martes, 5 de marzo de 2013

Martes por los ángeles custodios. 05/03/2013. San ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
"Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando me ofende? ¿Siete veces?"
Jesús le respondió:
"No te digo siete veces, sino setenta veces siete".
Y les propuso esta parábola:
"El Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus empleados. Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, para pagar la deuda. El empleado se echó a sus pies suplicando:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
El rey tuvo compasión de aquel empleado, lo dejó libre y le perdonó la deuda. Nada más salir, aquel empleado encontró a un compañero que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello, diciendo:
"Págame lo que me debes".
El compañero se echó a sus pies, suplicándole:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré".
Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al verlo sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su rey todo lo ocurrido. Entonces el rey lo llamó y le dijo:
"Siervo miserable. Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti?"
Entonces el rey, muy enojado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial si no se perdonan de corazón unos a otros".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=272692

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

mar 3a. Sem cuaresma

Antífona de Entrada

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; atiéndeme y escucha mis palabras. Cuídame como a las niñas de tus ojos y cúbreme bajo la sombra de tus alas.

Oración Colecta

Oremos:
Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, obtengamos siempre tu ayuda.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

Acepta, Señor, nuestro corazón adolorido y nuestro espíritu humillado

Lectura del libro del profeta Daniel 3, 25.34-43

En aquel tiempo, Azarías oró al Señor así: 
"Señor Dios nuestro, por tu nombre, te lo pedimos: no nos abandones para siempre, no rompas tu alianza, no nos retires tu amor. Por Abrahán, tu amigo, por Isaac, tu siervo, por Jacob, tu consagrado, a quienes prometiste descendencia numerosa como las estrellas del cielo, como las arenas de la playa del mar.
A causa de nuestros pecados, Señor, somos hoy el más insignificante de todos los pueblos y estamos humillados en toda la tierra. No tenemos príncipes, ni jefes, ni profetas; estamos sin holocaustos, sin sacrificios, sin poder hacerte ofrendas, ni quemar incienso en tu honor; no tenemos un lugar dónde ofrecerte los primeros frutos y poder así alcanzar tu favor. 
Pero tenemos un corazón contrito y humillado; acéptalo como si fuera un holocausto de carneros y toros, de millares de los mejores corderos. Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y que te sirvamos fielmente, pues no quedarán defraudados quienes confían en ti.
Ahora queremos seguirte con todo el corazón, queremos serte fieles y buscar tu rostro. No nos defraudes, Señor; trátanos conforme a tu ternura, según la grandeza de tu amor. Sálvanos con tu fuerza prodigiosa y muestra la gloria de tu nombre".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 24, 4bc-5ab.6-7bc.8-9

Señor, recuerda tu misericordia.

Muéstrame, Señor, tus caminos, muéstrame tus sendas. Guíame en tu verdad, enséñame, pues tú eres el Dios que me salva.
Señor, recuerda tu misericordia.

Acuérdate, Señor, que tu ternura y tu amor son eternos; acuérdate de mí por tu amor, por tu bondad, Señor.
Señor, recuerda tu misericordia.

El Señor es bueno y recto; señala el camino a los pecadores, guía por la senda del bien a los humildes, les enseña su camino.
Señor, recuerda tu misericordia.

Aclamación antes del Evangelio

Honor y gloria a ti, Señor Jesús. 
Todavía es tiempo, dice el Señor. Arrepiéntanse de todo corazón y vuélvanse a mí, que soy compasivo y misericordioso.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Si no perdonan de corazón a su hermano, tampoco el Padre celestial los perdonará a ustedes

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
"Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando me ofende? ¿Siete veces?"
Jesús le respondió:
"No te digo siete veces, sino setenta veces siete".
Y les propuso esta parábola:
"El Reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus empleados. Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que lo vendieran a él, a su mujer y a sus hijos, para pagar la deuda. El empleado se echó a sus pies suplicando:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo".
El rey tuvo compasión de aquel empleado, lo dejó libre y le perdonó la deuda. Nada más salir, aquel empleado encontró a un compañero que le debía cien denarios; lo agarró y le apretaba el cuello, diciendo:
"Págame lo que me debes".
El compañero se echó a sus pies, suplicándole:
"Ten paciencia conmigo y te lo pagaré".
Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al verlo sus compañeros se disgustaron mucho y fueron a contar a su rey todo lo ocurrido. Entonces el rey lo llamó y le dijo:
"Siervo miserable. Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti?"
Entonces el rey, muy enojado, lo entregó para que lo castigaran hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial si no se perdonan de corazón unos a otros".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Concede, Señor, que este sacrificio nos purifique de nuestros pecados y nos obtenga la ayuda de tu poder.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La penitencia espiritual

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. 
Porque has establecido generosamente este tiempo especial de gracia para renovar en santidad a tus hijos, de modo que, libres de todo afecto desordenado, vivamos las realidades temporales como primicias de las realidades eternas.
Por eso,
con todos los ángeles y los santos, te alabamos, proclamando sin cesar: 

Antífona de la Comunión

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu casa y descansar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Que nuestra participación en este sacramento, Señor, renueve toda nuestra vida y nos alcance tu perdón y tu ayuda. 
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

Cuaresma. 3ª semana. Martes

PERDONAR Y DISCULPAR

— Perdonar y olvidar las pequeñas ofensas que se producen a veces en la convivencia diaria.

— Nuestro perdón en comparación con lo que el Señor nos perdona.

— Disculpar y comprender. Aprender a ver lo bueno de los demás.

I. En el trato con los demás, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la convivencia de todos los días, es prácticamente inevitable que se produzcan roces. Es también posible que alguien nos ofenda, que se porte con nosotros de manera poco noble, que nos perjudique. Y esto, quizá, de forma un tanto habitual. ¿Hasta siete veces he de perdonar?Es decir, ¿he de perdonar siempre? Esta es la cuestión que le propone Pedro al Señor en el Evangelio de la Misa de hoy1. Es también nuestro tema de oración: ¿sabemos disculpar en todas las ocasiones?, ¿lo hacemos con prontitud?

Conocemos la respuesta del Señor a Pedro, y a nosotros: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre. Pide el Señor a quienes le siguen, a ti y a mí, una postura de perdón y de disculpa ilimitados. A los suyos, el Señor les exige un corazón grande. Quiere que le imitemos. «La omnipotencia de Dios –dice Santo Tomás– se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de demostrar su poder supremo es perdonar libremente...»2, y por eso a nosotros «nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar»3. Es donde mostramos también nuestra mayor grandeza de alma.

«Lejos de nuestra conducta, por tanto, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho, de las humillaciones que hayamos padecido –por injustas, inciviles y toscas que hayan sido–, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro, para presentar una lista de agravios»4. Aunque el prójimo no mejore, aunque recaiga una y otra vez en la misma ofensa o en aquello que me molesta, debo renunciar a todo rencor. Mi interior debe conservarse sano y limpio de toda enemistad.

Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, decimos cada día en el Padrenuestro. Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales ni dramatizar. La mayoría de las veces, en la convivencia ordinaria, ni siquiera será necesario decir «te perdono»: bastará sonreír, devolver la conversación, tener un detalle amable; disculpar, en definitiva.

No es necesario que suframos grandes injurias para ejercitarnos en esta muestra de caridad. Bastan esas pequeñas cosas que suceden todos los días: riñas en el hogar por cuestiones sin importancia, malas contestaciones o gestos destemplados ocasionados muchas veces por el cansancio de las personas, que tienen lugar en el trabajo, en el tráfico de las grandes ciudades, en los transportes públicos...

Mal viviríamos nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriara nuestra caridad y nos sintiéramos separados de los demás, o nos pusiéramos de mal humor. O si una injuria grave nos hiciera olvidar la presencia de Dios y nuestra alma perdiera la paz y la alegría. O si somos susceptibles. Hemos de hacer examen para ver cómo son nuestras reacciones ante las molestias que, a veces, la convivencia lleva consigo. Seguir al Señor de cerca es encontrar también en este punto, en las contrariedades pequeñas y en las ofensas graves, un camino de santidad.

II. Y si siete veces al día te ofende... siete veces le perdonarás5.Siete veces, en muchas ocasiones. Incluso en el mismo día y sobre lo mismo. La caridad es paciente, no se irrita6.

En algún caso, nos puede costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. El Señor lo sabe y nos anima a recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad. Cuando acudimos a Jesús, Él nos recuerda la parábola que narra el Evangelio de la Misa de hoy. Un rey quiso arreglar cuentas con sus siervos. Y le presentaron uno que le debía diez mil talentos7. ¡Una enormidad! Unos sesenta millones de denarios (un denario era el jornal de un trabajador del campo).

Cuando una persona es sincera consigo misma y con Dios no es difícil que se reconozca como aquel siervo que no tenía con qué pagar. No solamente porque todo lo que es y tiene a Dios se lo debe, sino también porque han sido muchas las ofensas perdonadas. Solo nos queda una salida: acudir a la misericordia de Dios, para que haga con nosotros lo que hizo con aquel criado: compadecido de aquel siervo, le dejó libre y le perdonó la deuda.

Pero cuando este siervo encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, no supo perdonar ni esperar a que pudiera pagárselos, a pesar de que el compañero se lo pidió de todas las formas posibles. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo malo, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido en ti?

La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayuda a perdonar y a disculpar a los demás. Si miramos lo que nos ha perdonado el Señor, nos damos cuenta de que aquello que debemos perdonar a los demás –aun en los casos más graves– es poco: no llega a cien denarios. En comparación de los diez mil talentos nada es.

Nuestra postura ante los pequeños agravios ha de ser la de quitarles importancia (en realidad la mayoría de las veces no la tienen) y disculpar también con elegancia humana. Al perdonar y olvidar, somos nosotros quienes sacamos mayor ganancia. Nuestra vida se vuelve más alegre y serena, y no sufrimos por pequeñeces. «Verdaderamente la vida, de por sí estrecha e insegura, a veces se vuelve difícil. —Pero eso contribuirá a hacerte más sobrenatural, a que veas la mano de Dios; y así serás más humano y comprensivo con los que te rodean»8.

«Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien (Cfr. Rom 12, 21)»9. No cometeremos el error de aquel siervo mezquino que, habiéndosele perdonado a él tanto, no fue capaz da perdonar tan poco.

III. La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor. Junto al Señor no nos sentiremos enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas.

No percibimos de los demás sino unas pocas manifestaciones externas, que ocultan, en muchas ocasiones, los verdaderos motivos de su actuar. «Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo –aconseja San Bernardo–, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención, si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por debilidad. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces procurad creerlo así, y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte»10.

¡Cuántos errores cometemos en los pequeños roces de la convivencia diaria! Muchos de ellos se deben a que nos dejamos llevar por juicios o sospechas temerarias. ¡Cuántas divisiones familiares se tornarían atenciones si viéramos que ese mal detalle, esa inoportunidad, se debe al cansancio de aquella persona después de un día largo y difícil! Además, «mientras interpretes con mala fe las intenciones ajenas, no tienes derecho a exigir comprensión para ti mismo»11.

La comprensión nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás, a mirarlos con simpatía; alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que hay siempre en todas las personas.

Solo es capaz de comprender quien es humilde. Si no, las faltas más pequeñas de los demás se ven aumentadas, y se tiende a disminuir y justificar las mayores faltas y errores propios. La soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera realidad de las cosas.

Quien es humilde es objetivo, y entonces puede vivir el respeto y la comprensión con los demás: surge fácil la disculpa para los defectos ajenos. Ante ellos, el humilde no se escandaliza. «No hay pecado –escribe San Agustín– ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien»12. Además, «aprenderemos también a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean –nos dan lecciones de trabajo, de abnegación, de alegría...–, y no nos detendremos demasiado en sus defectos; solo cuando resulte imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna»13.

La Virgen nos enseñará, si se lo pedimos, a saber disculpar –en Caná, la Virgen no critica que se haya acabado el vino, sino que ayuda a solucionar su falta–, y a luchar en nuestra vida personal en esas mismas virtudes que, en ocasiones, nos puede parecer que faltan en los demás. Entonces estaremos en excelentes condiciones de poder prestarles nuestra ayuda.

1 Mt 18, 21-35. — 2 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3, ad 3. — 3 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 30, 5. — 4 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 309. — 5 Cfr. Lc 17, 4. — 6 1 Cor 13, 7. — 7 Cfr. Mt 18, 24 ss. — 8 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 762. — 9 ídem, Es Cristo que pasa, 182. — 10 San Bernardo, Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares. — 11 San Josemaría Escrivá,Surco, n. 635. — 12 San Agustín, Confesiones, 2, 7. — 13 San Josemaría Escrivá,Amigos de Dios, 20.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

Fuente: Archidiócesis de Madrid
Eusebio Palatino, Santo Mártir, Marzo 5  

Eusebio Palatino, Santo

Mártir


Es uno de los innumerables mártires anónimos. Voy a ver si consigo explicarme. El Martirologio Romano lo menciona junto con Pedro, Rústico, Herabo, Mario Palatino y ocho compañeros más de martirio cuyos nombres ni siquiera se mencionan. Le doy el calificativo de "anónimo" o desconocido por no tener noticia de ninguna circunstancia que nos hable del lugar, tiempo o clase de padecimientos que tanto él como sus compañeros sufrieran por la fe. Sólo conocemos sus nombres. A lo más que podemos llegar -y esto como suposición- es que padecieron por Jesucristo en África, por el relato concordante, aunque dependientes entre sí por las fuentes que utilizan, de hagiógrafos que se inclinan por este probable detalle.

El Hagiologio lusitano de Pedro Cardoso, la Crónica de España de Martín Carrillo y Moreno Vargas en su Historia de Mérida sostienen que sufrieron martirio en la Bética, en un lugar llamado Medellín, cerca de Mérida.

En este caso no se ha dado paso a la fábula; la imaginación popular no pudo poner aditamentos posteriores y postizos a la figura humana de estos héroes cristianos; el genio no ha sabido describir minuciosamente, como en otros muchos casos, gestas sobreaumentadas con afanes ejemplarizantes pero ajenos a la estricta realidad histórica. Esta influencia de la fantasía disculpable y bienintencionada hizo mucho bien a generaciones de lectores y de oyentes cristianos; muchos se sintieron animados a la fidelidad más estrecha a la fe y a la paciencia en los momentos duros. Otro tipo de lectores no corrieron la misma suerte; por tener un espíritu más crítico en asuntos históricos, o por estar imbuidos de una mentalidad racionalista cerrada a todo lo sobrenatural, el estilo anteriormente descrito les llevó a un apartamiento de la Iglesia en cualquiera de sus manifestaciones y la tildaron de arcaica y demasiado crédula. Como sucede en todos los asuntos, hay para todos los gustos y nunca llueve a gusto de todos.

A la muerte de estos mártires, por razones ignotas para nosotros y que sólo Dios conoce, no siguió un culto martirial posterior que mantuviera viva su memoria hasta el fin del tiempo; nos queda la noticia escueta de su entrega hasta la muerte y la heroicidad de la paciencia.

Hacen bien las sociedades cultas en mostrar agradecimiento a los héroes -aunque éstos sean anónimos- que en épocas difíciles fueron quienes sostuvieron la patria con su cultura, su libertad y las tradiciones de los mayores que, una vez pasada la situación de crisis, luego siguen disfrutando las generaciones futuras, cada una "actual" en su época. No se les atribuyen gestas concretas reconocidas ni están avalados por triunfos personales; simplemente dieron su vida ¿se les puede pedir más? Juntos forman una masa anónima y son los más y probablemente los más importantes. Hicieron posibles los bienes presentes que son su herencia. Probablemente este sea el lógico y noble intento de las sociedades cultas actuales cuando levantan en lugares preferentes monumento al "Soldado Desconocido", queriendo expresar de algún modo -y dejarlo testimoniado a las generaciones futuras- su agradecimiento.

Eusebio Palatino fue uno de estos personajes anónimos que supo personar la fidelidad a Jesucristo y la fortaleza hasta el fin con el tesón de los que entienden valer la pena su entrega. Mi testimonio agradecido a él y a sus compañeros anónimos.

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Fuente: Oremosjuntos.com
Adriano (Adrián) de Cesarea, Santo Mártir, Marzo 5  

Adriano (Adrián) de Cesarea, Santo

Mártir

Martirologio Romano: En Cesarea de Palestina, san Adriano, mártir, que en la persecución bajo el emperador Diocleciano, en el día en que solían celebrarse los festejos de la Fortuna de los Cesarienses, por mandato del procurador y por su fe de Cristo fue arrojado ante un león y después degollado a espada (309).

Etimológicamente: Adriano = Adrián = Aquel que viene del mar, es de origen latino.

 

En el sexto año de la persecución de Diocleciano, siendo Firmiliano gobernador de Palestina, Adrián y Eubulo (o Eusebio) fueron de Batenea a Cesarea para visitar a los confesores de la fe.

Cuando los guardias de la ciudad les interrogaron sobre el motivo de su viaje, los mártires respondieron sin rodeos que habían ido a visitar a los cristianos.

Inmediatamente fueron conducidos ante el gobernador, quien los mandó azotar y desgarrar las carnes con los garfios de hierro, para ser arrojados después a las fieras.

Dos días más tarde, durante las fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado, después de haber sido atacado por un león.

Eubolo corrió la misma suerte, uno o dos días después. El juez le había prometido la libertad a este último, con tal de que sacrificara a los ídolos, pero el santo prefirió la muerte.

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Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa
Lucio I, Santo XXII Papa, Marzo 5  

Lucio I, Santo

XXII Papa

Martirologio Romano: En Roma, en la vía Apia, en el cementerio de Calisto, sepultura de san Lucio, papa, sucesor de Cornelio, que sufrió el exilio por la fe de Cristo y fue, en tiempos angustiosos, eximio confesor de la fe, actuando con moderación y prudencia (254).

Etimológicamente: Lucio = nacido con la primera luz, es de origen latino.

Fue Pontífice de 253-254; murió en Roma el 5 de marzo de 254. Después de la muerte del Papa San Cornelio, quien murió en el exilio en el verano del 253, Lucio fue elegido para tomar su lugar, y fue consagrado Obispo de Roma. Nada se sabe de la vida temprana de este Papa antes de su elevación. De acuerdo con el libro "Liber Pontificalis", era romano de nacimiento y su [[padre] se llamaba Porfirio. No se sabe de dónde el autor obtuvo esta información. Todavía continuaba la persecución de la Iglesia bajo el Emperador Gallo durante la cual Cornelio había sido desterrado. Lucio también fue enviado al exilio pronto después de su consagración, pero en un corto tiempo, presuntamente cuando Valeriano fue designado emperador, a él le fue permitido regresar a su rebaño. El Catálogo Feliciano, cuya información se encuentra en el "Liber Pontificalis", nos informa del exilio y del milagroso retorno de Lucio: "Hic exul fuit et postea nutu Dei incolumis ad ecclesiam reversus est." San Cipriano, quien escribió una carta (perdida) de felicitaciones a Lucio en su elevación a la Santa Sede y sobre su exilio, envió una segunda carta de felicitaciones para él y sus acompañantes en el exilio, como también a toda la Iglesia Romana (ep. LXI, ed. Hartel, II, 695 sqq.).

La carta comienza: "Querido Hermano, hace muy poco tiempo te ofrecimos nuestras felicitaciones, cuando Dios te exaltó a gobernar Su Iglesia y te concedió la doble gloria de confesor y obispo. De nuevo te felicitamos a ti, a tus acompañantes y a toda la congregación; con esto, debido a la bondadosa y poderosa protección de nuestro Dios, Él te ha guiado de regreso con alabanzas y gloria a Sí mismo, de manera que el rebaño pueda recibir de nuevo a su pastor, el barco a su piloto y la gente a un director que los gobierne y les muestre abiertamente que fue el designio de Dios que permitió tu destierro, no para que el obispo exiliado fuera privado de su Iglesia, sino más bien para que regresara a su Iglesia con mayor autoridad".

Cipriano continúa, refiriéndose a los tres niños hebreos en el horno ardiente, que el regreso del exilio no aminoraba la gloria de la confesión, y que la persecución, la cual iba dirigida sólo contra los confesores de la Iglesia verdadera, comprobaba cuál era la Iglesia de Cristo. En conclusión, él describe la felicidad de la Roma cristiana ante la llegada de su pastor. Cuando Cipriano afirma que Dios por medio de la persecución buscó "hacer avergonzar y silenciar a los herejes" y así probar dónde estaba la Iglesia, quién era su único obispo elegido por el designio de Dios, quiénes eran sus presbíteros sujetos al obispo en la gloria del sacerdocio, quiénes eran la verdadera gente de Cristo, unidos a Su rebaño por un amor excepcional, quiénes eran los oprimidos por sus enemigos, y al mismo tiempo dónde estaban aquellos que el Diablo protege como suyos, refiriéndose obviamente a los novacianos. El Cisma de Novaciano, a través del cual se presentó como antipapa, en oposición a Cornelio, todavía continuaba en Roma bajo Lucio.

En referencia a la confesión y a la restauración de los "Lapsi" (caídos), Lucio se adhirió a los principios de San Cornelio y de San Cipriano. De acuerdo con el testimonio del último, contenido en una carta al Papa San Esteban I (ep. LXVIII, 5, ed. Hartel, II, 748), Lucio, así como Cornelio, había expuesto su opinión por escrito: "Illi enim pleni spiritu Domini et in glorioso martyrio constituti dandam esse lapsis pacem censuerunt et poenitentia acta fructum communicationis et pacis negandum non esse litteris suis signaverunt." (Para ellos, llenos del Espíritu Santo de Dios y confirmado en glorioso martirio, juzgaron que el perdón debe ser otorgado a los Lapsi, y dieron a entender en sus cartas que, que cuando éstos hayan realizado la penitencia, no se les debe negar el gozo de la comunión y de la reconciliación.) Lucio murió a principios de marzo del año 254. En el "Depositio episcoporum" el "Cronógrafo de 354" da la fecha de su muerte como el 5 de marzo, el "Martyrologium Hieronymianum" como el 4 de marzo. La primera fecha es probablemente la correcta. Quizás Lucio murió el 4 de marzo y fue enterrado el 5 de marzo. De acuerdo al "Liber Pontificalis" este Papa fue decapitado en tiempos de Valeriano, pero este testimonio no puede ser comprobado. Es verdad que Cipriano en la antedicha carta a Esteban (ep. LXVIII, 5) le da a él, como también Cornelio, el titulo honorario de mártir: "servandus est enim antecessorum nostrorum beatorum martyrum Cornelii et Lucii honor gloriosus" (pues debe ser preservada la memoria gloriosa de nuestros predecesores los santos mártires Cornelio y Lucio); pero probablemente esto fue un relato del corto destierro de Lucio. Cornelio, quien murió en el exilio, fue honrado como mártir por los romanos después de su muerte; pero no así Lucio. En el calendario romano de fiestas del "Cronógrafo de 354" él es mencionado en el "Depositio episcoporum", y no bajo el encabezado de "Depositio martyrum". Sin embargo, su memoria fue particularmente honrada, como aclara la aparición de su nombre en el "Martyrologium Hieronymianum". Es cierto que Eusebio sostiene (Hist. Eccl., VII, 10) que Valeriano favorecía a los cristianos al principio de su reinado. El primer edicto de persecución del emperador apareció sólo en el año 257.

Lucio fue enterrado en un compartimiento de la bóveda papal en las catacumbas de San Calixto. En la excavación de la bóveda, De Rossi encontró un fragmento grande del epitafio original, el cual sólo da el nombre del Papa en griego: LOUKIS. La losa está quebrada justo atrás de la palabra, así que con toda probabilidad no había nada más escrito excepto el titulo EPISKOPOS (obispo). Las reliquias del santo fueron trasladadas por el Papa San Paulo I (757-767) a la Iglesia de San Silvestre en Capita, o por el Papa San Pascual I (817-824) a la Basílica de San Práxedes [Marucchi, "Basiliques et eglises de Rome", Roma, 1902, 399 (inscripción en San Silvestre), 325 (inscripción en San Práxedes)]. El autor del "Liber Pontificalis" ha atribuido desautorizadamente a San Lucio un decreto, de acuerdo con el cual dos sacerdotes y tres diáconos deben acompañar siempre al obispo para ser testigos de su vida virtuosa: "Hic praecepit, ut duo presbyteri et tres diaconi in omni loco episcopum non desererent propter testimonium ecclesiasticum." Tal medida debió ser necesaria bajo ciertas condiciones en un periodo posterior; pero en época de Lucio esto era increíble. Este supuesto decreto indujo una falsificación posterior para inventar otro decreto apócrifo y se lo atribuyeron a Lucio. Es también fabricada la historia en el "Liber Pontificalis" que Lucio, cuando era llevado a la muerte, dio al archidiácono Esteban poder sobre la Iglesia.

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Fuente: Franciscanos.org
Juan José de la Cruz, Santo Presbítero Franciscano, Marzo 5  

Juan José de la Cruz, Santo

Presbítero Franciscano

Martirologio Romano:En Nápoles, san Juan José de la Cruz (Carlos) Gaetano, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, siguiendo las huellas de san Pedro de Alcántara, restableció la disciplina de la Regla en muchos conventos de la provincia de Nápoles.

 

CARLOS CAYETANO CALOSINTO nació el 15 de agosto, día de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, del año 1654 en el volcánico islote de Isquia, situado a la entrada del golfo de Nápoles, de suelo muy rico y fértil. En el bautismo recibió el nombre de Carlos Cayetano. Su familia era noble y piadosísima; sus padres, José Calosinto y Laura Garguilo, vieron, con santo consuelo, que cinco hijos suyos se consagraron al Señor. A todos aventajó Carlos en virtud y santidad de vida.

Ya en sus tiernos años gustaba sobremanera del retiro, silencio y oración; apartábase de los juegos y entretenimientos de sus hermanos y consagraba el tiempo de los recreos a visitar iglesias, orando en ellas con angelical devoción.

Tenía especial cariño y amor a la Virgen nuestra Señora, y cada día rezaba el Oficio Parvo y otras preces marianas, como el rosario y las letanías, ante un altarcito que él mismo había aderezado en su aposento a la gloriosa Reina del cielo. Los sábados y vigilias de sus fiestas solía ayunar a pan y agua.

Amaba a los pobres con singular ternura, recordando que el bien que a ellos se hace lo tiene Jesucristo como hecho a Él mismo. Aunque de muy noble y opulenta familia, gustaba de llevar vestidos humildes y ordinarios. Trabajaba y distribuía entre los pobres el fruto de su labor.

Ya pequeñito sabía mortificarse y practicar algunas penitencias, y cierto día en que uno de sus hermanos le dio de bofetadas, él, en vez de vengarse, se arrodilló a sus pies pidiéndole perdón, y luego rezó por él un Padrenuestro.

Carlos Cayetano, religioso

Cuando tenía apenas diecisiete años, determinó consagrarse enteramente al servicio divino, abrazando alguna religión de vida rigurosa y austera; pero no sabía cuál elegir entre las tres severas órdenes de los Cartujos, Mínimos y Frailes Menores o Franciscanos.

Hizo una fervorosa novena al Espíritu Santo, en la que pidió luz para conocer su camino. Al terminarla ocurrió que Juan de San Bernardo, franciscano descalzo de la reforma de San Pedro de Alcántara, llegado de España a Italia para establecer allí esta nueva rama de la Orden de San Francisco, llegó a Isquia llevado de la providencia del Señor. Las eminentes virtudes de Juan, su vida santísima y su hábito austero y humilde, llenaron de admiración a Carlos Cayetano, el cual desde ese día ya no titubeó más en la elección. Dejó a su familia y pasó a Nápoles, al convento de Santa Lucía del Monte, pidiendo con insistencia ser admitido.

Pasados nueve meses de prueba, comenzó los santos ejercicios del noviciado, y poco después vistió el hábito religioso, trocando su nombre por el de Juan José de la Cruz, en honra de San Juan Bautista, cuya fiesta se celebraba al día siguiente; del glorioso San José, de quien era devotísimo, y de la sagrada Cruz, por la gran devoción que tenía a la Pasión de nuestro divino Salvador. Fue el primero en Italia en ingresar en la Reforma de Observantes Descalzos, y luego el principal promotor de la Orden en las provincias napolitanas.

El tiempo de su noviciado lo pasó entregado a las mayores austeridades, no excediéndole ningún novicio en la exactitud de la observancia regular. Ayunaba cada día a pan y agua, dormía breves horas, y consigo llevaba, como dice San Pablo, la mortificación de Cristo en su espíritu y corazón. San Francisco de Asís y San Pedro de Alcántara fueron los modelos que trató de imitar, llegando en breve a ser dechado de novicio.

Tres años permaneció en Nápoles después de su profesión, adelantando a grandes pasos por la senda de la virtud.

En el año de 1674 y cumplidos los veinte de su edad, viendo los superiores que, aunque mozo en los años, era eminente en virtud y santidad, lo enviaron a fundar un convento en Piedimonte de Afila, al pie de los montes Apeninos, y, con ser ese cargo de difícil desempeño, lo ejerció perfectamente ayudándose de la gracia del Señor. Dio fuerte impulso a la edificación del convento, ayudando él mismo a los albañiles y llevando sobre sus hombros piedras y otros materiales necesarios.

De ese modo, al juntarse las muchas fatigas y trabajos con sus grandes austeridades, le sobrevinieron recios vómitos de sangre que lo dejaron extenuado, y aun hubiera muerto a no ser por la protección visible de la Virgen María, merced a la cual cobró en breve la salud.

Concluida la fábrica material del convento, dedicóse a hacer reinar entre los religiosos un profundo silencio y recogimiento, y la observancia exacta y rigurosa de la santa Regla. Quería que aquella casa, primera de la Orden en Italia, no sólo rivalizara con la de Pedroso, fundada en Extremadura por el mismo San Pedro de Alcántara, sino que la excediera en el rigor de la observancia regular. Como si quisiera el Señor premiar el celo de su siervo, tuvo aquí fray Juan José el primer arrobamiento, viéndole los demás religiosos levantado en el aire durante un oficio que celebraba en la capilla.

A la edad de veintitrés años, fue ordenado sacerdote por mandato de los superiores, pues no quería él aceptar esta dignidad por juzgarse indigno de ella. También por obediencia consintió en dedicarse al cargo de confesor. Descubrió en el ejercicio de este santo ministerio su admirable ciencia teológica, que había aprendido, como Santo Tomás y Santa Teresa, más en la meditación del crucifijo que en el estudio de los libros. Con el fin de darse de lleno a la oración y penitencia, se retiró a una pequeña ermita próxima al convento, y muy en breve se le juntaron algunos religiosos, que bajo su dirección progresaron en perfección y santidad.

Maestro de novicios y provincial

A los veintisiete años cumplidos, lo nombraron los superiores maestro de novicios. En su nuevo cargo nunca se tomó licencia para dispensarse de la observancia regular; asistía puntualmente al coro y a los ejercicios de comunidad, siendo fidelísimo a la oración y espejo de virtudes religiosas para sus novicios. Áspero y riguroso consigo mismo, era muy blando y bondadoso con los demás. Ponía todo su afán en abrasar en el fuego del divino amor y traer a la imitación de Cristo y de su santísima Madre a cuantos tenía bajo su dirección.

Nombrado luego "guardián" del convento de Piedimonte, desempeñó con mucho acierto este cargo; pero, como su humildad prefería la obediencia al mando, hizo tales instancias a los superiores, que a poco le relevaron del empleo; mas no disfrutó largo tiempo de esa libertad tan deseada, pues en 1684, el Capítulo provincial volvió a nombrarle guardián.

El Señor le probó por entonces con grandes desolaciones interiores, pues se vio atormentada su alma con tinieblas y dudas que le hicieron padecer sobremanera. Sufrió esta prueba con mucha paciencia y el Señor se dignó premiarle con una visión en la que se le apareció el alma de un religioso muerto hacía poco, asegurándole que ninguno de los religiosos de San Pedro de Alcántara venidos a Nápoles se había condenado. Tan consolado quedó con esta revelación, que de muy buen grado aceptó las obligaciones que su nuevo cargo le imponía.

También por este tiempo plugo al Señor manifestar la santidad de su siervo con muchos y portentosos milagros, multiplicando el pan del monasterio y haciendo crecer en una noche legumbres recogidas la víspera para darlas a los pobres.

Libre ya otra vez del cargo de guardián, fue elegido en 1690 definidor de la Orden y al mismo tiempo repuesto en el cargo de maestro de novicios, cargo que desempeñó por espacio de cuatro años en Nápoles y en Piedimonte. Habiendo enfermado gravemente su anciana madre, acudió a su lado para asistirla en su agonía y muerte, siendo recibido por los de Isquia con grandes honores y muchas muestras de veneración.

En el año de 1702, los religiosos españoles fundadores de la Reforma de los Observantes Descalzos en Italia, juzgaron haber cumplido su cometido y regresaron a su patria. Con este motivo, los religiosos italianos suplicaron al padre Juan José que se encargara de llevar adelante la constitución de la provincia italiana. Después de vencer muchas y grandes dificultades, logró el apetecido intento, y el Capítulo de la nueva provincia le nombró ministro provincial a pesar de sus ruegos y lágrimas. En verdad fue acertada esta elección, pues él era el más apto para ocupar y asegurar la prosperidad de la naciente provincia, mantener el rigor de la observancia de San Pedro de Alcántara y hacer florecer las virtudes del patriarca San Francisco.

Cumplido el tiempo de su mandato y habiendo desempeñado con acierto tan preeminente cargo, volvió a la obediencia y vida común con gran consuelo y gozo de su alma, recogiéndose en el convento de Santa Lucía, para consagrar lo que le quedase de vida a la dirección y salvación del prójimo.

Virtudes y prodigios

Tenía Juan José ilimitada confianza en el Señor, y Dios se la premiaba con multitud de milagros y prodigios extraordinarios, como el que obró ocho años antes de su muerte, sucedido de la manera que aquí declaramos.

Al entrar cierto día del mes de febrero en el convento, se le acercó un comerciante napolitano y le rogó intercediera por su mujer gravemente enferma, la cual deseaba ardientemente comerse unos melocotones, cosa imposible de darle en aquella época del año. Díjole el Santo que tuviese confianza y que, al día siguiente, el Señor, San Pedro de Alcántara y San Pascual Bailón atenderían sus súplicas; y, como viera allí cerca unas ramas secas de castaño, dijo a fray Miguel que le acompañaba:

- Hermano Miguel, tome tres ramas de ésas y plántelas; si así lo hace, el Señor, San Pedro de Alcántara y San Pascual remediarán la necesidad de esa pobre mujer.

Fray Miguel repuso extrañado:

- Pero, Padre, ¿cómo van a dar melocotones estas ramas de castaño?

- Eso lo harán el Señor y San Pedro de Alcántara -le respondió Juan José.

Obedeció fray Miguel plantando las tres ramas secas de castaño en una maceta que estaba cerca de la ventana del Santo, y, cosa maravillosa, al día siguiente aparecieron todas cubiertas de hojas verdes, y vieron todos que de cada rama colgaba un hermoso melocotón; al comerlos la mujer enferma, quedó sana.

Los resplandores del divino amor que inflamaba su alma, iluminaban su rostro y daban a sus palabras singular blandura y piedad. Aunque no hubiese cielo ni infierno -decía-, quisiera yo amar a Dios por toda la eternidad.

El amor a Dios suele ir acompañado de grande amor al prójimo y sobre todo a los pobres y necesitados, y así el padre Juan José miraba como obligación suya socorrer y alimentar a los menesterosos, no consintiendo nunca que se despidiese del monasterio a un solo mendigo sin darle limosna. En cierta época de gran escasez, guardaba su propia comida y la de la comunidad para sustentar con ella a los necesitados, dejando en manos de la divina Providencia el cuidado de proveer a las necesidades del convento.

Su caridad para con los enfermos le llevaba a desear padecer los achaques y enfermedades que ellos padecían, y así lo pedía al Señor, siendo muchas veces oídas sus súplicas. Gustábale asimismo hacer grandes penitencias para que el Señor perdonase a los pecadores que con él se confesaban, y a los cuales no imponía sino una leve satisfacción.

Tanto a sus penitentes como a los enfermos que visitaba, les infundía tierna y filial devoción a la Virgen María, a quien amaba con singular ternura y cariño.

-- Acudid a la Virgen Santísima -les decía-; ella os ayudará, os consolará y os librará de vuestras penas y congojas.

-- Dale el dulcísimo nombre de madre -dijo un día a un joven estudiante de su comunidad-; dile Mamá, mamá, mi dulce y querida madre María!, y tenle grande y filial devoción y amor, pues ella es tu tierna madre.

Tenía en su celda un precioso cuadro de la Virgen que le regaló el famoso pintor Mattœis, y no apartaba de él sus ojos, consultando con su Madre celestial todas las dificultades. Aseguran algunos que esta santa imagen le habló repetidas veces.

Poseía en grado eminente las virtudes que son propias del estado religioso. Su obediencia a los mandatos de sus superiores era perfectísima; su amor a la pobreza era intenso. Durante toda su vida guardó íntegra la flor de la virginidad; y la humildad, que es fundamento de todas las virtudes cristianas, le hizo cumplir con alegría los oficios más bajos del convento. Guardaba riguroso silencio y, si alguna vez se veía precisado a hablar, lo hacía en voz baja. Iba siempre con la cabeza descubierta y bajo su hábito llevaba cilicios y cadenas que mudaba con frecuencia para aumentar sus dolores. Se disciplinaba duramente y, cuando sus superiores le obligaron a llevar sandalias, que fue a los cuarenta años, ponía en ellas clavos y piedrecitas. Daba brevísimo tiempo al sueño, y en los últimos treinta años de su vida no probó vino, agua, ni otra bebida; y, como en su vejez le aconsejaran moderar un tanto sus rigores a la vista de las enfermedades que padecía, él respondió:

-- No padezco ninguna dolencia que me impida trabajar en la salvación de las almas; y aun cuando la padeciera, ¿acaso no tendría que sacrificarme con Jesús crucificado por estas almas tan desgraciadas?

Éxtasis y otros favores celestiales

El divino Maestro suele complacerse en regalar con las celestiales delicias del Tabor a cuantos le aman lo bastante para seguirle valerosamente hasta el Calvario.

El padre Juan José de la Cruz tuvo frecuentes éxtasis, mereciendo además el insigne favor de tener al Niño Jesús en sus brazos en varias ocasiones, y señaladamente en la noche de Navidad. La Virgen María se le apareció y habló muchas veces, como él mismo lo declaró en ratos de esparcimiento.

Tuvo asimismo el don de bilocación. Vino un día al convento el criado de una duquesa, suplicando al Santo que fuese a visitarla, pues estaba gravemente enferma y quería confesarse; pero Juan José se hallaba también acostado sin poder moverse. El criado se volvió muy afligido y fue a su dueña para contarle la triste noticia. Mas cuál no sería su asombro cuando, al entrar en el cuarto donde yacía la enferma, halló en él al padre Juan José. Fuera de sí de gozo, prorrumpió en gritos de admiración, no pudiendo creer lo que veían sus ojos.

-- Eres muy cándido -le dijo el Santo, cuya humildad se vio comprometida-; he pasado a tu lado y no me has visto.

El Señor le favoreció con el don de profecía. Así, predijo un día su destino a tres jóvenes que fueron a consultarle. Al primero le dijo: "Hijo mío, tu vocación no es la vida religiosa; tienes cara de tener que morir ahorcado". Al segundo le dio este consejo: Ten cuidado y está alerta, hijo, pues te amenaza un grave peligro. Al tercero le dijo: Ruega a la Virgen con fervor, cumple fielmente todas tus obligaciones y el Señor te protegerá". Estas predicciones se verificaron a la letra, pues el tercero se hizo religioso franciscano descalzo. Pasando cerca de Puzzuoli, supo que el segundo había sido asesinado y ferozmente acuchillado en un monte cercano. Poco después halló al primero armado como un bandido, el cual le contó cómo se había escapado de la cárcel para evitar la muerte a que le condenaron por asesinato, y que ahora le perseguían por un homicidio.

Llamado otra vez el Santo para asistir a una religiosa moribunda, acudió al instante y, mirando a una jovencita, sobrina de la monja que estaba junto a su cama, dijo: Me habéis llamado para asistir a la muerte de la tía que aún vivirá largos años; pero la sobrina sí que está al borde de la eternidad. Poco después sanó la religiosa, y la joven murió repentinamente de apoplejía.

Su muerte

Los señalados premios y favores otorgados por el Señor a nuestro Santo, sólo consiguieron desprenderle más y más de las cosas de este mundo y acrecentar el deseo que tenía de las eternas. Por eso se llenó de santa alegría con la noticia de su próxima muerte. Una semana antes, o sea, a finales del mes de febrero del año 1734, rogó a su hermano que le encomendase al Señor en sus oraciones del viernes siguiente, y cabalmente fue ese día el postrero de su vida.

Le administraron la Extremaunción hallándose presente la comunidad y algunas personas honorables de la ciudad. Pasó la noche entretenido en fervorosos afectos de contrición, amor, agradecimiento y resignación, y al amanecer dijo al Hermano que le asistía:

-- Ya sólo me quedan breves momentos de vida.

Corrió el Hermano a decírselo al superior y toda la Comunidad acudió cabe su lecho, y entre gemidos y lágrimas le leyeron la recomendación del alma. Cuando el padre Guardián advirtió en el enfermo señales de agonía, le dio la absolución, y el Santo bajó la cabeza en prueba de agradecimiento. Luego, la levantó y miró con inefable ternura a la imagen de María, y, sonriendo plácidamente, cerró los ojos del cuerpo a las cosas visibles y expiró con grande tranquilidad. Su gloriosa alma voló al cielo para gozar eternamente de la bienaventurada presencia del Señor. Sucedió tan dichoso tránsito a los cinco días del mes de marzo del año 1734, cuando Juan José tenía ochenta de edad.

En el instante en que el espíritu del siervo de Dios voló al cielo, Diego Pignatelli, duque de Monte León, vio aparecer, de repente, delante de sí al Padre Juan José aureolado con luz sobrenatural y muy sano y robusto. Admiróse de lo que veía, pues unos días antes le había dejado enfermo en Nápoles, y así le dijo:

-- Pero ¿qué pasa, Padre Juan José? ¿De dónde que haya cobrado tan presto salud y fuerzas?

-- Ya estoy bueno y soy feliz -le contestó el Santo.

Y en diciendo estas palabras, desapareció. También se apareció a Inocencia Vabetta, que estaba durmiendo cuando murió el Santo, y a otros muchos, entre ellos al padre Bruno, que era religioso en la misma comunidad que Juan José.

Este admirable y santísimo siervo de Dios fue canonizado por Gregorio XVI junto con San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Jerónimo, San Pacífico y Santa Verónica de Juliani. Sus sagradas reliquias están en la ciudad de Nápoles, en la iglesia del convento de Sta.
Lucía del Monte.

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Fuente: Franciscanos.net
Cristóbal Macassoli de Milán, Santo Presbítero Franciscano, Marzo 5  

Cristóbal Macassoli de Milán, Santo

Presbítero Franciscano

Martirologio Romano: En Vigevano, en Lombardía, beato Cristóbal Macassoli, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, insigne por su predicación y su caridad para con los pobres (1485).

Etimológicamente: Cristóbal = Aquel que lleva a Cristo consigo, es de origen griego.

 

Sacerdote de la Primera Orden (1400‑1485). Aprobó su culto León XIII el 26 de julio de 1890.

Cristóbal Macassoli nació en Milán a comienzos del siglo XV. Transcurrió su infancia en la inocencia y la bondad, bajo los cuidados solícitos de sus padres. Hacia los 20 años se hizo franciscano, cuando San Bernardino de Siena (1389‑1444) recorría las ciudades de Italia predicando incansablemente el evangelio, y suscitando un profundo cambio en las almas, con grandiosas conversiones, y trabajaba intensamente para volver a la Orden Franciscana a la primitiva observancia de la regla como la había dictado y practicado San Francisco de Asís.

Cristóbal, ardiendo en amor a Dios y a los hermanos, recorriendo el camino de la virtud, con pureza de corazón, con una viva confianza en Dios, en la austera observancia de la pobreza, se colocó en el camino luminoso de San Bernardino, místico sol del siglo XV. Ordenado sacerdote, fue insigne por su predicación y santidad, y por su entrega generosa y sin medida al ministerio apostólico. Su fama fue creciendo, ya por las numerosas conversiones que obró, ya por los poderes taumatúrgicos que se le atribuyeron. Con el ejemplo y con la palabra edificó la Iglesia de Cristo.

Con el Beato Pacífico Ramati de Cerano fundó el convento de Santa María de las Gracias en Vigevano, cuya admirable iglesia fue construida por Galeazzo Sforza y consagrada en 1476. Allí fijó su residencia después de una vida de gran actividad apostólica. Pronto la fama de su santidad se extendió tan ampliamente, que aun de partes lejanas llegaban a él numerosos fieles para pedir su oración y escuchar su palabra siempre llena de caridad y comprensión, para que bendijera a los enfermos y a los niños. Dios a menudo glorificó la santidad de su siervo fiel con prodigios.

Murió el 5 de marzo de 1485, a los 85 años de edad. Su cuerpo, rodeado de la veneración de sus devotos, fue sepultado en la iglesia de Santa María de las Gracias, en la capilla de San Bernardino. En 1810 sus reliquias fueron trasladadas a la catedral de Vigevano. Un antiguo testimonio del culto que le fue rendido es el cuadro del altar de Santa María de las Gracias de 1653, en el cual el Beato es representado junto con San Bernardino al lado de la Virgen. León XIII aprobó su culto el 25 de julio de 1890. No es raro que del Beato Cristóbal de Milán haya tomado Manzoni el nombre y la figura del Padre Cristóbal de Pescarenico, en su novela "Los Novios".

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Conón el Hortelano, Santo Mártir, Marzo 5  

Conón el Hortelano, Santo

Martirologio Romano: En Pamfilia, san Conón, mártir, hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).

En Pamfilia, era hortelano de profesión, que bajo el emperador Decio fue obligado a correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de rodillas, entregó el espíritu mientras oraba (c. 250).

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Fuente: Franciscanos.org
Jeremías de Valaquia, Beato Religioso Capuchino, Marzo 5  

Jeremías de Valaquia, Beato

Religioso Capuchino

Martirologio Romano: En Nápoles, de la Campania, beato Jeremías de Valaquia (Juan) Kostistik, el cual, religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, con caridad y alegría asistió incesantemente a los enfermos durante cuarenta años (1625).

Etimológicamente: Jeremías = La elevación del Señor, es de origen hebreo.

 

 

JUAN KOSTISTIK

Hermano profeso capuchino, que nació en el seno de una familia campesina de Rumania y, en su juventud, emigró a Nápoles (Italia). Las virtudes aprendidas en el hogar, las desarrolló durante su larga vida religiosa en el oficio de enfermero, en el que prodigó su entrega, ternura y amor a los más débiles y desamparados. Lo beatificó Juan Pablo II en 1983, y es el primer rumano elevado oficialmente al honor de los altares.

Nací en Rumania allá por el año 1556, y si me hubieran dicho de pequeño que terminaría siendo capuchino, no me lo hubiera creído; entre otras cosas porque no sabía qué era eso.

La culpa de todo la tuvo mi madre, que me llenaba la cabeza de sueños contándome cosas de Italia, donde estaban los buenos cristianos y todos los monjes eran santos; y además estaba el papa.

Tan bonito me lo pintó que a los 18 años dejé la familia y me puse en camino en busca de algo que intuía pero que no sabía concretar.

El viaje no fue fácil. Hasta llegar a encontrar lo que pretendía sufrí lo indecible e hice de todo: trabajar en una fábrica, cavar, guardar animales, servir a un médico y a un farmacéutico. Probé todos los oficios menos dos: paje y verdugo.

Después de tres años de ir deambulando de un sitio a otro llegué, por fin, a Italia; y cuál no sería mi decepción al comprobar que, de buenos cristianos, nada; mucho peor que los de mi tierra; hasta el punto que pensé en volverme otra vez a casa.

Menos mal que un anciano me hizo caer en la cuenta de que no podía generalizar mi primera mala experiencia. Me indicó que fuera a Nápoles y allí encontraría esos buenos cristianos que estaba buscando.

Y así fue; no sólo encontré repletas las iglesias, sino que también descubrí aquellos monjes santos de los que me hablaba mi madre: los capuchinos.

Al lado de los últimos

Los primeros años de profeso estuve en distintos conventos ayudando en la marcha de la casa; pero muy pronto me mandaron al convento de S. Efrén el Nuevo de Nápoles, donde me pasé cuarenta años como enfermero.

De mi madre aprendí a ser atento con los pobres, por eso veía lógico que entraran en la huerta de nuestro convento a comer lo que necesitaran. Pero los frailes se hartaron y pusieron una valla. Yo me indigné y, en plan apocalíptico, empecé a gritarles que ya no tendrían más esas cebollas gordas y hermosas que se criaban cuando no había valla, y que semejante avaricia sería causa de una gran carestía.

La verdad es que me sentía a gusto entre los pobres y me molestaban las injusticias que se les hacían. Cuando los notables de la ciudad se unieron para pedirle a S. Lorenzo de Brindis que se hiciera portavoz ante el rey de España Felipe III del pueblo oprimido y vejado por el virrey Pedro Girón, yo hice lo posible para convencer al P. Lorenzo -ya que él se resistía- para que aceptara esta delicada misión.

Pero con los pobres que más me volqué fue con los enfermos. La enfermería contaba con más de setenta, y aunque procuraba atenderlos a todos, prefería a los frailes sencillos, ya que los superiores solían estar bien atendidos por los otros frailes.

A pesar del trabajo y de los años, siempre mantuve la cara colorada y fresca. Tal vez fuera por lo mucho que me gustaban las habas; de ahí que me pidieran y yo las ofreciera pensando menos en la cosmética que en lo buenas que estaban.

Los enfermos me llevaban todo el tiempo, hasta el punto de que no necesitaba tener celda propia. Cuando alguien me preguntaba el porqué, solía responderle que el sueldo no me llegaba para pagar la pensión.

Bromas aparte, la verdad es que el trabajo era duro; sobre todo cuando tenía que atender a fray Anselmo de Calabria, que había perdido la cabeza y se ensuciaba continuamente de arriba a abajo; o a fray Salvador de Nápoles que además de lisiado había quedado como tonto y tenía que darle la comida en la boca como un pajarito, tranquilizándolo cuando me llamaba por las noches.

El Dios de cada día

Sin embargo no hay ningún misterio en todo esto. Si soportaba con alegría la dureza del trabajo era porque confiaba plenamente en mi Señor, a quien servía en mis hermanos.

A pesar del misticismo que envolvía el ambiente, yo siempre preferí el servicio al éxtasis. Recuerdo que una vez me pareció ver a la Virgen. Yo me atreví a preguntarle cómo siendo Reina estaba sin corona. Y ella me respondió que su corona era Jesús.

Esta experiencia me impresionó tanto, que pedí al Señor no tener más éxtasis, ya que me habrían impedido servir a los hermanos. Yo era del parecer que la mejor forma de amar a Dios es ejercer con responsabilidad el propio oficio, y el tiempo que queda dedicarlo a la oración.

Así era mi vida, hasta que el superior me mandó a visitar a D. Juan de Avalos que estaba gravemente enfermo. Hacía un frío y un viento terrible. Al volver al día siguiente al convento me sentí mal; era una pleuropulmonía. A los pocos días el Señor me llamó, y yo me fui contento de haber obedecido hasta dar la vida por los hermanos.
Era el 5 de marzo de 1625.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Gerásimo, Santo Eremita, Marzo 5  

Gerásimo, Santo

Eremita

Martirologio Romano: En Palestina, en la ribera del Jordán, san Gerásimo, anacoreta, que en tiempo del emperador Zenón, convertido a la fe ortodoxa por obra de san Eutimio, se entregó a grandes penitencias, ofreciendo a todos los que bajo su dirección se ejercitaban en la vida monástica, la norma de una integérrima disciplina y el modo de sustentarse (475).

 

San Gerásimo nació en Licia de Asia Menor, donde abrazó la vida eremítica. Después pasó a Palestina y, durante algún tiempo cayó en los errores eutiquianos, pero San Eutimio le devolvió a la verdadera fe.

Más tarde, parece que estuvo en varias comunidades de la Tebaida y finalmente, retornó a Palestina, donde se hizo íntimo amigo de San Juan el Silencioso, de San Sabas, de San Teoctisto y de San Atanasio de Jerusalén. Tan numerosos fueron sus discípulos, que el santo fundó una "laura" de sesenta celdas, cerca del Jordán y un convento para los principiantes. Sus monjes guardaban silencio casi completo, dormían en lechos de juncos y jamás encendían fuego dentro de las celdas, a pesar de que las puertas tenían que estar siempre abiertas.

Se alimentaban ordinariamente de pan, dátiles y agua y dividían el tiempo entre la oración y el trabajo manual. A cada monje se asignaba un trabajo determinado, que debía estar listo el sábado siguiente. Aunque la regla ya era de suyo severa, San Gerásimo la hacía todavía más rigurosa para sí y nunca cesó de hacer penitencia por su caída en la herejía eutiquiana. Según se cuenta, durante la cuaresma, su único alimento era la Sagrada Eucaristía. San Eutimio le profesaba tal estima, que le enviaba, por medio de los discípulos, a aquellos de sus seguidores a quienes consideraba llamados a la más alta perfección. La fama de San Gerásimo sólo cedía a la de San Sabas. El año 451, durante el Concilio de Calcedonia, su nombre sonó en todo el oriente. La "laura" que él había fundado florecía todavía un siglo después de su muerte.

En el "Prado Espiritual" Juan Mosco nos ha dejado una anécdota encantadora. Un día en que el santo se hallaba a orillas del Jordán, se le acercó cojeando penosamente un león. Gerásimo examinó la zarpa herida, extrajo de ella una aguda espina y lavó y vendó la pata de la fiera. El león se quedó desde entonces con el santo y fue tan manso como cualquier otro animal doméstico.

En el monasterio había un asno, que los monjes utilizaban para ir a traer agua, y éstos hacían que el león cuidara del asno cuando iba a pastar; pero un día, unos mercaderes árabes se lo robaron y el león volvió sólo y muy deprimido al convento. A las preguntas de los monjes, el león respondía con miradas lastimeras. El abad le dijo: "Tú te comiste al asno. Bendito sea Dios por ello. Pero de ahora en adelante tú harás el trabajo del asno". El león tuvo que acarrear agua para la comunidad. Poco tiempo después, los mercaderes árabes pasaron de regreso con el asno y tres camellos; el león les puso en fuga, cogió entre los dientes la brida del asno y lo llevó triunfalmente al monasterio, junto con los camellos. San Gerásimo reconoció su error y dio al león el nombre de Jordán.

Cuando murió el anciano abad, el león estaba desconsolado. El nuevo abad le dijo: "Jordán, nuestro amigo nos ha dejado huérfanos para ir a reunirse con el Amo a quien servía; pero tú tienes que seguir comiendo", pero el león siguió rugiendo tristemente. Finalmente el abad, que se llamaba Sabacio, condujo al león a la tumba de Gerásimo y, arrodillándose junto a ella, le dijo: "Aquí está enterrado tu amo". El león se echó sobre la tumba y empezó a golpearse la cabeza contra la tierra; nadie pudo apartarle de ahí y pocos días más tarde le encontraron muerto. Según algunos autores, el león que se ha convertido en el símbolo de San Jerónimo era en realidad el de San Gerásimo. La confusión se originó probablemente de la grafía "Geronimus" de ciertos documentos.

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Fuente: Martirologio Romano
Otros Santos y Beatos Completando santoral de este día, Marzo 5  

Otros Santos y Beatos

San Teófilo, obispo
Conmemoración de san Teófilo, obispo de Cesarea, en Palestina, que en tiempo del emperador Septimio Severo brilló por su sabiduría e integridad de vida (195).

San Foca, laico
En Sinope, en el Ponto, san Foca, mártir, labrador de oficio, que sufrió muchas injurias por el nombre del Redentor (c. s. IV).

San Kierano, abad y obispo
En Sahigir, en la región de Ossory, en Hibernia (hoy Irlanda), san Kierano, obispo y abad (530).

San Virgilio, obispo
En Arlés, en la Provenza, san Virgilio, obispo, que recibió como huéspedes a san Agustín y a sus monjes, cuando viajaban hacia Inglaterra por encargo del papa san Gregorio I Magno (c. 618).

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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