J†A
  JMJ
  Pax
  †   Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31
  Gloria a ti, Señor.
  En   aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: 
"Había un hombre rico que se vestía   de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Y había   también un pobre, llamado Lázaro, tendido junto a la puerta y cubierto de   llagas, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico.   Hasta los perros venían a lamer sus llagas.
Un día el pobre murió y fue   llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue   sepultado. Y en el abismo, cuando se encontraba entre tormentos, levantó los   ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó:   
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la   punta de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas".   
Abrahán contestó: 
"Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante   la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú   estás atormentado. Pero además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo,   de suerte que los de aquí que quieran pasar hasta ustedes, no puedan; ni tampoco   de allí puedan venir hasta nosotros".
El rico insistió: 
"Te ruego, padre,   que lo envíes a mi familia, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no   vengan también ellos a este lugar de tormento". 
Abrahán le respondió:   
"Ya tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen". 
El rico   insistió: 
"No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".   
Entonces Abrahán le dijo: 
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas,   tampoco harán caso aunque resucite un muerto".
Palabra del   Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
  Suplicamos tu   oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus   oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te   salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre   todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre   de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.   Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa! 
  Aclaración:   una relación muere sin comunicación   y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras   de vida eterna"   (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no   basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite   ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han   sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
  Por leer la Palabra, no se debe   dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse   el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al   Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y   nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias   por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en   CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
  Nota: es una película protestante, por eso   falta LA MADRE.
  Lo que no ven tus ojos (2 minutos):   http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
  El Gran Milagro (película completa):   http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
  Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
    "El GRAN tesoro oculto de la Santa   Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc 
  Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo,   tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc   14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y   no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros"   (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre   dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si   comulgamos   en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y   renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero   (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios,   que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos   auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es   ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la   Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo,   pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama   realmente?
  Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el   primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las   fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos   pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana:   0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses"   son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren   baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué   no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que   todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa   grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10;   Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
  Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir   "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir   "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad",   "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la   tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la   Misa?
  Estamos en el mundo para ser felices para siempre,   santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la   Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el   representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes   de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el   Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm   14,23). ¿Otros pecados mortales? no   confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al   menos en tiempo pascual (920),   abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos),   promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación   artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual   fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón,   borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de   venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver   más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
  Si no ponemos los medios para confesamos lo antes   posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al   infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22;   10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.).   Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves,   si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay   excusa.
   
    
  † Misal
   
  jue 2a. Sem cuaresma
    Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis   sentimientos; y, si mi camino se desvía, guíame por el camino   recto.
   
    Oremos:
Dios nuestro, tú que amas la inocencia y la devuelves a   quienes la han perdido, orienta hacia ti nuestros corazones y enciéndelos en el   fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el   bien obrar. 
Por nuestro Señor   Jesucristo...
Amén.
   
    Maldito el que confía en el hombre, bendito el que Confía en el   Señor
  Lectura del libro del profeta Jeremías 17,   5-10
  Esto dice el Señor: 
"Maldito quien confía en el hombre y se   apoya en los mortales, apartando su corazón del 
Señor. Será como un matorral   en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un árido desierto, en   tierra salobre y despoblada.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el   Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia   la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor, su follaje se conserva   verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.
Nada más traidor   y perverso que el corazón del hombre: ¿quién llegará a conocerlo? Yo, el Señor,   sondeo el corazón, examino la conciencia; para dar a cada cual según su   conducta, según lo que merecen sus acciones".
Palabra de Dios.
Te   alabamos, Señor.
    Sal   1, 1-2.3.4 y 6
  Dichoso el hombre que confía en el   Señor.
  Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se   entretiene en el camino de los pecadores, ni se sienta con los arrogantes, sino   pone su alegría en la ley del Señor, meditándola día y noche.
Dichoso el   hombre que confía en el Señor.
  Es   como un árbol plantado junto al río: da fruto a su tiempo y sus hojas no se   marchitan; todo lo que hace le sale bien.
Dichoso el hombre que confía en   el Señor.
  No   sucede lo mismo con los malvados, pues son como paja que se lleva el viento.   Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los malvados   lleva a la perdición.
Dichoso el hombre que confía en el   Señor.
    Honor y gloria a ti, Señor Jesús. 
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno   y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
Honor y gloria a ti, Señor   Jesús.
    Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del   consuelo, mientras que tú sufres tormentos
  † Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,   19-31
  Gloria a ti, Señor.
  En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: 
"Había un hombre   rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos   banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido junto a la puerta y   cubierto de llagas, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa   del rico. Hasta los perros venían a lamer sus llagas.
Un día el pobre murió y   fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue   sepultado. Y en el abismo, cuando se encontraba entre tormentos, levantó los   ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó:   
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la   punta de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas".   
Abrahán contestó: 
"Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante   la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú   estás atormentado. Pero además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo,   de suerte que los de aquí que quieran pasar hasta ustedes, no puedan; ni tampoco   de allí puedan venir hasta nosotros".
El rico insistió: 
"Te ruego, padre,   que lo envíes a mi familia, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no   vengan también ellos a este lugar de tormento". 
Abrahán le respondió:   
"Ya tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen". 
El rico   insistió: 
"No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".   
Entonces Abrahán le dijo: 
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas,   tampoco harán caso aunque resucite un muerto".
Palabra del   Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
   
    Por este sacrificio eucarístico, santifica, Señor, nuestras   privaciones cuaresmales, para que a las prácticas externas corresponda una   verdadera conversión interior. 
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén.
   
    El camino del éxodo en el desierto   cuaresmal
  En verdad es justo bendecir tu nombre, Padre rico en misericordia,   ahora que, en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de   Cristo, maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor. 
Tú abres a   la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para   que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado,   reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza, convocado para bendecir tu   nombre, escuchar tu Palabra, y experimentar con gozo tus maravillas.
Por   estos signos de salvación, unidos a los ángeles, ministros de tu gloria,   proclamamos el canto de tu alabanza:
    Dichoso el que con vida intachable hace la voluntad del   Señor.
   
    Oremos:
Te pedimos, Señor, que el fruto de este santo   sacrificio persevere en nosotros y se manifieste siempre en nuestras   obras.
Por Jesucristo, nuestro   Señor.
Amén
    
  
  † Meditación diaria
  Cuaresma. 2ª semana. Jueves
  DESPRENDIMIENTO
  — El desprendimiento de las cosas nos da la necesaria libertad   para seguir a Cristo. Los bienes son solo medios.
  — Desasimiento y generosidad. Algunos ejemplos.
  — Desprendimiento de lo superfluo y de lo necesario, de la salud,   de los dones que Dios nos ha dado, de lo que tenemos y   usamos...
  I. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos hace muchas llamadas   para que nos soltemos de las cosas de esta tierra, y llenar así de Dios nuestro   corazón. En la Primera lectura de la Misa de hoy nos dice el profeta Jeremías:   Bendito quien confía en el Señor, y pone en Él su confianza: Será un árbol   plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el   estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en el año de sequía no se inquieta,   no deja de dar fruto1. El Señor cuida del alma que tiene puesto   en Él su corazón.
  Quien pone su confianza en las cosas de la tierra, apartando su   corazón del Señor, está condenado a la esterilidad y a la ineficacia para   aquello que realmente importa: será como un cardo en la estepa, no verá   llegar el bien; habitará en la aridez del desierto, tierra salobre e   inhóspita2.
  El Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las   amemos correctamente: Poseed y dominad la tierra3. Pero una   persona que ame «desordenadamente» las cosas de la tierra no deja lugar en su   alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los bienes y   querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas4.   Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida alcanzar a Dios. Y si no   llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? «Para llegar a Dios, Cristo es   el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el   corazón libre, desasido de las cosas de la tierra»5. Él nos dio   ejemplo: pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más   plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre6. Para   seguirle, nos dejó a todos una condición indispensable: cualquiera de   vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi   discípulo7. Esta condición es también imprescindible para quienes   le quieran seguir en medio del mundo. Este no renunciar a los bienes llenó de   tristeza al joven rico, que tenía muchas posesiones8 y estaba muy   apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día este hombre joven que tenía   «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de las manos!
  Los bienes materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios   que Dios ha puesto a disposición del hombre desde su creación, para su   desarrollo en la sociedad con los demás. Somos administradores de esos bienes   durante un tiempo, por un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios   –Creador y Padre– y a los demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no   hacemos actos de desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el   bien, si nos separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males.   Se excluye del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su   vida; idolatría llama San Pablo a la avaricia9. Un ídolo ocupa   entonces el lugar que solo Dios debe ocupar.
  Se excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con   el Señor, aquel que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo   desordenado a las cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da   –dice San Juan de la Cruz– que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a   uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en   tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de   quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no   volará»10.
  El desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las   personas y a todas las cosas nobles de este mundo.
  II. El Evangelio de la Misa nos presenta a uno que hacía mal uso   de los bienes. Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y   cada día celebraba espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro   yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía   de la mesa del rico11.
  Este hombre rico tiene un marcado sentido de la vida, una manera   de vivir: «Se banqueteaba». Vive para sí, como si Dios no existiera, como si no   lo necesitara. Vive a sus anchas, en la abundancia. No dice la parábola que esté   contra Dios ni contra el pobre: únicamente está ciego para ver a Dios y a uno   que le necesita. Vive constantemente para sí mismo. Quiere encontrar la   felicidad en el egoísmo, no en la generosidad. Y el egoísmo ciega, y degrada a   la persona.
  ¿Su pecado? No tuvo en cuenta a Lázaro, no lo vio. No utilizó los   bienes según el querer de Dios. «Porque la pobreza no condujo a Lázaro al Cielo,   sino la humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran   descanso, sino su egoísmo e infidelidad»12, dice con gran profundidad   San Gregorio Magno.
  El egoísmo y el aburguesamiento impiden ver las necesidades   ajenas. Entonces, se trata a las personas como cosas (es grave ver a las   personas como cosas, que se toman o se dejan según interese), como cosas sin   valor. Todos tenemos mucho que dar: afecto, comprensión, cordialidad y aliento,   trabajo bien hecho y acabado, limosna a gente necesitada o a obras buenas, la   sonrisa cotidiana, un buen consejo, ayudar a nuestros amigos para que se   acerquen a los sacramentos...
  Con el ejercicio que hagamos de la riqueza –mucha o poca– que Dios   ha depositado en nosotros nos ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer.   Siendo generosos, tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí   en la tierra y más tarde en la otra vida. La caridad, en sus muchas formas, es   siempre realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en este   mundo que pasa.
  Este desasimiento ha de ser efectivo, con resultados bien   determinados que no se consiguen sin sacrificio, y también natural y   discreto, como corresponde a los cristianos que viven en medio del mundo   y que han de usar los bienes como instrumentos de trabajo o en tareas   apostólicas. Se trata de un desprendimiento positivo, porque resultan   ridículamente pequeñas, e insuficientes, todas las cosas de la tierra en   comparación del bien inmenso e infinito que pretendemos alcanzar; es también   interno, que afecta a los deseos; actual, porque requiere examinar   con frecuencia en qué tenemos puesto el corazón y tomar determinaciones   concretas que aseguren la libertad interior; alegre, porque tenemos los   ojos puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una mera privación,   sino riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.
  III. El desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez,   hace posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena   de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza   interior. Este tiempo de Cuaresma es muy oportuno para examinar nuestra actitud   ante las cosas y ante nosotros mismos: ¿tengo cosas innecesarias o superfluas?,   ¿llevo una cuenta o control de los gastos que hago para saber en qué invierto el   dinero?, ¿evito todo lo que significa lujo o mero capricho, aunque no lo sea   para otro?, ¿practico habitualmente la limosna a personas necesitadas o a obras   apostólicas con generosidad, sin cicaterías?, ¿contribuyo al sostenimiento de   estas obras y al culto de la Iglesia con una aportación proporcionada a mis   ingresos y gastos?, ¿estoy apegado a las cosas o instrumentos que he de utilizar   en mi trabajo?, ¿me quejo cuando no dispongo de lo necesario?, ¿llevo una vida   sobria, propia de una persona que quiere ser santa?, ¿hago gastos inútiles por   precipitación o por no prevenir?
  El desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor   incluye, además de los bienes materiales, el desprendimiento de nosotros   mismos: de la salud, de lo que piensan los demás de nosotros, de las   ambiciones nobles, de los triunfos y éxitos profesionales.
  «Me refiero también (...) a esas ilusiones limpias, con las que   buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra   voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello solo si a Ti   te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe   mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso   que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba   en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa»13.   ¿Estamos desprendidos así de los frutos de nuestra labor?
  Los cristianos deben poseer las cosas como si nada   poseyesen14. Dice San Gregorio Magno que «posee, pero como si   nada poseyera, el que reúne todo lo necesario para su uso, pero prevé cautamente   que presto lo ha de dejar. Usa de este mundo como si no usara, el que dispone de   lo necesario para vivir, pero no dejando que domine a su corazón, para que todo   ello sirva, y nunca desvíe, la buena marcha del alma, que tiende a cosas más   altas»15.
  Desprendimiento de la salud corporal. «Consideraba lo mucho que   importa no mirar nuestra flaca disposición cuando entendemos se sirve al Señor   (...). ¿Para qué es la vida y la salud, sino para perderla por tan gran Rey y   Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal en ir por   aquí»16.
  Nuestros corazones para Dios, porque para Él han sido hechos, y   solo en Él colmarán sus ansias de felicidad y de infinito. «Jesús no se   satisface "compartiendo": lo quiere todo»17. Todos los demás amores   limpios y nobles, que constituyen nuestra vida aquí en la tierra, cada uno según   la específica vocación recibida, se ordenan y se alimentan en este gran Amor:   Jesucristo Señor Nuestro.
  «Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha   perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu   Espíritu»18.
  Nuestra Madre Santa María nos ayudará a limpiar y ordenar los   afectos de nuestro corazón para que solo su Hijo reine en él. Ahora y por toda   la eternidad. Corazón dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un   camino seguro.
  1 Jer   17, 7-8. — 2 Jer 17, 6. — 3 Cfr. Gen 1, 28. —   4 Mt 6, 24. — 5 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis,   X. — 6 Cfr. 2 Cor 8, 9. — 7 Lc 14, 33. —   8 Mc 10, 22. — 9 Col 3, 5. — 10 San Juan de   la Cruz, Llama de amor viva, 11, 4. — 11 Lc 16 19-21.   — 12 San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio de San   Lucas, 40, 2. — 13 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 114.   — 14 1 Cor 7, 30. — 15 San Gregorio Magno,   Homilías sobre los Evangelios, 36. — 16 Santa Teresa,   Fundaciones, 28, 18. — 17 San Josemaría Escrivá, Camino, n.   155. — 18 Oración colecta de la Misa del día.
  ___________________________________________________________________________________________
   
  † Santoral                   (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
   
  Fuente: Archidiócesis de Madrid 
Eusebio Palatino, Santo   Mártir, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Eusebio Palatino, Santo  |           Mártir          Es uno de los innumerables mártires anónimos. Voy a ver si         consigo explicarme. El Martirologio Romano lo menciona junto con Pedro,         Rústico, Herabo, Mario Palatino y ocho compañeros más de martirio cuyos         nombres ni siquiera se mencionan. Le doy el calificativo de "anónimo" o         desconocido por no tener noticia de ninguna circunstancia que nos hable         del lugar, tiempo o clase de padecimientos que tanto él como sus         compañeros sufrieran por la fe. Sólo conocemos sus nombres. A lo más que         podemos llegar -y esto como suposición- es que padecieron por Jesucristo         en África, por el relato concordante, aunque dependientes entre sí por las         fuentes que utilizan, de hagiógrafos que se inclinan por este probable         detalle.
  El Hagiologio lusitano de Pedro Cardoso, la Crónica de         España de Martín Carrillo y Moreno Vargas en su Historia de Mérida         sostienen que sufrieron martirio en la Bética, en un lugar llamado         Medellín, cerca de Mérida.
  En este caso no se ha dado paso a la         fábula; la imaginación popular no pudo poner aditamentos posteriores y         postizos a la figura humana de estos héroes cristianos; el genio no ha         sabido describir minuciosamente, como en otros muchos casos, gestas         sobreaumentadas con afanes ejemplarizantes pero ajenos a la estricta         realidad histórica. Esta influencia de la fantasía disculpable y         bienintencionada hizo mucho bien a generaciones de lectores y de oyentes         cristianos; muchos se sintieron animados a la fidelidad más estrecha a la         fe y a la paciencia en los momentos duros. Otro tipo de lectores no         corrieron la misma suerte; por tener un espíritu más crítico en asuntos         históricos, o por estar imbuidos de una mentalidad racionalista cerrada a         todo lo sobrenatural, el estilo anteriormente descrito les llevó a un         apartamiento de la Iglesia en cualquiera de sus manifestaciones y la         tildaron de arcaica y demasiado crédula. Como sucede en todos los asuntos,         hay para todos los gustos y nunca llueve a gusto de todos.
  A la         muerte de estos mártires, por razones ignotas para nosotros y que sólo         Dios conoce, no siguió un culto martirial posterior que mantuviera viva su         memoria hasta el fin del tiempo; nos queda la noticia escueta de su         entrega hasta la muerte y la heroicidad de la paciencia.
  Hacen bien         las sociedades cultas en mostrar agradecimiento a los héroes -aunque éstos         sean anónimos- que en épocas difíciles fueron quienes sostuvieron la         patria con su cultura, su libertad y las tradiciones de los mayores que,         una vez pasada la situación de crisis, luego siguen disfrutando las         generaciones futuras, cada una "actual" en su época. No se les atribuyen         gestas concretas reconocidas ni están avalados por triunfos personales;         simplemente dieron su vida ¿se les puede pedir más? Juntos forman una masa         anónima y son los más y probablemente los más importantes. Hicieron         posibles los bienes presentes que son su herencia. Probablemente este sea         el lógico y noble intento de las sociedades cultas actuales cuando         levantan en lugares preferentes monumento al "Soldado Desconocido",         queriendo expresar de algún modo -y dejarlo testimoniado a las         generaciones futuras- su agradecimiento.
  Eusebio Palatino fue uno         de estos personajes anónimos que supo personar la fidelidad a Jesucristo y         la fortaleza hasta el fin con el tesón de los que entienden valer la pena         su entrega. Mi testimonio agradecido a él y a sus compañeros anónimos.         
  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Oremosjuntos.com 
Adriano (Adrián) de Cesarea,   Santo Mártir, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Adriano (Adrián) de Cesarea, Santo  |           Mártir         Martirologio Romano: En Cesarea de Palestina, san Adriano, mártir, que en la         persecución bajo el emperador Diocleciano, en el día en que solían         celebrarse los festejos de la Fortuna de los Cesarienses, por mandato del         procurador y por su fe de Cristo fue arrojado ante un león y después         degollado a espada (309).
  Etimológicamente: Adriano =         Adrián = Aquel que viene del mar, es de origen         latino.                   En el sexto año de la persecución de Diocleciano, siendo         Firmiliano gobernador de Palestina, Adrián y Eubulo (o Eusebio) fueron de         Batenea a Cesarea para visitar a los confesores de la fe. 
  Cuando         los guardias de la ciudad les interrogaron sobre el motivo de su viaje,         los mártires respondieron sin rodeos que habían ido a visitar a los         cristianos. 
  Inmediatamente fueron conducidos ante el gobernador,         quien los mandó azotar y desgarrar las carnes con los garfios de hierro,         para ser arrojados después a las fieras. 
  Dos días más tarde,         durante las fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado, después de         haber sido atacado por un león. 
  Eubolo corrió la misma suerte, uno         o dos días después. El juez le había prometido la libertad a este último,         con tal de que sacrificara a los ídolos, pero el santo prefirió la muerte.           | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa 
Lucio I,   Santo XXII Papa, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Lucio I, Santo  |           XXII Papa         Martirologio Romano: En Roma, en la vía Apia, en el cementerio de Calisto,         sepultura de san Lucio, papa, sucesor de Cornelio, que sufrió el exilio         por la fe de Cristo y fue, en tiempos angustiosos, eximio confesor de la         fe, actuando con moderación y prudencia         (254).
  Etimológicamente: Lucio = nacido con la         primera luz, es de origen latino.
  Fue Pontífice de 253-254;         murió en Roma el 5 de marzo de 254. Después de la muerte del Papa San         Cornelio, quien murió en el exilio en el verano del 253, Lucio fue elegido         para tomar su lugar, y fue consagrado Obispo de Roma. Nada se sabe de la         vida temprana de este Papa antes de su elevación. De acuerdo con el libro         "Liber Pontificalis", era romano de nacimiento y su [[padre] se llamaba         Porfirio. No se sabe de dónde el autor obtuvo esta información. Todavía         continuaba la persecución de la Iglesia bajo el Emperador Gallo durante la         cual Cornelio había sido desterrado. Lucio también fue enviado al exilio         pronto después de su consagración, pero en un corto tiempo, presuntamente         cuando Valeriano fue designado emperador, a él le fue permitido regresar a         su rebaño. El Catálogo Feliciano, cuya información se encuentra en el         "Liber Pontificalis", nos informa del exilio y del milagroso retorno de         Lucio: "Hic exul fuit et postea nutu Dei incolumis ad ecclesiam reversus         est." San Cipriano, quien escribió una carta (perdida) de felicitaciones a         Lucio en su elevación a la Santa Sede y sobre su exilio, envió una segunda         carta de felicitaciones para él y sus acompañantes en el exilio, como         también a toda la Iglesia Romana (ep. LXI, ed. Hartel, II, 695 sqq.).         
  La carta comienza: "Querido Hermano, hace muy poco tiempo te         ofrecimos nuestras felicitaciones, cuando Dios te exaltó a gobernar Su         Iglesia y te concedió la doble gloria de confesor y obispo. De nuevo te         felicitamos a ti, a tus acompañantes y a toda la congregación; con esto,         debido a la bondadosa y poderosa protección de nuestro Dios, Él te ha         guiado de regreso con alabanzas y gloria a Sí mismo, de manera que el         rebaño pueda recibir de nuevo a su pastor, el barco a su piloto y la gente         a un director que los gobierne y les muestre abiertamente que fue el         designio de Dios que permitió tu destierro, no para que el obispo exiliado         fuera privado de su Iglesia, sino más bien para que regresara a su Iglesia         con mayor autoridad". 
  Cipriano continúa, refiriéndose a los tres         niños hebreos en el horno ardiente, que el regreso del exilio no aminoraba         la gloria de la confesión, y que la persecución, la cual iba dirigida sólo         contra los confesores de la Iglesia verdadera, comprobaba cuál era la         Iglesia de Cristo. En conclusión, él describe la felicidad de la Roma         cristiana ante la llegada de su pastor. Cuando Cipriano afirma que Dios         por medio de la persecución buscó "hacer avergonzar y silenciar a los         herejes" y así probar dónde estaba la Iglesia, quién era su único obispo         elegido por el designio de Dios, quiénes eran sus presbíteros sujetos al         obispo en la gloria del sacerdocio, quiénes eran la verdadera gente de         Cristo, unidos a Su rebaño por un amor excepcional, quiénes eran los         oprimidos por sus enemigos, y al mismo tiempo dónde estaban aquellos que         el Diablo protege como suyos, refiriéndose obviamente a los novacianos. El         Cisma de Novaciano, a través del cual se presentó como antipapa, en         oposición a Cornelio, todavía continuaba en Roma bajo Lucio. 
  En         referencia a la confesión y a la restauración de los "Lapsi" (caídos),         Lucio se adhirió a los principios de San Cornelio y de San Cipriano. De         acuerdo con el testimonio del último, contenido en una carta al Papa San         Esteban I (ep. LXVIII, 5, ed. Hartel, II, 748), Lucio, así como Cornelio,         había expuesto su opinión por escrito: "Illi enim pleni spiritu Domini et         in glorioso martyrio constituti dandam esse lapsis pacem censuerunt et         poenitentia acta fructum communicationis et pacis negandum non esse         litteris suis signaverunt." (Para ellos, llenos del Espíritu Santo de Dios         y confirmado en glorioso martirio, juzgaron que el perdón debe ser         otorgado a los Lapsi, y dieron a entender en sus cartas que, que cuando         éstos hayan realizado la penitencia, no se les debe negar el gozo de la         comunión y de la reconciliación.) Lucio murió a principios de marzo del         año 254. En el "Depositio episcoporum" el "Cronógrafo de 354" da la fecha         de su muerte como el 5 de marzo, el "Martyrologium Hieronymianum" como el         4 de marzo. La primera fecha es probablemente la correcta. Quizás Lucio         murió el 4 de marzo y fue enterrado el 5 de marzo. De acuerdo al "Liber         Pontificalis" este Papa fue decapitado en tiempos de Valeriano, pero este         testimonio no puede ser comprobado. Es verdad que Cipriano en la antedicha         carta a Esteban (ep. LXVIII, 5) le da a él, como también Cornelio, el         titulo honorario de mártir: "servandus est enim antecessorum nostrorum         beatorum martyrum Cornelii et Lucii honor gloriosus" (pues debe ser         preservada la memoria gloriosa de nuestros predecesores los santos         mártires Cornelio y Lucio); pero probablemente esto fue un relato del         corto destierro de Lucio. Cornelio, quien murió en el exilio, fue honrado         como mártir por los romanos después de su muerte; pero no así Lucio. En el         calendario romano de fiestas del "Cronógrafo de 354" él es mencionado en         el "Depositio episcoporum", y no bajo el encabezado de "Depositio         martyrum". Sin embargo, su memoria fue particularmente honrada, como         aclara la aparición de su nombre en el "Martyrologium Hieronymianum". Es         cierto que Eusebio sostiene (Hist. Eccl., VII, 10) que Valeriano favorecía         a los cristianos al principio de su reinado. El primer edicto de         persecución del emperador apareció sólo en el año 257. 
  Lucio fue         enterrado en un compartimiento de la bóveda papal en las catacumbas de San         Calixto. En la excavación de la bóveda, De Rossi encontró un fragmento         grande del epitafio original, el cual sólo da el nombre del Papa en         griego: LOUKIS. La losa está quebrada justo atrás de la palabra, así que         con toda probabilidad no había nada más escrito excepto el titulo         EPISKOPOS (obispo). Las reliquias del santo fueron trasladadas por el Papa         San Paulo I (757-767) a la Iglesia de San Silvestre en Capita, o por el         Papa San Pascual I (817-824) a la Basílica de San Práxedes [Marucchi,         "Basiliques et eglises de Rome", Roma, 1902, 399 (inscripción en San         Silvestre), 325 (inscripción en San Práxedes)]. El autor del "Liber         Pontificalis" ha atribuido desautorizadamente a San Lucio un decreto, de         acuerdo con el cual dos sacerdotes y tres diáconos deben acompañar siempre         al obispo para ser testigos de su vida virtuosa: "Hic praecepit, ut duo         presbyteri et tres diaconi in omni loco episcopum non desererent propter         testimonium ecclesiasticum." Tal medida debió ser necesaria bajo ciertas         condiciones en un periodo posterior; pero en época de Lucio esto era         increíble. Este supuesto decreto indujo una falsificación posterior para         inventar otro decreto apócrifo y se lo atribuyeron a Lucio. Es también         fabricada la historia en el "Liber Pontificalis" que Lucio, cuando era         llevado a la muerte, dio al archidiácono Esteban poder sobre la         Iglesia.  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Franciscanos.org 
Juan José de la Cruz, Santo   Presbítero Franciscano, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Juan José de la Cruz, Santo  |           Presbítero Franciscano         Martirologio         Romano:En         Nápoles, san Juan José de la Cruz (Carlos) Gaetano, presbítero de la Orden         de los Hermanos Menores, que, siguiendo las huellas de san Pedro de         Alcántara, restableció la disciplina de la Regla en muchos conventos de la         provincia de Nápoles.                   CARLOS CAYETANO CALOSINTO         nació el 15 de agosto, día de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, del         año 1654 en el volcánico islote de Isquia, situado a la entrada del golfo         de Nápoles, de suelo muy rico y fértil. En el bautismo recibió el nombre         de Carlos Cayetano. Su familia era noble y piadosísima; sus padres, José         Calosinto y Laura Garguilo, vieron, con santo consuelo, que cinco hijos         suyos se consagraron al Señor. A todos aventajó Carlos en virtud y         santidad de vida.
  Ya en sus tiernos años gustaba sobremanera del         retiro, silencio y oración; apartábase de los juegos y entretenimientos de         sus hermanos y consagraba el tiempo de los recreos a visitar iglesias,         orando en ellas con angelical devoción.
  Tenía especial cariño y         amor a la Virgen nuestra Señora, y cada día rezaba el Oficio Parvo y otras         preces marianas, como el rosario y las letanías, ante un altarcito que él         mismo había aderezado en su aposento a la gloriosa Reina del cielo. Los         sábados y vigilias de sus fiestas solía ayunar a pan y agua.
  Amaba         a los pobres con singular ternura, recordando que el bien que a ellos se         hace lo tiene Jesucristo como hecho a Él mismo. Aunque de muy noble y         opulenta familia, gustaba de llevar vestidos humildes y ordinarios.         Trabajaba y distribuía entre los pobres el fruto de su labor.
  Ya         pequeñito sabía mortificarse y practicar algunas penitencias, y cierto día         en que uno de sus hermanos le dio de bofetadas, él, en vez de vengarse, se         arrodilló a sus pies pidiéndole perdón, y luego rezó por él un         Padrenuestro.
  Carlos Cayetano, religioso
  Cuando tenía         apenas diecisiete años, determinó consagrarse enteramente al servicio         divino, abrazando alguna religión de vida rigurosa y austera; pero no         sabía cuál elegir entre las tres severas órdenes de los Cartujos, Mínimos         y Frailes Menores o Franciscanos.
  Hizo una fervorosa novena al         Espíritu Santo, en la que pidió luz para conocer su camino. Al terminarla         ocurrió que Juan de San Bernardo, franciscano descalzo de la reforma de         San Pedro de Alcántara, llegado de España a Italia para establecer allí         esta nueva rama de la Orden de San Francisco, llegó a Isquia llevado de la         providencia del Señor. Las eminentes virtudes de Juan, su vida santísima y         su hábito austero y humilde, llenaron de admiración a Carlos Cayetano, el         cual desde ese día ya no titubeó más en la elección. Dejó a su familia y         pasó a Nápoles, al convento de Santa Lucía del Monte, pidiendo con         insistencia ser admitido.
  Pasados nueve meses de prueba, comenzó         los santos ejercicios del noviciado, y poco después vistió el hábito         religioso, trocando su nombre por el de Juan José de la Cruz, en honra de         San Juan Bautista, cuya fiesta se celebraba al día siguiente; del glorioso         San José, de quien era devotísimo, y de la sagrada Cruz, por la gran         devoción que tenía a la Pasión de nuestro divino Salvador. Fue el primero         en Italia en ingresar en la Reforma de Observantes Descalzos, y luego el         principal promotor de la Orden en las provincias napolitanas.
  El         tiempo de su noviciado lo pasó entregado a las mayores austeridades, no         excediéndole ningún novicio en la exactitud de la observancia regular.         Ayunaba cada día a pan y agua, dormía breves horas, y consigo llevaba,         como dice San Pablo, la mortificación de Cristo en su espíritu y corazón.         San Francisco de Asís y San Pedro de Alcántara fueron los modelos que         trató de imitar, llegando en breve a ser dechado de novicio.
  Tres         años permaneció en Nápoles después de su profesión, adelantando a grandes         pasos por la senda de la virtud.
  En el año de 1674 y cumplidos los         veinte de su edad, viendo los superiores que, aunque mozo en los años, era         eminente en virtud y santidad, lo enviaron a fundar un convento en         Piedimonte de Afila, al pie de los montes Apeninos, y, con ser ese cargo         de difícil desempeño, lo ejerció perfectamente ayudándose de la gracia del         Señor. Dio fuerte impulso a la edificación del convento, ayudando él mismo         a los albañiles y llevando sobre sus hombros piedras y otros materiales         necesarios.
  De ese modo, al juntarse las muchas fatigas y trabajos         con sus grandes austeridades, le sobrevinieron recios vómitos de sangre         que lo dejaron extenuado, y aun hubiera muerto a no ser por la protección         visible de la Virgen María, merced a la cual cobró en breve la         salud.
  Concluida la fábrica material del convento, dedicóse a hacer         reinar entre los religiosos un profundo silencio y recogimiento, y la         observancia exacta y rigurosa de la santa Regla. Quería que aquella casa,         primera de la Orden en Italia, no sólo rivalizara con la de Pedroso,         fundada en Extremadura por el mismo San Pedro de Alcántara, sino que la         excediera en el rigor de la observancia regular. Como si quisiera el Señor         premiar el celo de su siervo, tuvo aquí fray Juan José el primer         arrobamiento, viéndole los demás religiosos levantado en el aire durante         un oficio que celebraba en la capilla.
  A la edad de veintitrés         años, fue ordenado sacerdote por mandato de los superiores, pues no quería         él aceptar esta dignidad por juzgarse indigno de ella. También por         obediencia consintió en dedicarse al cargo de confesor. Descubrió en el         ejercicio de este santo ministerio su admirable ciencia teológica, que         había aprendido, como Santo Tomás y Santa Teresa, más en la meditación del         crucifijo que en el estudio de los libros. Con el fin de darse de lleno a         la oración y penitencia, se retiró a una pequeña ermita próxima al         convento, y muy en breve se le juntaron algunos religiosos, que bajo su         dirección progresaron en perfección y santidad.
  Maestro de         novicios y provincial
  A los veintisiete años cumplidos, lo         nombraron los superiores maestro de novicios. En su nuevo cargo nunca se         tomó licencia para dispensarse de la observancia regular; asistía         puntualmente al coro y a los ejercicios de comunidad, siendo fidelísimo a         la oración y espejo de virtudes religiosas para sus novicios. Áspero y         riguroso consigo mismo, era muy blando y bondadoso con los demás. Ponía         todo su afán en abrasar en el fuego del divino amor y traer a la imitación         de Cristo y de su santísima Madre a cuantos tenía bajo su         dirección.
  Nombrado luego "guardián" del convento de Piedimonte,         desempeñó con mucho acierto este cargo; pero, como su humildad prefería la         obediencia al mando, hizo tales instancias a los superiores, que a poco le         relevaron del empleo; mas no disfrutó largo tiempo de esa libertad tan         deseada, pues en 1684, el Capítulo provincial volvió a nombrarle guardián.         
  El Señor le probó por entonces con grandes desolaciones         interiores, pues se vio atormentada su alma con tinieblas y dudas que le         hicieron padecer sobremanera. Sufrió esta prueba con mucha paciencia y el         Señor se dignó premiarle con una visión en la que se le apareció el alma         de un religioso muerto hacía poco, asegurándole que ninguno de los         religiosos de San Pedro de Alcántara venidos a Nápoles se había condenado.         Tan consolado quedó con esta revelación, que de muy buen grado aceptó las         obligaciones que su nuevo cargo le imponía.
  También por este tiempo         plugo al Señor manifestar la santidad de su siervo con muchos y         portentosos milagros, multiplicando el pan del monasterio y haciendo         crecer en una noche legumbres recogidas la víspera para darlas a los         pobres.
  Libre ya otra vez del cargo de guardián, fue elegido en         1690 definidor de la Orden y al mismo tiempo repuesto en el cargo de         maestro de novicios, cargo que desempeñó por espacio de cuatro años en         Nápoles y en Piedimonte. Habiendo enfermado gravemente su anciana madre,         acudió a su lado para asistirla en su agonía y muerte, siendo recibido por         los de Isquia con grandes honores y muchas muestras de         veneración.
  En el año de 1702, los religiosos españoles fundadores         de la Reforma de los Observantes Descalzos en Italia, juzgaron haber         cumplido su cometido y regresaron a su patria. Con este motivo, los         religiosos italianos suplicaron al padre Juan José que se encargara de         llevar adelante la constitución de la provincia italiana. Después de         vencer muchas y grandes dificultades, logró el apetecido intento, y el         Capítulo de la nueva provincia le nombró ministro provincial a pesar de         sus ruegos y lágrimas. En verdad fue acertada esta elección, pues él era         el más apto para ocupar y asegurar la prosperidad de la naciente         provincia, mantener el rigor de la observancia de San Pedro de Alcántara y         hacer florecer las virtudes del patriarca San Francisco.
  Cumplido         el tiempo de su mandato y habiendo desempeñado con acierto tan preeminente         cargo, volvió a la obediencia y vida común con gran consuelo y gozo de su         alma, recogiéndose en el convento de Santa Lucía, para consagrar lo que le         quedase de vida a la dirección y salvación del prójimo.
  Virtudes         y prodigios 
  Tenía Juan José ilimitada confianza en el Señor, y         Dios se la premiaba con multitud de milagros y prodigios extraordinarios,         como el que obró ocho años antes de su muerte, sucedido de la manera que         aquí declaramos.
  Al entrar cierto día del mes de febrero en el         convento, se le acercó un comerciante napolitano y le rogó intercediera         por su mujer gravemente enferma, la cual deseaba ardientemente comerse         unos melocotones, cosa imposible de darle en aquella época del año. Díjole         el Santo que tuviese confianza y que, al día siguiente, el Señor, San         Pedro de Alcántara y San Pascual Bailón atenderían sus súplicas; y, como         viera allí cerca unas ramas secas de castaño, dijo a fray Miguel que le         acompañaba:
  - Hermano Miguel, tome tres ramas de ésas y plántelas;         si así lo hace, el Señor, San Pedro de Alcántara y San Pascual remediarán         la necesidad de esa pobre mujer.
  Fray Miguel repuso extrañado:         
  - Pero, Padre, ¿cómo van a dar melocotones estas ramas de         castaño?
  - Eso lo harán el Señor y San Pedro de Alcántara -le         respondió Juan José.
  Obedeció fray Miguel plantando las tres ramas         secas de castaño en una maceta que estaba cerca de la ventana del Santo,         y, cosa maravillosa, al día siguiente aparecieron todas cubiertas de hojas         verdes, y vieron todos que de cada rama colgaba un hermoso melocotón; al         comerlos la mujer enferma, quedó sana.
  Los resplandores del divino         amor que inflamaba su alma, iluminaban su rostro y daban a sus palabras         singular blandura y piedad. Aunque no hubiese cielo ni infierno -decía-,         quisiera yo amar a Dios por toda la eternidad.
  El amor a Dios suele         ir acompañado de grande amor al prójimo y sobre todo a los pobres y         necesitados, y así el padre Juan José miraba como obligación suya socorrer         y alimentar a los menesterosos, no consintiendo nunca que se despidiese         del monasterio a un solo mendigo sin darle limosna. En cierta época de         gran escasez, guardaba su propia comida y la de la comunidad para         sustentar con ella a los necesitados, dejando en manos de la divina         Providencia el cuidado de proveer a las necesidades del         convento.
  Su caridad para con los enfermos le llevaba a desear         padecer los achaques y enfermedades que ellos padecían, y así lo pedía al         Señor, siendo muchas veces oídas sus súplicas. Gustábale asimismo hacer         grandes penitencias para que el Señor perdonase a los pecadores que con él         se confesaban, y a los cuales no imponía sino una leve         satisfacción.
  Tanto a sus penitentes como a los enfermos que         visitaba, les infundía tierna y filial devoción a la Virgen María, a quien         amaba con singular ternura y cariño.
  -- Acudid a la Virgen         Santísima -les decía-; ella os ayudará, os consolará y os librará de         vuestras penas y congojas.
  -- Dale el dulcísimo nombre de madre         -dijo un día a un joven estudiante de su comunidad-; dile Mamá, mamá, mi         dulce y querida madre María!, y tenle grande y filial devoción y amor,         pues ella es tu tierna madre.
  Tenía en su celda un precioso cuadro         de la Virgen que le regaló el famoso pintor Mattœis, y no apartaba de él         sus ojos, consultando con su Madre celestial todas las dificultades.         Aseguran algunos que esta santa imagen le habló repetidas         veces.
  Poseía en grado eminente las virtudes que son propias del         estado religioso. Su obediencia a los mandatos de sus superiores era         perfectísima; su amor a la pobreza era intenso. Durante toda su vida         guardó íntegra la flor de la virginidad; y la humildad, que es fundamento         de todas las virtudes cristianas, le hizo cumplir con alegría los oficios         más bajos del convento. Guardaba riguroso silencio y, si alguna vez se         veía precisado a hablar, lo hacía en voz baja. Iba siempre con la cabeza         descubierta y bajo su hábito llevaba cilicios y cadenas que mudaba con         frecuencia para aumentar sus dolores. Se disciplinaba duramente y, cuando         sus superiores le obligaron a llevar sandalias, que fue a los cuarenta         años, ponía en ellas clavos y piedrecitas. Daba brevísimo tiempo al sueño,         y en los últimos treinta años de su vida no probó vino, agua, ni otra         bebida; y, como en su vejez le aconsejaran moderar un tanto sus rigores a         la vista de las enfermedades que padecía, él respondió:
  -- No         padezco ninguna dolencia que me impida trabajar en la salvación de las         almas; y aun cuando la padeciera, ¿acaso no tendría que sacrificarme con         Jesús crucificado por estas almas tan desgraciadas?
  Éxtasis y         otros favores celestiales
  El divino Maestro suele complacerse         en regalar con las celestiales delicias del Tabor a cuantos le aman lo         bastante para seguirle valerosamente hasta el Calvario.
  El padre         Juan José de la Cruz tuvo frecuentes éxtasis, mereciendo además el insigne         favor de tener al Niño Jesús en sus brazos en varias ocasiones, y         señaladamente en la noche de Navidad. La Virgen María se le apareció y         habló muchas veces, como él mismo lo declaró en ratos de         esparcimiento.
  Tuvo asimismo el don de bilocación. Vino un día al         convento el criado de una duquesa, suplicando al Santo que fuese a         visitarla, pues estaba gravemente enferma y quería confesarse; pero Juan         José se hallaba también acostado sin poder moverse. El criado se volvió         muy afligido y fue a su dueña para contarle la triste noticia. Mas cuál no         sería su asombro cuando, al entrar en el cuarto donde yacía la enferma,         halló en él al padre Juan José. Fuera de sí de gozo, prorrumpió en gritos         de admiración, no pudiendo creer lo que veían sus ojos.
  -- Eres muy         cándido -le dijo el Santo, cuya humildad se vio comprometida-; he pasado a         tu lado y no me has visto.
  El Señor le favoreció con el don de         profecía. Así, predijo un día su destino a tres jóvenes que fueron a         consultarle. Al primero le dijo: "Hijo mío, tu vocación no es la vida         religiosa; tienes cara de tener que morir ahorcado". Al segundo le dio         este consejo: Ten cuidado y está alerta, hijo, pues te amenaza un grave         peligro. Al tercero le dijo: Ruega a la Virgen con fervor, cumple         fielmente todas tus obligaciones y el Señor te protegerá". Estas         predicciones se verificaron a la letra, pues el tercero se hizo religioso         franciscano descalzo. Pasando cerca de Puzzuoli, supo que el segundo había         sido asesinado y ferozmente acuchillado en un monte cercano. Poco después         halló al primero armado como un bandido, el cual le contó cómo se había         escapado de la cárcel para evitar la muerte a que le condenaron por         asesinato, y que ahora le perseguían por un homicidio.
  Llamado otra         vez el Santo para asistir a una religiosa moribunda, acudió al instante y,         mirando a una jovencita, sobrina de la monja que estaba junto a su cama,         dijo: Me habéis llamado para asistir a la muerte de la tía que aún vivirá         largos años; pero la sobrina sí que está al borde de la eternidad. Poco         después sanó la religiosa, y la joven murió repentinamente de         apoplejía.
  Su muerte
  Los señalados premios y favores         otorgados por el Señor a nuestro Santo, sólo consiguieron desprenderle más         y más de las cosas de este mundo y acrecentar el deseo que tenía de las         eternas. Por eso se llenó de santa alegría con la noticia de su próxima         muerte. Una semana antes, o sea, a finales del mes de febrero del año         1734, rogó a su hermano que le encomendase al Señor en sus oraciones del         viernes siguiente, y cabalmente fue ese día el postrero de su         vida.
  Le administraron la Extremaunción hallándose presente la         comunidad y algunas personas honorables de la ciudad. Pasó la noche         entretenido en fervorosos afectos de contrición, amor, agradecimiento y         resignación, y al amanecer dijo al Hermano que le asistía:
  -- Ya         sólo me quedan breves momentos de vida.
  Corrió el Hermano a         decírselo al superior y toda la Comunidad acudió cabe su lecho, y entre         gemidos y lágrimas le leyeron la recomendación del alma. Cuando el padre         Guardián advirtió en el enfermo señales de agonía, le dio la absolución, y         el Santo bajó la cabeza en prueba de agradecimiento. Luego, la levantó y         miró con inefable ternura a la imagen de María, y, sonriendo plácidamente,         cerró los ojos del cuerpo a las cosas visibles y expiró con grande         tranquilidad. Su gloriosa alma voló al cielo para gozar eternamente de la         bienaventurada presencia del Señor. Sucedió tan dichoso tránsito a los         cinco días del mes de marzo del año 1734, cuando Juan José tenía ochenta         de edad.
  En el instante en que el espíritu del siervo de Dios voló         al cielo, Diego Pignatelli, duque de Monte León, vio aparecer, de repente,         delante de sí al Padre Juan José aureolado con luz sobrenatural y muy sano         y robusto. Admiróse de lo que veía, pues unos días antes le había dejado         enfermo en Nápoles, y así le dijo:
  -- Pero ¿qué pasa, Padre Juan         José? ¿De dónde que haya cobrado tan presto salud y fuerzas?
  -- Ya         estoy bueno y soy feliz -le contestó el Santo.
  Y en diciendo estas         palabras, desapareció. También se apareció a Inocencia Vabetta, que estaba         durmiendo cuando murió el Santo, y a otros muchos, entre ellos al padre         Bruno, que era religioso en la misma comunidad que Juan José.
  Este         admirable y santísimo siervo de Dios fue canonizado por Gregorio XVI junto         con San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Jerónimo, San Pacífico         y Santa Verónica de Juliani. Sus sagradas reliquias están en la ciudad de         Nápoles, en la iglesia del convento de Sta. Lucía del         Monte.  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Franciscanos.net 
Cristóbal Macassoli de Milán,   Santo Presbítero Franciscano, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Cristóbal Macassoli de Milán, Santo  |           Presbítero Franciscano         Martirologio Romano: En Vigevano, en Lombardía, beato Cristóbal Macassoli,         presbítero de la Orden de Hermanos Menores, insigne por su predicación y         su caridad para con los pobres (1485).
  Etimológicamente:         Cristóbal = Aquel que lleva a Cristo consigo, es de origen         griego.                   Sacerdote de la Primera Orden (1400‑1485). Aprobó su culto         León XIII el 26 de julio de 1890.
  Cristóbal Macassoli nació en         Milán a comienzos del siglo XV. Transcurrió su infancia en la inocencia y         la bondad, bajo los cuidados solícitos de sus padres. Hacia los 20 años se         hizo franciscano, cuando San Bernardino de Siena (1389‑1444) recorría las         ciudades de Italia predicando incansablemente el evangelio, y suscitando         un profundo cambio en las almas, con grandiosas conversiones, y trabajaba         intensamente para volver a la Orden Franciscana a la primitiva observancia         de la regla como la había dictado y practicado San Francisco de         Asís.
  Cristóbal, ardiendo en amor a Dios y a los hermanos,         recorriendo el camino de la virtud, con pureza de corazón, con una viva         confianza en Dios, en la austera observancia de la pobreza, se colocó en         el camino luminoso de San Bernardino, místico sol del siglo XV. Ordenado         sacerdote, fue insigne por su predicación y santidad, y por su entrega         generosa y sin medida al ministerio apostólico. Su fama fue creciendo, ya         por las numerosas conversiones que obró, ya por los poderes taumatúrgicos         que se le atribuyeron. Con el ejemplo y con la palabra edificó la Iglesia         de Cristo.
  Con el Beato Pacífico Ramati de Cerano fundó el convento         de Santa María de las Gracias en Vigevano, cuya admirable iglesia fue         construida por Galeazzo Sforza y consagrada en 1476. Allí fijó su         residencia después de una vida de gran actividad apostólica. Pronto la         fama de su santidad se extendió tan ampliamente, que aun de partes lejanas         llegaban a él numerosos fieles para pedir su oración y escuchar su palabra         siempre llena de caridad y comprensión, para que bendijera a los enfermos         y a los niños. Dios a menudo glorificó la santidad de su siervo fiel con         prodigios. 
  Murió el 5 de marzo de 1485, a los 85 años de edad. Su         cuerpo, rodeado de la veneración de sus devotos, fue sepultado en la         iglesia de Santa María de las Gracias, en la capilla de San Bernardino. En         1810 sus reliquias fueron trasladadas a la catedral de Vigevano. Un         antiguo testimonio del culto que le fue rendido es el cuadro del altar de         Santa María de las Gracias de 1653, en el cual el Beato es representado         junto con San Bernardino al lado de la Virgen. León XIII aprobó su culto         el 25 de julio de 1890. No es raro que del Beato Cristóbal de Milán haya         tomado Manzoni el nombre y la figura del Padre Cristóbal de Pescarenico,         en su novela "Los Novios".  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Conón   el Hortelano, Santo   Mártir, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Conón el Hortelano, Santo  |           Martirologio Romano: En Pamfilia, san Conón,         mártir, hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a         correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de         rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).
  En Pamfilia,         era hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a         correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de         rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).           | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Franciscanos.org 
Jeremías de Valaquia, Beato   Religioso Capuchino, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Jeremías de Valaquia, Beato  |           Religioso Capuchino         Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, beato Jeremías de Valaquia         (Juan) Kostistik, el cual, religioso de la Orden de los Hermanos Menores         Capuchinos, con caridad y alegría asistió incesantemente a los enfermos         durante cuarenta años (1625).
  Etimológicamente:         Jeremías = La elevación del Señor, es de origen         hebreo.                             JUAN KOSTISTIK         Hermano profeso capuchino, que nació en el seno de una         familia campesina de Rumania y, en su juventud, emigró a Nápoles (Italia).         Las virtudes aprendidas en el hogar, las desarrolló durante su larga vida         religiosa en el oficio de enfermero, en el que prodigó su entrega, ternura         y amor a los más débiles y desamparados. Lo beatificó Juan Pablo II en         1983, y es el primer rumano elevado oficialmente al honor de los         altares.
  Nací en Rumania allá por el año 1556, y si me hubieran dicho         de pequeño que terminaría siendo capuchino, no me lo hubiera creído; entre         otras cosas porque no sabía qué era eso.
  La culpa de todo la tuvo         mi madre, que me llenaba la cabeza de sueños contándome cosas de Italia,         donde estaban los buenos cristianos y todos los monjes eran santos; y         además estaba el papa.
  Tan bonito me lo pintó que a los 18 años         dejé la familia y me puse en camino en busca de algo que intuía pero que         no sabía concretar.
  El viaje no fue fácil. Hasta llegar a encontrar         lo que pretendía sufrí lo indecible e hice de todo: trabajar en una         fábrica, cavar, guardar animales, servir a un médico y a un farmacéutico.         Probé todos los oficios menos dos: paje y verdugo.
  Después de tres         años de ir deambulando de un sitio a otro llegué, por fin, a Italia; y         cuál no sería mi decepción al comprobar que, de buenos cristianos, nada;         mucho peor que los de mi tierra; hasta el punto que pensé en volverme otra         vez a casa.
  Menos mal que un anciano me hizo caer en la cuenta de         que no podía generalizar mi primera mala experiencia. Me indicó que fuera         a Nápoles y allí encontraría esos buenos cristianos que estaba         buscando.
  Y así fue; no sólo encontré repletas las iglesias, sino         que también descubrí aquellos monjes santos de los que me hablaba mi         madre: los capuchinos.
  Al lado de los últimos 
  Los         primeros años de profeso estuve en distintos conventos ayudando en la         marcha de la casa; pero muy pronto me mandaron al convento de S. Efrén el         Nuevo de Nápoles, donde me pasé cuarenta años como enfermero.
  De mi         madre aprendí a ser atento con los pobres, por eso veía lógico que         entraran en la huerta de nuestro convento a comer lo que necesitaran. Pero         los frailes se hartaron y pusieron una valla. Yo me indigné y, en plan         apocalíptico, empecé a gritarles que ya no tendrían más esas cebollas         gordas y hermosas que se criaban cuando no había valla, y que semejante         avaricia sería causa de una gran carestía.
  La verdad es que me         sentía a gusto entre los pobres y me molestaban las injusticias que se les         hacían. Cuando los notables de la ciudad se unieron para pedirle a S.         Lorenzo de Brindis que se hiciera portavoz ante el rey de España Felipe         III del pueblo oprimido y vejado por el virrey Pedro Girón, yo hice lo         posible para convencer al P. Lorenzo -ya que él se resistía- para que         aceptara esta delicada misión.
  Pero con los pobres que más me         volqué fue con los enfermos. La enfermería contaba con más de setenta, y         aunque procuraba atenderlos a todos, prefería a los frailes sencillos, ya         que los superiores solían estar bien atendidos por los otros         frailes.
  A pesar del trabajo y de los años, siempre mantuve la cara         colorada y fresca. Tal vez fuera por lo mucho que me gustaban las habas;         de ahí que me pidieran y yo las ofreciera pensando menos en la cosmética         que en lo buenas que estaban.
  Los enfermos me llevaban todo el         tiempo, hasta el punto de que no necesitaba tener celda propia. Cuando         alguien me preguntaba el porqué, solía responderle que el sueldo no me         llegaba para pagar la pensión.
  Bromas aparte, la verdad es que el         trabajo era duro; sobre todo cuando tenía que atender a fray Anselmo de         Calabria, que había perdido la cabeza y se ensuciaba continuamente de         arriba a abajo; o a fray Salvador de Nápoles que además de lisiado había         quedado como tonto y tenía que darle la comida en la boca como un         pajarito, tranquilizándolo cuando me llamaba por las noches.
  El         Dios de cada día
  Sin embargo no hay ningún misterio en todo         esto. Si soportaba con alegría la dureza del trabajo era porque confiaba         plenamente en mi Señor, a quien servía en mis hermanos.
  A pesar del         misticismo que envolvía el ambiente, yo siempre preferí el servicio al         éxtasis. Recuerdo que una vez me pareció ver a la Virgen. Yo me atreví a         preguntarle cómo siendo Reina estaba sin corona. Y ella me respondió que         su corona era Jesús.
  Esta experiencia me impresionó tanto, que pedí         al Señor no tener más éxtasis, ya que me habrían impedido servir a los         hermanos. Yo era del parecer que la mejor forma de amar a Dios es ejercer         con responsabilidad el propio oficio, y el tiempo que queda dedicarlo a la         oración.
  Así era mi vida, hasta que el superior me mandó a visitar         a D. Juan de Avalos que estaba gravemente enfermo. Hacía un frío y un         viento terrible. Al volver al día siguiente al convento me sentí mal; era         una pleuropulmonía. A los pocos días el Señor me llamó, y yo me fui         contento de haber obedecido hasta dar la vida por los hermanos.         Era el 5 de marzo de   1625.  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01 
Gerásimo,   Santo Eremita, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Gerásimo, Santo  |           Eremita         Martirologio         Romano:         En Palestina, en la ribera del Jordán, san Gerásimo, anacoreta, que en         tiempo del emperador Zenón, convertido a la fe ortodoxa por obra de san         Eutimio, se entregó a grandes penitencias, ofreciendo a todos los que bajo         su dirección se ejercitaban en la vida monástica, la norma de una         integérrima disciplina y el modo de sustentarse         (475).                   San Gerásimo nació en Licia de Asia Menor, donde abrazó la         vida eremítica. Después pasó a Palestina y, durante algún tiempo cayó en         los errores eutiquianos, pero San Eutimio le devolvió a la verdadera fe.         
  Más tarde, parece que estuvo en varias comunidades de la Tebaida y         finalmente, retornó a Palestina, donde se hizo íntimo amigo de San Juan el         Silencioso, de San Sabas, de San Teoctisto y de San Atanasio de Jerusalén.         Tan numerosos fueron sus discípulos, que el santo fundó una "laura" de         sesenta celdas, cerca del Jordán y un convento para los principiantes. Sus         monjes guardaban silencio casi completo, dormían en lechos de juncos y         jamás encendían fuego dentro de las celdas, a pesar de que las puertas         tenían que estar siempre abiertas. 
  Se alimentaban ordinariamente         de pan, dátiles y agua y dividían el tiempo entre la oración y el trabajo         manual. A cada monje se asignaba un trabajo determinado, que debía estar         listo el sábado siguiente. Aunque la regla ya era de suyo severa, San         Gerásimo la hacía todavía más rigurosa para sí y nunca cesó de hacer         penitencia por su caída en la herejía eutiquiana. Según se cuenta, durante         la cuaresma, su único alimento era la Sagrada Eucaristía. San Eutimio le         profesaba tal estima, que le enviaba, por medio de los discípulos, a         aquellos de sus seguidores a quienes consideraba llamados a la más alta         perfección. La fama de San Gerásimo sólo cedía a la de San Sabas. El año         451, durante el Concilio de Calcedonia, su nombre sonó en todo el oriente.         La "laura" que él había fundado florecía todavía un siglo después de su         muerte.
  En el "Prado Espiritual" Juan Mosco nos ha dejado una         anécdota encantadora. Un día en que el santo se hallaba a orillas del         Jordán, se le acercó cojeando penosamente un león. Gerásimo examinó la         zarpa herida, extrajo de ella una aguda espina y lavó y vendó la pata de         la fiera. El león se quedó desde entonces con el santo y fue tan manso         como cualquier otro animal doméstico. 
  En el monasterio había un         asno, que los monjes utilizaban para ir a traer agua, y éstos hacían que         el león cuidara del asno cuando iba a pastar; pero un día, unos mercaderes         árabes se lo robaron y el león volvió sólo y muy deprimido al convento. A         las preguntas de los monjes, el león respondía con miradas lastimeras. El         abad le dijo: "Tú te comiste al asno. Bendito sea Dios por ello. Pero de         ahora en adelante tú harás el trabajo del asno". El león tuvo que acarrear         agua para la comunidad. Poco tiempo después, los mercaderes árabes pasaron         de regreso con el asno y tres camellos; el león les puso en fuga, cogió         entre los dientes la brida del asno y lo llevó triunfalmente al         monasterio, junto con los camellos. San Gerásimo reconoció su error y dio         al león el nombre de Jordán. 
  Cuando murió el anciano abad, el león         estaba desconsolado. El nuevo abad le dijo: "Jordán, nuestro amigo nos ha         dejado huérfanos para ir a reunirse con el Amo a quien servía; pero tú         tienes que seguir comiendo", pero el león siguió rugiendo tristemente.         Finalmente el abad, que se llamaba Sabacio, condujo al león a la tumba de         Gerásimo y, arrodillándose junto a ella, le dijo: "Aquí está enterrado tu         amo". El león se echó sobre la tumba y empezó a golpearse la cabeza contra         la tierra; nadie pudo apartarle de ahí y pocos días más tarde le         encontraron muerto. Según algunos autores, el león que se ha convertido en         el símbolo de San Jerónimo era en realidad el de San Gerásimo. La         confusión se originó probablemente de la grafía "Geronimus" de ciertos         documentos.  | 
  ___________________________________________________________________________________________
  Fuente: Martirologio Romano 
Otros Santos y Beatos   Completando santoral de este día, Marzo 5   
                                                        |                 
  |                        |                Otros Santos y Beatos  |           San Teófilo, obispo Conmemoración de san Teófilo, obispo de Cesarea, en         Palestina, que en tiempo del emperador Septimio Severo brilló por su         sabiduría e integridad de vida (195).
  San Foca, laico En         Sinope, en el Ponto, san Foca, mártir, labrador de oficio, que sufrió         muchas injurias por el nombre del Redentor (c. s. IV).
  San         Kierano, abad y obispo En Sahigir, en la región de Ossory, en         Hibernia (hoy Irlanda), san Kierano, obispo y abad (530). 
  San         Virgilio, obispo En Arlés, en la Provenza, san Virgilio, obispo,         que recibió como huéspedes a san Agustín y a sus monjes, cuando viajaban         hacia Inglaterra por encargo del papa san Gregorio I Magno (c. 618).           | 
  ___________________________________________________________________________________________
   
  Fuentes: IESVS.org; EWTN.com;   hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
   
  Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
   
  Si NO desea el evangelio, santoral y meditación diaria y sólo   artículos interesantes censurados por la prensa (la mayoría), unos 4 por semana   escriba a: ave-maria-purisima+subscribe@googlegroups.com (responder el mensaje de confirmación).
   
  Para de-suscribirse escribir desde su casilla de email   a:
  REEMPLACEporNOMBREdelGRUPO+unsubscribe@googlegroups.com
  Si no se desuscribe es porque recibe el mensaje en su otro email   que le reenvía al actual: debe escribir desde ese otro email.