JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
Gloria a ti, Señor.
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos. Y les dijo:
"¡Cómo he deseado celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! Porque les digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios".
Tomó entonces un cáliz, dio gracias y dijo:
"Tomen esto y repártanlo entre ustedes; pues les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios".
Después tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
"Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía".
Y después de la cena, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:
"Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
(Jueves después de Pentecostés)
Antífona de Entrada
Cristo, Mediador de una Nueva Alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.
Oración Colecta
Oremos:
¡Oh Dios!, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único Sumo y Eterno Sacerdote; concede, a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus ministerios, la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
El fue traspasado por nuestros crímenes
Lectura del libro del profeta Isaías 52, 13-15; 53, 1-12
He aquí que mi siervo tendrá éxito, crecerá y llegará muy alto. Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchas naciones. Los reyes se quedarán sin palabras al ver algo que nunca les habían contado y comprender algo que nunca habían oído.
¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se manifestó el poder del Señor? Creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en él, tampoco aspecto atractivo para que lo admiráramos. Fue despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada.
Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus heridas nos sanó.
Andábamos todos errantes como ovejas, cada uno por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas. Cuando era maltratado, él se sometía, y no abría su boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría su boca.
Sin defensa ni juicio se lo llevaron, y ¿quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo; lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados, aunque él no cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca.
Pero el Señor quiso quebrantarlo con sufrimientos. Y si él entrega su vida como expiación, verá su descendencia, tendrá larga vida y por medio de él, prosperarán los planes del Señor. Después de una vida de amarguras verá la luz, comprenderá su destino. Mi siervo, el justo, traerá a muchos la salvación cargando con las culpas de ellos.
Por eso, le daré un puesto de honor entre los grandes, y con los poderosos participará del triunfo, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Sal 39, 6.10-11
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
¡Cuántas maravillas has hecho, Señor Dios mío! ¡Cuántos proyectos para nosotros! ¡No hay nadie como tú! Yo quisiera contarlos, publicarlos, pero son innumerables.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He proclamado tu fidelidad en la gran asamblea; tú sabes, Señor, que no me he callado. No he ocultado tu fidelidad en el fondo de mi corazón, proclamé tu lealtad y tu salvación, no oculté tu amor en la gran asamblea.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura
Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 12-23
Hermanos: Cristo no ofreció más que un sacrificio por el pecado, y se sentó para siempre a la derecha de Dios. Unicamente espera que Dios ponga a sus enemigos como estrado de sus pies. Con está única ofrenda ha hecho perfectos de una vez para siempre a quienes han sido consagrados a Dios. Es lo que también nos atestigua el Espíritu Santo, pues después de haber dicho:
Esta es la alianza que yo haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en sus mentes.
Añade:
Y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades.
Ahora bien, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hay necesidad de ofrenda por el pecado.
Así pues, hermanos, ya que tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús, el cual inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo, es decir, de su cuerpo, y ya que tenemos un gran sacerdote en la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, con plena confianza, purificando el corazón de todo mal de que tuviéramos conciencia, y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues quien nos ha hecho la promesa es digno de confianza.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
He aquí mi siervo, en quien me apoyo, en el que se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él, traerá la ley a las naciones.
Aleluya.
Evangelio
Hagan esto en memoria mía
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
Gloria a ti, Señor.
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos. Y les dijo:
"¡Cómo he deseado celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! Porque les digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios".
Tomó entonces un cáliz, dio gracias y dijo:
"Tomen esto y repártanlo entre ustedes; pues les digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios".
Después tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
"Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía".
Y después de la cena, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:
"Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Acudamos hermanos y hermanas, a Cristo, a quien Dios ha puesto como instrumento de propiciación y ha constituido sacerdote y justificador de cuantos creen en él:
(Respondemos a cada petición: Escúchanos, Señor).
Para que el Hijo de Dios, Sumo y Eterno Sacerdote de la nueva alianza, conceda a los obispos y presbíteros ser predicadores humildes y valientes de la Palabra divina y administradores fieles de los sacramentos de la Iglesia, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Para que Cristo, constituido sacerdote de los hombres para en todo aquello que tiene referencia a Dios, con su intercesión conduzca a la humanidad al conocimiento y al amor del Padre, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Para que Cristo, sacerdote capaz de ser indulgente con los que pecan, pues él mismo experimentó nuestra debilidad, interceda por los pecadores y por los que yerran, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Para que los que han sido elegidos y consagrados para hacer visible y presente a Cristo, cabeza de la Iglesia, realicen con fidelidad la misión recibida, y todos sepamos verlos como imagen de Cristo, sacerdote, maestro y pastor, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.
Celebrante:
Señor Jesucristo, que has querido ser sacerdote en favor de la humanidad y has establecido que tu misión sacerdotal fuera ejercida por aquéllos que tú mismo has elegido y consagrado por la imposición de la manos, concede a los obispos y presbíteros realizar con fidelidad la misión que les has confiado; y haz que todos nosotros sepamos descubrir en su ministerio tu presencia santificadora y tu intercesión constante en favor de toda la humanidad. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Jesucristo, nuestro Mediador, te haga aceptables estos dones, Señor, y nos presente juntamente con él como ofrenda agradable a tus ojos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
El no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige hombres de este pueblo para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darle así testimonio constante de fidelidad y amor.
Por eso, nosotros, Señor, con los ángeles y los santos, cantamos tu gloria diciendo.
Antífona de la Comunión
Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, dice el Señor.
Oración después de la Comunión
Oremos:
La Eucaristía que hemos ofrecido y recibido nos dé la vida, Señor, para que, unidos a ti en caridad perpetua, demos frutos que siempre permanezcan.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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jue 10a. Ordinario año Par
Antífona de Entrada
Señor, no me abandones, no te me alejes, Dios mío. Ven de prisa a socorrerme, Señor, mi salvador.
Oración Colecta
Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso, de cuya mano proviene el don de servirte y de alabarte, ayúdanos a vencer en esta vida cuanto pueda separarnos de ti.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Elías hizo oración y cayó un fuerte aguacero
Lectura del primer libro de los Reyes 18, 41-46
En aquellos días, dijo Elías a Ajab:
"Vete a comer y a beber, pues ya se oye el ruido de la lluvia".
Ajab se fue a comer y a beber. Elías, mientras tanto, subió a la cumbre del monte Carmelo, se arrodilló y con su cabeza tocó la tierra. Entonces le dijo a su criado:
"Ve a divisar el mar".
El criado fue a ver y le dijo:
"No se ve nada".
Elías insistió:
"Ve otra vez".
El criado volvió siete veces, y a la séptima le dijo:
"Una nubecilla, como la palma de la mano, sube del mar".
Entonces Elías le dijo:
"Ve a decirle a Ajab que enganche su carro y se vaya, para que no lo detenga la lluvia".
Y en un instante el cielo se oscureció de nubes, empezó a soplar el viento y cayó un fuerte aguacero.
Ajab montó en su carro y se fue a Yezrael, y Elías, por inspiración y con la fuerza del Señor, se ciñó la túnica y fue corriendo delante del carro de Ajab hasta la entrada de Yezrael.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del salmo 64
Señor, danos siempre de tu agua.
Señor, Tú cuidas de la tierra; la riegas y la colmas de riquezas. Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú preparas las tierras para el trigo: riegas los surcos, aplanas los terrenos, reblandeces el suelo con la lluvia, bendices los renuevos.
Señor, danos siempre de tu agua.
Tú coronas el año con tus bienes, tus senderos derraman abundancia, están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas.
Señor, danos siempre de tu agua.
Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan. Todo aclama al Señor. Todo le canta.
Señor, danos siempre de tu agua.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor: Que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
Aleluya.
Evangelio
Todo el que se enoje contra su hermano, será llevado ante el tribunal
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos. Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.
Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Que este sacrificio que vamos a ofrecerte en comunión con toda tu Iglesia, te sea agradable, Señor, y nos obtenga la plenitud de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Jesús, buen samaritano.
En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor.
Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado.
Por eso,
unidos a los ángeles y a los santos, cantamos a una voz el himno de tu gloria:
Antífona de la Comunión
Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Continúa, Señor, en nosotros tu obra de salvación por medio de esta Eucaristía
para que, cada vez más unidos a Cristo en esta vida, merezcamos vivir con él eternamente.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén
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† Meditación diaria
Jueves después de Pentecostés
JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE*
Memoria
— Jesús supremo Sacerdote para siempre.
— Alma sacerdotal de todos los cristianos. La dignidad del sacerdocio.
— El sacerdote, instrumento de unidad.
I. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec1.
La Epístola a los Hebreos define con exactitud al sacerdote cuando dice que es un hombre escogido entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados2. Por eso, el sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, está íntimamente ligado al Sacrificio que ofrece, pues este es el principal acto de culto en el que se expresa la adoración que la criatura tributa a su Creador.
En el Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrendas que se hacían a Dios en reconocimiento de su soberanía y en agradecimiento por los dones recibidos, mediante la destrucción total o parcial de la víctima sobre un altar. Eran símbolo e imagen del auténtico sacrificio que Jesucristo, llegada la plenitud de los tiempos, habría de ofrecer en el Calvario. Allí, constituido Sumo Sacerdote para siempre, Jesús se ofreció a Sí mismo como Víctima gratísima a Dios, de valor infinito: quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar3. En el Calvario, Jesús, Sumo Sacerdote, hizo la ofrenda de alabanza y acción de gracias más grata a Dios que puede concebirse. Fue tan perfecto este Sacrificio de Cristo que no puede pensarse otro mayor4. A la vez, fue una ofrenda de carácter expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Una gota de la Sangre derramada por Cristo hubiera bastado para redimir todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos. En la Cruz, la petición de Cristo por sus hermanos los hombres fue escuchada con sumo agrado por el Padre, y ahora continúa en el Cielo siempre vivo para interceder por nosotros5. «Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para sí, al ofre»6. Este es hoy nuestro propósito.
II. De la misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia, «y su cumplimiento se encomienda a todos los miembros del Pueblo de Dios que, por los sacramentos de iniciación, se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo para ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y dar testimonio de Jesucristo ante los hombres»7. Todos los fieles laicos participan de este sacerdocio de Cristo, aunque de un modo esencialmente diferente, y no solo de grado, que los presbíteros. Con alma verdaderamente sacerdotal, santifican el mundo a través de sus tareas seculares, realizadas con perfección humana, y buscan en todo la gloria de Dios: la madre de familia sacando adelante sus tareas del hogar, el militar dando ejemplo de amor a la patria a través principalmente de las virtudes castrenses, el empresario haciendo progresar la empresa y viviendo la justicia social... Todos, reparando por los pecados que cada día se cometen en el mundo, ofreciendo en la Santa Misa sus vidas y sus trabajos diarios.
Los sacerdotes –Obispos y presbíteros– han sido llamados expresamente por Dios, «no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían servir si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos»8. El sacerdote ha sidoentresacado de entre los hombres para ser investido de una dignidad que causa asombro a los mismos ángeles, y nuevamente devuelto a los hombres para servirles especialmente en lo que mira a Dios, con una misión peculiar y única de salvación. El sacerdote hace en muchas circunstancias las veces de Cristo en la tierra: tiene los poderes de Cristo para perdonar los pecados, enseña el camino del Cielo..., y sobre todo presta su voz y sus manos a Cristo en el momento sublime de la Santa Misa: en el Sacrificio del Altar consagra in persona Christi, haciendo las veces de Cristo. No hay dignidad comparable a la del sacerdote. «Solo la divina maternidad de María supera este divino ministerio»9.
El sacerdocio es un don inmenso que Jesucristo ha dado a su Iglesia. El sacerdote es «instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado. Si se comprende esto, si se ha meditado en el activo silencio de la oración, ¿cómo considerar el sacerdocio una renuncia? Es una ganancia que no es posible calcular. Nuestra Madre Santa María, la más santa de las criaturas –más que Ella solo Dios– trajo una vez al mundo a Jesús; los sacerdotes lo traen a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos, para ser, ya desde ahora, prenda de la vida futura»10.
Hoy es un día para agradecer a Jesús un don tan grande. ¡Gracias, Señor, por las llamadas al sacerdocio que cada día diriges a los hombres! Y hacemos el propósito de tratarlos con más amor, con más reverencia, viendo en ellos a Cristo que pasa, que nos trae los dones más preciados que un hombre puede desear. Nos trae la vida eterna.
III. San Juan Crisóstomo, bien consciente de la dignidad y de la responsabilidad de los sacerdotes, se resistió al principio a ser ordenado, y se justificaba con estas palabras: «Si el capitán de un gran navío, lleno de remeros y cargado de preciosas mercancías, me hiciera sentar junto al timón y me mandara atravesar el mar Egeo o el Tirreno, yo me resistiría a la primera indicación. Y si alguien me preguntara por qué, respondería inmediatamente: porque no quiero echar a pique el navío»11. Pero, como comprendió bien el Santo, Cristo está siempre muy cerca del sacerdote, cerca de la nave. Además, Él ha querido que los sacerdotes se vean amparados continuamente por el aprecio y la oración de todos los fieles de la Iglesia: «Ámenlos con filial cariño, como a sus pastores y padres –insiste el Concilio Vaticano II–; participando de sus solicitudes, ayuden en lo posible, por la oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que estos puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más fructuosamente sus deberes»12: para que sean siempre ejemplares y basen su eficacia en la oración, para que celebren la Santa Misa con mucho amor y cuiden de las cosas santas de Dios con el esmero y respeto que merecen, para que visiten a los enfermos y cuiden con empeño de la catequesis, para que conserven siempre esa alegría que nace de la entrega y que tanto ayuda incluso a los más alejados del Señor...
Hoy es un día en el que podemos pedir más especialmente para que los sacerdotes estén siempre abiertos a todos y desprendidos de sí mismos, «pues el sacerdote no se pertenece a sí mismo, como no pertenece a sus parientes y amigos, ni siquiera a una determinada patria: la caridad universal es lo que ha de respirar. Los mismos pensamientos, voluntad, sentimientos, no son suyos, sino de Cristo, su vida»13.
El sacerdote es instrumento de unidad. El deseo del Señor es ut omnes unum sint14, que todos sean uno. Él mismo señaló que todo reino dividido contra sí será desolado y que no hay ciudad ni hogar que subsista si se pierde la unidad. Los sacerdotes deben ser solícitos en conservar la unidad15, y esta exhortación de San Pablo «se refiere, sobre todo, a los que han sido investidos del Orden sagrado para continuar la misión de Cristo»16. Es el sacerdote el que principalmente debe velar por la concordia entre los hermanos, el que vigila para que la unidad en la fe sea más fuerte que los antagonismos provocados por diferencias de ideas en cosas accidentales y terrenas17. Al sacerdote corresponde, con su ejemplo y su palabra, mantener entre sus hermanos la conciencia de que ninguna cosa humana es tan importante como para destruir la maravillosa realidad del cor unum et anima una18 que vivieron los primeros cristianos y que hemos de vivir nosotros. Esta misión de unidad la podrá lograr con más facilidad si está abierto a todos, si es apreciado por sus hermanos. «Pide para los sacerdotes, los de ahora y los que vendrán, que amen de verdad, cada día más y sin discriminaciones, a sus hermanos los hombres, y que sepan hacerse querer de ellos»19.
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose a todos los sacerdotes del mundo, les exhortaba con estas palabras: «Al celebrar la Eucaristía en tantos altares del mundo, agradecemos al eterno Sacerdote el don que nos ha dado en el sacramento del Sacerdocio. Y que en esta acción de gracias se puedan escuchar las palabras puestas por el evangelista en boca de María con ocasión de la visita a su prima Isabel: Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre (Lc 1, 49). Demos también gracias a María por el inefable don del Sacerdocio por el cual podemos servir en la Iglesia a cada hombre. ¡Que el agradecimiento despierte también nuestro celo (...)!
»Demos gracias incesantemente por esto; con toda nuestra vida; con todo aquello de que somos capaces. Juntos demos gracias a María, Madre de los sacerdotes. ¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré e invocaré el nombre del Señor (Sal 115, 12-13)»20.
1 Antífona de entrada. Sal 109, 4. — 2 Heb 5, 1. — 3 Misal Romano, Prefacio pascual V. — 4 Cfr. Santo Tomás,Suma Teológica, 3, q. 48, a. 3. — 5 Heb 7, 25. — 6 Pío XII, Enc. Mediator Dei, 20-II-1947, 22. — 7 A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 39. — 8 Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 3. — 9 R. Garrigou-Lagrange, La unión del sacerdote con Cristo, Sacerdote y Víctima, Rialp, 2ª ed., Madrid 1962, p. 173. — 10 San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, pp. 71-72. — 11 San Juan Crisóstomo, Tratado sobre el sacerdocio, III, 7. — 12 Conc. Vat. II, loc. cit., 9. — 13 Pío XII, Discurso póstumo, cit. por Juan XXIII en Sacerdotii Nostri primordia, 4-VIII-1959. — 14 Jn 17, 21. — 15 Ef 4, 3. — 16 Conc. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 7. — 17 Cfr. F. Suárez, El sacerdote y su ministerio, Rialp, Madrid 1969, pp. 24-25. — 18 Hech 4, 32. — 19 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 964. — 20 Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, 25-III-1988.
* De la misión redentora de Cristo Sacerdote participa toda la Iglesia. A través de los sacramentos de la iniciación cristiana los fieles laicos participan de este sacerdocio de Cristo y quedan capacitados para santificar el mundo a través de sus tareas seculares. Los presbíteros, de un modo esencialmente diferente y no solo de grado, participan del sacerdocio de Cristo y son constituidos mediadores entre Dios y los hombres, especialmente a través del Sacrificio de la Misa, que realizan in Persona Christi. Hoy es un día en el que de modo particular debemos pedir por todos los sacerdotes.
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10ª semana. Jueves
MOTIVOS PARA LA PENITENCIA
— Quitar lo que estorba. Renuncia al propio yo. Corredención.
— Invitación de la Iglesia a la penitencia. Su influencia en la oración. Sentido penitencial de los viernes.
— Algunos campos de la mortificación. Condiciones.
I. Convocó Jesús a la muchedumbre y a sus discípulos, y les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará1.
El Señor ya había enseñado que para ser su discípulo era necesario desasirse de los bienes materiales2; aquí pide un desprendimiento más profundo: la renuncia a lo que se es, al propio yo, a lo más íntimo de la persona. Pero en el discípulo de Cristo cada entrega lleva consigo una afirmación: dejar de vivir para mí mismo, a fin de que Cristo viva en mí3. La "vida en Cristo", por cuyo amor todo lo sacrifiqué...4, escribe San Pablo a los cristianos de Filipo, es una verdadera realidad de la gracia. La existencia cristiana es toda ella una afirmación: de vida, de amor, de amistad. Yo he venido -nos dice Jesús- para que tengan vida y la tengan en abundancia5. Nos ofrece la filiación divina, la participación en la vida íntima de la Trinidad Beatísima. Y lo que estorba a esta admirable promesa es el apegamiento a nuestro yo, a la comodidad, al bienestar, al propio éxito... Por eso es necesaria la mortificación, que no es algo negativo, sino desprendimiento de sí para permitir que Jesús esté en nosotros. De ahí la paradoja: "para Vivir hay que morir"6: morir a sí mismo para tener vida sobrenatural. Si vivís según la carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis7.
Si alguno quiere venir en pos de mí... Para responder a la invitación de Jesús, que pasa a nuestro lado, necesitamos caminar paso a paso, progresar de continuo. Es preciso "morir cada día un poco", negarse: negar al hombre viejo8, que llevamos dentro de nosotros, aquellas obras que nos separan de Dios o dificultan crecer en su amistad. Para caminar hacia la santidad a la que el Señor nos ha llamado es necesario someter las inclinaciones desordenadas, las pasiones, pues después del pecado original y de los pecados personales ya no están debidamente sujetas a la voluntad. Para progresar en pos de Cristo debemos ser dueños de nosotros mismos y orientar nuestros pasos en una determinada dirección: "somos como un hombre que lleva un asno; o conduce al asno o el asno le conduce a él. O gobernamos las pasiones o ellas nos gobernarán"9. Cuando no hay mortificación, "parece como si el "espíritu" se fuera reduciendo, empequeñeciendo, hasta quedar en un puntito... Y el cuerpo se agranda, se agiganta, hasta dominar. —Para ti escribió San Pablo: "castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a otros, venga yo a ser reprobado""10.
El mismo San Pablo nos señala otro motivo de penitencia: Ahora me gozo en mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en beneficio de su cuerpo que es la Iglesia11. ¿Es que la Pasión de Cristo no fue suficiente por sí sola para salvarnos? –se pregunta San Alfonso Mª de Ligorio–. Nada faltó, sin duda, de su valor y fue plenamente suficiente para salvar a todos los hombres. Con todo, para que los méritos de la Pasión se nos apliquen, debemos cooperar por nuestra parte, llevando con paciencia los trabajos y tribulaciones que Dios nos mande, para asemejarnos a Jesús12.
Nosotros somos los primeros que nos beneficiamos de esta participación en los sufrimientos de Cristo13 cuando le seguimos con una mortificación generosa; además, la eficacia sobrenatural de la penitencia alcanza a la propia familia, de modo particular a los más necesitados, a los amigos, a los colegas, a esas personas que queremos acercar al Señor, a toda la Iglesia y al mundo entero.
II. "La Iglesia –al paso que reafirma la primacía de los valores religiosos y sobrenaturales de la penitencia (valores capaces como ninguno para devolver hoy al mundo el sentido de Dios y de su soberanía sobre el hombre, y el sentido de Cristo y de su salvación)– invita a todos a acompañar la conversión interior del espíritu con el ejercicio voluntario de obras externas de penitencia"14. El dolor, la enfermedad, cualquier tipo de sufrimiento físico o moral, ofrecido a Dios con espíritu penitente, en lugar de ser algo inútil y dañino adquiere un sentido redentor "para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no solo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención"15.
La Iglesia nos recuerda frecuentemente la necesidad de la mortificación. Si alguno quiere venir en pos de mí... De modo particular ha querido que un día a la semana, el viernes, consideremos la necesidad y los frutos del negarse a uno mismo y que nos propongamos alguna mortificación especial: la abstinencia de la carne, o bien algo costoso (trabajo mejor realizado, hacer la vida más grata a aquellos con quienes convivimos...) o una práctica piadosa (lectura espiritual, el Santo Rosario, la Visita al Santísimo, el ejercicio piadoso del Vía Crucis...) o alguna obra de misericordia (hacer compañía a un enfermo, dedicar tiempo a alguien que está necesitado, limosna...). Pero no debemos contentarnos solo con esta muestra de penitencia semanal, que es recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, de lo que sufrió por nosotros y del valor del sacrificio; diariamente espera el Señor que sepamos negarnos en pequeñas cosas, que vivificarán el alma y harán fecundo el apostolado.
III. En primer lugar, debemos tener presentes las llamadas mortificaciones pasivas: ofrecer con amor aquello que nos llega sin esperarlo o que no depende de nuestra voluntad (calor, frío, dolor, ser pacientes ante una espera que se prolonga más allá de lo previsto, una contestación brusca que nos desconcierta...). Junto a las mortificaciones pasivas, aquellas que tienden a facilitar la convivencia (poner empeño en ser puntuales, escuchar con interés verdadero, hablar cuando se hace sentir un silencio incómodo, ser afables siempre venciendo los estados de ánimo, vivir con delicadeza las normas habituales de cortesía: dar las gracias, pedir disculpas cuando sin querer hemos podido molestar a alguien...) y el trabajo (intensidad, orden, acabar con perfección la tarea, ayudar y facilitar la tarea a otros...). Mortificación de la inteligencia (evitar actitudes críticas que faltan a la caridad, mortificación de la curiosidad, no juzgar con precipitación) y de la voluntad (luchar con empeño contra el amor desordenado de sí mismo, evitar que las conversaciones se centren en nosotros, en lo que hemos hecho, en nuestras cosas, en lo que personalmente nos interesa...). Mortificación activa de los sentidos (de la vista, del gusto, viviendo la sobriedad y ofreciendo un pequeño sacrificio que nos cueste en las comidas...). Mortificación de la sensibilidad, de la tendencia a "pasarlo bien" como primer objetivo de la vida... Mortificación interior (pensamientos inútiles que retardan el camino de la santidad..., de modo muy particular cuando estos pensamientos se presentan en la oración, en la Santa Misa, en el trabajo).
Examinemos en la presencia de Dios si de verdad podemos decir con alegría que llevamos una vida mortificada. Si cada día dominamos el cuerpo, si hemos ofrecido al Señor, con afán redentor, el dolor y la contrariedad que, de algún modo, siempre están presentes en todo camino. Si de verdad estamos decididos a perder la vida –paso a paso, poco a poco– por amor de Cristo y del Evangelio.
Nuestra mortificación y penitencia en medio del mundo tiene una serie de cualidades. En primer lugar, ha de ser alegre. "A veces –comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas– protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar "esos quejidos" en sonrisas, porque resultan muy eficaces"16. Muchas sonrisas y gestos amables deben nacer –si somos mortificados– en medio del dolor y de la enfermedad.
Continua, que facilite la presencia de Dios allí donde nos encontremos, que ayude a realizar un trabajo más intenso y acabado, y nos lleve a mantener unas relaciones sociales más amables, donde el espíritu apostólico esté siempre presente.
Discreta, amable, llena de naturalidad, que se note por sus efectos en la vida ordinaria, con sencillez, más que por unas manifestaciones poco normales en un fiel corriente.
Por último, la mortificación ha de ser humilde y llena de amor, porque nos mueve la contemplación de Cristo en la Cruz, a quien deseamos unirnos con todo nuestro ser; nada queremos si no nos lleva a Él.
En la mortificación, como en el Calvario, encontramos a María: pongamos en sus manos los propósitos concretos de este rato de oración, pidámosle que nos enseñe a comprender en toda su hondura la necesidad de una vida mortificada.
1 Mc 8, 34-39. — 2 Cfr. Lc 14, 33. — 3 Gal 2, 20. — 4 Flp 3, 8. — 5 Jn 10, 10. — 6 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 187. — 7 Rom 8, 13. — 8 Ef 4, 21. — 9 E. Boylan, El amor supremo, p. 113. — 10 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 841. — 11 Col 1, 24. — 12 Cfr. San Alfonso Mª de Ligorio, Reflexiones sobre la Pasión, 10. — 13 Cfr. Pablo VI, Const. Apost. Paenitemini, 17-II-1966, II. — 14 Ibídem. — 15 Juan Pablo II, Carta Apost. Salvifici doloris, 11-II-1984, 27. — 16 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 253.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
San Juan de Sahagún
Predicador
Sahagún es una cuidad de España, y allá nació nuestro santo en el año 1430.
Sus padres no tenían hijos y dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas en honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este que iba a ser su honor y alegría.
Educado con los monjes benedictinos, demostró muy buena inclinación hacia el sacerdocio y el señor obispo lo hizo seguir los estudios sacerdotales y después de ordenado sacerdote lo nombró secretario y canónigo de la catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban, y pidió entonces ser nombrado para una pobre parroquia de arrabal.
Después de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus estudios teológicos. Al principio era bastante desconocido pero un día fue invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián, patrono de uno de los colegios, y su predicación agradó tanto que empezó a ser muy popular entre la gente de la ciudad.
Y sucedió que le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio que hacerle una difícil operación quirúrgica (y con los métodos tan primarios de ese tiempo). Fue entonces cuando prometió a Dios que si le devolvía la salud mejoraría totalmente sus comportamientos y entraría de religioso. Dios le concedió la salud y Juan entró de religioso agustino.
En el noviciado lo pusieron a lavar platos y barrer corredores y desyerbar campos, y siendo todo un doctor, lo hacía todo con gran humildad y total esmero. Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad, y todavía se conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino. En cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y en humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos.
El convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. Era un predicador muy elocuente y sus sermones empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un pacto de paz, y se acabaron la violencia y los insultos.
Los biógrafos dicen que Fray Juan era un hombre de una gran amabilidad con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos ratos a la oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían: "parece un ángel". El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada Biblia, para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A veces gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.
Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar, sin tener propósito de volverse mejores. Pero su rigidez transformó a muchos que estaban como adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con él era empezar a enmendarse.
Otro defecto que le criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa. Pero para ello había una explicación: y es que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato de proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más fervorosas que las de otros sacerdotes.
San Juan de Sahagún predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres. Y una vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para que atalayaran al santo y le dieran una paliza. Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no fueron capaces de mover las manos. Luego confesaron muy arrepentidos que los había invadido un temor reverencial y que no habían sido capaces de golpearlo.
En un pueblo habló muy fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a los campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron volver a predicar en ese pueblo.
Sus preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en peligro les conseguía familias dignas que les dieran sanas ocupaciones y las protegieran.
Hizo frecuentes milagros, y obtuvo con sus oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante la vida del santo, de la peste del tifo negro, que azotaba a otras regiones cercanas. Un joven se cayó a un hondo pozo. Fray Juan le alargó su correa y, sin saber cómo, salió el joven desde el abismo, prendido de la tal correa. La gente se puso a gritar "¡Milagro! ¡Milagro!", pero él se escondió para no recibir felicitaciones.
Salamanca sufría un terrible verano. El les anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes. Y así sucedió: apenas murió, enseguida llegaron muy copiosas y provechosas lluvias.
Y sucedió que un hombre que tenía una amistad de adulterio con una mala mujer, al escuchar los sermones de Fray Juan, se apartó totalmente de tan dañosa amistad. Entonces aquella pérfida y malvada exclamó: "Ya verá el tal predicador que no termina con vida este año". Y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar. Desde entonces Fray Juan empezó a enflaquecerse y a secarse, y en aquel mismo año de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años.
A su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable.
Que Dios nos mande muchos valientes predicadores como San Juan de Sahagún.
Dijo Jesús: El que pierda su vida por mi en este mundo, la salvará para la vida eterna (Jn. 12, 25).
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Fuente: Franciscanos.net
Guido (Guy) de Cortona, Beato Franciscano, 12 de junio
Sacerdote de la Primera Orden Franciscana Su culto y misa fueron concedidos por Gregorio XIII en 1583. |
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Fuente: Enciclopedia Católica | ACI Prensa
León III, Santo XCVI Papa, Junio 12
XCVI Papa Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente. |
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Fuente: ACIprensa.com
María Cándida de la Eucaristía, Beata Carmelita, 12 de junio
Carmelita Descalza María Barba nació el 16 de enero de 1884 en Catanzaro (Italia), a donde la familia, oriunda de Palermo, se había trasladado momentáneamente por motivos de trabajo del padre, Pedro Barba, consejero del Tribunal Superior.
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Fuente: www.mercedesdejesus.com
Mercedes de Jesús Molina y Ayala, Beata La Rosa del Guayas, Junio 12
La Rosa del Guayas Nació en Baba, población perteneciente en esa época parte del Departamento de Guayaquil, provincia del Guayas (luego de una división administrativa Baba queda hoy en día en la provincia de Los Ríos), el 24 de septiembre de 1828, hija de don Miguel Molina y Arbeláez y de doña Rosa Ayala y Aguilar. |
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Fuente: www.passiochristi.org
Lorenzo Salvi, Beato Pasionista, Junio 12
El Misionero del Niño Jesús Lorenzo Salvi es un hombre que ha gastado su vida al servicio de Dios y no se detuvo nunca por lo que mereció como apelativo "movimiento perpetuo". Otras de sus características fueron la mansedumbre y la humildad que aprendió en la escuela de Jesús a niño y de la familia de Nazareth. |
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Gaspar Luis Bertoni, Santo Fundador, Junio 12
Fundador de la Congrecación GASPAR BERTONI nació en Verona, en la República de Venecia, el 9 de octubre de 1777, hijo de Francis Bertoni y Brunora Ravelli de Sirmione. Fue bautizado al día siguiente por su tío abuelo, Fr. James Bertoni, en la iglesia de la parroquia de San Pablo, en el Campo Marzo de la sección de Verona. |
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Fuente: Franciscanos.org
Florida Cevoli, Beata Clarisa, Junio 12
Clarisa Capuchina Florida Cevoli, en el siglo Lucrecia Elena, hija del conde Curzio Cevoli y de la condesa Laura della Seta, nació en Pisa (Italia) el 11 de noviembre de 1685. Educada en la fe en el seno de su familia, afinó su espíritu bajo la guía de las clarisas del monasterio de San Martín, de Pisa, adonde la llevaron a los 13 años y donde vivió como educanda durante cinco años. Aquel clima de silencio que se respiraba allí suscitó en ella un gran deseo de la vida religiosa. |
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Autor: Archidiócesis de Madrid
Onofre, Santo Ermitaño, Junio 12
Ermitaño Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida. |
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Fuente: ACI Prensa
108 mártires de Polonia durante la segunda guerra, Beatos Mártires, 12 de junio
El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II beatificó, en Varsovia, a 108 mártires de la última Guerra Mundial en Polonia, y estableció que su fiesta se celebre el 12 de junio. Entre ellos hay 3 obispos, 52 sacerdotes diocesanos, 26 sacerdotes religiosos, 3 clérigos, 7 religiosos no sacerdotes, 8 religiosas y 9 personas laicas. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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