JMJ
Pax
† Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan 18, 1-40; 19, 1-42
Leer abajo por favor.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/swf/l.swf?video_id=v82JVdXAUUs
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Viernes Santo
El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico.
El altar deber estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles.
Después del mediodía, alrededor de las tres, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión. En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor.
Oración Colecta
¡Oh Dios!, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, por medio de su pasión ha destruido la muerte, que, como consecuencia del antiguo pecado, a todos los hombres alcanza. Concédenos hacernos semejantes a él. De este modo, los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana, la imagen de Adán, el hombre terreno, llevaremos grabada en adelante, por la acción santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre celestial. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Primera Lectura
El fue traspasado por nuestros crímenes
Lectura del libro del profeta Isaías 52, 13-15; 53, 1-12
Mi siervo tendrá éxito, crecerá y llegará muy alto. Lo mismo que muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchas naciones. Los reyes se quedarán sin palabras, al ver algo que nunca les habían contado y comprender algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se manifestó el poder del Señor?
Creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No tenía gracia ni belleza para que nos fijáramos en él, tampoco aspecto atractivo para que lo admiráramos. Fue despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo
despreciamos y lo estimamos en nada. Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus heridas nos sanó. Andábamos todos errantes como ovejas, cada uno por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas. Cuando era maltratado, él se sometía, y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa ni juicio se lo llevaron, y ¿quién se preocupó de su suerte?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo; lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados, aunque él no cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca. Pero el Señor quiso quebrantarlo con sufrimientos. Y si él entrega su vida como expiación, verá su
descendencia, tendrá larga vida y por medio de él, prosperarán los planes del Señor. Después de una vida de amarguras verá la luz, comprenderá su destino. Mi siervo, el justo, traerá a muchos la salvación cargando con las culpas de ellos.
Por eso, le daré un puesto de honor entre los grandes y con los poderosos participará del triunfo, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17 y 25
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado; líbrame por tu bondad. En tus manos encomiendo mi espíritu; tú, mi Dios leal, me librarás.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Soy la burla de mis agresores, motivo de risa para mis vecinos, el espanto de mis conocidos; los que me ven por la calle huyen de mí; olvidado de todos como un muerto, me he convertido en un objeto inútil.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Pero yo confío en ti, Señor; yo te digo: "Tú eres mi Dios". Mi destino está en tus manos, líbrame de los enemigos que me persiguen.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Que tu rostro resplandezca sobre tu siervo, sálvame por tu amor. Sean fuertes y anímense, todos los que esperan en el Señor.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Segunda Lectura
Aprendió a obedecer y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un sumo sacerdote eminente que ha penetrado en los cielos, mantengámonos firmes en la fe que profesamos.
Pues no es él un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que ha sido probado en todo como nosotros excepto en el pecado.
Acerquémonos, pues, con plena confianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y encontrar la gracia de un socorro oportuno.
El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente; y precisamente porque era Hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
† Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan 18, 1-40; 19, 1-42
C. En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron el torrente Cedrón y entraron en un huerto que había cerca. Este lugar era conocido por Judas, el traidor, porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos. Así que Judas, llevando consigo un destacamento de soldados romanos y los guardias puestos a su disposición por los sumos sacerdotes y los fariseos, se dirigió a aquel lugar. Iban armados y equipados con faroles y antorchas.
Jesús, que sabía todo lo que iba a ocurrir, salió a su encuentro y les preguntó:
†. "¿A quién buscan?"
C. Ellos contestaron:
S. "A Jesús de Nazaret".
C. Les dijo Jesús:
†. "Yo soy".
C. Judas, el traidor, estaba allí con ellos. En cuanto les dijo:"Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les preguntó de nuevo:
†. "¿A quién buscan?"
C. Volvieron a contestarle:
S. "A Jesús de Nazaret".
C. Jesús les dijo:
†. "Ya les he dicho que soy yo. Por tanto, si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan".
C. Así se cumplió lo que él mismo había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella a un criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Pero Jesús dijo a Pedro:
†. "Guarda tu espada. ¿Es que no debo beber este cáliz de amargura que el Padre me ha preparado?"
C. Los soldados romanos, con su comandante al frente, y la guardia judía, arrestaron a Jesús y le ataron las manos. Acto seguido, lo condujeron a casa de Anás, el cual era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, entró al mismo tiempo que Jesús en el patio interior de la casa del sumo sacerdote. Pedro, en cambio, tuvo que quedarse fuera junto a la puerta, hasta que el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y consiguió que lo dejara entrar. Pero la portera preguntó a Pedro:
S."¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?"
C. Pedro le contestó:
S. "No, no lo soy".
C. Como hacía frío, los criados y la guardia habían preparado una fogata y estaban en torno a ella calentándose. Pedro estaba también con ellos calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús declaró:
†. "Yo he hablado siempre en público. He enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. No he enseñado nada clandestinamente. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído, y ellos podrán informarte".
C. Al oír esta respuesta, uno de los guardias, que estaba junto a él, le dio una bofetada, diciéndole:
S. "¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?"
C. Jesús le dijo:
†. "Si he hablado mal, demuéstrame en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?"
C. Entonces Anás lo envió, con las manos atadas, a Caifás, el sumo sacerdote.
Mientras Simón Pedro estaba junto a la fogata, calentándose, uno le preguntó:
S. "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?"
C. Pedro lo negó diciendo:
S. "No, no lo soy".
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro había cortado la oreja, le insistió:
S. "¿Cómo que no? Yo mismo te vi en el huerto con él".
C. Pedro volvió a negarlo. Y en aquel momento cantó el gallo.
Después condujeron a Jesús desde la casa de Caifás hasta el palacio del gobernador. Era de madrugada. Los judíos no entraron en el palacio para no contraer impureza legal, y poder celebrar así la cena de pascua. Pilato, por su parte, salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. "¿De qué acusan a este hombre?"
C. Ellos le contestaron:
S. "Si no fuera un criminal, no te lo habríamos entregado".
C. Pilato les dijo:
S. "Llévenselo y júzguenlo según su ley".
C. Los judíos dijeron:
S. "Nosotros no estamos autorizados para condenar a muerte a nadie".
C. Así se cumplió la palabra de Jesús, que había anunciado de qué forma iba a morir. Pilato volvió a entrar en su palacio, llamó a Jesús y le interrogó:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"
C. Jesús le contestó:
†. "¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí?"
C. Pilato respondió:
S. "¿Acaso soy yo judío? Son los de tu propia nación y lo sumos sacerdotes los que te han
entregado a mí. ¿Qué has hecho?"
C. Jesús le explicó:
†. "Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo fuera entregado a los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo".
C. Pilato insistió:
S. "Entonces, ¿eres rey?"
C. Jesús le respondió:
†. "Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso he nacido y para eso he venido al mundo. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz".
C. Pilato le preguntó:
S. "¿Y qué es la verdad?"
C. Después de decir esto, Pilato salió de nuevo y dijo a los judíos:
S. "Yo no encuentro delito alguno en este hombre. Pero como ustedes tienen derecho a que les ponga en libertad un prisionero durante la fiesta de la pascua, ¿quieren que deje en libertad al rey de los judíos?"
C. Pero ellos seguían gritando:
S. "¡No, a ése no! ¡Deja en libertad a Barrabás!" (El tal Barrabás era un bandido).
C. Entonces Pilato ordenó que lo azotaran. Los soldados prepararon una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza. También le colocaron sobre los hombros un manto rojo. Y se acercaban a él, diciendo:
S. "¡Salve, rey de los judíos!"
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió, una vez más, y les dijo:
S. "Miren, lo traigo de nuevo para que quede bien claro que yo no encuentro delito alguno en este hombre".
C. Salió, pues, Jesús afuera. Llevaba sobre su cabeza la corona de espinas y sobre sus hombros el manto rojo. Pilato lo presentó con estas palabras:
S. "¡Este es el hombre!"
C. Los sumos sacerdotes y los guardias, al verlo, comenzaron a gritar:
S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo; porque yo no encuentro delito alguno en él".
C. Los judíos insistieron:
S. "Nosotros tenemos una ley y, según ella, debe morir, porque se ha presentado a sí mismo como Hijo de Dios".
C. Al oír esto, Pilato sintió aún más miedo. Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús:
S. "¿De dónde eres tú?"
C. Pero Jesús no le contestó. Pilato le dijo:
S. "¿Te niegas a contestarme? ¿Es que no sabes que yo tengo autoridad, tanto para dejarte en libertad como para ordenar que te crucifiquen?"
C. Jesús le respondió:
†. "No tendrías autoridad alguna sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto; por eso, el que me entregó a ti tiene más culpa que tú".
C. Desde ese momento Pilato intentaba ponerlo en libertad. Pero los judíos le gritaban:
S. "Si pones en libertad a ese hombre, no eres amigo del emperador romano. Porque cualquiera que tenga la pretensión de ser rey, es enemigo del emperador".
C. Pilato, al oír esto, mandó que sacaran fuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el lugar conocido con el nombre de "Enlosado" (que en la lengua de los judíos, se llama "Gábbata"). Era la víspera de la fiesta de la pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. "¡Aquí tienen a su rey!"
C. Ellos comenzaron a gritar:
S. "¡Mátalo! ¡Crucifícalo!"
C. Pilato insistió:
S. "¿Cómo voy a crucificar a su rey?"
C. Pero los sumos sacerdotes contestaron:
S. "Nuestro único rey es el emperador romano".
C. Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
Se hicieron, pues, cargo de Jesús quien, llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado "La Calavera" (que en la lengua de los judíos se dice "Gólgota"). Allí lo crucificaron junto con otros dos, uno a cada lado de Jesús.
Pilato mandó escribir y poner sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos judíos, porque el lugar donde Jesús había sido crucificado estaba cerca de la ciudad, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Los sumos sacerdotes se presentaron a Pilato y le dijeron:
S. "No escribas: "El rey de los judíos", sino más bien: "Este hombre ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"".
C. Pilato les contestó:
S. "Lo que he escrito, escrito queda".
C. Los soldados, después de crucificar a Jesús, se apropiaron de sus vestidos e hicieron con ellos cuatro partes, una para cada uno. Dejaron aparte la túnica. Como era una túnica sin costuras, tejida de una sola pieza de arriba abajo, los soldados llegaron a este acuerdo:
S. "Es mejor que no la dividamos, vamos a sortearla para ver a quién le toca".
C. Así se cumplió este texto de la Escritura:
Dividieron entre ellos mis vestidos y mi túnica la echaron a suertes.
Eso fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús
estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre:
†. "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
C. Después dijo al discípulo:
†. "Ahí tienes a tu madre".
C. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya. Después Jesús, sabiendo que todo se había cumplido, para que también se cumpliera la Escritura, exclamó:
†. "Tengo sed".
C. Había allí una jarra con vinagre. Los soldados colocaron en la punta de una caña una esponja empapada en el vinagre y se la acercaron a la boca. Jesús probó al vinagre y dijo:
†. "Todo está cumplido".
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí todos se arrodillan y oran en silencio unos instantes.
C. Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz aquel sábado, ya que aquel día se celebraba una fiesta muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara romper las piernas a los crucificados y que los bajaran de la cruz.
Fueron, pues, los soldados y rompieron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y en seguida brotó del costado sangre y agua.
El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. El sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura, que dice: No le quebrarán ningún hueso. La Escritura dice también en otro pasaje: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque lo mantenía en secreto por miedo a los judíos, pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.
Entonces él fue y tomó el cuerpo de Jesús. Llegó también Nicodemo, el que en una ocasión había ido a hablar con Jesús durante la noche, con unos treinta kilos de una mezcla de mirra y perfume. Entre los dos se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas de lino bien empapadas en la mezcla de mirra y perfume, según la costumbre judía de sepultar a los muertos.
Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado. Allí, pues, depositaron a Jesús, dado que el sepulcro estaba cerca y era la víspera de la fiesta de pascua.
Hasta aquí la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan.
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Oración Universal
I. Por la Santa Iglesia
Oremos, hermanos y hermanas, por la santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en toda la tierra y a todos nos conceda una vida serena para alabar a Dios Padre todopoderoso.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva la obra de tu amor para que tu Iglesia, extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
II. Por el Papa
Oremos también por nuestro Santo Padre, el Papa N., para que Dios nuestro Señor, que lo eligió entre los obispos, lo asista y proteja para bien de su Iglesia como guía y pastor del pueblo santo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuya providencia gobierna todas las cosas: atiende nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos has elegido, para que el pueblo cristiano, confiado por ti a su guía pastoral, progrese siempre en la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros
Oremos también por nuestros obispos, presbíteros, diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda tu Iglesia; escucha las súplicas que te dirigimos por todos sus miembros, para que, con la ayuda de tu gracia, cada uno te sirva fielmente en la vocación a que les has llamado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IV. Por los catecúmenos
Oremos también por los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les ilumine interiormente y les comunique su amor; y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo, nuestro Señor.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a tu Iglesia; aumenta en los catecúmenos el conocimiento de su fe, para que puedan renacer por el bautismo a la vida nueva de tus hijos de adopción.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
V. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne reunirlos para siempre en un solo rebaño.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que reúnes a los que están dispersos y los mantienes en la unidad: mira con amor a todos los cristianos, a fin de que cuantos están consagrados por un solo bautismo formen una sola familia unida por el amor y la integridad de la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VI. Por los judíos
Oremos también por el pueblo judío, al que Dios se dignó hablar por medio de los profetas, para que el Señor le conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en la fidelidad a la alianza que selló con sus padres.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que prometiste llenar de bendiciones a Abrahán y su descendencia; escucha las súplicas de tu Iglesia y concede al pueblo de la primitiva alianza alcanzar la plenitud de la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VII. Por los que no creen en Cristo
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren también ellos el camino de la salvación.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo buscar sinceramente agradarte para que encuentren la verdad; y a nosotros, tus fieles, concédenos progresar en el amor fraterno y en el deseo de conocerte más, para dar al mundo un testimonio creíble de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VIII. Por los que no creen en Dios
Oremos también por los que no admiten a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud y puedan alcanzar el premio de llegar a él.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que creaste a todos los seres humanos para que te busquen, y, sólo al encontrarte, hallen descanso; concédenos que, en medio de las adversidades de este mundo, todos reconozcan las señales de tu amor y, estimulados por el testimonio de nuestra vida, tengan por fin la alegría de reconocerte como único Dios y Padre de todos los seres humanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IX. Por los gobernantes
Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común en un ambiente de paz y libertad.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos está mover el corazón de los seres humanos y defender los derechos de los pueblos; asiste a los que gobiernan para que, con tu ayuda, promuevan una paz duradera, un auténtico progreso social y una verdadera libertad religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
X. Por los que se encuentran en alguna tribulación
Oremos, hermanos y hermanas, a Dios Padre todopoderoso por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, dé alimento a los que padecen hambre, libere de la injusticia a los perseguidos, redima a los encarcelados, conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan y dé la salvación a los moribundos.
Se ora un momento en silencio. Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los que lloran y fuerza de los que sufren: lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan en su tribulación, para que sientan en sus adversidades la ayuda de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Adoración de la Cruz
Se lleva al altar la cruz cubierta, acompañada por dos ministros con velas encendidas. El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco su extremo superior y la eleva, comenzando a cantar el invitatorio "Miren el árbol de la cruz". Todos responden "Vengan a adorarlo". El celebrante descubre el brazo derecho de la cruz y, elevándola de nuevo, canta la invitación "Miren el árbol de la cruz", y prosigue como la primera vez. Finalmente descubre por completo la cruz y, elevándola, comienza por tercera vez el invitatorio "Miren el árbol de la cruz", y el pueblo responde "Vengan a adorarlo".
El celebrante el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o venerarla besándola. Mientras tanto, se canta la antífona "Tu cruz adoramos", los Improperios u otros cánticos apropiados.
Tu cruz adoramos
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero.
El Señor tenga piedad de nosotros y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante y misericordioso.
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero.
El Señor tenga piedad de nosotros y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante y misericordioso.
Improperios
Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme.
Yo te saqué de Egipto; tú preparaste una cruz para tu Salvador.
Santo es Dios. Santo y fuerte. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná, te introduje en una tierra excelente; tú preparaste una cruz para tu Salvador.
Santo es Dios. Santo y fuerte. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
¿Qué más pude hacer por ti? Yo te planté como viña mía, escogida y hermosa. ¡Qué amarga te has vuelto conmigo! Para mi sed me diste vinagre, con la lanza traspasaste el costado a tu Salvador.
Santo es Dios. Santo y fuerte. Santo e inmortal, ten piedad de nosotros.
Celebrante:
Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
El celebrante, con las manos extendidas, y todos los presentes prosiguen:
Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
El celebrante con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos, Señor, de todos los males, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos. El pueblo concluye la plegaria aclamando:
¡Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor!
A continuación el celebrante, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo, que esta comunión de tu Cuerpo que me atrevo a recibir, no sea para mí causa de condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
Seguidamente hace genuflexión, toma una hostia y, sosteniéndola un poco elevada sobre el copón y vuelto hacia el pueblo, dice en voz alta:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Y juntamente con el pueblo, prosigue:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después distribuye a los fieles la comunión. Durante ella se pueden entonar cánticos apropiados.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo por medio de nuestra participación en este Sacramento, prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir entregados siempre a tu servicio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre el Pueblo
Oremos:
Que tu bendición, Señor, descienda con abundancia sobre este pueblo, que ha celebrado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su santa resurrección; venga sobre él tu perdón, concédele tu consuelo, acrecienta su fe y consolida en él la redención eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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† Meditación diaria
Viernes Santo
Pasión de Nuestro Señor
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
— En el Calvario. Jesús pide perdón por quienes le maltratan y crucifican.
— Cristo crucificado: se consuma la obra de nuestra Redención.
— Jesús nos da a su Madre como Madre nuestra. Los frutos de la Cruz. El buen ladrón.
I. Jesús es clavado en la cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza...!1.
Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeando y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado «lugar de la calavera». Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.
El Señor está firmemente clavado en la cruz. «Había esperado en ella muchos años, y aquel día se iba a cumplir su deseo de redimir a los hombres (...). Lo que hasta Él había sido un instrumento infame y deshonroso, se convertía en árbol de vida y escalera de gloria. Una honda alegría le llenaba al extender los brazos sobre la cruz, para que supieran todos que así tendría siempre los brazos para los pecadores que se acercaran a Él: abiertos (...).
»Vio, y eso le llenó de alegría, cómo iba a ser amada y adorada la cruz, porque Él iba a morir en ella. Vio a los mártires, que, por su amor y por defender la verdad, iban a padecer un martirio semejante. Vio el amor de sus amigos, vio sus lágrimas ante la cruz. Vio el triunfo y la victoria que alcanzarían los cristianos con el arma de la cruz. Vio los grandes milagros que con la señal de la cruz se iban a hacer a lo largo del mundo. Vio tantos hombres que, con su vida, iban a ser santos, porque supieron morir como Él y vencieron al pecado»2. Contempló tantas veces cómo nosotros íbamos a besar un crucifijo; nuestro recomenzar en tantas ocasiones...
Jesús está elevado en la cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproches en los ojos de Jesús, solo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores3. Era costumbre reservar estos gestos humanitarios con los condenados. La bebida –un vino fuerte con algo de mirra– adormecía y aliviaba el terrible sufrimiento.
El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: «Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate»4. No se contentó con sufrir un poco: quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.
II. La crucifixión era la ejecución más cruel y afrentosa que conoció la antigüedad. Un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía. A veces, los verdugos aceleraban el final del crucificado quebrantándole las piernas. Desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días muchos son los que se niegan a aceptar a un Dios hecho hombre que muere en un madero para salvarnos: el drama de la cruz sigue siendo motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles5. Desde siempre, ahora también, ha existido la tentación de desvirtuar el sentido de la Cruz.
La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
«Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita.
»No era necesario tanto tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanza... Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder?
»Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. No te domines... Pero procura que ese llanto acabe en un propósito»6.
III. Los frutos de la Cruz no se hicieron esperar. Uno de los ladrones, después de reconocer sus pecados, se dirige a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Le habla con la confianza que le otorga el ser compañero de suplicio. Seguramente habría oído hablar antes de Cristo, de su vida, de sus milagros. Ahora ha coincidido con Él en los momentos en que parece estar oculta su divinidad. Pero ha visto su comportamiento desde que emprendieron la marcha hacia el Calvario: su silencio que impresiona, su mirar lleno de compasión ante las gentes, su majestad grande en medio de tanto cansancio y de tanto dolor. Estas palabras que ahora pronuncia no son improvisadas: expresan el resultado final de un proceso que se inició en su interior desde el momento en que se unió a Jesús. Para convertirse en discípulo de Cristo no ha necesitado de ningún milagro; le ha bastado contemplar de cerca el sufrimiento del Señor. Otros muchos se convertirían al meditar los hechos de la Pasión recogidos por los Evangelistas.
Escuchó el Señor emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Debió producir alegría en su corazón, después de tanto sufrimiento. Yo te aseguro, le dijo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso7.
La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí8. No ya por «nosotros», de modo genérico, sinopor mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa9.
«Jesucristo quiso someterse por amor, con plena conciencia, entera libertad y corazón sensible (...). Nadie ha muerto como Jesucristo, porque era la misma vida. Nadie ha expiado el pecado como Él, porque era la misma pureza»10. Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jesús en la Cruz. Solo nuestro «no querer» puede hacer baldía la Pasión de Cristo.
Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los Apóstoles. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa11. Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra.
Este gesto tiene un doble sentido. Por una parte se preocupa de la Virgen, cumpliendo con toda fidelidad el Cuarto Mandamiento del Decálogo. Por otra, declara que Ella es nuestra Madre. «La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo de pie (Jn19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo»12.
«Se apaga la luminaria del cielo, y la tierra queda sumida en tinieblas. Son cerca de las tres, cuando Jesús exclama:
»—Elí, Elí, lamma sabachtani?! Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
»Después, sabiendo que todas las cosas están a punto de ser consumadas, para que se cumpla la Escritura, dice:
»—Tengo sed (Jn 19, 28).
»Los soldados empapan en vinagre una esponja, y poniéndola en una caña de hisopo se la acercan a la boca. Jesús sorbe el vinagre, y exclama:
»—Todo está cumplido (Jn 19, 30).
»El velo del templo se rasga, y tiembla la tierra, cuando clama el Señor con una gran voz:
»—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
»Y expira.
»Ama el sacrificio, que es fuente de vida interior. Ama la Cruz, que es altar del sacrificio. Ama el dolor, hasta beber, como Cristo, las heces del cáliz»13.
Con María, nuestra Madre, nos será más fácil, y por eso le cantamos con el himno litúrgico: «¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more...»14.
1 Himno Crux fidelis. Adoración de la Cruz .— 2 L. de la Palma, La Pasión del Señor, pp. 168-169. — 3 Prov 31, 6-7. — 4 San Agustín, Comentario sobre el salmo 21, 11, 8. — 5 Cfr. 1 Cor 1, 23. — 6 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XI, 1. — 7 Lc 23, 43. — 8 Gal 2, 20. — 9 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3 y Oración sobre las Ofrendas del Domingo II del tiempo ordinario. — 10 R. Guardini, El Señor, Madrid 1956, vol. II, p. 170. — 11 Jn 19, 26-27. — 12 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58. — 13 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, XII. — 14 HimnoStabat Mater.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
San Francisco Solano
Misionero
(año 1610)
Francisco Solano, llamado "el Taumaturgo del nuevo mundo", por la cantidad de prodigios y milagros que obtuvo en Sudamérica, nació en 1549, en Montilla, Andalucía, España.
Su padre era alcalde de la ciudad, y el jovencito desde muy pequeño se caracterizó por su habilidad en poner paz entre los que se peleaban. Cuando había algún duelo a espada, bastaba que Francisco corriera a donde los combatientes a suplicarles que no se pelearan más, para que hicieran las paces.
Estudió con los Jesuitas, pero entró a la comunidad Franciscana porque le atraían mucho la pobreza y la vida tan sacrificada de los religiosos de San Francisco. Los primero años de sacerdocio los dedicó a predicar con gran provecho en el sur de España. Sus sermones no tenían nada de rebuscado ni de elegante, pero llegaban hasta el fondo del corazón de los pecadores y conseguían grandes conversiones. Es que rezaba mucho antes de cada predicación.
Primer contagio. Llegó a Andalucía la peste del tifo negro y Francisco y su compañero Fray Buenaventura se dedicaron a atender a los enfermos más abandonados. Buenaventura se contagió y murió (y ahora es santo también) luego se contagió también Francisco y creyó que ya le había llegado la hora de partir para la eternidad, pero luego, de la manera más inesperada, quedó curado. Con eso se dio cuenta de que Dios lo tenía para obras apostólicas todavía más difíciles.
Pidió a sus superiores que lo enviaran de misionero al Africa, y no le fue aceptada su petición. Pero poco después el rey Felipe II pidió a los franciscanos que enviaran misioneros a Sudamérica y entonces sí fue enviado Francisco a extender la religión por estas tierras. Fue una gran alegría para su corazón.
Y sucedió que una terrible tempestad lanzó el barco contra unas rocas frente a Panamá y se partió en dos. No había sino una embarcación para volver a tierra firme, y el misionero prefirió aguardar allá en esos escollos con los esclavos negros que él había venido instruyendo durante el viaje y acompañarlos hasta que llegara otra barca a salvarlos. Y aprovechó esos tres días de terror y peligro, para acabar de instruirlos y bautizarlos allí mismo. Varios de ellos perecieron luego entre aquellas olas pero ya habían sido bautizados.
La pequeña embarcación los llevó a unas costas inhospitalarias y allá pasaron días terribles de hambre y peligros. Cuando los marineros se desesperaban lo único que podía calmarlos era la intervención del Padre Francisco. Cuando había peleas, al único que le hacían caso para dejar de pelear, era el Padre Solano. Al fin lograron que un barco los recogiera y los llevara a la ciudad de Lima.
Fray Francisco Solano recorrió el continente americano durante 20 años predicando, especialmente a los indios. Pero su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie, con incontables peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y sin ninguna comodidad. Sólo confiando en Dios y movido por el deseo de salvar almas.
Y le sucedió en aquel gran viaje misionero, que lograba aprender con extraordinaria facilidad los dialectos de aquellos indios a las dos semanas de estar con ellos. Y le entendían todos admirablemente sus sermones. Sus compañeros misioneros se admiraban grandemente de este prodigio y lo consideraban un verdadero milagro de Dios. Pero lo más admirable es que las tribus de indios, aun las más belicosas, y opuestas a los blancos, recibían los sermones del santo con una docilidad y un provecho que parecían increíbles. Dios le había concedido la eficacia de la palabra y la gracia de conseguir la simpatía y buena voluntad de sus oyentes.
Fray Francisco llegaba a las tribus más guerreras e indómitas y aunque al principio lo recibían al son de batalla, después de predicarles por unos minutos con un crucifijo en la mano, conseguía que todos empezaran a escucharle con un corazón dócil y que se hicieran bautizar por centenares y miles.
Un Jueves Santo estando el santo predicando en La Rioja (Argentina) llegó la voz de que se acercaban millares de indios salvajes a atacar la población. El peligro era sumamente grande, todos se dispusieron a la defensa, pero Fray Francisco salió con su crucifijo en la mano y se colocó frente a los guerreros atacantes y de tal manera les habló (logrando que lo entendieran muy bien en su propio idioma) que los indígenas desistieron del ataque y poco después aceptaron ser evangelizados y bautizados en la religión católica.
El Padre Solano tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Y en los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus alegres canciones. Un día llegó a un convento donde los religiosos eran demasiado serios y recordando el espíritu de San Francisco de Asís que era vivir siempre interior y exteriormente alegres, se puso a cantarles y hasta a danzar tan jocosamente que aquellos frailes terminaron todos cantando, riendo y hasta bailando en honor del Señor Dios.
San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso. Un día en el pueblo llamado San Miguel, estaban en un toreo, y el toro feroz se salió del corral y empezó a cornear sin compasión por las calles. Llamaron al santo y éste se le enfrentó calmadamente al terrible animal. Y la gente vio con admiración que el bravísimo toro se le acercaba a Fray Francisco y le lamía las manos y se dejaba llevar por él otra vez al corral.
A imitación de su patrono San Francisco de Asís, el padre solano sentía gran cariño por los animalillos de Dios. Las aves lo rodeaban muy frecuentemente, y luego a una voz suya, salían por los aires revoloteando, cantando alegremente como si estuvieran alabando a Dios.
Por orden de sus superiores, los últimos años los pasó Fray Francisco en la ciudad de Lima predicando y convirtiendo pecadores. Entraba a las casas de juegos y hacía suspender aquellos vicios y llevaba a los jugadores a los templos. En los teatros, en plena función inmoral hacía suspender la representación y echaba un fogoso sermón desde el escenario, haciendo llorar y arrepentirse a muchos pecadores. En plena plaza predicaba al pueblo anunciando terribles castigos de Dios si seguían cometiendo tantos pecados y esto conseguía muchas conversiones.
Un día estando predicando en una misa empezó a temblar. Las gentes quisieron salir huyendo, pero él les dijo: "Si piden perdón a Dios, no les sucederá nada malo". Todos pidieron perdón y nada malo sucedió aquel día allí. Otro día en pleno sermón exclamó: "Por las maldades de estas gentes, todo lo que está a mi alrededor será destruido y no quedará sino el sitio desde donde estoy predicando". Y así sucedió años después. llegó un terremoto y destruyó el templo y todos los alrededores, y el único sitio que quedó sin que le pasara nada, fue aquel desde donde el santo había predicado.
En mayo de 1610 empezó a sentirse muy débil. Los médicos que lo atendían se admiraban de su paciencia y santidad. El 14 de julio, una bandada de pajaritos entró cantando a su habitación y el Padre Francisco exclamó: "Que Dios sea glorificado", y expiró. Desde lejos las gentes vieron una rara iluminación en esa habitación durante toda la noche. San Francisco Solano: pídele a Dios muchas bendiciones para América.
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Beata María de la Encarnación
Madre de familia
Año 1618
He aquí una madre de seis hijos, que se dio el gusto de poder llevar a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de llegar a tener tres hijas religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos muy buenos católicos y padres de familia.
Nació en París en 1565 de noble familia. Sus padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes años de casados no la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y Dios se la concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco después fueron al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.
De jovencita deseaba mucho ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio. Ella obedeció diciendo: "Si no me permiten ser esposa de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano". Y en verdad que lo fue.
A sus seis hijos los educaba con tanto esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía: "Parece que los estuviera preparando para ser religiosos".
Su esposo Pedro Acarí, un joven abogado, que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del gobierno, era muy piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad especialmente a los católicos que tenían que huir de Inglaterra por la persecución de la Reina Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero ella los soportaba con singular paciencia.
A quienes le preguntaban si a sus hijos los estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía: "Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la voluntad de Dios".
El Sr. Acarí pertenecía a la Liga Católica y este partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual desterró a los jefes de la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento a otro la señora de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos para sostener. Pero ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las dificultades. Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que le habían quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey Enrique IV.
Desde los primeros años de su matrimonio dispuso llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de servicio le hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la vez que les prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho porque cada uno cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una de sus sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos, leer libros piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.
La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes, instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.
La señora de Acarí se hizo amiga de una mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos, y al iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió mucho en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra el peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente. Otra lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de San Agustín. Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios fue la siguiente: "Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de contentarse con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le dejan desilusión".
Muere su esposo y ella puede ahora dedicarse con más exclusividad a las labores espirituales. Arregla todo de la mejor manera para que sus hijos sigan recibiendo la mejor educación posible y ella dirige todos sus esfuerzos a una labor que le ha sido confiada en una visión.
Un día mientras está orando, después de haber leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente que ésta santa se le aparece y le dice: "Tú tienes que esforzarte por que mi comunidad de las carmelitas logre llegar a Francia". Desde esa fecha la Señora Acarí se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan entrar a su país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes. Hay leyes que prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con el arzobispo, pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe la entrada. Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se canse de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a Francia, porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese país. Por sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España y obtiene que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras tanto la Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles casa y por obtener todos los permisos del alto gobierno.
Nuestra santa no es de las que se quedan con los brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso obispo San Francisco de Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita a su casa y este santo apóstol que es admirador incondicional de los escritos de Santa Teresa se le convierte en su mejor aliado y habla con las más altas personalidades y le ayuda a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les ayudó mucho fue el abad de los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos logran conseguir del Papa Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de las hermanas a Francia. Un ideal conseguido. En 1604 llegaron a París las primeras hermanas Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después serían beatas: la beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora de Acarí con sus tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y con ellas lo mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: "Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos", entraron al pueblo para dar gracias y luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada. Poco después las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego lo será ella también.
La comunidad de las carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.
La beata de la cual estamos hablando en esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las monjas más especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos (tres religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija es la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.
Después de conseguirles muchas novicias a las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres conventos en Francia y de haber tenido el gusto de que sus tres hijas se hicieran monjas carmelitas, pidió ella también ser aceptada como hermanita legal en uno de los conventos. Y allí se dedicó a los oficios más humildes y a obedecer en todo como la más sencilla de las novicias. Al ser nombrada su hija como superiora del convento, la mamá de rodillas le juró obediencia.
Los últimos años de la hermana María de la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de profunda vida mística y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes verdades. Estas elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las podía gozar mucho más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le anunció que ella también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas carmelitas y esto la animó a hacer la petición para entrar a la santa comunidad. Desde que se hizo religiosa su ilusión era pasar escondida y en silencio, cumpliendo con la mayor exactitud los reglamentos de la congregación. Las monjitas empezaron pronto a presenciar sus éxtasis y les parecía que esta venerable señora era ante Dios como una niñita sencilla, pura y obediente que tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su espíritu vivía más en el cielo que en este mundo.
En abril de 1618 enfermó gravemente y quedó medio paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas las misericordias que le había regalado en su vida. A una hija que lloraba al sentir que se iba a morir le decía: "Pero hija, ¿te entristeces porque me marcho a una patria mucho mejor que esta?". Y su lecho de muerte se convierte en cátedra desde donde enseña a todas la santidad. Sin cesar recomienda a quienes la visitan que no se apeguen a los goces de la tierra que son tan pasajeros y que se esfuercen por conseguir los goces del cielo que son eternos.
Las hermanas le preguntan: "¿Le va pedir a Dios que le revele la fecha de su muerte?", y responde: -"No, yo lo que le pido a Nuestro Señor es que tenga misericordia de mí en esta hora final". Otra le pregunta: "¿Qué le pedirá a Dios al llegar al cielo? - Le pediré que en todo y en todas partes se haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo". El 16 de abril de 1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta: "¿Qué hacía hermana durante este rato?" Y le responde: "Estaba hablando con mi buen Padre, Dios". Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Atanasia o Anastasia, Santa Abadesa, 18 de abril
Abadesa Martirologio Romano: En la isla Egina, santa Atanasia, viuda, que vivió como solitaria y fue también hegúmena, ilustre por sus virtudes y observancia monástica (s. IX). Santa Atanasia o Anastasia (siglo IX) Nació y murió en la isla de Egina, Grecia. |
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Fuente: OSAnet.org
Andrés de Montereale, Beato Agustino,Abril 18
Vino a la luz de este mundo en la pequeña localidad de Mascioni, provincia de L'Aquila (Italia), en el seno de una modesta familia de campesinos. Aunque desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, es muy probable que tuviera lugar dentro del primer decenio del siglo. Se dice que a los catorce años entró en el vecino convento de los agustinos de Montereale. Ciertamente en 1431 figura como estudiante de teología en Rimini, y en los años sucesivos en Padua y Ferrara, logrando los grados de lector y bachiller. En 1438 explicó en el studio et universitate Senensi los libros de las Sentencias, y pocos años después obtuvo el título de maestro en sagrada teología. |
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Román Archutowski, Beato Sacerdote y Mártir, Abril 18
Román Archutowski, sacerdote de la Arquidiócesis de Varsovia, víctima del nazismo por odio a su fe cristiana. |
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Fuente: sdp.congregacion.org
Savina Petrilli, Beata Fundadora, Abril 18
Fundadora de laCongregación |
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
Perfecto de Córdoba, Santo Mártir, Abril 18
Mártir Fue el primero de los mártires cristianos que ocasionó la persecución de Abd al-Rahman II, el emir de al-Andalus, hijo y sucesor de Al-Hakam I, en el año 850. San Eulogio, contemporáneo suyo, comienza con el relato de su martirio el Memorial de los mártires. |
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Fuente: Franciscanos.org
Andrés Hibernón, Beato Franciscano, Abril 18
El Beato Andrés, hermano profeso primero en la Observancia y después en los Descalzos franciscanos, nació en Murcia y murió en Gandía (Valencia). Se distinguió por su austeridad y vida de oración, que estuvo acompañada de carismas extraordinarios, así como por el fiel complimiento de los oficios conventuales y la particular atención a los pobres y necesitados. Sus devociones favoritas fueron la Sagrada Eucaristía y la Virgen María en el misterio de su Inmaculada Concepción. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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