JMJ
Pax
Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 20,1-2.11-18
Gloria a ti, Señor.
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".
María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron:
"¿Por qué estás llorando, mujer?"
Ella les contestó:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo:
"Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?"
Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:
"Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".
Jesús le dijo:
"¡María!"
Ella se volvió y exclamó:
"¡Raboní!", que en hebreo significa "maestro".
Jesús le dijo:
"Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios"".
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.
El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk
El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc
Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?
Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?
Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).
† Misal
Dia 22/07 Santa María Magdalena (Día del personal doméstico).
Antífona de entrada Jn 20, 17
Dijo el Señor a María Magdalena: "Ve a decir a mis hermanos: subo a mi Padre, Padre de ustedes; a mi Dios, Dios de ustedes".
Oración Colecta
Oremos:
Señor, Dios nuestro: Cristo, tu Unigénito, confió, antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por intersección y el ejemplo de aquella cuya memoria celebramos, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el Reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Encontré al amor de mi alma
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 3,1-4a
Esto dice la esposa:
"En mi lecho, por las noches, a mi amado yo buscaba. Lo busqué, pero fue en vano. Me levantaré. Por las plazas y barrios de la ciudad buscaré al amor de mi alma; lo busqué, pero fue en vano. Y me encontraron los guardias de la ciudad, y les dije:
"¿Qué no vieron a aquel que ama mi alma?" Y apenas se fueron, encontré al amor de mi alma".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
O bien: 2Cor 5, 14-17
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos. Por eso nosotros, de ahora en adelante, ya no conocemos a nadie con criterios puramente humanos; y si conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así. El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial (62, 2-6. 8-9)
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora, como el suelo reseco añora el agua.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Para admirar tu gloria y tu poder, anhelo contemplarte en el santuario. Pues mejor es tu amor que la existencia; siempre, Señor, te alabarán mis labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Podré así bendecirte mientras viva y levantar en oración mis manos. De lo mejor se saciará mi alma; te alabaré con júbilo en los labios.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Fuiste mi auxilio y a tu sombra, canté lleno de gozo. A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da seguro apoyo.
Señor, mi alma tiene sed de ti.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Dinos, María Magdalena, ¿qué has visto en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. Aleluya.
Aleluya.
Evangelio
Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 20,1-2.11-18
Gloria a ti, Señor.
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".
María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron:
"¿Por qué estás llorando, mujer?"
Ella les contestó:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo:
"Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?"
Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:
"Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".
Jesús le dijo:
"¡María!"
Ella se volvió y exclamó:
"¡Raboní!", que en hebreo significa "maestro".
Jesús le dijo:
"Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios"".
María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Recibe, Señor, los dones que te presentamos en la fiesta de santa María Magdalena, cuya ofrenda de amor aceptó con tanta misericordia tu Hijo Jesucristo.
Que vive y reina por los siglos de siglos.
Amén.
Prefacio
La vida consagrada a Dios es un signo Del Reino de los cielos
En verdad es justo y necesario que te alaben, Señor, tus criaturas del cielo y de la tierra.
Porque al celebrar a los santos que por amor al Reino de los cielos se consagraron a Cristo,
reconocemos tu Providencia admirable, que no cesa de llamar al hombre a la santidad primera, para hacerlo participar ya desde ahora de la vida que gozará en el cielo, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos proclamando sin cesar:
Antífona de la Comunión 2Cor 5, 14-15
El amor de Cristo nos apremia, a fin de que los que viven, no vivan más para sí mismos, sino para aquél que murió y resucitó por ellos.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te pedimos, Dios nuestro, que la recepción de tus misterios infunda en nosotros aquel amor perseverante por el cual santa María Magdalena se mantuvo constantemente unida a Cristo, su Maestro. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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† Meditación diaria
22 de julio
SANTA MARÍA MAGDALENA*
Memoria
— Nos enseña a buscar a Jesús en toda circunstancia.
— Reconoce a Jesús cuando la llama por su nombre. Su alegría ante Cristo resucitado.
— Es enviada por el Señor a los Apóstoles. La alegría de todo apostolado.
I. Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; // mi carne tiene ansia de ti, // como tierra reseca, agostada, sin agua1, leemos en el Salmo responsorial de la Misa.
Al cabo de veinte siglos resultan conmovedores la delicadeza, la fidelidad y el amor de María Magdalena por Jesús. San Juan nos narra en el Evangelio de la Misa2 cómo esta mujer se dirigió al sepulcro en cuanto se lo permitió el descanso sabático, cuando todavía estaba oscuro, en busca del Cuerpo muerto de su Señor. Él la había librado del Maligno3 y la gracia fructificó en su corazón, siguió fielmente al Maestro en algunos de sus viajes apostólicos y le sirvió generosamente con sus bienes. En los momentos terribles de la crucifixión permaneció en el Calvario4, cerca de quien la había curado de sus males. Es más, cuando depositaron a Jesús en el sepulcro, ella permaneció cerca haciéndole compañía, como hemos hecho nosotros quizá junto al cadáver de una persona amada. Lo consigna San Mateo: Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro5.
Pasado el sábado, al alborear el día primero de la semana6, se dirigió con otras santas mujeres al lugar donde se encontraba el Cuerpo de Jesús, para embalsamarlo. Pero el Señor ya no está allí: ¡ha resucitado! Ve la piedra corrida y el sepulcro vacío; entonces echó a correr, fue a Simón y al otro discípulo al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto7. Pedro y Juan salieron corriendo hacia el sepulcro vacío. San Juan nos cuenta que aquel momento fue definitivo en su vida: vio y creyó8. Ambos Apóstoles se volvieron de nuevo a casa9, pero María se quedó allí, llorando por la ausencia del Cuerpo del Maestro. Con una tristeza indefinible, sin creer aún en la Resurrección, persevera, no se quiere separar del lugar donde vio por última vez el Cuerpo adorable del Maestro.
Nosotros consideramos hoy «la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel de quien pensaba que se habían llevado. Por esto ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas»10. No dejemos nosotros de buscar siempre a Jesús; también en los momentos en los que, si el Señor lo permite, el desaliento o la oscuridad penetren en el alma. No olvidemos nunca que Él siempre está muy cerca de nuestra vida, aunque no lo veamos. Siempre está cercano, porque, como dice el Apóstol, «"Dominus prope est"! - el Señor me sigue de cerca. Caminaré con Él, por tanto, bien seguro, ya que el Señor es mi Padre..., y con su ayuda cumpliré su amable Voluntad, aunque me cueste»11.
II. Por su perseverancia en buscarle, por su gran amor, María Magdalena recibió el don de ser la primera persona a la que Jesús se apareció12. Al principio, María no reconoció a Jesús, a pesar de estar a su lado. San Juan nos dice que se volvió atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús13. A pesar de que le habló no se dio cuenta de que era Cristo ¡vivo! quien estaba a su lado: Mujer le dijo el Señor, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?14, Las lágrimas no la dejaban ver al Maestro, a quien adivinamos sonriendo, feliz con el encuentro, como cuando se dirige a nosotros, que le buscamos sin cesar, porque Él es el mismo entonces y ahora. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde le has puesto y yo lo recogeré15. Entonces, Jesús la llamó por su nombre, con la entonación propia que el Maestro empleaba cuando se dirigía a ella. Jesús le dijo: ¡María!16. Todos los nubarrones, almacenados en su corazón desde tres días atrás, desaparecieron de golpe. «¡Cuántas penas interiores, cuántos tormentos del espíritu causados por un gran amor y para los que parecía no haber consuelo, se han deshecho como la espuma ante una sola palabra de Jesús!»17. ¡Tantas veces! Y como un río incontenible, como si todo hubiera sido una pesadilla, María le mira y le dice: Rabboni! ¡Maestro!18. San Juan ha querido dejarnos, como si fuera una realidad intraducible, el término hebreo, familiar, con el que tantas veces le llamó.
«Se le buscaba muerto comenta San Agustín-, y se presentó vivo. ¿Cómo vivo? La llama por su nombre: María, y ella responde al instante nada más oír su nombre: Rabboni. El hortelano pudo haber dicho "¿A quién buscas? ¿Por qué lloras?"; María, en cambio, solo Cristo podía decirlo. La llamó por su nombre el mismo que la llamó al reino de los cielos. Pronunció el nombre que había escrito en su libro: María. Y ella: Rabboni, que significa "Maestro". Ya había reconocido a quien la iluminaba para que lo reconociera; ya veía a Cristo en quien antes había visto a un hortelano. Y el Señor le dijo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre (Jn 20, 17)»19.
¡Cómo desaparecen nuestros pesares cuando descubrimos a Jesús vivo, glorioso, que está a nuestro lado y que nos llama por nuestro nombre! ¡Qué alegría encontrarle tan próximo, tan familiar, poderle llamar con nuestro acento peculiar, que Él bien conoce! Nuestra oración es nuestra dicha más profunda. Y también el soporte donde se apoya la vida entera. No dejemos de buscarle si alguna vez no le vemos; si perseveramos, Él se hará encontradizo con nosotros y nos llamará por el apelativo familiar, y recobraremos la paz y la alegría, si la hubiéramos perdido. Una sola palabra de Jesús nos devuelve la esperanza y los deseos de recomenzar. No olvidemos, en ninguna situación, que «el día del triunfo del Señor, de su Resurrección, es definitivo. ¿Dónde están los soldados que había puesto la autoridad? ¿Dónde están los sellos, que habían colocado sobre la piedra del sepulcro? ¿Dónde están los que condenaron al Maestro? ¿Dónde están los que crucificaron a Jesús... Ante su victoria, se produce la gran huida de los pobres miserables.
»Llénate de esperanza: Jesucristo vence siempre»20. También vence en nuestra vida, triunfa sobre aquellos defectos y flaquezas que podrían parecer inamovibles.
III. Después de consolar a María, Jesús le da un mensaje para los Apóstoles, a quienes llama con el apelativo entrañable de hermanos. Y fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y a continuación les contó todo lo que había sucedido21. Nos imaginamos la alegría con que María pronunciaría estas palabras: ¡He visto al Señor! Es el gozo y alegría de todo apostolado en el que anunciamos a los demás, de mil formas distintas, que Jesús vive. Y comenta Santo Tomás de Aquino: «Por esta mujer, que fue la más solícita en reconocer el sepulcro de Cristo, se designa a toda persona que ansía conocer la verdad divina y, por tanto, es digna de anunciar a los demás el conocimiento de tal gracia, como María lo anunció a los discípulos, para que no deba ser reprendida por haber escondido el talento». Y concluye el Santo Doctor: «No se os ha concedido este gozo para que lo ocultéis en el secreto de vuestro corazón, sino para enseñarlo a los que aman»22, para publicarlo a los cuatro vientos. Quien encuentra a Cristo en su vida, lo encuentra para todos. La noticia de la Resurrección se propagó como un incendio en los primeros siglos; los cristianos eran conscientes de ser portadores de la Buena Nueva, los discípulos gozosos de Aquel que murió por todos y resucitó al tercer día, como había predicho. Eran un pueblo feliz en medio de un mundo triste; y su alegría, como la nuestra, procedía de estar cerca de Cristo vivo. El apostolado es siempre la comunicación de un mensaje alegre, el más gozoso de todos.
Hoy pedimos a Santa María Magdalena que nos alcance del Señor su amor y su perseverancia en buscarle. Y que ya que a ella, antes que a nadie, le confió la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual, nos conceda a nosotros la alegría de anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos23. Allí le contemplaremos, también a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, que nunca se ha separado de nuestro lado. Y veremos con particular gozo a todos aquellos a quienes anunciamos, a través tantas veces de la amistad, que Cristo resucitado sigue entre nosotros.
1 Salmo responsorial. Sal 62, 2. — 2 Jn 20, 1-2; 11-18. — 3 Lc 8, 2. — 4 Cfr. Mt 27, 56. — 5 Mt 27, 61. — 6 Cfr. Mt 28, 1. — 7 Jn 20, 2. — 8 Cfr. Jn. 20, 8. — 9 Jn 20, 10. — 10 Liturgia de las Horas, Segunda lectura. San Gregorio Magno. Homilías sobre los evangelios, 25, 1-2. — 11 Cfr. San Josemaría Escrivá, Surco, n. 53. — 12 Mc 16, 9 — 13 Jn 20, 14. — 14 Jn 20, 15. — 15 Jn 20, 15. — 16 Jn 20, 16. — 17 M. J. Indart, Jesús en su mundo, Herder, Barcelona 1963, p. 124. — 18 Jn 20, 16. — 19 San Agustín, Sermón 246, 3-4. — 20 San Josemaría Escrivá, Forja, Rialp, 2.ª ed., Madrid 1987, n. 660. — 21 Cfr. Jn 20, 18. — 22 Santo Tomás, en Catena Aurea, vol. VIII, p. 400. — 23 Cfr. Oración colecta de la Misa.
* Era originaria de Magdala, pequeña ciudad de Galilea al noroeste del lago de Tiberíades. Formó parte del grupo de mujeres que seguía a Jesús y le atendía con sus bienes. Estuvo presente en el Calvario y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera, después de la Virgen, que vio al Redentor resucitado, a quien conoció cuando la llamó por su nombre. Su culto se extendió considerablemente en la Iglesia de Occidente durante la Edad Media. No parece probable que fuera la misma que aquella que derramó sobre los pies de Jesús un frasco de alabastro en casa de Simón el fariseo.
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16ª. SEMANA. VIERNES
LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA
- Dignidad del cuerpo y de todo lo creado. Necesidad de esta virtud.
- La templanza humaniza más al hombre y posibilita también su plenitud. Desprendimiento de los bienes. Dar ejemplo.
- Algunas manifestaciones de templanza.
I. La Iglesia ha reconocido siempre la dignidad del cuerpo humano y en todo lo creado. En el relato de la creación, el autor sagrado señala cómo Dios se complació en cuanto había creado (1); cuando fue creado el hombre, vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho (2), y lo constituyó cabeza de toda la creación, y todo lo humano adquirió una particular dignidad después que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió la naturaleza humana y realizó la redención del hombre y del universo material. No es doctrina cristiana la oposición radical entre el alma y el cuerpo, pues todo el hombre, en cuerpo y alma, está llamado a alcanzar la vida eterna. Nadie como la Iglesia ha enseñado la dignidad y el respeto que se debe al cuerpo: ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados a un gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo (3).
Sin embargo, a causa del desorden que introdujo el pecado en el mundo, el hombre ha de esforzarse y luchar para no verse prisionero y esclavo de los bienes que Dios creó para él, para que también a través de ellos pudiera alcanzar el Cielo. Especialmente en nuestros días, parece que muchos tratan de poner como fin lo que Dios puso como medio, y dejan a un lado las leyes divinas, sin darse cuenta de que caen bajo un tirano cada vez más exigente, desfigurando profundamente la imagen de Dios que existe en todo hombre y, con ella, la misma dignidad humana. La templanza, por el contrario, hace que el cuerpo y nuestros sentidos encuentren el puesto exacto que les corresponde en nuestro ser humano (4), el lugar que Dios les señaló.
Quienes no están habituados a negarse nada, quienes abren la puerta a todo lo que piden los sentidos, quienes buscan en primer término agradar al cuerpo y sólo se afanan en buscar las mayores comodidades, difícilmente podrán ser dueños de sí mismos y alcanzar a Dios. Están como embotados, incluso embrutecidos, para lo divino, y también para muchos valores humanos, que no entienden y para los que se encuentran incapacitados. Son mal terreno para que la semilla de la gracia divina prenda en ellos. El mismo Señor nos dice en el Evangelio de la Misa que lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril (5). En un clima en el que lo importante es el cuerpo, su salud, su cuidado, su presentación, es imposible que la vida cristiana arraigue y dé frutos. Los bienes se convierten así en males, en duros espinos que sofocan lo más noble del hombre y la misma vida eterna, que se inicia ya aquí en el alma en gracia: Con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto (6).
Debemos estar atentos para no dejarnos llevar por ese afán desmedido de bienestar que está presente en muchos sectores del mundo actual, en los que se piensa que la cima de la vida y del triunfo consiste en tener más y en la ostentación de lo que se posee. El verdadero éxito está en ser fieles a aquello que Dios quiere de nosotros y alcanzar la vida eterna. Nosotros sabemos que nuestro corazón sólo puede saciarse de Dios, que está hecho para lo eterno y que las cosas terrenas lo dejarán siempre insatisfecho y triste.
II. Nuestra Madre la Iglesia nos ha recordado continuamente la necesidad de la templanza, que, en lo humano, exige dominio de sí y, con el sacrificio y la mortificación, impide que quede sofocada la semilla sembrada en el corazón. Hemos de estar vigilantes, pues si examinamos la orientación que va tomando nuestra cultura moderna, comprobaremos que conduce a un cierto hedonismo, a la vida fácil, a un cierto empeño por eliminar la cruz de nuestros afanes (7). Y esa tendencia amenaza a muchos.
La templanza humaniza más al hombre, porque, abandonado éste a la satisfacción de los propios instintos, se parece a un tren que descarrila: se desquicia, sale de sus raíles y queda incapacitado para seguir adelante. Entonces, lo más noble del hombre, inteligencia y voluntad, queda sometido a lo que es menos: al instinto y a las pasiones. Vivir esta virtud no es represión, sino moderación, armonía. Es un hábito que se adquiere a través de muchos pequeños actos que ordenan los placeres, incluso los lícitos, y dirigen los bienes sensibles al fin último del hombre. Quien vive esta virtud sabe prescindir de lo que produce daño a su alma, y se da cuenta de que el sacrificio es sólo aparente: porque al vivir así -con sacrificio- se libra de muchas esclavitudes y logra, en lo íntimo de su corazón, saborear todo el amor de Dios.
La vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes (8).
Vivir bien esta virtud supone andar desprendidos de los bienes, darles la importancia que tienen y no más, no crearse necesidades; no realizar gastos inútiles; tener moderación en la comida, en la bebida, en el descanso; prescindir de caprichos...
Nos pide el Señor dar ejemplo de templanza en medio del mundo, sin dejarnos llevar por una falsa naturalidad de ser como los demás. Transigir en este punto sería dificultar o incluso impedir la posibilidad de seguir a Cristo como uno de sus íntimos. Con nuestra vida hemos de enseñar a muchos que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene (9), y hemos de hacerlo con el ejemplo de una vida sobria y templada. De modo particular, los padres han de enseñar y de ayudar a los hijos a crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero (10), y todos hemos de esforzarnos en mantener el señorío sobre los sentidos.
III. La virtud de la templanza ha de impregnar toda la vida del cristiano: desde las comodidades del hogar hasta los instrumentos de trabajo y los modos de divertirse. Para descansar, por ejemplo, no es preciso -de ordinario- realizar grandes gastos ni largos desplazamientos. Da ejemplo de templanza quien sabe hacer un uso moderado de la televisión y, en general, de los instrumentos de confort que ofrece la técnica, sin estar excesivamente pendiente de su propio bienestar. Muchos parecen vivir exclusivamente para esto: para pasar la vida con el mayor bienestar posible. En nuestros días, también se puede decir de ciertas personas que su dios es el vientre (11), por el afán que ponen en la comida y en la bebida, campo también principal de la templanza. La persona sobria, por el contrario, es aquella que modera el uso de los alimentos: evita comer a deshora y por capricho; no busca los alimentos más exquisitos, con gastos desproporcionados; no consume cantidades excesivas... De ordinario comes más de lo que necesitas. -Y esa hartura, que muchas veces te produce pesadez y molestia física, te inhabilita para saborear los bienes sobrenaturales y entorpece tu entendimiento.
¡Qué buena virtud, aun para la tierra, es la templanza! (12).
Aunque muchas de estas manifestaciones de gula no son pecados graves, sin embargo son ofensas a Dios, que debilitan la voluntad y provocan el rechazo de esa vida austera, alegre y desprendida que el Señor pide. Son los espinos que ahogan la buena simiente; llevan a una vida de tibieza y de desgana ante los bienes espirituales y especialmente los divinos.
Para crecer en esta virtud necesitamos ser mortificados en la comida y en la bebida, y prescindir a veces de gustos y placeres lícitos. La Iglesia da a la sobriedad un valor y sentido más alto cuando presenta los alimentos como un don de Dios y aconseja la bendición de la mesa y la acción de gracias después de la comida. Santo Tomás señala (13) que, aunque la sobriedad y la templanza son necesarias a todos, lo son de modo particular a los jóvenes, más inclinados frecuentemente a la sensualidad; a las mujeres; a los ancianos, que deben dar ejemplo; a los ministros de la Iglesia; y a los gobernantes, para poder ejercer sus cargos con sabiduría.
La templanza hace referencia también a la moderación de la curiosidad, del hablar sin medida, del porte externo, de las bromas... Pienso -afirmaba el Papa Juan Pablo II- que esta virtud exige también de cada uno de nosotros una humildad específica en relación con los dones que Dios ha puesto en la naturaleza humana. Yo diría la "humildad del cuerpo" y la "del corazón" (14), que tan bien se compagina con el rechazo de la ostentación y de la necia vanidad.
La templanza es una gran defensa frente a la agresividad de un ambiente volcado en los bienes materiales, dispone para recibir, como tierra buena, las mociones del Espíritu Santo, y es un medio indispensable para realizar un apostolado eficaz en medio del mundo.
(1) Cfr. Gen 1, 25.- (2) Ibídem 1, 31.- (3) 1 Cor 6, 19-20.- (4) JUAN PABLO II, Sobre la templanza, 22-XI-1988.- (5) Mt 13, 22.- (6) SAN PEDRO DE ALCANTARA, Tratado de la oración y de la meditación, II, 3.- (7) PABLO VI, Alocución 8-IV-1966.- (8) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 84.- (9) CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 35.- (10) JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 37.- (11) Flp 3, 19.- (12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 682.- (13) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 149, a. 4.- (14) JUAN PABLO II, Sobre la templanza, 22-XI-1988.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Santa María Magdalena
"Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados."
(Mt 5,5)
Para leer la verdadera vida de María Magdalena nada mejor que leer las visiones y revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick en www.emmerick.org
Película:
https://www.gloria.tv/video/Sb5AMT7mhbr2M7z1Bav8EgPDC
MARIA MAGDALENA por MARINO RESTREPO
https://www.gloria.tv/video/5NRyW1F9tx2kSzsJyxV87txMa
Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.
Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.
María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. "No te acerques a mí, porque estoy puro", le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, "acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios", y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. "Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados". Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.
A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.
Cuatro menciones en los Evangelios:
1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.
Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.
A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.
Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.
2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc...
3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.
San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.
4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.
Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:
"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.
Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.
Jesús le dice: '¡María!'
Ella lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11).
Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.
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"A la mayor gloria de Dios", ese era el lema de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, cuya fiesta litúrgica es cada 31 de julio. En preparación a esta gran celebración, aquí una novena especial.
San Ignacio nació en Loyola (España) por el 1491. Su vida se desarrolló primero entre la corte real y la milicia. Al convertirse, estudió teología en París (Francia), donde conoció a aquellos con los que fundaría la Compañía de Jesús.
Su fecundo apostolado, sus escritos y la formación de sus religiosos influenciaron enormemente en la renovación de la Iglesia. Partió a la Casa del Padre en Roma en 1556.
"Enséñanos, buen Señor, a servirte como mereces: a dar sin contar el costo, a luchar sin contar las heridas, a trabajar y a no buscar descanso, a laborar sin pedir recompensa excepto saber que hacemos tu voluntad", decía el gran San Ignacio de Loyola.
Novena a San Ignacio de Loyola
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acto de Contricción
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Oración para todos los días
Gloriosísimo Padre y Patriarca San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y Padre amantísimo: si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma que yo consiga la gracia que os pido en esta novena, alcanzadla del Señor; y si no, ordenad mi petición con todos mis pensamientos, palabras y obras a lo que fue siempre el blasón de vuestras heroicas empresas: a mayor gloria de Dios.
Oración para el primer día
Jesús mío dulcísimo, que nos revelaste los misterios sagrados de vuestra fe, y por vuestra predicación deseasteis plantarla en los corazones humanos como raíz de todas las buenas obras y de la eterna salvación; os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su iluminada fe, con la cual creería cuantos misterios están escritos en las santas Escrituras, aunque se perdiesen todos los libros sagrados, y de la cual animado la defendió contra los herejes, la dilató entre los gentiles y la avivó entre los católicos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me deis una fe vivísima de vuestros divinos misterios que me ilustre para creerlos y estimarlos como verdadero hijo de la santa Iglesia con fervorosas obras de perfecto cristiano y me concedáis la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías. Mencionar aquí la intención personal, grupal o comunitaria.
Oración final para todos los días
Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, has fortalecido por medio de San Ignacio a la Iglesia militante con un nuevo auxilio: alcánzanos que con su ayuda y a imitación suya peleemos en la tierra hasta conseguir ser coronados con él en el cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Segundo día: ídem anterior pero reemplazar oración del día
Por una esperanza segura de salvarme
Jesús mío dulcísimo, que prometisteis a vuestros siervos tendrían en vuestra esperanza todos los tesoros del mundo y nada les faltaría de cuanto esperasen confiados en vuestra liberalidad tan amorosa como infinita: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella firmísima esperanza que le sirvió de tesoro inagotable en su pobreza, de áncora segura en las tormentas de tantas persecuciones, y de una gloria anticipada entre los riesgos de esta miserable vida. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una esperanza segura de salvarme, afianzada en las buenas obras hechas con vuestra gracia y revestidas de vuestros méritos y promesas; y también de conseguir los bienes de esta vida conducentes a mi eterna salvación y proporcionados a mi estado, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor vuestro y provecho de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Tercer día: Por una centella de ese fuego sagrado de mi seráfico Padre San Ignacio
Jesús mío dulcísimo, que tanto deseasteis el amor de vuestras criaturas que nos intimasteis como máximo y principal precepto amar a nuestro Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquel inflamadísimo amor con el cual, abrasado en un serafín humano, respiraba sólo llamas de amor divino, refiriendo todas sus palabras y pensamientos a la mayor gloria de Dios y deseando por premio de su amor más y más amor, posponiendo la certeza de su eterna felicidad a la gloria de servir a Dios. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una centella de ese fuego sagrado de mi seráfico Padre San Ignacio, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Cuarto día: Por una caridad inflamada
Jesús mío dulcísimo, que nos recomendasteis la caridad y el amor a los prójimos como el distintivo y señal de vuestra escuela, diciendo que en esto se habían de conocer vuestros discípulos: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente aquella ardentísima caridad con que deseaba encender en el fuego del divino amor a todos los hombres del mundo, y con que hizo y padeció tanto por su eterna salvación y por asistirlos en todos sus trabajos. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una caridad inflamada, con la cual, a imitación de mi Padre San Ignacio, trabaje continuamente en el bien y salvación de mis prójimos con mis palabras y ejemplos, y con cuanto necesitaren de mi caritativa asistencia, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Quinto día: Para que fortalezcáis la fragilidad de mi espíritu
Jesús mío dulcísimo, que nos encomendasteis la paciencia en los trabajos de esta vida como la senda de la perfección y el camino real de la gloria: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella paciencia invicta con que sufrió desprecios, calumnias, cárceles y cadenas con un espíritu tan constante y alegre en los trabajos, que decía no tener el mundo tantos grillos y cadenas como deseaba padecer por Jesús. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, fortalezcáis la fragilidad de mi espíritu, para que con invencible paciencia resista los trabajos, penas y angustias de esta miserable vida, pobreza, dolores y afrentas, fabricando de ellas escala para subir a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Sexto día: Por el don de la oración perfecta
Jesús mío dulcísimo, que con el ejemplo y las palabras nos enseñasteis el continuo ejercicio de la oración y a vivir con el cuerpo en la tierra y en el cielo con el espíritu: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de aquella continua y perfectísima oración con que vivió entre los ángeles mientras moraba entre los hombres, para conducirlos con sus trabajos y fatigas a la patria bienaventurada. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis el don de la oración perfecta en aquel grado que me conviene para mi salvación y para llevar a otros muchos a la gloria, y la gracia que os pido en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Séptimo día: Por una mortificación interior y exterior
Jesús mío dulcísimo, que con las austeridades de vuestra sacratísima vida, pasión y muerte procurasteis inspirarnos una vida austera, rígida, penitente y mortificada: os ofrezco los merecimientos de mi Padre San Ignacio, y singularmente los de su espantosa penitencia, con la cual convirtió la gruta de Manresa en un abreviado mapa de los rigores de Egipto, Tebaida y Nitria, y venció todas sus pasiones hasta reducirlas a ser instrumentos de la divina gracia. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una mortificación interior y exterior tan perfecta que sujete todas mis pasiones y apetitos a la gracia, y con austeridades y penitencias de la carne, mi cuerpo obedezca a las leyes de una castidad evangélica; y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Octavo día: Por una perfectísima obediencia a todos mis superiores
Jesús mío dulcísimo, que desde el instante de vuestra encarnación en el seno purísimo de vuestra madre Virgen, obedecisteis hasta morir obediente en la cruz: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los de su heroica obediencia con que obedeció a todos sus superiores, especialmente al Sumo Pontífice de Roma, Vicario de Cristo en la tierra, consagrado con toda su religión, la Compañía de Jesús, con particular voto a la obediencia de la Santa Sede. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una perfectísima obediencia a todos mis superiores, continuada todos los instantes de mi vida, y perfecta en los tres grados de obedecer en cuanto a la ejecución, en cuanto a la voluntad y en cuanto al entendimiento, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y bien de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
Noveno día: Por una sólida y cordial devoción para con María Santísima
Jesús mío dulcísimo, que al morir nos mostrasteis el amor y deseo ardiente que teníais de que los hombres todos amasen, reverenciasen y sirviesen a vuestra Santísima Madre, encomendándola al Discípulo Amado: os ofrezco los merecimientos de mi glorioso Padre San Ignacio, y singularmente los que atesoró con la cordialísima devoción que profesaba a María Santísima, a quien escogió por Madre desde su conversión; y después esta Señora hizo oficio de madre amorosa en todas las empresas que para mayor gloria vuestra emprendió el Santo, iluminándole para que escribiese el libro admirable de los Ejercicios y el de las Constituciones y Reglas de la Compañía. Os suplico, Padre amantísimo de mi alma, me concedáis una sólida y cordial devoción para con María Santísima, vuestra Madre, aquella devoción que es señal cierta de predestinados; que yo sirva a esta Señora con los obsequios del más fiel y obediente hijo, y la gracia que os pido en esta novena a mayor gloria de Dios, honor del Santo y provecho de mi alma. Amén.
Tres Padrenuestros y Avemarías
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Fuente: cpalsj.org
Felipe Evans, Santo Sacerdote y Mártir, 22 de julio
Sacerdote y Mártir Martirologio Romano: En Cardiff, ciudad de Gales, santos Felipe Evans, de la Compañía de Jesús, y Juan Lloyd, presbíteros y mártires, que, siendo rey Carlos II, fueron ahorcados al descubrirse que ejercían el sacerdocio en su patria (1679).
Felipe nace el año 1645, en Monmouthshire, Gales. Cerca de la parroquia de Abergavenny, se encuentra la casa paterna. Sus padres, que han permanecido como buenos católicos, lo envían al continente, cuando tiene quince años, para recibir su educación en el Colegio Inglés de la Compañía de Jesús ubicado en la ciudad de Saint Omer, en Flandes. |
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Agustín de Biella Fangi, Beato Sacerdote, 22 de julio
Presbítero Dominico Martirologio Romano: En Venecia, beato Agustín de Biella Fangi, presbítero de la Orden de Predicadores, que prestó grandes servicios en Soncino, en Viglebano y en la misma Venecia (1493).
Agustín fue un confesor del siglo XV. La línea Biella-Soncino-Venecia representa, imaginativamente, los datos biográficos de Agustín. |
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Vandregisilo, Santo Abad, 22 de julio
Abad Martirologio Romano: En el monasterio de Fontenelle, en Neustria, san Vandregisilo, abad, que, habiendo renunciado a vivir en la corte con el rey Dagoberto, hizo vida monástica en varios lugares, y promovido al sacerdocio por san Audeno, obispo de Rouen, en el bosque llamado Gemeticense fundó y rigió el monasterio de este mismo nombre (c. 668).
Vandregisilo nació en las cercanías de Verdún (Francia), a fines del siglo VI o a principios del VII. Era pariente del Beato Pepino de Landen, predecesor de la dinastía carolingia. Sus padres le educaron piadosa y sobriamente, y en la escuela aprendió los rudimentos de las ciencias profanas. Los nobles de aquella época sólo podían hacer carrera en la corte, de suerte que Vandregisilo fue enviado a la corte de Austrasia, en cuanto tuvo edad suficiente para ello. Ahí contrajo matrimonio por complacer a sus padres, aunque personalmente no lo deseaba, pues desde tiempo atrás tenía la intención de abrazar la vida religiosa. Felizmente, los deseos de su esposa concordaban con los suyos, de suerte que vivieron juntos como hermano y hermana (aunque también se cuenta que fueron los padres de Santa Landrada). |
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Fuente: Martirologio Romano
Otros Santos y Beatos Completando el santoral de este día, 22 de julio
San Platón, mártir |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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