jueves, 16 de marzo de 2017

[ † ] Jueves del Santísimo Sacramento. 16/03/2017. Beato José Brochero ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido junto a la puerta y cubierto de llagas, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus llagas.
Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado. Y en el abismo, cuando se encontraba entre tormentos, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas".
Abrahán contestó:
"Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los de aquí que quieran pasar hasta ustedes, no puedan; ni tampoco de allí puedan venir hasta nosotros".
El rico insistió:
"Te ruego, padre, que lo envíes a mi familia, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento".
Abrahán le respondió:
"Ya tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen".
El rico insistió:
"No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".
Entonces Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

jue 2a. Sem cuaresma

Antífona de Entrada

Señor, sondéame y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos; y, si mi camino se desvía, guíame por el camino recto.

 

Oración Colecta

Oremos:
Dios nuestro, tú que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido, orienta hacia ti nuestros corazones y enciéndelos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Maldito el que confía en el hombre, bendito el que Confía en el Señor

Lectura del libro del profeta Jeremías 17, 5-10

Esto dice el Señor:
"Maldito quien confía en el hombre y se apoya en los mortales, apartando su corazón del
Señor. Será como un matorral en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un árido desierto, en tierra salobre y despoblada.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor, su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.
Nada más traidor y perverso que el corazón del hombre: ¿quién llegará a conocerlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón, examino la conciencia; para dar a cada cual según su conducta, según lo que merecen sus acciones".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 1, 1-2.3.4 y 6

Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se entretiene en el camino de los pecadores, ni se sienta con los arrogantes, sino pone su alegría en la ley del Señor, meditándola día y noche.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Es como un árbol plantado junto al río: da fruto a su tiempo y sus hojas no se marchitan; todo lo que hace le sale bien.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.

No sucede lo mismo con los malvados, pues son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los malvados lleva a la perdición.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido junto a la puerta y cubierto de llagas, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus llagas.
Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado. Y en el abismo, cuando se encontraba entre tormentos, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas".
Abrahán contestó:
"Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los de aquí que quieran pasar hasta ustedes, no puedan; ni tampoco de allí puedan venir hasta nosotros".
El rico insistió:
"Te ruego, padre, que lo envíes a mi familia, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento".
Abrahán le respondió:
"Ya tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen".
El rico insistió:
"No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán".
Entonces Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Por este sacrificio eucarístico, santifica, Señor, nuestras privaciones cuaresmales, para que a las prácticas externas corresponda una verdadera conversión interior.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

El camino del éxodo en el desierto cuaresmal

En verdad es justo bendecir tu nombre, Padre rico en misericordia, ahora que, en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de Cristo, maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor.
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado, reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza, convocado para bendecir tu nombre, escuchar tu Palabra, y experimentar con gozo tus maravillas.
Por estos signos de salvación, unidos a los ángeles, ministros de tu gloria, proclamamos el canto de tu alabanza:

Antífona de la Comunión

Dichoso el que con vida intachable hace la voluntad del Señor.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Te pedimos, Señor, que el fruto de este santo sacrificio persevere en nosotros y se manifieste siempre en nuestras obras.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

Cuaresma. 2ª semana. Jueves

DESPRENDIMIENTO

— El desprendimiento de las cosas nos da la necesaria libertad para seguir a Cristo. Los bienes son solo medios.

— Desasimiento y generosidad. Algunos ejemplos.

— Desprendimiento de lo superfluo y de lo necesario, de la salud, de los dones que Dios nos ha dado, de lo que tenemos y usamos...

I. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos hace muchas llamadas para que nos soltemos de las cosas de esta tierra, y llenar así de Dios nuestro corazón. En la Primera lectura de la Misa de hoy nos dice el profeta Jeremías: Bendito quien confía en el Señor, y pone en Él su confianza: Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en el año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto1. El Señor cuida del alma que tiene puesto en Él su corazón.

Quien pone su confianza en las cosas de la tierra, apartando su corazón del Señor, está condenado a la esterilidad y a la ineficacia para aquello que realmente importa: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará en la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita2.

El Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos correctamente: Poseed y dominad la tierra3. Pero una persona que ame «desordenadamente» las cosas de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas4. Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida alcanzar a Dios. Y si no llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? «Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra»5. Él nos dio ejemplo: pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre6. Para seguirle, nos dejó a todos una condición indispensable: cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo7. Esta condición es también imprescindible para quienes le quieran seguir en medio del mundo. Este no renunciar a los bienes llenó de tristeza al joven rico, que tenía muchas posesiones8 y estaba muy apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día este hombre joven que tenía «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de las manos!

Los bienes materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto a disposición del hombre desde su creación, para su desarrollo en la sociedad con los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios –Creador y Padre– y a los demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no hacemos actos de desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el bien, si nos separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males. Se excluye del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su vida; idolatría llama San Pablo a la avaricia9. Un ídolo ocupa entonces el lugar que solo Dios debe ocupar.

Se excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da –dice San Juan de la Cruz– que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará»10.

El desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.

II. El Evangelio de la Misa nos presenta a uno que hacía mal uso de los bienes. Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico11.

Este hombre rico tiene un marcado sentido de la vida, una manera de vivir: «Se banqueteaba». Vive para sí, como si Dios no existiera, como si no lo necesitara. Vive a sus anchas, en la abundancia. No dice la parábola que esté contra Dios ni contra el pobre: únicamente está ciego para ver a Dios y a uno que le necesita. Vive constantemente para sí mismo. Quiere encontrar la felicidad en el egoísmo, no en la generosidad. Y el egoísmo ciega, y degrada a la persona.

¿Su pecado? No tuvo en cuenta a Lázaro, no lo vio. No utilizó los bienes según el querer de Dios. «Porque la pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino la humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el gran descanso, sino su egoísmo e infidelidad»12, dice con gran profundidad San Gregorio Magno.

El egoísmo y el aburguesamiento impiden ver las necesidades ajenas. Entonces, se trata a las personas como cosas (es grave ver a las personas como cosas, que se toman o se dejan según interese), como cosas sin valor. Todos tenemos mucho que dar: afecto, comprensión, cordialidad y aliento, trabajo bien hecho y acabado, limosna a gente necesitada o a obras buenas, la sonrisa cotidiana, un buen consejo, ayudar a nuestros amigos para que se acerquen a los sacramentos...

Con el ejercicio que hagamos de la riqueza –mucha o poca– que Dios ha depositado en nosotros nos ganamos la vida eterna. Este es tiempo de merecer. Siendo generosos, tratando a los demás como a hijos de Dios, somos felices aquí en la tierra y más tarde en la otra vida. La caridad, en sus muchas formas, es siempre realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en este mundo que pasa.

Este desasimiento ha de ser efectivo, con resultados bien determinados que no se consiguen sin sacrificio, y también natural y discreto, como corresponde a los cristianos que viven en medio del mundo y que han de usar los bienes como instrumentos de trabajo o en tareas apostólicas. Se trata de un desprendimiento positivo, porque resultan ridículamente pequeñas, e insuficientes, todas las cosas de la tierra en comparación del bien inmenso e infinito que pretendemos alcanzar; es también interno, que afecta a los deseos; actual, porque requiere examinar con frecuencia en qué tenemos puesto el corazón y tomar determinaciones concretas que aseguren la libertad interior; alegre, porque tenemos los ojos puestos en Cristo, bien incomparable, y porque no es una mera privación, sino riqueza espiritual, dominio de las cosas y plenitud.

III. El desprendimiento nace del amor a Cristo y, a la vez, hace posible que crezca y viva este amor. Dios no habita en un alma llena de baratijas. Por eso es necesaria una firme labor de vigilancia y de limpieza interior. Este tiempo de Cuaresma es muy oportuno para examinar nuestra actitud ante las cosas y ante nosotros mismos: ¿tengo cosas innecesarias o superfluas?, ¿llevo una cuenta o control de los gastos que hago para saber en qué invierto el dinero?, ¿evito todo lo que significa lujo o mero capricho, aunque no lo sea para otro?, ¿practico habitualmente la limosna a personas necesitadas o a obras apostólicas con generosidad, sin cicaterías?, ¿contribuyo al sostenimiento de estas obras y al culto de la Iglesia con una aportación proporcionada a mis ingresos y gastos?, ¿estoy apegado a las cosas o instrumentos que he de utilizar en mi trabajo?, ¿me quejo cuando no dispongo de lo necesario?, ¿llevo una vida sobria, propia de una persona que quiere ser santa?, ¿hago gastos inútiles por precipitación o por no prevenir?

El desprendimiento necesario para seguir de cerca al Señor incluye, además de los bienes materiales, el desprendimiento de nosotros mismos: de la salud, de lo que piensan los demás de nosotros, de las ambiciones nobles, de los triunfos y éxitos profesionales.

«Me refiero también (...) a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero esto o aquello solo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa»13. ¿Estamos desprendidos así de los frutos de nuestra labor?

Los cristianos deben poseer las cosas como si nada poseyesen14. Dice San Gregorio Magno que «posee, pero como si nada poseyera, el que reúne todo lo necesario para su uso, pero prevé cautamente que presto lo ha de dejar. Usa de este mundo como si no usara, el que dispone de lo necesario para vivir, pero no dejando que domine a su corazón, para que todo ello sirva, y nunca desvíe, la buena marcha del alma, que tiende a cosas más altas»15.

Desprendimiento de la salud corporal. «Consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca disposición cuando entendemos se sirve al Señor (...). ¿Para qué es la vida y la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal en ir por aquí»16.

Nuestros corazones para Dios, porque para Él han sido hechos, y solo en Él colmarán sus ansias de felicidad y de infinito. «Jesús no se satisface "compartiendo": lo quiere todo»17. Todos los demás amores limpios y nobles, que constituyen nuestra vida aquí en la tierra, cada uno según la específica vocación recibida, se ordenan y se alimentan en este gran Amor: Jesucristo Señor Nuestro.

«Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu»18.

Nuestra Madre Santa María nos ayudará a limpiar y ordenar los afectos de nuestro corazón para que solo su Hijo reine en él. Ahora y por toda la eternidad. Corazón dulcísimo de María, guarda nuestro corazón y prepárale un camino seguro.

1 Jer 17, 7-8. — 2 Jer 17, 6. — 3 Cfr. Gen 1, 28. — 4 Mt 6, 24. — 5 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, X. — 6 Cfr. 2 Cor 8, 9. 7 Lc 14, 33. — 8 Mc 10, 22. — 9 Col 3, 5. — 10 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 11, 4. — 11 Lc 16 19-21. 12 San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio de San Lucas, 40, 2. — 13 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 114. — 14 1 Cor 7, 30. 15 San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 36. — 16 Santa Teresa, Fundaciones, 28, 18. — 17 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 155. — 18 Oración colecta de la Misa del día.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

Beato José Gabriel del Rosario Brochero 

Nació en los aledaños de Santa Rosa de Río Primero (Córdoba) el 16 de marzo de 1840. Era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las tareas rurales de su padre. Creció en el seno de una familia de profunda vida cristiana. Dos de sus hermanas fueron religiosas del Huerto.

Habiendo ingresado al Colegio Seminario Ntra. Sra. de Loreto el 5 de marzo de 1856, fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866. Como ayudante de las tareas pastorales de la Catedral de Córdoba, desempeñó su ministerio sacerdotal durante la epidemia de cólera que desbastó a la ciudad. Siendo Prefecto de Estudios del Seminario Mayor, obtuvo el título de Maestro en filosofía por la Universidad de Córdoba.

A fines de 1869 asumió el extenso Curato de San Alberto de 4.336 kilómetros cuadrados. Con poco más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes sin caminos y sin escuelas.

Incomunicados por las Sierras Grandes de más de 2.000 metros de altura. El estado moral y la indigencia material de sus habitantes eran lamentables. El corazón apostólico de Brochero no se desanima, sino que desde ese momento dedicara su vida toda no sólo a llevar el Evangelio sino a educar y promocionar a sus habitantes. Al año siguiente de llegar, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales. Recorrer los 200 kilómetros requería tres días a lomo de mula, en caravanas que muchas veces superaban las quinientas personas. Más de una vez fueron sorprendidos por fuertes tormentas de nieve. Al regresar, luego de nueve días de silencio, oración y penitencia sus feligreses iban cambiando de vida, siguiendo el Evangelio y buscando el desarrollo económico de la zona.

En 1875, con la ayuda de sus feligreses, comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Transito (localidad que hoy lleva su nombre). Fue inaugurada en 1877 con tandas que superaron las 700 personas, pasando por la misma, durante el ministerio parroquial del Siervo de Dios, más 40.000 personas. Para complemento construyó la casa para las religiosas, el Colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes. Con sus feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encuentran. "abandonados de todos pero no por Dios", como solía repetir.

Predicó el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses para hacerlo comprensible a sus oyentes. Celebró los sacramentos, llevando siempre lo necesario para la Misa en las ancas de su mula. Ningún enfermo quedaba sin los sacramentos, para lo cual ni la lluvia ni el frío lo detenían. "Ya el diablo me va a robar un alma", decía. Se entregó por entero a todos, especialmente a los pobres y alejados, a quienes buscó solicitadamente para acercarlos a Dios. 

Pocos días después de su muerte, el diario católico de Córdoba escribe: "Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí". Debido a su enfermedad, renunció al Curato, viviendo unos años con sus hermanas en su pueblo natal. Pero respondiendo a la solicitud de sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Tránsito, muriendo leproso y ciego el 26 de enero de 1914.


Anécdotas

Un buen pasto para rumiar

La gente se lamentaba de su mal (la lepra), y él dijo que estaba mejor para meditar piadosamente en las cosas de nuestro Señor…, incluso, cuando estaba ciego, yo misma le leía. Cuando terminaba la lectura, me agradecía diciéndome:

    -    Muchas gracias, hermana Lucía, ya tengo pasto para rumiar todo el día…

 Peor que la lepra...

En cierta ocasión un hombre le dijo al cura Brochero, luego de que este visitara a un enfermo de lepra.

    -    Señor Cura, no se exponga tanto a enfermarse... mire que vale más su vida que la de ese hombre. Ya lo ha confesado, déjelo que muera en paz. 
    -    ¡Caray, que habías sido bárbaro! Si la lepra no vale nada... Si Dios quiere, ni el diablo me ha de contagiar. La lepra hedionda es la de adentro, y esa no se pega, esa se lava con la caridad. 
    -    Pero exponerse, sin necesidad… refregándose con el leproso… 
    -    ¡Déjate de zonzeras! ¿No mandas tú a tus hijas al baile a que se refrieguen con esos calaveritas que vienen de la ciudad? ¡Eso es peor que la lepra!

 Viveza criolla

En cierta ocasión, había una diferencia entre dos vecinos, motivada por la tenencia de un potrillo. Cada uno de los cuales alegaba el derecho de propiedad… Para dilucidar el caso y hacer la paz entre los vecinos, el cura Brochero les pidió a cada uno que trajeran al patio de la casa parroquial las yeguas de su propiedad y el potrillo en litigio, citando, además, a otro vecino que había seducido a una muchacha que había dado a luz a un hijo. Ubicando a cada uno de los litigantes en puestos distantes del patio con sus respectivas yeguas, pidió al vecino seductor que se ubicase en el medio, teniendo el potrillo en discordia y posteriormente dio órdenes de soltar las yeguas, una de las cuales quedó pastando, cerca de donde estaba ubicada, mientras que la otra corrió a acariciar el potrillo. En presencia de lo cual, el Cura estableció cuál era la verdadera madre del potrillo en litigio. Y, después de amonestar a quien había pretendido apropiarse ilícitamente del animalito, pidió al tercer vecino que lo acompañara a otro lugar, donde, hablando a solas con él, le preguntó si se había dado cuenta de lo que había hecho la madre del potrillo, y, ante el asentimiento de aquel, indicando que había reconocido al hijo, le manifestó que tenía que hacer lo mismo respecto del hijo de la mujer que él había seducido, y, frente a las reticencias de éste, le manifestó:

    -    Hijo, tú no puedes ser más animal que la yegua que ha reconocido a su propio hijo, y, por lo tanto, tú debes proceder de idéntica manera y normalizar tu vida casándote, para lo cual yo mismo te ofrezco la ayuda que tú necesites.

 Santas palabrotas

Cierta vez, un sacerdote joven le predicaba a los gauchos, y el cura Brochero asistía a la plática. El predicador trataba de mover el corazón de sus oyentes:

    -    Acércate hijo mío a esa Cruz, y contempla cómo está lastimado Jesucristo sufriendo por tus pecados.

Los paisanos oían como quien oye llover. Cuando el padre terminó, Brochero le hizo una seña y le cuchicheó al oído:

    -    Padre, ¡mis paisanos no le entienden! ¡Mire qué cara de bozales tienen! Déjeme a mí predicarles la segunda parte.

El jesuita asintió con gusto. Brochero dijo lo siguiente:

    -    Mira hijo lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando sangre. Mira la cabeza rajada y con espinas. Por ti que sacas la oveja al vecino. Por ti tiene jodidos y rotos los labios. ¡Qué jodido lo has dejado con los pies abiertos con clavos, tú que perjuras y odias.

Estas "palabrotas" penetraban en el corazón de los paisanos que al poco rato se enternecían y empezaban a sollozar.

 Desgranando rosarios

Al final de su vida, ya estando ciego y leproso, el cura Brochero decía:

    -    ;Aquí me la paso desgranando rosarios...

Solía rezar, de memoria, la Misa en honor a la Virgen María, quien era para él, "la Purísima"...

 Si allí hay un alma...

En la salida del Tránsito (donde vivía Brochero) a Pocho vivía un leproso. Era éste de tan mala condición y hablar que nadie se arrimaba para no oírle los insultos y blasfemias.
Brochero, con todo, no temía visitarlo. Le llevaba ropas y alimentos, y hasta se supo que tomaba mate con él. Lo disuadían para que no lo visitara, pero Brochero contestaba con gracia:

    -    Pero, por favor; si allí hay un alma...

Al final, lo confesó y le llevó la santa comunión. El leproso murió en sus brazos, resignado como un santo.

Frases

"La hostia consagrada es un milagro de amor, es un prodigio de amor, es una maravilla de amor, es un complemento de amor, y es la prueba más acabada de su amor infinito hacia mí, hacia ustedes, hacia el hombre"

"El Señor me dio la salud, él me la quita; bendita sea su santa voluntad. Debemos estar siempre conformes con los designios de Dios.""

"No somos cristianos por una idea o decisión ética sino por encontrarnos con Jesucristo."

"Dios es como los piojos, está en todas partes, pero prefiere a los pobres"

"Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio."

"Yo le he dicho al Señor Obispo y le he repetido hasta el fastidio quizás, que lo acompañaré hasta la muerte como simple soldado que desea morir en las peleas de Jesucristo."

"Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo."

"La gracia de Dios es como la lluvia que a todos moja."

"Jesús convida con un modo suavísimo, con palabras dulcísimas a seguirle y ponerse bajo su bandera. En la cruz está nuestra salud y nuestra vida, la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu y la esperanza del cielo"

"Para llorar como hombre, como puedo llorar yo. Para sufrir persecuciones como hombre, como puede sufrirlas cualquiera de ustedes. Para padecer hambre, sed, tristeza. Para experimentar los desprecios de la vanidad, la indiferencia del orgullo, las burlas de la impiedad… Para beber la hiel de la calumnia. Para apurar las heces de la maledicencia. Para sufrir en su persona… Todo cuanto debía padecer el hombre, a fin de que el hombre experimentase las riquezas de su misericordia y las dulzuras de su amor. Apareció, en fin, entre nosotros el Hijo de Dios hecho hombre para asimilarse perfectamente al hombre, a fin de que el hombre se hiciese Dios y pudiese participar de su infinito amor."

"Yo estoy muy conforme con lo que Dios ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad me conservó íntegros y robustos mis sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. Es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo."

"El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego."

"Mis amados: que Dios amó al hombre desde la eternidad es una verdad tan clara y tan demostrada que el solo pensar lo contrario es y sería el colmo de la locura… El amor eterno de Dios hacia el hombre está escrito en todas las maravillas de la creación… los prodigiosos fenómenos de la naturaleza que, a cada paso, nos asombran, publican por todas partes ese amor. Lo mismo hacen los luminosos astros que embellecen el firmamento. Igual cosa publican las refulgentes estrellas que tachonan y esmaltan la bóveda celeste. El cambio periódico de las estaciones, la riqueza del mundo vegetal y animal, y todo lo grande y sublime que presenciamos en el universo, predican que Dios amó al hombre desde la eternidad y que, en él, puso los ojos de su amor y de su predilección"

"A los sacerdotes: "Cuanto sean más pecadores o más rudos o más inciviles mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar""

"Acerca de su ordenación de sacerdote: "Sentí mucho miedo. Apenas soy un pobre pecador, tan lleno de límites y miserias. Y me preguntaba: '¿Podré ser fiel a la vocación? ¿En qué enredo me metí?' Pero en seguida una sensación inmensa de paz invadió todo mi ser. Porque si el Señor me había llamado, Él sería fiel y sostendría mi fidelidad; además, Jesús, el Buen Pastor, jamás niega sus dones a quienes lo siguen y son 'otros Jesús' como su Hijo muy amado.""

"En fin, mi amigo, yo, usted y todos los hombres somos de Dios en el cuerpo y en el alma. Él es el que nos conserva los 5 sentidos del cuerpo y las 3 potencias del alma, y el mismo Dios es quien inutiliza algunos o todos los sentidos del cuerpo y lo mismo hace con las potencias del alma. Yo estoy muy conforme con lo que ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad, me conservó íntegros y robustos mis sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. En este mundo, no hay gloria cumplida, y estamos llenos de miserias."

 

"La gracia de Dios es como la lluvia, que a todos moja"

"Jesucristo impone a sus soldados leyes al parecer muy duras: 'Niégate a ti mismo, carga con tu cruz y sígueme', porque el negarse a sí mismo, importa una renuncia completa de todos los placeres del sentido, un abandono de las riquezas superfluas, y un desprecio de los vanos honores. Tomar la cruz, es la preparación del ánimo, para tolerar las cosas contrarias al genio de la naturaleza; tales son, la penitencia, la mortificación del cuerpo, la pobreza de espíritu y la humildad de corazón: cosas todas que se oponen directamente a los tres genios de apetitos que sugiere Lucifer"

"Dios en los santos Ejercicios me ha enseñado a mí y a ustedes que el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas y su vida misma, antes que perder a Dios, o sea, su salvación"

"Porque entonces es cuando su Amor se acrece, se vigoriza, se agiganta, se rebalsa por todas partes, y se revienta, si puedo expresarme así, y hace entonces un milagro de amor: la Eucaristía"

"Promover el hombre aquí en la tierra pero con la vista fija en el cielo."

 

Libro gratis

Brochero: Un hombre de Dios para su pueblo

http;//www.curabrochero.org.ar/documents/Un Hombre de Dios para su pueblo.doc

 

Audio

51:51

Buscar en Gloria.tv

P. Ramiro Sáenz - Cura Brochero, arquetipo sacerdotal - parte 1

P. Ramiro Sáenz - Cura Brochero, arquetipo sacerdotal - parte 2

Daniel González Céspedes - El Cura Brochero 02-08-13

"EL CURA BROCHERO" http://www.gloria.tv/media/nA7QHjHwkYc

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Benedicta de Asís, Beata Abadesa, Marzo 16  

Benedicta de Asís, Beata

Ingresó a las Clarisas de Asís en 1214, sucedió a Sta. Clara en el gobierno del monasterio de San Damiano, permaneciendo en ese cargo hasta 1260.

Pudo asistir a la construcción de la basílica en honor de Santa Clara, y al traslado de las Clarisas desde el local anexo a la vieja iglesia de San Jorge.

Murió de causas naturales en el año 1260.

Sus restos se encuentan en la Basílica de Santa Clara de Asís.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Abraham Kidunaia de Edesa, Santo Anacoreta, Marzo 16  

Abraham Kidunaia de Edesa, Santo

Anacoreta

Martirologio Romano: En Edesa, en la antigua Siria, San Abraham, anacoreta, cuya vida fue descrita por el diácono San Efrén.

Etimológicamente: Abraham = Aquel que es padre de muchos pueblos.

El admirable varón san Abraham, cuya vida nos dejó escrita san Efrén, nació en las cercanías de Edesa en la Mesopotámica, de padres muy ricos, los cuales le amaban tiernísimamente, y fue tanta la instancia que le hicieron para que se casase, y tantas las lágrimas que derramó la madre, que sólo por no contristarlos dijo que se casaría.
Preparáronse las fiestas y bodas, y habiendo durado seis días el regocijo, el séptimo, al tiempo que toda la casa estaba ocupada en convites, músicas, bailes y danzas, salióse Abraham secretamente de ella y fue a encerrarse en una gruta que distaba a más o menos una legua del lugar.

Halláronle allí al cabo de diecisiete días, y el santo habló a sus padres con tanto espíritu de Dios, que hasta recabó de su esposa que consintiese en una perpetua separación. Todo cuanto poseía en la tierra era una túnica de pelo de cabra, un manto, una escudilla para comer y beber, y una estera de juncos para acostarse.

En esta vida había pasado ya algunos años cuando el obispo de Edesa le mandó que se ordenase de sacerdote y evangelizase una población de gentiles muy obstinados que había en la diócesis. Tres años gastó el santo en la obra de convertirlos: le apedrearon, le dejaron por muerto, le arrastraron tres veces por las calles; pero finalmente se rindieron, y se echaron .a sus pies para que les bautizase.

Volvióse después Abraham a su antiguo encerramiento, y en esta sazón una sobrina suya llamada María quedó huérfana a los siete años de su edad, y la llevaron al santo; el cual la puso en una celda inmediata a la suya y allí por una ventanilla la instruía en las cosas de Dios.
Pero como a los pocos años de su recogimiento viniese la doncella a perderse por la tentación de un mozo que en hábito de monje fue a visitar al santo, en lugar de arrepentirse de su pecado, se fue a una ciudad, que estaba de allí a dos jornadas, y con hábito de seglar, galano y lascivo se entró en un mesón para perderse del todo.

Tuvo Abraham revelación de la caída de su sobrina, y deseoso de sacar aquella alma de las garras del dragón infernal y restituirla a Jesucristo, buscó un caballo, y vestido de soldado, se fue a la ciudad y al mesón donde María vivía, a la cual habló con tan tiernas palabras, que compungida y llena de confusión se deshizo en lágrimas,

Sin osar mirar la cara de su tío. "No te desesperes, hija, -le dijo el santo- porque no hay llaga tan incurable que con la sangre de Cristo no se pueda curar". Volvió luego María a su antigua morada, donde se dio de tal suerte a la penitencia, que fue un perfecto retrato de la santidad de su tío, y finalmente compañera de su gloria en su dichoso tránsito.

ORACIÓN

 

Oh Dios,
que cada año nos alegras con la fiesta,
de tu confesor,
el bienaventurado Abraham,
danos tu gracia para que
celebrando la nueva vida
de que goza en la gloria,
imitemos sus virtuosas acciones en la tierra.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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Heriberto de Colonia, Santo Obispo, Marzo 16  

Heriberto de Colonia, Santo

Obispo

Martirologio Eomano: En Colonia, en Alemania, san Heriberto, obispo, que, siendo canciller del emperador Otón III, fue elegido a la fuerza para la sede episcopal, desde donde iluminó constantemente al clero y al pueblo con el ejemplo de sus virtudes, que también recomendaba en la predicación (1021).

Etimológicamente: Heriberto = Aquel que es temido en la batalla, es de origen germánico.

 

Nació en Worms, en el año 970, murió el 16 de Marzo de 1021 en Colonia.

Fue arzobispo de Colonia, canciller del emperador Otón III y fundador de la abadía de Deutz.

Heriberto era hijo del duque Hugo de Worms. Tras estudiar en la escuela de la catedral de Worms, su ciudad natal, pasó algún tiempo en el monasterio benedictino de Gorza, situado en el ducado de Lorena.

Después de este periodo fue nombrado rector de la catedral de Worms.

En 994 fue ordenado sacerdote. Ese mismo año el rey Otón III le nombró canciller para Italia y cuatro años más tarde, también para Alemania, cargo que mantuvo hasta la muerte del emperador en 23 de enero de 1002.

Como canciller, Heriberto se convirtió en el consejero más importante de Otón III, a quien acompañó a Roma en 996 y 997. Todavía estaba en Italia cuando en 999 fue elegido arzobispo de Colonia.

Recibió la investidura eclesiástica y el palio de parte del papa Silvestre II el 9 de julio de 999 en la ciudad italiana de Benevento, siendo consagrado en la Catedral de Colonia en día de Navidad de ese mismo año.

El año 1002 estuvo presente en el lecho de muerte del emperador en Paterno.

Caundo regresaba a Alemania con los restos del emperador y la insignia imperial, fue hecho prisionero por un tiempo por el futuro rey Enrique II, a cuya candidatura Heriberto se había opuesto inicialmente.

Tan pronto como Enrique fue elegido nuevo rey, el 7 de junio de 1002, cambió de postura para pasar a reconocer al nuevo rey y servirlo fielmente, acompañándolo a Roma en 1004 y mediando entre el monarca y la Casa de Luxemburgo entre otras obras.

Sin embargo Heriberto nunca se ganó la total confianza de Enrique II hasta el año 1021, cuando el rey reconoció su error y pidió perdón al arzobispo, el mismo año de la muerte del santo.

Heriberto fundó el monasterio benedictino y la iglesia de Deutz, al que hizo generosos donativos y donde se encuentra su tumba. Heriberto fue considerado santo ya en vida.

El papa Gregorio VII lo canonizó entre 1073 y 1075. Su fiesta se celebra el mismo día de su fallecimiento, el 16 de marzo.

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Fuente: iberopuebla.edu.mx
Juan de Brébeuf, Santo Mártir, Marzo 16  

Juan de Brébeuf, Santo

Mártir Jesuita

Martirologio Romano: En la región de los hurones, en Canadá, pasión de san Juan de Brébeuf, presbítero de la Compañía de Jesús, que enviado desde Francia a la misión del Hurón, murió por Cristo después de ingentes trabajos, atormentado con gran crueldad por algunos paganos del lugar. Su memoria, con la de los compañeros, se celebra el día 19 de octubre (1649).

 

Es el patrono de los jesuitas del Canadá y uno de los más insignes misioneros de la Compañía de Jesús.

Nacimiento y patria
Juan nace el 25 de marzo de 1593, en Condé sur Vire, en la Normandía oriental, Francia.

Pertenece a una familia de terratenientes y granjeros. Sus padres son ricos, y bien considerados dentro de su clase, y en toda la región. Son católicos decididos, a pesar del predominante calvinismo de Normandía.

Su formación


El maestro de la escuela, o tal vez el sacerdote de la parroquia de Condé sur Vire, le enseña a leer y a escribir.

Debido a la posición de la familia, Juan estudia después en la Academia de la vecina ciudad de Saint Lô. Más tarde da comienzo a los estudios humanísticos en la Universidad de Caen.

Con los jesuitas


Juan de Brébeuf tiene 16 años cuando la Compañía de Jesús abre un Colegio en la ciudad de Caen. El se inscribe allí para los estudios de filosofía.

El Colegio es clausurado al año siguiente, en 1610, pero los jesuitas mantienen una Residencia en la ciudad. Juan continúa bajo la guía espiritual de sus antiguos maestros.

De nuevo en la Universidad de Caen, termina la filosofía y hace unos cursos de teología moral. No tiene aún determinado si debe ofrecerse como seminarista al obispo de Bayeux o ingresar a la Compañía de Jesús.

En 1614 hace su discernimiento vocacional. Tiene entonces 21 años. Se decide por la Compañía de Jesús pero posterga su ingreso por asuntos familiares.

Regresa a Condé sur Vire para dirigir y administrar las fincas de su familia. Tres años después, a los 24 de edad, pide formalmente la admisión en la Compañía de Jesús.

El noviciado


A primeros de noviembre de 1617, Juan de Brébeuf llega a Rouen montando a caballo.

La primera impresión del Maestro de novicios es la de tener ante sí a un normando de los viejos tiempos. La edad es mayor que la de los otros. La estatura es excepcional, una cabeza más alto. Es muy enjuto de carnes, ancho de espaldas y bien proporcionado. Tiene facciones muy normandas: nariz prominente, labios gruesos, pómulos elevados y unos ojos que miran de frente y sin temor.

El 8 de noviembre, termina la Primera probación y se incorpora a la vida de la comunidad. Sus compañeros, unos cincuenta, son menores que él, y casi todos son normandos.

Hace el mes de Ejercicios espirituales, y se acaban las dudas de si debe ser sacerdote o hermano.
El 8 de noviembre de 1619, pronuncia los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia en la Compañía de Jesús.

El magisterio


Como Juan ha terminado los estudios humanísticos y de filosofía antes de su ingreso, no es enviado al Colegio de La Flèche con los demás jesuitas de su clase.

Es destinado al Colegio de Rouen para la experiencia del magisterio. El Colegio se halla al doblar la esquina del mismo Noviciado. Sus alumnos son los del curso de Gramática inferior, todos de doce años. Con enorme paciencia, enseña bien y cuida la conducta de esos niños inquietos.

Al año siguiente, 1620, con los mismos niños, Juan de Brébeuf empieza a dictar el curso de Media Gramática. Pero se enferma muy seriamente, con fiebres periódicas, toses violentas y depresión. No es capaz, por consiguiente, de dar sus clases.

La ordenación sacerdotal


El Provincial, entonces, juzga aconsejable que sea ordenado sacerdote antes de morir. Para ello, señala a un sacerdote del Colegio para que le dé los cursos de Teología, Sagrada Escritura y Derecho canónico que le faltan.

En septiembre de 1621, en un tosco carruaje viaja a Lisieux a recibir el Subdiaconado. El 18 de diciembre del mismo año, recibe el diaconado en la Catedral de Bayeux. El 19 de febrero de 1622, en Pontoise, se ordena de presbítero.

Su primera Misa la dice en la fiesta de la Anunciación. Es su cumpleaños, pero por ser Viernes Santo, la fiesta se traslada al 4 de abril.

Con la ordenación sacerdotal, la mejoría de Juan de Brébeuf se acentúa notablemente. Ese mismo año es Ayudante del Ecónomo en el Colegio de Rouen. Al año siguiente es el Ecónomo titular. No es un cargo fácil. El Colegio tiene 600 alumnos y todavía deben hacerse construcciones nuevas.

La vocación al Canadá


En Rouen, Juan tiene la oportunidad de conocer a dos sacerdotes franciscanos que han regresado de Nueva Francia, desde América del Norte.

El normando se interesa. La petición oficial de los franciscanos a la Compañía de Jesús para ser ayudados en las misiones del Canadá no es ningún secreto.

Juan se ofrece para la primera expedición. El Provincial no le da ninguna seguridad de hacer el viaje, pero lo deja inscrito en el gran registro de las peticiones.

Y Juan es elegido, casi sin tener esperanzas. Siente entonces un profundo gozo y un agradecimiento inmenso a Dios. Con él, son tres sacerdotes y dos Hermanos. Como Superior va designado el P. Carlos Lalement, director de estudios en el Colegio de Clermont de París. Son los últimos días de marzo de 1625.

Preparativos


La flota hacia Nueva Francia debe zarpar desde el puerto de Dieppe a mediados de abril. Hay que llevar de todo: alimentos, ropa, colchones, sábanas, útiles de cocina, herramientas, medicinas, vasos sagrados, libros... En Nueva Francia no hay casi nada.

Si olvidan algo, deberán esperar al año siguiente, cuando la flota haga otro viaje. En los últimos días hay dificultades, pero no impiden la partida de los jesuitas.

El mundo americano


El 24 de abril de 1625, zarpa la flota de tres barcos. La travesía dura siete semanas.

El 16 de junio, los veleros llegan al fondeadero de Moulin Baude y esperan la corriente y la marea favorables para seguir al interior de la caleta de Tadoussac.

Juan de Brébeuf contempla maravillado ese nuevo mundo. Alrededor del barco hay muchas canoas con remeros esnudos, de piel rojiza. Cantan y marcan el ritmo. En las orillas pululan los indígenas, hombres, mujeres y niños. Casi todos están semidesnudos. Algunos van pintados, con grasa azul, roja, negra o blanca. Es toda una algarabía de voces, profundamente guturales, como graznidos de cuervos. El paisaje es hermoso. Brébeuf queda fascinado con los bosques, los pájaros y los rayos del sol sobre el río.

En chalupas remontan el río San Lorenzo. Todo es cada vez más asombroso. Cinco días y sus hermosas noches llenan a los misioneros de profundo consuelo.

Quebec


Por fin oyen el grito tan esperado: ¡Quebec, Quebec! Es el 15 de julio de 1625.

Pero la Compañía Montmorency, responsable de la colonia francesa, prohibe el desembarco de los jesuitas. Los franciscanos los defienden valientemente y, después de mucho parlamentar, logran el desembarco y reciben a sus amigos jesuitas en su pequeño convento de Quebec.

Por los franciscanos, conocen toda la dificultad de la nueva misión. La Compañía Montmorency no se preocupa sino de sus intereses comerciales. En Quebec viven 51 residentes franceses, de los cuales 33 son empleados de la Compañía comercial.

Eso es todo.

Las construcciones son miserables barracas, excepto el almacén y la casa del gobernador. Los franceses casi todos son hugonotes, o malos católicos. Los indígenas algonquines, que comercian en Quebec, son nómades y no se muestran dispuestos a escuchar la doctrina cristiana. Ningún recoleto franciscano ha podido aprender la lengua.

Los franciscanos les hablan también de los indígenas hurones, en el lejano oeste. Son sedentarios, cultivan el trigo y viven en casas permanentes, agrupadas tras una empalizada. Se han mostrado amistosos y buscan ayuda para defenderse de sus enemigos los iroqueses. Tal vez allí, podría instalarse una Misión.

Hacia una Misión entre los hurones


Dos semanas después, Juan de Brébeuf y un franciscano remontan el río San Lorenzo, hacia el país de los hurones.

Empaquetan lo necesario para pasar allá un invierno: galleta de barco, alimentos, carpas y ropa de abrigo, lo que necesitan para celebrar misa, algunos libros, hachas, cuchillos, ollas y baratijas. Lo más valioso es una lista de palabras y frases en dialecto hurón, recopiladas por los franciscanos.

Por semanas remontan el río en unas canoas. En el lugar denominado Trois Rivières, deben unirse a los comerciantes de la Compañía Montmorency para poder continuar. En el cabo Victoria los franceses tienen la costumbre de esperar a los hurones, de río arriba, para traficar con ellos.

En ese lugar Juan de Brébeuf los contempla por primera vez. Algunos usan el pelo formando una especie de moño en la coronilla, y el resto del cráneo está rapado. Otros tienen el cabello engrasado, pegado a las orejas y al cuello. Muchos ostentan franjas de pelo, de dos o tres dedos de ancho, alternando con trozos rapados, desde la frente hasta el cuello. Todos los rostros están embadurnados. Tienen una franja negra de oreja a oreja, con círculos blancos en los ojos y en la boca. El pecho, el vientre, los brazos y la espalda relucen con grasa de color. Usan collares de conchas, pulseras en los brazos y cinturones. Algunos tienen pendientes en las orejas y en la nariz.

Los franceses de Trois Rivières deciden no permitir el viaje a los misioneros. Un franciscano, el P. Nicolás Viel, ha perecido ahogado el año anterior, después de haber pasado dos inviernos con los hurones. Las explicaciones de los jefes hurones, por cierto, no parecen claras. Más bien, dejan en los franceses la impresión de un crimen.

Los misioneros, sin embargo, traban amistad con algunos jefes. A Juan de Brébeuf lo miran con cierta admiración: por su altura y corpulencia. Lo empiezan a llamar "Echon", al no poder pronunciar el nombre francés de Juan.
Los dos misioneros insisten en seguir. Hay un largo parlamento. Al fin, los hurones, ante las sospechas, pretextan no tener sitio en las canoas. Entonces, todos los franceses regresan a Quebec.

La misión de los algonquines


En Quebec, Juan de Brébeuf y sus compañeros se dedican a la construcción de la Residencia jesuita, junto al río San Carlos, a unas dos millas de la aldea. Y desde allí, empiezan la dura tarea de evangelizar a los algonquines. Es muy poco lo que pueden hacer.

Juan obtiene del P. Lalement, por insistencia de ruegos, la licencia para incorporarse a un grupo de algonquines, que acepta su compañía en su vivir nómade de pleno invierno.

Con ellos camina, navega en canoas, atraviesa bosques, participa en la caza del oso y del castor. Sube montañas, sufre la nieve. Comparte muchas veces el hambre. Lo más duro es la convivencia promiscua en los campamentos, junto al fuego. Pero aprende mucho, costumbres y palabras de su lengua extraña.

De nuevo hacia los hurones



El 14 de julio de 1626, llegan a Quebec, desde Francia, otros tres jesuitas. Con uno de ellos y un sacerdote franciscano, Juan de Brébeuf inicia nuevamente la expedición hacia los hurones. En el cabo de la Victoria los encuentran, igual que el año anterior.

Hay muchos regateos, muchos rechazos, insistencias y ruegos. Por fin, Echon se embarca en una canoa hurona. Debe remar, llevar cargas, atravesar cascadas con la canoa a cuestas, remontar el cenagoso río Ottawa.

A las tres semanas, llegan al lago de los indios nipissingos, aliados de los hurones. Allí descansan dos días. Continúan. Es una sucesión interminable de rápidos y el agua es negra. Navegan otros cuatro días a través de canales traidores.

Por fin, llegan a la Bahía Georgia en el Lago Hurón. Reman noventa millas y arriban al extremo sur. Un poco más arriba queda la aldea hurona de Toanché, de quince casas.

De rodillas, Juan de Brébeuf da gracias a Dios. Los hurones, las mujeres y los niños lo miran con asombro.

Entre los hurones


Durante el invierno, Juan aprende a vivir como un hurón. Su alimentación es el maíz, el pescado y la carne de castor, de oso y de antílope.

En junio de 1627, su compañero jesuita, el P. Anne Nouë, regresa a Quebec. No puede acostumbrarse.

Juan visita, una tras otra, las 25 aldeas del pueblo hurón. Poco a poco, empieza a querer a ese pueblo que Dios le ha puesto en su camino. El aprendizaje del idioma es, sin duda, lo más duro.

En el mes de junio de 1628, también lo abandona el compañero franciscano. Juan queda, entonces, totalmente solo.
En el tercer invierno, trabaja duramente en un diccionario, en una gramática y en la traducción del Catecismo Ledesma. No quiere bautizar a nadie en esos tres años.

Solamente es un amigo del pueblo hurón.

Expulsado del nuevo mundo


En junio de 1629, también él debe abandonar Toanché. Por obediencia, se le pide regresar con maíz. En Quebec la población muere de hambre. Los ingleses están cerca y es necesaria su ayuda.

Pocos días después de llegar, atacan los ingleses y Quebec se rinde. La población francesa y con ella, los franciscanos y los jesuitas, pasan a Tadoussac para regresar a Francia.

En Francia


El P. Juan de Brébeuf y sus cinco compañeros jesuitas llegan a Calais los últimos días de octubre de 1629. En París entrega al Provincial informes escritos y verbales sobre la Nueva Francia. En todos los ambientes es admirado y, con gran curiosidad, quieren conocer sus experiencias entre los "salvajes".


La Compañía Montmorency es reemplazada por la de los Cien Asociados, decisión tomada por el Cardenal Richelieu, de acuerdo con los recoletos y los jesuitas.

La Tercera Probación


Juan de Brébeuf entra entonces al curso de Tercera Probación bajo la tutela del famoso P. Luis Lalement. Hace el mes de Ejercicios, y el 20 de enero de 1630 pronuncia los últimos Votos en la Compañía de Jesús.

Conservamos el mejor de sus propósitos. "Sea yo destrozado antes de violar oluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré, jamás he de decir: basta".

El regreso al Canadá


En 1632, el Cardenal Richelieu ordena el regreso a Nueva Francia. Ha obtenido la restitución de parte de Inglaterra y ha dispuesto la organización de un imperio para Francia.

Pero esta vez, la evangelización queda sólo bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús. Excluye, así, a los franciscanos recoletos, con gran pesar de todos.

En la primera expedición, no es incluido el P. Juan de Brébeuf, y debe quedarse en Francia con profunda pena. En ella parte su amigo el Padre Antonio Daniel.

Pero el 23 de marzo de 1633, se embarca en el buque insignia del ahora Virrey Samuel Champlain. Es una vuelta en gloria y majestad.

El 25 de mayo de 1633 está nuevamente en Quebec. Juan de Brébeuf baja aprisa y corre hasta Nuestra Señora de los Angeles para abrazar, emocionado, a sus compañeros.

La Misión de Ihonatiria


A principios de julio de 1633, llegan los hurones y prometen llevar con ellos a Echon, el próximo verano. Irán tres: los PP. Antonio Daniel, Ambrosio Davost y él. Además, seis franceses les ayudarán en las construcciones.

El 4 de julio de 1634, Brébeuf viaja en dirección a los hurones y bendice la fundación del Fuerte de Trois Rivières, la futura ciudad. Y de nuevo viene el viaje extenuante. "Hemos llevado a cuestas nuestras canoas 35 veces y las hemos remolcado, por lo menos, cincuenta".

Se establece esta vez en Ihonatiria, adonde se han trasladado los hurones de Toanché. Con sus amigos construye la casa de la Misión de San José y se da, con entusiasmo, al trabajo apostólico.

En 1635 los jesuitas se atreven a bautizar a dos ancianos. Visitan con gran sacrificio todas las aldeas huronas. Son bien recibidos. Juan ya puede decir en lengua hurona casi todo lo que quiere y, por cierto, ésa es la mejor de sus ventajas. Día a día adquiere autoridad y crédito ante el pueblo.

El 13 de agosto de 1635, llegan a su lado los PP. Francisco Le Mercier y Pedro Pijart. En 1636, envía a 12 jóvenes hurones a Quebec para ser educados en la Misión de Nuestra Señora de los Angeles.

El 13 de agosto de 1636, llegan a la Misión el padre Carlos Garnier y otro jesuita y, el 11 de septiembre, Isaac Jogues y un joven francés.

Las epidemias

Pero con los nuevos misioneros, llega también la gripe que hace ya estragos en Quebec y Trois Rivières. En la Misión hurona de San José, todos los jesuitas y gran parte de los franceses caen enfermos y quedan al borde de la muerte. Solamente Juan de Brébeuf escapa al contagio y puede dedicarse con gran sacrificio a sus súbditos y hermanos.

Poco después, la aldea hurona entera se contagia y Echon pasa a ser el principal médico que desafía a los hechiceros. Sólo en febrero de 1637, la epidemia empieza a ceder.

El fundador de misiones


El 8 de junio de 1637, Juan de Brébeuf funda la Misión
de Nuestra Señora de la Concepción, en Ossosané, la capital hurona de la nación del Oso.

La epidemia de fiebre ecrudece en julio en toda Huronia. Ahora se sospecha que los "sotanas negras" son los causantes. Todos los misioneros están entonces en peligro de muerte.

Juan logra la conversión de uno de los jefes, Chihwatenhwa, a quien ha cuidado con enorme cariño durante las fiebres. Pero el peligro de la vida es evidente. Se han multiplicado las miradas de odio.

El voto del martirio


Juan escribe, entonces, su voto de martirio, para pronunciarlo todos los días en la misa.

"Formulo mi voto en presencia Tuya, del Padre Eterno y del Espíritu Santo. En resencia de tu Madre y de San José, ante los ángeles, apóstoles y mártires, ante mi padre San Ignacio y San Francisco Javier. Formulo mi voto formal, y lo dedico a Ti, Jesús. Si la gracia del martirio se me ofrece, por tu infinita misericordia, no dejaré pasar esta gracia.

Hago este voto por el resto de mi vida. A Ti, Señor Jesús, te ofrezco con placer mi sangre, mi cuerpo y mi alma, desde este día, y me ofrezco con gozo a morir por Ti, si así lo deseas Tú que moriste por mí".

La cosecha del misionero

El 1 de febrero de 1638, Juan de Brébeuf es nombrado solemnemente jefe hurón. Es el mayor honor que puede obtener un misionero.
Las conversiones continúan. Tiene el consuelo de bendecir el primer matrimonio en tierra hurona, el de José Chihwatenhwa y de María su esposa.

El 25 de junio de 1638, decide trasladar la Misión de San José desde Ihonatiria a Teanaustayé, la capital hurona de la nación de la Cuerda. Deja allí a Isaac Jogues y a Pedro Chastellain.

Un nuevo Superior

El 26 de agosto de 1638, llegó a Huronia el P. Jerónimo Lalement, con el cargo de Superior.

De inmediato el P. Lalement, secundado por Juan de Brébeuf, decide organizar definitivamente la Misión. Acepta las ideas de Echon y juntos echan las bases de la institución de los "donados" en la Compañía. Se necesitan muchos misioneros. La mies es demasiado grande.

Los donados serán laicos en servicio de las obras de la Compañía. Vivirán como religiosos, pero solamente con votos privados. Ellos tendrán la gran responsabilidad de las construcciones, la catequesis y todo lo material de las misiones.

La guerra con los iroqueses

Juan de Brébeuf es trasladado a la Misión de Teanaustayé, la que poco después se divide en dos. Todo parece sonreír.

Pero la tradicional guerra de los hurones y los iroqueses recrudece ese año. En una redada hurona, caen prisioneros 80 iroqueses. Según la ley hurona, son condenados a torturas y muerte. Echon, como jefe hurón, tiene acceso a los concilios y puede convertir a un buen número de ellos. Ellos desean tener, después de la muerte, una ida feliz en la otra que se les promete.

También las conversiones, en los poblados de la Misión, aumentan con la alegría profunda de los misioneros. En 1638, el número de cristianos llega a 50. En 1639, en las tres Misiones se cuentan 96.

La Misión de Santa María

A fines de agosto de 1639, el P. Jerónimo Lalement decide agrupar a los misioneros de toda la Misión hurona en un solo sitio. Funda, así, la Misión de Santa María, relativamente cerca de la antigua aldea de Toanché.

Pero muy pronto llega a los poblados hurones la epidemia de la viruela. Nuevamente, la mortandad es de los indios y el peligro para los misioneros. ¿Por qué no mueren los sotanas negras? Pueden ser los causantes porque no desean sanar a los hurones.

La Misión entre los indios neutrales

El 2 de noviembre de 1639, el padre Juan de Brébeuf es destinado por su superior a fundar una Misión entre los indios neutrales, al sur de Huronia. El nombre de "neutrales" lo reciben porque viven en paz con los hurones y también con los iroqueses del lado sur del lago Erie.

Juan, con un compañero jesuita, dos donados y un joven hurón, avanza hacia el sur. Al séptimo día llegan al poblado de Kanducho. El idioma es un dialecto parecido al hurón, con marcadas diferencias de pronunciación. Todos los neutrales usan tatuajes. Las caras, los cuerpos, los brazos y las piernas muestran franjas negras, círculos y dibujos.

Juan de Brébeuf comienza el recorrido de todas las aldeas. Pero no es bien recibido. En todas ellas hay prevención en su contra. Los jefes neutrales creen que con el misionero puede venir la peste. Algunos hurones enemigos divulgan esos rumores.

En la misión emplea un año y cuatro meses. Es un tiempo difícil. Soporta peligros y amenazas y no obtiene conversiones. Por fin, al iniciarse marzo de 1641, emprenden Juan y su compañero el regreso a Santa María.

Pero al cruzar un arroyo, resbala y se da un golpe contra el hielo. A duras penas, debe admitir que se ha quebrado la clavícula del lado izquierdo.

El día 19 de marzo, con gran trabajo, los dos jesuitas llegan a Santa María para celebrar de inmediato la Misa, en honor del santo patrono de la Misión.

Un descanso en Quebec

El P. Jerónimo Lalement decide enviar a Juan de Brébeuf a la ciudad de Quebec, con las canoas que viajan en el mes de mayo. La clavícula quebrada no puede ser tratada en la Misión y los dolores de Brébeuf parecen muy intensos. Después de siete años consecutivos entre los hurones, bien puede recuperar las fuerzas en Quebec.

Con hondo desconsuelo en Santa María, lo despiden. Todos lo aprecian, sacerdotes, hermanos, donados y obreros. Lo quieren hondamente, por su humildad, inagotable paciencia, caridad y valor indomable.

El 20 de junio de 1641, las canoas llegan a Trois Rivières, con admiración de todos, a causa de las incursiones iroquesas alrededor de la ciudad. Pocos días después, los misioneros están en Quebec.

Juan visita, fascinado, la nueva Misión de los jesuitas en el poblado de los algonquines cristianos de Sillery. Poco después, recorre el hospital fundado por las religiosas de Dieppe y también el Colegio de las Ursulinas para muchachas algonquinas.

Juan es nombrado Superior de Sillery. Desde allí, siempre inquieto, participa en la fundación de la ciudad de Montreal y apoya, con todos los medios a su alcance, a su querida misión entre los hurones.

Un dolor que desgarra

En julio de 1642, recibe en Trois Rivières a Isaac Jogues que acompaña a los hurones en el viaje anual de comercio. En el mes de agosto, Juan decide el destino del joven donado y hábil cirujano René Goupil como compañero de Isaac.

Más que otras veces, sufre con ese viaje de sus amigos, pues él quisiera acompañarlos. Pero su decisión de guiarse por la obediencia le devuelve la paz.

Al atardecer de ese mismo día, Juan conoce, con horror, que Isaac, René y los hurones han caído en manos iroquesas.  Siente desgarrársele el corazón, pero una vez más debe cumplir la voluntad de Dios. Llora como un hombre y encomienda a sus amigos.

Poco después,  Juan bautiza en Quebec a seis hurones, todos jóvenes. Incansable, sigue con sus trabajos en Sillery y Trois Rivières.

Noticias alarmantes

El 12 de junio de 1643, llegan a Trois Rivières dos hurones.
Con emoción, Juan de Brébeuf reconoce, en esos rostros torturados, a José y a Pedro, los dos hermanos de Chihwatenhwa. Pertenecen al grupo de los prisioneros capturados por los iroqueses en el pasado mes de agosto.

Ellos relatan los tormentos, cómo fueron pasados por el fuego, despedazados y la vida de esclavitud durante el invierno. Narran también la muerte de René Goupil. Juan llora casi sin consuelo.

El 15 de agosto, llegan a Trois Rivières varias canoas iroquesas. Los franceses permiten que atraque una sola y con un solo iroqués. Este entrega a Juan una carta de Isaac, en latín, francés y hurón:

"Esta es la cuarta carta que escribo desde que estoy con los iroqueses. Los holandeses han tratado de rescatarnos, pero ha sido en vano. Estoy resuelto a seguir aquí hasta que Dios lo quiera. No pienso huir, aunque se me presente la ocasión de hacerlo".

Otro año de angustia

Un año más Juan de Brébeuf debe quedarse en Quebec, Sillary y Trois Rivières.

El 27 de abril de 1644, después de haberla preparado, despide a la expedición del P. Francisco Bressani, joven jesuita italiano, con sus seis hurones cristianos y un donado francés.

Dos semanas más tarde, el 14 de mayo, recibe con profundo dolor la noticia de que los hurones han perecido y que el P. Bressani es esclavo de los iroqueses.

Después, Juan de Brébeuf es llamado a Quebec para celebrar conferencias con el Gobernador y el P. Vimont, el Superior jesuita de Nueva Francia. Es urgente lograr la paz con los iroqueses. De lo contrario, todos los esfuerzos hechos con los algonquines, hurones y neutrales podrán perderse.

Una sorpresa increíble

En junio de 1644, llega a Quebec la flota que viene de Francia. La sorpresa de Juan es enorme cuando ve descender desde los veleros a su querido amigo Isaac Jogues. Antes de preguntar nada se confunden en un abrazo.

Isaac cuenta a sus amigos la tremenda odisea. Los iroqueses han sido en verdad muy duros. Los jesuitas miran, sorprendidos, las manos mutiladas y la paz del amigo. Ha podido huir con la ayuda de los holandeses.
Llegó a Francia para Navidad. Obtuvo permiso para regresar. Ahora lo ven nuevamente feliz.

En el mes de julio, Juan y su amigo Isaac viajan juntos a Trois Rivières. A los pocos días, llegan a la ciudad doce canoas huronas, con el P. Pedro Pijart y algunos donados.

Los hurones declaran que no vienen a comerciar sino que viajan en lucha guerrera contra los iroqueses. Juan de Brébeuf cree ver, entonces, una nueva oportunidad para él. El P. Pijart puede quedarse en Trois Rivières y él dirigirse de nuevo al país hurón.

Se apresura y va a Quebec a pedir la autorización del P. Vimont. Este asiente y le entrega los últimos documentos llegados de Francia. El P. Jerónimo Lalement debe regresar a Quebec, pues es el nuevo Superior de la Misión de Nueva Francia. El P. Pablo Raguenau ha sido designado como Superior en la Misión hurona. Juan de Brébeuf será el encargado de comunicar los cambios.
Por tercera vez en Huronia

De Quebec Juan viaja, feliz, con su tercer destino hacia los hurones. Con él van otros dos jóvenes misioneros, Natal Chabanel y  Leonardo Garreau.

El 7 de septiembre de 1644 llegan a Santa María, después de 30 días de viaje. A Echon los hurones y los jesuitas, lo reciben tumultuosamente. Primero, los gritos de sorpresa, después vienen las risas y los abrazos. En la capilla de troncos, todos entonan el vibrante Te Deum de acción de gracias.

Los recién llegados responden las miles de preguntas. Sí, el viaje ha resultado fácil. No, no han visto a los iroqueses. Isaac Jogues está en Quebec. Ha regresado con las huellas de sus torturas.

Todos se alegran. Como buenos jesuitas, aceptan confiados los cambios de Superiores. El P. Jerónimo Lalement es para todos un verdadero padre, muy querido, y se felicitan de tenerlo como Superior principal en Quebec. Desde allí velará con dedicación por la Misión hurona. El P. Pablo Raguenau se parece mucho a Brébeuf y es como su sombra. Es un buen religioso, inteligente y de una caridad a toda prueba. "Aondechate" como lo llaman los hurones es otro Echon.

La nueva Misión de Santa María

La comunidad tiene ahora dieciséis jesuitas. De ellos, catorce son sacerdotes y dos son hermanos. También se cuentan once donados.

Santa María ha progresado mucho en los tres años de ausencia de Brébeuf. Ahora es casi una fortaleza, con empalizadas hasta el río. En el recinto hay cinco edificios, talleres y almacenes.

La casa de la comunidad tiene dos pisos, dos chimeneas, doce aposentos, sala de estar, comedor y cocina. La Capilla tiene 15 metros de longitud y 8 de ancho, un altar de piedra, imágenes talladas por los hurones, hermosos ornamentos y cuadros. Hay una casa para los donados, y otra para los huéspedes. Dentro del recinto hay un pozo de agua, una fragua, y corrales para las gallinas y los cerdos.

Juan de Brébeuf no sale de su asombro. Con profunda alegría, visita las construcciones junto a la Misión, la Capilla de los hurones, el pequeño hospital y el cementerio. En el campo hay sembrados.


Por todo el país se extiende la noticia del regreso de Echon. Los hurones vienen a Santa María, desde todos los poblados, de Ossossané y Teanaustayé y de los más alejados. Uno de Ossossané le dice: "Pronto todo nuestro poblado será cristiano".

Juan queda destinado a Santa María. Desde allí, en largas excursiones, debe atender a las aldeas huronas de Santa Ana, San Luis, San Dionisio, San Juan y San Francisco Javier.

Noticias de los iroqueses

En septiembre de 1645, ante la sorpresa y alegría de Juan  y de todos los habitantes de Santa María, llega en una canoa el P. Francisco Bressani.

Nada se sabía de él desde que había sido capturado por los iroqueses en abril del año anterior. El cuenta su tortura y cómo fue rescatado por los holandeses y enviado por ellos a Francia en el mes de octubre.

Echon contempla con dolor las cicatrices que cubren el cuello, la cara, los brazos, las piernas y las manos del P. Francisco. De éstas, los iroqueses le amputaron algunos dedos y otros los arrancaron a mordiscos, dejándole sólo los muñones. Juan piensa que el P. Francisco es un mártir y reza profundamente para merecer iguales sufrimientos y, si Dios lo quiere, una muerte sangrienta.

En noviembre, Juan hace un viaje de seis días, remando con un donado, para visitar a un grupo de hurones que ha huido más allá del lago Nipissing. A su regreso, continúa sus recorridos entre los poblados hurones.

Noticias de su amigo Isaac Jogues

En uno de los poblados, Juan se entera de las muertes de Isaac Jogues y de Juan de La Lande a manos de los iroqueses mohawks. Para él es la noticia más triste de su vida. Desconsolado, llora amargamente por sus dos amigos y también por los iroqueses mohawks.

Admira la labor de Isaac Jogues. Sin desmayar, él inició las tentativas de paz con los onondagas, los cayugas y los oneidas, las tres naciones centrales de los iroqueses. Los senecas se negaron. Ahora también los mohawks están en implacable guerra contra los hurones.

El martirio de Antonio Daniel

En septiembre de 1647, el P. Pablo Raguenau, el Superior de la Misión hurona, decide ampliar los horizontes misioneros hacia los petuns, los algonquines del norte y volver a los neutrales. Juan queda en Santa María, con sus mismas aldeas huronas.

A principios de junio de 1648, tiene el consuelo de recibir en la Misión de Santa María al P.  Antonio Daniel. Los hurones lo llaman Antwen. El ha llegado para hacer, en la casa principal de la Misión, los Ejercicios espirituales de año. Con su amigo hace nuevos planes.

Antonio Daniel regresa a su puesto de Teanaustayé el 2 de julio. Los iroqueses atacan la aldea el día 4, queman y matan. La noticia del martirio de su amigo le llega a Juan el mismo día. Corre a Teanaustayé y sólo encuentra cenizas.

La continuación del trabajo

En 1649, además de los poblados hurones a su cargo, Juan se
encarga de la aldea de San Ignacio que reemplaza al destruido poblado de Teanaustayé, a unos 8 kilómetros de Santa María.

El nuevo pueblo ha sido construido bajo las indicaciones de Juan. Recibe como compañero al Padre Gabriel Lalement, misionero llegado recién el año anterior.

Con Gabriel, llamado ahora Atironta, recorre todas las aldeas. En todas recibe una buena cosecha espiritual.

De nuevo los iroqueses

En la mañana del lunes 15 de marzo de 1649, Juan de Brébeuf y Gabriel Lalement parten desde Santa María para el recorrido usual de sus Misiones.

Pasan el día en San Luis, ubicado a 4 kilómetros, con sus cuatrocientos hurones. Alojan en la pequeña cabaña. Poco después del alba, del día 16, dicen sus Misas. Ese mismo día tienen pensado dirigirse a la aldea de San Ignacio, a otros 4 kilómetros de distancia.

A las seis de la mañana, cuando están terminando la acción de gracias, son sorprendidos por los gritos de los hurones: "¡Los iroqueses están en San Ignacio! ¡Los iroqueses están degollando a los hurones de San Ignacio! ".

Juan piensa, horrorizado: No tardarán de presentarse en este pueblo de San Luis.

Sobreponiéndose al griterío de los hombres y a los aullidos desesperados de las mujeres y los niños, prepara la defensa. Los hombres van a las empalizadas y las mujeres con los niños son obligados a huir hacia el bosque.

Después ambos, Echon y Atironta, corren a las empalizadas. El jefe hurón les insta a huir con las mujeres. Echon contesta
que su puesto está ahí, para cuidar a los guerreros.

Muy pronto los iroqueses llegan a la empalizada. Silban las flechas y suenan los disparos de los mosquetes iroqueses. El primer ataque es rechazado. En un segundo ataque masivo, la aldea es capturada.

Las torturas

Los prisioneros son fuertemente atados. A empellones los iroqueses los obligan a salir del poblado. Los agrupan como a un rebaño. Saquean y matan. Aullando en frenética danza, celebran la victoria.

Después, queman las construcciones. A los prisioneros los obligan a cantar y, en trote agotador, los llevan a San Ignacio.

En el bosque, los iroqueses arrancan las ropas a Echon y a Atironta. Los dejan desnudos como van ellos.

Al llegar a la aldea de San Ignacio, los iroqueses se ponen en dos filas paralelas y obligan a los prisioneros a pasar entre ellas. Con palos y porras, aullando, los golpean hasta que puedan llegar al otro extremo. Echon, con el cuerpo  magullado, queda al fin acurrucado junto a sus amigos los hurones.

Juan y Gabriel, en cuchillas, hacen su oración y ofrecimiento. Echon dice a Atironta que probablemente él, Gabriel, va a quedar con vida y va a ser llevado a los poblados iroqueses como esclavo.
En tal caso, le aconseja, deberá huir, como Isaac y el P. Francisco Bressani.

El uno al otro se oyen en confesión y se absuelven mutuamente.

Poco después son obligados a ponerse de pie. Se les ordena que bailen y entonen el canto de la muerte.

En la danza, los iroqueses saltan sobre Echon. A mordiscos le rompen los huesos de las manos. Le arrancan las uñas y mascan sus dedos. Lo arrastran a un poste. Lo amarran y empieza el tormento del fuego.


Echon conoce el código de los iroqueses. Sabe lo que esperan de él. Por eso, pide fuerzas a Dios para no expresar ni temor, ni proferir quejas. Mientras lo queman, no grita.

Reza y consuela a los hurones que mueren con él. Juan grita: "Jesús, ten misericordia". Los hurones contestan:
"Echon, ruega por nosotros".

Los iroqueses hacen callar a Echon apretándole una tea encendida dentro de la boca. Después lo empiezan a quemar entero. Todavía vivo, le echan sobre la cabeza y las heridas agua hirviente, como una burla del bautismo. "Echon, te bautizamos, para que puedas
ser feliz".

A duras penas, Echon dice: "Jesús, ten misericordia". Y en lengua hurona agrega: "Jesús, taiteur". Uno de los iroqueses le coge la nariz y la arranca de un tajo. Otro le hiere el labio superior, tira la lengua y le corta un pedazo. Un tercero le quema la boca con un tizón encendido.

La muerte

Entonces, el enorme cuerpo de Echon, al quemarse las ataduras, cae a las brasas. Sus ojos que todavía están abiertos, son vaciados con una tea encendida. Lo sacan del fuego. Todavía estávivo. Ponen su cuerpo en un tablado.

El jefe iroqués, con su afilado cuchillo, le arranca el cuero cabelludo. Ese es su trofeo. Después hunde su largo cuchillo de guerra, en el costado, y le arranca el corazón. Chupa la sangre, lo asa, y se lo come con avidez.

Los otros jefes iroqueses también comen lonjas de carne asada y beben sangre. Un jefe descarga el hacha sobre la cabeza y la parte en dos. Después, queman todo.

Son las cuatro de la tarde del día 16 de marzo de 1649. Atironta, en oración, espera su turno.

La glorificación

San Juan de Brébeuf fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con San Isaac Jogues, San René Goupil, San Juan de La Lande, San Antonio Daniel, San Gabriel Lalement, San Carlos Garnier y San Natal Chabanel.

Todos ellos son los patronos de la evangelización de América del Norte

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Juan Amias y Roberto Dalby, Beatos Mártires, Marzo 16  

Juan Amias y Roberto Dalby, Beatos

Presbíteros y Mártires

Martirologio Romano: En York, en Inglaterra, beatos Juan Amias y Roberto Dalby, presbíteros y mártires, que bajo la reina Isabel I fueron condenados a la pena capital por ser sacerdotes, aceptando con alegría el suplicio (1589).

Juan Amias y Roberto Dalby eran de Yorkshire. Después de sus estudios en el Colegio de Douai en Reims, fueron ordenados sacerdotes y partieron a la misión de Inglaterra, donde murieron en 1589. Amias, que era viudo y monje trapense, misionó por siete u ocho años en Inglaterra antes de ser capturado; Dalby, que había sido ministro protestante, hacía un año que había regresado a Inglaterra, cuando fue aprehendido.

No muchos detalles de sus labores parecen ser exactos, pero tenemos una descripción gráfica de sus muertes en el manuscrito del Dr. Champney citado por Challoner. Este dice: "El dieciséis de marzo de este año, Juan Amias y Roberto Dalby, sacerdotes del seminario de Douai, fueron ejecutados en York, acusados de alta traición, por el crimen de ser sacerdotes ordenados por la autoridad de la Sede de Roma y haber regresado a Inglaterra a ejercer su ministerio para beneficio de las almas de sus vecinos. Tenía yo veinte años, cuando fui testigo ocular del glorioso combate de estos santos hombres. A la vista de la constancia y mansedumbre de ellos, regresé a casa convencido de la fe católica, en la que he permanecido por la gracia de Dios… porque era visible en esos santos servidores de Dios tanta mansedumbre unida a tan singular constancia, que uno hubiese fácilmente dicho que eran ovejas llevadas al matadero".

Después de describir la ejecución de Juan Amias y Roberto Dalby agrega: "Los guardias estaban muy atentos para impedir que alguno de los que se habían reunido a ver la ejecución se llevase alguna pertenencia o sangre de los mártires. Aun así, una persona, que me pareció una gran dama, no sin dificultad, abriéndose paso entre la multitud, llegóse al lugar donde yacían sus cuerpos despedazados, juntó sus manos y levantó los ojos al cielo, lo que conmovió hondamente a los presentes. Dijo también unas palabras que yo no pude oír debido al tumulto y ruido. Inmediatamente se elevó un clamor en contra de ella, como idólatra y fue retirada de ahí; pero no pude saber si fue llevada a prisión o no".

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Fuente: Martirologio Romano
Otros Santos y Beratos Completando el santoral de este día, Marzo 16  

Otros Santos y Beratos

Santos Hilario, obispo, y Taciano, mártires
En Aquileia, en el territorio de Venecia, santos Hilario, obispo, y Taciano, mártires (s. inc.).

San Papas, mártir
En Seleucia, en Persia, san Papas, oriundo de Licaonia, que, tras muchos tormentos, afrontó el martirio por la fe de Cristo (s. IV).

San Julián, mártir
En Anazarbo, en Cilicia, san Julián, el cual, atormentado por largo tiempo, fue metido con serpientes en un saco y precipitado al mar (s. IV).

Santa Eusebia, abadesa
En Artois, de Neustria, santa Eusebia, abadesa de Hamay, que, tras la muerte de su padre, con su santa madre Rictrude se retiró a la vida monástica y, todavía adolescente, fue elegida abadesa después de su abuela santa Gertrudis (c. 680).

San Juan Sordi o Cacciafronte, monje, obispo y martir
En Vicenza, en el territorio de Venecia, beato Juan Sordi o Cacciafronte, obispo y mártir, el cual, siendo abad, fue exiliado por su fidelidad al papa, y elegido después obispo de Mantua y trasladado a la sede de Vicenza, murió en defensa de la libertad eclesiástica, asesinado por un sicario (1181).

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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