J†A
  JMJ
  Pax
  †   Lectura del santo Evangelio según san Juan 4, 43-54
  Gloria a ti, Señor.
  En   aquel tiempo salió Jesús de Samaria y continuó su viaje hacia Galilea. El mismo   Jesús había declarado que un profeta no es bien considerado en su propia   tierra.
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, pues también   ellos habían estado en Jerusalén por la fiesta de la pascua y habían visto todo   lo que Jesús hizo en aquella ocasión.
Jesús visitó de nuevo Caná de Galilea,   donde había convertido el agua en vino. Había allí un 
funcionario del rey,   que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 
Cuando se enteró de que Jesús venía   de Judea a Galilea, salió a su encuentro para suplicarle que fuera a su casa y   sanara a su hijo, que estaba a punto de morir. Jesús le dijo:
"Si no ven   signos y prodigios son incapaces de creer".
Pero el funcionario   insistía:
"Señor, ven pronto, antes de que muera mi hijo".
Jesús le   dijo:
"Regresa a tu casa; tu hijo ya está bien".
El hombre creyó en lo que   Jesús le había dicho, y se fue. Cuando regresaba a su casa, le salieron al   encuentro sus criados para darle la noticia de que su hijo estaba bien. Entonces   él les preguntó a qué hora había comenzado la mejoría. Los criados le   dijeron:
"Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre".
El padre   comprobó que la mejoría de su hijo había comenzado en el mismo momento en que   Jesús le había dicho: "Tu hijo está curado"; y creyeron en Jesús él y todos los   suyos. Este segundo signo lo hizo Jesús al regresar de Judea a   Galilea.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
  Suplicamos tu   oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus   oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te   salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre   todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre   de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.   Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa! 
  Aclaración:   una relación muere sin comunicación   y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras   de vida eterna"   (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no   basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite   ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han   sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
  Por leer la Palabra, no se debe   dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse   el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al   Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y   nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias   por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en   CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
  Nota: es una película protestante, por eso   falta LA MADRE.
  Lo que no ven tus ojos (2 minutos):   http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
  El Gran Milagro (película completa):   http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
  Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
    "El GRAN tesoro oculto de la Santa   Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc 
  Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo,   tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc   14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y   no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros"   (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre   dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si   comulgamos   en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y   renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero   (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios,   que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos   auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es   ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la   Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo,   pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama   realmente?
  Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el   primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las   fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos   pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana:   0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses"   son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren   baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué   no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que   todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa   grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10;   Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
  Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir   "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir   "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad",   "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la   tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la   Misa?
  Estamos en el mundo para ser felices para siempre,   santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la   Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el   representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes   de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el   Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm   14,23). ¿Otros pecados mortales? no   confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al   menos en tiempo pascual (920),   abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos),   promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación   artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual   fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón,   borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de   venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver   más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
  Si no ponemos los medios para confesamos lo antes   posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al   infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22;   10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.).   Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves,   si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay   excusa.
   
    
  † Misal
   
  lun 4a. Sem cuaresma
    Yo   confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en   mi congoja.
   
    Oremos:
Dios nuestro, que renuevas el mundo por medio de tus   sacramentos divinos; concede a tu Iglesia aprovechar estos signos misteriosos de   tu presencia y asístela siempre en sus necesidades materiales. 
Por nuestro   Señor Jesucristo... 
Amén.
   
    Ya   no se oirán gemidos ni llantos
  Lectura del libro del profeta Isaías 65,   17-21
  Esto dice le Señor: 
"Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y   una tierra nueva; lo pasado no se recordará ni se volverá a pensar a ello, sino   que habrá alegría y gozo eterno por lo que voy a crear. 
Pues convertiré en   gozo a Jerusalén y a sus habitantes en alegría; me gozaré por Jerusalén y me   alegraré por mi pueblo, y ya no se oirán en ella llantos ni lamentos. Ya no   habrá allí niños que mueran al nacer ni ancianos que no completen sus años, pues   será joven quien muera a los cien años, y a quien no llegue a ellos se le tendrá   por maldito.
Construirán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán   su fruto".
Palabra de Dios.
Te alabamos,   Señor.
    Te   ensalzaré, Señor, porque me has librado.
  Yo   te alabo, Señor, porque me has librado, no has dejado que mis enemigos se rían   de mí. Tú, Señor, me libraste del abismo, me reanimaste cuando estaba a punto de   morir. 
Te ensalzaré, Señor, porque me has   librado.
  Canten al Señor, fieles suyos, den gracias a su santo nombre.   Porque su enojo dura un instante, pero su bondad, toda la vida: por la tarde nos   domina el llanto, por la mañana todo es alegría.
Te ensalzaré, Señor,   porque me has librado.
  Escucha, Señor, ten compasión de mí, Señor, ven en mi ayuda. Tú   cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por   siempre.
Te ensalzaré, Señor, porque me has   librado.
    Honor y gloria a ti, Señor Jesús. 
Busquen el bien y no el mal para que vivan, y el Señor estará con   ustedes.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
    Vete, tu hijo ya está sano
  † Lectura del santo Evangelio según san Juan 4,   43-54
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo salió Jesús de Samaria y continuó su viaje hacia   Galilea. El mismo Jesús había declarado que un profeta no es bien considerado en   su propia tierra.
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien,   pues también ellos habían estado en Jerusalén por la fiesta de la pascua y   habían visto todo lo que Jesús hizo en aquella ocasión.
Jesús visitó de nuevo   Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un   
funcionario del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 
Cuando se   enteró de que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro para   suplicarle que fuera a su casa y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.   Jesús le dijo:
"Si no ven signos y prodigios son incapaces de creer".
Pero   el funcionario insistía:
"Señor, ven pronto, antes de que muera mi   hijo".
Jesús le dijo:
"Regresa a tu casa; tu hijo ya está bien".
El   hombre creyó en lo que Jesús le había dicho, y se fue. Cuando regresaba a su   casa, le salieron al encuentro sus criados para darle la noticia de que su hijo   estaba bien. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado la mejoría. Los   criados le dijeron:
"Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la   fiebre".
El padre comprobó que la mejoría de su hijo había comenzado en el   mismo momento en que Jesús le había dicho: "Tu hijo está curado"; y creyeron en   Jesús él y todos los suyos. Este segundo signo lo hizo Jesús al regresar de   Judea a Galilea.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor   Jesús.
   
    Señor, concédenos recibir todo el fruto de estas ofrendas que te   presentamos, para que muera en nosotros el antiguo poder del pecado y nos   renovemos con la participación en tu vida divina.
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén.
   
    El camino del éxodo en el desierto   cuaresmal
  En verdad es justo bendecir tu nombre, Padre rico en misericordia,   ahora que, en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de   Cristo, maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor.
Tú abres a   la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para   que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado,   reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza, convocado para bendecir tu   nombre,escuchar tu Palabra, y experimentar con gozo tus maravillas.
Por estos   signos de salvación, unidos a los ángeles, ministros de tu gloria, proclamamos   el canto de tu alabanza:
    Les   infundiré mi espíritu para que vivan según mis mandamientos y cumplan mi   voluntad, dice el Señor.
   
    Oremos:
Que esta santa comunión, Señor, renueve y santifique   nuestra vida y nos ayude a alcanzar los bienes eternos.   
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén
    
  
  † Meditación diaria
  Cuaresma. 4ª semana. Lunes
  LA ORACIóN PERSONAL
  — Necesidad de la oración. El ejemplo de Jesús.
  — Oración personal: diálogo confiado con Dios.
  — Poner los medios para rezar con recogimiento y evitar las   distracciones.
  I. Estaba Jesús orando en cierto lugar...1.   Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas   para orar2; y se pone particularmente de relieve en los momentos más   importantes de su ministerio público: Bautismo3, elección de los   Apóstoles4, primera multiplicación de los panes5,   transfiguración6, etcétera. Era una actitud habitual de Jesús: "A   veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo   enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante!"7.   ¡Cómo nos ayuda a nosotros!
  En esta Cuaresma podemos fijarnos especialmente en una escena que   contemplamos en el Santo Rosario: la oración de Jesús en el Huerto.   Inmediatamente antes de entregarse a la Pasión, el Señor se dirige con los   Apóstoles al Huerto de Getsemaní. Muchas veces había rezado Jesús en aquel   lugar, pues San Lucas dice: Salió y fue como de costumbre al monte de los   Olivos8. Pero esta vez la oración de Jesús tendrá un matiz muy   particular, porque ha llegado la hora de su agonía.
  Llegado a Getsemaní, les dijo: Orad, para no caer en   tentación9. Antes de retirarse un poco para orar, el Señor pide a   los Apóstoles que permanezcan también en oración. Sabe Jesús que se acerca para   ellos una fuerte tentación de escándalo al ver que es apresado su Maestro. Se lo   ha comunicado ya durante la Última Cena, y ahora les advierte que no podrán   resistir la prueba si no permanecen vigilantes y orando.
  La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el   trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. "Si se abandona   la oración, primero se vive de las reservas espirituales..., y después, de la   trampa"10. En cambio, la oración nos une a Dios, que nos dice: Sin   mí no podéis hacer nada11. Conviene orar   perseverantemente12, sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y   tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida.   Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de   la Cruz, y "sin oración, ¡qué difícil es   acompañarle!"13.
  El Señor nos enseña con el ejemplo de su vida cuál ha de ser   nuestra actitud: dialogar siempre filialmente con Dios. "No es otra cosa oración   mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a   solas con quien sabemos nos ama"14. Siempre hemos de procurar tener   presencia de Dios y contemplar los misterios de nuestra fe. Ese diálogo con Dios   no debe interrumpirse; más aún, debe hacerse en medio de todas las actividades.   Pero es indispensable que sea más intenso en esos ratos que diariamente   dedicamos a la oración mental: meditamos y hablamos en su presencia sabiendo que   verdaderamente Él nos oye y nos ve. Quizá sea la necesidad de la oración,   junto con la de vivir la caridad, uno de los puntos en los que el Señor insistió   más veces en su predicación.
  II. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, puesto de   rodillas, oraba, diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no   se haga mi voluntad, sino la tuya15.
  Cuando el sufrimiento espiritual es tan intenso que le hace entrar   en agonía, el Señor se dirige a su Padre con una oración llena de confianza. Le   llama Abba, Padre, y le dirige palabras íntimas. Ese es el camino que   debemos seguir también nosotros. En nuestra vida habrá momentos de paz   espiritual y otros de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo,   con tentaciones de desaliento... La imagen de Jesús en el Huerto nos señala cómo   hemos de proceder siempre: con una oración perseverante y confiada. Para avanzar   en el camino hacia la santidad, pero especialmente cuando sintamos el peso de   nuestra debilidad, hemos de recogernos en oración, en conversación íntima con el   Señor.
  La oración pública (o en común) en la que participan todos los   fieles es santa y necesaria, pues Dios quiere ver a sus hijos también juntos   orando16, pero nunca puede sustituir al precepto del Señor: tú, en   tu aposento, cerrada la puerta, ora a tu Padre17. La liturgia es   la oración pública por excelencia, "es la cumbre hacia la cual tiende toda la   actividad de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de donde mana toda su fuerza   (...). Con todo, la vida espiritual no se contiene en la sola participación de   la sagrada Liturgia. Pues el cristiano, llamado a orar en común, debe sin   embargo entrar también en su aposento y orar a su Padre en lo oculto, es más,   según señala el Apóstol, debe rezar sin interrupción (1 Tes, 5,   17)"18.
  La oración hecha en común con otros cristianos también debe ser   oración personal, mientras los labios la recitan con las pausas oportunas y la   mente pone en ella toda su atención.
  En la oración personal se habla con Dios como en la conversación   que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos,   oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora   intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar,   dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar –como los Apóstoles– en las   enseñanzas divinas. "Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?"   —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones   nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!; y hacimientos de gracias y   peticiones: y Amor y desagravio.
  "En dos palabras: conocerle y conocerte:   "¡tratarse!""19.
  Nunca puede ser plegaria anónima, impersonal, perdida entre los   demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con   cada uno de ellos, y al final de la vida la salvación o condenación dependerán   de la correspondencia personal de cada uno. Debe ser el diálogo de una persona   concreta –que tiene un ideal y una profesión determinada, y unas amistades   propias..., y unas gracias de Dios específicas– con su Padre   Dios.
  III. Cuando se levantó de la oración y llegó hasta los   discípulos, los encontró adormilados por la tristeza. Y les dijo: ¿Por qué   dormís? Levantaos y orad para no caer en   tentación20.
  Los apóstoles han descuidado el mandato del Señor. Los había   dejado allí, cerca de Él, para que velaran y orasen y así no cayeran en la   tentación: pero aún no aman bastante, y se dejan vencer por el sueño y la   flaqueza, abandonando a Jesús en aquel momento de agonía. El sueño, imagen de la   debilidad humana, ha permitido que se apodere de ellos una tristeza mala:   decaimiento, falta de espíritu de lucha, abandono de la vida de   piedad.
  No caeremos en esa situación si mantenemos vivo el diálogo con   Dios en cada rato de oración. Frecuentemente tendremos que acudir a los Santos   Evangelios o a otro libro –como este que lees–, para que nos ayude a encauzar   ese diálogo, aproximarnos más al Señor, en el que nada ni nadie nos puede   sustituir. Así hicieron muchos santos: "Si no era acabando de comulgar –dice   Santa Teresa– jamás osaba comenzar a tener oración sin libro, que tanto temía mi   alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este   remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes   de los muchos pensamientos, andaba consolada"21.
  Hemos de poner los medios para hacer esa oración mental con   recogimiento. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias, siempre   que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Y a la hora que hayamos   determinado en nuestro plan de vida ordinario. En la oración estaremos también   prevenidos contra las distracciones; esto supone, en gran medida, la   mortificación de la memoria y de la imaginación, apartando lo que nos impida   estar atentos a nuestro Dios. Hemos de evitar el tener "los sentidos despiertos   y el alma dormida"22.
  Si luchamos con decisión contra las distracciones, el Señor nos   facilitará la vuelta al diálogo con Él; además, el Ángel Custodio tiene, entre   otras, la misión de interceder por nosotros. Lo importante es no querer estar   distraídos y no estarlo voluntariamente. Las distracciones involuntarias, que   nos vienen a pesar nuestro, y que procuramos rechazar en cuanto somos   conscientes, no quitan provecho ni mérito a nuestra oración. No se enfadan el   padre y la madre porque balbucee sin sentido el niño que todavía no sabe hablar.   Dios conoce nuestra flaqueza y tiene paciencia, pero hemos de pedirle:   "concédenos el espíritu de oración"23.
  Al Señor le será grato que hagamos el propósito de mejorar en la   oración mental todos los días de nuestra vida; también aquellos en los que nos   parezca costosa, difícil y árida, porque "la oración no es problema de hablar o   de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor,   aunque no se diga nada"24. Si lo hacemos así, toda nuestra vida   saldrá enriquecida y fortalecida. La oración es un potentísimo faro que da luz   para iluminar mejor los problemas, para conocer mejor a las personas y así poder   ayudarlas en su caminar hacia Cristo, para situar en su verdadero lugar aquellos   asuntos que nos preocupan. La oración deja en el alma una atmósfera de serenidad   y de paz que se transmite a los demás. La alegría que produce es un anticipo de   la felicidad del Cielo.
  Ninguna persona de este mundo ha sabido tratar a Jesús como su   Madre Santa María, que pasó largas horas mirándole, hablando con Él, tratándole   con sencillez y veneración. Si acudimos a Nuestra Madre del Cielo, aprenderemos   muy pronto a hablar, llenos de confianza, con Jesús, y a seguirle de cerca, muy   unidos a su Cruz.
  1 Lc   11, 1-3. — 2 Cfr. Mt 14, 23; Mc 1, 35; Lc 5, 16;   etc. — 3 Cfr. Lc 3, 21. — 4 Cfr. Lc 6, 12. —   5 Cfr. Mc 6, 46. — 6 Cfr. Lc 9, 29. — 7 San   Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 119. — 8 Lc 22, 39.   — 9 Lc 22, 40. — 10 San Josemaría Escrivá, Surco, n.   445. — 11 Jn 15, 5. — 12 Cfr. Lc 18, 1. — 13   San Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. — 14 Santa Teresa,   Vida, 8, 2. — 15 Lc 22, 41-42. — 16 Cfr. Mt   18, 19-20. — 17 Mt 6, 6. — 18 Conc. Vat. II, Const.   Sacrosanctum Concilium, 10, 12. — 19 San Josemaría Escrivá,   Camino, n. 91. — 20 Lc 22, 45-46. — 21 Santa Teresa,   Vida, 6, 3. — 22 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n.   368. — 23 Preces de laudes. Lunes IV semana de Cuaresma. —   24 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 464.
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  † Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
   
  
  Beato José Gabriel del Rosario Brochero 
  Nació en los aledaños de Santa Rosa de Río Primero (Córdoba) el 16   de marzo de 1840. Era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las tareas   rurales de su padre. Creció en el seno de una familia de profunda vida   cristiana. Dos de sus hermanas fueron religiosas del Huerto.
  Habiendo ingresado al Colegio Seminario Ntra. Sra. de Loreto el 5   de marzo de 1856, fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866. Como   ayudante de las tareas pastorales de la Catedral de Córdoba, desempeñó su   ministerio sacerdotal durante la epidemia de cólera que desbastó a la ciudad.   Siendo Prefecto de Estudios del Seminario Mayor, obtuvo el título de Maestro en   filosofía por la Universidad de Córdoba.
  A fines de 1869 asumió el extenso Curato de San Alberto de 4.336   kilómetros cuadrados. Con poco más de 10.000 habitantes que vivían en lugares   distantes sin caminos y sin escuelas.
  Incomunicados por las Sierras Grandes de más de 2.000 metros de   altura. El estado moral y la indigencia material de sus habitantes eran   lamentables. El corazón apostólico de Brochero no se desanima, sino que desde   ese momento dedicara su vida toda no sólo a llevar el Evangelio sino a educar y   promocionar a sus habitantes. Al año siguiente de llegar, comenzó a llevar a   hombres y mujeres a Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales. Recorrer   los 200 kilómetros requería tres días a lomo de mula, en caravanas que muchas   veces superaban las quinientas personas. Más de una vez fueron sorprendidos por   fuertes tormentas de nieve. Al regresar, luego de nueve días de silencio,   oración y penitencia sus feligreses iban cambiando de vida, siguiendo el   Evangelio y buscando el desarrollo económico de la zona.
  En 1875, con la ayuda de sus feligreses, comenzó la construcción   de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Transito (localidad que hoy   lleva su nombre). Fue inaugurada en 1877 con tandas que superaron las 700   personas, pasando por la misma, durante el ministerio parroquial del Siervo de   Dios, más 40.000 personas. Para complemento construyó la casa para las   religiosas, el Colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes. Con sus   feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó   pueblos y se preocupó por la educación de todos. Solicitó ante las autoridades y   obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el   ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores   y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encuentran.   "abandonados de todos pero no por Dios", como solía repetir.
  Predicó el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses para   hacerlo comprensible a sus oyentes. Celebró los sacramentos, llevando siempre lo   necesario para la Misa en las ancas de su mula. Ningún enfermo quedaba sin los   sacramentos, para lo cual ni la lluvia ni el frío lo detenían. "Ya el diablo me   va a robar un alma", decía. Se entregó por entero a todos, especialmente a los   pobres y alejados, a quienes buscó solicitadamente para acercarlos a Dios.   
  Pocos días después de su muerte, el diario católico de Córdoba   escribe: "Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha   llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso   abandonado por ahí". Debido a su enfermedad, renunció al Curato, viviendo unos   años con sus hermanas en su pueblo natal. Pero respondiendo a la solicitud de   sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Tránsito, muriendo   leproso y ciego el 26 de enero de 1914.
  
Anécdotas
  Un buen pasto para   rumiar
  La gente se lamentaba de su mal (la   lepra), y él dijo que estaba mejor para meditar piadosamente en las cosas de   nuestro Señor…, incluso, cuando estaba ciego, yo misma le leía. Cuando terminaba   la lectura, me agradecía diciéndome:
      -      Muchas gracias, hermana Lucía, ya tengo pasto para rumiar todo el   día…
   Peor que la   lepra...
  En cierta ocasión un hombre le dijo al   cura Brochero, luego de que este visitara a un enfermo de   lepra.
      -      Señor Cura, no se exponga tanto a enfermarse... mire que vale más su vida que la   de ese hombre. Ya lo ha confesado, déjelo que muera en paz.   
    -    ¡Caray, que   habías sido bárbaro! Si la lepra no vale nada... Si Dios quiere, ni el diablo me   ha de contagiar. La lepra hedionda es la de adentro, y esa no se pega, esa se   lava con la caridad. 
    -    Pero   exponerse, sin necesidad… refregándose con el   leproso… 
      -    ¡Déjate de zonzeras! ¿No mandas tú a tus hijas al baile a   que se refrieguen con esos calaveritas que vienen de la ciudad? ¡Eso es peor que   la lepra!
   Viveza   criolla
  En cierta ocasión, había una   diferencia entre dos vecinos, motivada por la tenencia de un potrillo. Cada uno   de los cuales alegaba el derecho de propiedad… Para dilucidar el caso y hacer la   paz entre los vecinos, el cura Brochero les pidió a cada uno que trajeran al   patio de la casa parroquial las yeguas de su propiedad y el potrillo en litigio,   citando, además, a otro vecino que había seducido a una muchacha que había dado   a luz a un hijo. Ubicando a cada uno de los litigantes en puestos distantes del   patio con sus respectivas yeguas, pidió al vecino seductor que se ubicase en el   medio, teniendo el potrillo en discordia y posteriormente dio órdenes de soltar   las yeguas, una de las cuales quedó pastando, cerca de donde estaba ubicada,   mientras que la otra corrió a acariciar el potrillo. En presencia de lo cual, el   Cura estableció cuál era la verdadera madre del potrillo en litigio. Y, después   de amonestar a quien había pretendido apropiarse ilícitamente del animalito,   pidió al tercer vecino que lo acompañara a otro lugar, donde, hablando a solas   con él, le preguntó si se había dado cuenta de lo que había hecho la madre del   potrillo, y, ante el asentimiento de aquel, indicando que había reconocido al   hijo, le manifestó que tenía que hacer lo mismo respecto del hijo de la mujer   que él había seducido, y, frente a las reticencias de éste, le   manifestó:
      -      Hijo, tú no puedes ser más animal que la yegua que ha reconocido a su propio   hijo, y, por lo tanto, tú debes proceder de idéntica manera y normalizar tu vida   casándote, para lo cual yo mismo te ofrezco la ayuda que tú   necesites.
   Santas   palabrotas
  Cierta vez, un sacerdote joven le   predicaba a los gauchos, y el cura Brochero asistía a la plática. El predicador   trataba de mover el corazón de sus oyentes:
      -      Acércate hijo mío a esa Cruz, y contempla cómo está lastimado Jesucristo   sufriendo por tus pecados.
  Los paisanos oían como quien oye   llover. Cuando el padre terminó, Brochero le hizo una seña y le cuchicheó al   oído:
      -      Padre, ¡mis paisanos no le entienden! ¡Mire qué cara de bozales tienen! Déjeme a   mí predicarles la segunda parte.
  El jesuita asintió con gusto. Brochero   dijo lo siguiente:
      -      Mira hijo lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando   sangre. Mira la cabeza rajada y con espinas. Por ti que sacas la oveja al   vecino. Por ti tiene jodidos y rotos los labios. ¡Qué jodido lo has dejado con   los pies abiertos con clavos, tú que perjuras y   odias.
  Estas "palabrotas" penetraban en el   corazón de los paisanos que al poco rato se enternecían y empezaban a   sollozar.
   Desgranando   rosarios
  Al final de su vida, ya estando ciego   y leproso, el cura Brochero decía:
      -      ;Aquí me la paso desgranando rosarios...
  Solía rezar, de memoria, la Misa en   honor a la Virgen María, quien era para él, "la   Purísima"...
   Si allí hay un   alma...
  En la salida del Tránsito (donde vivía   Brochero) a Pocho vivía un leproso. Era éste de tan mala condición y hablar que   nadie se arrimaba para no oírle los insultos y blasfemias.
Brochero, con   todo, no temía visitarlo. Le llevaba ropas y alimentos, y hasta se supo que   tomaba mate con él. Lo disuadían para que no lo visitara, pero Brochero   contestaba con gracia:
      -      Pero, por favor; si allí hay un alma...
  Al final, lo confesó y le llevó la   santa comunión. El leproso murió en sus brazos, resignado como un   santo.
  Frases
  "La hostia consagrada es un milagro de amor, es un prodigio de   amor, es una maravilla de amor, es un complemento de amor, y es la prueba más   acabada de su amor infinito hacia mí, hacia ustedes, hacia el   hombre"
  "El Señor me dio la salud, él me la quita; bendita sea su santa   voluntad. Debemos estar siempre conformes con los designios de   Dios.""
  "No somos cristianos por una idea o decisión ética sino por   encontrarnos con Jesucristo."
  "Dios es como los piojos, está en todas partes, pero prefiere a   los pobres"
  "Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado   confesando y predicando el Evangelio."
  "Yo le he dicho al Señor Obispo y le he repetido hasta el fastidio   quizás, que lo acompañaré hasta la muerte como simple soldado que desea morir en   las peleas de Jesucristo."
  "Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los   hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del   mundo."
  "La gracia de Dios es como la lluvia que a todos   moja."
  "Jesús convida con un modo suavísimo, con palabras dulcísimas a   seguirle y ponerse bajo su bandera. En la cruz está nuestra salud y nuestra   vida, la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu y la esperanza del   cielo"
  "Para llorar como hombre, como puedo llorar yo. Para sufrir   persecuciones como hombre, como puede sufrirlas cualquiera de ustedes. Para   padecer hambre, sed, tristeza. Para experimentar los desprecios de la vanidad,   la indiferencia del orgullo, las burlas de la impiedad… Para beber la hiel de la   calumnia. Para apurar las heces de la maledicencia. Para sufrir en su persona…   Todo cuanto debía padecer el hombre, a fin de que el hombre experimentase las   riquezas de su misericordia y las dulzuras de su amor. Apareció, en fin, entre   nosotros el Hijo de Dios hecho hombre para asimilarse perfectamente al hombre, a   fin de que el hombre se hiciese Dios y pudiese participar de su infinito   amor."
  "Yo estoy muy conforme con lo que Dios ha hecho conmigo   relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir   a la humanidad me conservó íntegros y robustos mis sentidos. Hoy, que ya no   puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. Es un grandísimo favor   el que me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida   activa y dejarme la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres   pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del   mundo."
  "El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio   sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen   sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano   llego."
  "Mis amados: que Dios amó al hombre desde la eternidad es una   verdad tan clara y tan demostrada que el solo pensar lo contrario es y sería el   colmo de la locura… El amor eterno de Dios hacia el hombre está escrito en todas   las maravillas de la creación… los prodigiosos fenómenos de la naturaleza que, a   cada paso, nos asombran, publican por todas partes ese amor. Lo mismo hacen los   luminosos astros que embellecen el firmamento. Igual cosa publican las   refulgentes estrellas que tachonan y esmaltan la bóveda celeste. El cambio   periódico de las estaciones, la riqueza del mundo vegetal y animal, y todo lo   grande y sublime que presenciamos en el universo, predican que Dios amó al   hombre desde la eternidad y que, en él, puso los ojos de su amor y de su   predilección"
  "A los sacerdotes: "Cuanto sean más pecadores o más rudos o más   inciviles mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el   confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar""
  "Acerca de su ordenación de sacerdote: "Sentí mucho miedo. Apenas   soy un pobre pecador, tan lleno de límites y miserias. Y me preguntaba: '¿Podré   ser fiel a la vocación? ¿En qué enredo me metí?' Pero en seguida una sensación   inmensa de paz invadió todo mi ser. Porque si el Señor me había llamado, Él   sería fiel y sostendría mi fidelidad; además, Jesús, el Buen Pastor, jamás niega   sus dones a quienes lo siguen y son 'otros Jesús' como su Hijo muy   amado.""
  "En fin, mi amigo, yo, usted y todos los hombres somos de Dios en   el cuerpo y en el alma. Él es el que nos conserva los 5 sentidos del cuerpo y   las 3 potencias del alma, y el mismo Dios es quien inutiliza algunos o todos los   sentidos del cuerpo y lo mismo hace con las potencias del alma. Yo estoy muy   conforme con lo que ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas   gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad, me conservó íntegros y   robustos mis sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los   sentidos del cuerpo. En este mundo, no hay gloria cumplida, y estamos llenos de   miserias."
   
  "La gracia de Dios es como la lluvia, que a todos   moja"
  "Jesucristo impone a sus soldados leyes al parecer muy duras:   'Niégate a ti mismo, carga con tu cruz y sígueme', porque el negarse a sí mismo,   importa una renuncia completa de todos los placeres del sentido, un abandono de   las riquezas superfluas, y un desprecio de los vanos honores. Tomar la cruz, es   la preparación del ánimo, para tolerar las cosas contrarias al genio de la   naturaleza; tales son, la penitencia, la mortificación del cuerpo, la pobreza de   espíritu y la humildad de corazón: cosas todas que se oponen directamente a los   tres genios de apetitos que sugiere Lucifer"
  "Dios en los santos Ejercicios me ha enseñado a mí y a ustedes que   el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas y su vida misma,   antes que perder a Dios, o sea, su salvación"
  "Porque entonces es cuando su Amor se acrece, se vigoriza, se   agiganta, se rebalsa por todas partes, y se revienta, si puedo expresarme así, y   hace entonces un milagro de amor: la Eucaristía"
  "Promover el hombre aquí en la tierra pero con la vista fija en el   cielo."
   
  Libro   gratis
  Brochero: Un hombre de Dios para su   pueblo
  http;//www.curabrochero.org.ar/documents/Un Hombre   de Dios para su pueblo.doc
   
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  Buscar en   Gloria.tv
  P. Ramiro Sáenz - Cura Brochero,   arquetipo sacerdotal - parte 1
  P. Ramiro Sáenz - Cura Brochero,   arquetipo sacerdotal - parte 2
  Daniel González Céspedes - El Cura   Brochero 02-08-13
  "EL CURA   BROCHERO"   http://www.gloria.tv/media/nA7QHjHwkYc
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  Benedicta   de Asís, Beata Abadesa, Marzo   16   
                                                        |                 
  |                        |                Benedicta de Asís, Beata  |           Ingresó a las Clarisas de Asís en 1214, sucedió a Sta. Clara         en el gobierno del monasterio de San Damiano, permaneciendo en ese cargo         hasta 1260. 
  Pudo asistir a la construcción de la         basílica en honor de Santa Clara, y al traslado de las Clarisas desde el         local anexo a la vieja iglesia de San Jorge.
  Murió de causas naturales en el año         1260.
  Sus restos se encuentan en la         Basílica de Santa Clara de Asís.  | 
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  Fuente:   ar.geocities.com/misa_tridentina01   
Abraham   Kidunaia de Edesa, Santo Anacoreta, Marzo   16   
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  |                        |                Abraham Kidunaia de Edesa, Santo  |           Anacoreta        Martirologio         Romano: En Edesa, en         la antigua Siria, San Abraham, anacoreta, cuya vida fue descrita por el         diácono San Efrén.
  Etimológicamente: Abraham =         Aquel que es padre de muchos pueblos.
  El admirable varón san Abraham, cuya vida nos dejó escrita         san Efrén, nació en las cercanías de Edesa en la Mesopotámica, de padres         muy ricos, los cuales le amaban tiernísimamente, y fue tanta la instancia         que le hicieron para que se casase, y tantas las lágrimas que derramó la         madre, que sólo por no contristarlos dijo que se casaría.  Preparáronse las fiestas y bodas, y habiendo durado seis         días el regocijo, el séptimo, al tiempo que toda la casa estaba ocupada en         convites, músicas, bailes y danzas, salióse Abraham secretamente de ella y         fue a encerrarse en una gruta que distaba a más o menos una legua del         lugar. 
  Halláronle allí al cabo de         diecisiete días, y el santo habló a sus padres con tanto espíritu de Dios,         que hasta recabó de su esposa que consintiese en una perpetua separación.         Todo cuanto poseía en la tierra era una túnica de pelo de cabra, un manto,         una escudilla para comer y beber, y una estera de juncos para acostarse.         
  En esta vida había pasado ya algunos         años cuando el obispo de Edesa le mandó que se ordenase de sacerdote y         evangelizase una población de gentiles muy obstinados que había en la         diócesis. Tres años gastó el santo en la obra de convertirlos: le         apedrearon, le dejaron por muerto, le arrastraron tres veces por las         calles; pero finalmente se rindieron, y se echaron .a sus pies para que         les bautizase. 
  Volvióse después         Abraham a su antiguo encerramiento, y en esta sazón una sobrina suya         llamada María quedó huérfana a los siete años de su edad, y la llevaron al         santo; el cual la puso en una celda inmediata a la suya y allí por una         ventanilla la instruía en las cosas de Dios.  Pero como a los pocos años de su recogimiento viniese la         doncella a perderse por la tentación de un mozo que en hábito de monje fue         a visitar al santo, en lugar de arrepentirse de su pecado, se fue a una         ciudad, que estaba de allí a dos jornadas, y con hábito de seglar, galano         y lascivo se entró en un mesón para perderse del todo.         
  Tuvo Abraham revelación de la caída         de su sobrina, y deseoso de sacar aquella alma de las garras del dragón         infernal y restituirla a Jesucristo, buscó un caballo, y vestido de         soldado, se fue a la ciudad y al mesón donde María vivía, a la cual habló         con tan tiernas palabras, que compungida y llena de confusión se deshizo         en lágrimas, 
  Sin osar mirar la cara         de su tío. "No te desesperes, hija, -le dijo el santo- porque no         hay llaga tan incurable que con la sangre de Cristo no se pueda curar".         Volvió luego María a su antigua morada, donde se dio de tal suerte a         la penitencia, que fue un perfecto retrato de la santidad de su tío, y         finalmente compañera de su gloria en su dichoso tránsito.                  ORACIÓN                   Oh Dios, que cada año nos alegras con la fiesta,  de         tu confesor,  el bienaventurado Abraham, danos tu gracia para que          celebrando la nueva vida  de que goza en la gloria,  imitemos         sus virtuosas acciones en la tierra.  Por Jesucristo, nuestro         Señor.  Amén.   | 
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  Heriberto   de Colonia, Santo Obispo, Marzo   16   
                                                        |                 
  |                        |                Heriberto de Colonia, Santo  |           Obispo        Martirologio         Eomano: En Colonia,         en Alemania, san Heriberto, obispo, que, siendo canciller del emperador         Otón III, fue elegido a la fuerza para la sede episcopal, desde donde         iluminó constantemente al clero y al pueblo con el ejemplo de sus         virtudes, que también recomendaba en la predicación         (1021).
  Etimológicamente: Heriberto         = Aquel que es temido en la batalla, es de origen         germánico.                   Nació en Worms, en el año 970, murió el 16 de Marzo de 1021         en Colonia.
  Fue arzobispo de Colonia, canciller         del emperador Otón III y fundador de la abadía de         Deutz.
  Heriberto era hijo del duque         Hugo de Worms. Tras estudiar en la escuela de la catedral de Worms, su         ciudad natal, pasó algún tiempo en el monasterio benedictino de Gorza,         situado en el ducado de Lorena. 
  Después de este periodo fue nombrado rector de la catedral         de Worms. 
  En 994 fue ordenado         sacerdote. Ese mismo año el rey Otón III le nombró canciller para Italia y         cuatro años más tarde, también para Alemania, cargo que mantuvo hasta la         muerte del emperador en 23 de enero de 1002. 
  Como canciller, Heriberto se convirtió en el consejero más         importante de Otón III, a quien acompañó a Roma en 996 y 997. Todavía         estaba en Italia cuando en 999 fue elegido arzobispo de         Colonia.
  Recibió la investidura         eclesiástica y el palio de parte del papa Silvestre II el 9 de julio de         999 en la ciudad italiana de Benevento, siendo consagrado en la Catedral         de Colonia en día de Navidad de ese mismo año. 
  El año 1002 estuvo presente en el lecho de muerte del         emperador en Paterno. 
  Caundo         regresaba a Alemania con los restos del emperador y la insignia imperial,         fue hecho prisionero por un tiempo por el futuro rey Enrique II, a cuya         candidatura Heriberto se había opuesto inicialmente. 
  Tan pronto como Enrique fue elegido nuevo rey, el 7 de         junio de 1002, cambió de postura para pasar a reconocer al nuevo rey y         servirlo fielmente, acompañándolo a Roma en 1004 y mediando entre el         monarca y la Casa de Luxemburgo entre otras obras. 
  Sin embargo Heriberto nunca se ganó la total confianza de         Enrique II hasta el año 1021, cuando el rey reconoció su error y pidió         perdón al arzobispo, el mismo año de la muerte del         santo.
  Heriberto fundó el monasterio         benedictino y la iglesia de Deutz, al que hizo generosos donativos y donde         se encuentra su tumba. Heriberto fue considerado santo ya en vida.         
  El papa Gregorio VII lo canonizó         entre 1073 y 1075. Su fiesta se celebra el mismo día de su fallecimiento,         el 16 de marzo.  | 
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  Fuente: iberopuebla.edu.mx 
Juan   de Brébeuf, Santo Mártir, Marzo   16   
                                                        |                 
  |                        |                Juan de Brébeuf, Santo  |           Mártir Jesuita        Martirologio         Romano: En la región         de los hurones, en Canadá, pasión de san Juan de Brébeuf, presbítero de la         Compañía de Jesús, que enviado desde Francia a la misión del Hurón, murió         por Cristo después de ingentes trabajos, atormentado con gran crueldad por         algunos paganos del lugar. Su memoria, con la de los compañeros, se         celebra el día 19 de octubre (1649).                   Es el patrono de los jesuitas del Canadá y uno de los más         insignes misioneros de la Compañía de Jesús.
  Nacimiento y         patria Juan         nace el 25 de marzo de 1593, en Condé sur Vire, en la Normandía oriental,         Francia.
  Pertenece a una familia de         terratenientes y granjeros. Sus padres son ricos, y bien considerados         dentro de su clase, y en toda la región. Son católicos decididos, a pesar         del predominante calvinismo de Normandía.
  Su         formación
  El maestro de la escuela, o tal vez el sacerdote de la         parroquia de Condé sur Vire, le enseña a leer y a         escribir.
  Debido a la posición de la         familia, Juan estudia después en la Academia de la vecina ciudad de Saint         Lô. Más tarde da comienzo a los estudios humanísticos en la Universidad de         Caen.
  Con los jesuitas
  Juan de Brébeuf tiene 16 años cuando         la Compañía de Jesús abre un Colegio en la ciudad de Caen. El se inscribe         allí para los estudios de filosofía. 
  El Colegio es clausurado al año siguiente, en 1610, pero         los jesuitas mantienen una Residencia en la ciudad. Juan continúa bajo la         guía espiritual de sus antiguos maestros. 
  De nuevo en la Universidad de Caen, termina la filosofía y         hace unos cursos de teología moral. No tiene aún determinado si debe         ofrecerse como seminarista al obispo de Bayeux o ingresar a la Compañía de         Jesús. 
  En 1614 hace su discernimiento         vocacional. Tiene entonces 21 años. Se decide por la Compañía de Jesús         pero posterga su ingreso por asuntos familiares. 
  Regresa a Condé sur Vire para dirigir y administrar las         fincas de su familia. Tres años después, a los 24 de edad, pide         formalmente la admisión en la Compañía de         Jesús.
  El noviciado
  A primeros de noviembre de 1617, Juan         de Brébeuf llega a Rouen montando a caballo. 
  La primera impresión del Maestro de novicios es la de         tener ante sí a un normando de los viejos tiempos. La edad es mayor que la         de los otros. La estatura es excepcional, una cabeza más alto. Es muy         enjuto de carnes, ancho de espaldas y bien proporcionado. Tiene facciones         muy normandas: nariz prominente, labios gruesos, pómulos elevados y unos         ojos que miran de frente y sin temor. 
  El 8 de noviembre, termina la Primera probación y se         incorpora a la vida de la comunidad. Sus compañeros, unos cincuenta, son         menores que él, y casi todos son normandos. 
  Hace el mes de Ejercicios espirituales, y se acaban las         dudas de si debe ser sacerdote o hermano. El 8 de noviembre de 1619, pronuncia los votos perpetuos         de pobreza, castidad y obediencia en la Compañía de         Jesús.
  El magisterio
  Como Juan ha terminado los estudios         humanísticos y de filosofía antes de su ingreso, no es enviado al Colegio         de La Flèche con los demás jesuitas de su clase. 
  Es destinado al Colegio de Rouen para la experiencia del         magisterio. El Colegio se halla al doblar la esquina del mismo Noviciado.         Sus alumnos son los del curso de Gramática inferior, todos de doce años.         Con enorme paciencia, enseña bien y cuida la conducta de esos niños         inquietos. 
  Al año siguiente, 1620,         con los mismos niños, Juan de Brébeuf empieza a dictar el curso de Media         Gramática. Pero se enferma muy seriamente, con fiebres periódicas, toses         violentas y depresión. No es capaz, por consiguiente, de dar sus         clases.
  La ordenación sacerdotal
  El Provincial, entonces, juzga         aconsejable que sea ordenado sacerdote antes de morir. Para ello, señala a         un sacerdote del Colegio para que le dé los cursos de Teología, Sagrada         Escritura y Derecho canónico que le faltan. 
  En septiembre de 1621, en un tosco carruaje viaja a         Lisieux a recibir el Subdiaconado. El 18 de diciembre del mismo año,         recibe el diaconado en la Catedral de Bayeux. El 19 de febrero de 1622, en         Pontoise, se ordena de presbítero. 
  Su         primera Misa la dice en la fiesta de la Anunciación. Es su cumpleaños,         pero por ser Viernes Santo, la fiesta se traslada al 4 de         abril.
  Con la ordenación sacerdotal,         la mejoría de Juan de Brébeuf se acentúa notablemente. Ese mismo año es         Ayudante del Ecónomo en el Colegio de Rouen. Al año siguiente es el         Ecónomo titular. No es un cargo fácil. El Colegio tiene 600 alumnos y         todavía deben hacerse construcciones nuevas.
  La vocación al         Canadá
  En Rouen, Juan tiene la oportunidad de conocer a dos         sacerdotes franciscanos que han regresado de Nueva Francia, desde América         del Norte. 
  El normando se interesa.         La petición oficial de los franciscanos a la Compañía de Jesús para ser         ayudados en las misiones del Canadá no es ningún secreto.         
  Juan se ofrece para la primera         expedición. El Provincial no le da ninguna seguridad de hacer el viaje,         pero lo deja inscrito en el gran registro de las         peticiones.
  Y Juan es elegido, casi         sin tener esperanzas. Siente entonces un profundo gozo y un agradecimiento         inmenso a Dios. Con él, son tres sacerdotes y dos Hermanos. Como Superior         va designado el P. Carlos Lalement, director de estudios en el Colegio de         Clermont de París. Son los últimos días de marzo de 1625.         
  Preparativos
  La flota hacia Nueva Francia debe         zarpar desde el puerto de Dieppe a mediados de abril. Hay que llevar de         todo: alimentos, ropa, colchones, sábanas, útiles de cocina, herramientas,         medicinas, vasos sagrados, libros... En Nueva Francia no hay casi         nada.
  Si olvidan algo, deberán esperar         al año siguiente, cuando la flota haga otro viaje. En los últimos días hay         dificultades, pero no impiden la partida de los         jesuitas.
  El mundo americano
  El 24 de abril de 1625, zarpa la flota         de tres barcos. La travesía dura siete semanas. 
  El 16 de junio, los veleros llegan al fondeadero de Moulin         Baude y esperan la corriente y la marea favorables para seguir al interior         de la caleta de Tadoussac. 
  Juan de         Brébeuf contempla maravillado ese nuevo mundo. Alrededor del barco hay         muchas canoas con remeros esnudos, de piel rojiza. Cantan y marcan el         ritmo. En las orillas pululan los indígenas, hombres, mujeres y niños.         Casi todos están semidesnudos. Algunos van pintados, con grasa azul, roja,         negra o blanca. Es toda una algarabía de voces, profundamente guturales,         como graznidos de cuervos. El paisaje es hermoso. Brébeuf queda fascinado         con los bosques, los pájaros y los rayos del sol sobre el río.         
  En chalupas remontan el río San         Lorenzo. Todo es cada vez más asombroso. Cinco días y sus hermosas noches         llenan a los misioneros de profundo         consuelo.
  Quebec
  Por fin oyen el grito tan esperado: ¡Quebec, Quebec! Es el         15 de julio de 1625. 
  Pero la Compañía         Montmorency, responsable de la colonia francesa, prohibe el desembarco de         los jesuitas. Los franciscanos los defienden valientemente y, después de         mucho parlamentar, logran el desembarco y reciben a sus amigos jesuitas en         su pequeño convento de Quebec. 
  Por         los franciscanos, conocen toda la dificultad de la nueva misión. La         Compañía Montmorency no se preocupa sino de sus intereses comerciales. En         Quebec viven 51 residentes franceses, de los cuales 33 son empleados de la         Compañía comercial. 
  Eso es         todo.
  Las construcciones son         miserables barracas, excepto el almacén y la casa del gobernador. Los         franceses casi todos son hugonotes, o malos católicos. Los indígenas         algonquines, que comercian en Quebec, son nómades y no se muestran         dispuestos a escuchar la doctrina cristiana. Ningún recoleto franciscano         ha podido aprender la lengua. 
  Los         franciscanos les hablan también de los indígenas hurones, en el lejano         oeste. Son sedentarios, cultivan el trigo y viven en casas permanentes,         agrupadas tras una empalizada. Se han mostrado amistosos y buscan ayuda         para defenderse de sus enemigos los iroqueses. Tal vez allí, podría         instalarse una Misión.
  Hacia una Misión entre los         hurones
  Dos semanas después, Juan de Brébeuf y un franciscano         remontan el río San Lorenzo, hacia el país de los hurones.         
  Empaquetan lo necesario para pasar         allá un invierno: galleta de barco, alimentos, carpas y ropa de abrigo, lo         que necesitan para celebrar misa, algunos libros, hachas, cuchillos, ollas         y baratijas. Lo más valioso es una lista de palabras y frases en dialecto         hurón, recopiladas por los franciscanos. 
  Por semanas remontan el río en unas canoas. En el lugar         denominado Trois Rivières, deben unirse a los comerciantes de la Compañía         Montmorency para poder continuar. En el cabo Victoria los franceses tienen         la costumbre de esperar a los hurones, de río arriba, para traficar con         ellos. 
  En ese lugar Juan de Brébeuf         los contempla por primera vez. Algunos usan el pelo formando una especie         de moño en la coronilla, y el resto del cráneo está rapado. Otros tienen         el cabello engrasado, pegado a las orejas y al cuello. Muchos ostentan         franjas de pelo, de dos o tres dedos de ancho, alternando con trozos         rapados, desde la frente hasta el cuello. Todos los rostros están         embadurnados. Tienen una franja negra de oreja a oreja, con círculos         blancos en los ojos y en la boca. El pecho, el vientre, los brazos y la         espalda relucen con grasa de color. Usan collares de conchas, pulseras en         los brazos y cinturones. Algunos tienen pendientes en las orejas y en la         nariz.
  Los franceses de Trois Rivières         deciden no permitir el viaje a los misioneros. Un franciscano, el P.         Nicolás Viel, ha perecido ahogado el año anterior, después de haber pasado         dos inviernos con los hurones. Las explicaciones de los jefes hurones, por         cierto, no parecen claras. Más bien, dejan en los franceses la impresión         de un crimen. 
  Los misioneros, sin         embargo, traban amistad con algunos jefes. A Juan de Brébeuf lo miran con         cierta admiración: por su altura y corpulencia. Lo empiezan a llamar         "Echon", al no poder pronunciar el nombre francés de Juan.          Los dos misioneros insisten en seguir.         Hay un largo parlamento. Al fin, los hurones, ante las sospechas,         pretextan no tener sitio en las canoas. Entonces, todos los franceses         regresan a Quebec.
  La misión de los algonquines
  En Quebec, Juan de Brébeuf y sus         compañeros se dedican a la construcción de la Residencia jesuita, junto al         río San Carlos, a unas dos millas de la aldea. Y desde allí, empiezan la         dura tarea de evangelizar a los algonquines. Es muy poco lo que pueden         hacer. 
  Juan obtiene del P. Lalement,         por insistencia de ruegos, la licencia para incorporarse a un grupo de         algonquines, que acepta su compañía en su vivir nómade de pleno invierno.         
  Con ellos camina, navega en canoas,         atraviesa bosques, participa en la caza del oso y del castor. Sube         montañas, sufre la nieve. Comparte muchas veces el hambre. Lo más duro es         la convivencia promiscua en los campamentos, junto al fuego. Pero aprende         mucho, costumbres y palabras de su lengua extraña.         
  De         nuevo hacia los hurones
 
  El 14 de julio de 1626, llegan a         Quebec, desde Francia, otros tres jesuitas. Con uno de ellos y un         sacerdote franciscano, Juan de Brébeuf inicia nuevamente la expedición         hacia los hurones. En el cabo de la Victoria los encuentran, igual que el         año anterior. 
  Hay muchos regateos,         muchos rechazos, insistencias y ruegos. Por fin, Echon se embarca en una         canoa hurona. Debe remar, llevar cargas, atravesar cascadas con la canoa a         cuestas, remontar el cenagoso río Ottawa. 
  A las tres semanas, llegan al lago de los indios         nipissingos, aliados de los hurones. Allí descansan dos días. Continúan.         Es una sucesión interminable de rápidos y el agua es negra. Navegan otros         cuatro días a través de canales traidores. 
  Por fin, llegan a la Bahía Georgia en el Lago Hurón. Reman         noventa millas y arriban al extremo sur. Un poco más arriba queda la aldea         hurona de Toanché, de quince casas. 
  De rodillas, Juan de Brébeuf da gracias a Dios. Los         hurones, las mujeres y los niños lo miran con         asombro.
  Entre los hurones
  Durante el invierno, Juan aprende a         vivir como un hurón. Su alimentación es el maíz, el pescado y la carne de         castor, de oso y de antílope. 
  En         junio de 1627, su compañero jesuita, el P. Anne Nouë, regresa a Quebec. No         puede acostumbrarse. 
  Juan visita, una         tras otra, las 25 aldeas del pueblo hurón. Poco a poco, empieza a querer a         ese pueblo que Dios le ha puesto en su camino. El aprendizaje del idioma         es, sin duda, lo más duro. 
  En el mes         de junio de 1628, también lo abandona el compañero franciscano. Juan         queda, entonces, totalmente solo.  En el         tercer invierno, trabaja duramente en un diccionario, en una gramática y         en la traducción del Catecismo Ledesma. No quiere bautizar a nadie en esos         tres años. 
  Solamente es un amigo del         pueblo hurón. 
  Expulsado del nuevo mundo
  En junio de 1629, también él debe         abandonar Toanché. Por obediencia, se le pide regresar con maíz. En Quebec         la población muere de hambre. Los ingleses están cerca y es necesaria su         ayuda. 
  Pocos días después de llegar,         atacan los ingleses y Quebec se rinde. La población francesa y con ella,         los franciscanos y los jesuitas, pasan a Tadoussac para regresar a         Francia.
  En Francia
  El P. Juan de Brébeuf y sus cinco         compañeros jesuitas llegan a Calais los últimos días de octubre de 1629.         En París entrega al Provincial informes escritos y verbales sobre la Nueva         Francia. En todos los ambientes es admirado y, con gran curiosidad,         quieren conocer sus experiencias entre los "salvajes".         
 
  La Compañía Montmorency es         reemplazada por la de los Cien Asociados, decisión tomada por el Cardenal         Richelieu, de acuerdo con los recoletos y los jesuitas.         
  La         Tercera Probación
  Juan de Brébeuf entra entonces al curso de Tercera         Probación bajo la tutela del famoso P. Luis Lalement. Hace el mes de         Ejercicios, y el 20 de enero de 1630 pronuncia los últimos Votos en la         Compañía de Jesús. 
  Conservamos el         mejor de sus propósitos. "Sea yo destrozado antes de violar         oluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré,         jamás he de decir: basta".
  El regreso al         Canadá
  En 1632, el Cardenal Richelieu ordena el regreso a Nueva         Francia. Ha obtenido la restitución de parte de Inglaterra y ha dispuesto         la organización de un imperio para Francia. 
  Pero esta vez, la evangelización queda sólo bajo la         responsabilidad de la Compañía de Jesús. Excluye, así, a los franciscanos         recoletos, con gran pesar de todos. 
  En la primera expedición, no es incluido el P. Juan de         Brébeuf, y debe quedarse en Francia con profunda pena. En ella parte su         amigo el Padre Antonio Daniel. 
  Pero         el 23 de marzo de 1633, se embarca en el buque insignia del ahora Virrey         Samuel Champlain. Es una vuelta en gloria y majestad. 
  El 25 de mayo de 1633 está nuevamente en Quebec. Juan de         Brébeuf baja aprisa y corre hasta Nuestra Señora de los Angeles para         abrazar, emocionado, a sus compañeros.
  La Misión de         Ihonatiria
  A principios de julio de 1633, llegan los hurones y         prometen llevar con ellos a Echon, el próximo verano. Irán tres: los PP.         Antonio Daniel, Ambrosio Davost y él. Además, seis franceses les ayudarán         en las construcciones. 
  El 4 de julio         de 1634, Brébeuf viaja en dirección a los hurones y bendice la fundación         del Fuerte de Trois Rivières, la futura ciudad. Y de nuevo viene el viaje         extenuante. "Hemos llevado a cuestas nuestras canoas 35 veces y las hemos         remolcado, por lo menos, cincuenta".
  Se establece esta vez en Ihonatiria, adonde se han         trasladado los hurones de Toanché. Con sus amigos construye la casa de la         Misión de San José y se da, con entusiasmo, al trabajo apostólico.         
  En 1635 los jesuitas se atreven a         bautizar a dos ancianos. Visitan con gran sacrificio todas las aldeas         huronas. Son bien recibidos. Juan ya puede decir en lengua hurona casi         todo lo que quiere y, por cierto, ésa es la mejor de sus ventajas. Día a         día adquiere autoridad y crédito ante el pueblo. 
  El 13 de agosto de 1635, llegan a su lado los PP.         Francisco Le Mercier y Pedro Pijart. En 1636, envía a 12 jóvenes hurones a         Quebec para ser educados en la Misión de Nuestra Señora de los         Angeles.
  El 13 de agosto de 1636,         llegan a la Misión el padre Carlos Garnier y otro jesuita y, el 11 de         septiembre, Isaac Jogues y un joven francés. 
  Las epidemias
  Pero con los nuevos misioneros, llega también la gripe que         hace ya estragos en Quebec y Trois Rivières. En la Misión hurona de San         José, todos los jesuitas y gran parte de los franceses caen enfermos y         quedan al borde de la muerte. Solamente Juan de Brébeuf escapa al contagio         y puede dedicarse con gran sacrificio a sus súbditos y hermanos.         
  Poco después, la aldea hurona entera         se contagia y Echon pasa a ser el principal médico que desafía a los         hechiceros. Sólo en febrero de 1637, la epidemia empieza a         ceder.
  El fundador de misiones
  El 8 de junio de 1637, Juan de Brébeuf         funda la Misión  de Nuestra Señora de la         Concepción, en Ossosané, la capital hurona de la nación del Oso.         
  La epidemia de fiebre ecrudece en         julio en toda Huronia. Ahora se sospecha que los "sotanas negras" son los         causantes. Todos los misioneros están entonces en peligro de muerte.         
  Juan logra la conversión de uno de         los jefes, Chihwatenhwa, a quien ha cuidado con enorme cariño durante las         fiebres. Pero el peligro de la vida es evidente. Se han multiplicado las         miradas de odio.
  El voto del martirio
  Juan escribe, entonces, su voto de         martirio, para pronunciarlo todos los días en la misa.         
  "Formulo mi voto en presencia Tuya,         del Padre Eterno y del Espíritu Santo. En resencia de tu Madre y de San         José, ante los ángeles, apóstoles y mártires, ante mi padre San Ignacio y         San Francisco Javier. Formulo mi voto formal, y lo dedico a Ti, Jesús. Si         la gracia del martirio se me ofrece, por tu infinita misericordia, no         dejaré pasar esta gracia. 
  Hago este         voto por el resto de mi vida. A Ti, Señor Jesús, te ofrezco con placer mi         sangre, mi cuerpo y mi alma, desde este día, y me ofrezco con gozo a morir         por Ti, si así lo deseas Tú que moriste por mí".
  La cosecha del misionero
  El 1 de febrero de 1638, Juan de Brébeuf es nombrado         solemnemente jefe hurón. Es el mayor honor que puede obtener un         misionero. Las conversiones continúan.         Tiene el consuelo de bendecir el primer matrimonio en tierra hurona, el de         José Chihwatenhwa y de María su esposa. 
  El 25 de junio de 1638, decide trasladar la Misión de San         José desde Ihonatiria a Teanaustayé, la capital hurona de la nación de la         Cuerda. Deja allí a Isaac Jogues y a Pedro Chastellain.         
  Un nuevo         Superior
  El 26 de agosto de 1638,         llegó a Huronia el P. Jerónimo Lalement, con el cargo de Superior.         
  De inmediato el P. Lalement,         secundado por Juan de Brébeuf, decide organizar definitivamente la Misión.         Acepta las ideas de Echon y juntos echan las bases de la institución de         los "donados" en la Compañía. Se necesitan muchos misioneros. La mies es         demasiado grande. 
  Los donados serán         laicos en servicio de las obras de la Compañía. Vivirán como religiosos,         pero solamente con votos privados. Ellos tendrán la gran responsabilidad         de las construcciones, la catequesis y todo lo material de las         misiones.
  La guerra con los         iroqueses
  Juan de Brébeuf es         trasladado a la Misión de Teanaustayé, la que poco después se divide en         dos. Todo parece sonreír.
  Pero la         tradicional guerra de los hurones y los iroqueses recrudece ese año. En         una redada hurona, caen prisioneros 80 iroqueses. Según la ley hurona, son         condenados a torturas y muerte. Echon, como jefe hurón, tiene acceso a los         concilios y puede convertir a un buen número de ellos. Ellos desean tener,         después de la muerte, una ida feliz en la otra que se les promete.         
  También las conversiones, en los         poblados de la Misión, aumentan con la alegría profunda de los misioneros.         En 1638, el número de cristianos llega a 50. En 1639, en las tres Misiones         se cuentan 96.
  La Misión de Santa         María
  A fines de agosto de 1639,         el P. Jerónimo Lalement decide agrupar a los misioneros de toda la Misión         hurona en un solo sitio. Funda, así, la Misión de Santa María,         relativamente cerca de la antigua aldea de Toanché. 
  Pero muy pronto llega a los poblados hurones la epidemia         de la viruela. Nuevamente, la mortandad es de los indios y el peligro para         los misioneros. ¿Por qué no mueren los sotanas negras? Pueden ser los         causantes porque no desean sanar a los hurones.
  La Misión entre los indios         neutrales
  El 2 de noviembre de         1639, el padre Juan de Brébeuf es destinado por su superior a fundar una         Misión entre los indios neutrales, al sur de Huronia. El nombre de         "neutrales" lo reciben porque viven en paz con los hurones y también con         los iroqueses del lado sur del lago Erie. 
  Juan, con un compañero jesuita, dos donados y un joven         hurón, avanza hacia el sur. Al séptimo día llegan al poblado de Kanducho.         El idioma es un dialecto parecido al hurón, con marcadas diferencias de         pronunciación. Todos los neutrales usan tatuajes. Las caras, los cuerpos,         los brazos y las piernas muestran franjas negras, círculos y dibujos.         
  Juan de Brébeuf comienza el recorrido         de todas las aldeas. Pero no es bien recibido. En todas ellas hay         prevención en su contra. Los jefes neutrales creen que con el misionero         puede venir la peste. Algunos hurones enemigos divulgan esos rumores.         
  En la misión emplea un año y cuatro         meses. Es un tiempo difícil. Soporta peligros y amenazas y no obtiene         conversiones. Por fin, al iniciarse marzo de 1641, emprenden Juan y su         compañero el regreso a Santa María. 
  Pero al cruzar un arroyo, resbala y se da un golpe contra         el hielo. A duras penas, debe admitir que se ha quebrado la clavícula del         lado izquierdo. 
  El día 19 de marzo,         con gran trabajo, los dos jesuitas llegan a Santa María para celebrar de         inmediato la Misa, en honor del santo patrono de la         Misión.
  Un descanso en Quebec         
  El P. Jerónimo Lalement decide         enviar a Juan de Brébeuf a la ciudad de Quebec, con las canoas que viajan         en el mes de mayo. La clavícula quebrada no puede ser tratada en la Misión         y los dolores de Brébeuf parecen muy intensos. Después de siete años         consecutivos entre los hurones, bien puede recuperar las fuerzas en         Quebec. 
  Con hondo desconsuelo en         Santa María, lo despiden. Todos lo aprecian, sacerdotes, hermanos, donados         y obreros. Lo quieren hondamente, por su humildad, inagotable paciencia,         caridad y valor indomable.
  El 20 de         junio de 1641, las canoas llegan a Trois Rivières, con admiración de         todos, a causa de las incursiones iroquesas alrededor de la ciudad. Pocos         días después, los misioneros están en Quebec. 
  Juan visita, fascinado, la nueva Misión de los jesuitas en         el poblado de los algonquines cristianos de Sillery. Poco después, recorre         el hospital fundado por las religiosas de Dieppe y también el Colegio de         las Ursulinas para muchachas algonquinas. 
  Juan es nombrado Superior de Sillery. Desde allí, siempre         inquieto, participa en la fundación de la ciudad de Montreal y apoya, con         todos los medios a su alcance, a su querida misión entre los hurones.         
  Un dolor que desgarra         
  En julio de 1642, recibe en Trois         Rivières a Isaac Jogues que acompaña a los hurones en el viaje anual de         comercio. En el mes de agosto, Juan decide el destino del joven donado y         hábil cirujano René Goupil como compañero de Isaac. 
  Más que otras veces, sufre con ese viaje de sus amigos,         pues él quisiera acompañarlos. Pero su decisión de guiarse por la         obediencia le devuelve la paz. 
  Al         atardecer de ese mismo día, Juan conoce, con horror, que Isaac, René y los         hurones han caído en manos iroquesas.  Siente desgarrársele el         corazón, pero una vez más debe cumplir la voluntad de Dios. Llora como un         hombre y encomienda a sus amigos.
  Poco         después,  Juan bautiza en Quebec a seis hurones, todos jóvenes.         Incansable, sigue con sus trabajos en Sillery y Trois         Rivières.
  Noticias         alarmantes
  El 12 de junio de 1643,         llegan a Trois Rivières dos hurones.  Con         emoción, Juan de Brébeuf reconoce, en esos rostros torturados, a José y a         Pedro, los dos hermanos de Chihwatenhwa. Pertenecen al grupo de los         prisioneros capturados por los iroqueses en el pasado mes de agosto.         
  Ellos relatan los tormentos, cómo         fueron pasados por el fuego, despedazados y la vida de esclavitud durante         el invierno. Narran también la muerte de René Goupil. Juan llora casi sin         consuelo. 
  El 15 de agosto, llegan a         Trois Rivières varias canoas iroquesas. Los franceses permiten que atraque         una sola y con un solo iroqués. Este entrega a Juan una carta de Isaac, en         latín, francés y hurón: 
  "Esta es la         cuarta carta que escribo desde que estoy con los iroqueses. Los holandeses         han tratado de rescatarnos, pero ha sido en vano. Estoy resuelto a seguir         aquí hasta que Dios lo quiera. No pienso huir, aunque se me presente la         ocasión de hacerlo".
  Otro año de         angustia 
  Un año más Juan de         Brébeuf debe quedarse en Quebec, Sillary y Trois         Rivières.
  El 27 de abril de 1644,         después de haberla preparado, despide a la expedición del P. Francisco         Bressani, joven jesuita italiano, con sus seis hurones cristianos y un         donado francés. 
  Dos semanas más         tarde, el 14 de mayo, recibe con profundo dolor la noticia de que los         hurones han perecido y que el P. Bressani es esclavo de los iroqueses.         
  Después, Juan de Brébeuf es llamado a         Quebec para celebrar conferencias con el Gobernador y el P. Vimont, el         Superior jesuita de Nueva Francia. Es urgente lograr la paz con los         iroqueses. De lo contrario, todos los esfuerzos hechos con los         algonquines, hurones y neutrales podrán perderse.
  Una sorpresa increíble
  En junio de 1644, llega a Quebec la flota que viene de         Francia. La sorpresa de Juan es enorme cuando ve descender desde los         veleros a su querido amigo Isaac Jogues. Antes de preguntar nada se         confunden en un abrazo.
  Isaac cuenta a         sus amigos la tremenda odisea. Los iroqueses han sido en verdad muy duros.         Los jesuitas miran, sorprendidos, las manos mutiladas y la paz del amigo.         Ha podido huir con la ayuda de los holandeses.  Llegó a Francia para Navidad. Obtuvo permiso para         regresar. Ahora lo ven nuevamente feliz.
  En el mes de julio, Juan y su amigo Isaac viajan juntos a         Trois Rivières. A los pocos días, llegan a la ciudad doce canoas huronas,         con el P. Pedro Pijart y algunos donados.
  Los hurones declaran que no vienen a comerciar sino que         viajan en lucha guerrera contra los iroqueses. Juan de Brébeuf cree ver,         entonces, una nueva oportunidad para él. El P. Pijart puede quedarse en         Trois Rivières y él dirigirse de nuevo al país hurón. 
  Se apresura y va a Quebec a pedir la autorización del P.         Vimont. Este asiente y le entrega los últimos documentos llegados de         Francia. El P. Jerónimo Lalement debe regresar a Quebec, pues es el nuevo         Superior de la Misión de Nueva Francia. El P. Pablo Raguenau ha sido         designado como Superior en la Misión hurona. Juan de Brébeuf será el         encargado de comunicar los cambios. Por         tercera vez en Huronia
  De Quebec         Juan viaja, feliz, con su tercer destino hacia los hurones. Con él van         otros dos jóvenes misioneros, Natal Chabanel y  Leonardo Garreau.         
  El 7 de septiembre de 1644 llegan a         Santa María, después de 30 días de viaje. A Echon los hurones y los         jesuitas, lo reciben tumultuosamente. Primero, los gritos de sorpresa,         después vienen las risas y los abrazos. En la capilla de troncos, todos         entonan el vibrante Te Deum de acción de gracias. 
  Los recién llegados responden las miles de preguntas. Sí,         el viaje ha resultado fácil. No, no han visto a los iroqueses. Isaac         Jogues está en Quebec. Ha regresado con las huellas de sus torturas.         
  Todos se alegran. Como buenos         jesuitas, aceptan confiados los cambios de Superiores. El P. Jerónimo         Lalement es para todos un verdadero padre, muy querido, y se felicitan de         tenerlo como Superior principal en Quebec. Desde allí velará con         dedicación por la Misión hurona. El P. Pablo Raguenau se parece mucho a         Brébeuf y es como su sombra. Es un buen religioso, inteligente y de una         caridad a toda prueba. "Aondechate" como lo llaman los hurones es otro         Echon. 
  La nueva Misión de Santa         María
  La comunidad tiene ahora         dieciséis jesuitas. De ellos, catorce son sacerdotes y dos son hermanos.         También se cuentan once donados. 
  Santa María ha progresado mucho en los tres años de         ausencia de Brébeuf. Ahora es casi una fortaleza, con empalizadas hasta el         río. En el recinto hay cinco edificios, talleres y almacenes.         
  La casa de la comunidad tiene dos         pisos, dos chimeneas, doce aposentos, sala de estar, comedor y cocina. La         Capilla tiene 15 metros de longitud y 8 de ancho, un altar de piedra,         imágenes talladas por los hurones, hermosos ornamentos y cuadros. Hay una         casa para los donados, y otra para los huéspedes. Dentro del recinto hay         un pozo de agua, una fragua, y corrales para las gallinas y los cerdos.         
  Juan de Brébeuf no sale de su         asombro. Con profunda alegría, visita las construcciones junto a la         Misión, la Capilla de los hurones, el pequeño hospital y el cementerio. En         el campo hay sembrados. 
 
  Por todo         el país se extiende la noticia del regreso de Echon. Los hurones vienen a         Santa María, desde todos los poblados, de Ossossané y Teanaustayé y de los         más alejados. Uno de Ossossané le dice: "Pronto todo nuestro poblado será         cristiano".
  Juan queda destinado a         Santa María. Desde allí, en largas excursiones, debe atender a las aldeas         huronas de Santa Ana, San Luis, San Dionisio, San Juan y San Francisco         Javier. 
  Noticias de los         iroqueses
  En septiembre de 1645,         ante la sorpresa y alegría de Juan  y de todos los habitantes de         Santa María, llega en una canoa el P. Francisco Bressani.         
  Nada se sabía de él desde que había         sido capturado por los iroqueses en abril del año anterior. El cuenta su         tortura y cómo fue rescatado por los holandeses y enviado por ellos a         Francia en el mes de octubre. 
  Echon         contempla con dolor las cicatrices que cubren el cuello, la cara, los         brazos, las piernas y las manos del P. Francisco. De éstas, los iroqueses         le amputaron algunos dedos y otros los arrancaron a mordiscos, dejándole         sólo los muñones. Juan piensa que el P. Francisco es un mártir y reza         profundamente para merecer iguales sufrimientos y, si Dios lo quiere, una         muerte sangrienta. 
  En noviembre, Juan         hace un viaje de seis días, remando con un donado, para visitar a un grupo         de hurones que ha huido más allá del lago Nipissing. A su regreso,         continúa sus recorridos entre los poblados hurones. 
  Noticias de su amigo Isaac         Jogues
  En uno de los poblados,         Juan se entera de las muertes de Isaac Jogues y de Juan de La Lande a         manos de los iroqueses mohawks. Para él es la noticia más triste de su         vida. Desconsolado, llora amargamente por sus dos amigos y también por los         iroqueses mohawks. 
  Admira la labor de         Isaac Jogues. Sin desmayar, él inició las tentativas de paz con los         onondagas, los cayugas y los oneidas, las tres naciones centrales de los         iroqueses. Los senecas se negaron. Ahora también los mohawks están en         implacable guerra contra los hurones.
  El martirio de Antonio Daniel
  En septiembre de 1647, el P. Pablo Raguenau, el Superior         de la Misión hurona, decide ampliar los horizontes misioneros hacia los         petuns, los algonquines del norte y volver a los neutrales. Juan queda en         Santa María, con sus mismas aldeas huronas.
  A principios de junio de 1648, tiene el consuelo de         recibir en la Misión de Santa María al P.  Antonio Daniel. Los         hurones lo llaman Antwen. El ha llegado para hacer, en la casa principal         de la Misión, los Ejercicios espirituales de año. Con su amigo hace nuevos         planes.
  Antonio Daniel regresa a su         puesto de Teanaustayé el 2 de julio. Los iroqueses atacan la aldea el día         4, queman y matan. La noticia del martirio de su amigo le llega a Juan el         mismo día. Corre a Teanaustayé y sólo encuentra         cenizas.
  La continuación del         trabajo 
  En 1649, además de los         poblados hurones a su cargo, Juan se  encarga de la aldea de San Ignacio que reemplaza al         destruido poblado de Teanaustayé, a unos 8 kilómetros de Santa María.         
  El nuevo pueblo ha sido construido         bajo las indicaciones de Juan. Recibe como compañero al Padre Gabriel         Lalement, misionero llegado recién el año anterior. 
  Con Gabriel, llamado ahora Atironta, recorre todas las         aldeas. En todas recibe una buena cosecha espiritual.
  De nuevo los iroqueses 
  En la mañana del lunes 15 de marzo de 1649, Juan de         Brébeuf y Gabriel Lalement parten desde Santa María para el recorrido         usual de sus Misiones. 
  Pasan el día         en San Luis, ubicado a 4 kilómetros, con sus cuatrocientos hurones. Alojan         en la pequeña cabaña. Poco después del alba, del día 16, dicen sus Misas.         Ese mismo día tienen pensado dirigirse a la aldea de San Ignacio, a otros         4 kilómetros de distancia. 
  A las seis         de la mañana, cuando están terminando la acción de gracias, son         sorprendidos por los gritos de los hurones: "¡Los iroqueses están en San         Ignacio! ¡Los iroqueses están degollando a los hurones de San Ignacio!         ".
  Juan piensa, horrorizado: No         tardarán de presentarse en este pueblo de San Luis. 
  Sobreponiéndose al griterío de los hombres y a los         aullidos desesperados de las mujeres y los niños, prepara la defensa. Los         hombres van a las empalizadas y las mujeres con los niños son obligados a         huir hacia el bosque. 
  Después ambos,         Echon y Atironta, corren a las empalizadas. El jefe hurón les insta a huir         con las mujeres. Echon contesta  que su         puesto está ahí, para cuidar a los guerreros. 
  Muy pronto los iroqueses llegan a la empalizada. Silban         las flechas y suenan los disparos de los mosquetes iroqueses. El primer         ataque es rechazado. En un segundo ataque masivo, la aldea es         capturada.
  Las torturas         
  Los prisioneros son fuertemente         atados. A empellones los iroqueses los obligan a salir del poblado. Los         agrupan como a un rebaño. Saquean y matan. Aullando en frenética danza,         celebran la victoria. 
  Después, queman         las construcciones. A los prisioneros los obligan a cantar y, en trote         agotador, los llevan a San Ignacio. 
  En el bosque, los iroqueses arrancan las ropas a Echon y a         Atironta. Los dejan desnudos como van ellos. 
  Al llegar a la aldea de San Ignacio, los iroqueses se         ponen en dos filas paralelas y obligan a los prisioneros a pasar entre         ellas. Con palos y porras, aullando, los golpean hasta que puedan llegar         al otro extremo. Echon, con el cuerpo  magullado, queda al fin         acurrucado junto a sus amigos los hurones. 
  Juan y Gabriel, en cuchillas, hacen su oración y         ofrecimiento. Echon dice a Atironta que probablemente él, Gabriel, va a         quedar con vida y va a ser llevado a los poblados iroqueses como esclavo.          En tal caso, le aconseja, deberá huir,         como Isaac y el P. Francisco Bressani. 
  El uno al otro se oyen en confesión y se absuelven         mutuamente. 
  Poco después son         obligados a ponerse de pie. Se les ordena que bailen y entonen el canto de         la muerte. 
  En la danza, los iroqueses         saltan sobre Echon. A mordiscos le rompen los huesos de las manos. Le         arrancan las uñas y mascan sus dedos. Lo arrastran a un poste. Lo amarran         y empieza el tormento del fuego. 
 
  Echon conoce el código de los iroqueses. Sabe lo que         esperan de él. Por eso, pide fuerzas a Dios para no expresar ni temor, ni         proferir quejas. Mientras lo queman, no grita.
  Reza y consuela a los hurones que mueren con él. Juan         grita: "Jesús, ten misericordia". Los hurones contestan:          "Echon, ruega por nosotros".         
  Los iroqueses hacen callar a Echon         apretándole una tea encendida dentro de la boca. Después lo empiezan a         quemar entero. Todavía vivo, le echan sobre la cabeza y las heridas agua         hirviente, como una burla del bautismo. "Echon, te bautizamos, para que         puedas  ser feliz". 
  A duras penas, Echon dice: "Jesús, ten         misericordia". Y en lengua hurona agrega: "Jesús, taiteur".         Uno de los iroqueses le coge la nariz y la arranca de un tajo. Otro le         hiere el labio superior, tira la lengua y le corta un pedazo. Un tercero         le quema la boca con un tizón encendido.
  La muerte 
  Entonces, el enorme cuerpo de Echon, al quemarse las         ataduras, cae a las brasas. Sus ojos que todavía están abiertos, son         vaciados con una tea encendida. Lo sacan del fuego. Todavía estávivo.         Ponen su cuerpo en un tablado. 
  El         jefe iroqués, con su afilado cuchillo, le arranca el cuero cabelludo. Ese         es su trofeo. Después hunde su largo cuchillo de guerra, en el costado, y         le arranca el corazón. Chupa la sangre, lo asa, y se lo come con avidez.         
  Los otros jefes iroqueses también         comen lonjas de carne asada y beben sangre. Un jefe descarga el hacha         sobre la cabeza y la parte en dos. Después, queman todo.         
  Son las cuatro de la tarde del día 16         de marzo de 1649. Atironta, en oración, espera su         turno.
  La glorificación         
  San Juan de Brébeuf fue canonizado el         26 de junio de 1930, conjuntamente con San Isaac Jogues, San René Goupil,         San Juan de La Lande, San Antonio Daniel, San Gabriel Lalement, San Carlos         Garnier y San Natal Chabanel.
  Todos         ellos son los patronos de la evangelización de América del         Norte
  Para ver más sobre los mártires         en Canadá haz "click" AQUI   | 
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  Fuente:   ar.geocities.com/misa_tridentina01   
Juan   Amias y Roberto Dalby, Beatos Mártires, Marzo   16   
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  |                        |                Juan Amias y Roberto Dalby, Beatos  |           Presbíteros y Mártires        Martirologio         Romano: En York, en         Inglaterra, beatos Juan Amias y Roberto Dalby, presbíteros y mártires, que         bajo la reina Isabel I fueron condenados a la pena capital por ser         sacerdotes, aceptando con alegría el suplicio (1589).         
  Juan Amias y Roberto Dalby eran de         Yorkshire. Después de sus estudios en el Colegio de Douai en Reims, fueron         ordenados sacerdotes y partieron a la misión de Inglaterra, donde murieron         en 1589. Amias, que era viudo y monje trapense, misionó por siete u ocho         años en Inglaterra antes de ser capturado; Dalby, que había sido ministro         protestante, hacía un año que había regresado a Inglaterra, cuando fue         aprehendido. 
  No muchos detalles de         sus labores parecen ser exactos, pero tenemos una descripción gráfica de         sus muertes en el manuscrito del Dr. Champney citado por Challoner. Este         dice: "El dieciséis de marzo de este año, Juan Amias y Roberto Dalby,         sacerdotes del seminario de Douai, fueron ejecutados en York, acusados de         alta traición, por el crimen de ser sacerdotes ordenados por la autoridad         de la Sede de Roma y haber regresado a Inglaterra a ejercer su ministerio         para beneficio de las almas de sus vecinos. Tenía yo veinte años, cuando         fui testigo ocular del glorioso combate de estos santos hombres. A la         vista de la constancia y mansedumbre de ellos, regresé a casa convencido         de la fe católica, en la que he permanecido por la gracia de Dios… porque         era visible en esos santos servidores de Dios tanta mansedumbre unida a         tan singular constancia, que uno hubiese fácilmente dicho que eran ovejas         llevadas al matadero". 
  Después de         describir la ejecución de Juan Amias y Roberto Dalby agrega: "Los guardias         estaban muy atentos para impedir que alguno de los que se habían reunido a         ver la ejecución se llevase alguna pertenencia o sangre de los mártires.         Aun así, una persona, que me pareció una gran dama, no sin dificultad,         abriéndose paso entre la multitud, llegóse al lugar donde yacían sus         cuerpos despedazados, juntó sus manos y levantó los ojos al cielo, lo que         conmovió hondamente a los presentes. Dijo también unas palabras que yo no         pude oír debido al tumulto y ruido. Inmediatamente se elevó un clamor en         contra de ella, como idólatra y fue retirada de ahí; pero no pude saber si         fue llevada a prisión o no".  | 
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  Fuente: Martirologio Romano 
Otros   Santos y Beratos Completando el   santoral de este día, Marzo 16   
                                                        |                 
  |                        |                Otros Santos y Beratos  |           Santos Hilario, obispo, y Taciano,         mártires En Aquileia, en el territorio de         Venecia, santos Hilario, obispo, y Taciano, mártires (s. inc.).         
  San Papas,         mártir En Seleucia, en Persia, san         Papas, oriundo de Licaonia, que, tras muchos tormentos, afrontó el         martirio por la fe de Cristo (s. IV). 
  San Julián, mártir En Anazarbo, en Cilicia, san Julián, el cual, atormentado         por largo tiempo, fue metido con serpientes en un saco y precipitado al         mar (s. IV). 
  Santa Eusebia,         abadesa En Artois, de Neustria, santa         Eusebia, abadesa de Hamay, que, tras la muerte de su padre, con su santa         madre Rictrude se retiró a la vida monástica y, todavía adolescente, fue         elegida abadesa después de su abuela santa Gertrudis (c.         680).
  San Juan Sordi o         Cacciafronte, monje, obispo y martir En Vicenza, en el territorio de Venecia, beato Juan Sordi         o Cacciafronte, obispo y mártir, el cual, siendo abad, fue exiliado por su         fidelidad al papa, y elegido después obispo de Mantua y trasladado a la         sede de Vicenza, murió en defensa de la libertad eclesiástica, asesinado         por un sicario (1181).   | 
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  Fuentes: IESVS.org; EWTN.com;   hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
   
  Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
   
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