viernes, 21 de agosto de 2015

Fiesta: Santa María Reina! 22/08/2015. En su día, lo que más agrada a María, es la Misa matutina.

JA

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos:
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los demás, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame 'maestros'.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen 'maestros', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A ningún hombre sobre la tierra lo llamen 'padre', porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar 'guías', porque el guía de ustedes es solamente Cristo.
Que el mayor de entre ustedes sea su servidor. Porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

"El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

Dia 22/08 Santa María Reina (blanco)

Antífona de Entrada

María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de Cristo, enjoyada de oro, vestida de perlas y brocado.

 

Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso, que nos has dado como madre y como Reina Madre de tu Unigénito; concédenos que, protegidos pos u intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Un hijo se nos ha dado

Lectura del profeta Isaías 9, 2-4. 6-7

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor lo realizará.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Del Salmo 112

Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Alaben, siervos del Señor, alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.


Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Da la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

¿Quién como el Señor Dios nuestro, que se eleva en su trono, y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con lo príncipes, los príncipes de su pueblo.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Alégrate, María llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
Aleluya.

Evangelio

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando a su presencia, dijo:
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres".
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará. hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".
Y María dijo al ángel:
"¿Cómo será eso, pues no conozco varón?"
El ángel le contestó:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaba la estéril, porque para Dios nada hay imposible".
María contestó:
"Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre la Ofrendas

Te presentamos, Señor, nuestra ofrendas en conmemoración de la Virgen María, y te suplicamos la protección de Jesucristo, tu Hijo, que se ofreció a ti en la cruz como historia inmaculada.
Por Jesucristo, Señor nuestro.
Amén.

 

Prefacio

La Iglesia alaba a Dios con las palabras de María

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias y proclamar que eres admirable en la perfección de todos tus santos, y de un modo singular en la perfección de la Virgen María.
Por eso, al celebrarla hoy, queremos exaltar tu generosidad inspirados en su propio cántico, pues en verdad, has hecho maravillas por toda la tierra, y prologaste tu misericordia de generación en generación, cuando, complacido en en la humildad de tu sierva, nos diste por su medio al autor de la vida, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Por él,
los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos unirnos a sus voces cantando tu alabanza:

Antífona de la Comunión

¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Después de recibir este sacramento celestial, te suplicamos, Señor, que cuanto hemos celebrado la memoria de la Santísima Virgen María lleguemos a participar en el banquete del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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sab 20a. Ordinario año impar

Antífona de Entrada

¡Dios nuestro y protector nuestro, un solo día en tu casa es más valioso para tus elegidos, que mil días en cualquier otra parte.

 

Oración Colecta

Oremos:
Enciende, Señor, nuestros corazones a fin de que, amándote en todo y sobre todo, podamos obtener aquellos bienes que no podemos nosotros ni siquiera imaginar y has prometido tú a los que te aman.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

El Señor no ha permitido que le faltara un descendiente a tu familia. Este es el padre de Jesé, padre de David

Lectura del libro de Rut 2, 1-3. 8-11; 4, 13-17

Tenía Noemí, por parte de su marido, Elimélek, un pariente de muy buena posición, llamado Booz. Rut, la moabita, le dijo a Noemí:
"Déjame ir a un campo en donde el dueño me permita recoger las espigas que se les caigan a los segadores". Ella le respondió:
"Ve, hija mía".
Fue Rut y se puso a recoger espigas detrás de los segadores en un campo, que para suerte de ella, pertenecía a Booz, el de la familia de Elimélek.
Booz le dijo a Rut:
"Escucha, hija mía, no vayas a recoger espigas en otros campos ni te alejes de aquí; quédate junto a mis espigadoras y síguelas por donde ellas vayan recolectando. Ya les dije a mis segadores que no te molesten.
Si tienes sed, ve a donde están las vasijas y bebe del agua dispuesta para los trabajadores".
Ella se postró ante él y le dijo:
"¿Por qué me tratas con tanta benevolencia y te fijas en mí, que no soy más que una extranjera?" Booz le respondió:
"Me han contado todo lo que, después de la muerte de tu marido, has hecho por tu suegra; cómo has renunciado a tu padre y a tu madre y a la tierra en que naciste, y has venido a vivir entre gente que no conocías".
Después de algún tiempo, Booz se casó con Rut. Se unió a ella y el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un niño. Las mujeres le dijeron a Noemí:
"Bendito sea el Señor, que no ha permitido que le faltara a tu difunto esposo un heredero para perpetuar su nombre en Israel. Este niño será tu consuelo y el apoyo en tu vejez, porque te lo ha dado a luz tu nuera, que tanto te quiere y que es para ti mejor que siete hijos".
Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas felicitaban a Noemí, diciendo:
"Le ha nacido un hijo a Noemí", y le pusieron por nombre Obed. Este es el padre de Jesé, padre de David.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 127

Dichoso el hombre que teme al Señor.

Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos: comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien.
Dichoso el hombre que teme al Señor.

Su mujer, como vid fecunda en medio de su casa; sus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de su mesa.
Dichoso el hombre que teme al Señor.

Esta es la bendición del hombre que teme al Señor: "Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida".
Dichoso el hombre que teme al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Su Maestro es uno solo, Cristo, y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el Señor.
Aleluya.

Evangelio

Los fariseos dicen una cosa y hacen otra

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 23, 1-12

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos:
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los demás, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame 'maestros'.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen 'maestros', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A ningún hombre sobre la tierra lo llamen 'padre', porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar 'guías', porque el guía de ustedes es solamente Cristo.
Que el mayor de entre ustedes sea su servidor. Porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, los dones que te presentamos para esta Eucaristía a fin de que, a cambio de ofrecerte lo que tú nos has dado, podamos recibir de ti, tu misma vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio Común

Alabanza a Dios por la creación y la redención del hombre

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues por medio de tu amado Hijo, eres el creador del género humano,
y también el autor bondadoso de la nueva creación. Por eso, con razón te sirven todas las criaturas, con justicia te alaban todos los redimidos, y unánimes te bendicen tus santos.
Con ellos, también nosotros, a una con los ángeles, cantamos tu gloria gozosos diciendo:

Antífona de la Comunión

Mi alma espera al Señor con más ansia que los centinelas el amanecer, porque con el Señor viene la misericordia y la abundancia de su gracia.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Tú que nos hecho partícipes de la vida de Cristo en este sacramento, transfórmanos, Señor, a imagen de tu Hijo, para que participemos también en su gloria en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

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Meditación diaria

22 de agosto

SANTA MAríA VIRGEN REINA*

Memoria

— Santa María, Reina de cielos y tierra.

— Títulos de la realeza de Nuestra Señora.

— El reinado de María se ejerce en el Cielo, en la tierra y en el Purgatorio.

I. "La Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la anunciación se definió como esclava del Señor fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera "discípula" de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, "sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar" (Const. Lumen gentium, 36), y ha conseguido plenamente aquel "estado de libertad real", propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! (...). La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico..."1.

El dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva de modo natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María. Nuestra Señora subió al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la Santísima Trinidad como Reina y Señora de la Creación: "terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Apoc 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte"2. Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por la piedad de los fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia3. San Efrén pone en labios de María estas bellísimas palabras: "El Cielo me sostenga con sus brazos, porque soy más honrada que él mismo. Pues el Cielo fue tan solo tu trono, no tu madre. Ahora bien, ¡cuánto más digna de honor y veneración es la Madre del rey que no su trono!"4.

Fue muy frecuente expresar este título de María mediante la costumbre de coronar las imágenes de la Santísima Virgen de forma canónica, por concesión expresa de los Papas5. El arte cristiano, desde los primeros siglos, ha venido representando a María como Reina y Emperatriz, sentada en trono real, con las insignias de la realeza y rodeada de ángeles. En ocasiones se la representa en el momento de ser coronada por su Hijo. Y los fieles han recurrido a Ella con esas oraciones: Salve Regina, Ave Regina caelorum, Regina coeli laetare..., tantas veces repetidas.

En muchas ocasiones hemos acudido a Ella recordándole este hermoso título de su realeza, y lo hemos considerado en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario. Hoy, en nuestra oración y a lo largo del día, lo hacemos de una manera especial. "Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni: coronaberis. Ven: serás coronada (Cant 4, 7, 12 y 8).

"Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado.

"Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza. Vestido de sol. La luna a sus pies (Apoc 12, 1) (...). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que es del Universo.

"Y le rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos... y todos los pecadores y tú y yo"6.

II. Concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin7, leemos en el Evangelio de la Misa.

La realeza de María está íntimamente relacionada con la de su Hijo. Jesucristo es Rey porque le compete una plena y completa potestad, tanto en el orden natural como en el sobrenatural; esta realeza, además de ser plena, es propia y absoluta. La realeza de María es plena y participada de la de su Hijo. Los términos Reina y Señora aplicados a la Virgen no son una metáfora; con ellos designamos una verdadera preeminencia y una auténtica dignidad y potestad en los cielos y en la tierra. María, por ser Madre del Rey, es verdadera y propiamente Reina, encontrándose en la cima de la creación y siendo efectivamente la primera persona humana del universo. Ella, "bellísima y perfectísima, tiene tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede concebir otra mayor después de Dios, y que fuera de Dios nadie podrá jamás comprender"8.

Los títulos de la realeza de María son su unión con Cristo como Madre como le fue anunciado por el Ángel y la asociación con su Hijo Rey en la obra redentora del mundo. Por el primer título, María es Madre Reina de un Rey que es Dios, lo cual la enaltece sobre las demás criaturas humanas; por el segundo, María Reina es dispensadora de los tesoros y bienes del Reino de Dios, en razón de su corredención.

En la institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a todos los cristianos a acercarse a este "trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas", y alentaba a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarse por aborrecer el pecado, a librarse de su esclavitud, "para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos", a quien es Reina y tan gran Madre9. Adeamus ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur... Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno10. Este trono, símbolo de la autoridad, es el de Cristo, pero ha querido que sea en su Madre trono de gracia donde más fácilmente alcanzamos la misericordia, pues nos fue dada "como abogada de la gracia y Reina del universo"11.

En el día de hoy contemplamos la gran fiesta del Cielo en la que la Trinidad Beatísima sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a los Cielos por toda la eternidad. "Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo coronen a la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.

"-¡Aprovéchate de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del Cielo. -Yo, a la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias purificadas, porque no tengo piedras preciosas ni virtudes.

"-¡Anímate!"12. Ella nos espera; quiere que nos unamos a la alegría de los santos y de los ángeles. Y tenemos derecho a participar en una fiesta tan grande, pues es nuestra Madre.

III. Apareció en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...13. Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María14, la Madre de Jesús, quien en el Calvario la confió a Juan, a la que él cuidó con tanto esmero y contempló tantas veces. Cuando, ya anciano, escribía estas visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo. Los tres rasgos con que el Apocalipsis describe a María son símbolo de esta dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos todos15. En las letanías del Santo Rosario recordamos cada día que es reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes, de todos los santos... Es también nuestra Reina y Señora.

El reinado de María se ejerce diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos llenas la gracia y la misericordia del Señor. A Ella acudimos en cada jornada, pidiendo su protección; muchos cristianos los sábados, y cuando visitan alguno de sus innumerables santuarios, le cantan o le rezan con devoción esa antiquísima oración: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra... Este reinado se ejerce en el Cielo sobre los ángeles y sobre todos los bienaventurados, quienes aumentan su gloria accidental "por las luces que María les comunica, por la alegría que experimentan ante su presencia, por todo cuanto hace por la salvación de las almas. Manifiesta a los santos y a los ángeles la voluntad de Cristo en orden a la extensión de su Reino"16.

El reinado de María se ejerce también en el Purgatorio. "Salve Regina, cantaban las almas que vi sentadas sobre el verde y entre las flores que desde fuera del valle no se veían", declara el poeta italiano17. Nuestra Madre nos induce constantemente a pedir y a ofrecer sufragios por quienes todavía se purifican y esperan para entrar en el Cielo; presenta a Dios nuestras oraciones, lo que hace que aumenten su valor. Aplica en el nombre de su Hijo a estas almas el fruto de los méritos que Él nos alcanzó y el de sus propios méritos. Nuestra Madre es una buena aliada para ayudar a las almas del Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a purificar nuestras faltas y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla contemplar inmediatamente después de nuestra muerte, sin tener que pasar por ese lugar de espera y de purificación, porque ya habremos limpiado aquí nuestra alma de sus errores y flaquezas.

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos18.

1 Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 41. — 2 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 59. — 3 Cfr Pío XII, Enc. Ad caeli Reginam, 11-X-1954. — 4 San Efrén, Himno sobre la Bienaventurada Virgen María. — 5 J. Ibáñez-F. Mendoza, La Madre del Redentor, Palabra, 2.ª ed., Madrid 1988, p. 293. — 6 San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, quinto misterio de gloria. — 7 Lc 1, 31-33. — 8 Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. — 9 Pío XII, loc. cit. — 10 Heb 4, 16. — 11 Misal Romano, Prefacio de la Misa de esta fiesta. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 285. — 13 Apoc 12, 1. — 14 San Pío X, Enc. Ad diem ilum, 2-II-1904. — 15 Cfr. L. Castán, Las Bienaventuranzas de María, BAC, Madrid 1971, p. 320 — 16 R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 323. — 17 Dante Alighieri, La divina comedia, "El purgatorio", 7, 82-84. — 18 Misal Romano, Oración colecta de la Misa.

* Esta fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia unánime de toda la Tradición que ha reconocido desde siempre su dignidad de Reina, por ser Madre del Rey de reyes y Señor de señores. Santa María es una Reina sumamente accesible, pues todas las gracias nos vienen a través de su mediación maternal. La coronación de María como Reina de todo lo creado que contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.

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20ª semana. Sábado

HACER Y ENSEÑAR

— Ejemplaridad de vida. Con las obras hemos de mostrar que Cristo vive.

— Jesús comenzó a hacer y a enseñar. El testimonio de las obras bien acabadas y de la caridad con todos.

— No basta con el ejemplo: es preciso dar doctrina, aprovechando todas las ocasiones y creándolas.

I. Leemos en el Evangelio de la Misa1 cómo previene el Señor a sus discípulos contra los escribas y fariseos, que se habían sentado en la cátedra de Moisés y enseñaban al pueblo las Escrituras, pero su vida estaba muy lejos de lo que enseñaban: Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no hagáis según sus obras, pues dicen pero no hacen. Y comenta San Juan Crisóstomo: "¿Hay algo más triste que un maestro, cuando el único modo de salvar a sus discípulos es decirles que no se fijen en la vida del que les habla?"2.

El Señor pide a todos ejemplaridad de vida en medio de los afanes diarios y de un apostolado fecundo. Muchos ejemplos admirables de santidad tenemos a nuestro alrededor, pero hemos de pedir para que, entre los cristianos, los gobernantes, las personas influyentes, los padres de familia, los maestros, los sacerdotes y todos aquellos que de alguna manera han de ser el buen pastor para otros, sean cada día más y más santos. El mundo tiene necesidad de ejemplos vivos.

En Jesucristo se da en plenitud la unidad de vida, la unión más honda entre palabras y obras. Sus palabras expresan la medida de sus obras, que son siempre maravillosas y acabadas. Hoy hemos visto cosas increíbles3, dicen las gentes después de que perdonara los pecados al paralítico y le curara. Los mismos fariseos exclamaban en su desconcierto: ¿Qué haremos? Pues este hombre realiza muchas maravillas4. Pero ellos rechazaron el testimonio que proclamaban las obras y se hicieron culpables: Si Yo no hubiera hecho entre ellos lo que ningún otro hizo jamás, no tendrían pecado5. En otras ocasiones ya les había invitado a creer por lo que a todos era manifiesto: Creed al menos por mis obras6. El Señor considera sus hechos como un modo de dar a conocer su doctrina: Estas mismas obras que hago testifican de Mí7. Acciones y palabras, en la vida oculta y en su ministerio público, proclaman la verdad única de la revelación.

Con hechos de la vida corriente, vivida con heroísmo, hemos de mostrar a todos que Cristo vive. La vocación de apóstol –y todos la hemos recibido en el momento del Bautismo– es la de dar testimonio, con obras y palabras, de la vida y doctrina de Cristo: Mirad cómo se aman, decían de los primeros cristianos. Y las gentes quedaban edificadas de esta conducta, y tenían la simpatía de todo el pueblo8, nos dicen los Hechos de los Apóstoles. Y como consecuencia, el Señor aumentaba todos los días el número de los que habían de salvarse9. Los convertidos a la fe aprovechaban todas las oportunidades para dar razón de su esperanza10, para comunicar su alegría a los demás: los que se dispersaron, andaban de un lugar a otro predicando la palabra del Señor11.

Muchos dieron el supremo testimonio de la fe que profesaban mediante el martirio. Y hasta ese extremo estamos dispuestos nosotros, si el Señor nos lo pidiera. El mártir, con su aparente locura, se convierte para todos en una fuerza poderosa que lleva a Cristo: muchos se convertían al contemplar el martirio. De ahí el nombre de mártir, que significa testigo, testimonio de Cristo,

A nosotros, de ordinario, el Señor nos pedirá el testimonio cristiano en medio de una vida corriente, empeñados en unos quehaceres similares a los que han de realizar los demás: "Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: este es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama"12.

II. El amor pide obras: coepit Iesus facere et docere13, comenzó Jesús a hacer y a enseñar; Él "proclamó el Reino con el testimonio de su vida y con el poder de su Palabra"14. No se limitó a hablar ni quiso ser solamente el Maestro que ilumina con una doctrina maravillosa; por el contrario, ""coepit facere et docere", comenzó Jesús a hacer y luego a enseñar: tú y yo hemos de dar el testimonio del ejemplo, porque no podemos llevar una doble vida: no podemos enseñar lo que no practicamos. En otras palabras, hemos de enseñar lo que, por lo menos, luchamos por practicar"15.

El Señor, en sus largos años de trabajo en Nazaret, nos enseña el valor redentor del trabajo y nos llama a conseguir el mayor prestigio posible dentro de nuestra profesión o estudios: nos pide un trabajo sin chapuzas, con orden, con intensidad, viviendo a la vez una caridad delicada con las personas que realizan la misma tarea: con los compañeros, con los clientes, con los superiores, con los inferiores... También debemos mostrar su doctrina en el modo sobrenatural con que procuramos llevar la enfermedad que se presenta cuando menos la esperábamos, en el descanso, en los apuros económicos y en el éxito profesional, si el Señor quiere que llegue..., en el modo de divertirnos y en la alegría habitual, aun cuando nos cueste mucho esfuerzo el sonreír. Cristo será el mayor motivo del cristiano para estar siempre alegre. Y esa alegría –fruto de la paz del alma– será una señal convincente para que los demás se sientan movidos a buscarle.

El buen ejemplo, consecuencia de una auténtica vida de fe, arrastra siempre. No se trata de dar testimonio de nosotros mismos, sino del Señor. Es preciso actuar de tal manera que, "a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro"16, y que podamos decir como San Pablo: sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo17. Él es el único Modelo, en quien nos hemos de mirar con frecuencia. De modo principal debemos imitarle en la forma de tratar a todos. La caridad fue el distintivo que Jesús nos dejó, y en ella nos han de conocer como discípulos del Señor: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor entre vosotros18. Junto a la alegría y al prestigio profesional, es, además, el medio imprescindible para ejercer el apostolado entre quienes se nos acercan. "Antes de querer hacer santos a todos aquellos a quienes amamos es necesario que les hagamos felices y alegres, pues nada prepara mejor el alma para la gracia como la leticia y la alegría.

"Tú sabes ya (...) que cuando tienes entre las manos los corazones de aquellos a quienes quieres hacer mejores, si los has sabido atraer con la mansedumbre de Cristo, has recorrido ya la mitad de tu camino apostólico. Cuando te quieren y tienen confianza en ti, cuando están contentos, el campo está dispuesto para la siembra. Pues sus corazones están abiertos como una tierra fértil, para recibir el blanco trigo de tu palabra de apóstol o de educador.

"No perdamos nunca de vista que el Señor ha prometido su eficacia a los rostros amables, a los modales afables y cordiales, a la palabra clara y persuasiva que dirige y forma sin herir: beati mites quoniam ipsi possidebunt terram, bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. No debemos olvidar nunca que somos hombres que tratamos con otros hombres, aun cuando queramos hacer bien a las almas. No somos ángeles. Y, por tanto, nuestro aspecto, nuestra sonrisa, nuestros modales, son elementos que condicionan la eficacia de nuestro apostolado"19.

III. Hacer y enseñar, ejemplo y doctrina. "No basta el hacer para enseñar –escribe San Juan Crisóstomo–, y esto no lo digo yo, sino el mismo Cristo: el que hiciere -dice- y enseñare, ese será llamado grande (Mt 5, 19). Si el mero hacer fuera enseñar, sobraría la segunda parte del dicho del Señor, pues habría bastado con decir: el que hiciere; al distinguir las dos cosas nos da a entender que en la perfecta edificación de las almas tienen su parte las obras y la suya las palabras, y mutuamente se necesitan"20. No se trata de cosas contrapuestas ni separadas: hablar es un signo, una noticia de Cristo; y vivir es también un signo, un modo de enseñar, que confirma la veracidad del primero. El apostolado "no consiste solo en el testimonio de vida; el verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe, ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más santa"21. ¿Qué puede significar para un pagano la buena conducta de un cristiano, si no se le habla del tesoro, Cristo, que hemos encontrado? No damos ejemplo de nosotros mismos, sino de Cristo. Somos sus testigos en el mundo; y un testigo no lo es de sí mismo: da testimonio de una verdad o de unos hechos que debe enseñar. Vivir la fe y proclamar su doctrina es lo que nos pide Jesús.

A través de la propia vida, buscando las ocasiones para hablar, no desaprovechando ni una sola oportunidad que se nos presente, damos a conocer al Señor. Nuestra tarea consiste, en buena parte, en hacer alegre y amable el camino que lleva a Cristo. Si actuamos así, muchos se animarán a seguirlo, y a llevar la alegría y la paz del Señor a otros hombres.

Cuando aquella mujer del pueblo, maravillada por la doctrina de Jesús, hace el elogio de la Madre del Señor, Jesús responde: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan22. Nadie como María Santísima ha cumplido esa recomendación de su Hijo; a Ella, que es para nosotros ejemplo amable de todas las virtudes, nos encomendamos para sacar adelante nuestros propósitos de ejemplaridad en la conducta diaria.

1 Mt 23, 1-12. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 72, 1. — 3 Lc 5, 26. — 4 Jn 11, 47. — 5 Jn 15, 24. — 6 Jn 14, 11. — 7 Jn 5, 26. — 8 Hech 2, 47. — 9 Ibídem. — 10 Cfr. 1 Pdr 3, 15. — 11 Hech 8, 4. — 12 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 122. — 13 Hech 1, 1. — 14 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 35. — 15 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 694. — 16 ídem, Es Cristo que pasa, 105. — 17 1 Cor 4, 16. — 18 Jn 13, 35. — 19 S. Canals, Ascética meditada, Rialp, 14ª ed. Madrid 1980, pp. 74-76. — 20 San Juan Crisóstomo, Sobre el sacerdocio, 4, 8. — 21 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 6. — 22 Lc 11, 28.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

Santa María Virgen, Reina

"La Virgen Inmaculada ... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial
fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que
se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores
y vencedor del pecado y de la muerte".
(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre del "Rey de reyes y Señor de señores".  Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia.

Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las gracias, prescas y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias.

Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el reinado universal de María.

Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

  Salve

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro múestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesuscristo. Amén.

  Himno Reina y Madre, Virgen pura,
que sol y cielo pisáis,
a vos sola no alcanzó
la triste herencia de Adán.

¿Cómo en vos, Reina de todos,
si llena de gracia estáis,
pudo caber igual parte
de la culpa original?

De toda mancha estáis libre:
¿y quién pudo imaginar
que vino a faltar la gracia
en donde la gracia está?
Si los hijos de sus padres
Toman el fuero en que están,
¿cómo pudo ser cautiva
quien dio a luz la libertad? Amén.

 

ORACIÓN

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.

Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.

Por nuestro Señor Jesucristo.  Amén.

22 de agosto

 

 

 

 

María,  Reina del Universo

Catequesis de S.S. Juan Pablo II
Audiencia General de los Miércoles,
23 de julio de 1997

 

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen "en cuerpo y alma a la gloria del cielo", explica que fue "elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama "Madre de Dios", se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: "Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora" (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión "la madre de mi Señor" al apelativo "mi Señora", anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de "Soberana": "Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas" (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: "Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús "fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, "sentarse a la diestra de Dios" significa compartir su poder soberano. Sentándose "a la diestra del Padre", él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: "Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar" (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso "tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides" (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: "Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros" (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

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Sinforiano de Autun, Santo Mártir, Agosto 22  

Sinforiano de Autun, Santo

Mártir

Martirologio Romano: En Autun, en la Galia Lugdubense, san Simfoniano, mártir, que, mientras era llevado al suplicio, su madre, desde la muralla de la ciudad, le exhortaba con estas palabras: "Hijo, hijo, Simforiano, pon tu pensamiento en Dios vivo. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por una mejor" (s. III/IV).

Etimología: Sinforiano = lleno de gracia. Viene de la lengua griega.

Este joven francés nació en Autun en el siglo II y murió en el tercero.

Tenían lugar las grandes celebraciones en honor de la diosa Cibeles, mujer del Tiempo, madre de Júpiter, de la tierra y de la a agricultura. Se la sacaba en procesión por las bellas calles de Autun. Sinforiano se mondaba de risa al ver este espectáculo.

Al ver que llamaba la atención y turbaba el normal desenvolvimiento de la procesión , el juez le mandó llamar.

El juez no sabía que era un joven muy instruido y que pertenecía a una de las familias cristianas de la ciudad.

El juez, llevado de su envidia e ira, le condenó por doble crimen: el de sacrilegio y desobediencia a las leyes imperiales. El joven le dijo que la estatua de la Cibeles era simplemente un demonio disfrazado.

Se sintió tan ofendido el juez Heraclio que mandó azotarlo y meterlo en la cárcel. Intentó, de buenas formas, convencerle. No fue posible el arreglo. Entonces, sin razón alguna, lo envió a ser decapitado.

Mientras iba al suplicio, escuchó a su madre que le decía:"¡Animo, hijo mío. No eches de menos este mundo ya que vas al paraíso".

Sinforiano volvió la cabeza hacia ella con la cara alegre. La madre tuvo el valor de ver morir a su hijo siendo coherente con su fe.

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Fuente: http://www.franciscanos.org
Bernardo de Ofida, Beato Capuchino del siglo XVII, Agosto 22  

Bernardo de Ofida, Beato

Capuchino del siglo XVII

Martirologio Romano: En Ofida, en el Piceno, de Italia, beato Bernardo (Domingo) Peroni, religioso de la orden de los Hermanos Menores Capuchinos, célebre por su sencillez de corazón, inocencia de vida y su admirable caridad para con los pobres (1694).

Hermano profeso capuchino, admirable ejemplo de caridad evangélica y de atrayente simplicidad, gran devoto de la Virgen. Ya de joven, cuando trabajaba en el campo y pastoreaba, era notable su espíritu de oración y de penitencia. En el convento ejerció diversos oficios: enfermero, portero, limosnero..., en los que realizó a la vez un eficaz apostolado popular con el ejemplo y la palabra, por la bondad y espiritual unción que lo animaban.

En los claustros de casi todos los conventos capuchinos nos hemos detenido muchas veces ante un cuadro imponente y severo: un fraile decrépito, malhumorado, con unas barbas enormes que le caen hasta la cintura, sosteniendo una calavera en la mano izquierda y apoyando en la otra la majestuosa cabeza calva; los ojos semicerrados, el color pálido, los dedos como manojos de sarmientos secos, el hábito de mil colores descoloridos; al frente, un crucifijo de fiera mirada, y sobre una mesa, disciplinas y cilicios de alambres puntiagudos. Las únicas notas simpáticas de ese cuadro son una vara de azucenas frescas y el pedacito de cielo azulino que se recorta en la ventana.

Tal es la estampa tradicional y terrorífica del más amable y candoroso de los hombres, del Beato Bernardo de Offida. Nos parece que los pintores de esos cuadros han manejado unos pinceles demasiado tétricos, que no corresponden a la realidad encantadora del modelo. El Beato Bernardo no es un fantasma para espantar a los espíritus tímidos, sino un admirable ejemplo de caridad evangélica y de atrayente simplicidad, que debiera tener entusiastas devotos entre los niños, los pobres y los enfermos.

Todo es poético en la vida de este capuchino: su infancia graciosa en el campo, su austeridad monástica aureolada de amor, su vejez risueña con noventa años a la espalda.

* * *

Su pueblo natal es Offida, en la Marca de Ancona (Italia), cuna de la Reforma Capuchina. Nace en 1604, el mismo año en que muere su coterráneo San Serafín de Montegranario, lego capuchino, cuya vida será para el Beato Bernardo un modelo que tratará de copiar con absoluta exactitud.

La infancia del Beato Bernardo es parecida a la de muchos santos: cuidar las ovejas, rezar entre los árboles, dibujar anagramas de Jesús y María, pensar en el cielo más que en la tierra, ayunar y disciplinarse.

Se llama Domingo Peroni y es hijo de padres labradores y cristianos. La familia posee una pequeña grey de veinte o treinta ovejas, un pedazo de terreno y una casita pobrísima, donde se cuelan libremente los vientos, la lluvia o el sol, según lo disponga la divida Providencia.

Nuestro santo creció en este hogar pacífico, respirando una atmósfera sana de piedad y de pureza. Se dice que las primeras palabras que balbucieron sus labios fueron los nombres de Jesús y de María, dichos espontáneamente, sin esfuerzo, como los primeros gorjeos de un pajarillo en su nido.

Se adivinaba en su rostro vivaz una inteligencia ágil y una memoria feliz; pero todas estas aptitudes se consagrarán solamente al servicio de la virtud, porque Domingo Peroni no cursará estudios, ni recorrerá universidades, ni leerá gruesos infolios en todos los días de su vida. Sólo las breves páginas del catecismo le bastarán para aprender la ciencia de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo; y en estas virtudes llegará a ser maestro y modelo incomparable.

El niño Domingo es de naturaleza robusta, no tiene miedo a los trabajos más fuertes, y va creciendo rápidamente, gracias a su buen apetito y al constante ejercicio corporal. A los doce años, ya parece un hombre; y sus padres están orgullosos, tanto de su férrea salud como de su piedad extraordinaria. El muchacho, al frente de su rebaño, sale por los campos y no vuelve a casa hasta la noche; en las fértiles praderas, teniendo por testigos a los ángeles, reza sin descanso, medita en la Pasión de Cristo, llora la ingratitud de los pecadores, habla con una estampa de la Virgen; y más de una vez se le ha visto en actitud extática, rodeado de las ovejas que le acompañan con sus balidos, hablando misteriosas palabras con la Reina de su corazón que, invisible para los demás, parece se deja ver del pastorcillo y de su pequeño y blanco rebaño.

Poco a poco, Domingo fue adelantando en la virtud y en la destreza para el trabajo; y su padre le confió una tarea difícil y peligrosa: el cuidado de unos novillos furiosos que arremetían a todo el que se ponía por delante. Nuestro amigo salió al campo con los indómitos animales, y a los pocos momentos, los novillos, amansados por la virtud y por la voz dulcísima de su dueño, triscaban juguetones a sus pies y pacían tranquilamente entre las ovejas.

Este hecho extraordinario enseñó al joven una lección que había de practicar durante toda su larga vida: el dominio de las pasiones bajo el imperio de una voluntad enérgica, sostenida por la gracia de Dios. En el mismo día, con santa decisión, se declaró una guerra tenaz, refrenó su amor propio y, según la expresión de San Pablo, "castigó su cuerpo y lo redujo a servidumbre".

La virtud de Domingo Peroni, madura y varonil, conocía también todos los encantos de la amistad y de la dulzura. Los jóvenes del pueblo veían en él un compañero excelente, de paciencia ilimitada, y sabían que su ingenio y su caridad estaban siempre al servicio de todos los pobres de la comarca. Domingo sabía dar los consejos más oportunos y delicados, las limosnas más abundantes y el ejemplo más acabado de todas las virtudes.

Pero no todo es poesía en esta vida de caridad; también hay rayos y truenos cuando es necesario. La murmuración, los chistes procaces, la blasfemia y las riñas tienen en Domingo Peroni un terrible enemigo que no vacila en hacer uso de sus pesados puños cuando la ocasión lo pide; y los jóvenes de Offida saben que, por cualquiera de estos desmanes, se exponen a recibir una bofetada, o por lo menos una reprimenda, que no dejan ganas de repetir la hazaña.

Nuestro robusto y simpático jayán, de tan temible bravura ante el desenfreno, es respetado y querido unánimemente en la ciudad; sus ejemplos se imitan, sus palabras se reciben como dichas por un santo, y hasta sus cóleras y rabietas tienen el prestigio de una voluntad de oro. Domingo es, además, un modelo de piedad cristiana, sin alardes sin hipocresías: comulga todos los días de fiesta en la iglesia de los capuchinos, aunque para ello tenga que permanecer en ayunas hasta la tarde; hace diariamente un buen rato de meditación, vive de continuo con el pensamiento elevado en Dios, y apenas habla sino cosas espirituales y divinas.

Los capuchinos de Offida, silenciosos y recogidos, se llenan de alborozo cuando Domingo entra en los claustros para charlar unos minutos sobre la vida espiritual. Se le quedan pasmados cuando le oyen decir que su sueño dorado sería vivir y morir en un convento como aquél, y que pide todos los días a la Virgen esta gracia singular. Los buenos frailes le explican la regla de San Francisco, su vida, su amable y poética santidad; le hablan de los famosos capuchinos que se han distinguido por su virtud; le entusiasman contándole anécdotas de fray Serafín de Montegranario, a quien casi todos han conocido, y de fray Félix de Cantalicio, el primer santo de la Orden, que había sido beatificado por aquellos días; traen a colación las aventuras del padre José de Leonisa, del padre Lorenzo de Brindis y del mártir alemán Fidel de Sigmaringa, todos los cuales acaban de morir hace unos pocos años; y poco a poco el joven queda cautivo en las redes de la admiración y en una especie de santa envidia.

No, él no será sabio, ni predicador, ni misionero, ni literato, como ese padre Brindis que iluminó a toda Europa con su talento; ni recorrerá los campos y ciudades arrastrando multitudes frenéticas con la fuerza de la oratoria; pero santificarse calladamente en un convento, ser humilde como el santo hermanito de Cantalicio y caritativo y fervoroso corno el buen fray Serafín, eso sí que le gustaría, y lo hará con el favor de Dios y de la Virgen. Para eso no se necesita saber teología ni matemáticas; basta un corazón puro y muchos deseos de amar a Dios...

* * *

Y una mañana de febrero, fría y nevada, el joven Peroni llegó al noviciado de Corinaldo para hacerse capuchino. El hábito pobrecito que le dieron le pareció de seda; las sandalias ásperas y durísimas se ajustaban perfectamente a sus pies; y su nuevo nombre, fray Bernardo de Offida, será muy hermoso si consigue adornarlo con la humildad y con todas las virtudes propias de su estado.

¿Para qué quería él muchos libros en la celda? Ya tenía más que suficientes: el crucifijo le hablaba elocuentemente de obediencia, de amor y de pobreza; las estampas de la Inmaculada le enseñaban castidad; los religiosos le daban ejemplo de vida abnegada; y en los claustros había unos cuadros viejos y apolillados con las figuras de San Francisco de Asís y de otros santos franciscanos. Además, el padre Maestro, en sus pláticas a los novicios, contaba cosas muy bellas del Beato Félix y ejemplos encantadores de fray Serafín. Con todo ese caudal de conocimientos, fray Bernardo tendrá pasto abundante para su alma, y podrá santificarse si no se deja dominar por la pereza o por la cobardía.

Y empezó a trabajar con tal ahínco y con tales deseos de perfección, que por espacio de sesenta y ocho años no se detuvo un momento en el camino comenzado. Él no quería una santidad a medias, aquí caigo y allí me levanto; no podía vivir en una cómoda tibieza, porque, como dicen, "el agua estancada fácilmente se corrompe"; quería la impetuosidad arrolladora de los torrentes que no se detienen ante ningún obstáculo hasta que se sumergen en el mar.

La vida de fray Bernardo es, en efecto, como un río caudaloso, de curso largo y rectilíneo, de influencia bienhechora por dondequiera que pasa, alegre, fecundo, lleno de gracia y de majestad.

Ya en el noviciado, en ese año que es fundamental y decisivo en la vida religiosa, fray Bernardo dio pruebas patentes de lo que había de ser en su vida futura. Rígido asceta y místico admirable, la aspereza de la vida capuchina se adaptaba de manera especial a su naturaleza y a sus ambiciones espirituales. Fray Bernardo hallaba una delicia extraordinaria en la penosa costumbre capuchina de interrumpir el sueño a medianoche para rezar los maitines: costumbre inventada por el amor, que siempre está en vela. A las doce en punto, cuando el mundo profano duerme, cuando el pensamiento de los hombres está alejado de Dios, las almas delicadas deben sentir un placer misterioso al oír que un coro de voces viriles y solemnes entona aquellas palabras de súplica: "Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza". Fray Bernardo no espera a que la bulliciosa matraca recorra los claustros despertando a los frailes; mucho antes de las doce, ya está él en un rincón de la iglesia, esperando el concierto de bendiciones que resonará potente en todos los ámbitos del templo. Y durante todo el oficio, lo mismo en invierno que en verano, se le ve inmóvil, a veces tiritando de frío, siempre ardiendo de amor; y allí continúa largas horas, como saboreando las últimas palabras de la oración nocturna.

* * *

Después de la profesión, el alma de fray Bernardo no hizo otra cosa que cumplir al pie de la letra el programa del noviciado. Vivió en los conventos de Camerino, Áscoli, Fermo, Offida y otros; conoció y practicó todos los oficios de su estado; y siempre sus pensamientos eran rectos, sin doblez, anhelando la santidad como la conquista de un tesoro, alegre en los trabajos, riguroso en las penitencias, afable en las conversaciones, efusivo en la oración y caritativo hasta el heroísmo con grandes y pequeños.

Era devoto de los trabajos más humildes y de menos brillo, en los cuales podía ejercitar sus deseos de ser despreciado y de pasar inadvertido por el mundo. Luego veremos que no consiguió lo que quería, sino precisamente todo lo contrario.

No se parece a San Serafín de Montegranario que tan poca maña se daba para los quehaceres y oficios; fray Bernardo es diestro de manos y vivo de inteligencia, tiene el huerto como un jardín, la cocina como un salón, la portería como un altar y en la enfermería parece que le ayudaran los mismos ángeles. Pero todo eso dentro de un culto estricto a la santa pobreza capuchina.

Para los enfermos tiene manos y corazón de madre: nadie prepara las medicinas como él; nadie le aventaja en curar heridas y calmar dolores; los caldos y sopas que él hace se comen como si fueran hechos en el cielo; pero mejor que todo eso es su presencia junto al lecho de los pacientes, su rostro simpático, sus palabras optimistas, la agilidad de sus movimientos, y el verle siempre solícito, sin descansar un minuto de día ni de noche, para que los enfermos vivan alegres en medio de sus dolores.

Con el permiso del superior, fray Bernardo guarda unas botellas de excelente vino para los enfermos, vino "para casos reservados", como él dice; y con ese licor consigue reanimar a los más débiles; y a uno de sus confesores, que se burlaba maliciosamente de aquel "vino reservado", fray Bernardo le da un traguito y le devuelve instantáneamente la salud perdida.

En la enfermería es el propagandista de la devoción al nuevo Beato fray Félix de Cantalicio, aplica a las llagas y a los padecimientos más rebeldes el aceite de la lámpara de su altar, con excelente resultado, y no se cansa de encomendar al Beato Félix la salud de todos los religiosos. Esas aplicaciones de aceite producen con frecuencia la curación milagrosa y súbita; pero el humildísimo fray Bernardo lo atribuye todo a la intercesión de fray Félix, que es un admirable curandero cuando se le pide la salud con mucha fe y devota confianza.

Un día se presentó a fray Bernardo una buena mujer trayendo en brazos a un hijito moribundo. Postrándose de rodillas ante el humilde fraile, le rogaba que tuviese compasión de su angustia y que salvara al enfermito. Aún estaba hablando la madre, cuando el niño, dando un débil quejido, murió. La mujer, enloquecida por el dolor, agarró a fray Bernardo por el hábito y le aseguró que no le soltaría hasta que devolviera la vida al pequeño. Fray Bernardo pugnaba por desasirse, mas la mujer no aflojaba; en tan grave aprieto, el capuchino dirigió sus ojos a un cuadro del Beato Félix y le dijo: "Mi querido fray Félix: éste es el momento en que debes asistirme". Después, tomando la manecita del cadáver y bendiciéndolo, se lo devolvió vivo y sano a la importuna mujer.

Cuando los enfermos eran sacerdotes, las manos de fray Bernardo parecían más suaves, corno si tocaran un cáliz sagrado y precioso; les hacía una inclinación reverente antes de aplicarles los medicamentos y, si era posible, trabajaba de rodillas.

Para los pobres fray Bernardo es un protector, un hermano y un padre: les da abundantes limosnas, separando de su propia comida la porción más apetitosa; pide de puerta en puerta no sólo para los religiosos, sino también para las familias desvalidas; multiplica milagrosamente el pan y otros alimentos, y con ellos socorre a una multitud de mendigos que se agolpan a las puertas del convento. A unos albañiles que trabajan en una casa cercana, les ve sudorosos bajo un sol de justicia y les manda un cántaro de agua fresca para que puedan trabajar sin molestias; pero en el trayecto el agua se convierte en vino generoso que alegra y conforta a los sedientos operarios.

A fray Bernardo se le parte el corazón de pena por no poder remediar todas las necesidades, y ha decidido pedir al padre Guardián un rincón del huerto para cultivar legumbres y plantas medicinales en beneficio exclusivo de los pobres. Al principio todo va bien: el jardincillo de fray Bernardo es el granero milagroso de la caridad. Pero, a los pocos días, el hermano hortelano se llena de envidia por el éxito del santo, y consigue del superior el permiso para terminar con aquel abuso: pasa el arado en todas las direcciones y arranca todas las plantas, dejando el terreno de fray Bernardo sin una brinza y sin una flor. Nuestro santo mira aquellos destrozos sin perder la paciencia; sube a la celda del padre Guardián y vuelve a pedirle su bendición para cultivar el pedacito de huerto. Obtenida la licencia, baja sonriente al jardín, planta de nuevo las hierbas medicinales y las legumbres que estaban amontonadas y secas; y antes de una hora, el huertecito de los pobres se ve frondoso y lleno de vida, como si nada hubiera sucedido. El hermano hortelano, testigo del prodigio, no volverá a molestar a fray Bernardo, y aun le ayudará muy contento siempre que el santo se lo pida.

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Fray Bernardo fue adquiriendo, muy a su pesar, una fama extraordinaria de taumaturgo y de profeta. Sólo él podía decir con certidumbre dónde se encontraría un animal extraviado, cuándo sanaría o moriría un enfermo, cuándo se arrepentiría un pecador; sólo él podía dar consejos a los recalcitrantes, resolver las dudas de los doctos, hacer que prosperase un negocio difícil.

El señor obispo de la diócesis viene con frecuencia hasta la celda del lego capuchino y se sienta en las tablas desnudas de la cama, porque fray Bernardo no tiene una mala silla que ofrecerle. Allí el sabio prelado habla con el lego, que le escucha de rodillas; se discuten los asuntos de la curia y se toman resoluciones disciplinarias para el buen gobierno del clero, se proponen altas cuestiones de teología dogmática y moral; y fray Bernardo, siempre inspirado por Dios, dice tales cosas y con tan prodigiosa sabiduría, que el señor obispo no puede prescindir de sus luces y de sus consejos.

Fray Bernardo vive absorto, embebido en Dios. Se le conoce en el rostro, que pálido y amarillo de ordinario, al sonar la campana para la oración se le enciende y hermosea con una luz de felicidad; se ve su fervor en aquellas jaculatorias que dice en voz alta, en la portería, en los claustros, en las calles de la ciudad y en las casas de sus amigos, jaculatorias que se le escapan y saltan sin poderlo remediar, como chispas de una hoguera, y que hacen un bien indecible a todos los que las oyen. Unas veces son actos de amor a Dios o saludos a la Virgen María, otras veces son suspiros amargos en presencia de un pecador, o anhelos de mayor perfección, o reproches de humildad contra sí mismo.

Por donde quiera que pasa, va esparciendo "el buen olor de Cristo", perfume que tiene una eficacia de apostolado. Cuando está de portero, nadie se marcha sin un consejo o sin una palabra consoladora; a los pobres, antes de darles la limosna, les hace rezar ante una imagen de María y prometerle portarse como buenos cristianos; a los niños, primero les enseña el catecismo, y después les da frutas, golosinas y medallas.

Todo el mundo le quiere y le reverencia; no puede salir a la calle sin que el pueblo corra tras él, aclamándole y pidiéndole su bendición. Éste es el gran martirio de fray Bernardo, y los superiores, accediendo a sus deseos, le prohíben salir del convento para que la gente le deje en paz. Júzganse dichosos los que pueden conseguir de él una oración o un recuerdo; y se cuenta que hasta de Alemania y Francia le han llegado cartas de personajes importantes pidiéndole el auxilio de su intercesión.

Los pecadores no resisten mucho tiempo a las dulces reconvenciones del siervo de Dios; generalmente basta una palabra dicha con esa fuerza de persuasión que le es propia, para que los más duros de corazón se postren a sus pies y le prometan corregirse.

Con mucha razón dice el obispo que fray Bernardo, con su ejemplo y con sus palabras humildes, hace más provecho en las almas que todos los misioneros de la diócesis.

* * *

La figura clásica del Beato Bernardo es la de su vejez venerable, al acercarse a los noventa años. De alta y corpulenta estatura, se mueve pausadamente, pero sin tropiezos ni fatigas; tiene una hermosa cabeza calva coronada de cabellos blanquísimos; blanca también y majestuosa la barba, como la del Moisés de Miguel Ángel, que describió un excelso poeta: "...y la barba larguísima, ondulante, / desciende semejante / a las cascadas que formó el diluvio".

Sus manos son fuertes, grandes y duras, y están esculpidas prolijamente con relieves de nervios y venas; los pies le desbordan de las sandalias, y se ven agrietados por los surcos profundos que hicieron el frío y el mucho caminar; la piel del rostro es un pergamino amarillento, curtido por los años; los ojillos hundidos, vivaces, como dos estrellitas; la sonrisa perenne en los labios descoloridos.

Es un anciano que no infunde temor, sino cariño y simpatía; juega con los gatos de la cocina y con los niños que vienen a visitarle; tiene siempre y para todos una palabra edificante y oportuna; es una reliquia preciosa que los religiosos quisieran conservar por tiempo indefinido.

Es un encanto verle cuando está en oración, o cuando ayuda a las misas, o cuando comulga; y es una pena indecible oírle cuando se azota con las disciplinas, ver los cilicios monstruosos que le llenan el cuerpo de llagas, y saber que todos los días ayuna con exagerado rigor, como si tuviera mucha prisa por dejar este mundo y subir al cielo. Y en efecto, los frailes le han visto muchas veces en la iglesia elevado en los aires, con los ojos luminosos y fijos en la altura, como escapándose de la tierra en un salto prodigioso de su amor anhelante. Ya nadie se puede hacer ilusiones; fray Bernardo se morirá el día menos pensado; es el fruto maduro que se desprenderá del árbol sin esfuerzo.

Un golpe repentino y gravísimo vino a aumentar los temores de todos: el santo anciano cayó en cama, abatido por la parálisis. Aun pudo levantarse algunos días y bajar a la iglesia; y fue maravilla ver al perfecto religioso, sin querer eximirse de ninguna obligación de la vida común, obedeciendo prontamente como en sus días de novicio.

Rápidamente corrió por la ciudad de Offida la triste noticia de la enfermedad de fray Bernardo; y comenzó a desfilar por el convento la interminable procesión de todos sus amigos que querían verle por última vez. Los obispos, los magistrados, los nobles y ricos caballeros, se confundían con la gente del pueblo; y el anciano moribundo, con todas sus facultades en plena lucidez, daba a uno un consejo, a otros una palabra de agradecimiento o un saludo amistoso.

El santo Viático le sorprendió en uno de sus largos éxtasis de amor. Al volver en sí, llamó al padre Guardián y le dijo: "Padre, por amor de Dios, déme su santa bendición para ir al cielo". Los religiosos que rodeaban el lecho rompieron en sollozos, y el superior contestó con suprema emoción: "Fray Bernardo, no te daré la licencia que pides, si antes no nos bendices a todos los presentes". El anciano se incorporó levemente y trazó la señal de la cruz con el crucifijo que tenía en sus manos. Después él mismo recibió la bendición del padre Guardián, murmuró una palabra de gratitud y expiró plácidamente.

Era el día 22 de agosto de 1694, octava de la Asunción de María a los cielos. Tenía casi noventa años de edad y había pasado sesenta y ocho en la Orden Capuchina. El cadáver fue custodiado por hombres armados durante tres días y tres noches, para evitar que los ciudadanos de Áscoli, entusiastas admiradores del siervo de Dios, robaran los sagrados despojos. Su sepulcro, en la iglesia de los capuchinos de Offida, ha sido hasta el día de hoy un lugar de peregrinaciones continuas y de milagros incesantes.

Fue beatificado por el papa Pío VI el 25 de mayo de 1795.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Santiago (Giacomo) Bianconi de Bevagna, Beato Dominico, Agosto 22  

Santiago (Giacomo) Bianconi de Bevagna, Beato

Dominico

Martirologio Romano: En Mevania (hoy Bevagna), en la Umbría (Italia), beato Giacomo Bianconi, presbítero de la Orden de Predicadores, que fundó allí un convento y rebatió los errores de los nicolaítas (1301).

El nacimiento de Santiago Bianconi fue precedido y acompañado de signos milagrosos. El más asombroso fue la aparición de fúlgidos astros en el cielo, algunos de los cuales llevaba la figura de un dominico y no sólo brillaron toda la noche, sino también durante la mañana siguiente, día de su nacimiento. Ante estas apariciones, algunos comenzaron a gritar: "¡A la escuela, a la escuela, porque ya han nacido los maestros!"

En efecto, en aquélla misma época nacieron tres santos Dominicos: Santiago de Brevagna, Ambrosio Sansedoni y Tomás de Aquino.

Santiago, todavía joven, a los dieciseis años, vistió el hábito dominico en el convento de Spoleto. Sus pasos hacia la santidad y la doctrina, fueron de gigante. La penitencia y la adoración fueron las fuentes genuinas a que atizaban el foco de caridad que hizo de él uno de los más grandes apóstoles y predicadores de su tiempo.

Fundó el Convento de Bevagna, y lo gobernó más con su ejemplo que con autoridad. Al extenderse en la Umbría la secta de los Nicolaiti, que esparcía innumerables errores, obtiene con su santa palabra la abjuración de su jefe. Escribió dos obras: "Espejo de la Humanidad de Jesús" y "Espejo de los pecadores o último juicio universal".

Próximo a morir, se hizo llevar agua fresca para edificar a sus cofrades con un último milagro. Al bendecirla, el agua se convirtió en vino generoso y, cuando todos hubieron bebido, expiró dulcemente. Era el 15 de agosto agosto de 1301.

Su cuerpo reposa en la iglesia San Jorge de la ciudad. Nuestro Señor le había garantizado su eterna salvación mediante una milagrosa aspersión de su preciosísima sangre.

El Papa Clemente X, el 18 de mayo de 1672 confirmó su culto.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/

 

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