió llevarla pronto consigo. Este acontecimiento despertó en ella un celo todavía más intenso en su trabajo y una fuerte añoranza del cielo. La prueba anunciada no tardó en llegar. Un hombre desmoralizado, al salir del hospital, divulgó por la ciudad la falsa noticia de que sor Marta había quedado embarazada por su relación amorosa con un paciente joven, pariente del párroco. A partir de entonces cayó sobre ella una ola de afrentas maliciosas de parte de los habitantes de la ciudad. Ella no dejó de cumplir sus deberes con la servicialidad y cariño de siempre. A pesar de sufrir persecución moral, soportaba esta calumnia en silencio abandonándose en manos de Dios.

En el año 1902 fue destinada al hospital de Sniatyn (hoy en Ucrania). El párroco del lugar pronto se dio cuenta de la profundidad espiritual de sor Marta y de su don de discernimiento de las almas. Y empezó a enviarle personas que no necesitaban cuidados de enfermería sino consejo y dirección espiritual. Sor Marta no se limitaba sólo a esta tarea; socorría y servía con fervor a todos los necesitados.

Amaba mucho su vocación e irradiaba alegría y satisfacción en su entrega a los pobres. Siempre tenía una sonrisa sincera en su rostro. Sabía establecer empatía con sus pacientes cuyos sufrimientos físicos y morales aliviaba. De forma discreta y callada les ayudaba en la preparación para la confesión, les instruía sobre la doctrina de la fe, les ayudaba a resolver los problemas en coherencia con su visión cristiana de la vida. Para el rezo del vía crucis en la capilla la acompañaban habitualmente cerca de cuarenta enfermos.

Poseía un don singular para reconciliar las almas con Dios. En su departamento nadie moría sin confesarse e incluso, más de una vez, algunos pacientes judíos pidieron ser bautizados. Sor Marta trataba con la misma atención y caridad a todos los enfermos , fueran polacos, ucranios o judíos, greco-católicos, ortodoxos o católicos. La fuerza para servir con esta entrega radical le venía de la oración.

Tanto su vida como su muerte estuvieron selladas por el amor auténtico a Dios y al prójimo, fuente y centro de su existencia. En 1904, consciente del peligro que esto conllevaba, se ofreció a sustituir a un empleado del hospital en la desinfección de una habitación donde había muerto una enferma de tifus. Sor Marta realizó este trabajo de buen grado. Y lo hizo para que no se contagiase el operario que debía hacerlo, cuyo trabajo constituía el sustento de su mujer e hijo. Sor Marta sintió la fiebre enseguida, pero se empeñó en terminar todas sus actividades. Durante la última semana en el hospital se hizo todo lo posible para curarla. A estos esfuerzos les acompañaba una continua oración de pacientes y empleados del hospital y personas buenas de toda la ciudad. Los judíos encendían velas en la sinagoga por sus intenciones. Gran número de personas esperaba frente al hospital interesándose por su salud. Después de recibir el santo Viático, sor Marta realizó una oración intensa y profunda, considerada por los testigos como un verdadero éxtasis. Murió serenamente, en Sniatyn, el 30 de mayo de 1904.

Los fieles del lugar cuidaron y veneraron la tumba de sor Marta. Durante más de cien años ha estado continuamente cubierta de flores, velas y una especie de tapetes bordados, muy tradicionales en esa región. Aun en los años del régimen soviético acudían a ella, y así lo siguen haciendo en la actualidad los peregrinos y habitantes del lugar.

Fue beatificada por el Cardenal Bertone, en represetación de S.S. Benedicto XVI, el 24 de mayo de 2008.

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José Gérard, Beato

José Gérard nació el 12 de Marzo de 1831 dentro de una familia de labradores en la provincia de Lorraine en Francia. Parte de su niñez la pasó siendo pastor de ovejas.

José Gérard escribe sobre una tal Hermana Odile que lo preparó para su Primera Comunión, un evento que tuvo un gran impacto en su vida. Entre otras personas que tuvieron un gran impacto en su vida están Monsieur Richard y el Abbé Cayens. Monsieur Richard ofreció pagar la educación del joven y lo guió en una enseñanza sobre el arte de orar. El Abbé Cayens fue misionero en Argelia y vio una posible vocación sacerdotal en el joven José Gérard. Por lo tanto lo ayudó a aprender Latín y luego lo guió al seminario menor en Pont-à-Mousson.

También estudió algún tiempo en el seminario mayor de Nancy. Llegó a conocer a los Oblatos a través de algunos misioneros Oblatos que visitaron el seminario. Entró al noviciado y el 10 de Mayo de 1852 tomo sus votos perpetuos.

El 3 de Abril de 1853 fue ordenado Diacono por el Obispo Eugenio de Mazenod. El Obispo luego le pidió que ejerciera su misión en el reino de Natal en el Sur de África. En mayo de 1853 José Gérard tomó un barco con otros dos Oblatos al pequeño reino.

En 1854 El Obispo Allard lo ordenó sacerdote y comenzó su trabajo con un grupo de Irlandeses en Pietermaritzburg. Su misión era de ser con los Zulúes de Natal y por lo tanto tenia que aprender el idioma Zulú junto con el Inglés que usaba con los Irlandeses. Para aprender el idioma decidió pedir permiso para crear una misión en un pueblo Zulú. José Gérard trató varias veces a evangelizar a los Zulúes pero no tuvo éxito.

José Gérard decidió tomar su misión al oeste de Natal a un pueblo llamado Roma en otro reino llamado Lesotho. Allí conversó con el jefe de una tribu familia de los Zulúes de Natal. El jefe le dio permiso a construir una Iglesia y ejercer su misión. Tuvo que aprender un idioma nuevo y una cultura nueva, pero siguió adelante. Después de dos años tuvo su primer catecúmeno. El jefe de la tribu también se convirtió después de algunos años. Después de 22 años en Roma decidió llevar su misión al norte de Lesotho y comenzó la Misión de Santa Mónica donde trabajo con los Basothos. Luego regresó a Roma donde viviría el resto de su vida. En 1914 se encontró con una enfermedad que lo dejó en cama. El 22 de Mayo celebró su última Misa.

El 29 de Mayo Padre José Gérard dio su último sí a Dios con la palabra Amén. Aunque sufrió muchos desafíos en su misión en África, el Padre Gérard nunca se dio por vencido. Siempre fue fiel a su voto de perseverancia. Dado a esto muchos de los nativos de aquellos países en el sur de África se convirtieron a la fe Católica. El Padre José Gérard fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 15 de Septiembre en Maseru, Lesotho donde le dieron el titulo de Apóstol de Lesotho.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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